[ 154 ]
Cartas, discursos, verdades y mentiras
Las discusiones entabladas en torno al fascismo español
[…]
Gracias cordiales por tu hospitalidad y por tus elogios. Pero, a pesar de ellos, me quedo descorazonado. Por lo visto mi carta no ha conseguido su aspiración a la claridad. Lo digo porque sigues moviéndote, por lo que toca al fascismo, en el mismo plano de antes. Para ti, según dices, toda violencia es mala; por eso repruebas que los socialistas impidan la difusión de El Fascio. Ello revela que sigues pensando en lo instrumental, no en lo profundo. Yo, por el contrario, no me indigno porque se coarte la divulgación de las ideas fascistas; me indigno porque se la coarta en acatamiento a un principio «de clase», «de grupo». El socialismo, por definición, no es un partido nacional ni aspira a serlo. Es un partido de lucha, clase contra clase. Ser oprimido por los triunfadores en una guerra civil, me humilla; pero ser limitado en la facultad de campar por mis respetos en homenaje a un principio nacional totalitario integrador, me enorgullece. Sólo se alcanza dignidad humana cuando se sirve. Sólo es grande quien se sujeta a llenar un sitio en el cumplimiento de una empresa grande. Y este punto esencial, la grandeza del fin a que se aspira, es lo que no quieres considerar. Liberal puro, liberal que «no elige», que no cree que haya un destino histórico «bueno» y otro «malo». Liberal refractario a toda violencia, tan enemigo, sin duda, del mal golpe por la espalda que nos propina cualquier matón nocturno, como del justiciero estacazo con que un padre castiga al corruptor que penetra en su casa. Liberal, repito, que juzga por el «instrumento», no por el «impulso». Liberal, en fin, a quien acaso no pueda nunca convencer, pero a quien reitero con estos renglones (para los que ya no pido acogida en ABC porque fuera abuso) mi más sincero afecto.
José Antonio Primo de Rivera.»