Idea pura de democracia: Fundamentalismo, Funcionalismo y Contrafundamentalismo
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Funcionalismo de la Idea pura (fundamentalista) de Democracia
Los procesos de constitución u origen de la Idea pura de democracia son muy diversos. Si el origen de la democracia se pone en la negación de la tiranía o de la oligarquía, y se hace coincidir esta negación con la libertad política, entonces la democracia se nos aparecerá históricamente como un proceso de “liberación política” gradual cuyo límite cabría poner en la Idea pura de democracia (que se presentará además como la Idea positiva del autogobierno o de la autodeterminación de la sociedad política), de parecido modo a como el progreso gradual del rendimiento de los motores lleva a la Idea límite pura del móvil perpetuo [793]. En todo caso, lo que no podemos descuidar es el análisis del funcionalismo que corresponde a la Idea pura de democracia, cualquiera que fuera su origen, en el curso ordinario de las sociedades políticas que se consideren como “democracias realmente existentes” [854-855]. Y este funcionalismo es múltiple. […]
[1] Función encubridora, con finalidades tranquilizantes, de la estructura real [828] de la llamada sociedad civil democrática [836], que es una sociedad estructurada sobre las diferencias de clases, de profesiones, de oportunidades personales (el principio de igualdad de oportunidades es en realidad un principio para legitimar, por la salida, la desigualdad [832] de los ciudadanos en la llegada) y de equilibrios inestables gracias a la relación que haya podido alcanzar la propia democracia con otras sociedades menos desarrolladas (principalmente el Tercer Mundo). El entusiasmo por la libertad democrática interna, hace que cada uno de los demócratas fundamentalistas tienda a dejar de lado las condiciones sociales sobre las que se asienta su democracia, condiciones que se hacen patentes de vez en cuando a propósito de las crisis económicas, de los procesos de inmigración masiva desde el Tercer Mundo; sin embargo, desde la idea fundamentalista, los demócratas podrán mantener la esperanza de que estas situaciones irán resolviéndose a medida que la democracia vaya extendiéndose y perfeccionándose.
[2] Función apotropaica [878] de la idea fundamentalista contra los integristas: la función de defenderse de los temores de “involución” de la sociedad hacia las formas precursoras de la tiranía, de la oligarquía o incluso de la anarquía. Esta función apotropaica (una función propia de los dioses protectores y, a veces, terribles) actuó también en la ideología del comunismo realmente existente: siendo el comunismo (según el fundamentalismo comunista) la forma más perfecta de la sociedad política, habría que conjurar cualquier temor de un retroceso hacia el fascismo o hacia el capitalismo: el comunismo es irreversible, no tiene retorno, y ningún comunista, se decía en los años treinta, cuarenta, cincuenta y aun setenta del siglo pasado, ha vuelto a recaer en el capitalismo, porque los defectos del comunismo solo podrán superarse con “más comunismo”.
[3] Sobre todo, y al mismo tiempo, la Idea pura de democracia ofrece un criterio uniforme en el modo de plantear el análisis de los problemas políticos que vayan surgiendo en el curso de la vida democrática. Un planteamiento que irá siempre orientado a la interpretación de los problemas surgidos como contingencias que no comprometen en ningún caso a los fundamentos de la democracia (y esto incluso en el caso en el que estas “contingencias” [870] puedan afectar, por ejemplo, a la propia integridad de la sociedad política cuando tales contingencias tienen que ver con unos intereses independentistas de grupos integrados en la sociedad democrática, como es el caso de los independentistas vascos o catalanes que también hablan en nombre de la democracia). Se tratará en todo caso de plantear los problemas de la democracia como originados por causas o circunstancias extrademocráticas, como puedan serlo la acción de agentes extranjeros o incluso la misma condición imperfecta de la naturaleza humana (“no somos ángeles”).
[Dos] ejemplos conflictivos: abstencionismo activo y huelga general.
Si la democracia fuera ante todo la negación de la oligarquía, de la anarquía o del fascismo, ¿sería legítimo considerar como extrapolíticos los movimientos abstencionistas activos (que rondan a veces el 50 por ciento) o el desinterés de los ciudadanos por las cuestiones políticas? Las soluciones propuestas en la línea de “más democracia”, ¿no son tautológicas? Es evidente que si, tras una campaña de educación democrática, los abstencionistas activos y pasivos desaparecen, y los jóvenes entregados a sus “libertades individuales” comienzan a interesarse por los asuntos públicos, se deducirá que la abstención [869] dejará de ser un problema alarmante.
Una huelga general, aunque no sea revolucionaria, convocada por los sindicatos contra un ejecutivo democrático elegido por mayoría absoluta, ¿no constituye una situación difícilmente explicable desde la idea democrática pura? Pues las reivindicaciones, sin duda justas, de los huelguistas, ¿no deberían aplazarse hasta las próximas elecciones parlamentarias, dejando que hablen las urnas?, ¿cómo puede hablar un “sindicato de clase”, en nombre de la democracia, cuando organiza una huelga general para impugnar una ley votada por un Parlamento democrático? […] Esa masa de población, si participa del juego democrático, debería esperar a las urnas para derribar al Gobierno, y no debiera pretender derribarlo, o hacer variar sus decretos, con los que no se identifica, mediante manifestaciones en la calle. Tampoco tiene justificación decir que la mayoría de la población siguió la huelga general, y no ya porque esa mayoría supuesta no es conmensurable (muchos no trabajaron por temor a represalias, o simplemente porque deseaban pasar un día en la playa), sino porque, aunque lo fuera, el lugar y tiempo de las manifestaciones políticas es el lugar y tiempo que ocupan las urnas en el día de las elecciones.
Pero si una estricta huelga general de un día de duración puede interpretares como una contingencia, una huelga general revolucionaria ya no será una contingencia sino una enfermedad gravísima del organismo político, puesto que lo que esta huelga pretende, acaso sin saberlo, es derribar no solo al Gobierno, sino a la Constitución en nombre de la que ha sido elegido. Ahora bien, una huelga general que no quiere ser revolucionaria, sino que quiere mantenerse dentro de la Constitución democrática, cuando moviliza “piquetes de acción coactiva” (llamados con eufemismo “de información”), que aterrorizan a los demás ciudadanos mediante amenazas, gritos, interposiciones físicas, petardos, etc., (ya la presencia de estos piquetes de trabajadores no se justifica por la acción de los llamados metafóricamente “piquetes de empresarios”), ¿no es una huelga en la que muchos de los huelguistas están movidos por recuerdos de antiguas huelgas revolucionarias que buscaban no ya soluciones dadas en el ámbito de una democracia burguesa, sino en el ámbito de la dictadura del proletariado?
Los problemas suscitados por estas huelgas con intención objetiva revolucionaria, ¿pueden considerarse como contingencias de la democracia? Solo en el supuesto, que pide el principio, de que el movimiento revolucionario antidemocrático esté conjurado de antemano. Y las medidas policiales para reprimir los piquetes, interpretadas como simples medidas de orden público (porque las medidas contra los piquetes de empresarios, corren a cargo, si se demuestran, de los tribunales de justicia), solo de un modo muy lato pueden interpretarse como medidas democráticas. Esto se advierte más claramente en el caso de las huelgas que atentan inmediatamente contra la salud pública en su estricto sentido sanitario: una huelga de basureros, por ejemplo, sostenida a lo lardo de días es una contingencia que convierte la ciudad en un estercolero de máximo riesgo; pero los vecinos no tienen por qué tolerar convivir con el estercolero, y si las autoridades municipales, en nombre del respeto al derecho de huelga, no intervienen, los ciudadanos recurrirán a un servicio alternativo que será considerado por los huelguistas como esquirol, o como un golpe bajo y no democrático a su derecho de huelga.