Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo Carta séptima

Dichos, y hechos graciosos de la Menagiana

Advertencia a los forasteros de la República Literaria

Menagiana se dice una compilación de varias graciosidades, y agudezas, entretejidas con muchos rasgos de erudición, que en las conversaciones se oyeron a Mr. Gilles Menage, que en Español llamamos Gil Menage, y los Latinos Aegidius Menagius, Francés insigne, y de genio muy sobresaliente; advirtiendo, que la mayor parte de las agudezas, y graciosidades de la Menagiana no tienen por Autor a Mr. Menage, ni él las daba por suyas; sí sólo las vertía a la conversación, para hacerla amena a los discretos amigos, que concurrían a su casa, que eran muchos, y muy frecuentes, nombrando los Autores, cuando le constaba quiénes lo habían sido, o dejándolos en el estado de anónimos, cuando lo ignoraba. Esta especie de Escritos, que llaman los Ana, se han hecho muy de la moda en las Naciones, denominándolos de los Apellidos de sus Autores, como del Cardenal de Perrón, Perroniana; de Josepho Scaligero, Scaligeriana; Naudeana, de Gabriel Naude, &c.

Carta

1. Padre nuestro, y amigo mío: No lo decía yo por tanto, cuando escribí a V. Paternidad, el gran gusto con que estaba leyendo la Menagiana, que poco ha me [57] envió, por elección suya, mi íntimo amigo el Maestro Sarmiento. Digo, que no previne, que el dar a V. Paternidad esta noticia, había de tener el efecto de solicitar ahora de mí, que le envíe copiada una buena porción de los dichos de la Menagiana, para divertirse, y divertir con su lectura a algunos amigos en las Próximas Pascuas: que acaso a haberlo prevenido, hubiera ahorrado este trabajo. Comúnmente pago bastantemente cara la complacencia que siento en alabar en presencia de muchos estos, o aquellos Libros, que tengo en mi Biblioteca; pero por otro camino. A vista de mi recomendación me los piden prestados, para lograr el gusto de su lectura, varios sujetos, a quienes no puedo honestamente negarlos, y después suelen volverme de sus manos muy ajados. Pero no es lo peor esto, sino que algunos no vuelven, ni mal tratados, ni bien tratados, porque los que los recibieron de mí se toman la libertad de comunicarlos a otros, y éstos a otros: con que últimamente vienen a desaparecerse; y por esta docilidad mía he perdido muchos, y buenos Libros.

2. Antes de poner manos a la obra, debo advertir a V. Paternidad, que aún cuando en el extracto, que voy a hacer, quisiese incluir todo lo que me parece más selecto de la Menagiana, no podría hacerlo; porque es preciso descartar muchísimo, que no se puede traducir de Francés al Español, por estar tan inherente la agudeza, o la gracia a la locución, frase, o voz Francesa, que es imposible trasladarla a nuestro idioma. También pide la decencia, que descarte todo lo que pertenece a galantería, en que hay mucho excelentemente pensado, y dicho; pero como en el papel no puede ponerse la forma separada de la materia, es forzoso dejar uno por otro. Finalmente, es casi inevitable omitir, a excepción de una, u otra cosita, todo lo que hay de Poesía Francesa, que es mucho; ya porque los pensamientos poéticos de los Franceses no son muy del gusto de los Españoles; ya porque no corresponde el gusto de leerlos a la fatiga de traducirlos. [58] Aunque esto no quitará que tal vez ponga en prosa una, u otra sentencia, que hallaré en verso Francés. De los versos Latinos es otra cosa, pues éstos no necesitan de traducirse.

3. Tengo previsto, que no todo lo que leyere V. Paternidad en esta Carta será de su gusto. Contentaréme con que lo sea la mitad: porque en materia de noticias, graciosidades, y agudezas varían los gustos más que en los manjares. Aún entre hombres de entendimiento celebra uno como un bello chiste lo que otro desprecia como frialdad.

4. Ni espere V. Paternidad de mí una mera traducción; porque sobre que en la narración de los hechos no seguiré la letra, antes la vestiré a la Española, y cortaré, o alargaré, según me parezca convenir, para darle más expresión, o gala, añadiré en esta, o en aquella parte algo de mi corto caudal, o en noticias, o en reflexiones, las que irán, para distinguirse, colocadas como en paréntesis con esta nota () al principio, y al fin. Finalmente debo intimar a V. Paternidad, que en esta especie de colecciones no se sigue método, orden, o división alguna. Así como van ocurriendo a la memoria del que hace la colección, se van escribiendo. Esto es general a todos los escritos de Ana. Empiezo, pues.

5. Me han parecido dignas de imprimirse en la memoria de todos los hombres las tres siguientes sentencias de la célebre Poetisa Madama des Houlieres sobre el juego. Un jugador de oficio, nada tiene de humano, sino la apariencia. No es tan fácil, como se piensa, ser hombre de bien, y jugar grueso. Los que se dan al juego, empiezan siempre engañados, y acaban engañando.

6. (De Madama des Houlieres se da noticia en el primer Tomo del Teatro Crítico, Disc. XVI, num. 121, debajo del nombre de Antonieta de la Guardia, que son sus propios nombre, y apellido, pues Madama des Houlieres se dice, siguiendo el estilo Francés en orden a las mujeres casadas, porque su marido era Señor des Houlieres. [59]

Paréceme, que el jugar grueso sólo se debiera permitir entre Naciones enemigas en tiempo de guerra, como es permitido entonces el recíproco pillaje; ¿porque qué diferencia hay en la substancia entre uno, y otro?)

7. Mr. Menage, hablando del célebre Armando Juan Boutiller de Ranze, Abad de la Trappa, del Orden Cisterciense, que reformó aquel famoso Monasterio, poniéndole en un grado tan alto de austeridad, que parece insoportable a la flaqueza humana, le aplicó felízmente lo que decía Filemón, Poeta Griego, de Zenon, Fundador de la Secta Stoyca: Esurire docet, & discipulos invenit.

8. Habiendo el doctísimo Padre Maldonado ido a visitar a Cujacio, este célebre Jurisconsulto le pagó la visita, seguido en ella de ochocientos discípulos, que diariamente asistían a sus lecciones. (Creo que el Padre Maldonado podría, si quisiese visitar a Cujacio a la frente de otros tantos; porque es hecho constante, que fue extraordinarísimo el número de los que todas las Provincias de Francia acudían a París a lograr su doctrina. Aún algunos Protestantes, con saber que era celosísimo enemigo de su Secta, concurrían a oírle; y a algunos les estuvo bien, porque, persuadidos de sus razones, abrazaron la verdadera Religión).

9. Hablándose delante de Pío V del abuso de poseer un Eclesiástico muchos Beneficios, dijo el Papa: A mí no se me notará tal cosa, pues no tengo sino uno, y con él estoy contento. (Así lo refiere Mr. Menage; pero el Cardenal Palavicino, más seguro testigo en la materia, atribuye esta graciosidad a Pío IV, estando en conversación con el Cardenal de Lorena, que poseía gran cantidad de Abadías, entre ellas la riquísima de Cluni.

10. En orden a Beneficios Eclesiásticos me ocurre el chiste de Luis XI, Rey de Francia, que siempre me ha parecido de bello gusto. Decía este Príncipe, que tenía gran lástima a los Caballos, y gran envidia a los Borricos. ¿Preguntando por qué? Respondía: Porque los [60] caballos se revientan corriendo la posta a Roma, para que después los Burros vengan cargados de Beneficios).

11. A Marco Antonio Mureto interrumpían algunas veces sus discípulos, haciendo ruido, lo que él solía castigar con algún mote picante. Uno de ellos llevó en una ocasión una campanilla, que empezó a tocar en medio de la lección. Verdaderamente, dijo Mureto, ya extrañaba yo, que en esta manada de bestias no hubiese un guión con su cencerro para capitanear el rebaño.

12. Plutarco refiere, que habiendo Lysias hecho un alegato para un hombre, que había de usar de él en el Tribunal, le dijo éste, quejándose que le había leído tres veces, que la primera le había parecido bueno, la segunda no más que mediano, y la tercera malo. Bien podéis, pues, le dijo Lysias, estimarle como bueno, pues en el Tribunal no se ha de oír más de una vez.

13. Habiendo Joviano Pontano hecho este verso enigmático sobre el agujero: Dic mihi quid maius fiat quo pluria demas, y leídole delante de Scriberio, hombre de pronto ingenio, le respondió al punto con este: Pontano demas carmina, maior erit. (Pontano era Filósofo, Poeta, Historiador, y Orador. El sentido, pues, de Scriberio es, que Pontano tenía otras prendas buenas, pero era mal Poeta. Realmente, un hombre grande se hace irrisible, y mucho menor de lo que es, si se pone a componer versos, que no sean muy buenos. Esto le sucedió a Cicerón por haber compuesto aquel O fortunatam natam me Consule Romam, riendo unos, y extrañando otros, que un hombre tan grande estimase en algo el despreciable sonsonete, equívoco, o eco fortunatam natam. Realmente en la respuesta de Scriberio hay mucha agudeza, mas ninguna verdad, porque Pontano está en la común opinión numerado entre los buenos Poetas.

14. He oído algunas veces, que un Extranjero, con este mismo pensamiento de Pontano sobre el agujero, hacía burla de que los Españoles diesen a nuestro Felipe IV el epíteto de Grande, diciendo, que este Rey era [61] Grande como el agujero, que cuanto más le quitan, mayor se hace. Aludía a las pérdidas, que padeció España en su tiempo, en las guerras con la Francia. Así se andan trasladando comúnmente los dichos de unos sujetos a otros, y de unos tiempos a otros. Joviano Pontano floreció cerca de ciento cincuenta años antes de Felipe IV).

15. Es plausible la necedad del Señor Gaulard. Viendo este Señor gran cantidad de inmundicias en el patio de su casa, le dijo a su Mayordomo, ¿que cómo no las quitaba de allí? El Mayordomo, no encontrando mejor excusa, respondió, que no se hallaban carreteros para transportarlas. ¿Cómo carreteros? dijo el amo. ¿Qué necesidad hay de carreteros? Haced ahí en el medio del patio un hoyo, y sepultadlas en él. Pero bien, replicó el Mayordomo, ¿dónde se ha de echar la tierra, que se sacare del hoyo? Siempre serán menester carreteros para conducirlas fuera. Diole con sus carreteros, repuso irritado el discretísimo amo: ¿Hay más que hacer el hoyo tan grande, que quepan en él la tierra, y las basuras?

16. (Hallo mucha semejanza entre esta simplicidad, y la de una Dama Francesa, que leí, no me acuerdo en qué Libro. Tratándose en un corrillo de cuál era el camino por donde el Sol volvía de Poniente a Oriente para empezar todos los días desde allí su carrera, dijo ella muy pronta: ¿Pues qué duda puede haber en eso? Vuelve por el mismo camino por donde fue de Oriente a Poniente. Si fuera así, le dijo uno de los presentes, le viéramos al volver, como le vemos al ir. ¡Qué objeción tan simple! respondió la Dama: ¿cómo le hemos de ver cuando vuelve, si entonces es de noche?

17. En el Sepulcro del famoso Guerrero Juan Jacobo Trivulcio, que está en la Iglesia de San Nazario de Milán, se puso este Epitafio: Ioannes Iacobus Trivultius, qui numquam quievit, nec alios quiescere passus est, hic tandem quiescit ipse. [62]

18. (Entenderase por qué se le puso en el epitafio, qui numquam quievit, nec alios quiescere passus est, exponiendo aquí un rasgo de la vida de este famoso Capitán. Juan Jacobo Trivulcio había hecho grandes, y continuados servicios a la Francia en los tres Reinados de Carlos VIII, Luis XII, y Francisco I. Cargado de años, y de laureles se retiró a Milán, su Patria, donde vivía en mero particular; pero generalmente venerado por su nobleza, por su riqueza, y por sus grandes acciones. Lautrec, Gobernador de Milán por el Rey Francisco I, llevaba muy mal esta alta estimación de Trivulcio, porque cercenaba en alguna manera, y hacía sombra a su autoridad. Para humillarle, pues, le acusó ante el Rey Francisco, proponiendo contra él algunos capítulos, que aunque muy fútiles, no dejaron de hacer bastante impresión en el ánimo del Príncipe, por la desreglada pasión, que tenía por la Condesa de Chateau Briant, Dama suya, y hermana de Lautrec; y no pudiendo el Trivulcio desimpresionar al Rey, ni con las pruebas de su inocencia, ni con la memoria de sus servicios, resolvió justificarse a boca, pasando a Francia, y atravesando los Alpes en la edad de ochenta y cuatro años. Halló al Rey en Chatres, Lugar situado cinco leguas de París; pero por más diligencias que hizo, nunca pudo obtener audiencia, por oponerse a ella el influjo de la deshonesta Condesa. En esta extremidad se determinó a esperar al Rey en una Galería, por donde sabía había de ir a oír Misa; y al punto de emparejar con él, en voz, y tono propios de Héroe, le dijo: Sire, sírvase V. Majestad de oír a un hombre, que sirviendo a V. Majestad, y a sus antecesores, se halló en diez y ocho batallas campales. De nada sirvió esta vigorosa representación. El Rey insensible, como si no le oyera, con un silencioso desprecio prosiguió su marcha; y el Trivulcio, altamente resentido de tan cruel desaire, fue luego asaltado de una fiebre ardiente, que en pocos días le quitó la vida. [63]

19. Este es aquel Rey, que los Franceses, no sé por qué, elogian tanto, pretendiendo igualarle, y aún sobreponerle a su concurrente el Emperador Carlos V. Fue el Rey Francisco hombre animoso, y amante de los hombres de letras. Fuera de estas dos prendas, no veo en él cosa digna de alabanza; mejor diré, cosa que no sea digna de vituperio. Idólatra de cuanto amaba, por complacer a la torpe Condesa, a su ambiciosa, e imperiosa Madre Luisa de Saboya, y a su indigno valido el Almirante Bonivet; no sólo cometió en el gobierno crasísimos errores, mas aún tiránicas injusticias, como la que acabo de referir de Trivulcio: los injustos ajamientos del Condestable Borbón, y atropellamiento de su incontestable derecho a la Casa, y Estado de Borbón, por adjudicarlo a su Madre, irreconciliable enemiga, y continua perseguidora del Condestable, no por otro motivo, según refieren algunos Autores, sino porque no se quiso casar con ella; y sobre todo, la inicua ejecución capital del Señor de Semblenzai, Superintendente de las Finanzas, sin otro delito, que satisfacer al cargo, que el Rey le hizo, de no haber aprontado el dinero necesario para la guerra de Milán, con la verdad de que su Madre, Regente a la sazón del Reino, violentamente le había arrancado de las manos cuatrocientos mil escudos, que tenía preparados para este fin. Colocan los Franceses entre sus virtudes la liberalidad, no siendo realmente sino disipación, faltándole en las mayores urgencias lo que consumía en vanas esplendideces. Celebran su celo por la Fe. ¿Pero cómo puede atribuirse a este principio el quemar los Calvinistas en Francia, a tiempo que estaba protegiendo los Protestantes en Alemania?

20. La indignación concebida contra el Rey Francisco, por el civil procedimiento hacia el General Trivulcio, me arrastró a esta digresión; de la cual, volviendo al epitafio, lo primero que se ofrece para su aplicación, es, que un hombre, que se halló en diez y ocho batallas [64] campales, no dejó en toda su vida las armas de la mano, y a esto puede venir el que no reposó, ni dejó reposar a otros. Pero realmente la aplicación tomada por este lado, sería muy impropia, pues aquella expresión más significa un hombre inquieto, tumultuante, y revoltoso, v. gr. un Alberto de Brandemburg, torbellino de Alemania, que un Caudillo, que guerreó toda la vida debajo de las órdenes del Monarca, cuyo partido seguía. Lo que colijo, pues, es, que el epitafio se le puso estando aún en el gobierno de Milán su enemigo Lautrec, y a contemplación suya se gravaron en la piedra, en vez de virtudes, que le adornaron, vicios que no tuvo).

21. El epitafio siguiente, por opuesto vicio, y rumbo, se puso a un hombre enteramente inepto, y eterno holgazán: Qui semper iacuit, hic iacet Hermogenes. (Me parece éste más agudo, que el pasado. Y algo se da la mano con él, aunque tiene muy diverso significado, el bello epitafio, que el Conde Manuel Thesauro ideó para nuestro primer Padre: Hic iacet, per quem omnes iacent).

22. Jerónimo Amaltheo, fingiendo colocadas en un reloj de arena, como en un túmulo suyo, las cenizas del Amante Alcipo, compuso a este imaginario asunto el hermoso Epigrama que se sigue:

Perspicuo in vitro pulvis, qui dividit horas,
Dum vagus augustum saepe recurrit iter.
Olim erat Alcippus, Gallae qui ut vidit ocellos,
Arsit, & est caeco factus ab igne cinis.
Irrequiete cinis miseros testabere amantes,
More tuo, nulla posse quieti frui.

23. (Jerónimo Amaltheo, famoso Poeta Italiano, floreció antes que nuestro Quevedo; con que es verosímil, que Quevedo tomase de él la idea para aquellas Quintillas, que en su Calíope hizo al mismo asunto, [65] poniéndoles esta inscripción: Al polvo de un amante, que en un reloj de vidrio servía de arena a Floris, que le abrasó).

24. En las profecías de los Papas, atribuidas a San Malaquías, el mote correspondiente a Inocencio XI, llamado, antes de ser Papa, Benito Odescalchi, es bellua insatiabilis, que tiene un sentido el más contrario del mundo a la índole piadosísima, y templadísima de aquel excelente Pontífice. Pero ello era menester discurrir como apropiársele. En fin, a fuerza de cavilar, se vino a tomar por la parte de que aquel Papa era muy amante del Cardenal Cibo, que en Italiano, y Latín significa comida. Interpretación ridícula, como lo son las demás de aquellas supuestas profecías. Sin embargo, se colocó con ingenio, y gala en este dístico:

Bellua Odescalchum notas insaciabilis, ut qui
Vult sibi praesentem semper adesse
Cibum.

25. Habiéndose descompuesto el Padre Bouhours, y Mr. Menage, que antes eran amigos, y fue en la querella agresor el primero, se reconciliaron después; y para testificar Mr. Menage, que en su corazón quedaba borrado enteramente todo lo pasado, empleó oportunísimamente aquellas palabras de Petronio: Et in hoc pectore, cum vulnus ingens fuerit, cicatrix non est.

26. A un alto Personaje, que había nacido en el mar, de padre Genovés, y madre Griega, se hicieron estos dos dísticos satíricos:

Genua cui patrem, genitricem Graecia, partum
Pontus, & unda dedit, num bonus esse potest?
Fallaces Ligures, mendax est Graecia, Ponto
Nulla fides: in te singula solos habes.

27. Habiendo ido el Cardenal de Rets a la casa de Mr. Mazura, Cura de San Pablo, estando hablando con [66] él, las campanas de la Parroquia empezaron a sonar tan terriblemente por una persona de calidad, que acababa de morir, que apenas podían oírse uno a otro. ¿Preguntó con esta ocasión el Cardenal al Cura, si no le mortificaba mucho el sonido de aquellas campanas? No, Eminentísimo Señor, respondió el Cura; antes las oigo con gusto; porque tantum valent, quantum sonant.

28. Decía uno, que no podía sufrir el ruido de las campanas, que el motivo de bendecirlas la Iglesia, era porque como a cada paso las daban al diablo los que las oían, no aceptase el diablo la donación, y las llevase.

29. Un Predicador machacón había enfadado a todos sus oyentes con un Sermón muy largo, en que trataba de las Bienaventuranzas. Al bajar del púlpito, llegándose a él una Dama, le dijo: Padre, V. Paternidad no sabe cuántas son las Bienaventuranzas, pues nos ha predicado, que no son más de ocho, y ellas realmente son nueve. ¿Pues cuál es la novena, señora? preguntó el Predicador. La novena, Padre, respondió la Dama, es, Bienaventurados los que no oyen los Sermones de V. Paternidad.

30. (Nuestro Monje el Maestro Redin, hijo del Monasterio de Oña, y hermano de aquel famoso Capuchino del mismo apellido, cuya vida anda estampada con el título del Capuchino Español, fue un hombre sumamente chistoso, y de alegrísimo humor. Estando ya con todos los Sacramentos, y aguardando la muerte por instantes, vino a despedirse de él un Predicador Jubilado de aquel Monasterio, que era oído con muy poca aceptación, y le dijo, cómo se había ofrecido al Abad para predicar el Sermón de sus Honras, y el Abad había condescendido en ello. ¿Que eso hay? dijo el Maestro Redin: Pues me alegro de estar entonces muerto; con eso no oiré el Sermón. Creo que este chiste tiene mucha más gracia, que el que al mismo propósito refiere Mr. Menage. [67]

31. El mismo Mr. Menage dijo de otro Predicador, a quien por predicar muy mal nadie iba a oír, que era un S. Juan Bautista. Preguntándole ¿por qué? Respondió: Porque es como el Bautista, Vox clamantis in deserto.

32. De un Astrólogo, que divertido en la contemplación de los Astros, cayó en un hoyo, dijo no sé quién: Qui fuit Astrologus, tunc Geometra fuit. (Geometra significa medidor de la tierra.) Bien sabido es el dicho de la criada del Filosófico Tales Milesio, a quien con la misma ocasión sucedió el mismo azar: ¡Ah, mi amo! ¿Cómo quiere Vmd. saber cómo están las cosas en el Cielo, no sabiendo cómo está la tierra que tiene inmediata a sus pies?

33. En aquel tiempo, en que acababan de descubrirse las manchas del Sol, e iba corriendo esta admirada novedad por la Europa, habiendo entrado Mr. Voyture en la casa de Madama de Rambovillet, le dijo ésta: Mr. ¿qué tenemos de nuevo en París? Señora, respondió Voyture, corren muy malas noticias del Sol. (Madama de Rambovillet fue, a la mitad del siglo pasado, una de las mayores hermosuras de la Francia. Sobre esto, era mujer discreta, y de gran calidad, por cuyas razones su casa era muy frecuentada de cuanto había bueno en París. Vicente Voyture fue al mismo tiempo ingenio muy celebrado, tanto en verso, como en prosa, y aún hoy son muy estimadas sus Obras. El primero que descubrió las manchas del Sol, fue el Padre Cristóbal Scheynero, Jesuita Alemán).

34. Mr. Conrat fue un bello Poeta, de excelente índole, y modo. Viose un tiempo en próspera fortuna, de la cual cayó después mucho. Encontrándole una vez a pie, y solo en la calle, uno que iba en coche, pero estaba muy adeudado, le insultó sobre que entonces sólo andaba a pie, cuando antes siempre le veían por las calles de París en carroza; a lo que Conrart respondió con un verso, que se pudo traducir medianamente en Castellano de este modo: [68]

Tienen muchos mentecatos
Lacayos, Carroza, y Pajes;
Mas deben sus equipajes,
Y yo pagué mis zapatos.

35. (El que tradujo esta copla, me dio la siguiente, en respuesta a ella, a favor de los Señores, que deben lo que gastan:

No son los que un porte honrado
Sustentan de ajenos bienes
Los mentecatos. ¿Pues quiénes?
Los que se lo dan fiado.

36. Y ahora, sobre el comer de prestado, me ocurre una hermosa prontitud de un Estudiante, que siendo niño oír referir a mi padre. Volviendo el Estudiante de Salamanca, acabado el Curso, a su tierra con muy pocos cuartos, se trataba, porque no se le acabasen antes de acabar el viaje, con estrecha economía por el camino. Sucedió, que llegando a hacer noche a una posada, donde la huéspeda era mujer de lindo entendimiento, lindo modo, y mucho agrado, ésta le preguntó: ¿qué quería cenar? Respondió, que un par de huevos. ¿No más, señor Licenciado? dijo la huéspeda. A lo que el Estudiante: Bástame, señora, que yo ceno poco. Trajeron los huevos, y al tiempo de cenarlos, le propuso la huéspeda unas truchas muy buenas, que tenía, por si las quería. Negose el Estudiante al envite. Mire, señor Licenciado, añadió la huéspeda, que son muy ricas, porque tienen las cuatro F. F. F. F. ¿Cómo las cuatro efes? replicó el Estudiante. ¿Pues no sabe, señor Licenciado, repuso la huéspeda, que las truchas, para ser regaladas, han de tener cuatro efes? Nunca tal he oído, dijo el Estudiante, y quisiera saber, qué cuatro efes son esas, o qué significa ese enigma. Yo se lo diré, señor, respondió [69] la huéspeda: quiere decir, que las truchas más sabrosas, son las que tienen las cuatro circunstancias de frescas, frías, fritas, y fragosas. A lo que el Estudiante: Ya caigo en ello; pero, Señora, si las truchas no tienen otra efe más, para mí no sirven. ¿Qué otra efe más es esa? preguntó la huéspeda. Señora, que sean fiadas, porque en mi bolsa no hay con que pagarlas por ahora. Agradó tanto la agudeza a la huéspeda, que no sólo le presentó las truchas graciosamente, mas le previno la alforja para lo que restaba de camino).

37. Mr. Chapelain, Poeta Francés, compuso el Poema épico, intitulado: La Doncella de Orleans, en que cantó las proezas de aquella Joven Heroína; mas le hizo esperar mucho tiempo: porque después que ya sabía toda la Francia, que había aplicado la pluma a esa obra, tardó veinte años en concluirla; por lo que otro Poeta Francés le hizo este dístico, que con razón fue muy celebrado:

Illa Capellani dudum expectata puella
Post longa in lucem tempora prodit annus.

38. (En el Diccionario de Moreri se lee, que no sólo tardó en esta composición veinte años, sino treinta. Lo peor fue, que teniendo antes los créditos de insigne Poeta, se le minoraron mucho después que se hizo público este Poema, porque no pareció digno aún de mucho menor trabajo. Acaso por ser mucho el trabajo, no salió el Poema bueno. Plinio, después de referir como Apeles decía, que las Pinturas de Protógenes, aunque excelentes, lo fueran más, si supiera, como él, levantar la mano de la tabla, añade: Praecepto memorabili nocere saepe nimiam diligentiam.

39. Otro Poeta Francés mostró agudamente cuán poca estimación hacía al Público del Poema de Chapelain desde que salió a luz, habiendo tanto tiempo esperado en él una cosa grande, en un verso, que se pudo traducir, y compendiar así en nuestra lengua: [70]

Veinte años ha que suena esta Doncella,
Dentro de un año nadie hablará de ella.

40. Un Gascón, que continuamente, como suelen los de aquella Provincia, jactaba su valor, hallándose en un lance, en que podía, y debía mostrarle, huyó cobardemente. Viéndole un Francés de otra Provincia, le dijo: Pues, Monsieur, ¿dónde está vuestra bravura? El respondió: En los pies.

41. Son singulares los Gascones en la fanfarronada. Leí de uno, que decía, que los colchones en que dormía no tenían más lana, que los mostachos de los hombres que había muerto).

42. Mr. de Brancas padecía prodigiosos distraimientos. El día que se casó trataba de ir a casa de un Bañador (acaso con el ánimo de tomar baños temprano el día siguiente), y lo hubiera ejecutado, si un criado suyo no le hubiera recordado, que se había casado por la mañana. A otro hallaron en su libro de Memoria un apuntamiento para no olvidar de casarse cuando fuese a Turón. (Yo adolezco bastantemente del mismo defecto. Pocos días ha me sucedió buscar en varias partes de la Celda los anteojos, que tenía puesto en las narices. Esto me parece a lo del Arriero, que contando sus machos una, y otra vez, hallaba siempre uno menos, porque no se acordaba de contar el macho, en que estaba montado).

43. Habiendo Monsieur Menage, con llaneza Francesa, asido, con sus manos la de una Señora, que las tenía muy lindas, y con quien estaba en conversación, ésta a poco rato desasió su mano. Viéndolo Monsieur Pelletier, que estaba presente, le dijo a Menage: Mr. aunque habéis compuesto muy bellos Libros, ésta (señalando la de la Dama) es la mejor obra que ha salido de vuestras manos.

44. Casose un Marqués mozo con una Condesa vieja [71], porque era muy rica, sucedió lo que sucede ordinariamente. A poco tiempo se fastidió de ella tanto, que apenas podía sufrir su presencia. Conociolo la buena Señora, y aun llegó a sospechar, que el marido quería deshacerse de ella. Cayó a este tiempo enferma; con que no sólo consintió en que el Marqués le había dado veneno, mas aun a él mismo le echó esta calumnia en la cara delante de muchos. A lo cual el Marqués, sin alterarse, dijo a los circunstantes. Señores, para que conozcáis que es falso testimonio, llamad Cirujanos, que abran ahora el cuerpo de la Condesa, y le registren parte por parte, y veréis cómo no se halla en él rastro de veneno.

45. Otro Caballero, que también se había casado con una vieja, llegando a morir ésta, la mandó enterrar cinco horas después que había espirado. Dijéronle, que aún estaba el cuerpo caliente. No importa, respondió él, haced lo que os digo: harto muerta está, pues cuando me casé con ella ya estaba medio difunta.

46. Iban a enterrar la mujer de otro, que juzgaban muerta por un deliquio largo, y profundo, en que había caído; y habiendo tropezado con unas zarzas, que había en el camino, las picaduras de ellas la despertaron del letargo, y vivió algunos años después, al cabo de los cuales, sobreviniéndole otra enfermedad, murió de ella; y cuando llegó el caso de conducirla a la sepultura, encargó el marido con muchas veras a los conductores, que la llevasen por donde no hubiese zarzas.

47. Habiendo pedido una doncellita pobre al Ilustrísimo Camus, Obispo de Belley, Prelado ejemplarísimo, y gran Predicador, que en el Púlpito procurase excitar la piedad de los oyentes a que la socorriesen para poder hacerse Religiosa, les dijo antes de empezar el Sermón: Señores, yo encomiendo a vuestra piedad una virtuosa doncella, que por ser tan pobre no puede hacer voto de pobreza.

48. El Papa Clemente X. reposaba enteramente sobre [72] el cuidado del Cardenal Patrón, a quien en todo, y por todo fiaba el gobierno. A cuyo propósito dijo uno, que el Papa no hacía sino benedicere, & sanctificare, dejando al Cardenal Patrón regere, & gubernare.

49. Cayó un rayo en la Iglesia de ciertos Religiosos de París (cuya Orden callo). Dijo después un Lego del mismo Convento, hombre chistoso: Cierto que Dios estuvo clementísimo con estos Padres en disparar el rayo sobre la Iglesia: con eso se salvaron todos. Si le hubiera encaminado a la cocina, acaso no quedaría ninguno vivo.

50. El estúpido Goulard, de quien ya se refirió arriba una insigne necedad, cayó en otra mayor, viendo en Besanzon el Palacio del Cardenal de Granvela. Hablando con el Concierge de él, dijo: ¡Bello edificio por cierto! ¿Se hizo aquí este Palacio? El Concierge, que ya le conocía, le respondió; No, señor: dos hombres le trajeron de Bolonia. Ya me parecía a mí, añadió Goulard, que tan hermosa Arquitectura no podía menos de haber venido de Italia.

51. Habiendo un mal Poeta presentado al famoso Príncipe de Condé un epitafio para el sepulcro del célebre Cómico Moliere, le respondió el Príncipe: Harto más quisiera yo que Moliere me trajera un epitafio para el vuestro.

52. El Abad de la Vitoria decía de uno, que comía casi siempre de gorra, juntamente era gran murmurador: Este hombre no abre jamás la boca, sino a costa ajena.

53. Mr. de Merceur, padre del Duque de Vandoma (que al principio de este siglo vimos acá en España) era un buen Señor, pero de muy poco saber. Hiciéronle Cardenal; y entrando un amigo del Poeta Benserada a darle esta noticia, le dijo: Sabed, que Mr. de Merceur entró en el Colegio de los Cardenales. Por cierto, dijo Benserade, ese es el primer Colegio en que entró; para dar a entender, que nada había estudiado.

54. (Viendo Mr. Bautric una lista de quince Cardenales [73], que acababa de promover Urbano VIII. el año de 1643, de los cuales el primero era Fachineti, dijo satíricamente, que no eran sino catorce los promovidos; porque Fachineti, que estaba en la frente, no era nombre de un particular Cardenal, sino epíteto, que se ponía para todos. Significa Fachineti en Italiano hombres ruines, y bajos. En la Naudeana se halla este maldiciente chiste.

55. Pero aún más sangrienta fue la muda sátira, que el insigne Pintor Michael Angelo hizo contra un Cardenal, de quien se juzgaba agraviado, y que dio ocasión a un bello dicho del Papa, que reinaba entonces. Pintaba de orden suyo los cuatro Novísimos, generalmente tan celebrados, para adorno del Vaticano. En el Infierno puso personas de todos estados, Papas, Reyes, Cardenales, Obispos, Príncipes, Caballeros, Religiosos, &c. de cada clase una imagen; pero que no representaba determinada persona. Sólo para figurar los Cardenales pintó al vivo en su Infierno la mismísima cara del Cardenal a quien tenía ojeriza; de modo, que cuantos miraban el lienzo decían: Este es el Cardenal Fulano. Sintiólo éste amarguísimamente, y fue a quejarse al Papa de la insolencia del Pintor, pidiéndole hiciese borrar aquella imagen. Amigo, le respondió el Papa, si Michael Angelo te hubiera puesto en el Purgatorio, ya te sacaría de él a fuerza de Indulgencias; pero al Infierno no se extiende mi poder, porque allí nulla est redemptio.

56. El siguiente caso muestra, que los Italianos son, por lo menos en la exterioridad, más devotos que los Franceses. Buscábanse recíprocamente dos de esta Nación en Florencia, en la Plaza del Palacio viejo, sin poder encontrarse, por la grande multitud de gente que allí había concurrido a ver las habilidades de un bailarín forastero. Sucedió que sonaron la campana al Ave-María; y poniéndose todos los Italianos de rodillas, los dos Franceses, que fueron los únicos que quedaron en pie, se hallaron, y reconocieron uno a otro. [74]

57. Estando el sabio Alemán Lucas Holstenio comiendo a la mesa del Cardenal Francisco Barberino, que le amaba, un flato suyo buscó la peor puerta para salir de la cárcel. Zumbándole el Cardenal; él, por la más bella ocurrencia del mundo, se desempeñó, aplicando al caso, y hablando con el Cardenal, aquello de Eolo a Juno en Virgilio:

Tu das epulis accumbere Divum,
Ventorumque facis, tempestatumque potentem.

58. Habiendo el Adicionador de la Menagiana enviado de regalo un Diccionario Español a un amigo suyo; y compensándosele éste el mismo día con doce botellas del excelente vino de Beauve en Borgoña, le regaló aquel de nuevo con el siguiente Epigrama, en que, comparando los dos presentes, prefiere el recibido al enviado.

Lexicon Hispanum tibi do; Tu vascula his sex
Belnensi gratus das mihi foeta mero.
Quod si nosse cupis munus praestantius utrum,
¿Quis dubitet? Praestas munus amice tuum:
Unam quippe meo disces e munere linguam;
Omnibus at linguis per tua dona loquar.

59. Habiendo un Canónigo de Angers convidado algunos amigos a comer en un día cuaresmal, volvió su criado de la Plaza, diciéndole, que no había hallado en ella sino un salmón, el cual se había llevado para un Consejero: Pues toma, le dijo el amo, algo más dinero, y cómprame el Consejero, y el salmón.

60. Preguntósele a un Cura, que no era apto, ni aun para Monacillo, ¿cómo se llamaba el Santo, que era Patrón de su Parroquia? Os aseguro, respondió, que no le conozco sino de vista.

61. Asistiendo el Obispo Pontus de Tyard, en cualidad de Padrino, a un Bautismo, quería que al infante [75] se le pusiese su mismo nombre: dificultábalo el Cura con el motivo de que no había Santo alguno de aquel nombre. ¿Cómo no? dijo el Obispo; ¿pues qué, no conocéis el Santo, de quien hace memoria la Iglesia en el Himno: Quem terra, Pontus, aethera? Perdone V. S.I. respondió el buen Cura, que no me acordaba; y al punto puso al infante el nombre de Pontus.

62. Decía Balzac, que la obscuridad de Tertuliano es como la del ébano, que sin embargo de ser negro, brilla mucho.

63. Celebra Mr. Menage aquel pensamiento del Taso, encareciendo la perfección de una estatua.

Manca il parlar, di vivo altro non chiedi;
Ne manca quaesta ancor, s’agli occhi credi.

64. (Y tiene mucha razón para celebrarlo. Cuando le leí en la Jerusalén recobrada de aquel gran Poeta, suspendí un poco la lectura, contemplando su belleza. Mi Traductor lo colocó así en Castellano:

Sólo por mudo desdice
De vivo ese raro asombro;
Mas ni aun el habla le falta,
Si es que se cree a los ojos.

65. Pero al mismo paso no puedo sufrir a Mr. Menage, que en otra parte reprueba otro pensamiento del Taso, que yo no hallo menos hermoso que el antecedente, y está en aquel paso, en que la bella Armida, viéndose despreciada, y abandonada de Ricardo, a quien antes tenía hechizado, deshecha en lágrimas le ruega la lleve consigo, no ya para tratarla como Dama, sino como esclava suya; y que en las batallas la dé el oficio de Escudero, poniéndola delante de sí a recibir los golpes de espadas, y flechas, que los Sarracenos le destinaren a él; después de lo cual dice: [76]

Saró qual piú vorrai, scudiero, o scudo.

66. Lo que mi Traductor acomodó así a la Española, aunque no iguala la gracia del Italiano:

Nada en exponerme dudo
Delante de las hileras;
Y seré lo que tú quieras,
O tu escudero, o tu escudo.

67. Dice Mr. Menage, que esto no es natural; porque una persona agitada de una violenta pasión, cual se representa allí Armida, no se explica en conceptos armoniosos, y delicados; antes sólo prorrumpe en voces, y expresiones atropelladas. Esta es una crítica, que muy comúnmente hacen los Franceses contra los Poetas Italianos, y Españoles en casos semejantes. Pero lo primero haré una instancia a Mr. Menage, y a los demás Poetas Franceses, que hacen esta crítica. También es totalmente contra lo natural, que una persona, agitada de una violenta pasión, explique sus sentimientos en verso. Con todo, los Franceses, en sus Poemas Epicos, y Trágicos, no hacen hablar sino en verso a las pasiones más vivas. Lo segundo, si a los Poetas es lícito fingir otras cosas, igualmente distantes de lo natural, ¿por qué no ésta? Lo tercero, cuando el Poeta presta este modo de hablar artificioso a las pasiones violentas, no es para que los lectores crean, que ellas se explicaron así, pues él mismo conoce, que aquel lenguaje es prestado; sino para deleitar el entendimiento del que le leyere. Lo cuarto, la gala de las expresiones no les quita ser patéticas; antes, siendo oportuna, les infunde más eficacia para mover los afectos. Elegantísimos son los versos, con que Virgilio, en el libro 6 de la Eneida, habla de la muerte del malogrado Joven Marcelo. Sin embargo, se refiere, que esos versos, leídos por el mismo Virgilio a Augusto, [77] y Livia, hicieron llorar aquél, y desmayarse ésta. Finalmente, veo, que él mismo hace hablar hermosísimamente, a los Pastores en sus Eglogas, excediendo infinitamente a su rusticidad las frases, aunque no la substancia de los asuntos. Lo mismo hace en las suyas Mr. Fontenelle, que en mi estimación vale por otros treinta Críticos, y Poetas Franceses. Nostri nova gloria Pindi le apellidó otro excelente Poeta Francés).

68. Uno, para explicar que no había oído a su Predicador, por estar muy distante del Púlpito, dijo: El me predicó con las manos, y yo le oí con los ojos.

69. Cuando se estaba acabando de edificar el Puente nuevo de París, vieron los Artífices un hombre, que le andaba midiendo por varias partes; y haciendo juicio de que sería un Arquitecto de gran inteligencia, por consiguiente les podría dar alguna instrucción sobre la materia, llegaron a preguntarle, ¿qué concepto había hecho de aquella obra? Lo que estaba pensando, respondió, es, que lo habéis acertado en hacer el Puente según el ancho del Río; pues si hubierais querido hacerle siguiendo el largo, por mi fe que hubierais tardado mucho más.

70. Mr. Toinard decía, que la razón porque muchas veces no se vuelven a su dueño los libros prestados, es, porque es más fácil retenerlos, que retener lo que se lee en ellos.

71. Hallándose un día en la trinchera M. de B... muy expuesto a las balas de los Enemigos, le llamaron sus compañeros a comer. El dijo, que no quería comer hasta saber que los Enemigos le dejarían tiempo bastante para hacer la digestión. (Discurro que si Mr. Menage supiese el nombre de este Militar, no dejaría de decirlo).

72. Estando Mr. Menage en conversación con algunos hombres discretos, entre ellos Mr. de Bautru, gran decidor, y tocándose en la plática no sé qué en asunto de los hombres de bien, dijo Mr. Menage, que él no conocía ningún hombre de bien; que a la verdad algunos [78] había tenido un tiempo por tales; pero después los había experimentado muy ruines. Más de chanza, que de veras se disputó sobre esto, poniéndose únicamente Mr. de Bautru de parte de Menage, y alegando por él, que no decía que no los hubiese, sino que él no los conocía. Poco tiempo después, estando Mr. de Bautru en su casa, llegó a él un Lacayo, diciéndole, que un hombre de bien, que estaba a la puerta, quería hablarle. Pícaro (dijo Bautru, sacudiéndole con el bastón, que tenía en la mano) ¿quién te ha dicho, que ese es hombre de bien? ¿Mr. Menage, siendo un hombre tan sabio, no conoce los hombres de bien, y tú, que eres un pobre mentecato, presumes conocerlos?

73. (Este Mr. Bautru fue un Caballero de tan buen humor, que habiéndose hecho público el torpe comercio de su mujer con un paje, que le servía, no sólo se dejaba zumbar sobre el caso, mas ayudaba a la zumba, diciendo, que bien podrían notarle de C... mas no de bobo. Ello parece que nuestros amigos los Franceses no son los más delicados del mundo sobre este artículo, cuando esta materia se toma por asunto de risa. ¿Será esto, por que la frecuencia de este delito le quitó el horror, aun respecto de los ofendidos? Gayot de Pitaval creo responderá que sí; pues hablando en el octavo Tomo de las Causas célebres de aquella ley de Zaleuco, Legislador de los Locrenses, que disponía quitar los ojos a los adúlteros, añade con aquella graciosidad que brilla en sus Escritos tanto como la discreción, y el buen juicio, que si esta ley se observase en Francia, sería aquella región la tierra de los ciegos. No podemos discurrir, que un Abogado del Parlamento de París ignora las costumbres de su Nación.

74. Sin embargo, las leyes de Francia no toman estos casos de burlas; pues por ellas estaba destinado a la horca el paje delincuente. Tampoco para el efecto del castigo de éste lo trataba de burlas en el mismo Bautru; pues después de tomar una no leve satisfacción por su [79] propia mano, instaba a los Jueces sobre la pena de horca; y se hubiera ejecutado, a no manifestar el delincuente, que su amo le había maltratado cruelmente: con que entrando este castigo en cuenta, se conmutó el de horca en galeras).

75. En un Sermón de Misión, que se hacía en una Aldea, lloraban todos, sino uno. Preguntáronle, ¿por qué no lloraba como los demás? Respondió, que no le tocaba, porque no era de aquella Parroquia.

76. Un Gascón, por haber tenido un resentimiento del Obispo de Bazas, que era su Diocesano, juró que no se había de encomendar a Dios mientras estuviese dentro de aquel Obispado. Poco tiempo después, pasando un Río, le dijo el Barquero, que era menester encomendarse a Dios, porque se abría el barco. Mas en todo caso el Gascón, antes de resolverse a ello, preguntó al Barquero; ¿si estaban aún dentro del Obispado de Bazas?

77. (Esto me acuerda del chiste de un Portugués algo consonante al del Gascón. Referíale a un Castellano con exageración las demostraciones de sentimiento, que el Rey de Portugal había hecho por la muerte de una hija, a quien amaba mucho. A cada demostración, que refería el Castellano, como que no le parecía grande, le preguntaba: ¿Y no hizo más que eso? Satisfacía el Portugués a la pregunta con otra demostración mayor, aumentándolas sucesivamente a cada vez que el Castellano repetía su ¿no hizo más? Habíalas subido bien de punto, y mucho más allá de lo verosímil, y con todo el Castellano socarrón volvió a la pregunta: ¿Y no hizo más? A esto, el Portugués irritado, alteradamente dijo: Ainda fizo mais. ¿Y qué mas? replicó el Castellano: Mandou, respondió el Portugués, que en tudo o Reyno ninguen creesse en Deus en tres anos, porque Deus daquí adiante sepa como se ha de portar com os Reis de Portugal. Discurran si el Castellano quedaría ya satisfecho).

78. Madama de S... y Madama de H... estando ya en edad algo avanzada, procuraban ocultar el número de [80] años que tenían. Por lo cual, visitando Madama de S... a Madama de H... al principio de cada año, acostumbraba decirle: Madama, yo vengo a saber de vos, qué edad queréis que tengamos en el año que entra. (Mr. Menage no pone más que las letras iniciales de los nombres de las dos Madamas: yo discurrí a la primera vista, que serían Madama des Sevigne, y Madama des Houlieres, entrambas dos Señoras extrémamente discretas; pero advertí después, que Madama des Sevigne no podía menos de ser bastantemente vieja, cuando la des Houlieres era aún muy moza).

79. Un Abad, que tenía cuatro Abadías, hizo demisión de las tres a favor de tres sobrinos suyos. Una vez, que se ponía a jugar a los cientos, convidó a Mr. du Loir a que fuese con él por mitad a pérdidas, y ganancias. Yo me guardaré bien de eso, le dijo Mr. du Loir, pues un hombre, que descarta Abadías, justamente puedo temer que en el juego de ciento descarte los Ases.

80. Mr. Menage decía, que la hambre era el Daemonium meridianum, de que habla David en el Psalmo 90. (Esta parece interpretación burlesca, de la cual nunca es lícito usar respecto de las palabras de la Sagrada Escritura. Sin embargo, se puede hacer algo seria, diciendo, que la hambre hace, no sólo uno, mas aun dos oficios del diablo, que es atormentar, e inducir a pecar. Un hambriento está continuamente padeciendo la tentación de hurtar. Mas también es cierto, que al paso que induce a violar el séptimo Mandamiento, es un gran defensivo contra las tentaciones de violar el sexto. Con que por un lado se pone de parte del Angel enemigo, y por otro de parte del Angel Custodio).

81. Mr. Beau Manoir de Lavardín, Obispo de Mans, no tenía ejercicio alguno en predicar. Quiso hacerlo una vez, y a las primeras palabras se quedó; de modo, que aunque se mantuvo un buen rato en el púlpito, solicitando de su memoria el recobro de las especies, no pudo articular más palabra. Algún tiempo después se hizo [81] pintar de buena mano; y viendo el retrato recién hecho algunos sujetos, dijo uno lo que comúnmente se dice para alabar una pintura: No le falta sino hablar. Pero una Dama, que estaba presente, le replicó: No digáis tal, Monsieur. Nada le falta. ¡Jesús! No vi cosa más perfecta. Me parece que le estoy viendo en el púlpito.

82. (Esto me acuerda el bello concepto, con que D. Antonio de Solís terminó el Soneto, que hizo a su retrato, con que le había regalado Don Tomás de Aguiar, Pintor excelente, hablando con él:

Tan vivo me traslada, o representa
Ese parto gentil de tu cuidado,
Que yo apenas de mí le diferencio;
Y si la voz le falta, es porque intenta,
Al verme en su primor arrebatado,
Copiar mi admiración con su silencio.

83. Es verdad, que esta agudeza no será del gusto de los Críticos, que no admiten por pensamiento bueno el que no sea en alguna manera verdadero; pero el que aquí constituye la agudeza, nada tiene de verdad; pues aquél porque intenta, significa, que fue intento del Artífice hacer mudo el retrato, u de intento enmudecía el retrato, para copiar con su silencio la admiración del Poeta; lo cual se ve, que ni aun la más leve apariencia tiene, o puede tener de verdad. Y muy bien pudo salvarse, entero el concepto sobre el hecho mismo de esa representación, dejándole en estado de acaso, y no de designio formado).

84. Mr. Cospean, Obispo de Lisieux, decía, que la gota es como los hijos de los grandes Señores, que se tarda mucho en bautizarlos. (Quiere decir, que los gotosos huyen de dar el nombre de gota a la enfermedad, que padecen. Algunos lo hacen así. Conocí a un sujeto grave de mi Religión, que teniendo ya las manos casi enteramente sin uso por la gota, y en cada articulación [82] de los dedos un botón formidable de aquellos que hace la gota más inveterada, y cruel, porfiaba en que no era sino reumatismo. Por lo mismo se dice, que los gotosos son mucho tiempo mártires, antes de ser confesores).

85. Diciendo uno, que el corazón de Francisco I. estaba en Rambovillet, dijo otro: Según eso, en Rambovillet está todo el cuerpo, pues ese gran Rey todo era corazón.

86. (Del bravo Mariscal de Rantzau, a quien las muchas heridas, que recibió en varios combates, apenas dejaron miembro en el cuerpo, a quien en alguna manera no mutilasen, o deformasen, cantó un Poeta Francés:

Al cuerpo, Marte, de este gran guerrero
El corazón no más le dejó entero.

87. Más alma, y solidez hallo en este pensamiento, que en el antecedente, en que veo algo de equívoco pueril).

88. En el testamento, que se abrió después de la muerte de Mr. de la Ribiere, después de varias mandas a diferentes personas, se halló esta cláusula: Nada dejo a mi Mayordomo, porque me sirvió en este oficio diez y ocho años.

89. (Entre los cuentos del señor Ouville se halla el siguiente. Tenía un Gentil-hombre un criado, que le servía de todo, Mayordomo, Paje, Caballerizo, &c. Entró en un recelo, bien fundado, de que sisaba algo de lo que pasaba por sus manos; por lo cual se resolvió un día a decirle: Juan, yo te veo siempre muy vestido, y que haces también algunos gastillos voluntarios: cincuenta francos, que te doy de salario, no alcanzan para tanto; con que parece que lo que falta lo arañan tus uñas de lo que manejas. Así, yo estoy resuelto a duplicarte el salario, dándote cien francos. A esto el criado respondió: Señor, ¿Y cuánto se me aumenta de ese modo el salario cada semana? Casi veinte sueldos, dijo el Amo. ¿Veinte sueldos [83] repuso el criado: déjeme V.md. hacer la cuenta. Anduvo luego haciéndola por los dedos, y en fin prorrumpió: No, señor, no puedo venir en ese partido, porque pierdo más de la mitad de lo que ganaba).

90. Habiendo sido degollados en León de Francia el Marqués de Effiat, llamado Cinq-Mars, y su gran amigo Augusto Thuano; aquél, por haber cometido, y confesado una conspiración contra el Estado: éste, porque habiéndole confiado Cinq-Mars la conspiración, no la declaró, por no ocasionar la muerte de su amigo, se compuso al asunto este dístico:

¡O Legum subtile nefas! quibus inter amicos
Nolle fidem frustra prodere, proditio est.

91. (La de estos dos Señores fue una de las más lastimosas tragedias, que se representaron en el Teatro de la Francia. Eran entrambos ilustres por sus puestos, y por sus prendas: el Marqués, Gran Caballerizo de la Francia, y muy confidente de Luis XIII: el Thuano, Consejero de Estado, y del Secreto del Rey. La conspiración del Marqués no miraba a la persona del Príncipe, sino a la del Primer Ministro el Cardenal Richelieu. Comunicó el Marqués el designio al Thuano, y aseguran, que éste le improbó, y procuró, aunque inútilmente, apartar a su amigo del precipicio. Vino a saber el Cardenal, no se sabe por qué vía, el proyecto, y fueron arrestados los dos. El delito del Marqués estaba probado concluyentemente por papeles interceptados. Mas no así el del Thuano. El Cardenal igualmente deseaba perder a los dos. Sirviole a este intento, con la fineza que en otros casos, el subalterno Mr. de Laubardemont, de quien di noticia en el Suplemento del Tomo VIII. refiriendo el trágico suceso del Cura Urbano Grandier. Era Laubardemont un hombre sin ápice de conciencia, ni humanidad; o porque nunca había tenido una, ni otra, o porque una, y otra había vendido al Cardenal de Richelieu. [84] Este estrechándose con el Marqués para que declarase por cómplice al Thuano, le engañó con dos falsedades. La primera fue decirle, que el Thuano había declarado su delito, digo el del mismo Marqués. La segunda, asegurarle la vida de parte del Cardenal, como confesase que el Thuano había sido sabedor de la conspiración. Cayó en la red el Marqués, y declaró lo que se deseaba de él contra su amigo. No fue esta la única iniquidad, que se practicó contra estos dos ilustres personajes. Otras hubo en el modo de proceder, especialmente contra el Thuano; y en fin, la de negar a uno, y otro los Confesores, que pedían para disponerse a la muerte, substituyendo por ellos los que quiso el Cardenal. Ya se vio cómo en el suceso de Grandier el buen Laubardemont practicó lo mismo con aquel infeliz Sacerdote, al parecer por disposición también del Cardenal.

92. Lloró toda la Francia la muerte de estos dos hombres; especialmente la del Thuano, sujeto de gran discreción, elocuencia, doctrina, y de una índole, modo, y suavidad de costumbres, que le hacían extremamente amable; sobre que su delito, en caso de ser cierto, no merecía tan grave pena; ya porque era cosa dura declarar el crimen de un amigo suyo, que infaliblemente había de padecer por él pena capital; ya porque no podía hacerlo sin gravísimo riesgo suyo, por carecer de pruebas para la delación, cuando en ella se habían de envolver el Duque de Orleans, hermano del Rey, y el Duque de Bullon.

93. Pero igual al común dolor fue el gozo del Cardenal por estas dos muertes, en que se interesaba no sólo su seguridad, mas también su genio vengativo, porque de entrambos tenía algunos particulares resentimientos. Desembarazado, pues, de dos hombres, que por la altura de sus empleos, por su habilidad, y por el crédito que tenían con el Rey, podrían acaso derribarle de la privanza, hizo luego una ostentación de su autoridad, y grandeza, cual hasta ahora no vino al pensamiento; no [85] digo de algún Ministro, mas ni aun de algún Soberano. Hallábase algo indispuesto, y había de hacer el largo viaje de Tarascón, Lugar de la Provenza, donde se hallaba, hasta París. Para hacerle, pues, sin más incomodidad, que la que sentiría en el lecho de su aposento, se formó una Cámara movible de madera, capaz de contener sin ahogo el lecho del Cardenal, una mesa, y una silla para un Paje. Cargáronse de conducir esta casa ambulatoria sobre sus hombros diez y ocho de sus Guardias, que los más eran Gentil-hombres; los cuales, por testificar más su respeto al dueño, no cubrieron las cabezas en todo el camino, que hiciese buen tiempo, que mala. Rompíanse las murallas de todos los Lugares por donde había de pasar, para que pudiese entrar la máquina, como un tiempo las de Troya, para introducir el Caballo fatal. Del mismo modo se rompían las paredes de los edificios, adonde se había de alojar, allanándose todo de modo, que no salía de aquella casa movible, hasta verse en el cuarto en que había de reposar. Así, atravesando la mayor parte de la Francia, llegó a París. ¿Y en qué paró toda esta pompa? En que muy luego murió el que la gozaba. Sic transit gloria mundi. Oí decir, que nuestro Don Joseph del Campillo, que poco ha vimos en tanta elevación, al verse invadido de aquel accidente, que tan rápidamente le quitó la vida, exclamó: En esto paran las glorias humanas. Lo mismo, o cosa equivalente a ello, articularía el Cardenal de Richelieu al ver acercar su postrímera hora. Lo mismo, o cosa equivalente a ello, dicen, o por lo menos sienten, todos aquellos, que elevados de la fortuna sobre los demás mortales; llegan a aquel punto, en que la muerte misma los avisa de que no son menos mortales que los demás. No ignoran esto los que entran a ocupar las plazas, que ellos dejan. Sin embargo, todos sucesivamente van cerrando los ojos al desengaño. Reservando el abrir los del alma, cuando están próximos a cerrar los del cuerpo. [86]

94. No tendrá V. Paternidad por importunos estos rasgos de Historia, y de Moralidad, ni que con ellos concluya esta Carta, reservando para otra ocasión el proseguir con la Menagiana. Nuestro Señor guarde a V. Paternidad, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 56-86.}