Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Benito Amado Salazar ]

Gracias concedidas al Señor Núñez

Algunos de nuestros compañeros, cuyo dictamen por fortuna vale poco ante la opinión pública, que los tiene muy de antemano juzgados ya cual se merecen así por sus hechos pasados como por sus actos presentes, han tenido la villanía de acusarnos por la espalda, suponiéndonos intenciones, que quizá concebirían en nuestro lugar, de medrar por medio del periodismo. Sirva pues de contestación a sus groseras calumnias el presente artículo

Sobrado orgullosos para no transigir con la iniquidad, demasiado nobles para no faltar a nuestros compromisos y poseyendo toda la abnegación y el desprendimiento necesarios para arrostrar la ira de un aventurero, a quien las intrigas hacen aparecer hoy como un astro refulgente, que amenaza eclipsar a todos los demás, vamos a decir cuanto sentimos en este momento, cuanto sienten los verdaderos médicos al ver al diácono partidario de D. Carlos elevado a la más alta y más importante categoría de la ciencia. Esta prueba de nuestra decisión esperamos que la tomarán en cuenta los que han tenido la poca generosidad de convertirse en detractores de quienes jamás hubieran descendido hasta ocuparse de sus personas, y que si en algo les ceden la ventaja, no será por cierto en moralidad ni independencia.

El señor Núñez, el célebre general en jefe de la homeopatía española, ese apóstol a quien respetan y veneran tantos hombres colocados en posición bastante alta para ser independientes, y al que sirven de lacayos cuantos en el día carecen de talento para satisfacer sus desmedidas ambiciones, acaba de ser nombrado médico supernumerario de cámara de S. M. y hasta, según se dice, condecorado con la gran cruz de Carlos III. Por más triste que nos sea ver dispensar tales gracias a un hombre que careciendo de toda clase de servicios meritorios, no ha dado hasta ahora grandes pruebas de sobresalir ni aun en la farsa que practica con el nombre de homeopatía, la índole de nuestro periódico nos impide criticar sus nombramientos, en cuanto a que se rozan con la política, que es ajena de nuestro propósito. Cúmplenos sí, más que como médicos, como españoles, lamentarnos de que haya habido personas que hubiesen aconsejado a S. M. para que exponga su preciosa vida esa vida que ha costado tantas, en manos de un hombre que solo posee por todos conocimientos médicos un sistema incierto y desterrado hasta el día aun de los mismos hospitales por el bien de la humanidad. Somos tolerantes con todas las escuelas de la medicina, admitimos su libre discusión, deseamos que se nos convenza de sus ventajas; más hasta que esto suceda, no podemos consentir en conciencia que se lleven los desvaríos de una imaginación extraviada al terreno de la práctica. Pero aun dado que esto sea factible, aun convencidos de la necesidad hasta cierto punto, con cierto método y en ciertas circunstancias, de hacer ensayos ¿ha de servir para estos la persona sagrada de nuestra Reina, del ídolo de los españoles, de la prenda querida de su libertad?

Sentiríamos también que fuese cierta la noticia de haberse concedido al señor Núñez la gran cruz de Carlos III, porque no hallamos, ni con mucho, méritos bastantes en este sujeto para ser digno de tan alto honor, y mucho menos cuando solo vemos tan distinguida condecoración en el pecho del Excmo. Sr. D. Pedro Castelló, persona a quien no consentiremos nunca que se quiera comparar el homeópata intruso en la medicina. Observamos por consiguiente que carecen de igual distinción los demás médicos numerarios de cámara, que en tanto tiempo y con tanto afán han velado por los días preciosos de su Reina, de donde resulta otro acto mayor de injusticia, que sentimos por muchas razones, y cuya censura solo limitamos porque somos demasiado observadores de la ley para que intentemos traspasarla.

Pero hay para nosotros y ante la ciencia otras personas responsables, a quienes la ley no salva, y a las que nos dirigiremos sin embozo. Los que valiéndose de un fraude y de una vergonzosa superchería han conferido al señor Núñez los grados con que hoy se escuda y para los que no ha hecho el menor estudio, esos son para nosotros los responsables del insulto hecho a la profesión al elevar al homeópata a un puesto y una distinción que no le corresponden. Los que encargados de la observancia de esa misma ley, la han hollado concediendo a un advenedizo sin conocimientos, y de los antecedentes del señor Núñez, lo que tantos desvelos, años, sacrificios y penalidades nos ha costado a los demás, esos y solo esos son los verdaderos criminales. ¿Por qué no se ha formado causa a los que así han insultado la moral pública? ¿Por qué no ha caído ya un ejemplar castigo sobre esos médicos sin conciencia, que han autorizado para disponer de la vida de sus semejantes a un hombre que tenemos todos los motivos del mundo para creer que ignora los primeros rudimentos de la ciencia cuyo estudio riguroso se nos ha exigido? Si lo que el cielo no permita, nuestra amada Reina fuese víctima de los auxilios ridículos de ese método desconceptuado ¿cuántas vidas no necesitarían para pagar tamaño atentado, los que faltando a sus juramentos, han procurado legitimar las insolentes pretensiones del homeópata? ¡Oh! esta reflexión es por demás dolorosa y ella sola constituiría nuestro mayor tormento, si el corazón no nos presagiase que poco tiempo podrán ocultarse al claro talento de S. M. los cortos alcances de su nuevo médico.

Pero prescindiendo de la injusticia que se ha cometido al conferir al señor Núñez un título que no ha ganado, y sin ocuparnos ahora de la cuestión de derecho, decidida ya a nuestro favor en el mero hecho de exigirse para la reválida tantos y tan numerosos conocimientos adquiridos a fuerza de estudios y de años y hasta sin permitirse la simultaneidad en estos de distintas asignaturas, ¿el título que posee el señor Núñez le da iguales facultades que a los demás profesores? No, mil veces no. El gobierno pudo, aunque no debió, hacer tal médico al señor Núñez ¿pero le infundió con este acto la ciencia de que carecía? ¿Basta a cada facultativo el poseer un título, para aspirar a todos los puestos de la profesión? No, para esto se necesita un caudal superior de instrucción, que no vemos en el señor Núñez, porque si se ha de juzgar de su suficiencia por los trabajos que ha publicado en los periódicos de sus doctrinas, el apóstol de la homeopatía no pasa de un charlatán mediano, cuyos escritos llenos de palabrotas huecas y de ideas ridículas son una prueba de que no merece ni aun hallarse, cual lo vemos, al frente de los partidarios del sistema hahnemaniano.

Por otra parte, si nosotros fuésemos médicos de cámara, ya teníamos tomada nuestra determinación, o ellos o el señor Núñez: no hay medio. Sus sistemas opuestos jamás podrán amalgamarse, y o bien el homeópata tiene que asistir a S.M. de mero espectador, o los médicos actuales tienen que retirarse de la regia estancia. Y si como es probable, llega el método de los glóbulos a llevarse la preferencia, si el señor Núñez visita a S.M., o si ya lo ha hecho sin conocimiento de sus compañeros, en este caso, no pretendemos dar lecciones a los que han sido nuestros maestros, pero sí queremos decirles, que tamaña falta de decoro médico no la tolera jamás el profesor más ínfimo y necesitado.

He aquí nuestra opinión, clara y terminante: al formularla prescindimos de mil consideraciones, de amistad y de gratitud algunas: más todavía; renunciamos a los adelantos que pudiéramos obtener un día por los medios legales. Sabemos bien hasta dónde llega la ira homeopática que no perdona jamás, y arrostramos con valor y frente serena sus rigores. Al producirnos en términos, que a algunos parecerán demasiado fuertes, protestamos que no nos mueven la envidia ni el resentimiento, porque no conocemos al señor Núñez, ni aun personalmente, ni menos hemos podido creernos, aun en nuestros sueños, merecedores de la suerte que a él le cupo. Muévenos a hablar así, nuestro amor al trono, nuestro respeto a la ciencia, el odio a la intriga y a la injusticia y el deber que tenemos de decir la verdad sin rebozo sobre cuantos hechos atañan a la desgraciada profesión a que nos hemos consagrado.