Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español
Tercera parte ❦ Las concepciones sociológicas contemporáneas y los problemas de la regeneración española
§ IV
Los intelectuales españoles y su función social
La evolución de las fuerzas sociales.– Las disciplinas sociológicas en España.– Escaso poder creador de los sociólogos españoles.– Causas de la falta de interés del pueblo por los problemas sociales.– La elevación de un pueblo.– Los movimientos redentores en nuestro país.– Dualidad entre la concepción y la práctica.– Convulsiones nacionales.– Errores de los prohombres.– Sin enmienda.– El enquistamiento de los intelectuales.– Deuda a cumplir.– La resignación y el sacrificio.– Sensación abrumadora.– La inadecuación.
LA EVOLUCIÓN DE LAS FUERZAS SOCIALES. Un insigne publicista norteamericano, famoso por su profundo conocimiento de la Filosofía social, Simón N. Patten, profesor de la Universidad de Pensylvania, planteó hace algunos años, con gran elevación de miras y singular sentido crítico, el problema de la integración de los distintos factores que concurren en la producción de los fenómenos biológicos del organismo colectivo, y seriando con sumo arte los acontecimientos recogidos y catalogados formuló lo que él llama la teoría de las fuerzas sociales.
Es tema preferente entre los sociólogos contemporáneos el aquilatar cuanto tiende a determinar cuáles son los elementos que principalmente intervienen en la evolución del organismo social. Para Hertzka, es indudable que esta evolución está sometida a leyes fatales; y en no pocos respectos coincide con De Greef, el autor de Las leyes sociológicas y de El transformismo social. Para Baldwin ha de considerarse como problema básico y previo a todos los demás, la necesidad de penetrar en los principios en que se apoya la Pedagogía considerándola desde un punto de vista integral. Así lo proclama de una manera categórica en su notable libro El desenvolvimiento mental en el niño y en la raza. Aquiles Loria, el célebre filósofo y economista italiano, concede mayor transcendencia al hecho económico; y en todos sus libros y especialmente en aquel que ha cimentado su reputación, titulado: Las bases económicas de la constitución social, muestra de un modo incontrovertible la importancia formidable que en la época presente reviste la cuestión de la propiedad territorial y el rendimiento del esfuerzo del obrero aplicado al cultivo de la tierra.
LAS DISCIPLINAS SOCIOLÓGICAS EN ESPAÑA.– Aunque es innegable que dentro de la Sociología existe gran variedad de escuelas y dentro de ellas un sinnúmero de diferencias substanciales y personalidades de mérito indiscutible que se distinguen por la originalidad de sus concepciones, cabe afirmar que hay una tónica común que comprende a los sociólogos más insignes, lo cual es una demostración fehaciente de que hay una orientación general que señala con exactitud los derroteros de las novísimas disciplinas sociales. A los que vivimos en un país atrasado, pobre, en donde las dificultades inherentes a la existencia social revisten un, carácter tan insólito que causa extrañeza a cuantos nos examinan desde fuera, nos es difícil y poco menos que imposible percatarnos de la intensidad de vida que en toda Europa y América se observa. Lo que llama Groppali la génesis social del fenómeno científico, apenas hay aquí quién se lo explique cumplidamente. Es cierto que en España contamos con algunos publicistas beneméritos que han trabajado con asiduidad y discreción: Pérez Pujol, Concepción Arenal, D. Francisco Giner, Sales y Ferré, Azcárate, Posada, Buylla, Dorado Montero, Valentí Vivó, Salillas, Sanz Escartín, Bernaldo de Quirós, Romera Navarro, y algunos otros, han demostrado excelentes cualidades, cultura, buen sentido y entusiasmo a ratos. Nadie tiene derecho a regatearles elogios y todo género de consideraciones, pues tan ilustres escritores son dignos de aplauso, no tanto por el resultado de su hacer, como por la generosidad de espíritu que, en general, es nota culminante de sus obras.
Lo que se echa de menos en casi todos ellos, hecha excepción de Dorado y Valentí Vivó, es la audacia y la continuidad del esfuerzo. Acaso por no haber acertado a librarse de esta tendencia que les ha llevado, muy a pesar suyo, al mariposeo, no han llegado a tener aquella eficiencia que por su fuerza psíquica, por su honradez y por su laboriosidad merecían. Me parece indudable que se dejaron llevar más de lo que convenía por el inmoderado propósito de que su acción resultase comprensiva y armónica. Tal vez lo consiguieron. No lo sé. Y aunque lo supiera, quizás no me atrevería a afirmarlo. Es más; creo que no tiene gran importancia el averiguarlo. Lo que reputo como un error manifiesto es que Giner, Azcárate, Sales y Ferré, Posada y Buylla no hayan hecho otra cosa que asomarse a distintas disciplinas que, aun cuando en el fondo guarden cierta relación, exigen de quien las cultiva no sólo una preparación intensa, sino también gran perseverancia en el trabajo de investigación, de rebusca y comprobación de los datos.
ESCASO PODER CREADOR DE LOS SOCIÓLOGOS ESPAÑOLES.– Para explicarse la sequedad y la aridez de nuestros sociólogos, sería preciso recurrir a la psicología del carácter, que tan admirablemente han explorado Hartenberg, Paulhan, Malapert, Queyrat y otros. Nuestros sociólogos más insignes, la docena antes citada, apenas han alcanzado una mediana popularidad, no ya entre el gran público, sino ni siquiera entre los profesionales del foro, la judicatura, el notariado, &c. Es, por desdicha, exacto que en España el trabajo intelectual no sólo no honra ni da un regular provecho, sino que únicamente se le concede por la generalidad de las gentes un menguado valor social. Pero no se ha de culpar sólo al gran público de esa falta de interés que por doquiera se advierte; pues es evidente que si hubiéramos de achacarla a alguien habría de ser precisamente a los mismos publicistas antes citados, a quienes incumbía la misión ineludible de tonificar y estimular la receptividad de nuestro público, ofreciéndole los productos de su cerebración. Si algo hay en España paupérrimo, es la absoluta carencia de poder creador, en cuanto atañe a la Filosofía biológica, la Economía, la Lingüística, la Ética, la Psiquiatría, la Antropología general y criminal, la Psicología colectiva, la Intrahistoria y la Sociología.
Estudiando con detenimiento, haciendo algo más de lo que aquí de ordinario suele hacerse, que se reduce a hojear los catálogos de prisa y a leer por encima alguna que otra nota bibliográfica, se adquiere la convicción íntima de que aun los pseudoenterados que más presumen no han pasado de los límites de una curiosidad cortical, frívola, sin más propósito que el de epatar en las conversaciones de las tertulias ateneístas. Esta curiosidad es casi siempre puramente externa, y en algunos casos más bien reviste una cierta malignidad, pues peca de indiscreta, cuando no de malévola. En cambio el ansia de saber, que constituye la curiosidad fecunda y más tarde se convierte en verdadera pasión, es entre nosotros rarísima. Este tema aparece amplia y luminosamente desarrollado en el libro de Queyrat La curiosité.
CAUSAS DE LA FALTA DE INTERÉS DEL PUEBLO POR LOS PROBLEMAS SOCIALES.– En España, salvo algunos casos aislados, puede afirmarse que la inquietud, la fiebre espiritual, apenas existe en germen. El deseo de adquirir nuevas nociones que aguijoneen y multipliquen la vocación intelectual, dándole vastos horizontes, todavía no ha surgido. ¿Será porque los cultivadores de las disciplinas sociológicas no acertaron a valerse del arte literario para vestir sus concepciones intrincadas y complejísimas, haciéndolas así asequibles a un mayor número de lectores? ¿O tal vez porque la prensa de gran circulación no ha sido aquí, como en Francia, Italia y Bélgica, el vehículo adecuado para difundir en forma amena las lucubraciones de los sociólogos? Porque si no es por una cosa ni por otra, habremos de atribuir las lagunas que en nuestro psiquismo se observan a incapacidad en el genio de la raza, lo que sería sencillamente gravísimo.
LA ELEVACIÓN DE UN PUEBLO.– No puede sostenerse en serio, después de las investigaciones realizadas por los grandes antropólogos europeos y norteamericanos, la tesis de que existen razas inferiores. No se trata de un problema de superioridad o inferioridad desde el punto de vista étnico. El problema se ha de plantear en otros términos, circunscribiéndolo a la esfera de la psicología colectiva y de la educación cívica. La situación actual de España es pura y exclusivamente una cuestión que habrá de resolverse refiriéndola a la cultura en sus distintos aspectos.
Nuestra hermana Italia es un ejemplo redivivo de la inmensa potencialidad de la proyección y la eficiencia en el orden mental. En menos de cincuenta años, aquella península ha sufrido una trasformación extraordinaria. Su florecimiento en los momentos actuales es prodigioso y superior a cuanto puede imaginarse. Bastó que un núcleo de sabios esforzados se propusiera elevar el nivel intelectual de las clases sociales directoras y burguesas, para que luego, y casi simultáneamente, apareciese en la patria de Leopardi un grupo de luchadores audaces y entusiastas que echaran sobre sus hombros la pesada carga de fundar la democracia social, el partido socialista, que ha sido el mayor propulsor para hacer llegar las concepciones del Arte, las conquistas de la Ciencia y los productos de la Civilización a las últimas capas de las masas proletarias de la ciudad y del campo.
LOS MOVIMIENTOS REDENTORES EN NUESTRO PAÍS.– Fijemos, en cambio, por un momento la atención y examinemos grosso modo el dinamismo de la vida social española. ¿Qué movimiento de expansión del espíritu colectivo se ha generado aquí desde 1868 hasta la fecha, fuera de alguna sacudida puramente esporádica, como la de Julio de 1909? ¿Qué iniciativas innovadoras han plasmado, encarnando en la conciencia del pueblo? ¿Cuáles son los hombres que han sentido hondamente las palpitaciones de la muchedumbre de las urbes? ¿Quién ha tenido alientos y audacia para emprender la obra magna de conquistar para la santa causa del progreso a los miseros aldeanos que aun son una supervivencia medioeval? ¿Dónde está, en fin, el leader de las reivindicaciones del cuarto estado?
Es forzoso reconocer que los intelectuales, aquellos que ocupan lugares preeminentes en el Profesorado, en el Parlamento, en la Prensa y en los organismos todos del Estado, han hecho muy poco para contribuir al aprovechamiento de las fuerzas latentes en el cuerpo nacional. Es más; diríase que con su silencio y su falta de arrogancia han contribuido al amodorramiento de la opinión pública, ni más ni menos que si se hubieran confabulado con las oligarquías que vinculan el poder.
DUALIDAD ENTRE LA CONCEPCIÓN Y LA PRÁCTICA. Leyendo entre líneas, cuando se trata de penetrar en la substancia de la producción intelectual española, de los libros y de los discursos, aun en los escritos o pronunciados por los hombres que han conquistado fama de radicales y de francos enemigos del statu quo, se experimenta una desilusión y es forzoso llamarse a engaño. Y esto es así porque se adquiere la evidencia tristísima de que los autores de las pretendidas obras demoledoras distan mucho de vivir las doctrinas que dicen sustentar. Hay una dualidad entre su pensamiento y la acción que realizan para que aquél se imponga y triunfe. Por eso, en tanto no aparezca en España un hombre capaz de arrostrar las iras de los bienhallados, es ilusorio abrigar la esperanza de que haya, hoy por hoy, quién redima a nuestro país. Falta el forjador de pueblos a que se refirió tan elocuentemente el gran Costa. Mientras no haya un núcleo de personalidades doctas que preparen el ambiente para que de él surja nuestro redentor, perderemos el tiempo lastimosamente. Preciso es, pues, que nuestros intelectuales se decidan a ser hombres de acción, porque cuando en un país como el nuestro hay tantos millones de analfabetos y de huérfanos de cultura, resulta un sarcasmo no aplicarse a una labor más altruista que la de monopolizar el goce que el cultivo de la mente produce a los que han tenido la fortuna de contar con elementos bastantes para desenvolver su individualidad. Es inaplazable salir del gabinete de estudio para ir a la tribuna y al mitin. Los dones de la intelectualidad tampoco pueden detentarse. Hoy, que se niega el derecho a la posesión de la tierra, más se ha de negar el del usufructo de la Ciencia, el Arte, la Filosofía y la Civilización. Se impone la socialización de los goces que el saber ofrece, para que sean, como es debido, patrimonio de todos.
CONVULSIONES NACIONALES.– Según hemos visto en la primera parte, el pueblo español ha tenido el raro privilegio, que nadie osará discutirle, de haber dado a todas. sus luchas un carácter de encono y de inexorabilidad, único en la Historia contemporánea. De ordinario, las campañas de los partidos políticos no han tenido de tales más que una mera apariencia. En el fondo se ha debatido siempre una cuestión de caudillaje. El fulanismo, infiltrado hasta en los últimos intersticios del alma española, ha anulado por completo todo motivo generador de la actividad de los grupos que componen el organismo colectivo. Hemos tenido la infausta suerte de subordinar lo primordial a lo secundario, y, como es consiguiente, hemos falseado y trastocado el orden de las cosas.
Es sensible que las circunstancias excepcionales por que viene atravesando el cuerpo nacional hayan producido una serie de repulsiones y explosiones que han entorpecido la marcha del país en un sentido franco y abierto hacia la vigorización espiritual del pueblo. Por la observación escueta de los acontecimientos de todo orden, se adquiere el convencimiento pleno de que en nuestra patria ha habido una falta casi absoluta de dirección, de tutela y que, por lo tanto, hemos perdido una enorme suma de energías en contiendas estériles. Hasta hace poco más de una década, eran contados los oradores y publicistas políticos que se habían dado cuenta de la situación real de España. Fue preciso que se perdieran las colonias para que algunos, muy pocos, escritores prestigiosos, iniciaran una labor de crítica dura y acerba en contra de los hombres que en el «año terrible» de nuestra caída usufructuaban el poder. A los pocos meses, se extendió y aun generalizó la tendencia negativa de los escritores políticos que comentaban a diario el sinnúmero de libros y folletos que salían de las prensas impregnados de tristeza y pesimismo, de estupor y desconfianza.
ERRORES DE LOS PROHOMBRES.– No hay otro caso en la Historia contemporánea semejante al del fenómeno psicológico operado en nuestro país desde 1898 a 1902. Durante más de un lustro, la mayoría de los escritores y publicistas de renombre se consagró a la tarea abrumadora y torturante de disecar el cuerpo nacional. Pero ahora, que nos es dable examinar con más detenimiento, y, por lo mismo, con una mayor serenidad, las causas determinantes del desastre, podemos afirmar que cuantos escribieron a raíz del tratado de París fueron víctimas de una corriente avasalladora que les arrastró, haciéndoles incurrir en errores de bulto. Es, sin embargo, disculpable que espíritus cultivados a medias se dejasen llevar por la natural impetuosidad del temperamento meridional; y, además, es sabido que en España son muy pocos los políticos y los escritores que antes de formular sus juicios estudien las cuestiones y tengan una noción exacta de la entraña de las mismas. No es extraño que en aquellos momentos de estupor hubiera pocos intelectos fuertes, con suficiente potencialidad para inhibirse de la sugestión colectiva, cuando ni de ella lograron librarse insignes personalidades que, por su gran cultura, habían previsto que no estábamos en condiciones para lanzarnos a una empresa tan desatentada y desigual como la guerra con los Estados Unidos.
Entre los intelectuales españoles ocurre lo mismo que en todas las esferas de nuestra vida social: que salvo diez o doce excepciones, todo el mundo se pliega y cede, sin oponer la menor resistencia, a lo que en otro lugar he llamado «el imperio de la frase». Aunque resulte un tanto depresivo para las arrogancias del genio español contemporáneo, hemos de convenir en que sería pueril ocultar que aquí no queda ni siquiera un resto de las cualidades de civismo que en épocas ya lejanas inmortalizaron a aquellos hombres que tuvieron valor moral suficiente para resistir a pie firme, sin retroceder un paso, las oscilaciones, los cambios bruscos de la opinión pública.
SIN ENMIENDA.– Así como en Alemania y Francia, después de sus derrotas y una vez libertadas de los efectos que la adversidad produce, surgió inmediatamente un núcleo de espíritus vigorosos y acometedores que procuraron con sus actos buscar un ideal que aunase los esfuerzos de todos los elementos sanos que había salvado del naufragio la integridad de su energía intelectual, en España no ha habido nadie que se preocupara seriamente de encauzar las dispersas fuerzas sociales, dándoles una tónica común y disponiéndolas para una acción definida y concreta. Apena hondamente pensar en que la gran cantidad de tiempo que hemos malgastado en lamentaciones y plañidos la hubiéramos podido invertir en una tarea provechosa de reconstitución. Pero aun indigna más el hecho de que varios escritores de mérito indudable y que gozaban de suficiente predicamento para ser los propulsores de un resurgimiento vigoroso y total del pensamiento y de la acción de este pueblo, se enfrascaran en disquisiciones más o menos históricas y en escarceos puramente retóricos que a nada práctico o inmediato podían conducir.
EL ENQUISTAMIENTO DE LOS INTELECTUALES.– Aquellos intelectuales que por la envidiable reputación que habían conquistado, por haberles sonreído la fortuna y ocupar altos puestos en la Universidad, en el Parlamento, en la Prensa y en algunas Corporaciones populares, gozaban del respeto y la consideración de las llamadas clases directoras, no hicieron ni el más pequeño esfuerzo para colocarse al frente del movimiento que hubiera promovido la restauración del imperio de la sinceridad, despertando a la vida a los distintos factores que integran la nación.
Ahora que la acción sedante del tiempo parece que va atenuando los efectos del desastre, permitiendo analizar de una manera más reflexiva y concienzuda la misión que incumbía a los intelectuales y a los doctos, se convence el investigador de que no sólo faltó a éstos verdadero espíritu de sacrificio, sino también arranque para lanzarse con alma y vida –olvidándose un poco de sí mismos y no rehuyendo el papel que les estaba implícitamente reservado– a romper la urdimbre de prejuicios y preocupaciones que impedían al pueblo libertarse del confinamiento y de la molicie. De lo cual se desprende que, si no por comisión, pues la mayoría no tuvo intervención ninguna en la obra funesta realizada por los políticos y los gobernantes, por omisión han sido reos del grave pecado de haber colaborado en la resultante negativa y atrofiante de la oligarquía que viene vinculando el poder.
Ha de convenirse que en España la Psicología colectiva nos da la clave y la medida aproximada de la escasa, por no decir nula, intensidad de vida inherente a nuestro carácter arisco, huraño e irreductible, por lo cual se comprende esa hostilidad constante a todo hábito de suave comunión. La desarmonía nos hace zafios y personalistas, y por esto el movimiento centrífugo se advierte en todos los ámbitos, privando de una manera exclusiva. De ahí los acentos de acritud y virulencia subsiguientes a la profunda lesión que padece el cuerpo nacional y que han contribuido a fraguar la realidad histórica presente, enemiga irreconciliable de todo advenimiento que signifique la conjunción del pensamiento y la acción colectiva. La formulación apriorística, unida a la exaltación ingénita que nos hace víctimas propiciatorias de una vehemencia mal disimulada, nos ha herido en lo más vivo de nuestro psiquismo. Las impulsiones violentas, la exacerbación pasional, en las más de las ocasiones, contraria e impide el desenvolvimiento gradual y sucesivo de la vida interior de los espíritus. La carcoma que va lentamente contaminando el organismo colectivo, es uno de los fermentos que desvían y perturban el desarrollo de la mentalidad y acaban por destruir todo germen renovador y fecundo.
DEUDA A CUMPLIR.– La gran mayoría de nuestros intelectuales tiene, de antiguo, contraída una deuda con los únicos elementos activos del país –los intuitivos– que suplen con sana intención el conocimiento científico de las fuerzas sociales. La misión transcendentalísima de aportar el esfuerzo personal, la colaboración, a la obra ímproba que debieran realizar para promover y afianzar el desenvolvimiento de la acción social en el seno de la nacionalidad, tan sólo se llevó a cabo, fragmentaria y corticalmente, como se dijo antes. El influjo asolador de la impetuosidad desbordada; la ausencia de disciplina colectiva; la resistencia pasiva, tenaz, y el aislamiento con respecto a los demás países de Europa en que hemos permanecido, han contrariado todas las tentativas para infundir en las clases directoras una corriente de simpatía que despertara el interés hacia el procomún. El encastillamiento en que malviven todas las clases sociales, excepto el pueblo, ha sido la causa principalísima de que se malograran infinidad de iniciativas laudables. Aquí no se concibe más que por excepción el que los individuos pospongan los gustos, los caprichos y las nimiedades al ideal superior que la convivencia impone.
LA RESIGNACIÓN Y EL SACRIFICIO.– Aunque el hecho parezca paradójico, mirado superficialmente, es indudable que en el pueblo español, a pesar de la resignación que los secuaces de Roma han predicado durante muchos siglos, jamás la moral del sacrificio ha logrado hacer prosélitos. La verdad de este aserto nos la ofrece de una manera patente e indudable el análisis de la intrahistoria y la psicología colectiva. Para convencerse de que nuestro pueblo ha sido y es un ejemplo redivivo del «quiero y no puedo», basta observar las muestras fehacientes de la disociación constante entre el propósito y el resultado obtenido. Dondequiera que el explorador dirija la investigación, no hallará más que pruebas negativas que confirmen la incapacidad notoria de nuestro pueblo para adueñarse las conquistas de la civilización. La disconformidad, la división y el atomismo son plantas parasitarias que florecen en España con sin igual pujanza. Por esto de día en día la situación se hace más intolerable, triste y agobiante. La negación perpetua, perenne, surge a la superficie como un imperativo torturante desde lo más recóndito de la subconciencia.
SENSACIÓN ABRUMADORA.– Al examinar cualesquiera de los múltiples aspectos de la existencia del pueblo español, se experimenta una sensación de agudo sufrimiento y una impresión de honda pena abate el ánimo más indómito. Un intenso frío se siente en el corazón, e invaden el alma las negras sombras de una noche eterna. Es un espectáculo siniestro el que se cierne ante los ojos de cuantos ansían penetrar en lo más laberíntico de la contextura de nuestro pueblo. Todos los signos concuerdan para mostrarnos por modo evidentísimo que el alma popular está enervada, sumida en un quietismo aterrador. Para un espíritu anhelante, viajar por la Península es realmente lo más sombrío que darse pueda. Nos hallamos siempre ante un museo de ruinas monumentales. Estaba en lo justo el ilustre Macías Picavea, al decir en su libro El problema nacional, que éste es un país de escombros. Todo aquí es deprimente y anonadador. Barbarie, silencio y desolación: esto es lo que queda de nuestro pasado aventurero y glorioso. El pordioseo ambulante de nuestras ciudades, aun las más modernizadas, nos recuerda a cada momento el espíritu mendicante de nuestra raza. La pobretería que llevamos inoculada se manifiesta a cada paso en forma de horda trashumante. Aquí tienen su asiento y son casi los puntales de la sociedad, el desaseo y el abandono.
¡Cómo extrañarse de que procedamos de ordinario por saltos! Los relampagueos de una civilización meramente decorativa que, deslumbrando, ciegan para luego sumirnos en la lobreguez de las tinieblas, proclaman a voz en grito la incapacidad para la organización y señalan que toda nuestra vida nacional es un tejido de errores y de equivocaciones ya irremediables, y que está connaturalizado con nuestra idiosincrasia un defecto que tiene profundas raíces y cuyo origen es antiquísimo. Para inducir sus causas sería preciso remontarnos a épocas muy remotas. La estratificación del carácter y la marcada tendencia a desoír los clamores de los oprimidos y no atemperarse a lo que las circunstancias exigen y demandan, ponen de manifiesto la predisposición, ingénita tal vez, a no percatarse de las razones de lugar y tiempo, que son las verdaderamente rectoras y directrices del hacer en todos los pueblos europeos contemporáneos.
LA INADECUACIÓN.– Fatalmente la herencia psicológica y la inclinación al confinamiento han hecho que, por desdicha, propendamos a la inadecuación. No tenemos, pues, derecho a llamarnos a engaño cuando el fracaso corona nuestra obra. Las impulsiones imaginativas usurpan el lugar que debieran ocupar los motivos reales. La conformidad incomprensible que nos lleva a fiarnos de. las contingencias del porvenir, considerándolas como hechos ya realizados; los ensueños difusos y vagos, nos han tornado ilusionistas. La fantasía dislocada y necia ha exaltado la fe en el absurdo. Aun las mismas gentes cultas fían en muchas ocasiones el triunfo al hado y a la suerte. Por esto es tan enorme la indiferencia que ha invadido a altos y bajos, ricos y pobres. El desaliento, el escepticismo y el desengaño son defectos tan generalizados, que es muy difícil poseer energía suficiente para substraerse a ellos. La herencia del absolutismo teocrático agostó en flor todo propósito de rebeldía.
Para quien haya estudiado con detenimiento las leyes de la evolución social, de que habla el eminente sociólogo Hertzka, no pueden ser un enigma la pusilanimidad, la timidez y la indecisión que revela la producción intelectual y literaria de antes y de ahora. La mentalidad de nuestros hombres insignes, Galdós, Menéndez Pelayo, Cajal, Olóriz, Altamira, Unamuno, está en ocasiones influenciada por los mismos defectos que caracterizan la vida colectiva de España. Y, lo que es peor, aquella pléyade de jóvenes que hace quince años parecía que iban derechamente a acabar con los convencionalismos: Azorín, Eduardo Marquina, Dionisio Pérez, Manuel Bueno, Baldomero Argente, y otros de menos personalidad, tampoco han empleado la piqueta y hoy son tan burgueses, irresolutos y bienhallados como sus predecesores los Burell, Canals, Zahonero, Comenge, Morote, &c.
Si la generación actual no se halla más bien preparada para acometer la obra ímproba de ejercer el apostolado de las almas, infundiendo a las gentes mayor confianza en los destinos de este pueblo, será llegado el momento de pensar en la expatriación. Por fortuna, aun cabe esperar que algunos espíritus abnegados, como Maeztu, Eloy L. André, J. Besteiro, J. Antich, Álvaro de Albornoz, Gabriel Alomar, Ortega Gasset, Verdes Montenegro, Luis Araquistain, Marcelino Domingo, y algunos más, arrostren los rigores de este medio corrompido y deletéreo y sepan imponerse. A ellos les incumbe la misión altísima de dignificar al pueblo, elevando su condición de paria, y darle un ideal dinámico de verdad.