Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español
Cuarta parte ❦ Hacia el resurgimiento
§ II
Acción social de la previsión: C) La mocedad delincuente
El estudio de la delincuencia en Italia.– Condiciones genéticas de la delincuencia de los menores.– El incremento de la delincuencia en la mocedad. Característica de su atraso psíquico.– La industria y la inmigración como gérmenes morbosos.– Sucedáneo de la tutela familiar.– Hacia el tratamiento psicológico.– La intervención judicial.– Los Reformatorios.
EL ESTUDIO DE LA DELINCUENCIA EN ITALIA.– En la patria de Dante se viene estudiando con acuciosidad y solicitud, el problema cada instante más enmarañado de la delincuencia en sus numerosas y diversas fases. Tiene Italia una tradición filosófica y jurídica gloriosa, que comienza con el célebre Beccaria, continúa con Angiulli, Villari, Gabelli, Luis Ferri, Carle, Ziino, Mantegazza, Battaglia, Buccola, Sergi, Marro, Puglia, y alcanza, con César Lombroso y la escuela antropológica por él formada, el momento culminante. Ahora mismo, muerto el insigne psiquiatra, una brillante pléyades de investigadores, entre los cuales se cuentan profesores, médicos, juristas, críticos y publicistas, prosigue desde distintos y quizás encontrados puntos de mira, la obra emprendida con singular perspicacia por el infatigable maestro veronés.
Un ilustre hombre público, el ex ministro Vittorio Emmanuele Orlando, ha dado recientemente, en el Instituto Pedagógico Forense, de Milán, una notable, por lo interesante y doctísima, conferencia acerca de este tema: Attuale asspecto della lotta contro la delinquenza dei minorenni in Italia.
CONDICIONES GENÉTICAS DE LA DELINCUENCIA DE LOS MENORES.– Orlando, en su disertación, consagróse a investigar las causas inmediatas y directas que explican el fenómeno del alarmante aumento en la delincuencia de los menores. Algunos autores han considerado como agentes causales –dijo el orador– la debilitación de los sentimientos morales y religiosos; las enfermedades hereditarias; las condiciones económicas, y de modo muy especial la miseria, o bien, todos estos factores en conjunto. Pero estas causas –añadió Orlando– explican la delincuencia de un modo genérico, que naturalmente comprende también la delincuencia de los menores, y explica la delincuencia en general; pero sin descubrir el hecho específico del crecimiento evidente que obsérvase en la delincuencia de los jóvenes. Acerca de ésta, precisa averiguar las causas que han de reputarse como más inmediatas y directas.
Orlando puso de relieve la precocidad que por dondequiera se advierte en los muchachos. Actualmente, no son pocos los muchachos de diez y ocho años, que han alcanzado un desarrollo normal y aquel grado de desenvolvimiento intelectual y psíquico, que hace medio siglo apenas si en todo caso lo había alcanzado un joven de veintiuno. Ahora bien; este hecho, que se observa de ordinario, lleva a igual resultado que conduciría una disposición legislativa, si en virtud de la misma se aumentase el límite de la menor edad, viniera así mecánicamente a acrecer aquellas categorías del individuo que se comprenden con el apelativo de menores. Pero esta precocidad contemporánea, constituye un hecho natural, en el que es imposible influir eficazmente, aun empleando para ello una efectiva acción social. Ya que tal vez la única reforma que, a juicio de Orlando, se podría implantar, es aquella que en algunas naciones de Europa se tiene en estudio en la hora presente y que consiste en rebajar el límite de la menor edad.
La causa específica que explica, por sí sola, el formidable aumento de la delincuencia de los menores, en cuanto se la considera como un fenómeno aislado, ha de buscarse en el relajamiento de los vínculos familiares y en la debilitación de la acción protectora del poder tutelar. En este respecto, la mayoría de los criminólogos se hallan en perfecto acuerdo y sustentan la misma tesis que sienta Orlando, con sólo ligeras variantes, más de expresión que de concepto.
EL INCREMENTO DE LA DELINCUENCIA EN LA MOCEDAD. CARACTERÍSTICA DE SU ATRASO PSÍQUICO.– Es sabido que existe un gran contingente de muchachos que si no puede ser calificado, con frase apropiada, de inmoral, es, sin embargo, evidente que puede ser considerado como amoral. Todo el que haya sentido cierta afición analítica habrá podido observar, en más de una ocasión, que abundan los individuos que guardan gran parecido con el tipo abstracto del hombre extrasocial y que recuerdan el tipo concreto del salvaje. Y de la propia suerte que en el salvaje y en el hombre primitivo, en tales individuos es notoria su debilidad para reobrar, porque se hallan faltos de los frenos morales para dominar sus obscuros y latentes impulsos antisociales, que no conocen, y por esto les está vedado ejercer respecto de sí propios, un esfuerzo inhibitorio. Son víctimas de sus instintos brutales, y siempre obran mecánicamente, casi sin discernir el valor de los actos que van a ejecutar. El atavismo y las bajas pasiones son sus móviles únicos. La avaricia y el egoísmo son los tiranos de su razón torpe y menguada.
Pero merced a las próvidas leyes de la Fisiología social, allí donde falta una disciplina interior, surge una disciplina exterior. Y así de un modo espontáneo, naturalmente, el muchacho se encuentra en una situación de tutela, bajo la protección de la familia, la cual lo defiende no sólo contra el mundo externo, sino que también lo pone en condiciones de hacerse fuerte para resistir los instintos, las pasiones, y, en una palabra, ser dueño de su propio yo, haciéndose superior a sí mismo cuando las circunstancias lo exijan. Aflojándose o viniendo a menos la tutela y la protección familiar, el muchacho, cuando se siente desamparado, inclínase, como es consiguiente, en seguida, y muchas veces poco menos que de improviso, hacia el vicio y más tarde se convierte en profesional del delito.
Varios tratadistas, y entre ellos Orlando, establecen dos proporciones fundamentales, que son estas: 1.ª Salvo raras excepciones, la delincuencia de los menores está determinada por falta o insuficiencia de la tutela familiar; y 2.ª La insuficiencia de semejante tutela expone a la posibilidad, y también la probabilidad del delito, no sólo a los menores a quienes una congénita incapacidad de los frenos morales convierte en predestinados (entendida esta palabra en un sentido enteramente relativo) a la delincuencia, sino también en gran mayoría a aquellos otros a los cuales una adecuada protección tutelar seguramente preservaría de la inclinación a obrar mal.
LA INDUSTRIA Y LA INMIGRACIÓN COMO GÉRMENES MORBOSOS.– El desenvolvimiento industrial contemporáneo, substituyendo al trabajo doméstico el llevado a cabo en el taller, la fábrica, la oficina, &c., ha terminado por substraer el padre a la familia; y ha sucedido otra cosa todavía más grave, el creciente empleo de las mujeres en las manufacturas, ha privado también a la familia de los solícitos cuidados de la madre. Consecuencia fatal de la gran industria, ha sido asimismo el urbanismo, el cual ha influido en no pocos respectos más aun sobre la delincuencia de los menores, por las condiciones de mayor facilidad que ofrece la ciudad populosa para el auge de muchas formas del crimen, que en los pequeños centros de población eran y son rarísimos. Otro factor no despreciable y que tiene bastante importancia, lo hallan los criminólogos, por un procedimiento de investigación análogo al empleado para estudiar la delincuencia en los centros fabriles de gran densidad de población, en el hecho de que la inmigración se haga en condiciones tan desventajosas para el aldeano, que llega a las ciudades en situación de positiva inferioridad, sin preparación de ningún género, ignorando los conocimientos más indispensables, con un desarrollo mental rudimentario y careciendo de los medios más precisos para la vida de relación que exige el medio urbano, incluso para lo más esencial, como el proporcionarse el trabajo para atender a su subsistencia y la de los suyos.
El extraordinario crecimiento de la delincuencia entre los muchachos de catorce y diez y ocho años, en todos los países latinos, y sobre todo en España, reclama un estudio dilatado y profundo. La gravedad del fenómeno impone a la sociedad el preciso, categórico deber de intervenir seriamente, para preservarse del peligro que la amenaza.
SUCEDÁNEO DE LA TUTELA FAMILIAR.– Cuando una causa social, que determina el avance y el enriquecimiento así individual como colectivo, ha relajado la acción tutelar de los padres sobre la prole y ha llegado a exponer las nuevas generaciones al peligro de una degeneración moral, la sociedad en masa debe proveer al remedio si no quiere contravenir ella misma al deber primordial en lo que tiene de norma ética y de regla jurídica, que es el de resarcir el daño que se ocasiona, si no posee arrestos ni serenidad para reconocerse a sí misma como cómplice, o más bien como instigadora de los delitos de los infelices muchachos abandonados. La transcendencia de este problema salta a la vista, no sólo por la gravedad que entraña, sino por los peligros que supone para un próximo porvenir, ya que va en aumento la delincuencia de los menores, a pesar de las medidas adoptadas por legisladores y gobernantes.
HACIA EL TRATAMIENTO PSICOLÓGICO.– El aspecto que habría de merecer más solicitud y que convendría poner al descubierto es el concerniente a la inanidad de los medios represivos para atenuar los efectos de la criminalidad de los muchachos. Importa sobremanera, en la actualidad todavía más que hace dos lustros, la indagación de los remedios más eficaces para poner un dique a esta forma agresiva del parasitismo de las sociedades contemporáneas.
El sistema vigente y que imprime carácter a la legislación penal, en la mayoría de las naciones, señalando una distinción –muchas veces inaplicable– acerca de si el muchacho había obrado con discernimiento o no, ha de ser reformado en sus fundamentos, de un modo completo y total. De hacerse una distinción –y en esto radica la enorme importancia y la utilidad de la obra práctica por lo que tiene de experimental de los Institutos Pedagógicos Forenses–, habría de ser, merced a los grandes medios de investigación que ofrece la Psicofísica al estudiar con verdadera escrupulosidad los sentidos del delincuente para conocer su capacidad mental y descubrir las anomalías, desviaciones y padecimientos. La pericia del experto técnico que, a una vasta cultura biológica y al hondo conocimiento de los fenómenos psíquicos añade el saber del educador, se halla en condiciones relativamente ventajosas para explorar en el ánimo del muchacho, y tras un período de observación indefinido, despejar la incógnita averiguando de un modo fehaciente si se trata de un ser redimible por medio de la cura moral, o, por el contrario, es un pervertido, perdido para la sociedad dentro de los medios psicoterápicos actuales. En el primer caso, como se comprende fácilmente, es una cuestión esencial de educación más que de pena; en el segundo, ya es más difícil preconizar la terapéutica, considerada desde el punto de vista de la defensa social, ya que escasa o nula ha de ser su eficacia para transformar la idiosincrasia del delincuente.
Ha quedado demostrado en cien y mil casos la inutilidad del régimen penitenciario aplicado a los incorregibles. Cualesquiera que sean las medidas aplicadas a estos delincuentes reputados como insanables, son no sólo ineficaces sino en muchas ocasiones contraproducentes. La Pedagogía de los anormales preconiza ahora como único tratamiento eficaz el envío de los delincuentes habituales a las colonias penitenciarias, en donde, por lo menos, parece que ha logrado evitarse que la furia criminosa se exacerbe, porque están sometidos a una disciplina severa y amable, en la que se compagina el rigor con la benignidad. Se hace con ellos algo semejante a lo que de antiguo viene practicándose con los dementes en los Manicomios modelos de Suecia, Holanda, Noruega, Dinamarca y otras naciones.
LA INTERVENCIÓN JUDICIAL.– La intervención de la autoridad judicial respecto a los menores ha de dirigirse a procurar, en primer término, la manera de asemejarse en el modo de proceder, en el tono empleado y en su gestión entera, al padre que aunque inspirado por la severidad, tiene siempre para el muchacho díscolo y descarriado un contenido de sincera efusión, de cariño y aun de piedad, si las circunstancias lo aconsejan.
Casi todos los criminólogos se inclinan en la hora presente por la aceptación del criterio que sustenta la individualización de la pena. Teniendo en cuenta, sin embargo, cada caso; examinando las circunstancias que concurrieron en la comisión del delito; los antecedentes del menor, su desarrollo físico, su mentalidad, su instrucción, &c., la importancia de la transgresión y en vista de los elementos aportados, el juez debe dictar la medida –mejor que la pena– según las condiciones del menor, atendidas sus cualidades y sin prescindir del probable efecto que pueda surtir la medida en lo futuro en provecho del muchacho y ese interés de los fines sociales cuya defensa le incumbe como magistrado, ya sea empleando la simple reprensión, la libertad condicional, o la educación correccional o, por último, la colonia penitenciaria.
LOS REFORMATORIOS.– Para los Institutos de educación correccional, que en los Estados Unidos se denominan Reformatorios, no se ha de buscar un tipo uniforme. Existen distintos tipos y cada país los organiza respondiendo a su modo peculiar de ser. No obstante, responden a la misma finalidad. En todas estas instituciones predomina el criterio de previsión y el tratamiento tiende, no sólo a la cura, sino a la preservación. En Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca y Alemania se han creado gran número de establecimientos de esta clase, en los cuales hay no poco que aprender.
En España apenas conocemos de oídas cuanto atañe a este vasto problema de la Terapéutica y la Profilaxia, especialmente dedicadas a la mocedad delincuente.