Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español
Cuarta parte ❦ Hacia el resurgimiento
§ III
El feminismo
Sus avances.– Movimiento universal.– La simultaneidad de los fenómenos sociales.– El psiquismo de la mujer.– Correlación de lo físico y lo psíquico.– Influencia de la educación en el modo de ser actual de la mujer.– Reformas indispensables para el triunfo del feminismo.– El ideal en la muchedumbre femenina.– Dos problemas del siglo XX.
SUS AVANCES.– El movimiento feminista va adquiriendo actualmente una extensión tan vasta, que hace un cuarto de siglo muy contados sociólogos columbraron, y aun los más audaces en sus conjeturas, no sospecharon el enorme energetismo que, desde los comienzos, revelaron las aspiraciones de reivindicación que eran comunes a las distintas modalidades del feminismo. Cualquier espíritu inquieto, aficionado a observar au jour le jour, las múltiples y distintas manifestaciones que, por dondequiera, se ofrecen al indagador avezado a seguir las corrientes del pensamiento contemporáneo, habrá de reconocer noblemente que, jamás en la evolución de las creencias y las doctrinas, se ha ofrecido el caso inusitado de una concepción teorética, que en menos de treinta años haya entrado tan en lo profundo del cuerpo social, como el feminismo. Un ilustre publicista, Louis Frank, sostiene con sin igual gallardía que en la historia de la civilización occidental no se puede hallar rastro ni vestigio de una revolución pacífica que se haya llevado a término con tanta rapidez y por modo tan completo.
Aun cuando, dado el atraso en que nosotros vivimos y la situación anómala de nuestro país, la afirmación del sociólogo francés se nos habrá de antojar exagerada, o por lo menos, la generalidad de las gentes pseudoilustradas, la acogerán con una sonrisa malévola, reflejo de la poquedad de espíritu que en la hora presente caracteriza el genio de la raza hispana, es exacta. Y, sin embargo, basta hojear cualquiera de las publicaciones que se editan en los grandes centros de población como París, Viena, Berlín, y también en algunos de la misma densidad que Barcelona o Madrid, como Bruselas, Lyon, Ginebra, Milán, &c., para convencerse de la transcendencia y del alcance que revisten los fenómenos sociológicos a que ha dado lugar el feminismo. A diario se registran en las columnas de los periódicos de mayor circulación y reputados como imparciales y sesudos, un cúmulo de acontecimientos que evidencian por manera inconcusa que la emancipación femenina ha dejado de ser un postulado meramente ideológico, producto de las imaginaciones exaltadas y calenturientas, al trocarse y devenir en hechos; de suerte que la liberación de la mujer ha adquirido los genuinos caracteres de un problema sociológico de capitalísima importancia. El feminismo es, pues, un factor indispensable y con el cual debe contarse para afianzar el sucesivo e incesante desenvolvimiento de las doctrinas igualitarias que encarnan en las conquistas de la democracia socialista universal.
No obstante, nada puede considerarse en la sociología como obra cristalizada y por lo mismo definitiva, teniendo en cuenta que nos hallamos tan sólo en los primordios, y que todas cuantas ventajas se han venido obteniendo del poder, de las clases directoras y de la burguesía son una mínima parte, comparada con lo que los espíritus acometedores y audaces se proponen conseguir para el proletariado desvalido. En la organización social del porvenir habrán de transformarse y aun desaparecer la mayoría de las instituciones sociales: tradiciones, usos, prejuicios, costumbres y hábitos. Las normas establecidas y las leyes vigentes dejarán el lugar y serán substituidas por una nueva constitución social en que los sexos habrán llegado a la igualdad o equivalencia. El valor moral de los actos individuales será muy otro, porque al acentuarse cada instante más la personalidad, la individuación en sí misma y al anegarse en el todo, la noción de las sanciones externas, coercitivas y expiatorias, desaparecerán para siempre y con ellas las ideas punitivas y vengadoras.
Sólo para los seres automáticos, los hombres máquinas y los caracteres deprimidos, puede pasar inadvertida la honda transformación social que se opera con incontestable precisión y evidente unidad y que se extiende hasta los más apartados confines del globo.
MOVIMIENTO UNIVERSAL.– La tutela de un sexo respecto del otro, tan antigua como el mundo, que colocaba la mujer bajo la autoridad perpetua de sus convecinos, ha sido abolida en todas partes menos en la India y en la China. La mujer, considerada como mujer, ha logrado alcanzar la libertad y la independencia. Los privilegios de la masculinidad han, por fortuna, desaparecido de la esfera jurídica. Las hembras adquieren los mismos derechos que los varones en la participación de las sucesiones. La poligamia se ha extinguido. Los judíos han debido renunciar a practicarla, al propio tiempo que sus mujeres se resistían a dejarse cortar o esconder la cabellera. Las mujeres de las regiones orientales, convencidas de su triste condición, se revolucionan resueltamente en contra del encierro y la ignorancia del harem; abrigan la pretensión legítima de mostrar sus rostros en público, y llegan asimismo, como en Persia, a reivindicar los derechos políticos, protestando contra la obligación que les es impuesta todavía de aparecer en sociedad con la cara cubierta por tupido velo.
Por otro lado, en China, la misma emperatriz, haciendo uso de los poderes soberanos que le competen, se esforzó por abolir la bárbara costumbre de deformar los pies de las niñas. Al mismo tiempo, se han fundado en China dos colegios de señoritas, y las escolares de raza amarilla se trasladan al Japón y a Norte América para disputar a sus hermanos los laureles de la ciencia en las aulas universitarias.
En los Estados Unidos, verdadera tierra de promisión, en donde las innovaciones más inauditas hallan siempre fácil acogida y ambiente adecuado para prosperar todo género de iniciativas, se está elaborando un nuevo derecho de familia, que tiene ya realidad y viene a ser la antítesis de la arcaica concepción del derecho romano, que aún perdura, con ligeras modificaciones, en las más adelantadas naciones europeas. Pero cabe presumir que no trascurrirán muchos días sin que irradien y transciendan al viejo continente esas instituciones renovadas, que también han empezado a implantarse en las colonias de Australia, con excelentes resultados. No se trata de lucubraciones de teorizante a ultranza, sino de útiles y provechosos ensayos contrastados por el realismo de la experimentación. Los rancios prejuicios del derecho canónico, con su secuela de intolerables prohibiciones, que constituyen irritantes injusticias, que el Código napoleónico continuó para agravarlas todavía más, están no sólo desacreditadas, sino en vergonzosa derrota, y condenadas irremediablemente, porque pugnan con la conciencia social de nuestro tiempo creada por las concreciones del laicismo integral.
LA SIMULTANEIDAD DE LOS FENÓMENOS SOCIALES.– Ha de reputarse como principio ético incontrovertible que en el siglo XX se introducirán reformas radicales y profundas en las leyes del matrimonio. El cosmopolitismo va lentamente socavando los cimientos en que se asienta el régimen actual caduco y sin más norma rectora que la desconfianza y el recelo, pésimos consejeros de la conducta individual y fermento disolvente para el perfeccionamiento colectivo.
La correlación entre los diversos fenómenos sociales se evidencia con cualquier motivo y en repetidas ocasiones. Por poco que se ahonde en la investigación, obsérvase el nexo existente en la dinámica comparativa de las sociedades. Y de ahí que el proceso genético inherente a todo ser vivo, esté sometido al realismo de las leyes biosociales, cuyo cumplimiento es fácil. ¿A qué responde, pues, ese prurito casi peculiar de la raza latina, y singularmente de los españoles, que consiste en repudiar, por modo sistemático, todos los intentos de renovación de los organismos colectivos y las tentativas de reforma y reconstitución de las instituciones jurídicas y los preceptos contenidos en la legislación?
La más somera observación responde con la elocuencia insuperable del dato y la cifra; nuestro quietismo es un producto de la atonía muscular y de la sobreexcitación nerviosa, que padecen los individuos que viven en malas condiciones, contrariados y sin darse muchas veces cuenta exacta de las concausas que generan el malestar y la tristeza íntimos, que los incapacitan para triunfar en las luchas por la existencia en nuestros días.
El descontento, cuando no se ha hecho plenamente consciente, acaso sea uno de los elementos más corrosivos del bienestar de los pueblos, y, a la postre, el determinante de su disolución y muerte. La inquietud –aun llegando los individuos a vivir en constante hipocresía– es fuente inextinguible de labores intensivos, y, por lo tanto, de infuturación, pero en cambio el desvío sistemático para la acción, derivado de la carencia de ideal, fomenta la pereza, origina el crimen colectivo y acaba por abatir indefectiblemente la potencia de las razas.
Las aspiraciones feministas han de considerarse como un estímulo y acicate, y en los países donde más pujanza han adquirido coadyuvan poderosamente a restaurar las energías latentes en los organismos nacionales sin excepción. La liberación femenina tan admirablemente estudiada por Novicow, es una cuestión palpitante, que preocupa a los grandes pensadores contemporáneos, y merece que la estudiemos con más detenimiento y cariño del que hasta ahora le han consagrado nuestros publicistas de más fama.
EL PSIQUISMO DE LA MUJER.– La doctora en Medicina e ilustre escritora francesa, madame Magdalena Pelletier, publicó hace algún tiempo, en La Revue Socialiste, un concienzudo estudio, del que todavía resulta oportuno hablar, ya que no ha perdido interés, porque su asunto es de aquellos cuya actualidad perdura y casi pudiera decirse que es permanente. Al igual que el ginecólogo y publicista italiano Alejandro Roster, y el pedagogo y filósofo francés H. Marion, Magdalena Pelletier sostiene con brillantez la tesis de que la mujer no es, fisiológica ni psicológicamente, inferior al hombre.
Después de poner de manifiesto que las consideraciones guardadas a la mujer han de reputarse como el mejor y más preciso indicio del nivel de civilización que ha alcanzado un país, y de revelar también que la misma ley se aplica con igual criterio en las distintas clases de la sociedad, madame Pelletier dice haber comprobado en cien ocasiones que la mujer, aun entre los elementos sociales acomodados y pudientes, si bien es objeto de algunas distinciones, más aparentes que reales, no por ello deja de ser víctima del prejuicio, muy arraigado dondequiera que sea, de su inferioridad material y moral. Este concepto hállase tan extendido, que puede decirse que muy pocas veces se encuentra un solo núcleo social en que no predomine ese cúmulo de preocupaciones que tienen completamente soterrada el alma femenina. Y añade la escritora, con la percepción certera de quien ha enfocado el problema desde diversos puntos de mira, que incluso no pocos intelectuales y hombres de estudio han sustentado doctrinas filosóficas y científicas hostiles a la concepción doctrinal que sostiene la igualdad o equivalencia de los valores morales aplicados a ambos sexos.
CORRELACIÓN DE LO FÍSICO Y LO PSÍQUICO.– Ahora bien –prosigue la articulista–; si es cierto que la mujer, por su musculatura y por su conformación esquelética, presenta indiscutibles caracteres de inferioridad, no lo es menos que estos caracteres constituyen científicamente la prueba de una evolución que llegó a mayor grado de avance. Examinando la cuestión en su aspecto intelectual, madame Pelletier afirma que jamás los adversarios de la equiparación de los sexos han aportado datos verídicos que demostraran que la mujer posee menor capacidad mental que el hombre para el estudio de las disciplinas científicas, o menos aptitud para el aprendizaje de los oficios. Y con razón señala la distinguida escritora, que nunca se adujeron argumentos sólidos que evidenciasen las aserciones de los teorizantes enemigos del despertar femenino, y que para defender éstos sus teorías se expresaron con vaguedad, y partiendo de meros supuestos, pudiera añadirse.
INFLUENCIA DE LA EDUCACIÓN EN EL MODO DE SER ACTUAL DE LA MUJER.– Acaso cabría sostener con más fundamento –agrega madame Pelletier–, que en la mujer son inferiores la intencionalidad y el sentido moral. A este propósito hace observar que mientras el hombre se acostumbra desde los primeros años a la idea de que habrá de tomar parte activa en los combates inherentes a la existencia, y deberá asimismo bastarse a satisfacer sus propias exigencias, la educación femenina, por el contrario, va toda ella dirigida a imbuir a la mujer que debe renunciar a la independencia para tener la protección del hombre, que es quien ha de proveer a todas sus necesidades.
Consecuencia de esta educación, que concentra toda la atención de la mujer en el deseo de hallar la protección masculina, es el hábito, demasiado frecuente, de mentir, que nos demuestra –dice la articulista– la inferioridad congénita de las mujeres, en cuanto atañe al sentido moral. Puede, pues, inducirse que el disimulo, la mentira y el engaño constituyen para la mujer armas que esgrimir, desde el punto de vista en que la colocan las circunstancias, en la lucha por la existencia, para llegar a aquel único objetivo que la sociedad le señala: el matrimonio.
EL IDEAL EN LA MUCHEDUMBRE FEMENINA.– Sufre, sin embargo, un grave error madame Pelletier, al afirmar luego que las mujeres no comprenden sus intereses cuando contribuyen con su entusiasmo, en algunas naciones, al triunfo de los ideales socialistas. La condición de las mujeres del proletariado –escribe al terminar su artículo– será andando el tiempo, por razones de ambiente, considerablemente inferior, y el advenimiento del cuarto estado al Poder generalizará para todas las mujeres semejante inferioridad, ya que también las mejores intenciones de los núcleos intelectuales del Socialismo serán sofocadas por la presión contraria de la muchedumbre.
Al formular la ilustre publicista este juicio, parte de un mero supuesto. De suerte que, a la conclusión de su artículo, por tantos conceptos notable y bien razonado, no se le puede asignar más valor que aquel que en el orden de las ideas alcanza lo que se considera como una hipótesis. De tal ha de ser calificada la rotunda afirmación que emite madame Pelletier, con más ingenio que rigor lógico, dadas las premisas de que partió para redactar su artículo, pues es notorio que mientras priven las prohibiciones impuestas a la mujer en la actual organización social, es ilusorio abrigar la menor esperanza de redención.
REFORMAS INDISPENSABLES PARA EL TRIUNFO DEL FEMINISMO.– Continuando el imperio ciego de la fuerza en todos los órdenes de la sociedad y en tanto los prestigios individuales no hallen su base de sustentación en un régimen igualitario, es imposible pensar en encontrar soluciones al problema femenino. La nivelación de los sexos exige una transformación hondísima y total, en lo económico y en lo jurídico. Sin una previa reconstitución del organismo familiar, fracasarían todos los intentos por que suspira madame Pelletier. El reformismo ahora de moda, incoloro y difuminado, carece de elementos y de la cualidad indispensable en toda obra sociológica: el impulso incontrastable para revolucionar el hogar y el matrimonio, impulso que ha de surgir de lo íntimo de la subconsciencia colectiva.
En el feminismo existen problemas diversos y complejos, que con lentitud se van planteando parcialmente. ¿Quién puede dudar que hay una cuestión social femenina en no pocos respectos semejante a la del hombre? ¿Sería, pues, posible enfocar la serie de subcuestiones que aparecen en cuanto se trata de investigar a fondo el problema de la mujer, en cualquiera de los múltiples aspectos en que cabe estudiarlo, y acerca de cada uno de los cuales es preciso considerarlo, para luego, reuniéndolos en una síntesis, elaborar la concepción general? Dentro del medio moral en que vivimos, y dados los escasos recursos que para la lucha posee actualmente la mujer en todas las capas sociales, no es posible plantear más que muy en principio las reivindicaciones feministas. En las naciones latinas la funesta herencia psicológica del catolicismo ha deformado la mentalidad de las colectividades hasta casi atrofiarla.
Aun las mismas personalidades dotadas de originalidad y facundia, que poseen arrestos y sienten vivo el anhelo de elevar y dignificar la condición de la mujer, y comparten las aspiraciones niveladoras de los sexos, se ven obligadas a circunscribir sus esfuerzos a la esfera intelectual, que es por demás reducida. La liberación de la mujer sólo puede alcanzarse de una manera paulatina, pero eficaz, incorporando los postulados del feminismo a los programas de los partidos socialistas de las respectivas naciones. La servidumbre femenina ha de correr la misma suerte que la del obrero asalariado. Sus intereses guardan gran conexión, no sólo en los fundamentos, sino también en no pocos respectos, tales como el jurídico o sea en la costumbre y la ley.
DOS PROBLEMAS DEL SIGLO XX.– En este siglo se han de abordar intrínsecamente estos dos problemas, que son los de mayor entidad de nuestro tiempo y cuya solución habrá de marcar una nueva era. Las luchas encaminadas a evitar la explotación del obrero y el menosprecio de la mujer, son los dos puntos de la palanca que ha de remover los cimientos carcomidos en que se asienta la organización social, capitalista y burguesa. Los bellos ensueños expuestos por madame Pelletier, no serán realidad hasta que hayan desaparecido la nefanda expoliación de que es objeto el obrero y el horrible sarcasmo de que es víctima la mujer desvalida, por el infame tráfico que con ella se ejerce. Pero para la consecución de ambos fines correlativos, es preciso que las doctrinas igualitarias que preconiza el socialismo integralista, hayan moldeado el espíritu de las sociedades por entero. De ahí que sea indispensable laborar sin descanso, dondequiera que fuere, en privado y en público, para crear la conciencia social del mañana, intensificando la campaña de difusión de las ideas redentoras que encarna la democracia social.
Es indudable que la tarea ímproba de orear el ambiente enrarecido, cargado de miasmas, habrá de revestir los caracteres de un apostolado en la hora actual. Y esta tarea, ya la va realizando el Socialismo al transformar. la estructura intima de los organismos de la sociedad, elevando por igual a todos los elementos que la integran, porque cada uno tiene un valor y rinde una utilidad. El Estado socialista, tal como lo conciben los grandes maestros del pensamiento filosófico, ha de ser la condensación del ideal de las muchedumbres, inflamadas por las oleadas de la Ciencia, y el órgano adecuado para concrecionar en normas jurídicas todas las formas de la actividad social.