Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta

 
Universidad de Madrid
Conferencias dominicales sobre la educación de la mujer
 

tercera conferencia sobre
 
La educación literaria de la mujer
 
por
D. F. de Paula Canalejas,
Profesor de Literatura española en la Universidad Central.

 
——
7 de Marzo de 1869.
——
 

MADRID,
Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra,
calle del Duque de Osuna, núm. 3.
 
1869




Señoras:
 

Confieso que desde el momento en que vi que era ineludible la obligación, gracias a la cariñosa insistencia de amigos respetables, de dirigir esta conferencia, que ha de versar sobre la educación literaria de la mujer, ando a vueltas con mi propio pensamiento buscando traza y modo de comenzarla; y por más que he puesto en prensa mi pobre ingenio y he consultado lo que escribían sobre el arte del bien hablar los grandes maestros de la antigüedad, ni mi ingenio ni aquellos libros me han prestado auxilio; porque lo nuevo y peregrino del caso, sorprendía el ánimo, como excede cuanto habían presentido sobre exordios Cicerón y Quintiliano. Auméntase mi perplejidad, habida consideración del asunto de la Conferencia, que tratando de materias al parecer exclusivas de los filósofos y los doctos, y debiendo preceder a todo juicio un examen detenido de las condiciones y facultades del espíritu humano, el temor de cansar vuestra atención con estas áridas especulaciones me coloca como en un laberinto de muy dificultosa salida, del cual no es fácil que yo salga, si en esta, como en todas las ocasiones de la vida, no me prestáis, Señoras mías, el auxilio, la benevolencia con que de ordinario alentáis a los que la imploran franca y sinceramente.

Digan lo que quieran y díganlo como quieran los filósofos, todos estos conceptos de arte, poesía, educación artística o literaria, no son tan extraños a la naturaleza humana ni tan ajenos a la vida común y ordinaria, que sea imposible sentirlos y conocerlos escuchando por breves instantes la voz interior que en nosotros habla, y atendiendo al significado o importancia de nuestros mismos actos. Empeñándome por estas fáciles sendas, que son las únicas que le es dado a mi entendimiento recorrer, no creo hacer más que repetiros una verdad muy sabida, un hecho experimental, al decir que las facultades que sobresalen e imprimen sello a vuestro espíritu y lo caracterizan por completo, son la sensibilidad y la fantasía.

¿Hay necesidad de repetiros que el sentimiento es vuestro verdadero mundo, y la vida del corazón vuestra verdadera vida, y que toda la actividad de vuestra alma se concentra en la fantasía, desarrollando en vosotras una fuerza incontrastable, que causa la dicha y el contentamiento de los seres que, según los diferentes períodos de la existencia, os consideran como amparo y como refugio, como ensueño y esperanza, o como consuelo y apoyo, porque sois, en efecto, amparo para el niño, esperanza e ideal esplendente para el joven, y firme e inquebrantable sostén para el hombre viril, que se asocia a los infortunios o a las aventuras de su trabajosa o plácida existencia?

No: es harto sabido que estas facultades causan vuestra excelencia y vuestro predominio; que hermanadas la sensibilidad y la fantasía, influyéndose mutua y recíprocamente en virtud de un lazo interno que las une, el sentimiento, como una llamarada intensa que brota del corazón, asciende a la fantasía, la domina, la subyuga y la inspira, obligándoos a seguir aquella inspiración en obras y en pensamientos, y siendo, por lo tanto, ésta la árbitra y señora de vuestros destinos.

Y que es así, y no es ésta ninguna enseñanza de filosofía, lo conoceréis si, cerrando los ojos por un momento a esta vida exterior que os atrae y os excita, dirigís vuestras hermosas pupilas al fondo de vuestra alma, y atenta y silenciosamente la contempláis en los variados momentos de su existencia. Niñas aún, muy niñas, balbuceando apenas la lengua de vuestros padres, y hasta hablando aquel lenguaje especial, entrecortado, confuso, que sólo las madres tienen el privilegio de entender, la sensibilidad infantil se excita poderosamente con ocasión de los juegos propios de la edad, y remedáis las caricias maternales y toda la vida de la familia, y repetís los cantos de la nodriza, meciendo los juguetes con que os regocija el cariño paternal, y como un poeta dramático, la niña crea aventuras y dirige la voz a personajes imaginarios que la rodean, y con ellos se enoja, y llora, y gime o palmotea y se regocija, según le place imaginar en aquel mundo encantado, del que es creadora sin rival su apasionada fantasía.

Mirad, mirad, Señoras mías, todo el destino futuro de vuestra vida como compendiado y resumido en estas infantiles creaciones de vuestro sentimiento y de vuestra imaginación. ¡Fingís escenas de la vida real y positiva en aquellos juegos; sufrís y gozáis según son aquellas escenas, que no tienen otra verdad que la verdad que vosotras mismas les prestáis, y que, sin embargo, nublan de lágrimas los hermosos ojos de la niña, haciendo sufrir, a los padres, que se apresuran a consolar con toda la solicitud de su alma aquellos dolores imaginarios!

Salidas de la infancia, creciendo la energía de vuestro sentimiento, aumentando la vivacidad de vuestra fantasía en las horas de insomnio o en las de un trabajo extremadamente manual y mecánico, que no interesa a vuestro espíritu, continuáis forjando dulces quimeras, haciendo deleitosos castillos en el aire, imaginando el ser perfecto dotado de hermosura y de nobleza, de altas y relevantes cualidades, que ha de satisfacer todas las aspiraciones del ideal que brota del casto y enamorado pecho de la doncella. ¡Qué tipos tan esplendentes de inusitada y rara perfección, de desconocida grandeza, de heroica generosidad, de exquisita sensibilidad, no se levantan en esos momentos solemnes de vuestra vida del fondo de vuestra fantasía! Las más adorables creaciones de la poesía, la más perfecta inspiración de los poetas que mejor han representado la belleza ideal del hombre, palidecen ante esa nube de seres perfectos que se escapan de la fantasía de la doncella, al tejer como una novela los destinos futuros de su vida, y que ella considera como la única capaz de saciar la sed de belleza y de bondad que aqueja a su corazón.

No creáis que estos castillos en el aire, verdaderos poemas de vuestra fantasía, son los únicos de vuestra vida; porque vuestra vida pasa entre un continuo sentir y un fantasear constante. Elevadas al noble sacerdocio de madres de familia, buscáis en el esposo la cumplida y perfecta realización de vuestros ensueños; meciendo después al hijo de vuestro amor, comenzáis una nueva serie de castillos en el aire, soñando gloriosos destinos, innumerables dichas y todo linaje de perfecciones y de virtudes para el que es la cifra en que se compendia todo vuestro cariño y la causa de todas vuestras aspiraciones. Niñas, doncellas, esposas, madres de familia, vuestra ocupación constante, la vida de todo vuestro espíritu trascurre en los límites de esta creación artística y fantástica en la cual deseáis primero contemplaros felices, y en la cual deseáis por último contemplar dichosos a los que pasan a ser la ocupación de vuestra existencia, vuestros esposos y vuestros hijos.

Llega, Señoras mías, el momento en que estas puras concepciones de vuestra fantasía, estos sueños encantados, este embeleso de la doncella o esta ardiente aspiración de la esposa y de la madre chocan con la realidad, y ¡ay de vosotras, si vuestra idealidad no concuerda con la realidad!, si lo tosco, lo grosero, lo insensible, dando origen a lo vulgar y a lo prosaico, agota el raudal vivo y constante de sentimientos que deben fluir eternamente de vuestro corazón, o agosta aquella rica y abundante exhalación poética de idealidades y perfecciones, que son la forma de vuestro sentimiento, pero forma tan etérea como los perfumes, que si a primera vista parece que se pierden en el espacio, es porque rápidamente traspasan el mundo visual y se dirigen al cielo, patria común de toda verdad y de toda belleza, de toda idealidad y de toda poesía.

Entonces comienza el dolor de la vida, dolor sin consuelo, porque las más veces es un dolor mudo, sin expansiones ni confidencias, y entonces comienza esa lucha, verdaderamente heroica, que sostenéis a brazo partido con la realidad, a fin de transformar cuanto grosero os rodea, en bello, lo innoble en noble, en sensible lo insensible, y en puro y perfecto lo que ancla sumido en las imperfecciones de la impureza. Entonces, como el verdadero artista, que idealiza las formas de la naturaleza para que sean un digno contenido de la espléndida poesía que inunda su alma, os empeñáis en regenerar los caracteres, en corregir, enmendar y purificar, para que el esposo corresponda a la alta idealidad que vio en sus sueños la enamorada doncella, y sobre todo, a la manera que el escultor desbasta el mármol y con cincel inspirado procura se reflejen en la estatua todas las perfecciones que acaricia su genio, y admire el mundo una hermosura perfecta y celestial, desbastáis el espíritu de vuestros hijos, enriqueciéndolo, adornándolo, embelleciéndolo con nobles y levantadas aspiraciones, encantándolo con el amor a la verdad y a la belleza, para que sea pasmo de las gentes y regocijo y consuelo de su madre.

Yo no quiero repetir, porque sería sorprender vuestros más recónditos secretos, todas las inquietudes y todos los dolores de esa continuada tarea de vuestra vida, que os absorbe por completo. Yo no quiero repetiros, ¡que harto lo sabéis! la frialdad que inunda al corazón y que lo hiela de espanto cuando huye la esperanza de hacer brotar un hombre nuevo de aquel que, aún a vuestro lado, no percibe los latidos de dolor de vuestro pecho, ni sospecha siquiera el desencanto de vuestra imaginación cuando, inspirado por la fiebre del interés, se pierde en las oscuridades de lo grosero y de lo innoble, o cuando, desoyendo el distintivo grito de la belleza, va a perderse en los abismos del vicio. Yo no puedo decir, porque no hay lengua humana que lo diga, el desesperado dolor de una madre cuando el hijo aparece a sus ojos, no ciñendo la aureola que su apasionado espíritu deseaba, sino ostentando el sambenito de la ignorancia, del vicio o del crimen. ¡Las que seáis madres, las que seáis esposas, sintiendo este espantoso sufrir, comprenderéis que no hay en efecto lengua que lo diga ni más corazón que el maternal que lo sienta!

Así quiso Dios que fuese vuestra existencia, y tal es el noble destino que os impuso. Vuestras facultades, la sensibilidad y la fantasía, son las necesarias para cumplirlo, porque Dios, al imponéroslo, os dio medios para realizarlo. Meditando sobre este destino y sobre esta existencia, yo descubro que se resume en este pensamiento: trasformar lo real en ideal, lo feo en hermoso, lo innoble en noble, el ser manchado por el vicio en ser purificado por la virtud; y esta trasformación es la que constituye el carácter de la poesía, es el fin del arte; de modo que sois, Señoras, artistas por deber y por obligación, y que, como el poeta, el escultor o el músico, estáis obligadas a descubrir y a hacer patente al través de las espesas capas de la ignorancia, de la indignidad y del vicio, los divinos rasgos de la belleza que están en el fondo de todo espíritu humano, de la misma manera que el músico descubre la armonía en el fondo de todo movimiento, del mismo modo que el pintor descubre el color en las entrañas de la luz, y del mismo modo que el poeta hace que ascienda una humareda constante de melodías de todo lo que siente y vive en los infinitos espacios del mundo.

Sí; vuestra vida es la vida del artista, con la diferencia de que la realidad obedece sumisa al artista cuando la transforma con la poderosa magia del genio, y para vosotras la realidad es rebelde, os desconoce las más veces, os repele muchas, y en no pocas esta rebelión es tan impía, que os hiere y os asesina el mismo por el cual habíais en vuestros sueños de abnegación concentrado toda la energía de vuestros amores, para hacerlo digno del ideal de virtud y de nobleza que había entrevisto vuestra enamorada fantasía.

¡Cómo no venir en vuestro auxilio en tal extremidad! ¡Cómo no prestaros el débil concurso de nuestras fuerzas en esa noble y generosa empresa de ennoblecer y regenerar los caracteres en el seno de la familia, y de crear espíritus generosos y viriles que amen a Dios y sirvan a la virtud y a la patria, declarando en una serie de actos nobilísimos y de pensamientos elevados la santa influencia de la bendita mujer que les llevó en sus entrañas!

Os lo repito, Señoras, sois artistas, debéis ser verdaderas artistas en el seno de la familia; artistas que no trabajan sobre el mármol, el lienzo ni sobre la palabra, sino que su materia es la vida y el espíritu humano; artistas que si la creación no brota, no sólo no sufren el desencanto que experimenta el poeta o el pintor al ver que la imagen no resuena en el canto o no se figura en el cuadro; sino que sufre el intenso dolor de la esposa desconocida o de la madre olvidada, a cuyo desconocimiento y olvido hay que agregar, no sólo el dolor que os causa, sino que es motivo de la desdicha y de la maldición de los que de este modo atentan a la santidad de la familia.

El medio eficacísimo para educar la sensibilidad, para encender la fantasía, es encaminarlas por las vías nobles y racionales; es la educación literaria, de cuya imprescindible necesidad no creo dudéis si, recordando mis palabras en el silencio de la noche, escucháis los latidos de vuestro corazón y escrutando los misterios de vuestra conciencia, consideráis lo que debéis hacer para influir en el espíritu de la familia, para causar, no sólo vuestra dicha, sino lo que os interesa mucho más, dada vuestra abnegación sin límites, la de vuestros padres, hijos y esposos.

La sensibilidad y la fantasía se educan por el arte, por la poesía; y sean cualesquiera las definiciones que os den de arte y de poesía, y las que leáis en los libros de los sabios y de los filósofos, consideradla sólo como la gran madre del género humano, que con la misma solicitud que vosotras cuidáis de corregir, de educar, de ennoblecer el espíritu de vuestros hijos, cuida de levantar a la contemplación de la hermosura y de la belleza el espíritu de la humanidad entera. Como santa y bendita madre, la poesía, que nunca nos abandona, que nunca ha abandonado a la humanidad, que nunca la abandonará, en medio de los atentados de la vida del sentido, de la vida grosera y material, de la pasión fisiológica y del vicio, nos ofrece creaciones que irradian luz celeste, purificadora de nuestra inteligencia y nuestro corazón, restableciendo en el espíritu, conturbado por el prosaísmo de la vida finita y limitada, la noción del ideal bello, del ideal verdadero y del ideal de bondad, cuya existencia en el fondo del alma atestigua de un modo indudable el divino origen del espíritu del hombre.

Inconcebible sería, y más que inconcebible, verdaderamente repugnante la vida humana, si entregada a todas las sugestiones de los sentidos, a los consejos del interés y al afán de goces, de influencia y poder, que desata todas las pasiones y las vehemencias nacidas fuera de lo moral y de lo justo, careciese de esta divina fuerza del ideal, que restablece en nuestro espíritu el perdido equilibrio y que contrapone a los cuadros aflictivos o repugnantes de la existencia ordinaria o vulgar, los nobilísimos de la existencia humana tal cual debe ser, atendiendo lo elevado de su origen, lo glorioso de su destino y las nobles facultades y caracteres con que le dotó la Providencia. El arte es una escala constantemente ofrecida al espíritu humano para ascender a lo divino: la belleza es un verdadero ángel custodio, que agita sus alas, deseoso de tender el vuelo a los anchos horizontes del ideal, que aletea constantemente en el fondo de nuestra alma, y para abrir campo a este ángel, es necesario que la educación literaria nos diga el modo y la manera de fundir por el contacto de la belleza, lo grotesco y lo feo que el roce de la vida vulgar y ordinaria va depositando en nuestro espíritu como una capa de duro mármol que nos aísla y nos encadena a la realidad y nos sujeta en su fondo, de la misma manera que la losa funeraria encierra y cubre el cadáver; porque el espíritu que no siente la belleza y que no aspira a ella es verdaderamente un repugnante cadáver, dotado tan sólo de un movimiento físico o mecánico.

Esta regeneración del espíritu humano por la belleza, igual a la regeneración del espíritu humano por la bondad y por la verdad, la cumplen, influyendo en las diferentes propiedades de nuestro espíritu, las creaciones artísticas, la estatua, el cuadro, la sinfonía, que dejan enamorada y embellecida el alma humana, y más principalmente que estas artes, el conjunto de todas ellas, el arte divino que crea estatuas tan imperecederas como mármoles y bronces por medio de la palabra, cuya eficacia creadora y cuya fuerza de conservación es para el espíritu lo que la fuerza misteriosa que engendra la circulación de nuestra sangre por nuestras venas y nuestras arterias, llevando a nuestros órganos vida, y con la vida el movimiento y la salud.

Cuidad, Señoras mías, de que la poesía, a la cual encomendéis la salud de vuestra alma, la regeneración de vuestro espíritu, sea verdadera poesía. ¿Cómo conocerlo? me preguntáis con vuestras miradas. Es sencillo el medio: os basta vuestro propio corazón, que es el criterio, y vuestra propia fantasía, siempre que con verdadera efusión filial abráis una y otra a las castas caricias de la inspiración poética, siguiendo con espontánea irreflexión la voz que blandamente os convida a gozar las perspectivas del mundo ideal, del mundo de lo infinito. No es difícil el criterio; porque la belleza, a la vez que inspira, lleva en sí misma la regla del juicio; basta purificar el espíritu de toda sugestión indigna, basta rechazar enérgicamente toda preocupación y todo pérfido consejo nacido de nuestros sentidos o de nuestro interés, para que nuestro espíritu distinga con toda precisión la hermosura de la fealdad, lo grosero de lo poético.

Si después de leer un libro, si después de asistir a la representación de un drama, de una comedia o de una tragedia, en la secreta comunicación de vuestra conciencia no os sentís mejores, más aptas para el sacrificio que el deber impone, más prontas a la abnegación, y no experimentáis ese sacudimiento eléctrico que parte del corazón y que despierta mística sed de perfecciones en el entendimiento, arrojad sin escrúpulo aquel libro, reprobad sin temor aquella escena, porque ni el libro es poético ni la escena es bella. Si, por el contrario, al compás de la lectura sentís crecer el corazón dentro del pecho, se cruzan en vuestro espíritu como exhalaciones y meteoros luminosos, enérgicas decisiones en pro del bien, de la virtud; si las lágrimas que vierten vuestros ojos ruedan silenciosamente y sin descanso, purificando como una lluvia del cielo toda vuestra alma; si la figura de aquel personaje o de aquella heroína os asedia día y noche, infundiéndoos valor, energía, y centuplicando la vitalidad sensible de vuestro corazón, entonces no temáis: lo divino está frente a vosotras, lo divino os toca, y seguid sin temor a aquel mágico iniciador en los misterios divinos de la belleza.

Pero cuidad mucho, Señoras mías, y no olvidéis que la imaginación, si participa de la vida del sentimiento, se conforta igualmente con la vida de la inteligencia, y que la verdadera poesía toca igualmente a la inteligencia que al corazón, de la misma manera que mueve la voluntad hacia el bien y hacia la virtud, sin necesidad de decirlo; porque así como todo casto amor ilumina la inteligencia y robustece la voluntad, así la belleza por su natural divino ensancha el entendimiento y hace inquebrantable el propósito.

No; no es verdadera iniciación de la belleza ni verdadera poesía esa excitación nerviosa, esa catalepsia moral que causan, esa vaga melancolía sin fin y sin objeto, que sobreexcitan en vosotras páginas ridículamente afectadas y cantos ridículamente sonoros; el libro, la novela o el drama que sólo busquen la conmoción, sin pretender que del seno de aquella conmoción surja un propósito noble o levantado y un conocimiento más claro y evidente de nuestro destino, es fruto de una inspiración enfermiza, de un desordenado afán de emociones, que conduce fatalmente a la esterilidad y quebrantamiento del espíritu, sin otro fruto que el enloquecimiento pasajero de una embriaguez, que no por ser del alma, es menos repugnante que la del cuerpo. Sentir, sí; pero sentir para conocer y para convertiros en instrumentos dóciles y apasionados, en enérgicas sacerdotisas de vuestros deberes. No sentir por sentir, no llorar por llorar; sino sentir y llorar para que nuestra alma sea más blanda, más caritativa, más accesible al dolor ajeno, más pronta al consuelo y sacrificio, si el sacrificio fuese necesario. La sensibilidad es una facultad del espíritu que va unida a otras facultades: educadla siempre en esta relación, y desechad sin escrúpulo libros y novelas, poesías y dramas, cuyo alcance se limite a conmover vuestro espíritu arrancando lágrimas a vuestros ojos, sin despertar ideas en la inteligencia y propósitos en la voluntad.

Con este sencillo criterio, que no es más que la pureza primitiva de vuestra alma y que nace de reconocer la bondad natural del espíritu humano, podéis confiadamente abrir el poema o la novela, y presenciar el espectáculo que la actividad artística del siglo os ofrece como medios de educación; pero desconfiad de esas novelas y todos esos dramas, que no hacen otra cosa que presentar a vuestros ojos una exacta fotografía de lo que es, una reproducción fiel de la miseria moral, de la indignidad, del vicio y del escándalo, dibujando en todos sus aspectos la vulgar y prosaica realidad de la vida. Esas fotografías no obedecen a la inspiración artística y son verdaderos atentados contra el arte; porque la inspiración no ve las cosas como los ojos del cuerpo las ven; sino que penetrando en la esencia propia de los hechos y de los seres, las mira tales cuales deben ser, y como en efecto son en la inteligencia divina, y no como hacen que aparezcan la corrupción y la grosería del mundo, de pasiones y de intereses, que pervierten la natural índole de las cosas y contrarían la natural dirección e impulso de los hombres hacia el bien supremo y la belleza absoluta.

Dominadas por esta natural aspiración a la belleza, acudid sin recelo a esos templos del arte, que desde tiempos antiguos sirven de ejemplo y de enseñanza a las generaciones; pero acudid al teatro buscando tan sólo la pura y santa emoción de la belleza, que transforma y diviniza el ser humano, y no el pueril solaz y el grosero entretenimiento del hombre inculto, que va a saciar los ojos, y nada más que los ojos de la cara. Yo estoy seguro, Señoras mías, que dominadas de aquella emoción y atraídas por el puro afán de contemplar la belleza, apartaréis con disgusto y con indignación los ojos de la escena profanada, cuando en vez de las concepciones sublimes, de los poetas que enseñan cómo lo divino reside en la naturaleza del hombre, la veáis invadida por torpes bacantes, cuya atrevida desenvoltura sólo complace a mancebos indignos de ostentar la belleza de la juventud, y divierte a la degradada senilidad a quien el cielo privó de la solemne majestad del anciano.

Yo ya sé que vosotras no legitimáis con vuestra presencia esas profanaciones del arte y de la belleza. Yo bien sé que ninguna, ni doncella ni madre de familia, fija por un momento sus ojos en el conjunto de grosería y de vulgaridad a que se da el pomposo título de representación escénica en algunos de nuestros coliseos. Yo bien sé que formáis la liga santa de la belleza, y por lo tanto, del pudor y de la castidad, de la poesía y del ideal, para reprobar con vuestro desprecio, ese industrialismo literario, destinado a halagar instintos que el hombre debe siempre vencer; pero es preciso y absolutamente indispensable, si habéis de ser respetadas y vuestra influencia social ha de ser eficaz y provechosa, seáis inflexibles e intolerantes, contra todo lo que en el campo de la novela o en la representación teatral constituya un atentado contra el arte, no consintiendo en ninguna ocasión ni con ningún motivo caer en una punible complicidad con los reos convictos y confesos de indignidad literaria, bien se crean poetas o novelistas, o bien se llamen actores, cuando en verdad y en justicia no son más que torpes juglares y miserables histriones.

Todo esto fácilmente se alcanza a vuestro espíritu, y yo no necesito más que apelar a vuestra conciencia y suplicaros que la escuchéis, para que mis consejos sean atendidos, y para que en beneficio nuestro y en beneficio social, podamos esperar con vuestro concurso, que toca a su fin el reinado de lo grosero y de lo vulgar en el arte y en la novela, y que no está lejano tampoco el último día del imperio del histrionismo en el teatro.

A vosotras os cumple, os lo repito, formar esa santa liga en pro de la belleza; prometeos a vosotras mismas, ante vuestra conciencia, no leer ni escuchar lo que no sea bello, y por lo tanto, puro, noble, ideal. Como que el artista y la sociedad se influyen mutua y recíprocamente, influiréis en la inspiración del arte; que todo esto se alcanza y todo esto se consigue por vuestra educación literaria, sirviéndoos a la vez esta influencia que hoy imprimís, para preparar el auxilio y la ayuda que a su vez os han de prestar el teatro, la novela, la poesía, para cumplir en el seno de la familia aquel destino educador y nobilísimo, que engendrando vuestra dicha, causa a la vez la de vuestros esposos y de vuestros hijos.

El bien que hoy causéis, os será devuelto con usura; porque ésta es una ley aplicable a todos los órganos sociales, y fuera de esas momentáneas desviaciones que experimentan las literaturas de todos los pueblos, y que son lo que los accidentes a la ley general, la creación poética que cumplen los poetas líricos o dramáticos, y que realizan asimismo los novelistas, es un auxiliar eficacísimo para vuestra misión, es una página cada día nueva del inmenso e infinito poema del ideal, que el genio del arte ofrece a la contemplación de vuestro espíritu para que encontréis la energía y la fuerza que es necesaria para el cumplimiento de vuestro destino. Ya no necesito yo deciros que la poesía no es un entretenimiento, no es una pura recreación; sino que veis que por la manera apasionada y vehemente que toca al alma, y por la virtud que en la misma enciende, es honesta, y por lo tanto, debida ocupación de todo espíritu que considere la vida humana como el cumplimiento de altísimos deberes, para cuyo cumplimiento es necesaria ayuda eficaz, directa, verdaderamente divina, como lo es la que nos presta la inspiración del artista, que nos conforta con el espectáculo de la belleza, que es la misma Divinidad.

Desechad sobre este punto preocupaciones infundadas; la verdadera poesía es una educación de la inteligencia y del sentimiento; y la novela y el teatro, presentándonos la vida tal como debe ser, y no como es, sin decirlo, enseñándolo indirectamente, nos invitan a modelar la nuestra según el eterno ejemplar de verdad y de virtud que constituye el fin religioso de nuestro existir. Después de la lectura A la Ascensión, de Fray Luis; de la lectura de la Noche serena, del mismo poeta; después de meditar al seguir el pensamiento del autor de la Epístola moral, o de sentir deshacerse el alma en emociones y en lágrimas, al repetir la intensa y magnífica melodía que del sentimiento humano y del sentimiento divino forman los grandes poetas, el alma se siente más llena de Dios, más apasionada de lo divino y más pronta a esa exaltación de la virtud, que crea los heroísmos del sentimiento.

Después de asistir a la representación de La Vida es Sueño, del gran dramático; de Ganar amigos, del gran moralista, o de haber sentido todas las pasiones que se combatían en el puro seno de Isabel de Segura, cantada por el ilustre decano de nuestra poesía dramática contemporánea, es evidente que os sentís más dignas, más nobles, más sedientas de la belleza y de la bondad, y por lo tanto, se ha conseguido un grado de educación en vuestra cultura y un singular adelantamiento en vuestra perfección.

Pero ¿este consorcio y maridaje con la poesía, esta exaltación del sentimiento, este misticismo del arte trasportado a la vida, no puede producir daño, no puede poblar de quimeras la fantasía de la doncella y de la madre, y aun de la esposa, y separándola de la realidad de la vida, enloquecerla empeñándola en perseguir seres fantásticos y buscando aventuras portentosas? ¿No es posible que se produzcan aquellas cómicas parodias vivas de los dramas sentimentales de ha pocos años, que poblaban nuestras tertulias y eran el regocijo de los maleantes, así como la desesperación de los padres y de los esposos? No; porque la educación literaria es una educación severa, es una disciplina para el sentimiento y una lección para la inteligencia, a la vez que un mandato para la voluntad. No es tan sólo un excitante nervioso, ni es la galería de espectros y sombras ensangrentadas de nuestros escritores terroristas, sino que por ser una creación sujeta al tipo eternal de la belleza, se apodera de todo nuestro ser, y en la armonía de todas nuestras facultades, en el punto central de nuestro espíritu, en la médula espinal de nuestra alma (perdonad la frase), deposita la inspiración artística, que según adonde toca y adonde se dirige, os de luz para el entendimiento, emoción para la sensibilidad y energía para la voluntad.

Pero ¿a qué molestaros? ¿A qué repetirse un hecho que en el silencio de vuestra meditación y en el dolor de vuestros sentimientos habéis muchas veces reconocido? ¿A qué repetiros que la poesía educa, si es sabido que por su naturaleza celestial levanta al hombre a Dios, como le levanta a la verdad, como le levanta a la bondad? Nada más sabido (por más que no nos hayamos dado cuenta de ello), al buscar en nuestra memoria los ejemplos que hemos pretendido imitar en los acasos y accidentes de nuestra vida.– ¿Quién no recuerda que fue Ofelia, Julieta o Desdémona, creadas por Shakespeare, o Marienne, creada por Calderón, o la Esclava de su Galán, o la Blanca de García de Castañar, o Virginia, la que os ha enseñado el camino de abnegación y de firmeza, de lealtad, hasta el punto de no estimar la propia existencia más que como un holocausto con que rendir tributo al padre, al esposo a los hijos, o a los deberes de doncella o de madre? Sí, es preciso vivir en ese mundo creado por la fantasía de los artistas de todos los siglos y de todas las edades, mundo más espléndido que este de la miserable realidad, que nos enloda y nos mancha, vivir en el completo florecimiento de estos gérmenes divinos que se esconden en el seno de todas las facultades y de cada una de las energías del espíritu del hombre. Si os acusan de perseguir un ideal, vanagloriaos de la acusación, porque ése es el fin de la vida; porque eso equivale a colaborar con Dios al destino universal de las creaciones. Perseguid el ideal, amadlo, procurad que resplandezca en la vida que os rodea; buscadlo con afán para cumplirlo luego, encarnándolo en el corazón de vuestros hijos, y habréis merecido bien de la patria, y la bendición del cielo caerá sobre vuestras cabezas, enardecidas por la aspiración a lo perfecto y a lo sublime.

No es áspero el camino. Es una suave pero larguísima senda, que a manera de gigantesca espiral, ciñe altísima montaña. No hay asperezas ni abrojos que lastimen vuestros pies. Como aquella mística ascensión del gran poeta de los siglos medios, del inmortal cantor del dogma católico, cada vez que llegáis a una de las mesetas de esta altísima montaña, dejáis tras sí una flaqueza del cuerpo, una mancha del espíritu, y lentamente el horizonte se va ensanchando; la luz que primero se anuncia en pálidos albores, destella y centellea; pierde el cuerpo sus deformidades físicas; los perezosos sentidos se tornan sutiles y penetrantes; la inteligencia como que se ilumina por una antorcha interior que todo lo aclara, y el espíritu ya ve lo angélico y seráfico; el cuerpo es un vapor en el cual se quiebran los rayos de la luz, formando en torno del alma vistoso ropaje de suavísimas tintas, y por último, cuando después de haber sacudido toda la existencia grosera y mundana, se llega a la deseada cumbre, entonces como el perfume de una flor que por los hilos conductores que indica el rayo luminoso del sol, con vuelo eléctrico, lánzase a buscar el imán que lo atrae allá en el mundo de lo infinito, así se lanza el espíritu del hombre al seno divino, para recibir el premio de sus merecimientos por haber demostrado en sus hechos y aspiraciones que era en verdad el ser creado a imagen y semejanza de Dios, fuente y manantial perenne de toda belleza y de toda santidad.– He dicho.




Conferencias publicadas

Discurso inaugural, leído por D. Fernando de Castro.

Primera conferencia: Sobre la educación social de la mujer, por D. Joaquín María Sanromá.

Segunda conferencia: Sobre la educación de la mujer por la historia de otras mujeres, por D. Juan de Dios de la Rada Delgado.

Tercera conferencia: Sobre la educación literaria de la mujer, por D. Francisco de Paula Canalejas.

Estas Conferencias se hallan de venta en la portería de la Universidad, en el Ateneo de Madrid, y en las librerías de Durán, Bailly-Baillière, Leocadio López y San Martín, al precio de un real de vellón.

(contracubierta)

[ Edición íntegra del texto contenido en un opúsculo impreso sobre papel en Madrid 1869, de 26 páginas más cubiertas. ]