[ Dossier Encuentro en LASA ❦ Miami, marzo de 2000 ]
Aurelio Alonso
Réplica
Por mi nombre, que Jesús citó en su exposición, ustedes se habrán dado cuenta de quién soy: «diversionista ideológico» de los años setenta y «quintacolumnista» de los noventa. También soy un revolucionario militante de entonces y de ahora.
Es una lástima que a Marifeli no se le haya ocurrido incluirme como comentarista en este panel, para haber contado con tiempo suficiente para exponer todas las apreciaciones que me ha motivado.
Quiero comenzar con una observación a la interesante ponencia de Rafael Rojas, que me parece hace correr su análisis entre nihilismo y civismo como posiciones polares. Me limito a observar que en mi experiencia la verdad no se encuentra nunca en posiciones polares, sino en algún lugar del camino. Tampoco en el medio del camino, sino en algún lugar, y que de lo que se trata es de encontrar el lugar. Es algo que no me canso de repetir.
Rafael evocó a Jean Paul Sartre en su visita a Cuba en 1959, cuando afirmaba que el intelectual no es feliz en ningún lugar. Y me hizo recordar que entonces Sartre también comentó a un grupo de intelectuales cubanos que lo que a él le preocupaba no era que en la Revolución no pudieran manifestarse los que estuvieran en contra, sino que no pudieran hacerlo los que estuviesen a favor. Que creo que éste ha sido precisamente el centro de la cuestión que tratamos. Esa infelicidad puede hacer parte, sin embargo, de otra felicidad, creo, porque aumenta el mérito del intelectual comprometido a mantener su compromiso cuando siente que su compromiso es rechazado.
Carlos Monsivais dijo cosas muy interesantes en las que no me podré detener, pero quiero señalar algo sobre lo que citó como «la consigna de los tres continentes de la pobreza» aludiendo a los años sesenta en Cuba. No se trataba de una consigna, Monsivais, sino de una constatación, porque la pobreza es real, estaba ahí, está ahí hoy incluso con mucha más fuerza que entonces. Pero la pobreza no se ve desde las ventanas del Hyatt.
Jesús habló de «grandezas y miserias» de la Revolución, recordando la UMAP, el «caso Padilla» y se podrían seguir citando miserias. Es cierto que están en la historia. Al parecer las revoluciones se aprenden sobre todo cuando se puede empezar a mirar al pasado y ver que no sólo están repletas de cosas maravillosas sino también de turbulencias. Grandezas y miserias. El problema a mi juicio consiste en saber con qué nos quedamos, ¿con las grandezas o con las miserias? ¿Nos mantenemos fieles a la vocación de salvar las grandezas o renunciamos aplastados por las miserias?
Jesús habló del vacío impagable que significa no haber hecho honor al nombre de nuestra revista, Pensamiento crítico, que le hace avergonzarse hoy ante los jóvenes y calificar a nuestra generación como «generación del silencio». No creo que sea así. Creo que Jesús mira al pasado como el protagonista de Fresas silvestres de Bergman, quien en su vejez recuerda episodios de su juventud en los cuales se ve ya anciano, como es al recordar. Entonces, Jesús, tú tenías el pelo y el bigote oscuro y no canoso, y yo todavía tenía algún pelo. La distancia desde la cual veíamos a los dirigentes de la Revolución era enorme, porque ellos la habían protagonizado y nosotros empezábamos a vivirla. Hoy otorga otros significados el haberla compartido cuarenta años.
Y yo no puedo olvidar que, con la brillantez que te caracterizó siempre, y sin habernos concertado antes para ello, en la primera reunión a las que nos convocaron para discutir las críticas al Departamento de Filosofía y a Pensamiento crítico, le dijiste a Dorticós, antes de que ningún otro hablara: «Presidente, nosotros somos revolucionarios antes que intelectuales, y si creyendo hacer lo que nos tocaba hemos hecho daño de algún modo a la Revolución, no es necesario discutir. Díganos dónde están nuestras mochas y qué pedazo de cañaveral nos toca». Seguramente esto no es literal, pero casi lo es. Nunca voy a olvidar aquel momento. Te da la medida de cuánto admiramos que interpretaras el sentimiento del colectivo. Ése es el Jesús que yo sigo recordando con admiración. Por eso no estoy de acuerdo con que la nuestra pueda ser calificada como la «generación del silencio». Para mí es la «generación de la lealtad».
Además, tampoco creo que sea exacto reducir el cierre de Pensamiento crítico a una exigencia de los soviéticos, pues fue sobre todo una victoria interior para una posición dentro de la Revolución, y repito una opinión que he publicado en Cuba.
Y para terminar este comentario, que ya es demasiado extenso, quiero aclarar que yo no me cuento ni quiero contarme entre los que condenan sino entre los que discrepan.
Muchas gracias.
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→ Jesús Díaz Rodríguez, El fin de otra ilusión. El Caimán Barbudo y Pensamiento Crítico
→ Aurelio Alonso Tejada, Réplica
→ Jesús Díaz Rodríguez, Dúplica