Filosofía en español 
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Entrevista concedida a L. Méndez Domínguez


Blanco y Negro (Madrid), 11 de febrero de 1934a

 
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Un hombre, un partido

Manifestaciones de D. José Antonio Primo de Rivera

Por L. Méndez Domínguezb

Guión de una falange, propulsor de una idea, conservados del temperamento de su padre. Y es el temperamento de José Antonio todavía más templado, por más juvenil, y es esta juventud recién estrenada la que implica grandes cosas sin estrenar.

Luces sin encender en la ruta inacabable.

Tracas sin quemar en el jardín amplio de victoria.

Mil voluntades inéditas dentro de una.

Interviú.

Interviú. O charla. Más bien simplemente conversación. A la luz gris –en penumbra– de un despacho: de su bufete.

Un bufete.

O un yunque.

Un bufete. Es José Antonio, por encima de todo, un letrado excelente. Pero ahora es política la charla. Primo de Rivera –ya con mis preguntas– empieza:

— A mi modo de ver, la situación política es ésta: jugamos a hacernos los distraídos ante un estado revolucionario. El 14 de abril de 1931 se hundió todo un régimen: no sólo una forma de gobierno, sino un régimen; es decir, la base social, económica y política en que aquella forma de gobierno se sustentaba. Naturalmente, los que tomaron parte en serio en aquella semirrevolución no limitaban sus ambiciones a sustituir la Monarquía liberal por una República burguesa. Por eso, dueños del Poder, se salieron bien pronto de las maneras tranquilas esperadas por muchos. Azaña y los socialistas, revolucionarios auténticos, se pusieron a hacer la revolución.

(Primo de Rivera sonríe.)

Y continúa:

— En esto vienen unas elecciones. Las derechas, con sus justos motivos de protesta y con mejores métodos, sacan muchos diputados. Se forma un Gobierno republicano burgués, y durante varias semanas se entregan las masas conservadoras a la alegría de imaginar que la revolución ha terminado como una película enojosa.

— ¿Usted cree que no ha sido así?

— Exacto.

¡Ojo a la revolución!

— Escucho.

— De pronto, he aquí que nos encontramos con que la revolución está viva. Y amenazadora. Y con que el triunfo de las derechas es tan débil que ni siquiera se les pasa por la cabeza aceptar el Poder o conquistarlo. Doscientos diputados en el Parlamento no pueden nada contra la revolución.

— La gente opina que del 31 hasta aquí no ha habido sino un cambio de paisaje.

— No. Le decía que nos encontramos con la revolución a un paso. Esto, que no se ocultó ni un minuto a los que participan de mi manera de pensar, quiere decir únicamente que el aquí no ha pasado nada es imposible.

— Usted oculta una solución…

— No. ¿La quiere usted? Ahí está: hay que sustituir el Estado destruido por otro.

— ¿Cuál?

— Una de dos. O el Estado socialista que imponga la revolución hasta ahora triunfante o un Estado totalitario que logre la paz interna y el optimismo nacional, haciendo suyos los intereses de todos. Pero no como muletilla verbal, sino penetrando hasta el fondo en la realidad social española, que exige reformas profundísimas. Mientras millones de familias españolas vivan miserablemente, no puede ni debe haber paz en España. Lo interesante es incorporar el interés de esos millones de familias al interés total de España, en vez de acorralarlos en la desesperación anárquica y antinacional.

(«Una nación es grande cuando traduce en la realidad la fuerza de su espíritu»; «la libertad no es un derecho, sino un deber»; «ante todo, el fascismo, en lo que se refiere, en general, al porvenir y al desarrollo de la Humanidad, y dejando aparte todas las consideraciones de política actual, no cree en la posibilidad ni en la utilidad de la paz perpetua»)*.

Mi posición.

— Bien, don José Antonio. Y su actitud ante nuestro momento, ¿cuál es?

— Mi posición es la manifestada en el discurso de la Comedia el 29 de octubre de 1933. Poner mi energía al servicio de ese Estado totalitario, nacional y social, que se considere instrumento del destino total de España como unidad en lo universal, no de la clase o del partido más fuerte.

— ¿Y su labor parlamentaria?

— Poco más que esperar y observar, para ir señalando, cada vez que sea oportuno, la incapacidad del Parlamento para rehacer a España. Y en cuanto a la labor del Parlamento mismo, ¿es que ha hecho alguna hasta ahora?

Primo de Rivera hace una pausa. Mira encima de la chimenea: hay un retrato de su padre; otro, dedicado, de Mussolini. Le ofrezco un cigarrillo, y me dice:

— Gracias. No fumo.

Hasta la puerta llegan varias tarjetas. Primo de Rivera trabaja.

Un bufete.

O un yunque.

(¡Y aún hablan de oligarquías los nuevos señoritos que saltaron de la pensión al palacio!) – L. Méndez Domínguez.


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a  Tradicionalmente se ha datado esta entrevista como publicada el 11 de noviembre de 1934, posiblemente porque Ximénez de Sandoval –primer autor que la recoge– debió confundir la fecha al anotar la mención del mes en números romanos.

b  Luis Méndez Domínguez.

*  A propósito de esta última frase, de Benito Mussolini, Ortuzar Vial ha escrito: «Cuando Mussolini exalta la grandeza de la guerra, sus palabras no tienen mero carácter crcunstancial, sino un sentido profundo y permanente; no se dirigen contra otros países con belicoso propósito ni aspiran a suscitar conflictos que hayan de ser resueltos por medio de las armas, sino que concretan el afán combativo y traducen el anhelo de superación heroica que constituyen el eje del ánimo fascista.»