Luis Vidart Schuch (1833-1897)La filosofía española (1866)

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<   Apuntes sobre la Historia de la Filosofía en la Península Ibérica   >

XI.

No tan grande como S. Isidoro, aun cuando digno de especialísimo estudio, es San Julián, tercer arzobispo de este nombre que ocupó la silla de Toledo, el cual ha dejado gran número de obras, y cuyos méritos explica doctamente [19] el Sr. Amador de los Ríos en su Historia crítica de la literatura española, diciendo: «Poeta, orador, historiador, filósofo y teólogo, recorre con igual brío todas las sendas abiertas por sus maestros, y reflejando como ellos la luz de las letras sagradas y profanas, recoge en todos los terrenos envidiables laureles:... ya interprete y concuerde las santas escrituras, ya defienda contra los judíos la integridad del dogma y las sagradas profecías, ya, en fin, revele y explique los misterios de la eterna vida, bosquejando con vigoroso pincel el portentoso cuadro de la resurrección de la carne.»

San Julián presidió los concilios toledanos XII, XIII, XIV y XV; su obra más notable es la titulada Prognosticorum, sive de origine mortis humanae; de futuro saeculo et de futura vitae contemplatione, libri tres; murió el 8 de marzo del año 690. [20]

XII.

Después de S. Leandro, S. Isidoro y S. Julián, los tres luminares mayores de la escuela sevillana, esta aún continúa inspirando a escritores de segundo orden, entre los cuales merecen nombrarse S. Eugenio y S. Ildefonso, arzobispos de Toledo, Tajon, obispo de Zaragoza, que hizo un viaje a Roma de orden del rey Chindasvinto en busca de un ejemplar completo de las obras de S. Gregorio el Grande, Valerio, abad de S. Pedro de Montes, que escribió varios tratados teológicos morales, y por último San Braulio, obispo de Zaragoza, que corrigió algunas equivocaciones del tratado de las Etimologías, estos son los últimos representantes de la ciencia española, cuyos adelantamientos fueron atajados por la irrupción de los árabes que, según la opinión más probable, tuvo lugar el año de 711.

La influencia de los estudios filosóficos se dejó bien pronto conocer en las manifestaciones de nuestra vida histórica, pues el Fuero-Juzgo que por entonces se publicó, es la obra legislativa [21] más perfecta de todas las que aparecieron en aquellos siglos de hierro.{10}

XIII.

Reseñada ligeramente la historia de la escuela filosófica de Sevilla, y apuntada la causa exterior que vino a producir su casi completa desaparición, réstanos determinar su verdadera significación científica y la influencia que ha ejercido en el movimiento general de la filosofía europea; para lo cual tendremos que establecer algunos principios sobre los elementos que forman el conocimiento humano, que sean como la base y necesario fundamento de nuestro juicio en el caso concreto y particular de que ahora venimos ocupándonos.

El hombre cree, piensa y siente; estos tres elementos forman necesariamente la base de toda su ciencia. [22]

En toda investigación racional entra un elemento de fe. Sin creer el hombre que puede alcanzar el conocimiento de la verdad, no sería posible el que llegase a alcanzarle; y tengan en cuenta que esta creencia está comprendida en la definición de la fe, pues no es otra cosa que creer lo que no se ha visto. La fe es el elemento sobrenatural de nuestros conocimientos, y no se trate de combatir que lo sobrenatural forme parte, en cierto sentido, de la ciencia racional, pues debe advertirse que el mismo nombre de sobrenatural nunca podrá indicar sobre-racional, ni mucho menos contra-racional.

Después de la facultad de creer, aparece en el hombre la de pensar en los fundamentos de su creencia; pues la fe en el absurdo ha sido siempre, es y será, el absurdo de la fe.

Pero creer y pensar son facultades que solo ponen al hombre en relación con Dios y consigo mismo; una tercera facultad, que es la sensación, sirve para hacerle conocer la existencia de los hechos externos que, aun siendo pasajeros y transitorios, encierran un elemento permanente y eterno, que viene a ser pensado y a formar parte del conocimiento racional.

He aquí, pues, cómo la fe, el pensamiento y el hecho, vienen a constituir la síntesis de la [23] razón, tomada en su sentido subjetivo-objetivo o absoluto; razón sobre la cual nada hay, y por esto ha dicho un santo doctor: cuando el hombre se equivoca, no hace un acto de razón.

XIV.

Los tres elementos del conocimiento racional que dejamos mencionados, se presentan en la historia de la filosofía representados por tres escuelas: el sobrenaturalismo, que sólo se apoya en la fe: el idealismo, que se funda en el pensamiento subjetivo: y el materialismo, que sólo ve la verdad en la experiencia objetiva.

Enfrente de estos tres sistemas, que todos son escépticos porque niegan una parte de la verdad, se presenta un escepticismo que pretende ser absoluto, fundándose en la nada y dudando de todo.

Las inteligencias más privilegiadas que ha visto el mundo han tratado siempre de conciliar los tres elementos que forman la ciencia humana; y este es el origen de los muchos sistemas que se han sucedido bajo el nombre de sincretismo, eclecticismo y armonismo. [24]

XV.

Lo que jamás habían conseguido realizar los filósofos más grandes de la gentilidad; lo que hoy es humo, que se desvanece cuando tratan de reducirlo a fórmula científica los pensadores racionalistas de la docta Alemania; conservar la fe sin negar la idea; poner en su verdadero término la importancia del elemento eterno de la idea sin negar el hecho; y contrariamente, afirmar el valor real de la experiencia externa sin destruir la actividad de la inteligencia y sin reducir a la nada las sublimes anticipaciones de fe; esta fue la obra maravillosa realizada ha diez y nueve siglos por los primeros santos padres de la Iglesia católica, sin duda alguna ayudados por la gracia de Aquel que todo lo puede, de Aquel por el cual es todo lo que es.

San Justino, San Clemente de Alejandría, San Agustín y tantos otros varones eminentísimos, fundaron un espiritualismo creyente, ante cuya luz son pálidos reflejos las enseñanzas de Sócrates, Platón y Aristóteles; ante el cual son sombra de sombras los fastuosos sistemas con que hoy pretende ufanarse el racionalismo contemporáneo. [25]

XVI.

La muerte es en el orden físico la condición necesaria para la transformación de la vida en una existencia superior, y del mismo modo la decadencia de una doctrina es en el orden intelectual ley necesaria para un renacimiento posterior bajo nueva forma y mayor trascendencia científica.

Las profundas doctrinas ontológicas de los Santos Padres que florecieron en los cinco primeros siglos de la Iglesia, siguieron la ley general de toda ciencia humana, si bien jamás han podido llegar hasta el absurdo sus consecuencias más torcidas, por el espíritu de la verdad revelada, que constantemente ha guiado las meditaciones de todos sus continuadores.

La escuela sevillana es, según nuestro juicio, el primer paso de la decadencia del espiritualismo creyente, pues sustituye a las robustas teorías ontológicas que forman el espíritu de los primeros Santos Padres, las débiles construcciones psicológicas que son el necesario puente entre el ontologismo que afirma la realidad [26] transitoria en el ser que permanece, y el nihilismo que pretende fundar el ser permanente tan solo en esos hechos que pasan, y cuya condición esencial es mudar y desvanecerse.

Los primeros Santos Padres, si creen con fe, también discurren con entendimiento poderoso y sienten con varonil energía; los pensadores de la escuela de Sevilla, sin negar la razón ni el sentimiento, quizá conceden a la fe subjetiva mayor círculo que el que científicamente y de derecho le corresponde.

Así pues, en nuestro sentir, los filósofos de la escuela sevillana marcan la necesaria transición entre los métodos ontológicos de los primeros padres de la iglesia, y los métodos puramente lógicos, y por lo tanto idealistas, de la filosofía escolástica.

De notar es que el psicologismo creyente de la escuela sevillana fue el precursor del escolasticismo, cuya desaparición se realizó por medio del psicologismo escéptico de la escuela cartesiana; y que este, a su vez, es el origen de las modernas doctrinas alemanas, que son un idealismo escéptico, así como el escolasticismo es con frecuencia un idealismo creyente. [27]

XVII.

Como ya hemos indicado, el desenvolvimiento científico de la escuela de Sevilla, fue detenido antes de que pudiesen producirse en España sus lógicas y naturales consecuencias, por la invasión de los árabes, realizada, como todos saben, en el reinado del infortunado D. Rodrigo.

Los cristianos, que no quisieron doblar sus frentes ante el yugo africano, se refugiaron en las montañas de Asturias y entre las ásperas cordilleras de los montes Pirineos para pelear, sin tregua ni descanso, contra la poderosa grandeza de los soberbios conquistadores. No era posible que en los primeros tiempos de la guerra de la reconquista floreciesen en la península los estudios filosóficos entre el fragor de los combates y la desesperación de contemplar perdida la independencia de la patria.

Sin embargo, en el siglo VIII se presenta la herejía de Félix, obispo de Urgel, y de Elipando, arzobispo de Toledo, los cuales sostenían que Jesucristo era el hijo adoptivo del Eterno Padre, pero no su hijo unigénito, segunda persona de la Santísima Trinidad, según lo explica la [28] Iglesia católica. En medio del oscurantismo de aquellos tiempos, los prelados españoles se dedicaron a combatir estas teorías, dando señaladas muestras de no vulgares conocimientos en las doctrinas filosóficas del gnosticismo y de la escuela neo-platónica.

XVIII.

Saldríamos de los estrechos límites que consienten estos ligeros apuntes si hubiésemos de reseñar menudamente el gran movimiento científico de nuestra patria en la tierra dominada por los árabes durante los siglos IX, X, XI y XII.

Los más ilustrados críticos contemporáneos, así franceses como alemanes, reconocen y proclaman la suma importancia y alta significación científica de las escuelas rabínicas de Córdoba, Toledo y Barcelona, ensalzan con entusiasmo esos siglos de oro de la cultura arábiga que comprenden los reinados de Abd-er-Rahman III, Al-Haken II, Hixem II y la regencia de Almanzor.

Pero antes de ocuparnos de las especulaciones filosóficas de los árabes y judíos españoles, habremos de mencionar la escuela muzárabe de [29] Córdoba, en la cual se conservaron durante algún tiempo las tradiciones de las enseñanzas isidorianas, arrostrando la intolerante persecución de los sectarios de Mahoma. El abad Samson es sin duda alguna el pensador más notable entre los muzárabes cordobeses.

Se conserva de este docto prelado su Apologético contra Hostigesis, que había sido absuelto por los obispos de los dominios musulmanes, a pesar de la dudosa ortodoxia de sus doctrinas teológicas. El abad Samson floreció en el siglo IX de nuestra era.

XIX.

Grande es el número de los escritos filosóficos, y muy trascendentales las teorías de los judíos españoles que formaron las ya citadas escuelas de Córdoba, Toledo y Barcelona. El catedrático don Severo Catalina, en su libro titulado: La verdad del progreso, sostiene que los modernos sistemas racionalistas que mayor séquito alcanzan tienen su origen en la filosofía judaica, y apoya esta opinión en la autoridad de Mr. Adolfo Franck, el cual dice así en sus Estudios orientales, ocupándose de la cábala: –«No tememos asegurar que el principio de la [30] doctrina filosófica que reina hoy casi exclusivamente en Alemania, y hasta las expresiones consagradas como fórmula por la escuela de Hegel, se hallan entre las tradiciones olvidadas que intentamos dar a luz.» Veamos los fundamentos en que se apoyan estos juicios, por lo que toca a los sistemas filosóficos que expusieron en la edad media los judíos españoles.

Dos obras señalan los críticos como las más importantes y de mayor trascendencia científica entre las especulaciones judaicas de los siglos medios, la Fuente de la vida del célebre Salomón ben-Gabirol, (Avicebrón) y el Guía de los extraviados del aún más célebre Moisés ben-Mayemon (Maimónides). Nos ocuparemos sucesivamente de ambos libros y de sus autores.{11}

XX.

En las obras de Guillermo d'Auvergne, de Alberto el Grande y de Santo Tomás de Aquino se leían algunos extractos de las opiniones [31] emitidas por un escritor de reconocido mérito llamado Avicebrón en dos tratados filosóficos que se citan bajo los nombres de Fons vitae y de Librum singularem de verbo Dei agente omnia. Estas obras no se encontraban en parte alguna, y respecto a su autor se suponía que era un árabe español que había escrito poco antes de la época en que floreció Averroes. Tal era la opinión generalmente admitida entre los historiadores de la filosofía, cuando hace algunos años fue encargado Mr. Munk del arreglo y clasificación de varios manuscritos hebreos que existían en la Biblioteca Imperial de París. El insigne orientalista empleando exquisito celo en el desempeño de su cometido, tuvo la dicha de encontrar entre los citados manuscritos unos extractos del libro de Avicebrón titulado: Fuente de la vida, que aparecían hechos por el judío Schem-Tob ben-Falaquera.

Continuando Mr. Munk en sus investigaciones bibliográficas, halló poco tiempo después una traducción en latín del libro completo de Avicebrón en la cual se veía comprobada la exactitud de los extractos que se hallaban en el manuscrito de Schem-Tob.

Posteriormente el doctor Seyerlen ha encontrado en la biblioteca de Mazarino otro manuscrito [32] donde se halla también la obra completa de Avicebrón, que durante largos años había sido origen de continuas dudas.

Por último, el año de 1859 se publicó en París un libro en cuya portada se leía: Extractos metódicos de la Fuente de la vida de Salomón ben-Gabirol, traducidos al francés de la versión hebraica de Scehm-Tob ben-Falaquera y acompañado de notas críticas y explicativas, por Mr. Munk, miembro del Instituto.

El mismo autor en sus Misceláneas de filosofía judaica y arábiga y Mr. Adolfo Franck en sus Estudios orientales, se han ocupado con gran extensión de la vida y obras de Avicebrón. Nuestra tarea se reduce, pues, a condensar sus noticias literarias y biográficas según lo exige la peculiar índole de estos ligeros apuntes.

——

{10} «Sabido es, dice el Sr. Castro, que la ley del Fuero Juzgo, redactada por los filósofos de la época, esto es, por los obispos, lleva ventaja a todas las legislaciones contemporáneas, por la humanidad de su derecho penal, por haber derogado el personal y el de raza, y porque abunda en ideas generales y en teorías de derecho público cristiano, ajenas completamente del carácter y costumbres de los bárbaros.» (Caracteres de la Iglesia española, discurso leído por el presbítero D. Fernando de Castro al ingresar en la Real Academia de la Historia.)

{11} ¡Maimónides y Avicebrón! exclama Mr. Franck, dos nombres que no ignora ningún filósofo cristiano del siglo XIII, y en derredor de sus teorías parece que giran las más importantes discusiones de este periodo del pensamiento humano, de esta época tan creyente en la religión como ávida de saber en las esferas de la ciencia.» Frannk, Estudios orientales.

 
{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 18-32.}


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