Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Ildefonso Martínez Fernández ]

Sección Científica

[ En favor del buen uso de la flebotomía, contra la escuela homeopática. ]

Non promito nova, sed antiqua noviter excluta defensa, illustrata &c.
(Antonio Ponce Santa Cruz, De impedimentis magnorum auxiliorum.)

 

Una de las pretensiones más fundadas (o bien no del todo ajustada a razón) de una escuela moderna, es la de manifestar que es la única que excluye los grandes y fuertes remedios que hasta el día han usado los demás sistemas. Cierto que mucha gloria le cabe en haber dejado esos métodos trastornadores admitidos por escuelas aun no lejanas de nosotros; pero en cambio preciso es confesar que en este terreno tanto se peca por omisión, como por la aplicación intempestiva. Nadie pues en el estado actual de nuestros conocimientos puede poner en duda, que los medios enérgicos empleados allá en tiempos han producido graves y terribles males; pero de conocer el abuso a proscribir decididamente estos remedios, hay una distancia inmensa, la misma que existe entre el hombre cuerdo, y el demente confirmado. En este como en otros puntos, la escuela aludida, la homeopática, ha procedido con poca filosofía, con incierto rumbo, caminando de derrotero en derrotero hasta convertirse en ciega, no admitiendo los efectos saludables debidos al buen uso de medios a quien ella atribuye más daños, que los beneficios que producen aun cuando se usen con cierta generosidad. Las pretensiones de esta escuela moderna y sus miras filosóficas hubieran podido combinarse con la experiencia, si antes no hubiesen escuchado la voz de la novedad, si el interés de la fama no hubiera oscurecido su razón, para fundar un sistema caduco en vez de una medicina firme y estable. La facilidad con que el A. alemán proscribe la sangría, la seguridad con que manifiesta que no es curativa por sí misma, y las repetidas veces que hemos escuchado de los labios de sus adeptos, que solo es un medio de tolle causam, nos han movido a escribir este artículo en favor del buen uso de la flebotomía. Que antes que Hahnemann habían declamado otros contra el abuso de las sangrías y que antes que aquel soñase en venir al mundo, se había limitado el uso de las mismas, no es un problema para el que esté medianamente versado en la historia de la ciencia; de consiguiente la única invención, la única originalidad de Hahnemann, es proscribir enteramente la sangría. Nosotros (que no queremos entrar hoy en el examen de este sistema) nos ocuparemos en manifestar las ideas en que se debe apoyar la propinación de la sangría; más antes tocaremos como de paso una cuestión incidental, toda vez que hemos de combatir la casi absoluta prohibición de la sangría, que el preceptista alemán defiende.

Precisamente al desarrollar los buenos principios que sobre este particular han defendido nuestros españoles, nos hemos encontrado un trozo, que a la verdad nos ha llenado de placer, y que tiene una relación directa con el punto en cuestión. Hablando contra los purgantes un médico célebre de Cádiz{1} en la segunda hoja de su prólogo, estampa las palabras siguientes: “En Zaragoza floreció a fin del siglo pasado D. Joseph Casalete catedrático de prima de aquella universidad y del primer crédito en el pueblo, el cual defendió en ella la conclusión: Similia similibus curantur, y leyó dos materias de potu aquæ frigidæ, de potu aquæ calidæ: sangraba, y no purgaba porque carecía como yo de los arcanos de Helmoncio; contentándose, a su pesar, como yo al mío, de saber sus teoremas y sutil filosofia.”

Juicio sobre el método, 1736
“Similia similibus curantur” en Manuel Gutiérrez de los Ríos, Juicio sobre el método de curar los morbos con el uso del agua, Sevilla 1736.

He copiado este trozo, que aunque nada tiene que ver con la sangría proscripta por Hahnemann, si lo tiene y mucho con este atrevido pensador, toda vez que antes que él naciera, o cuando, si había nacido, aún no había echado los dientes, un español publicaba el principio tan decantado de similia similibns curantur, refiriéndose a una época, ya lejana, en que otro había sostenido esta doctrina ante una célebre universidad; luego carísimos alemanes, perdonen Vds. si les decimos que se equivocan al manifestar que el principio de los semejantes fue establecido por Hahnemann. ¡Rara casualidad y penetración!... las mismas palabas: similia similibus curantur; no ya el vomitu vomitu curatur, sino el principio en general. De consiguiente añadan los homeópatas españoles este trozo a sus blasones, vindiquen a España, pues toda vez que siguen la bandera, no deben abandonar a su primer Campeón, a aquel que en Zaragoza la izó cuando aun no soñaba en venir al mundo el obsequiado Hahnemann.

Expuesta sencillamente esta digresión o tropiezo (que no llevarán a mal los lectores, porque si no es del caso, no deja de ser curiosa a par que útil) y sin meterme por hoy en más honduras, dejo descansar a Hahnemann en cuanto al similia similibus, y paso a combatir a sus secuaces relativamente a la sangría.

Que la sangría no es curativa, solo pueden defenderlo los que llenos de fanatismo cierren sus ojos a la luz, y abran sus potencias al error; basta tener sentido común para conocer los buenos efectos de una sangría aplicada a tiempo, y si alivia o mejora, solo los necios pueden achacar este efecto a un ente ideal, o a la naturaleza cuidadosa. Entiendo que es curativo todo aquello que, aplicado convenientemente al sujeto enfermo, le alivia, mejora y restablece en su estado normal; de consiguiente, si a consecuencia de una sangría cede una enfermedad y mejora notablemente el enfermo, tengo motivo suficiente, evidencia, si evidencia se alcanza en medicina, para mirarla como curativa, como un buen medio (oportunamente aplicado) para restituir la salud: luego la sangría es curativa por sí misma.

Si pues la sangría es curativa por sí misma, oportunamente aplicada, no entiendo por qué deba proscribirse, tan solo porque de ella se haya abusado, o porque no esté en relación con ninguno de los estados patológicos, al decir de Hahnemann, cosa que nosotros rechazamos y que probaremos más adelante.

Que solo puede usarse como medio de tolle causam, es una prenda bastante estimable, si al menos es cierto el principio médico tolle causam tolle morbos; porque no de otro modo comienza un buen tratamiento, que alejando al enfermo de las causas; luego ciertamente si vale como separación de la causa, y la remoción de estas es un medio de curación defendido por todos los patólogos, clara y evidentemente se deduce que la sangría es curativa; puesto que pone al organismo en mejor condición para vencer la enfermedad, recobrando su energía: en uno y en otro caso, tenemos probado que es curativa la sangría, a saber 1.° por sus efectos 2.° por remoción de causas: luego la proscripción total de la sangría es un error médico notable.

Bien sabemos que Hahnemann sangra en la apoplejía, (y cierto que esta contradicción nos admiró cuando leímos su órganon, porque en realidad las razones que allí alega son fútiles). Si Hahnemann sangra en la apoplejía es porque esta enfermedad no espera, mata rápidamente, y de aquí que reconociendo esto, prescriba la sangría como única áncora de salvación para el enfermo; y cuenta, no se nos diga que es un medio mecánico para esperar la reacción cerebral, que impediría la presencia de la sangre, porque nosotros contestamos a este sofisma, que la única medicación racional es la sangría y los revulsivos, y cuando la disponemos no mandamos jaropes ni recetas para tamaña afección; luego si Hahnemann sangra en una enfermedad que ofrece inminentes riesgos, será porque la sangría sea curativa, pues de lo contrario le preguntaremos a él y a sus secuaces lo que nos critica con sarcasmo ¿se ha aumentado ni una gota de sangre siquiera? ¿para qué derramar entonces ese bálsamo de vida, que antes tanto encomiaba? Es porque allí no podía alcanzar resultados su sistema, porque la experiencia vendría presto a probar con el desengaño, la ceguedad de los apasionados a lo nuevo. En las demás enfermedades, el tiempo, la quietud, la dieta ¿no son nada por ventura? Sí, mucho; son casi el todo para las buenas curaciones.

No de otro modo pensaba nuestro compatriota Ponce de Santa Cruz cuando decía: que la inedia y los atemperantes podrían suplir por la sangría en el caso en que no hubiese peligro, pero si este existía, si había una angina, presto muy luego sangrar, porque la vida de los enfermos se encontraba en la punta de la lanceta.

Nosotros, pues, y con nosotros todos los hombres cuerdos, creemos en los beneficios de la sangría hecha a tiempo, teniendo presentes los causales y motivos que la indican y que más adelante esplanaremos. La experiencia primero y la razón después nos inducen a establecer que la sangría es curativa como sangría, ut sic, no simplemente como un medio mecánico, sino como un medio apropiado y en relación con ciertas y determinadas dolencias, según probaremos en otro artículo, terminando este con las brillantes palabras del célebre Ponce de Santa Cruz que tan profundamente trató esta cuestión, a saber: “en los tratados graves no debe haber palabras, sino inteligencia; valgan solo las disputas, valgan las opiniones, en lo que no ataña al interés práctico, su lugar tienen en la fisiología: engólfese la mente en las cuestiones y disputas si se trata de la vida humana; pero en la práctica sepan los médicos evacuar y de qué modo, y esto bastará a ellos y a los enfermos.”

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{1} Juicio sobre el método de curar los morbos con el uso del agua, por el doctor D. Manuel Gutiérrez de los Ríos, Sevilla 1736.