Fernando Birri
Tomar conciencia no es bañarse en las aguas del Jordán o sea “Las aventuras de Juan Quinquín”
Pensamiento Crítico, La Habana, julio de 1970, nº 42, páginas 140-143.
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Hacía mucho que Julio García Espinosa no nos daba una película. Después de Cuba baila, después de El joven rebelde, cuyo argumento escribió en colaboración con Zavattini, durante los primeros años de la Revolución, el director cubano pareció callar. Decimos «pareció» porque sabemos que, en verdad, el director cubano estaba hablando con interpósita persona; nos explicamos mejor: Julio García Espinosa asumió la responsabilidad de la organización de la producción del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), por sus manos pasaban los guiones que otros directores realizarían, bajo sus ojos se controlaban los costos de los presupuestos estudiados, entre sus manos corrían kilómetros de películas impresionada cuando, sentado en la moviola, Julio discutía con sus colegas, en gran parte pertenecientes a una generación de cineastas que surgía después de la suya, los resultados obtenidos, la necesidad del «timing» y las metáforas increíbles que se pueden alcanzar con un par de tijeras bien afiladas. «No importa que un director deje de filmar por algunos años, a veces pienso que hasta es saludable que lo haga; lo que importa es que no deje de leer en ese tiempo», algo más o menos así me decía Chiarini hace unos dos años en Venecia, y este lema podríamos escribirlo en la bandera de García Espinosa. Por asunción, sin retaceos de sus responsabilidades, y fiel a dos de sus temas favoritos «cultura política» y «política cultural», Julio postergó en parte su propia obra de autor cinematográfico. Esperábamos pues, como decíamos, con gran interés (¿por qué no decirlo?) con fraternal inquietud, Las aventuras de Juan Quinquín que acaba de mostrarnos en el Festival Cinematográfico de Moscú.