[ 217 ]
Declaraciones del jefe del fascio, D. José Antonio Primo de Rivera
La corriente espiritual que impulsa al fascismo.– Los caminos lícitos y los derroteros violentos.– La clase media modesta, propicia a aceptar el fascio.– La captación del elemento proletario y la holganza del señorito
El Sr. Primo de Rivera recibe al reportero en su casa. El timbre del teléfono y el de la puerta van pespunteando –como motitas saltarinas– el diálogo del político y el periodista. Hay que aprovechar los minutos, pues el día está lleno de afanes para el joven diputado. Amable y cordial, dice al reportero:
— Lo acaecido en San Carlos entre los estudiantes de criterio político antagónico –fascistas y FUE– es el colofón y remate de una serie de amenazas, de coacciones y ataques que han soportado los del fascio, y que tuvo su culminación por el intento de asesinato de Baselgaa en Zaragoza.
El problema estudiantil es sólo un síntoma del estado de protesta de este movimiento político, cuya estrangulación se persigue, sin darse cuenta que la corriente espiritual que lo impulsa tiene hondas raíces en Europa y ha cuajado en nuestro país. Para acabar con este movimiento intelectual, político y económico, se nos persigue implacablemente. Desde el 29 del pasado octubre, que hablamos en la Comedia, se dedican a cerrarnos nuestros Centros, a denunciar nuestros periódicos y a asfixiar cualquier brote de la organización. Y es claro que ésta –que quiere actuar en la calle, a la luz pública–, al ver que le cierran todos los caminos lícitos, se ve forzada a lanzarse por otros derroteros.
La polémica quedaría clara y limpia, y la lucha no tomaría carácter de violencia, si no se tuviera esa prevención, propia de lugareños, de creer que somos una partida de la porra y que sólo empleamos como argumento el palo. Con eso el enemigo rebaja el tema y empequeñece nuestro ideal.
En el episodio acaecido en San Carlos dispararon antes los de la FUE que los nuestros. Tenían preparada una emboscada. De este asunto, ampliado, hablaré en el Parlamento en la próxima semana.
— Un político monárquico ha dicho hoy que no cree en el «fascismo español de guante blanco»b.
— Es que toma el rábano por las hojas –responde el Sr. Primo de Rivera–. Creen que sólo un hombre del pueblo puede ir al frente de un movimiento de esta clase. No se dan cuenta que existe –como le he dicho– una corriente profunda, social, de reforma de la organización económica total, hasta el fondo –que no se puede escamotear–, y que se manifiesta por la entrada torrencial de la clase obrera. Hasta ahora el empuje más fuerte ha estado en el lado obrero; pero piense usted que a nosotros nos llega este movimiento en estado de madurez mucho más digerido que cuando se abrió paso en Italia.
* * *
— ¿Y no cree usted que el obrero creerá que el llamamiento fascista que pide su colaboración es una añagaza para atraerle y abandonarle en el caso que triunfara?
— No, no –arguye rápido–. Cuantas cosas decimos en el aspecto social no lo hacemos de manera taimada y artera, por captar el elemento proletaria y abandonarlo luego. Está en nuestros programas y propósitos y en la lealtad de nuestra conducta. Seremos fieles siempre a nosotros mismos. Además, sería inútil, porque los obreros nos pedirían luego cuentas feroces.
No llegamos a estas concesiones por creer de antemano que nos vencen, sino porque desde el principio, y en su totalidad, las estimamos justas, y, además, porque vemos la producción y los elementos que la integran como un conjunto al servicio de la integridad nacional, y no como el espectáculo de unas fuerzas en lucha, en la que el más poderoso vence al más débil.
— ¿Qué elementos nutren a Falange Española y cuáles se muestran más propicios a aceptarla?
— La clase media modesta, y yo espero que los obreros –en cuanto se les pueda explicar nuestro programa– se convencerán de que con nosotros están sus verdaderos intereses. Las clases acomodadas son las que tendrán que soportar los mayores sacrificios; pero tienen necesariamente que pensar que la jerarquía no es un privilegio, sino una responsabilidad y una misión. Esas clases, depositarias de calidades espirituales, al tenerlas en desuso han cometido un pecado de infidelidad con su historia y sus prestigios. Y tienen que volver a la tarea y recuperar la jerarquía perdida por medio del sacrificio y del esfuerzo.
El Sr. Pimo de Rivera me entrega el periódico F. E., y, señalándome dos coolumnas de prosa, en negrita, me dice:
— Yo estoy de acuerdo, en absoluto, con este artículo.
He aquí unas líneas:
«Como aquí no se engaña a nadie, quede bien claro que nosotros, como todos los humanos que se consagran a un esfuerzo, podremos triunfar o fracasar. Pero que, si triunfamos, no triunfarán con nosotros los «señoritos». El ocioso, convidado a la vida sin contribuir en nada a las comunes tareas es un tipo llamado a desaparecer en toda comunidad bien regida. La humanidad tiene sobre sus hombros demasiadas cargas para que unos cuantos se consideren exentos de toda obligación. Claro que no todos tienen que hacer las mismas faenas. Desde el trabajo manual más humilde hasta la magistratura social de ejemplo y de refinamiento, son muchas las tareas que realizar. Pero hay que realizar alguna. El papel de invitado que no paga lleva camino de extinguirse en el mundo.
Y eso es lo que queremos nosotros: que se extinga. Para bien de los humildes, que en número de millones llevan una vida infrahumana, a cuyo mejoramiento tenemos que consagrarnos todos. Y para bien de los mismos «señoritos», que al volver a encontrar digno empleo para sus dotes recobrarán, rehabilitados, la verdadera jerarquía que malgastaron en demasiadas horas de holganza.»c