Filosofía en español 
Filosofía en español


Senado
Presidencia del Excmo. Sr. D. Joaquín Sánchez de Toca
Sesión del miércoles 24 de noviembre de 1915

El Sr. Duque de San Pedro de Galatino [Julio Quesada-Cañaveral Piédrola] se hace cargo de una alusión del Sr. Emilio Junoy en la sesión de ayer en el incidente sobre tramitación de un expediente en catalán por la Diputación provincial de Barcelona. Rectificaciones de los Sres. Junoy, Ministro de Gracia y Justicia [Manuel de Burgos] y Royo Villanova (D. Antonio)

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Duque de San Pedro de Galatino.

El Sr. Duque de SAN PEDRO DE GALATINO: Señores Senadores, obligado ayer por las circunstancias de la discusión y por el debate, a intervenir en una alusión personal hecha por el Sr. Junoy a mi modestísima persona, me veo hoy también obligado a ratificar, con, algunos datos, las afirmaciones que ayer hice ante la Cámara.

Ante todo es de mi deber hacer constar al señor Junoy y a los representantes de Cataluña que pudieran estar presentes, que mi ánimo al interrumpir al Sr. Junoy, como consta en el Diario de las Sesiones, no fue de ninguna manera ni molestar, ni herir a nada que tenga relación, ni con el trabajo catalán, ni con Cataluña, ni con ninguna personalidad, que dentro de Barcelona o de cualquiera otra de las restantes provincias catalanas, puedan ser afectas a este asunto. Repitiendo lo mismo que dije ayer: que hacía un enorme distingo, que establecía un abismo entre los catalanes españoles, trabajadores reconocidos por todas las demás regiones como honra y prez de nuestra civilización, y el separatismo que nace, creo yo, por aberración dentro de aquella sociedad, me parece oportuno recordar aquí las frases expuestas por Costa al final de uno de sus discursos. Esas frases escritas están y como no me las quiero apropiar, me limitaré únicamente a leerlas. Dicen así: “No vengáis a ofendernos a los castellanos diciendo que sois el cerebro de la Nación, ya que tantos años hace que os toleramos que seáis el estómago.” (Risas.)

Está ratificado lo que yo dije ayer aquí; es decir, que en el espíritu de las demás provincias, que, repito, admiran el trabajo catalán, que tienen el mayor respeto por la fraternidad que entre todos debe existir, todos los demás estamos un poco quejosos del Poder central por la demasiada protección que, sea por debilidad, o sea por otras razones, que yo en este momento no he de examinar porque no tengo autoridad para ello, el Gobierno presta a las peticiones de Cataluña. Esta fue, en síntesis, mi contestación de ayer. Y como no me gusta hacer una afirmación ante la Cámara sin probarla, voy a tener el honor de leer cuatro datos para probar la que hice ayer.

Creo que dentro de la Cámara no habrá nadie que pueda dudar que Barcelona y su provincia es eminentemente industrial. Esto no tiene duda de ninguna clase. Desgraciadamente, Madrid, por sus condiciones orográficas, por su situación geográfica y por otras varias razones, entre ellas por el precio del carbón, no tiene ese desarrollo industrial. Pues he aquí las datos de la estadística oficial, no datos míos, de lo que paga Barcelona por contribución industrial y lo que satisface Madrid por el mismo concepto. Ruego a los señores taquígrafos que atiendan bien a la cifra.

Madrid paga por contribución industrial pesetas 86.125.906 al año. Barcelona paga por contribución industrial 51.086.578 pesetas. Es decir, que enfrente de 86 millones que paga Madrid, Barcelona paga 51. Esta, aunque de consideración, no es más que una cifra; pero hay otra mucho más grave desde el punto de vista de lo que aquí discutimos, desde el punto de vista de la protección que unos Gobiernos y otros Gobiernos que se suceden de ese banco vienen otorgando a la región catalana. Al mismo tiempo que Madrid paga muy cerca del doble que Barcelona por contribución industrial, se da, Sres. Senadores, el caso de que, según la estadística oficial, lo gastado en obras públicas por el Estado se ha repartido entre las provincias españolas por el orden siguiente: primer lugar de todas las provincias españolas, Barcelona. No es que yo lo critique, pues en este momento no estoy haciendo más que una comparación, ni es que yo tenga nunca envidia del bien ajeno (ojalá se pudiera hacer con todas las provincias españolas lo mismo, y ojalá de todas tuvieran en el extranjero la misma opinión de trabajadoras y laboriosas de que goza Cataluña); pero esta es una cifra que tiene gran importancia desde el punto de vista de la protección; y por el camino que vamos, si los Gobiernos no atajan las exigencias de la representación catalana en Madrid, no sé adónde llegaremos. (El Sr. Moles: ¿Me permite S. S. una aclaración?) Con mucho gusto. (El Sr. Moles: Entre esos tributos a que S. S. se ha referido, aparecen en Madrid las contribuciones que paga el Banco de España, por sus servicios en toda la Nación, más las contribuciones de las Compañías de ferrocarriles de toda España y el impuesto de Utilidades; en cambio se consigna a favor de la provincia de Barcelona, como auxilio del Estado, lo que percibe la Compañía Trasatlántica por comunicaciones marítimas, cuando es un servicio nacional. Se lo digo a S. S. para que lo tenga en cuenta a los resultados subsiguientes.) Ya contestaré al Sr. Moles.

La cifra para gastos de obras públicas en la provincia de Barcelona es la siguiente, y aquí no hay nada de Trasatlántica. (El Sr. Moles: Sería difícil a S. S. demostrarlo.) Es la cifra del Ministerio de Fomento. (El Sr. Moles: A esa me refiero yo, y al gráfico del Ministerio de Fomento.– El Sr. López Mora: Resultará que no han dado nada a Barcelona, Sr. Moles.)

Perdone el Sr. Moles; la cifra oficial en el presupuesto español de lo gastado en obras públicas en la provincia de Barcelona es la siguiente: 172.993.709 pesetas, y la provincia de Madrid, no obstante ese Poder central, a quien, según dice La Veu (aquí tengo apuntada la frase), Cataluña necesita imponer su voluntad, aparece en los gastos de obras públicas en décimo lugar, con la suma de 63.936.257 pesetas.

Repito que no es que tenga envidia del bien ajeno, ni que con esto quiera echar leña al fuego; al contrario, deseo que la armonía entre nosotros sea perfecta; pero ya al contestar ayer al Sr. Junoy le decía yo: ¿qué tiene que ver que Felipe II se dirigiera en catalán a la Diputación catalana con que se pretenda instruir expedientes en catalán? ¿Qué tiene que ver el sentir de los catalanes con el sentir de cuatro catalanistas? ¿Es que porque cuatro separatistas tengan dentro de su enferma imaginación la idea de un porvenir, imposible de realizar, la tiene todo Cataluña? ¿Porque el Sr. Cambó en un discurso haya dicho –palabras textuales– “los catalanes nos sentimos fundamentalmente separatistas”, acaso por eso puedo yo, ni nadie de los que están en esta Cámara, hacer responsable a Cataluña entera de esas palabras? ¿No cree el Sr. Junoy que cuando nos levantamos aquí como Senadores españoles, dentro de nuestra alma y de nuestro espíritu no hay ninguna diferencia entre unas y otras provincias? ¿Cree que cuando el Sr. Moles, hace un momento, se ha levantado a discutir conmigo he visto en él un catalán?

No; esta es la única observación que he hecho. Si hemos protestado varios, yo entre ellos, de que los expedientes en España se puedan escribir en catalán, sea o no sea idioma, que no sé si es una secuela del limosín, o en caló o en vascuence, que es idioma más antiguo que el catalán, es porque así está en nuestro espíritu y porque deseamos la unión y fraternidad.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Junoy tiene la palabra.

El Sr. JUNOY: Espero que se habrán calmado los nervios de los Sres. Senadores un tantico alterados en la sesión de ayer tarde; pero, no obstante mi creencia, no voy a abusar de vuestra bondad; voy a ceñirme mucho en la tarde de hoy. Cauto en las palabras, suavísimo en el concepto, resuelto a sofocar todo movimiento de amor propio o de exaltación pasional.

Y comenzaré por el Sr. Duque de San Pedro de Galatino. “A tout segneur tout honneur.”

Cuando tan noble prócer habla en el Senado de ferrocarriles secundarios con la competencia que le reconocemos; cuando habla de la industria azucarera y de sus necesarias y patrióticas protecciones y de las grandes necesidades de los agricultores españoles, el Sr. Duque de San Pedro de Galatino me hace el efecto de aquellos grandes señores de la aristocracia británica, que consagran todo el prestigio de su nombre, su actividad, su talento, su fortuna, al servicio de los intereses materiales, al desarrollo del comercio y de la agricultura y a la prosperidad y riqueza de su país; pero cuando S. S. desciende a las disputas de región a región… (El Sr. Prast: Aquí no han disputado las regiones.) Se ha hablado por el Sr. Duque de San Pedro de Galatino de la Lliga catalana y el lapsus tiene su importancia, porque es revelador del desconocimiento en una parte, salvando todos los respetos y todas las cortesías que S. S. me merece, de la política y de la actuación catalana. Cuando habla, digo, desde su altura y se convierte en vocero de prevenciones políticas y sociales, francamente, me apena oír a S. S. porque no está en su puesto. Cuanto más alto se está en la vida pública, mayores son los deberes de moderación en los juicios, de reserva y de prudencia, que debemos cumplimentar.

Por lo demás, justificadísima su intervención en este debate y, además, luminosa como suya. Una mala inteligencia la motivó. Hablaba yo de los analfabetos y S. S. creyó entender que me refería a todas las provincias de España, menos a las catalanas; apeló a la lectura de las cuartillas; no quise asociarme a su ruego porque habría quedado S. S. en situación desairada, pues yo no podía, yo no puedo en ninguna ocasión, sin ser injusto, sin ser impertinente, sin ser inexacto, hablar de analfabetismo con relación a las demás regiones, en menosprecio de las mismas. Su señoría habló, entre rumores de aprobación, de la nefasta labor de la Lliga catalana, de la Lliga regionalista, y yo oía también con pena a S. S.… (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: Nada significa que yo haya dicho regionalista por catalana; ese es un lapsus.) Estos no son temas propios de la actuación ciudadana de S. S.… (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: ¿Por qué razón? Tan Senador soy yo como S. S. para hablar aquí de lo que tenga por conveniente.)

Se lo voy a decir a S. S. en pocas palabras, que a buen entendedor pocas palabras le bastan. (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: Yo soy el más modesto de todos los Senadores, pero tengo el derecho de hablar aquí de lo que creo conveniente.)

La Lliga regionalista no es lo que S. S. supone; no la constituyen estos cuatro separatistas de que hablaba S. S. Es un movimiento político eminentemente conservador, de un contenido, de una sustancia eminentemente gubernamental; son las fuerzas vivas de trabajo y de producción, de que con grandes loas hablaba en su elocuentísimo discurso el Sr. Duque de San Pedro Galatino; son los elementos que hicieron la restauración española, sustancia conservadora, fuerza viva conservadora, sostén del régimen, cuya atracción es indispensable en una buena política de Gobierno, como lo es su incorporación a nuestra política y su colaboración en las soluciones de Gobierno.

Su señoría, después de estas manifestaciones, verá explicado el por qué yo lamentaba que tratase a la Lliga regionalista en los términos en que lo ha hecho. Yo puedo combatirla, como la he combatido en muchas ocasiones y circunstancias; S. S., por su significación en el Parlamento español, por todas las razones que he apuntado, no debe combatirla con prevención ni con saña. (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: No puedo comprender el argumento.) Lo siento; será efecto de mi expresión. (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: ¿Qué tiene que ver que sean conservadores con que tengan tendencias separatistas?) Su señoría ha hablado de un discurso del señor Cambó, en el cual no expresa una impresión subjetiva; no hablaba de su separatismo, siendo el concepto todo lo contrario de lo que ha entendido S. S. Hablaba de la mala política de los Gobiernos nefastos, separadores de hecho, que divorcian el interés, el corazón y el alma de todas las regiones, del centro de España. (El Sr. Ministro de Gracia y Justicia: No hay ningún Gobierno que haga eso.) No hablo de un Gobierno determinado; hablo de un modo impersonal; hablo de la política española en general, de una serie de Gobiernos y de situaciones, que en la Historia tendrán su responsabilidad. ¿Lo comprende S. S.? (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: Yo creo que es filosofía catalana, catalanista; cuidado.) Yo creo que es terquedad del Sr. Duque de San Pedro de Galatino. (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: Es una habilidad de S. S.) Renuncio el honor de semejantes habilidades, que no están en mi carácter ni en mi temperamento; vengo con la verdad en el corazón y con la sinceridad en los labios, a hablar a la alta Cámara y al Gobierno de España.

Pocas palabras a mi digno compañero el señor Benet y Colom.

El Sr. Benet y Colom, mi distinguido paisano, mi venerable amigo, no entendió el símil de las flores y de las espinas. Espinas hay en todas las flores, en las de perfume más preciado, y el señor Benet y Colom no comprendió que me refería a las espinas de la impopularidad, esas dulces espinas que me producen a mí mismo una sensación nueva, y como nueva, por demás agradable. Después del placer de los dioses, el gran placer es el de la impopularidad. Por su conocimiento de la vida y del corazón humano, nuestro venerable compañero pudo apreciar lo que va de ayer a hoy y de anteayer a ayer. Cuando se ha servido al adversario, cuando se le da un arma, cuando uno entrega su cuerpo o su alma al Diablo, después, hecho el favor, entregada la conciencia, la voluntad, el alma, o el cuerpo al Diablo, éste ya no lo agradece. Esta es la situación de mi distinguido compañero.

Siento que no esté presente el Sr. Ministro de Instrucción pública para recoger y para aplaudir su discurso, ceñido, corto, y, a mi entender, definitivo. Yo podría suscribir casi todas las palabras, todas las manifestaciones del discurso del Sr. Ministro de Instrucción pública pronunciado en la tarde de ayer.

Que en España hay varios idiomas, todos nacionales, uno sólo oficial, que conviene respetar todas estas manifestaciones de la vida interna de la Nación española y so pena de arrostrar los peligros de una torre de Babel, mantener definitivamente la existencia de un solo idioma oficial. Es nuestra tesis. ¿Qué afirmaba, Sres. Senadores, en la tarde de ayer? La siguiente doctrina:

En el orden local, en el orden regional de relaciones y de intereses puramente internos, nuestra lengua; en nuestras relaciones con el Poder central, en nuestras relaciones oficiales, el idioma oficial, el castellano.

Y, Sr. Ministro de Gracia y Justicia, S. S. que intervino en el debate en la tarde de anteayer, S. S. vio perfectamente toda la estructura interna del episodio administrativo del gran caso que aquí presentara a la consideración del Senado nuestro digno compañero el Sr. Royo y Villanova, un incidente sin importancia, absolutamente insignificante, sin significación y sin malicia; un concurso en virtud de una convocatoria redactada en catalán para provistar unas modestas, pequeñas, modestísimas plazas de carpinteros; una instancia redactada, en conformidad a las bases de la convocatoria de un obrero carpintero, en catalán; y en eso un derecho que se cree lesionado, un motivo de reclamación que produce, en virtud de la tramitación del expedienteo, la necesidad de acudir al abogado del Estado, y el abogado del Estado ante este expediente redactado en conformidad a la convocatoria en catalán, en lugar de leer, de ver, de aplicar la ley de Enjuiciamiento civil, que dice que todo documento redactado en otro idioma que no sea el oficial será traducido, manifestó que no se creía en la obligación de conocer aquel documento, aquel idioma. Y esto es todo.

Yo no voy a discutir esto; ya sé que por la ley de Enjuiciamiento civil esta obligación no la tiene el abogado del Estado; pero yo en este aspecto de la cuestión, que es el único quizás en el fondo que interesa al Gobierno en este momento, no sé por qué, aunque no sea obligación legal, no ha de constituir una obligación moral, de celo, en el cumplimiento del deber, cuando hay que hacer justicia en regiones donde el idioma oficial no es la lengua viva o resolver cuestiones, problemas, que afectan a los intereses el conocer las costumbres, el carácter, la tradición, el derecho, la misma lengua; hay en ello, repito, una especie de obligación moral, indicación que ha de recoger el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, para que en este orden importantísimo y transcendental de las relaciones jurídicas no persista el equívoco y por una conveniente y adecuada preparación de los elementos que constituyen nuestra ilustrada magistratura histórica se eviten en el curso de la Justicia en el resultado final de los asuntos judiciales, todos aquellos perjuicios, aquellas dilaciones que son inherentes al desconocimiento de un idioma en el cual se desenvuelve la vida de una comarca o de una región. Y esto es lo único en el fondo que yo quise decir en la sesión de anteayer.

Discutí este aspecto en estos términos, sin acordarme de las otras regiones, sin esperar al grandilocuente discurso del docto catedrático de la Universidad, mi ilustre y querido amigo señor Royo y Villanova.

Y vamos ahora al Sr. Royo y Villanova.

Es curioso, es singular, yo reconozco que estuvo oportuno, como siempre, acertado, como siempre también, más elocuente que nunca. Le inspiramos a S. S. los catalanes; llega S. S. a las más altas cimas de la elocuencia cuando se considera en el deber de combatirnos o de molestarnos (Rumores.– Muchos Sres. Senadores: No, no.) Bien; ruego a los señores taquígrafos que borren este último verbo y lo pido atendiéndome a un deseo y a una indicación que quizás me haría el Sr. Presidente de la Cámara. (El Sr. Royo y Villanova: El pensamiento nunca delinque.) Oportuno, repito, elevando este debate en el Senado, oportunísimo desenvolviendo su ruego, su queja o su interpelación, oportunísimo; lo dice toda la Prensa, la opinión unánime sin una sola nota discordante al dirigir alusiones a propósito del tema por el propuesto a la deliberación del Senado a los catalanes, los únicos inoportunos, los únicos imprudentes; desacertados, temerarios, los que hemos acudido al terreno a que se nos ha emplazado; los que hemos recogido, por cortesía y por deber y con todo linaje de consideraciones, las alusiones pertinentes, oportunísimas, del Sr. Royo y Villanova.

Y digo esto sin amargura; no siento absolutamente ninguna mortificación de mi amor propio. Lo que sentía era una gran tristeza porque mientras hablaba S. S. entre generales aplausos, evocaba en mi espíritu recuerdos todos ellos ligados con nuestro desastre y con nuestra irremediable y tristísima decadencia, y parecía que nos encontrábamos en aquellos días en que el mismo lirismo, los mismos discursos, las mismas ovaciones, los mismos cargos para nosotros, con escasas variantes, casi las mismas fisonomías, no faltaba más que una silueta venerable: la del gran D. Nicolás Salmerón, a quien pusieron en aquella época el Inri de todos los precursores; en aquellos tiempos en que al son de la marcha de Cádiz caminábamos al infortunio y a la desventura.

Y luego sentía otra pena, me abrumaba otra muy honda preocupación, que os explicará un detalle: la frecuencia con que me volvía de espaldas al banco azul y miraba hacia las tribunas. Temía yo en el día de ayer, lo he de decir, lo he dicho ya al Sr. Duque de San Pedro de Galatino, que venía con el corazón en las manos y la sinceridad en los labios, temía yo que en las tribunas diplomáticas pudiese ver la representación de alguna Potencia que habiendo estado directamente ligada con nuestros destinos y quizá habiéndolo de estar en el día de mañana, dentro de esta concepción de una España grande, mayor, la del Sr. Presidente del Senado, la del Sr. Sánchez de Toca, pudiese pensar qué sería de ellos, de su lengua viva, el día que esta relación se reanude y se fijen de un modo definitivo en los anales de la Historia los destinos de España.

Aquí tengo la magistral, grandilocuente oración del Sr. Royo Villanova, que pasará a la Historia. (El Sr. Royo Villanova: No tanto.) Lo digo sin lisonja, y venía dispuesto a contestarla punto por punto. Me asaltan grandes dudas y vacilaciones; llamamientos a mi patriotismo; requerimientos, que son sabios consejos, de la alta representación presidencial de esta casa; grandes deberes políticos; consideraciones al Gobierno de S. M. en las actuales circunstancias, si no se las mereciera como se las merece en la personal relación; admiración hacia mi ilustre preopinante, una serie de sentimientos, me incitan a callar, a recoger los dardos, las ironías, las sátiras, las provocaciones, las molestias de amor propio, hasta la dignidad colectiva que contiene esta magistral oración parlamentaria.

¡Secuaz del Sr. Prat de la Riba! El concepto más inofensivo es de orden personal; afecta a mi insignificante y humildísima persona. ¡Mal discípulo de Castelar! ¡Castelar al revés! ¡Hilaridad general!, señores taquígrafos. ¡Aplicación de las enseñanzas del Sr. Castelar!, Sr. Royo Villanova. Discípulo poco aprovechado, pero muy fiel a sus inspiraciones y a su esclarecido patriotismo. Dejó la federal; dejó, es cierto, la concepción regionalista. ¡Su señoría sí que es hábil, Sr. Duque de San Pedro de Galatino! (y ahí tiene cerca de S. S. al hábil parlamentario); dejó la federal porque, gran maestro de la Historia, a la que hacía decir, grandilocuente, lo que convenía a sus sentimientos, de la propia suerte que el gran maestro de la oratoria, Sr. Vázquez de Mella, hace cantar a la Historia las arias que más le encantan, por aplicación digo de la Historia, al ver que en Francia los girondinos, es decir, los regionalistas de la nación vecina, de la revolución, eran el elemento conservador de la revolución francesa… (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: Pero si yo no soy conservador, ¿por qué se dirige a mí S. S.?) Por aplicación, digo, de su filosofía de la Historia, de la crítica histórica en que se informaba su pensamiento político y social, en virtud de ese razonamiento, del carácter que en la revolución francesa y en el desarrollo de la democracia francesa en sentido conservador había tenido el elemento conservador, fue federal en contraposición al jacobismo, o séase tendencia minimista, perturbadora y además demagógica.

Y he aquí por qué queriendo Castelar para España una república amable, una república de orden, ateniense, griega, una república conservadora en la más noble acepción de la palabra, tuvo que dejar el principio federal que en España, como dijo perfectamente S. S. en la tarde de ayer, resultó demagógico, perturbador y anárquico. Mas si Castelar se hubiese encontrado un regionalismo orgánico como el regionalismo catalán, un regionalismo constructivo, conservador, sostén del orden público, anheloso de redimir, de reconstituir y de salvar a España, ¡ah!, Castelar no habría dejado la fórmula federal y habría muerto como murió otro gran centralista, tan centralista como Castelar, D. Nicolás Salmerón, que después de haber pronunciado el discurso de Castellón de las tres grandes unidades, fue a Barcelona, y por virtud del hecho vivo que señalo, de esta enseñanza de la existencia, por él prevista y descubierta, de un regionalismo orgánico y constructivo, abrazó la bandera del programa del Tívoli y ofreció aquellas soluciones a la consideración y a la esperanza de los buenos españoles.

Y es casi el único punto de vista que voy a recoger del discurso del Sr. Royo y Villanova. No quiero, distinguido compañero, no quiero recoger sus ironías, ni los ataques al Sr. Prat de la Riba, ausente él y su representación en la sesión de ayer, igualmente que no puede aquí defenderse, sobre todo de esta clase de insinuaciones y de ataques que van rectos a su intención íntima, en la cual no podemos ni debemos penetrar, sin una luz muy segura y muy clara, sin correr el riesgo de bordear el error o la injusticia en lo más difícil de reparar de este modo, que es la relación personal.

¡Secuaz del Sr. Prat de la Riba! ¡Qué había de contestar a esto! Llamar a S. S. socio secreto de la Lliga regionalista, porque nadie ha servido mejor, a lo menos en los actuales momentos, los intereses, puntos de vista y combinaciones de la Lliga, que S. S. con su discurso. Se convencerá de ello con su penetrante talento y habilidad.

No quiero recoger tampoco aquel cuadro, señores Senadores, del teatro catalán. Una cifra acogida con murmullos de satisfacción, que no me explico, que no concibo, que no hubiera querido notar y ver señalada en el Extracto de las sesiones, aquella cifra de 100 pesetas.

Resisto a la tentación de leer un telegrama convirtiendo las 100 pesetas en 100.000 de primera intención en la primera lista, y esto dicho por un autor dramático que ante las manifestaciones de S. S., por telégrafo transmitidas, se ve en el caso de añadir que 30 obras catalanas están representadas en el actual momento en los teatros de Madrid y provincias, y traducidas a casi todos los idiomas y lenguas del universo. (El Sr. Royo Villanova: Muy bien. ¡Traducidas!)

Yo no quiero recoger aquel chiste de las cuatro barras, porque en materia de símbolos, de tradiciones, de banderas ¡cuidado, castellanos! ¿No os parece que todos los chistes sobran y que no son bastantes todos los respetos?

Tampoco quiero recoger aquella alusión de tan buen gusto, tan peregrina, tan ingeniosa de la masculinidad de una región en contraposición quizás a la feminidad entregada a todas las lujurias colectivas de otras provincias, porque eso me llevaría a discutir si es signo de masculinidad el que el Sr. Royo Villanova sea Senador por Valladolid, y sea quizás en su conjunto, salvando las personas, los méritos, sus relevantes condiciones cunera, la representación de otras de nuestras regiones.

Situación de nuestra Prensa. No quiero abordar este tema, no debo abordarlo; me llevaría a comparaciones, a estudiar la situación de otras Prensas en todos los órdenes, a que S. S. me citara, todos los datos de la circulación de la potencia financiera en el extranjero, de la Prensa de París, de la Prensa departamental, en plena crisis, y no quiero tampoco recoger aquella frase sangrienta contra Cataluña del maestro Unamuno, porque yo podía haber traído aquí una serie interminable de frases que habrían levantado ampollas, no ciertamente dirigidas contra Cataluña. (El Sr. Royo Villanova: Contra el catalanismo; no contra Cataluña.) Contra el catalanismo; como quiera S. S.

Su señoría tiene mucho interés en esta distinción. No hace muchos días que, a propósito de ella, un conspicuo político, sagaz, experto, recogedor de toda suerte de impresiones, que mira al fondo de las cosas, manifestaba el cansancio de su espíritu hacia ese equívoco. Añadía S. S. que un cadáver, el catalanismo, gana las elecciones, pero no tiene el alma de Cataluña; no ama el catalán, vive sola y únicamente del odio al idioma castellano. Y yo le digo que el ganar las elecciones cuando las elecciones son verdad, cuando nos hemos liberado de la presión oficial, del cunerismo y del caciquismo; cuando son reflejo de la voluntad íntima de los pueblos en esos movimientos, como veía ya claro el ilustre político a quien aludo, no va sola la Lliga, va con ella todo el pueblo catalán. Eso se lo dice, Sr. Royo y Villanova, no un secuaz del Sr. Prat de la Riba, no un socio secreto ni público de la Lliga, se lo dice quien ha combatido y ha vencido en más de una ocasión al partido regionalista.

No quiero seguir en este orden de ideas, no quiero devolver golpe por golpe; quiero representar el papel de víctima arrollada por la elocuencia torrencial de S. S.; no quiero hacer la tentativa formidable que precisaría para disminuir ese gran éxito parlamentario de S. S. Me lo impone el patriotismo; en las actuales circunstancias, en los presentes momentos en que nuestro espíritu demoledor y de crítica nos lleva a hablar mal del Gobierno, de la Marina y del Ejército, no faltaba más, Sres. Senadores, sino que viniéramos aquí por movimientos de amor propio, por exaltaciones de la pasión, con textos que parecían olvidados y relegados a la historia, con esta serie de ironías, de chistes y de frases que ha hecho S. S., a desgarrar la entraña misma de nuestra Patria, excitando pasiones y levantando enconos entre las distintas regiones que constituyen la unidad de nuestra raza y la unidad de nuestro pueblo.

Y por otra razón de carácter político que ayer apunté, que S. S., arrebatado por la pasión o por la inspiración (cambio la frase), no aceptó o no tuvo por conveniente recoger. Con esta discusión, trayendo S. S. este asunto, este menudo incidente, sin importancia, que no tiene siquiera el mérito de la novedad, que puede repetirse, que se ha repetido todos los días, en el que la intención falta y el propósito de molestar no parece por ninguna parte, con eso quizá perturbaríamos, perjudicaríamos altas conveniencias del partido liberal, de la democracia española, a la cual pertenecemos S. S. y yo, fórmulas de armonía, soluciones de concordia, apaciguamientos de los espíritus, una serie de medidas que son el alma y la esperanza de la futura situación liberal.

Por eso creo yo que, no ya por el deber relativamente secundario de la disciplina política, sino por esas altas conveniencias, debemos dejar a los directores de la política liberal los temperamentos a aplicar en esta clase de cuestiones como la que nos ha apasionado las tardes anteriores y la de hoy.

Y termino. Creo que he hecho obra de patriotismo y de sinceridad. Yo no repetiré los vivas a España del Sr. Benet y Colom, porque considero que sería ofenderme presentarme en el caso y en la necesidad de tener que hacer que saliesen de mis labios; yo no he dicho una sola palabra contra la lengua castellana; yo reconozco la necesidad orgánica administrativa y política de vigorizar este instrumento; he hecho cargos al Estado, en un sentido impersonal por no vigorizarlo, por no atenderlo, cuidando del desenvolvimiento y de la eficacia de la enseñanza y de la cultura, a que tiene el derecho y el deber aquellos Estados, sobre todo, que pretenden en materia de lengua aplicar un criterio estrecho y de exclusivismo cerrado.

Renuncio, pues, a plantear en el terreno de los hechos el problema que ha abordado el Sr. Royo. No terminaré en catalán y diré únicamente que, traduciéndome al idioma de Ausias March, de Maragall, de Mosen Cinto Verdaguer, aquí no tenemos otra concepción que la que yo he repetido tres veces, una concepción que hemos leído en el escrito de ese gran publicista que nos preside, muy leído en nuestra tierra y muy meditado, una concepción de una España grande, mayor que la que habéis encontrado, que la que tenéis con tanta dificultad que gobernar, nación de naciones, si es posible, con razas diferentes si las hubiera, con costumbres, con historias, con tradiciones, con lenguas vivas, con multiplicidad de literaturas, porque todo esto son manifestaciones de la prosperidad, de la fuerza y de la grandeza de los países.

El Sr. Ministro de GRACIA Y JUSTICIA (Burgos): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Ministro de GRACIA Y JUSTICIA (Burgos): Confieso, Sres. Senadores, que me levanto con profunda amargura en estos instantes, a pesar de que las últimas, mejor dicho, todas las palabras de mi querido amigo particular el Sr. Junoy parece que vuelven al cauce de la normalidad este debate, con profunda amargura, por toda la tramitación que él ha tenido, pero principalmente al considerar mi pequeñez en estos instantes, y ver cuán lejos me encuentro de poder llevar al Senado mi íntima convicción sobre la transcendencia del problema que se discute, porque si este debate no saliera de este recinto, si esta cuestión no tuviera otras derivaciones, la discreción y el patriotismo del Senado podría desde luego llevarlo a feliz término; pero hay que tener muy presente que interpretaciones erróneas o versiones incompletas de discursos, para lograr lo que el propio interés aconseje fuera de aquí, pueden dar lugar a que renazcan y se aviven rescoldos de pasiones peligrosas.

En realidad, lo que ha sido materia principal de este debate ha quedado ya sin importancia alguna, casi relegado a un término muy secundario, y el Gobierno, sobre ese punto concreto, ha hecho por los labios de tres Ministros (bastaría que fuera uno sólo para representar la opinión entera del Gobierno) declaraciones decisivas. No hay más idioma oficial que el castellano, y cualquiera que se dirija a entidades, organismos, Tribunales españoles, en castellano debe hacerlo, pues es mucho más fácil y natural que, aquellos ciudadanos que integran la Nación española, conozcan perfectamente el idioma oficial, el idioma nacional, para poder acudir luego a la defensa de sus derechos ante los Tribunales de justicia, que no imponer la obligación –que no puede exigir el Gobierno a los que están llamados a pedir o administrar justicia, o ejercer otras funciones administrativas– de que conozcan todos los idiomas y todos los dialectos que se hablan en España.

En esto hemos estado aquí todos de acuerdo, y si alguna diferencia existe, ha surgido por obra de la fantasía más que de la realidad. ¿Quién ha osado pronunciar una sola palabra en descrédito ni en desdoro del idioma o del dialecto catalán? Cuando tuve la honra de levantarme la otra tarde en la Cámara, me adherí al cántico elocuente que había aquí expresado el Sr. Moles por la lengua en que aprendió a balbucear las primeras palabras, por aquella que representa para un pueblo tradiciones, recuerdos imperecederos de su historia. ¿Quién puede ser tan insensato que pretenda ejercer la tiranía de arrancar esa herencia bendita de una región? Lo que hay es que una de las manifestaciones también, aunque no sea la única, ni quizás la principal de esta solidaridad que constituyen la nación y el Estado, es la unidad en el lenguaje oficial, y de ella no puede prescindir el Gobierno ni el Estado español; y ese lenguaje es, además, el en que se han cantado las glorias de España entera, integrando a esta España, como parte esencial, Cataluña, siendo el idioma que hablan pueblos que nacieron fecundados por el espíritu español. Este Gobierno, como todos, ha procurado atender a Cataluña como a las demás regiones españolas, y se comete una gran injusticia, contra la que he de protestar, al decirse y sostenerse que, efecto del abandono de los Gobiernos españoles, pueden nacer en ninguna parte del territorio de España sentimientos separatistas, porque esos sentimientos no los puede producir más que una voluntad torcida y criminal. No es justo tampoco, y permítame que se lo diga, con el afecto que sabe le profeso, al señor Duque de San Pedro de Galatino, lo que aseguraba S. S. de que el Gobierne se inclinaba a conceder preferencias a la región catalana por presiones ilícitas que pesaran sobre su ánimo, por debilidad. (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: Yo he leído una cifra.) Su señoría ha podido leer… (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: He leído la cifra de 172 millones.) Pero en la cifra no está la intención; la intención es la que he manifestado. (El Sr. Duque de San Pedro de Galatino: Pero esto es el resultado.) El resultado no siempre indica, sea cualquiera, y ya se ha visto, que ha sido discutido, cuál es la intención.

El Gobierno español atiende por igual, en cuanto sus fuerzas alcanzan, a todas las regiones españolas. Este es su propósito, y no impone para él traba alguna, ni causa mella siquiera en su decisión el que no sea siempre agradecido el esfuerzo que realiza, ni siquiera que existan en algunas regiones esos gérmenes a que S. S. ha aludido, porque esos gérmenes quedan allá en los bajos fondos, sin que tengan influencia alguna en la vida social, ni las clases directoras, ni representan de ninguna manera el espíritu y el alma de la región.

Nosotros tenemos fe completa en el amor que Cataluña siente por todas las demás regiones de España, como tenemos también la convicción de que todas las demás regiones de España se han sacrificado gustosas, muchas veces, por coadyuvar y contribuir al progreso y al bienestar de Cataluña, y que no han pedido cuentas ni han llevado partidas a su libro para colocarlas en el haber. Con el espíritu generoso que inspira y domina siempre al alma castellana, al alma española, se han limitado a hacer los sacrificios sin cargarlos en cuenta.

Pero de este debate, lo triste y doloroso para mí ha sido ver en él alguna derivación que, contra la intención, creo yo evidente, de los oradores, ha parecido poner intereses y afectos de unas regiones contra otras. Y, en realidad, puede existir entre los hijos el estímulo que muchas veces engendra el ver el cariño del padre, un estímulo noble y generoso; pero eso no puede extinguir de ninguna manera ese otro cariño fraternal que es nexo, que une, que es lazo que solidariza la vida entera, que es alma que impulsa después para dirigir a un fin común en bien de la misma familia.

Yo creo, Sres. Senadores, que debemos atender a la realidad, dar de lado a todo aquello que más bien es obra de artificio; que si siempre es importantísimo, no ya sólo que por el Gobierno, sino por las clases directoras de una nación, procuremos armonizar todos los intereses, hermanar todas las aspiraciones, fundir en un molde las regiones todas que integran a la Patria, en estos instantes es de un interés primordial, es un deber esencialísimo de los Gobiernos, de los Parlamentos y de las clases directoras, porque no podemos prescindir en esta conmoción que agita al mundo entero, de que hay ojos avizores que investigan, que atisban el estado social y político de las naciones, y de que es necesario presentarnos ante esa expectativa como un pueblo que podrá tener sus disparidades y sus discrepancias en asuntos secundarios, pero que en todo lo que afecta al amor a la Patria (y ese amor se ha de extender por igual a todos los integrantes y componentes de ella), en todo lo que representa la unidad nacional, en todo lo que representa el bien supremo de esa Patria, aquí no hay más que un sentir y un pensar y un espíritu que constituye el alma nacional. (Muy bien.)

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Royo Villanova tiene la palabra.

El Sr. ROYO VILLANOVA (D. Antonio): Señores Senadores, las frases moderadas del señor Junoy me obligan a ajustarme a su tono, y las últimas, así como de reconvención respecto de mi conducta de ayer, me afectan en los más nobles sentimientos y paralizan mi palabra y estorban mi discurso, y como aquí lo que conviene es dejar liquidada la insignificante cuestión que a mi modestia correspondía, que nunca debió tener las proporciones que ha tomado y que es inverosímil se pueda atribuir a tan pobres fuerzas como las que poseo, juzgo que nada mejor para satisfacción de la Cámara que reducir a sus puros términos reglamentarios lo que aquí hemos deliberado y el acuerdo unánime que, por equívocos lamentables, parece que huye de nuestro pensamiento, pero a que creo que afortunadamente todos hemos llegado.

Mi pregunta era tan sencilla, que yo entendía que había quedado liquidada satisfactoriamente; tan de buena fe lo creía, que ayer no vine a la Cámara. Estaba en el Congreso, en una reunión de fabricantes, de representantes castellanos, y allí me dijeron: “Vaya usted al Senado, que el señor Junoy se va a meter con usted.” (Risas.) Lo digo así para que se vea cómo las cosas se combinan, y me presenté con aquella espontaneidad y con aquella irreverencia que pudisteis ver en mi indumentaria, porque ni siquiera me presenté de negro y vine de americana, traje que nunca visto cuando a esta Alta Cámara me dirijo. De suerte que vine de esta manera a responder a una especie de agresión como la que suponía que me dijeran “se están metiendo con usted”, y esto sin previo aviso, porque cuando se interpela al Gobierno, siempre se le advierte, y como decía muy bien el Sr. Presidente, con su dominio del derecho parlamentario (de ahí aquellas vacilaciones para concedernos la palabra más que en el lugar oportuno), es irregular, es incorrecta toda interpelación de un Senador a otro, y lo que ayer aquí se ventilaba, por iniciativa del Sr. Junoy, era una interpelación del Sr. Junoy a otro Senador, sin avisar a este Senador.

De modo, que vine en un estado de sorpresa y de tal suerte desprevenido, que aquella espontaneidad que me ganó la benevolencia de la Cámara, porque sólo ella puede explicar la atención con que tuvisteis la paciencia de tolerarme, esa espontaneidad que mantuve siempre en el discurso y que quise dejar como última nota en el ánimo del Sr. Junoy, iba acompañada de una retractación solemne de aquello que pudiera molestarle, porque era tan espontáneo lo que decía, que cualquiera de esas frases e ironías de que el Sr. Junoy se quejaba, no podían ser intencionadas, porque lo que molesta es la premeditación; lo espontáneo, lo efusivo, las bromas que pueden dirigirse y que salen de la conversación no se consideran molestas, y cuando se hace una ironía, aunque sea a costa de un amigo, no habiendo segunda intención, se pasa el rato y no produce contrariedad alguna.

Vea, pues, S. S. cómo no ha podido haber en mi ánimo intención de molestarle y cómo venía meramente a la defensa. De suerte, Sr. Junoy, que nada hay molesto para S. S., y aquellas ironías tampoco iban para el Sr. Junoy, porque a mí, aun cuando no lo consiga, me gusta levantar el debate, y como veía en las frases de S. S. la intención de ponerme enfrente de Cataluña, dije: no, estoy hace tiempo con la espada desenvainada, con el escudo al brazo, en singular combate con fuerzas poderosas, pero que no son Cataluña; que son los regionalistas catalanes, y objetivaba: esos regionalistas catalanes con quienes tanto he debatido tienen su representación en el Sr. Prat de la Riba, que aunque ausente, no creo que lo esté, porque esto es lo irregular de la política catalana, que Prat de la Riba, hombre eminente, de grandes méritos, cuyas preocupaciones me alarmaban por la transcendencia que para la Patria tienen, el señor Prat de la Riba es el que verdaderamente dirige la actuación de toda la política catalana, y por eso es admirable en esa política catalana, el que hombres del mérito de Prat de la Riba, hombres del mérito de Durán y Ventosa, hijo de Durán y Bas, no quieran venir a las Cortes y estén allí trabajando, porque desde allí dirigen más la política catalana y la actuación de las minorías; esto es admirable; pero como es una realidad distinta de lo que pasa en todos los demás partidos, hay que tomarla en cuenta, y como me encontraba, al verme planteado ese problema, con el recuerdo de las campañas que he tenido con ellos, con ellos me lié a trompazos (Risas) y les dije una porción de cosas.

¡Ironía! ¡Ironía! Vosotros, Sres. Senadores, no leáis los periódicos catalanes, pero si los leyeseis veríais las cosas que me dicen y de las cuales nunca me he quejado; y conste, Sres. Senadores, que ha habido veces en que me han llamado bruto, bestia y otros apelativos de este tono; pero yo no hago caso de nada de eso, yo tengo la opinión de que el pensamiento no delinque y he dicho siempre: “Está bien; vosotros llamadme lo que queráis, yo voy a mi tesis, yo tengo una preocupación objetiva que es la de creer que no os asiste la razón: podéis decir todo lo que queráis de mí y de mi familia; me tiene todo sin cuidado, porque lo que yo busco es la verdad”. Y como si aquí discutiéramos de matemáticas D. José Echegaray y yo, y él, por una habilidad de su dialéctica insuperable, demostrase que dos y dos son cinco y yo con la tabla de sumar demostrase que dos y dos son cuatro, resultaría que él con todo su talento no tendría razón y yo con mi tablita de sumar tendría razón, por eso no me preocupa lo que digan de mí los catalanes… (El Sr. Marqués de Villaviciosa de Asturias: Los que no regañan no se quieren.) Verdad. El problema de que ahora estamos tratando es problema interesantísimo y que todavía no se ha agotado, y digo que todavía no se ha agotado, porque sólo hoy, que el señor Junoy ha hecho una declaración interesantísima, es cuando podemos decir que en algo estamos de acuerdo: cuando ha dicho que hay varios idiomas nacionales en España. Esto lo que quiere decir es, y yo lo acepto, que un profesor de literatura española no agotaría el contenido de la asignatura explicando la literatura castellana, pues tendría que explicar la literatura catalana, la literatura valenciana, la literatura bable, la literatura gallega, y que en tal sentido todos estos idiomas son de la nación española. ¡Ah, si esto lo dijeran todos los catalanes! Que el idioma catalán es un artículo de producción nacional y que es de todos nosotros, porque se cría en España, como es español el olivo que sólo en ciertas regiones se da, como lo es la naranja que se da en otras determinadas; si esto lo dijeran los catalanistas, no habría este equívoco.

Aquí el Sr. Junoy se dejaba llevar por ese tácito sentido de libertad y democracia de Castelar, a quien recuerda y yo me alegro de que vuelva al buen camino, porque, Sr. Junoy, al llamarle secuaz del Sr. Prat de la Riba, no me proponía dirigirle molestia; secuaz, yo lo interpretaba, como el P. Mir, en el sentido de seguidor, del que va detrás de otro, y en tal sentido yo me declaro secuaz del Conde de Romanones, y eso yo no creo que me moleste; de suerte, que ya ve S. S. cómo no hay motivo de molestia.

Y vamos al caso que yo planteaba, porque tenía un interés general. Se dice: “el idioma oficial es el castellano”; pero se presenta el caso de que un expediente administrativo redactado en catalán no puede admitirse en los tribunales de justicia; cuestión que surgía aquí y que definió ayer el Sr. Ministro de Instrucción pública, la había definido el Sr. Ministro de la Gobernación, la definió el Sr. Moles y la confirmó el Sr. Junoy. Hay un acuerdo que se tomó en tiempo del partido liberal, y aun cuando yo no puedo hablar en nombre del partido liberal, ni nunca he hablado, ni nadie interpreta que he hablado en este caso (la prueba es que hoy me envían un artículo de Puig y Cadafalch publicado en La Veu de Catalunya a dos columnas, en el que se lee: “A Royo Villanova, nuestro aliado y amigo”, como diciendo: “este es un tío que se mete con nosotros, sea o no sea liberal”, desglosando por completo el partido liberal); yo, que no puedo hablar en nombre del partido liberal, me encuentro muy a gusto dentro de este partido y defiendo todo lo que ha hecho el partido liberal.

Y aquel acuerdo del partido liberal es el siguiente, que yo acepto: el idioma catalán se puede usar por tolerancia dentro de la Diputación cuando los expedientes, al dictaminar los escritos en que así se redacten, no hayan de salir de los límites de la Diputación. (El Sr. Marques de Alhucemas pronuncia palabras que no se perciben.) Y esto ¿cómo lo interpreto yo, Sr. Marqués de Alhucemas? Lo que se escribe en catalán, ¿sabéis lo que es, según el partido liberal? Los borradores, y de ahí que el abogado del Estado cuando vio en catalán un escrito, dijera: “Esto es un borrador”. ¿Por qué? Porque todo expediente oficial, y adivino la opinión autorizada del Sr. Marqués de Alhucemas; todo expediente oficial, puede salir de la Diputación, y no solamente puede salir, sino que tiene que salir, según voy a explicar a la Cámara.

Todo acuerdo que toma la Diputación, decía yo el otro día, o le toma en virtud del art. 74 de la ley Provincial, “atribuciones exclusivas”, o le toma en virtud de otros artículos en que obra por delegación del Gobierno. Cuando obra por atribución exclusiva, como no puede haber autonomía contra el derecho individual, el individuo contra el Ayuntamiento y la Diputación autónomos, tiene el derecho de acudir a la justicia. De ahí que el recurso contencioso no es más que la acción judicial; luego un expediente como ese, incoado para ejecutar acuerdo con arreglo al artículo 74, tiene que salir de la Diputación para ir al Tribunal. ¿Hubiera sido de otro modo? Pues en vez del recurso contencioso, hubiera habido el recurso de alzada ante el Ministerio de la Gobernación.

Pero no basta, Sres. Senadores, y aquí viene la negligencia de los Gobiernos y la atención que yo llamo para que no nos veamos en casos repetidos. Todos estamos de acuerdo, el Sr. Junoy también, en que los expedientes que tengan que salir de la Diputación se redacten en castellano. Pues con eso me basta, porque todos los expedientes tienen que redactarse en castellano. ¿Por qué, señores? Por una razón muy sencilla: porque la Diputación es un cuerpo deliberante, cuyos acuerdos no los puede ejecutar ella, cuyos acuerdos los ejecuta el gobernador y todos los acuerdos de la Diputación se comunican al gobernador, ¿para qué? Para que haga una de dos cosas, o para que los ejecute o para que los suspenda. Luego todos tienen que salir, porque como los acuerdos de la Diputación no pueden ejecutarse y el gobernador está fuera de la Diputación, aun cuando la presida, todos tienen que redactarse en castellano.

Lenidad, negligencia, distracción, si queréis (no quiero pronunciar ninguna frase que agravie ni moleste, puesto que estamos en este ambiente de cordialidad), distracción lamentable del Gobierno es el no dar instrucciones a los gobernadores de Barcelona, dándoles cuenta de la importancia de su misión. Porque si yo fuese gobernador de Barcelona, y no creo que estoy indicado para ese puesto (Risas), resultaría que conocería de todos los acuerdos, porque le diría al secretario de la Diputación: “Señor mío, aquí hay que saber con quién se juega uno los dineros (Risas); de manera que me va usted a hacer el favor de siempre que me envíe un acuerdo para que lo ejecute (que es tanto como decir para que piense si en vez de ejecutarlo lo suspendo); como hay una porción de cosas interesantes en esta gran urbe incomparable por su riqueza industrial y por los problemas que sólo allí se dan, de ahí que tenga en Cataluña muchos amigos, porque aun los que parecen enemigos míos me tienen que reconocer el homenaje que les presto y la atención que les concedo desde hace tantos años; como esto lo veo aquí y en otras provincias no, no me basta el acuerdo.

Si fuera gobernador de Ávila o de Santander no me preocuparía; pero aquí hay que andar con cuidado, sobre todo, presidiendo la Diputación un hombre de mucho mérito, de mucho talento, pero de mucho cuidado, de mucha trastienda, y yo tengo que mirar al Presidente de la Diputación con la misma prevención con que él me mira a mí. De modo, señor Secretario, que a mí, siempre que me mande usted un acuerdo, mándeme el expediente a que se refiere, porque no puede tomar la Diputación acuerdo alguno, más que con arreglo a la ley, es decir, con el quorum que la ley exige, ya que no puede haber sesiones sin número en segunda convocatoria, y no puedo resolver mientras no venga un dictamen en la forma establecida. Recuerdo varias Reales órdenes, una de 16 de Octubre de 1894 del Sr. Aguilera, que se refiere al régimen interior; otra del Sr. Dato, y del señor Elduayen, &c. De modo que necesito esto; y si veía que el expediente estaba en catalán, le diría: “Esto no lo ejecuto; esto no es más que un borrador; hágame el favor de poner esto en castellano.” Y así no habría dificultad.

Ya veis de qué modo tan sencillo se resolvía todo, y diréis: qué fácilmente se juzga y qué bien se ven los toros desde la barrera; pero ya que aquí un Sr. Senador ha hablado de la necesidad de que se busquen soluciones prácticas al problema, ahí está la única legal a mi juicio.

Y no quiero molestaros más, porque respecto de aquellos temas que ex abundantia cordis ha expuesto el Sr. Junoy, no quiero discutir más con S. S., sino con aquellos amigos a quienes tanto he combatido y quiero seguir combatiendo muchos años, porque ello probará que no se han salido con la suya. (Risas.) Termino repitiendo una vez más, porque no me duelen prendas, y lo que tengo de aragonés lo tengo de castellano, que estaba muy lejos de mi ánimo el molestar a S. S. ni a nadie, que la espontaneidad con que yo hablaba, alejaba toda doblez y toda mala intención de mí discurso. Retiro, pues, todo lo que pueda molestar a S. S., Sr. Junoy, y todo lo que pueda molestar a la Lliga; es más, a mí no me molesta que se hayan creído en el derecho de llamarme bruto, y no sé qué otras cosas, porque el pensamiento no delinque; pero insisto en lo que he dicho ya, que no creo en la nación catalana, que olviden SS. SS. eso del Conde de Barcelona, que aquí no hay más que el Rey de España; no creo en la nación catalana ni en el Conde de Barcelona; para mí no hay más nación que la nación Española, ni más Conde que el Conde de Romanones. (Muy bien, muy bien. Risas.– Aplausos.)

El Sr. JUNOY: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. JUNOY: Brevísimas palabras. Recojo y agradezco las manifestaciones del Sr. Royo y Villanova, no para discutirlas, sino para agradecerlas. Ha resumido S. S. su brillante rectificación en un llamamiento al Rey de España. El Rey de España va a hablar en estas memorables palabras, que vendrán a resumir el debate de estos días.

En una lápida de mármol colocada en el Instituto catalán de San Isidro están gravadas las siguientes palabras, pronunciadas por S. M. en la visita que hizo a dicho Instituto: “Señores: Al pisar por primera vez el local del Instituto Agrícola Catalán de San Isidro, me cabo la satisfacción de dirigir un saludo a todos los agricultores catalanes. Este saludo no lo habéis de recibir como saludo del Rey de España, sino que es el saludo de un agricultor como vosotros. Me han pedido permiso para decir algunas palabras en catalán. Qué, la lengua catalana, ¿no es una lengua española? ¿No es el catalán uno de los idiomas que en España tenemos? Tanto es así, que yo seré el primero en reconocerlo estudiándolo, a fin de que cuando vuelva otra vez aquí pueda entenderme con todos vosotros hablando como vosotros.”

A estas palabras y a estos sentimientos tendrá que atenerse en lo futuro el gobernador civil de la provincia de Barcelona, de que hablaba el señor Royo Villanova.