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El Sr. Primo de Rivera: Yo creía, Sres. Diputados, cuando llegué a este recinto, que la experiencia parlamentaria se adquiría con el tiempo; después que llevo aquí un semestre, cada día tengo menos experiencia parlamentaria. No os sorprenda, pues, que tercie en este debate, donde ha salido a relucir incluso mi modesto nombre, para decir unas incongruencias.
El caso del señor Rubio Heredia –lo sabe el propio señor Rubio– no es ninguna cosa del otro jueves, como no es cosa del otro jueves el caso de que parece que soy protagonista, porque resulta que de esta multa, de que varias personas y varios colegas han tenido la amabilidad de hablar, el único que todavía no tiene la menor noticia es el supuesto sancionado, que soy yo. Éstas no son cosas del otro jueves. (El Sr. Prieto Tuero: Es una consideración que han tenido con S. S. – Risas.) Consideración estimabilísima, porque responde a la misma línea de conducta que se sigue con los parientes de los difuntos cuidando de no darles la noticia de golpe. (Risas.)
Ahora bien: en medio de esta discusión bastante entretenida, pero un poco superficial, a que hemos dedicado la tarde, ha salido a relucir una revelación verdaderamente trascendental. El señor Ministro de la Gobernaciónc, en una de sus intervenciones, nos ha dicho que, no ya en Badajoz, sino en otros sitios que no son Badajoz, se está preparando una agitación de tipo revolucionario. El Sr. Ministro de la Gobernación se complace en venir a decir estas cosas de cuando en cuando y recoger un aplauso que merece por muchos motivos, entre otros, por su modestia para requerir los aplausos; pero si el Sr. Ministro de la Gobernación cree que se está preparando una revolución en España, sería menester que el Sr. Ministro de la Gobernación nos fuera dando cuenta de dónde están los nudos de esa revolución, qué rotundas medidas toma contra la revolución, de si sabe… (Rumores.) ¡Si ya sabía yo, y lo anuncié, que iba a decir incongruencias! Pero todavía me tenéis que oír otra. Estaba diciendo que el Sr. Ministro de la Gobernación, ya que habla de que existe un estado revolucionario más o menos latente, debe decirnos qué está haciendo para que deje de ser latente y pase a ser explícito este estado revolucionario; si la Dirección general de Seguridad sabe, por ejemplo, dónde están los depósitos de armas, si los hay. (Un Sr. Diputado: Lo sabe y las coge.) Si lo sabe, que las coja todas; pero lo que no es posible… (Rumores.) A mí me parecería muy bien que descubriese mis depósitos de armas; me gustaría mucho tenerlos. Desde el punto de vista del Ministro de la Gobernación, el Sr. Ministro no tiene más remedio que hacer cara a todas las revoluciones, incluso a la que me sigue o me acompaña, si por revolucionario me tiene. Ahora reconocerá el Sr. Ministro de la Gobernación que aplicar una multa a los que organizan excursiones domingueras a El Pardo o a los que organizan una excursión, también dominguera, a Carabanchel, no es hacer cara a una revolución. (El Sr. Prieto: Es santificar las fiestas.– Risas.)
Pero, además de esto, y esto es la otra incongruencia a que antes aludía, es que todos sabemos, lo sabemos por los periódicos, que en Cataluña hay planteado otro estado revolucionario, de una gravedad como no se ha planteado probablemente otro en España desde hace más de un siglo: hay un Poder del Estado que no sólo ha desacatado abiertamente a otro Poder constitucional, en este aspecto superior, sino que, por boca de quien lo encarna, ha dicho que está dispuesto a hacer frente al Estado español incluso en un trance de guerra civil. Pues bien: cuando España tiene, según el Ministro de la Gobernación, una revolución preparada; cuando España tiene, aunque no lo diga el Ministro de la Gobernación ni lo diga el Gobierno, y esto es lo que le reprocho, una revolución también preparada de tipo secesionista, hemos dedicado esta memorable tarde del 14 de Junio de 1934 a hacer comentarios acerca de una peripecia del Sr. Rubio, que él mismo no puede tomar en serio.
Señor Presidente, cuando empezábamos esta discusión, un orador espontáneo en la tribuna pública trató de decirnos un discurso; eran sus primeras palabras, únicas que tuvimos el gusto de oír, unas que decían: «Señores Diputados, con profunda amargura…» No sé lo que pensaría seguir diciendo ese orador espontáneo, pero si su amargura se refería a este espectáculo de frivolidad que dan las Cortes, yo, a quien espero que no expulsarán los ujieres, me hago portavoz ante España de la indignación del orador espontáneo.
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