Idea general y Ontología de la Corrupción
[ 756 ]
Corrupción como objetividad antropocéntrica (β-operatoria, práctica):
Corrupción en sentido fuerte (estética, estimativa, partidista)
La Idea de Corrupción en general implica el partidismo de los sujetos que la conciben como tal corrupción.
Hemos considerado la implicación entre la Idea de Corrupción y la perspectiva práctica [748], antropocéntrica (β-operatoria), y la dificultad de mantener la Idea de Corrupción desde una perspectiva puramente objetiva (especulativa, se dice a veces), anantrópica (propia de las disciplinas α-operatorias) [230].
Ahora bien, las disciplinas β-operatorias tratan de objetos cuya realidad no es absoluta (respecto de los sujetos operatorios), sino que está definida en función de estos sujetos que, por consiguiente, son susceptibles de asumir diferentes actitudes ante los objetos de referencia. De este modo, la realidad de los objetos de las ciencias prácticas puede considerarse tan efectiva como la realidad de los objetos de las ciencias α-operatorias. La diferencia estribaría en que en las disciplinas β-operatorias, la realidad de sus objetos está dada no ya en la “mente” de los sujetos, sino en la relación realísima que estos objetos puedan mantener con los sujetos operatorios que “los manipulan” [2]. Y como los sujetos operatorios [68] de los que hablamos no constituyen una clase o conjunto uniforme o clónico, sino una clase diversificada en géneros, especies, variedades o grupos, resultará que la realidad de los objetos habrá de establecerse aquí no ya por la realización de tales objetos a la clase de los sujetos en general, sino por relación a unos subconjuntos de sujetos frente a otros. De este modo, los sujetos, en estas metodologías, ya no podrán segregarse en su totalidad; lo que ocurrirá es que tendrá que “tomar partido”, el partido de un subconjunto frente a los otros.
La corrupción en sentido fuerte la entendemos como un proceso objetivo, no mental o subjetivo, pero cuya realidad no es absoluta, puesto que está dada en función de determinados subconjuntos de sujetos capaces de tomar partido ante los sustratos considerados corruptos. Estos objetos se percibirían entonces como repugnantes, hediondos o fétidos, como inadmisibles, como basura, cuando se trata de sustratos institucionales corrompidos por el soborno, el cohecho o la prevaricación. Precisamente son estas tomas de partido β-operatorias [232] las que tienden a ser borradas por las metodologías α-operatorias [231], científicas, que son las que consideran al mundo sub especie aeternitatis; y sin duda por esto estas metodologías suelen ser consideradas como la expresión de la verdadera sabiduría.
El hecho de que un sujeto, perteneciente a un subconjunto de sujetos que toma partido, ante todo un partido estético, ante un sustrato corrupto, tienda a borrarlo o a barrerlo como basura no autoriza a concluir que el objeto corrupto no exista en cuanto tal, o que sea pura apariencia, o mero contenido subjetivo-mental. Lo que quiere decir un sujeto operatorio que toma partido ante un sustrato que percibe como corrupto no es otra cosa, en principio, sino la constatación de esta toma de partido. Otra cosa, es la determinación de las consecuencias que esta toma de partido implique.
En todo caso, la realidad objetiva, aun relativa al sujeto operatorio, que cabe atribuir a los sustratos corruptos, es análoga a la realidad objetiva que cabe atribuir a los colores (entre ellos a los colores de las razas humanas) y, en general, a los llamados qualia (traducidos desde Galileo como cualidades secundarias). […]
El rojo y el azul que percibo estéticamente en los cuerpos del paisaje están tan objetivamente en él como pueda estarlo el paisaje mismo. Los qualia cromáticos son tan objetivos y apotéticos [679] como las figuras que colorean, aunque su realidad implique la afectación estética u organoléptica de la retina ocular y de la retina occipital. Como es sabido, el ojo de la abeja aprecia una gama de colores diferentes a los de la gama cromática humana; por de pronto, es sensible, como las hormigas, a la luz ultravioleta (dos células largas de cada ommatidia reaccionan ante la luz ultravioleta, que el sujeto óptico humano no percibe), y, en cualquier caso, la importancia práctica de la estética ultravioleta de la abeja es muy grande porque son las células sensibles al ultravioleta las que hacen a la abeja capaz de detectar el ángulo de polarización de la luz reflejada por el cielo vital para su orientación en los desplazamientos.
El sustrato corrupto, por tanto, puede ser una realidad objetiva, aunque su condición corrupta no se constituye en la objetividad anantropocéntrica que considera el físico o el químico (y también “el sabio neoplatónico” al mirar a las catástrofes sociales y políticas). Porque la objetividad antropocéntrica determinada por el sujeto práctico es la que se hace capaz de estimar los valores biológicos, éticos, morales o políticos en cada caso.
Y este planteamiento explica la razón por la cual la corrupción habría comenzado a definirse en torno a sustratos corruptos experimentados en la vida tribal o doméstica (de cuyos recintos estos sustratos pudieran ser “barridos” como basura). Porque ante tales sustratos primarios, la toma de partido puede considerarse perentoria en los proceso de adaptación al medio. En cambio, la extensión de la Idea de Corrupción a los dominios más lejanos del universo (como los cielos o las estrellas) tendrá una génesis distinta, metafórica, literaria, mítica, precisamente porque la corrupción de las estrellas o de los cielos, aunque se aceptara como contenido de una teoría, carecería de base estética y de significado práctico. Sería imposible barrer las supuestas estrellas corruptas, a fin de arrojarlas fuera del universo: aquí encontramos la justificación a la tesis aristotélica sobre la incorruptibilidad de los cielos. […]
¿Quién podría defender en sus cabales, partiendo de la visión estética (“subjetual”) del huevo podrido o corrompido, su carácter apariencial o mental? Su realidad práctica, β-operatoria [757], es innegable y perentoria, la importancia de la percepción sensible (estética, estimativa) para la propia vida es mucho mayor que la que pueda tener la profundidad inodora de un teorema de geometría proyectiva.