Santiago González Encinas 1836-1887
Médico cirujano español, significado teórico feminista, ya desde que obtuvo el grado de Doctor en la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad Central, tras leer ante su Claustro, el domingo 14 de abril de 1867, en el acto solemne de recibir la investidura, el discurso ¿Cuál es la educación física y moral de la mujer, más conforme a los grandes destinos que la ha confiado la providencia? (texto de 6.350 palabras). Catedrático de la Universidad de Madrid (con antigüedad 20 de octubre de 1868, nº 159 en el Escalafón de 1883, nº 152 en el Escalafón de 1884), diputado por Santander (firma la Constitución de 1869) y senador del Reino. Se murió a los 50 años y 5 días, sin haber llegado a formar familia, a pesar de haber teorizado tanto contra el celibato, sobre la mujer y el matrimonio.
Nacido en 1836 en una humilde familia campesina de la montaña de la Liébana santanderina, en el pueblecito de Lomeña (“tiene unas 39 casas, escuela de primeras letras, iglesia parroquial, la Asunción de Nuestra Señora, servida por un cura de ingreso y presentación en patrimoniales por oposición y concurso ante el ordinario, y buenas aguas potables; el terreno es escabroso y poblado de arbolado de roble, haya y otros arbustos, los pedazos cultivables son de buena calidad, y produce cereales, legumbres, vino, hortaliza y frutas; cría ganado vacuno, lanar, cabrío y de cerda, y caza mayor y menor; 39 vecinos, 151 almas”, reseña diez años después el Diccionario de Madoz 10:367, 1847), ayuntamiento de Pesaguero (“la cosecha de trigo no basta para el consumo, surtiéndose de Castilla de donde lo traen en cambio de maderas”, Madoz 12:820, 1849), partido judicial de Potes, diócesis de León; al apreciar el cura de Lomeña buenas cualidades en el niño, favorece su carrera eclesiástica: a los catorce años comienza a cursar en Potes dos años de latinidad y en 1852 ingresa en el Seminario Conciliar de San Froilán, en León, donde cursa los tres años de Filosofía y el primero de Teología.
«Hace algunos años, en 1855, cuando aun ni estudiábamos para médico, tuvimos la triste y desconsoladora ocasión de ver por vez primera el imponente y aterrador aspecto de la más mortífera de todas las enfermedades, el cólera morbo asiático. Nunca, en nuestra vida nos será posible borrar de la memoria aquel vivo cuadro que, cual ningún otro, representa a la muerte. A pesar de que, en aquella época de nuestra vida, nos hallábamos vírgenes de todo conocimiento médico e incapaces por consiguiente de apreciar ninguno de los síntomas aterradores, que acompañan a tan funesta epidemia; sin embargo, tan fuertemente hirieron nuestros sentidos los fenómenos coléricos, que después de 10 años ni uno siquiera se había borrado de la indeleble prensa de nuestro cerebro.» (Santiago González Encinas, Memoria sobre la fisiología patólógica, asiento y naturaleza del cólera, con su medicación racional, Madrid 1866, pág. 5.)
En 1856 la enfermedad le obliga a volver unos meses a su aldea, decide apartarse de los estudios eclesiásticos y, tras obtener el grado de bachiller en Valladolid, inicia en esa Universidad los estudios de Medicina (el escalafón de 1858 acredita que la facultad de medicina de Valladolid contaba entonces solo con un catedrático –Hipólito Fernández–, pues en realidad era una facultad recién creada por la ley Moyano, al darle a Valladolid la Medicina que tenía Salamanca, y a Salamanca la Teología que desaparecía de Valladolid, artículos 133 y 134). En Valladolid sigue seis cursos de Medicina –del 1857-58 al 1863-64–, trasladándose después a Madrid, donde el mismo año 1864 se incorpora como socio de número a la Academia-Médico-Quirúrgica-Matritense.
1865 «Como compensación de estos deplorable acontecimientos y reemplazos de esas sensibles pérdidas, tenemos la satisfacción de que formen parte de la Academia como nuevos socios de número los Sres. D. Juan Querejazu, don Francisco de Asís Delgado y Jugo. D. José María Goroztizaga, D. Vicente Martínez Crespo, don José Gastaldo y Fontabella, D. Ricardo Mourin y Montero, D. Antonio Alonso Cortés, don Ramón Alba y López, D. Eusebio Gástelo y Serra y D. Santiago González Encinas; y corresponsales nacionales los Sres. D. Manuel Garrido Izquierdo, D. Ignacio García Heredia, don Urbano López Molina, D. Lorenzo Cao Cordido, don Cándido Portilla, D. Manuel Valenzuela, don Antonio Díaz, D. Luis Bello y Alemany, y don Leonardo González Pérez.» (“Resumen de las tareas de la Academia-Médico-Quirúrgica-Matritense, en el año académico de 1864”, El Genio Quirúrgico, Madrid, 28 febrero 1865, pág. 122.)
En el verano de 1865 vuelve desde Madrid a su saludable retiro familiar de la montaña lebaniega. A finales de junio la prensa menciona algunos exóticos casos aislados de cólera, como en un buque surto en el puerto de Marsella que provenía de Egipto, donde la epidemia arrecia en Alejandría y el Cairo, propagada por peregrinos mahometanos que vuelven de la Meca… Mediado julio ya se extienden por Turquía y, poco después, se habla de casos en Ancona y en Pistoia… La Abeja Montañesa publica en Santander, el 29 de julio, un despacho de Florencia que confirma que la enfermedad reinante en Ancona es cólera, “pero que por ahora es muy débil el carácter que presenta la citada epidemia”… Un regimiento británico llegado de Malta a Gibraltar trae lo que se dice un caso aislado, que comienza a alarmar en España… El 3 de agosto, La Abeja Montañesa copia de El Siglo Médico: los casos habidos en Valencia y San Sebastián “ha hecho ver invasiones de la epidemia donde no había más que ataques de cólera morbo esporádico, como los hay todos los años por este tiempo”… pero al poco se declara oficialmente que hay cólera en Valencia. José Posada Herrera, ministro de la Gobernación, impulsa el 9 de agosto una Real Orden que recopila instrucciones que se deben observar durante el desarrollo de una epidemia, y la Dirección general de Sanidad de su ministerio declara patente sucia a efectos sanitarios las mercancias entrantes por los puertos mediterráneos y canarios, que deben someterse a cuarentena… La Abeja Montañesa de 22 de agosto tranquiliza: “Las noticias sanitarias de Madrid son completamente satisfactorias. Habiendo además cesado el cólera en Albacete y disminuido en Valencia, todas las probabilidades son de que la terrible enfermedad no penetre en el interior.” Pero la epidemia de cólera de 1865 había de azotar Madrid, los primeros días de octubre, dejando más de 3.000 muertos directos…
«No transcurrió mucho tiempo para llegar a ver realizada la aspiración, que tanto clamaba nuestra conciencia médica. En medio del solaz y descanso en que nos hallábamos este verano, fuimos sorprendidos por la triste noticia de que el cólera se hallaba ya en Madrid; aguardamos unos días para la confirmación de esta verdad, demasiado funesta por cierto, y tan luego como nos fue posible, nos pusimos en camino hacia esta corte, sin mas fin ni otro objeto que prestar nuestros servicios, por pequeños que ellos fuesen, a esta población y estudiando luego hasta donde alcanzasen nuestras fuerzas y aspiraciones, la enfermedad reinante, manifestar, para bien de la patria y de la humanidad entera, el fruto de nuestros estudios y el éxito de nuestros trabajos. Aun cuando a nuestra llegada a la corte, en últimos de setiembre, los casos eran raros y la epidemia se cernía aun por los aires, contemplando a sus víctimas futuras, fue bien poco el tiempo y muy escasos los días en que siguió estacionada como hasta entonces, visitando e inquietando solo a los moradores de orillas del Manzanares y barrios de Lavapiés; muy luego, a los ocho días, descargó su fiero azote por todos o casi todos los barrios y calles de Madrid. ¡Nada necesitamos decir sobre tan aciagos días, como los del 6 al 10 de Octubre, y sí solo que, desde entonces, hallamos demasiados enfermos coléricos que pudieran satisfacer nuestras necesidades de observación!» (Santiago González Encinas, Memoria sobre la fisiología patólógica…, Madrid 1866, pág. 6.)
El 12 de octubre El Contemporáneo ofrece la “Exposición a S. M. sobre la epidemia de cólera” del ex-seminarista licenciado en medicina:
«Cuando todos los elementos conspiran a un único fin, cuando todas las fuerzas empleadas tienden al mismo punto, cuando todos los esfuerzos se dirigen a idéntico objeto, cuando el estudio de todos se propone el propio resultado, cuando todas las observaciones, en fin, y todos los afanes participan de igual carácter, se sujetan al mismo criterio, y se prosiguen y terminan con un método siempre fijo y constante, resulta un cuerpo de doctrina verdaderamente científico y armónico, que aunque susceptible de adelantamiento, es por sí solo capaz y suficiente para determinar cuánto de más esencial e importante pueda ofrecerse en la materia sujetada al estudio. Por estas breves consideraciones, que ampliará el exponente, si lo cree oportuno el gobierno de V. M., no duda que con el nombramiento de una comisión especial, suficientemente numerosa, y con las demás condiciones de competencia, medios de auxilio y protección de las personas a quien corresponda, y otras generales a estos casos, encargada de observar y estudiar cuanto tenga relación con la enfermedad reinante, exponer en su día el fruto de sus investigaciones, y proponer los medios que considere conducentes, al fin por todos anhelado, se podrán remediar los males de que ha hecho mención, detener los estragos que causa la epidemia y hacer progresar la ciencia, estacionada hasta aquí sobre este punto. Semejante comisión especial, debería ser el centro de donde arrancasen todos los datos genuinamente científicos que por todos se apetecieran, para que las observaciones individuales se basaran en la verdad, habría de ser la sola esfera sobre que girasen todos los experimentos, el cimiento sobre el que únicamente se edificara, la balanza donde se contrastasen cuantos descubrimientos pretendiesen dar luz en la materia; a la misma comisión deberían dirigirse todo género de escritos, que analizasen alguno de los puntos sujetos a su jurisdicción, toda clase de noticias, por aisladas que fuesen, capaces de producir debidamente estudiadas algún resultado, y en fin, constituir una alta inspección o núcleo científico, de inmensa utilidad seguramente, dada la perseverancia y límites en sus laudables trabajos.» (Santiago González Encinas, “Exposición a S. M. sobre la epidemia de cólera”, octubre 1865.)
«Al efecto presentamos una solicitud y luego publicamos unos artículos apoyando y aclarando nuestro pensamiento; pero el gobierno nada contestó, ni ha contestado. […] Es cierto, que las corporaciones científicas de esta corte abrieron sesiones y se discutió casi en todas ellas el tratamiento del cólera: no habiendo ni un solo profesor de medicina que no haya hecho cuantos esfuerzos le hayan sido posibles para la realización de su mayor deseo, el conocimiento y curación de tan terrible azote. Pero no es menos cierto que estos trabajos fueron hechos, terminando ya la enfermedad, y que tratando de llenar las necesidades del presente, se han verificado sin método, sin lógica y hasta faltando el verdadero criterio científico: así lo demuestra la redacción del tema que fue propuesto: ¿Qué remedios, qué terapéutica o específico hay para el cólera? Inverosímil nos parece que en medicina aun se pregunte hoy si el cólera tiene o puede tener un solo remedio o específico, y que se trate de su terapéutica antes que de su naturaleza y asiento. Nunca comprenderemos el consiguiente sin su antecedente, tácito o expreso; menos aún, por consiguiente, se podrá conocer en el cólera su verdadera medicación, la racional, sin el estudio anterior de esta misma enfermedad.» (Santiago González Encinas, Memoria sobre la fisiología patólógica…, Madrid 1866, págs. 7-8.)
Amerita estudio particular la crítica de conceptos como los de “cuerpo de doctrina verdaderamente científico y armónico”, “verdadero criterio científico”, “verdadera medicación racional”, “núcleo científico”, &c., referidos en 1865 al cólera morbo y su tratamiento (Filippo Pacini había ya encontrado en 1854 que el Vibrio cholerae era responsable del cólera, pero no se le hace caso hasta que lo jalea Koch en 1883; Jaime Ferrán vacuna del colera con notable éxito desde 1885, publica la memoria correspondiente en 1886, pero pasarán años hasta que se sigan sus descubrimientos, &c.). Véase por donde circulaba la “científica medicación racional” contra el cólera del Dr. Encinas:
«Sin el opio, habría que renunciar a ser médico, o al menos negarse a tan gran número de enfermos, como todos los días nos consultan sobre las enfermedades del sistema nervioso. Esta sustancia es, sin disputa, casi la única capaz de triunfar del dolor físico, y no pocas veces del moral […] Ahora bien: puesto que el cólera fue declarado y demostrado como verdadera neurose, ¿podremos concluir con verdadera lógica, que el opio no solo conviene en esta enfermedad, sino que debe ser el primer y más seguro medio? No aceptar esta conclusión sería negar la más clara y evidente de las pruebas por analogía; sin embargo, bueno es saber que no solo el opio y sus preparados son los que pueden tener cabida en el cólera, lo mismo que en todas las neuroses, sino que también sus congéneres, llamados sucedáneos; pero siempre con menor provecho.» (Santiago González Encinas, Memoria sobre la fisiología patólógica, asiento y naturaleza del cólera, con su medicación racional, Madrid 1866, págs. 30-31.)
Santiago González Encinas publica su Memoria sobre la fisiología patólógica, asiento y naturaleza del cólera, con su medicación racional (Imprenta Española, Madrid 1866, 44 páginas), que dedica al ministro José de Posada Herrera, en el mes de febrero de 1866.
«La memoria sobre la fisiología patológica, asiento y naturaleza del cólera, con su medicación racional, que ha publicado el joven e ilustrado profesor D. Santiago González Encinas, nos ha parecido por la rápida lectura que de ella hemos hecho un trabajo muy notable, tanto por la novedad de las doctrinas, como por la vigorosa lógica con que están expuestas.» (La Correspondencia de España, Madrid, 1º marzo 1866, pág. 2.)
La Ley de Instrucción pública de 1857 había creado la figura del catedrático supernumerario (art. 221), que debía proveerse por oposición, y Santiago González Encinas, a comienzos de 1867, era uno de los opositores que aspiraban a cubrir una vacante de catedrático supernumerario en la facultad de medicina, antiguo colegio de San Carlos de Madrid. Pero el 22 de enero, por real decreto de reforma del profesorado, se suprime tal clase de supernumerarios (art. 30), que pasarán a ser de número en cuando existan vacantes. Como aquella oposición estaba en curso, se culmina, y el doctor Encinas es propuesto, como primero de la terna, por el tribunal correspondiente:
1867 «La terna elevada al ministerio del ramo por el tribunal de las oposiciones verificadas últimamente en el colegio de San Carlos, para cubrir la vacante de un catedrático supernumerario en la misma facultad, es la siguiente: D. Santiago González Encinas, D. Rogelio Casas y Batista y D. Manuel de Vegas y Olmedo.» (La Correspondencia de España, Madrid, 6 febrero 1867, pág. 3.)
La ley de 1857 (art. 220) y el real decreto de 1867 (art. 28) prescribían que los catedráticos debían ser doctores, y Santiago González Encinas aún no era doctor, pues recién habría culminado los dos cursos requeridos para poder aspirar a tal grado. Le faltaba escribir un discurso, escogido de entre los cuarenta sugeridos cada año por la facultad correspondiente, “cuya lectura no dure más de media hora ni menos de veinticinco minutos” (art. 215 del reglamento de 22 de mayo de 1859), y el licenciado Encinas fue uno de tantos doctores que decidieron glosar ¿Cuál es la educación física y moral de la mujer, más conforme a los grandes destinos que la ha confiado la providencia? Se produjo además la feliz coincidencia de que, en la misma ceremonia, fue investido también doctor otro licenciado, Anastasio Carrera y Sáinz, que también eligió el tema 30 para su correspondiente discurso, ¿Cuál es la educación física y moral de la mujer más conforme a los grandes destinos que la ha confiado la providencia? Para dotar a tal ceremonia de otro redundante sabor armónico, el recien doctorado Santiago González hizo de padrino del doctorando Anastasio Carrera (que era cuatro años más joven, que no había gastado en un Seminario).
«Ya llegamos, Ilmo. Sr., a la época presente, a los tiempos, que se llaman de civilización y de progreso, a los mismos en que todo marcha y todo se desenvuelve por el potente impulso del vapor, de la electricidad y del magnetismo; y en verdad que, si llevamos nuestro examen al objeto importantísimo, que nos ocupa, hallaremos que dentro de los mismos pueblos de la Europa cristiana los que son más civilizados y llamamos nuestros hermanos por su comunidad en ideas y sentimientos, la mujer ha perdido en consideración y respeto; sensible es decirlo, Ilustrísimo Sr.; pero el hombre en nuestros tiempos ha materializado a la mujer, porque el hábito fatal del materialismo ha llevado su pernicioso influjo hasta a lo más sagrado, secando los nobles sentimientos y los más puros afectos; y ya no se la mira envuelta en ideal atmósfera, elevada sobre la región prosaica, que el hombre habita, libre de miserias y debilidades, como ángel tutelar, que es de la familia, y como flor que embellece el árido campo de la vida. Se la ha obligado a descender a una zona más inferior, a un terreno fangoso y a una esfera vulgar; se ha pesado su valor, se han apreciado sus quilates, y en una palabra, se la ha llevado al agostado y estéril terreno del positivismo.» (¿Cuál es la educación física y moral de la mujer…?, Madrid 1867.)
«El Sr. D. Joaquín Hysern confirió el domingo último la investidura de doctor en la facultad de medicina a los señores D. Santiago González Encinas y D. Anastasio Carrera y Sainz. Fueron padrinos del primero el doctor en derecho don Germán Gamazo, y del segundo el señor Encinas a continuación de su grado.» (La Correspondencia de España, Madrid, miércoles 17 abril 1867, pág. 3.)
Su padrino en tal ceremonia de investidura, el domingo 14 de abril de 1867, el abogado y luego político Germán Gamazo Calvo, era su amigo desde estudiantes en Valladolid. Investido doctor un domingo, ese mismo martes ya tomó posesión de su cátedra supernumeraria:
«El facultativo del hospital General de esta corte D. Santiago González Encinas, tomó anteayer posesión de la cátedra supernumeraria de patología externa y operaciones en la Universidad Central, puesto que se ha conquistado por oposición.» (La Correspondencia de España, Madrid, jueves 18 abril 1867, pág. 3.)
Así se escribe la historia… y los cuentos
Adviértanse los fantásticos desajustes con los que recrea estos procesos la panfletaria biografía del “materialista y revolucionario” D. Santiago González Encinas que, solo dos años después, aparece en Los diputados pintados por sus hechos (Madrid 1869, 2:277-278), una glosa que, además, le hace nacer en un “Sonseño” inexistente, data el cólera de 1865 un año antes… Basura historiográfica de la que bebe la penosa entrada firmada por María Ángeles Valle de Juan (1952), directora del Archivo del Senado, en el rancio Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia; una entrada que, además, ignora toda la bibliografía feminista del autor.
1869
Los diputados pintados por sus hechos
«Un año más tarde, esto es, en 1867, obtuvo también por oposición la cátedra de supernumerario de patología quirúrgica, en cuyo expediente, a pesar de haber sido propuesto en primer lugar, sufrió graves vejaciones y disgustos por haber sido acusado de materialista y revolucionario, fallándose su expediente en el Tribunal de la Rota después de numerosas certificaciones sobre su conducta política y religiosa, que le obligaron a presentar su dimisión; pero no siendo admitida, continuó en el desempeño de dicha cátedra, hasta la revolución de Setiembre, sin ser ascendido a numerario, no obstante seis vacantes que hubo en ella, y a pesar de quedar él solo como catedrático supernumerario en todas las facultades de medicina, puesto que todos fueron ascendidos a numerarios por decreto de 22 de Enero de 1867.
Llevada adelante la revolución de Setiembre, el 28 de Octubre de 1868 fue nombrado catedrático numerario por el ministro de Fomento Sr. Ruiz Zorrilla, en justa reparación de las ilegalidades que con él se habían cometido anteriormente; nombramiento que no quiso aceptar, atendiendo por una parte la forma en que se le daba y el tiempo en que le era expedido, y por otra, porque de derecho le correspondía ya desde la primera vacante, según la ley de instrucción pública de 1857, aceptando tan solo la cátedra en comisión basta tanto que su expediente se resolviese en justicia.»
2011
Diccionario Biográfico Español
«Siempre en la escuela positivista se distinguió por su racionalismo científico frente a los vitalistas de la época. En 1863 se trasladó a la Universidad Central de Madrid, donde obtuvo el doctorado, siendo pronto admitido en la Academia Médico-Quirúrgica matritense. Individuo de la Sociedad de Amigos de los Pobres, colaboró activamente durante la peste del cólera morbo de Madrid en la Casa de Socorro del quinto distrito, escribiendo sobre la epidemia una importante memoria y numerosos artículos con medidas higiénicas para su prevención. En 1865 fue nombrado por oposición médico del Hospital Central, y aunque al año siguiente obtuvo la cátedra de Anatomía en Cádiz, pero renunció a ella para seguir en Madrid.
En 1867, también por oposición, fue nombrado catedrático supernumerario de Patología Quirúrgica en la Facultad de Medicina de Madrid, pero por su fama de materialista y revolucionario sufrió vejaciones de todo tipo, hasta tal punto que tras el Decreto de 22 de enero de ese año, por el que todos los supernumerarios pasaban a numerarios, sólo él se vio excluido. Tras la Revolución de 1868, el entonces ministro de Fomento, Ruiz Zorrilla, le nombró, en justa reparación, catedrático numerario el 28 de octubre, pero a pesar de la afinidad ideológica y amistosa que les unía, o quizá precisamente por ello, no aceptó y quedó en comisión en espera de la resolución de su expediente en justicia de acuerdo con la Ley de Instrucción Pública.»
«El señor decano de la facultad de medicina conferirá mañana la investidura de licenciado en dicha facultad, a don José Carrero y once bachilleres más, que acaban de terminar su carrera. Serán apadrinados por el distinguido catedrático de higiene Sr. D. Santiago González Encinas.» (La Correspondencia de España, Madrid, 14 noviembre 1867, pág. 3.)
1868 «Varios demócratas reunidos anoche en la academia de Jurisprudencia, determinaron convocar, como lo hacen por nuestro conducto, a los demócratas de Madrid para una reunión pública que se propone celebrar el partido democrático mañana domingo a la una del día, en el circo de Price, con objeto de tratar asuntos electorales. Recomiendan a los demócratas su asistencia sus correligionarios: Estanislao Figueras. - Santiago González Encinas. - Francisco García López.» (La Correspondencia de España, Madrid, 24 octubre 1868, pág. 3.)
«Ha sido nombrado catedrático numerario de patología quirúrgica en el colegio de San Carlos el Sr. D. Santiago González Encinas.» (La Correspondencia de España, Madrid, 3 noviembre 1868, pág. 2.)
«El domingo próximo saldrá de Madrid para esta provincia nuestro amigo D. Santiago González Encinas, que viene a presentarse ante el país como candidato radical en las próximas elecciones. El Sr. Encinas, hijo de la provincia, y que tantas simpatías cuenta entre nosotros, tendrá, no lo dudamos, buena acogida a que es acreedor por sus excelentes prendas de carácter y por las ideas que profesa. Le acompañan algunos amigos y entre ellos, según nuestras noticias, el periodista D. Demetrio Duque y Merino, hijo también de la provincia, que piensa explicar en el Ateneo de esta capital algunas lecciones de Derecho público, muy oportunas en la época actual. Deseamos feliz viaje a nuestros amigos.» (La Abeja Montañesa, Santander, jueves 10 diciembre 1868, pág. 3.)
1869 «D. Santiago González Encinas, diputado a Cortes por la provincia de Santander, que se hallaba enfermo de gravedad, se encuentra hoy algo aliviado de su dolencia.» (La Correspondencia de España, Madrid, 21 mayo 1869, pág. 3.)
En 1871 publica De la organización de la enseñanza en general. Los cinco puntos más fundamentales acerca de la instrucción pública en España (Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey, Madrid 1871, 136 páginas).
En 1873 publica “Apuntes filosófico-médicos sobre la mujer comparada con el hombre” (en Revista de la Universidad de Madrid, 1873, vol. 2, nº 3, págs. 263-273, firmando “Santiago González Encinas, Catedrático de Patología quirúrgica en la Universidad de Madrid”). Al final de ese artículo anuncian: “Se continuará”; pero no tuvo continuación en las siguientes entregas de Revista de la Universidad de Madrid. Sin embargo, dos años después, el texto de ese artículo conforma, con mínimos cambios, el epígrafe primero (I. De la mujer en general) de una serie de siete artículos de título similar por permuta de los términos, firmados por el “Doctor Encinas, Catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid” (en Revista Europea), que, aprovechando la misma composición, formarán un libro firmado simplemente “por el Dr. G. Encinas”.
Así, en mayo-junio de 1875 publica Revista Europea su estudio “La mujer comparada con el hombre. Apuntes filosófico-médicos” (38.900 palabras y diez epígrafes: I. De la mujer en general • II. Caracteres físico-anatómicos que distinguen a la mujer del hombre • III. Caracteres fisiológicos o facultades morales que distinguen a la mujer • IV. El valor en la mujer • V. El pudor y la coquetería • VI. De la mujer en su nubilidad y considerada como hija • VII. Del amor en general • VIII. Del amor maternal • IX. De la maternidad en el mundo orgánico y moral • X. Del matrimonio y de la familia). Aprovechando la misma composición tipográfica se imprime también en formato libro de idéntico texto (Medina y Navarro, Madrid 1875, 150 páginas). Estos diez fragmentos animarán al lector, y también favorecerán posibles citas frívolas y apresuradas:
“Fundado en la convicción que tengo de la verdad de estos principios, pretendo hacer la exposición de mis estudios filosófico-médicos acerca de la mujer comparada con el hombre, adquiridos todos por la observación y experimentación, tomados de la naturaleza, a quien solamente he interrogado.”
“De todos los seres de la creación, el más interesante, sin duda, es la mujer. Débil y fuerte a la vez, constante y caprichosa, valerosa y sensible, amante y adorada, la asoció la Providencia a los destinos de esta otra arrogante criatura, que se cree el rey del universo, y no es más que el hombre... Por su debilidad, por su constitución y por todos los atributos de su esencia, se diferencia extraordinariamente del que se cree su señor y está orgulloso de ser su esclavo.”
“Con la educación de nuestra mujer actual, apenas queda término medio; es indispensable aceptar el partido del descarado sensualismo o del repugnante materialismo; la razón y el sentimiento, únicos motores que pueden llevarnos bien a nuestra eterna unión, son, por lo general, o desconocidos, o despreciados.”
“Ningún descubrimiento matemático ni teoría metafísica son debidos a la mujer. En Grecia, en que las mujeres asistían con gran ardor a las notables Escuelas filosóficas y en que la de Pitágoras contaba todo un pueblo de adeptas, ni un sólo sistema filosófico salió de la cabeza de la mujer. Tan inteligentes como intérpretes, tan apasionadas como sectarias, su poder se detenía y se ha detenido siempre allí donde la creación de la inteligencia comienza. En nuestro siglo, y hasta en nuestro país, tenemos ejemplos evidentes de los mejores talentos femeninos, pero incapaces de creación.”
“En su mismo papel de romancera socialista, la mujer no ha pasado de ser un eco, un espejo o arpa doliente, que ha reflejado todas las teorías que el azar o el instinto la ha hecho conocer. Detrás de cada uno de sus pensamientos hay un pensador; y una sola cosa se observa en la exposición de tales teorías y sistemas, que la es completamente personal, su alma, que los siente y expresa en su propio estilo. Las mujeres sólo son filósofas por el corazón..”
“De este modo solemos unirnos a una mujer. Sí, a una mujer, porque esta palabra lo significa todo, la amiga, la compañera y la esposa; y si el cielo con su favor nos la da joven, sensible y hermosa, para ser completamente felices sólo nos resta que sea madre.”
“Entre tanto que en las ideas no se haga una revolución que cambie la opinión de los hombres sobre la constancia que les imponen los lazos matrimoniales, habrá siempre guerra entre los dos sexos, guerra secreta, eterna perfidia de la que siempre sale herida la moral.”
“La mujer conoce perfectamente a los hombres que trata; ella no conoce al hombre; nada se la escapa en el individuo, pero sí todo en la especie. Cuando se trata de subir del detalle y de lo particular a lo general, de comparar hechos, deducir consecuencias; cuando se pretende abordar cuestiones serias de cálculo o más o menos filosóficas, la mujer no existe o desaparece, y sólo queda el hombre. El mundo de los hechos es demasiado pesado a la mujer para que no le sacrifique por el de las ideas y sentimientos; lo que nada prueba mejor que la facilidad en conocerse a sí misma.”
“La instrucción de la mujer es indispensable que sea acomodada a la ley de su destino, a las necesidades de la familia, de la cual es el núcleo en toda su evolución y vida moral y material. Estoy lejos de pretender que sea tan extensa y profunda como la del hombre, ni que haya de tener igual carácter, siendo así que su misión es distinta; no aspiro tampoco a formar mujeres sabias que pudieran brillar en las academias y distinguirse por sus vastos conocimientos en ciencias y literatura; tampoco pretendo hacer de ellas doctores de respectivas facultades y profesiones, como sucede en algún país; quiero únicamente que tenga y alcance el conocimiento de sí misma, de los seres que la rodean, y especialmente de aquellos que sólo pueden vivir por ella, de las relaciones establecidas entre los mismos, y de la dependencia que entre sí tienen con arreglo a las leyes del universo.”
“Una vez desgarrado el velo del pudor, hay mujeres que tienen por lo más inocente y simple lo que antes les había parecido afrentoso; y sutilizar e inventar hasta llegar a pregonar los placeres que gozan. Una mujer libertina se considera interesada en su propia justificación hasta el grado de arrastrar a su amiga al mismo precipicio. En el sexo son difíciles o poco menos que imposibles los términos medios de la virtud, por esa razón se ha considerado siempre y se considera hoy, a pesar del progreso de la civilización, como necesaria la prostitución pública; Tolerancia al vicio regimentado para mantener más pura la virtud femenina.”
1878 «Supongo que conocerás al médico-cirujano y famoso operador Gonz. Encinas, catedrático de la central, escritor y lebaniego.» (Carta de Gumersindo Laverde a Marcelino Menéndez Pelayo, desde Santiago de Compostela, 19 mayo 1878. MPEP 3:65.)
1879 «En esta horrible conclusión vienen a parar la ciencia que desconoce el derecho y aun el deber de investigar el hecho de la revelación, atendiendo a los varios criterios que lo certifican. Y decimos de los varios criterios, porque no es solo el milagro el único género de pruebas que ponen de manifiesto la verdad del cristianismo: demás del milagro tenemos las profecías, tenemos la sangre de los mártires, tenemos la santidad de la doctrina y de la Iglesia católicas, y tantas otras y tan seguras señales de su divinidad, que solamente los ciegos voluntarios pueden dejar de verlas en medio de los pueblos cristianos. Pero aunque no consistieran esas pruebas sino en los milagros, ¿le parecen al Sr. Encinas poco convincentes los hechos de oír los sordos, de ver los ciegos, de andar los paralíticos y resucitar los muertos? En cuanto a lo de nutrirse el cristianismo de lo desconocido, es esta una especie que parece mentira haya podido proferirla un catedrático de la universidad central. Oiga el Sr. Encinas las palabras siguientes del vicario de Cristo, y díganos por su vida si la religión es enemiga de la luz. «No en vano adornó Dios la mente de los hombres con la luz de la razón, la cual lejos de ser extinguida ni disminuida por la luz sobreañadida de la fe, es antes perfeccionada por ella, y acrecentada su virtud y hecha hábil para cosas mayores. Es, pues, muy conforme al orden establecido por la divina Providencia para convertir a los pueblos a la fe y a la salud, acudir aun a las ciencias humanas en busca de auxilio: industria razonable y prudente, usada de los Padres más ilustres de la Iglesia, según consta de los antiguos monumentos. No fué a la verdad uno solo, sino muchos, y estos graves, los oficios que solía hacer en ellos la razón; los cuales compendió el grande Agustino diciendo que con esta ciencia es engendrada la fe tan saludable, y que por ella se nutre, se defiende y confirma.» Vea, pues, el profesor de Medicina del antiguo colegio de San Carlos, que la religión no se nutre de lo desconocido, sino de la más sublime ciencia.» (Juan Manuel Orti y Lara, “El catecismo de los textos vivos. §III. Sobre la razón y la fe”, La Ciencia Cristiana, Madrid 1879, volumen XIII, pág. 22.)
«Me parece que habrá que agregar al grupo materialista a nuestro paisano Gonz. Encinas, que en un libro sobre educación de la mujer dice atrocidades que han sido objeto de crítica para Orti y Lara en los artículos titulados Textos vivos, que está publicando en La Ciencia cristiana y que te serán muy útiles.» (Carta de Gumersindo Laverde a Marcelino Menéndez Pelayo, desde Santiago, 9 diciembre 1879. MPEP 4:75.)
1887 «Excmo. Sr. Dr. D. Santiago González Encinas. El distinguido doctor D. Mariano Sancho Martín ha tenido la amabilidad de remitirnos una bien escrita biografía del doctor González Encinas, de la que, no pudiendo insertarla íntegra, por falta absoluta de espacio en el presente número, extractamos los datos que siguen: “Nació este eminente cirujano (cuyo retrato figura en la página 44), el 31 de Diciembre de 1836, en Lomeña (Santander); educado en el Seminario de León, recibió como primeros gérmenes de su vasta instrucción la sana doctrina del catolicismo, y llegada la época en que la razón se enseñorea de la inteligencia adormecida del adolescente, creyó ver inclinarse su vocación por el estudio difícil y no menos sublime de la medicina y de las ciencias naturales; trasladóse a Valladolid en 1855, adquiriendo brillantemente el título de bachiller en Artes y en la Facultad de Ciencias naturales, y llegando a poseer, orlado con toda clase de premios y con el cargo de ayudante director, su anhelado título de médico, en cuyo ministerio tanta gloria le reservaba el destino. Luchando con la escasez de recursos y de relaciones sociales, trasladóse a Madrid, donde se doctoró, dándose a conocer en los centros científicos y prestando eminentes servicios durante la invasión colérica del año 1865; persiguiendo como constante objetivo de sus esfuerzos una cátedra en la Facultad Central, logró obtenerla en 1866, después de haber ganado también por oposición una plaza de médico en el Hospital General y otra cátedra de Anatomía de Cádiz; por esta época ya se había significado el Dr. Encinas en las filas del partido democrático, donde militó desde su juventud, y en aras a la integridad de su carácter ha permanecido fiel a sus ideales políticos, defendiéndolos en debates parlamentarios como diputado de las Constituyentes y senador en dos legislaturas. El Dr. Encinas ha sido una de las figuras más salientes del cuerpo médico docente: de palabra fácil y enérgica, educado en la filosofía positivista, poseía una instrucción solida; apasionado por el estudio, su vida se ha extinguido prematuramente por el desgaste de su inervación siempre excitado su espíritu en la resolución de trascendentales problemas científicos; era un operador extraordinario, sereno e intrépido; disector habilísimo, su bisturí no hallaba dificultades en la más intrincada región anatómica, y su pericia en las operaciones del cuello y de la cara llegó a ser proverbial. Deja un vacío difícil de llenar, porque al fin ocupaba lugar distinguido entre esa pléyade de ilustres cirujanos que, como Argumosa, Toca, Velasco, Calvo Martín, Martínez Molina y Creus, han sostenido en nuestros días el esplendor de esa alta medicina operatoria que ha sido siempre uno de los timbres más preclaros del antiguo Colegio de San Carlos. Sus publicaciones han sido notables; importantes folletos, monografías donde se refieren procedimientos quirúrgicos de su invención, y por último, su trascendental obra intitulada Principios generales de clínica quirúrgica, que es la síntesis de sus doctrinas y el trasunto fiel de su larga y aprovechada experiencia. Posición y nombre, gloria y consideración, ciencia y fortuna logradas por sus exclusivos esfuerzos, todo se ha derrumbado ante el frío soplo de la muerte, que nos arrebató en la mañana del 4 del actual al querido maestro cuando acababa de cumplir cincuenta años, es decir, cuando su inteligencia prometía aún opimos frutos. Privado del calor de la familia que su azarosa vida no le dio tiempo de crear, se ha visto rodeado hasta los últimos momentos de discípulos cariñosos y de amigos tan sinceros como D. Germán Gamazo, quien con su poderoso talento ejerció grandísima influencia sobre el espíritu ya predispuesto del moribundo, que nos dio el consuelo, en medio de la natural amargura, de verle espirar en el seno de la Iglesia donde nació y se educó. ¡Dios habrá acogido el alma del hombre eminente que sólo tuvo por norte en la tierra la laboriosidad y la honradez!”» (La Ilustración Española y Americana, Madrid, 15 de enero de 1887, año XXXI, nº 2, pág. 35, grabado en la página 44 con este pie: “Excmo. Sr. Dr. D. Santiago González Encinas, senador del reino, catedrático de la facultad de medicina de madrid. Nació en Lomeña (Santander), en 1836; † en Madrid, el 4 del actual.)
1906 «Doctor D. Santiago Encinas. Nació en el pueblo de Basieda (según Llorente y Fernández, Recuerdos de Cantabria), partido de Potes, el día 31 de diciembre de 1836 y murió en Madrid el día 4 de enero de 1887. Estudió Latinidad y Teología en el Seminario de León, en el que cursó tres años de Filosofía y uno de Teología con notable aprovechamiento, asistiendo, no obstante, a las clases del Instituto; abandonó la carrera eclesiástica por la de Medicina, trasladándose a Valladolid, en cuya Universidad, y después de brillantísimos ejercicios, se licenció en Medicina y Ciencias Naturales, ganando todos los premios ordinarios y extraordinarios, desempeñando en la misma Facultad, previa oposición, la plaza de primer ayudante disector. Trasladóse a Madrid, en donde se dio a conocer en la Academia Médico-Quirúrgica Matritense. En la epidemia colérica de 1865 prestó valiosísimos servicios en la Casa de Socorro del quinto distrito, ganando en el mismo año, y después de brillante oposición, una plaza de médico del Hospital general. Al año siguiente hizo oposiciones a la cátedra de Anatomía, vacante en la Facultad de Medicina de Cádiz, mereciendo por unanimidad el primer lugar de la terna; presentó la renuncia y continuó desempeñando su plaza en el Hospital citado. En 1868 fue nombrado, por oposición, catedrático supernumerario de la asignatura de Patología Quirúrgica de la Facultad de Madrid; en octubre del siguiente año, catedrático numerario de la misma asignatura, y al mes, decano del Colegio de San Carlos, puesto del que no llegó a tomar posesión. Cuatro años más tarde fue trasladado a la cátedra de Clínica Quirúrgica, que desempeñó hasta su muerte. Demócrata desde su juventud, revolucionario en 1868, diputado en las Constituyentes del 69, figuró desde el año 1873 en las filas del partido republicano, siendo uno de los más entusiastas y elocuentes apóstoles de la república conservadora. En 1881 la Sociedad Económica de León le confió su representación en la Alta Cámara. La circunscripción de Santander le eligió senador en 1886. Bibliografía. –Memoria acerca de la epidemia del cólera en Madrid; la dedicó al ministro de la Gobernación D. José Posada Herrera, y debió publicarse en 1867. –De la organización de la enseñanza en general: Los cinco puntos más fundamentales acerca de la instrucción pública en España, Madrid: tipografía de Tomás Rey, calle de D. Martín, núm. 4, 1871, 236 páginas, con una dedicatoria al Excmo. Sr. D. Manuel Ruiz Zorrilla. –La mujer comparada con el hombre, un tomo de 150 páginas, Madrid: imprenta de Medina y Navarro, calle del Rubio, núm. 25, 1875. –Dos historias clínicas y dos operaciones de pólipos nasofaríngeos, con dos trasfusiones de sangre, Madrid: imprenta de Manuel G. Hernández, calle de San Miguel, número 24, 1878, 84 páginas. –Memoria médica acerca del modo de obrar las aguas de Hoznayo, Fuente del Francés, redactada por los doctores D. Modesto Pacheco, D. Laureano García Camisón y D. Santiago G. Encinas; Junio 30 de 1881. –Metodología y principios generales de clínica quirúrgica, por el doctor Encinas, catedrático de la misma en la Facultad de Medicina de Madrid; Madrid: imprenta de Enrique Teodoro, Amparo, 102, y Ronda de Valencia, 8, 1883; dedicado a la memoria de los ilustres cirujanos y operadores doctores Argumosa y Toca; 13 hojas preliminares y 729 folios.» (José García del Moral, Galería de escritores médicos montañeses, Santander 1906, páginas 74-77.)
★ Sobre Santiago González Encinas en este sitio
1869 D. Santiago González Encinas, en Los diputados pintados por sus hechos, Madrid 1869, 2:277-278.
★ Textos de Santiago González Encinas en el proyecto Filosofía en español
1865 Exposición a S. M. sobre la epidemia de cólera, El Contemporáneo, 12 octubre 1865.
1867 ¿Cuál es la educación física y moral de la mujer, más conforme a los grandes destinos que la ha confiado la Providencia?, Madrid 1867, 30 páginas.
1875 “La mujer comparada con el hombre. Apuntes filosófico-médicos”, Revista Europea, Madrid 1875, nº 62, págs. 326-331, &c.
(facsímil del original en 62:326-331, 63:365-369, 64:408-413, 65:444-452, 66:487-495, 68:563-570 y 69:606-612).