Filosofía en español 
Filosofía en español


Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español

Tercera parte ❦ Las concepciones sociológicas contemporáneas y los problemas de la regeneración española

§ V
La renovación del espíritu por la cultura

Característica de los fenómenos colectivos.– Necesidad de una grande acometividad.– Incapacidad de los políticos y errores de la prensa.– Terapéutica moral.– La tolerancia y el humanismo.– La transformación del espíritu religioso.
 

CARACTERÍSTICA DE LOS FENÓMENOS COLECTIVOS.– Conforme hemos señalado en capítulos anteriores, es un hecho evidente que en España la política absorbe la mayor parte de nuestras energías. En el comentario ligero y en la glosa impresionista, se despliega un verdadero derroche de ingenio. La fraseología ocupa aquí el lugar que en otros países se reserva a la emisión de ideas y a la alta crítica filosófica, lo cual no deja de ser chocante, teniendo en cuenta que la corriente del pensamiento, en toda Europa, propende a ser más vasta y comprensiva cada día, en tanto que es mayor la esfera en que se desarrolla la psiquis. Atisbando cuidadosamente las manifestaciones que surgen a la superficie, se adquiere la convicción firmísima de que en España no alienta en lo íntimo del genio étnico un potencial de energía, capaz de modificar en su raíz la atonía en que vegeta el pueblo. Basta con observar de cerca la génesis de los acontecimientos de distinta índole, para que nos convenzamos de la indiferencia con que son mirados los problemas más palpitantes por la masa del país. Los sucesos políticos calificados de ruidosos por los articulistas de los grandes rotativos madrileños, aquellos que dieron lugar a debates prolongados en el Parlamento y sirvieron de plataforma para emprender campañas de agitación, como la que se llevó a cabo tiempo atrás en favor del bloque, no llegó a interesar a la opinión general. Es indudable que lo que ocurrió con la llamada Alianza Liberal, habría de repetirse en otras ocasiones, si motivase las campañas a realizar algún intento banal, semejante al que constituyó la entraña del programa de las pretendidas izquierdas. Convertir la acción política en profesión lucrativa, es peligrosísimo siempre, y mucho más cuando no se tiene otro móvil que la satisfacción de menguados apetitos y sólo se persigue la posesión inmediata del Poder.

La experiencia demuestra que, en la actualidad, para promover grandes movimientos en el cuerpo social, es preciso que quienes pretendan llevarlos a cabo hayan sabido antes asimilarse las aspiraciones que más o menos vagamente laten en el seno de las colectividades.

Aun en las más apartadas comarcas de Extremadura y de la Mancha, y en los más agrestes valles de Galicia y Asturias, y en los más elevados montes de Navarra y el Alto Aragón, en toda la Península, en fin, existen personalidades de mérito relevante, elementos valiosos que podrían ser utilísimos como sugestionadores para contribuir a levantar el espíritu de los pequeños terratenientes y de los miseros campesinos, cuyo trabajo penoso y agobiante es digno de mayor recompensa de parte de los gobernantes, porque rinde a la nación una utilidad mil veces más grande y positiva que la que aportan los demás factores sociales en conjunto. Los núcleos primordiales de asociación, para asegurar el éxito de las reformas de todo género, hay que buscarlos en el alma del pueblo. Y esto sólo puede ofrecerlo la observación directa y personal, cuando las clases directoras se decidan a aceptar el método experimental en su integridad, aplicándolo a cuanto concierne a la obra del Gobierno.

 
NECESIDAD DE UNA GRANDE ACOMETIVIDAD.– Es forzoso cambiar por completo de orientación, rechazando los desacreditados procedimientos empleados hasta ahora. Sin un cuarto de conversión y sin hacer tabla rasa de los perniciosos hábitos que engendró el caciquismo, es imposible la enmienda. Mientras persista el confinamiento mental que los tiquis miquis y las nonadas y el fulanismo crearon, nada conseguiremos. En tanto los politicastros que han vinculado el poder y son los árbitros de la situación, sigan predominando, es ilusorio creer que llegará a vías de hecho nuestra reconstitución espiritual. De continuar en las gentes la afición a intervenir en la marcha de los negocios públicos, como quien cultiva un deporte, es incuestionable que no se logrará conmover hondamente la conciencia nacional. Mientras subsistan las apariencias y prevalezcan, como hasta la fecha, las ficciones, ningún valor tendrán los propósitos de los que van predicando de un lado a otro, como panacea, unas veces las ventajas de la Solidaridad Catalana y otras la suma conveniencia de la Alianza Liberal.

Hay que lanzar por la borda la impedimenta de convencionalismos que todos los partidos políticos llevan en sus espaldas, como pesada carga que les impide evolucionar con amplitud y en el momento oportuno. Durante más de un cuarto de siglo, puede decirse que hemos vivido de precario, y así proseguiremos si de la discusión y la controversia no nace un impulso virtual y fecundo. La actividad no puede concretarse a discurrir fórmulas meramente externas y sin contenido doctrinal. Para que las luchas cobren intensidad, es indispensable caldear el ambiente, dando salida a los alientos de la pasión fuerte que se impone y que al triunfar se condensará en actos. Sólo entonces las concreciones del pensamiento habrán calado en lo hondo del espíritu nacional.

 
INCAPACIDAD DE LOS POLÍTICOS Y ERRORES DE LA PRENSA.– Comparemos el vigor, los tonos calientes con que se mantienen los debates en los Parlamentos extranjeros y la ligereza, la falta de acometividad y de cariño que por los asuntos de vital importancia para el país se advierte en nuestras Cámaras. Jamás se discuten en serio los Presupuestos, como si se tratara de una cosa baladí. Pocas veces en el Parlamento español hallan eco los rumores de la muchedumbre, sus quejas, sus ansias, sus clamores. El peor de los males estriba en que entre directores y dirigidos media una solución de continuidad, un abismo insondable. Toda la gestión política es un producto de la neurastenia. Dondequiera no se ven más que rostros fatigados, gentes que se sienten cansadas, que están plenamente persuadidas de su absoluta incapacidad y que se consideran fracasadas. Los agitadores de más fama, aquellos que gozan de la aureola de la popularidad relativa, desconfían de sí mismos. Abrigan el triste presagio de que ninguna iniciativa redentora podrán mostrar honradamente para encauzar los destinos de la nación. Saben que, en la hora presente, la política ha de tener una base esencialmente experimentalista y que ellos carecen de aptitud e de abnegación para tamaña empresa.

¿Quién no está en el secreto de que es inútil concebir la menor esperanza de que nuestros grandes hombres observen, estudien y reflexionen?

Aquí nunca se ha dado el caso de que los doctos se impongan por su mérito intrínseco. Las reputaciones sólo las consagran la Prensa, los periódicos oficiosos. Éstos, son los que labran el pedestal de los falsos dioses, y de ahí que cuando llega a las alturas del Poder, el hombre político haya dejado lo más suyo, lo más personal, lo que había constituido su propia fisonomía, a cambio de lograr que el coro de amigos incondicionales le elevase, merced a la lisonja, al pináculo, al ver reflejadas en el jefe las condiciones de vulgaridad que en ellos predominan.

El personalismo entre nosotros lo ha sido todo y es, por desgracia, todavía la única fuerza aglutinante. La síntesis del dinamismo político en España no es el producto de las cualidades que enaltecen sino el fiel reflejo de la chabacanería y del atropellamiento, notas peculiares de la psicología de las clases que se han arrogado la función tutelar de la nación.

 
TERAPÉUTICA MORAL.– En nuestro país no cabe otro intento salvador que el empleo de la cura moral. Hay que crear a toda costa el ambiente social donde se fragua la ley. Cada instante es más imperativa la necesidad de ir a buscar los temas de inspiración en la vida sencilla de las aldeas. Allí, en la apacible contemplación de las tareas del aldeano, en aquel ambiente de espontaneidad en donde todo es abnegación y sacrificio, sinceridad y efusión, hallaríamos el manantial de ternura que necesitamos para bañar plácidamente el espíritu reseco de nuestra raza. Y empapándonos de las lecturas de Garcilaso y Meléndez Valdés, aprenderíamos a amar en la Naturaleza a nuestros semejantes y seríamos mejores y por lo mismo más aptos para realizar la labor propia sin acordarnos de antagonismos fratricidas. El humanismo emerge de la ecuanimidad. Para sentir los alicientes de la rectitud en el proceder, es preciso inculcar la noción de que es útil el ejercicio de un apostolado. En España, más que para afirmar la propia creencia, derrochamos esfuerzos incontables para anatematizar la labor ajena. Desechemos la crítica negativa; abramos los corazones a la esperanza y nos habremos manumitido de la esclavitud de un odio solapado que es arma de dos filos y nos hiere de rechazo. La trayectoria ha de ser más de unción que de dialéctica. El gran amor, de que habla Ellen Key, tiene más eficiencia que la lógica de todas las escuelas filosóficas. Para construir la ciudad futura, es indispensable fortalecer los vínculos de la simpatía, anudando estrechamente las homologías, y prescindiendo de las diferencias, más aparentes que reales. Aun las concepciones más opuestas, vistas con serenidad y desde un punto de mira elevado, no se repelen, antes al contrario, se complementan como facetas de un mismo prisma.

Hagámonos superiores al prurito esterilizante de achacarnos mutuamente la responsabilidad del malestar actual y trabajemos con fe, con ahínco para multiplicar los esfuerzos y aunar las iniciativas en una obra de concordia positiva como la de la cultura, que abrirá a las inteligencias nuevos, espléndidos y dilatados horizontes.

 
LA TOLERANCIA Y EL HUMANISMO.– La más elemental noción de psicología colectiva ha de inclinar nuestro ánimo en sentido afirmativo para que perseveremos en esa labor cultural, que infundirá alientos y energías a los que del cultivo del arte literario hacen un sacerdocio laico sin símbolos, dogmas ni liturgia. Pero ha de considerarse como indubitable que para que las religiones positivas dejen de influir de modo directo en los organismos de las naciones latinas precisa que el laicismo prenda y arraigue en lo íntimo y lo vivo del cuerpo social. En tanto las prácticas diarias y corrientes estén influenciadas por la indiferencia y el descreimiento, como en la actualidad, es ilusorio abrigar la más leve esperanza en el resurgir hispánico, en las múltiples variedades étnicas y las distintas modalidades lingüísticas que atesora la Península ibérica.

En todas las regiones de España perdura y, lo que es peor, predomina el atavismo romano, árabe y galo. Una dolorosa experiencia nos evidencia que la relación y el trato en nuestro país suelen ser, para el artista, para el intelectual y aun para el hacedor, un elemento más corrosivo que el ácido fluorhídrico.

A poco que se ahonde en la analítica sociológica, ha de convenirse en la veracidad de tal aserto. La razón es obvia; en España, incluso en las urbes más populosas y adelantadas, apenas se advierte alguno de los signos característicos que en nuestra época han de asignarse a los grandes núcleos de población: Londres, Berlín, Viena, París, Bruselas, Breslau, Estocolmo, &c... Carecemos de lo primordial, de aquello que imprime el sello de la modernidad: el humanismo, en su acepción genérica y comprensiva. La integración de las fuerzas sociales es un fenómeno que señala la aparición de nuevos factores en el ámbito de la concurrencia, no sólo meramente económica, sino también en las demás esferas de la actividad.

La falta de efusión cordial reveladora de la sequedad que en general denotan nuestros actos, desde los más nimios a los más transcendentales, revierte en el hacer colectivo. De ahí que en el roce diario con los filisteos el productor de ideas se vuelva un poco vulgar, aun a pesar suyo, sin darse cuenta de ello; en muchas ocasiones el escritor y el artista toman ciertos gestos de dudoso gusto, impropios de la altísima función tutelar y rectora que les compete realizar, tal vez porque se infiltran por contagio moral en su espíritu los mismos defectos y vicios que pretendieron estigmatizar.

¿Cómo alegar que lo mezquino, lo bajo y aun lo criminoso, es lo que une, lo que significa un vínculo y un lazo entre los habitantes de los países atrasados, en los cuales el tradicionalismo a ultranza ha proliferado como planta parasitaria que se nutre de los jugos de la tierra a expensas e impidiendo la florescencia de los cultivos útiles?

El caciquismo y las oligarquías imperantes sólo subsisten en los pueblos isquemiados y raquíticos, que forzosamente han de tener del presente una concepción muy endeble, la que cuadra a los organismos enfermos o provectos, que se sienten vencidos por dentro. Las circunstancias históricas, por lo aciagas, nos han deparado en estos instantes una atmósfera tan de suyo enrarecida, que ha llegado a ser irrespirable por haber adquirido una toxicidad enorme.

No obstante, no nos queda otro recurso, a cuantos aspiramos siquiera al modesto dictado de precursores, que el trabajar con asiduidad y sin desmayos para la realización de nuestros ensueños de místicos a la moderna. La lucha por la existencia en cada período de la historia reviste distintas formas, pero en lo íntimo late una aspiración única: la perfecta adecuación del individuo al medio cósmico y social. La desconfianza en sí mismo, la falta de entusiasmo en la propia obra, originan todo género de temores y acaban por sumir en la impotencia a los individuos y a los grupos étnicos.

 
LA TRANSFORMACIÓN DEL ESPÍRITU RELIGIOSO.– ¿Cómo acabar con la hipocresía, con el menguado concepto que aquí se tiene de los hombres y de las cosas? ¿Cómo libertarnos de la preocupación religiosa, en su sentido más rutinario, que cristaliza en la beatería femenina? Mientras la mujer inculque en el niño las falsas nociones del cristianismo degenerado, en que ha venido a parar nuestro catolicismo con sus fórmulas afectadas y convencionales, es completamente imposible elevar y dignificar la condición de esos millones de españoles, cuya existencia se desarrolla en el más desolador de los páramos intelectuales. Ha llegado la hora de proclamar muy alto, que en tanto se moldeen los caracteres con esa falta de espiritualidad y de humanismo que hoy priva entre nosotros, nuestra raza seguirá siendo víctima de la ignorancia y la concupiscencia. El error engendra el absurdo y mata, como es consiguiente, en flor todo género de iniciativas. No existe otro medio de corregir la insensatez colectiva, que lleva muchas veces a la vesania furiosa y al crimen, que el variar radicalmente la orientación general de la educación. Hay que modificar de raíz nuestra vida interior. Precisa por medio de la cultura renovar el espíritu de nuestro pueblo.