Filosofía en español 
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Parte tercera Edad moderna

Libro VI Reinado de Felipe V

Capítulo XXII
Célebres campañas de Italia
Muerte de Felipe V
1745-1746

Nuevo plan de campaña.– Situación de las potencias de Europa.– Adhesión de Génova al partido de los Borbones.– Reunión de tropas españolas y francesas en Génova.– Atrevida y penosa marcha del conde de Gages para incorporarse al infante don Felipe.– El francés Maillebois.– El alemán Schulenburg.– Impetuosa entrada de españoles en el Monferrato.– Avanzan a Alejandría.– Conquistas del ejército franco-hispano-genovés.– Posesión de Parma a nombre de Isabel Farnesio.– Derrota del rey de Cerdeña.– El infante don Felipe en Milán.– Tratos y negociaciones entre Francia y Cerdeña.– Doble y falsa conducta de Carlos Manuel.– Fírmanse los preliminares para la paz.– Rechaza España el tratado.– Rompe el rey de Cerdeña su compromiso.– Cambio de situación en las potencias del Norte.– Gran refuerzo de austriacos en Italia.– Nueva campaña.– Ventajas de los austro-sardos.– Abandona don Felipe a Milán.– Van perdiendo los españoles sus anteriores conquistas.– Gran batalla de Trebia.– Son derrotados los españoles y franceses.– La corte de Versalles templa el enojo de la de Madrid.– Modifican los reyes de España sus pretensiones.– Muerte de Felipe V.
 

Al tratar un historiador extranjero del asunto que constituye la materia de este capítulo, comienza de esta manera: «Apenas se hallará en la historia de las guerras una campaña comparable a la de Italia en 1745, ya sea en cuanto al atrevimiento de los planes militares, ya en cuanto a la rapidez con que se ejecutaron. La experiencia de los años anteriores había enseñado a las cortes de Versalles y Madrid que todos los esfuerzos que se hiciesen para conducir un ejército al través de los Alpes serían perdidos, en tanto que no pudiesen, o contar con un apoyo duradero en las posesiones de los estados italianos, o reunir una escuadra bastante poderosa para tener seguras las comunicaciones marítimas. También se habían convencido de la ineficacia de los ataques particulares y aislados contra los ejércitos reunidos de Austria y Cerdeña, porque era evidente que el enemigo podía cuando quisiera reunir todas sus fuerzas en un punto determinado; y que siendo dueño de los desfiladeros que comunican de Alemania a Italia, podría fácilmente hacer que llegasen socorros al teatro de la guerra. El plan de esta campaña fue pues concebido con más audacia, y ofrecía probabilidades de resultados más importantes, si salía bien, que todos los de los años anteriores.{1}»

Conformes nosotros con este juicio del historiador inglés, debemos añadir, que este plan era tanto más necesario cuanto que la muerte del elector de Baviera (20 de enero, 1745), que tres años antes había sido nombrado emperador de Alemania en Francfort, mejoró notablemente la posición de la reina María Teresa de Hungría respecto a la cuestión imperial; el rey de Polonia le envió el considerable auxilio de cuarenta mil hombres; Inglaterra aumentó sus escuadras, y dio cuantiosas sumas para los gastos de la guerra; podía hacer con ventaja la del Norte, y atender con desahogo a la de Italia. En cambio los Borbones se habían reforzado con la adhesión de la república de Génova, ofendida de que en el tratado de Worms se hubiera hecho al rey de Cerdeña la cesión de Finale; y Génova era posición central, y un excelente punto para todas las operaciones militares de los aliados de la familia Borbón. Así pues, el plan era reunir en las cercanías de Génova los dos ejércitos que habían hecho las campañas de la Italia Meridional y Septentrional, y unidos a los diez mil auxiliares que daría la república{2} penetrar en el Milanesado, dividiendo los austriacos de los sardos, y cuando dominaran desde los Apeninos hasta las montañas del Tirol caer sobre las divisiones aisladas de los enemigos.

Para poder realizar este plan, fue llamado el conde de Gages, a fin de que viniera a incorporarse con el infante don Felipe y su ejército de Provenza. Aquel activo general, que había obligado al austriaco Lobkowitz a evacuar a Rímini, que cruzando la falda de los Apeninos había ido siguiendo y ahuyentando los alemanes hasta las inmediaciones de Módena (marzo y abril, 1745), y que se preparaba a desalojarlos de allí para invadir el Milanesado, obedeciendo la orden que recibió púsose en marcha para Génova, franqueando otra vez los Apeninos por el paso del monte de San Pellegrino, trepando por elevadas montañas y por escarpadas cumbres cubiertas de nieve que nadie había pisado, venciendo mil dificultades, sufriendo aquellas terribles borrascas tan comunes en los Alpes, siempre animosos él y sus soldados, aunque veían muchos caballos perecer yertos de frío. En el estado de Luca encontró algunos víveres, de que su tropa tenía buena necesidad. Pero el paso del torrente de Magra, engrosado con las lluvias y las nieves derretidas, le presentaba nuevos obstáculos que a otro hubieran parecido insuperables. El primer puente que echó le arrolló la fuerza y rapidez de la corriente; pero echó el segundo y pasó el ejército, no sin que la retaguardia fuera atacada por tropas austriacas irregulares que cruzaban los montes vecinos. Al fin, después de muchos trabajos, sufridos con heroica firmeza, llegó con su fatigado ejército a Génova (mayo, 1745), sin saber que entraba en una república aliada, e ignorando el plan para que había sido llamado. Acompañole el duque Francisco de Módena en aquella penosa marcha.

Entretanto el ejército español que mandaba el infante don Felipe se había reforzado en Provenza, y habíanse enviado grandes provisiones de guerra a Niza, donde habían de reunírseles las tropas francesas mandadas por Maillebois, que había sustituido al príncipe de Conti. Gages y el duque de Módena se situaron en el paso famoso de la Roccheta. El ejército combinado, contando con los diez mil genoveses, ascendía a más de setenta mil hombres. Por todos lados se formaban tormentas contra el rey de Cerdeña Carlos Manuel. Lobkowitz había sido llamado a Viena, y el conde de Schulenburg, que le reemplazó en el mando de las tropas austriacas, ocupó a Novi y el valle de Luemmo para oponerse a la entrada del de Gages y el de Módena. Carlos Manuel se situó en los Apeninos para defender el Monferrato amenazado por el infante español y por el francés Maillebois. Mas nada bastó a contener el ímpetu y a detener el torrente de las fuerzas aliadas. A principios de julio (1745) el conde de Gages y el duque de Módena rechazaban a los austriacos sobre Rivalta, los lanzaban de Voltaggio, y ocupaban a Novi; en tanto que don Felipe y Maillebois se arrojaban con rapidez sobre el Monferrato, echaban a Carlos Manuel con sus sardos del otro lado de la Bormida, se apoderaban de Acqui y avanzaban a Alejandría, punto de reunión señalado para ambos ejércitos.

Schulenburg con sus alemanes y gran parte de los saboyanos que se le reunieron, se fortificó en su campo defendido por Alejandría, el Po y el Tanaro. Entonces el ejército combinado franco-hispano-genovés desciende y se derrama por Vogliera, Serravalle, Tortona, Plasencia y Parma (agosto y setiembre, 1745), y se apodera de todas aquellas ciudades, y el marqués de Castelar toma posesión en nombre de la reina Isabel de España del gobierno de aquellos antiguos estados de la casa de Farnesio{3}. Dueños de todo aquel país, pasa el de Gages el Po con tres mil granaderos, y el general austriaco destaca cuatro mil hombres para cubrir a Milán; pero los granaderos españoles revuelven de improviso sobre Pavía y toman la plaza la noche del 21 al 22 de setiembre. Levantan con esto su campo los austro-sardos y se separan: Schulenburg va del otro lado del Po: Carlos Manuel se queda cerca de Basignana: las tropas de los Borbones vadean el Tanaro en tres columnas con el agua a la boca, sorprenden y atacan al rey de Cerdeña al amanecer del 23 (setiembre, 1745), arrollan su caballería, derrotan su ala izquierda, y cuando Schulenburg acude al ruido del cañón encuentra ya al ejército de los Borbones dueño de las orillas del Po, y gracias que el rey de Cerdeña se ha salvado con algunos pocos jinetes. Sin embargo logró el alemán haciendo un rodeo incorporarse al ejército vencido, y librarle de una destrucción completa. Mas ya los españoles y franceses pudieron emprender el sitio de Alejandría, que concluyó por abandonársela el gobernador sardo (12 de octubre), y a los pocos días otro cuerpo se apoderaba de Valenza (30 de octubre). En menos de otro mes se hicieron dueños de Casale y de Asti, de cuyas plazas tomó posesión Maillebois en nombre del rey de Francia, y el de Cerdeña se retiraba a Trino y Vercelli.

De repente el infante don Felipe, con el duque de Módena, y contra el dictamen del general francés, toma la dirección de Milán. Los milaneses, con la idea de ver transformado su país en ducado independiente, les envían las llaves de la ciudad, y entran Felipe y el duque en Milán pacíficamente (20 de diciembre, 1745), y en medio de las aclamaciones del pueblo. Lodi, Como y otras ciudades se apresuran a prestar homenaje al príncipe español. El conde de Gages, colocado a la margen izquierda del Tessino, contenía a los austriacos que ocupaban la orilla opuesta. Solo quedaban por conquistar Mantua, y las ciudadelas de Milán, Asti y Alejandría, que estaban bloqueadas.

En este estado, y cuando ya Isabel Farnesio se lisonjeaba con ver la corona de Lombardía en las sienes de su segundo hijo, y mientras Felipe se divertía en Milán entre músicas y fiestas, mediaron negociaciones y tratos que hicieron mudar enteramente la faz de los negocios. Francia había hecho todo género de tentativas para separar los intereses del rey de Cerdeña de los de María Teresa de Austria; y Carlos Manuel, al principio inaccesible a todas las proposiciones y ofertas, ofendido después del comportamiento de los austriacos, mostrose dispuesto a admitirlas, y ya estaban convenidos los preliminares entre los ministros de ambos monarcas, cuando la noticia de la paz de Dresde concluida entre María Teresa y los reyes de Prusia y Polonia (25 de diciembre, 1745), vino a hacerle mudar de pensamiento. La emperatriz había quedado desembarazada para enviar a Italia un cuerpo de treinta mil hombres que bajaba ya de los Alpes Trentinos hacia el Po. Esto desconcertó a la corte de Versalles, y la puso en el caso de proponer al rey de Cerdeña un proyecto mucho más ventajoso que antes. Las condiciones de este proyecto eran: que se daría al infante don Felipe los ducados de Parma y Plasencia, el Cremonés con Pizzighitone y la parte del Mantuano entre el Po y el Oglio; al rey de Cerdeña todo el Milanesado con sus dependencias sobre la derecha del Po hasta el Scrivia; a la república de Génova Serravalle y Oneglia; al duque de Módena se le devolverían sus Estados con la parte del Mantuano situada a la margen derecha del Po, y con el derecho de sucesión al ducado de Guastalla; la Toscana pasaría a Carlos de Lorena, puesto que su hermano Francisco ocupaba el trono imperial; Francia no pedía para sí sino un pequeño territorio sobre los Alpes; además se formaría una liga italiana para hacer frente a la confederación germánica.

Carlos Manuel aparentó consentir en este arreglo, y de tal manera fingió contemporizar con Francia, no obstante que interiormente estaba resuelto a no separarse de la alianza de Austria, que llegaron a firmarse los preliminares (17 de febrero, 1746); todo con objeto por parte del astuto rey de Cerdeña de dar lugar a que llegaran a Italia las tropas alemanas; esperando además que la negativa que suponía por parte de España le sacaría del compromiso de observar los preliminares, y todo sucedió a medida de su pensamiento. Los monarcas españoles se resintieron vivamente contra la corte de Francia que así abandonaba a su hijo en la ocasión más crítica, cuando un ejército de ochenta mil hombres estaba cerca de enseñorear toda la Italia, cuando el rey de Cerdeña estaba separado de los austriacos y en peligro de perder las pocas fortalezas que aun poseía; miraron el tratado de Turín como una infracción injustificable del de Fontainebleau; acusaron al ministro francés de dar perniciosos consejos al rey su sobrino{4}; y enviaron a Versalles al duque de Huéscar como embajador extraordinario, para que en unión con el marqués de Campo-Florido procurara deshacer la negociación. Esta negativa de la corte de España a la aceptación de los preliminares, junto con la llegada a Italia de los refuerzos austriacos que obligaron a los españoles a fijar su atención en la defensa de Parma, Plasencia y Guastalla, dio a Carlos de Cerdeña el pretexto que apetecía de dar por nulo el tratado, y declaró al general francés Maillebois que el armisticio quedaba roto.

Mudose pues de repente la escena en el teatro de la guerra. Abrió Carlos Manuel la campaña el 5 de marzo (1746) atacando a Asti, que se le rindió al tercer día, quedando prisioneros cinco oficiales generales, trescientos sesenta oficiales y cinco mil soldados. Maillebois que iba en su socorro recibió en el camino la noticia de su rendición. Los españoles llamaron sus tropas hacia el Parmesano, sacaron los napolitanos y los genoveses de Alejandría, y entonces los franceses abandonaron también esta ciudad, cuando tenían reducida a la mayor extremidad la ciudadela (10 de marzo). El infante don Felipe y el duque de Módena, amenazados por una división austriaca, huyeron de Milán una mañana antes de romper el día (18 de marzo), y apenas habían salido cuando la ocupó un regimiento de húsares alemanes. Diseminadas las fuerzas españolas y empleadas en guarnecer diferentes plazas, las de Luzara y Guastalla fueron arrojadas por un cuerpo considerable de austriacos. El marqués de Castelar que ocupaba a Parma con ocho mil hombres no pudo ser socorrido por el conde de Gages, que se limitó a llamar la atención del enemigo hacia el Taro; pero le proporcionó salir a través de los puestos de bloqueo, después de haber sufrido penosas privaciones, y cuando llegó a la montaña de Pontremoli había perdido casi la mitad de su gente. Parma fue ocupada por el enemigo (abril, 1746), y los españoles que habían quedado en la ciudadela fueron hechos prisioneros. A los pocos días el rey de Cerdeña tomaba a Valenza por capitulación (2 de mayo). El de Gages levantó su campo del Taro, y fue empujado por los austriacos hasta el Nura. Lo único que consoló de tantos reveses a los españoles fue una sorpresa que el general Pignatelli hizo a un cuerpo de cinco mil austriacos en Codogno, derrotándole completamente. Pero los imperiales, mandados ya entonces por Lichtenstein como general en jefe, cañonearon y destruyeron el seminario de San Lázaro, en que los españoles se habían fortificado, y desde aquel punto bombardearon la ciudad de Plasencia. Los fuertes de Rivalta y Montechiaro cayeron en poder de los de Austria (4 de junio, 1746).

Al fin el general francés Maillebois, que había ido retirándose sucesivamente de todas las plazas, y se había situado en el alto del Monferrato para hacer frente lo mejor posible al rey de Cerdeña, cediendo a las instancias que desde Plasencia le hacia el infante don Felipe, dejó aquellas posiciones y marchó aceleradamente a su socorro, incorporándose con los españoles orillas del Trebia (15 de junio, 1746). Tan luego como se verificó la reunión, acordaron Felipe y Maillebois dar una batalla general; y la noche misma del 15 al 16 cruzaron el Trebia en tres columnas, pero encontraron prevenidos los generales austriacos, y en medio de las tinieblas de la noche se empeñó un vivo combate, que duró hasta la caída de la tarde del otro día. La oscuridad produjo falta de concierto y combinación en los movimientos de los españoles y franceses, y los austriacos supieron aprovechar hábilmente aquella falta. A pesar de todo se disputó con mucho ardor la victoria, pero habiendo salido mal a los franco-hispanos el ataque del centro, declarose el triunfo por las armas de María Teresa de Austria. Sobre cinco mil hombres, entre españoles y franceses, quedaron en el campo; dos mil fueron hechos prisioneros, con varias piezas de artillería, banderas y otros efectos de guerra. Españoles y franceses fueron rechazados a la derecha del Po y arrojados a Plasencia; y como tenían cortadas las comunicaciones con Génova, les fue preciso mantenerse allí, sacando contribuciones y enviando a forrajear a la orilla izquierda. A mediados de julio llegó a las márgenes del Trebia el rey Carlos Manuel con el grueso del ejército sardo, e incorporado con el austriaco que mandaba Lichtenstein, tuvieron consejo para deliberar sobre las operaciones ulteriores que deberían de emprender contra españoles y franceses. Pero en este estado las novedades que ahora diremos suspendieron los ánimos y las operaciones de los que mantenían esta célebre lucha{5}.

En tanto que la campaña de Italia, al principio tan próspera, se estaba mostrando tan adversa a don Felipe y los franceses, la corte de Versalles, así por esta razón como por haber visto frustrado su proyecto de separar al rey de Cerdeña de su alianza con Austria, envió otra vez a Madrid al duque de Noailles con dos objetos, el de calmar el resentimiento de los reyes con su sobrino Luis XV, y el de persuadirles a que no insistieran en pedir el Milanesado para su hijo don Felipe. Noailles, a pesar de haber encontrado a los reyes quejosos de que se les ocultase otra negociación que el gabinete francés traía con Holanda, tuvo habilidad y suerte para ir templando su enojo, y aun logró convencerlos de la imposibilidad en que Francia se hallaba de enviar más socorros a Italia, así como de que era indispensable circunscribir las operaciones de la guerra a un país que se pudiera conservar. Por último consiguió también que desistieran de sus pretensiones a Milán y Mantua; y a condición de que estos dos ducados no fueran nunca del rey de Cerdeña, se conformaban ya con los de Plasencia y Parma y alguna otra compensación para su hijo. Y en una nota que el rey entregó al embajador, después de consignar su derecho a la Lombardía, manifestaba la esperanza de que el rey su sobrino no dejaría de proporcionar a Felipe un equivalente a los estados de Mantua y Milán, que le había asegurado por el tratado de Fontainebleau. Sobre todo, su honra y el cariño que tenía a la reina le obligaban, decía; a no renunciar de modo alguno al artículo en que se establecía que la reina Isabel tendría durante su vida el goce del ducado de Parma. Para asegurar al infante en la posesión de los dos ducados que habían de aplicársele, proponía que las dos coronas de España y Francia contribuirían con un subsidio anual por partes iguales. Y por último encomendaba al rey Luis XV su sobrino y ponía en sus manos la suerte de su esposa y la de los dos hijos de ésta, Carlos y Felipe, que era el depósito más tierno que podía confiarle{6}.

Parecía este documento, más bien que una nota diplomática, una disposición testamentaria, o por lo menos una especie de anuncio o presentimiento de lo que le iba pronto a suceder. En efecto, la salud de Felipe, además de la habitual melancolía que dominaba su espíritu, se había ido quebrantando con tantas inquietudes; y aunque hacía algún tiempo que no había padecido ataques de aquellos que hicieran temer un inmediato peligro para su existencia, no pudo resistir a uno de apoplejía que le llevó arrebatadamente al sepulcro (9 de julio, 1746), acabando sus días en el palacio del Buen Retiro y en los brazos de su esposa, a los cuarenta y seis años de reinado y a los sesenta y tres de su edad{7}.

La noticia de este importantísimo acontecimiento fue la que llegó a los campos y márgenes del Trebia en ocasión que reunidas las fuerzas austriacas y sardas se proponían atacar a las de España y Francia también reunidas, y que suspendió los ánimos de todos, esperando el nuevo giro que necesariamente habían de tomar los negocios que habían producido aquella guerra.




{1} William Coxe, España bajo el reinado de los Borbones, Felipe V, c. 46.

{2} Sin embargo el tratado de alianza de Génova con Francia, España y Nápoles no se formalizó hasta el 1.º de mayo (1745) en Aranjuez. La república se comprometía a suministrar un cuerpo de diez mil hombres, y las demás potencias a garantirle sus estados, comprendido el marquesado de Finale.– Colección de tratados de alianza y de paz.

{3} Serravalle y el marquesado de Oneglia se dejaron a los genoveses.– Historias de Italia.– Buonamici, Comentarios sobre estas célebres campañas.– Beccatini, Carlos III, lib. II.

{4} Añádese que la reina dijo al obispo de Reims, embajador francés en Madrid: «Nos amenaza Francia como si fuéramos niños, y nos enseña las disciplinas con que quiere azotarnos si no cedemos a sus exigencias.» Memorias de Noailles.

{5} Muratori, Anales de Italia.– Buonamici, Comentarios sobre estas campañas.– Beccatini, Carlos III, lib. II.– Memorias de Noailles.– Ojeada sobre la suerte de los estados italianos.– Historia de la casa de Austria.– Gacetas de Madrid, 1745 y 1746.

{6} Memorias de Noailles, tomo VI.

{7} Tuvo Felipe V los hijos siguientes en sus dos matrimonios.

De María Luisa de Saboya.

1. Luis; que nació en 1707, subió al trono por abdicación de su padre en 1724 y murió en el mismo año.

2. Felipe; que nació en 2 de julio de 1709, y murió el 8 del mismo mes.

3. Felipe Pedro Gabriel; nació el 7 de julio de 1712, y murió el 26 de diciembre de 1719.

4. Fernando, príncipe de Asturias; nació en 23 de setiembre de 1713, y heredaba la corona en 1746.

De Isabel Farnesio de Parma.

6. Carlos; que nació en 20 de enero de 1716, primeramente gran duque de Toscana, Parma y Plasencia, y a la sazón rey de Nápoles y de Sicilia.

7. Francisco; que nació el 21 de marzo de 1747, y murió el 21 de abril siguiente.

8. Felipe; que nació el 15 de mayo de 1720. Es el que dejamos ahora sosteniendo la campaña de Italia.

9. Luis Antonio; nacido en 1725, y creado arzobispo de Toledo y cardenal en 1735.

5. María Ana Victoria; que nació en 1715, desposada primeramente con Luis XV de Francia, y casada después en 1729 con el príncipe del Brasil, que fue rey de Portugal.

10. María Teresa Antonia; nacida en 1728, casada en 1745 con Luis, delfín de Francia, murió este mismo año de 1746.

11. María Antonia Fernanda; que nació en 1729.

El rey, que tenía hecho su testamento desde 1726, y en él ordenaba que se le enterrara en la iglesia de su querido sitio de San Ildefonso, dejó a la reina viuda una pensión de 70.000 duros anuales, y la tutoría de sus hijos e hijas menores. Esta señora se retiró de los negocios públicos y se fue a habitar a la Granja al lado de las cenizas de su difunto esposo. Testamento manuscrito de Felipe V.