Diario de Madrid
del lunes 14 de febrero de 1803
 
número 45
páginas 177-178

[Juan Antonio Zamácola]

Señor Avisador de la Junta Melómana

En efecto hace ya 14 años que no se cantan en Madrid las coplas y letrillas de mi colección de seguidillas, y casi el mismo tiempo que se va corrompiendo nuestro gusto nacional, sin que sepamos distinguir por nuestro carácter y música, si somos ya españoles, o gentes venidas de la Laponia, según las personillas y frialdad que observamos en nuestros paisanos.

Hecha esta declaración, que puede llamarse de guerra para los que viven bajo las ideas del buen gusto, paso a satisfacer a los reparos que propone vmd. por su carta de 5 y 6 del corriente, pero con formalidad porque el asunto lo requiere.

Primero. Por el primer reparo como dice vmd. la opinión que fijé en la advertencia o prólogo de mi segundo tomo de seguidillas, y fue que la música no es más que un auxiliar de la poesía para expresar con más dulzura la letra o los versos que se cantan; y en seguida propone vmd. la suya, (y acaso la de algunos profesores que hasta ahora hemos venerado vmd. y yo como oráculos del arte) diciendo que la música jamás ha tenido el oficio de dar expresión, sino entre la gente baja del pueblo, porque en la pulida y civilizada es la música un lenguaje muy distinto de todas las lenguas del mundo. La diferencia que vmd. hace entre la gente del pueblo y la que llama civilizada, para entender de música, es tan ridícula que no admite contestación: en lo demás como yo procuro no hablar a bulto en las materias que trato, oiga vmd. la autoridad siguiente: El Ex-Jesuita Español D. Antonio Eximeno, uno de los mejores matemáticos músicos de Europa, en su excelente obra [178] Del origen y reglas de la música, escrita pocos años ha en Italia, y traducida al castellano por Don Francisco Antonio Gutiérrez, actual maestro de la capilla de Toledo, dice que la música no es más que una prosodia para dar gracia y expresión a lo que se habla, o se quiere decir, porque es una parte de las inflexiones del lenguaje de cada nación modificada sobre el acento y cantidad de las sílabas de que se componen las palabras que han de pronunciarse. Que la modulación o canto de un instrumento solo, sin la voz humana, no es más que un objeto secundario de la música o una imitación artificiosa de la misma voz humana parlante, cuyo sonido solo podrá mover nuestros afectos cuando toque aquellos tonos sencillos que están al alcance de todos, para que cada uno de los oyentes supla la prosodia o la parla que allí le corresponde. Que la armonía de los instrumentos no es otra cosa que un conjunto de sonidos combinados para agradar al oído, y jamás al corazón. Que la música nada tiene que hacer con las matemáticas, y que finalmente las modulaciones de la música varían según la índole de los diferentes idiomas de las naciones; de modo que el Español, como ha de acentuar de distinta manera que el Francés y el Italiano, ha de tener su música nacional y privativa &c. Creo, Sr. Avisador, que no hay necesidad de ilustrar con más discursos este párrafo, y pasemos a otro capítulo.

Se concluirá.

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