
Comisaría Regia del Turismo y Cultura Artística
América Española o Hispano América
El término “América Latina” es erróneo
Aurelio M. Espinosa, Ph. D.
Traducción de Felipe M. de Setién.
Stanford University, California {1}
MADRID
1919
Madrid, 12 de octubre de 1919
Durante los diez años últimos algunos escritores de Francia, los Estados Unidos y la América española, y, aunque raramente, también de otros países, han comenzado a usar los nombres América latina, latinoamericano, en vez de los antiguos y más propios Hispano-América, hispano-americano. Un tercer nombre, Ibero-América, ibero-americano, se usa también por recientes escritores. ¿Cuáles son los más propios? ¿Cuáles debemos usar? En el siguiente artículo me permito discutir el asunto brevemente.
En los últimos cuatro siglos, es decir, desde el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta fines del siglo XIX, ningún escritor, historiador o filólogo de importancia usó los nombres América latina, latino-americano. Los franceses han usado por cuatro siglos el nombre Amérique espagnole, los ingleses y norteamericanos el nombre Spanish America, los italianos el nombre America spagnuola, &c. Nosotros hemos dicho siempre, y todavía decimos, The Spanish Peninsula. El nombre América latina, por consiguiente, es un nombre nuevo, un intruso, y debe probar su derecho a existir. La facilidad con que lo han adoptado algunos distinguidos escritores de nuestros días es sorprendente. El nuevo nombre es no solo vago, insignificante e injusto, sino, lo que es peor, anticientífico. Algunos han argüido que el nombre América latina se introducía por razón del Brasil. Es una falacia; porque el Brasil es portugués por origen, por cultura y por lenguaje, y proviene de Portugal, una parte integrante de la península española, Hispania, España; por consiguiente, la América española incluye el Brasil lo mismo que la Argentina y los demás países sudamericanos. Todos los chicos de la escuela saben que la América del Sur fue descubierta, colonizada y desarrollada por España, incluyendo Portugal, del mismo modo que la región conocida ahora por los Estados Unidos fue, en su mayor parte, descubierta, colonizada y civilizada por Inglaterra o gentes procedentes de Inglaterra, incluyendo Escocia y Gales. Los nombres que se han usado en los últimos cuatro siglos, América española, hispano-americano, son, por lo tanto, correctos. ¿Qué necesidad hay de adoptar nombre nuevos e incorrectos?
En una nota al excelente artículo de Menéndez Pidal sobre este asunto (Inter-America, Abril, 1918, página 193), el editor dice: «El autor (Menéndez Pidal) trata de mostrar que (el nuevo nombre) es no sólo impropio sino inadmisible; y ofrece ciertos sustitutos que considera irreprochables.» El editor de Inter-America se equivoca al considerar los nombres América española, hispano-americano, que han usado todos los hombres ilustrados durante cuatro siglos, como meros sustitutos. Aun ahora, cuando los valedores del nuevo nombre usan las palabras América latina, latino-americano, en muchas estimables publicaciones los nombres más antiguos y propios se usan con mayor frecuencia. Menéndez Pidal, por consiguiente, no ofrecía sustitutos; defendía los nombres acreditados, tradicionales y científicamente correctos. El nombre América latina es, en realidad, el sustituto que recientemente se ha introducido.
Según mis noticias, el primero en protestar contra los nuevos e impropios nombres fue el distinguido hispanista de San Francisco Sr. J. C. Cebrián. En una carta impresa en Las Novedades (Nueva York, 2 de Marzo de 1916), el Sr. Cebrián se expresó tan clara y categóricamente sobre el asunto, y mostró de tan concluyente manera el absurdo del uso de los nuevos nombres América latina y latino-americano, que no podemos dejar de reproducirla, aun en fecha tan tardía, casi en su totalidad:
«Al recorrer las paginas de Las Novedades noto con placer el espíritu de españolismo que las anima; y esto me inspira confianza para someter a la consideración de ustedes una cuestión vitalísima para nuestra España, y es el nuevo nombre, o apodo, que algunos están usando ahora con nuestros pueblos hermanos, con las repúblicas hispano-americanas, que ahora quieren bautizar “la América Latina.” ¿Y con qué razón? Con ninguna: porque América Latina significa un producto o derivado latino; y latino hoy día significa lo francés, italiano, español y portugués. Ahora bien, esos países son hijos legítimos de España, sin intervención de Francia ni de Italia: España, sola, derramó su sangre, perdió sus hijos e hijas, gastó sus caudales e inteligencia, empleó sus métodos propios (y a menudo vituperados, sin razón sea dicho), para conquistar, civilizar, y crear esos paises: Espana, sola, los amamantó, los crió, los guió maternalmente, sin ayuda de Francia ni de Italia (más bien censurada por estas dos latinas), y los protegió contra otras naciones envidiosas: España, sola, los dotó con su idioma, sus leyes, usos y costumbres, vicios y virtudes: España transplantó a esos países su civilización propia, completa, sin ayuda alguna. Una vez criados, y habiendo llegado a su mayoría, esos países hispanos siguieron el ejemplo de los Estados Unidos, y se separaron de su Madre España, pero conservando naturalmente su idioma, sus leyes, usos y costumbres, como antes; imitando en esto también a los Estados Unidos que conservaron su idioma patrio inglés, su ‘Common Law,’ sus leyes, usos y costumbres ingleses, a pesar de la diversidad y gran número de inmigrantes que han estado admitiendo. Así vemos que después de haber sido colonias españolas, todo el mundo ha continuado llamando aquellos países por su propio apellido, que es: español; y hasta hace cinco años han sido conocidos como países hispano-americanos, repúblicas hispano-americanas, América española o hispana; ‘Spanish America’ han dicho siempre los yanquis; y cuando un hispano-americano de cualquier zona anda por los Estados Unidos todo el mundo, doctos e indoctos, grandes o chicos, los han llamado y llaman Spanish; jamas se les ocurre decir: he or she is Latin. Véanse los escritos e impresos de los Estados Unidos anteriores a 1910, y siempre se hallarán los apelativos Spanish, Spanish American, Spanish America, the Spanish Republics: y lo mismo en Francia, antes de 1910, en todos los periódicos y libros han impreso les pays hispano-américains, les hispano-américains, l’Amérique espagnole.
»Además de las 18 repúblicas españolas, tenemos el Brasil, creado por Portugal, en donde se habla portugués, y se rige por leyes, usos y costumbres portugueses. Pero hay que notar que ese país es también hispano, porque Hispania, como Iberia, comprendía, Portugal y España, y nada más. De suerte que el apelativo hispano-americano comprende todo lo que proviene de Portugal y de España. Y ahí va un ejemplo: los yanquis que tienen fama de inteligentes, logicos, justicieros, fundaron en Nueva York una Sociedad para el estudio de la Historia Americana relacionada con España y Portugal, y escogieron por nombre The Hispanic Society of America: no eligieron el título Latin Society of America, porque hubiera sido un equívoco, una falsedad, un error craso, como lo es querer aplicar el apelativo latino a nuestras naciones hispanicas, hispanas o españolas (que no descienden ni de Francia ni de Italia). El poderío de Francia en América nunca tuvo lugar en los países hispanos; se ejerció solamente en terrenos que hoy pertenecen a los Estados Unidos o al Canadá: que trate de introducir el apelativo latino en esas regiones.
»Examinemos francamente la cuestión: hasta hace poco los países hispano-americanos eran el hazme reír de Europa: el teatro francés del siglo XIX está lleno de chascarrillos desagradables contra les hispano-américains: entonces encontraban natural llamarlos por su apellido verdadero: español. Pero últimamente se ha notado que esos países han crecido, se han enriquecido, han cobrado fuerzas, y prometen ser factores importantes en la historia futura; y en estas circunstancias ya les duele llamarlos españoles; y para evitar o borrar ese nombre apelan al adjetivo latino. Cada vez que se dice o se imprime América Española, o hispano-americano, o Spanish American, o Spanish America, &c., &c., se anuncia el nombre de España; y nótese que es un anuncio legítimo, justo, verdadero. Cada vez que se dice o se imprime América Latina, Latin America, &c., se deja de anunciar el nombre de España, y en cambio se anuncia el nombre Latino, que equivale a Francia, Italia, &c.; de modo que se anuncian dos nombres –Francia e Italia– ilegítima, errónea e injustamente, puesto que ni Francia, ni Italia han producido aquellas naciones; y al mismo tiempo se mata el anuncio legítimo de España.
»España es el país menos comercial de Europa, y siempre ha desconocido el valor y el método del anuncio: las naciones comerciales conocen su valor inmenso, y no lo desaprecian; y también saben cuánto importa opacar o matar el anuncio de sus competidores.
»Otro punto todavía: si quieren llamar latinas a las naciones españolas, latinas debieran llamar a las colonias de Francia y de Italia: Argelia, el Congo francés, Senegal, Madagascar, Tonkin, &c., debieran llamarse colonias latinas: a lo que Francia se opondría con justa razón. Y si llamamos latinas a estas naciones por su abolengo lingüístico, tendremos que llamar teutónicos a los Estados Unidos y al Canada, por su origen lingüístico y por estar poblados por gente de raza teutónica. De suerte que tendremos dos Américas la latina y la teutónica. Pero no; lo justo, lo lógico es la denominación universal hasta ahora: América inglesa y América hispánica (o hispana), y no hay más; porque las manchitas francesas, holandesas y dinamarquesas en el mapa de América son matematicamente despreciables.»
Poco podemos añadir al anterior examen. Latino significa hoy francés, italiano, provenzal, rumano, sardo, español, portugués. Pero, como el Sr. Cebrián clarísimamente señala, la América española es española y portuguesa (española, hispánica), y no francesa, italiana, rumana, sarda. La civilización española es el elemento civilizador de la América española. España conquistó, colonizó, civilizó los países de Sudamérica. Francia, Italia y Rumania no tuvieron parte en esta gran labor. Hoy estos florecientes países hispánicos están desarrollando una civilización que tiene por base lo mejor de la sangre y del cerebro de la antigua España. Los elementos de la tradición india no han dado frutos apreciables. Los españoles trajeron el Cristianismo a Sudamérica, civilizaron a los indios, fundaron ciudades, iglesias, escuelas, desarrollaron la agricultura. Cerca de cincuenta millones de personas hablan hoy español en la América española; unos veinte millones hablan portugués. Estos son pueblos hispánicos, o españoles, puesto que hasta el erudito portugués Almeida Garrett cree que el nombre de español puede muy propiamente usarse para incluir a los portugueses. Como el Sr. Cebrián admirablemente indica, no podemos llamar América teutónica a la América inglesa. Esto sería, sin embargo, un exacto equivalente de América latina. Hay en los Estados Unidos más alemanes, suecos, noruegos y holandeses que franceses, italianos y rumanos en la América española. Más propio sería, por lo tanto, el llamar a los Estados Unidos América teutónica y a los habitantes de este país teutones o teutónico-americanos, o germano-americanos, que el llamar a nuestros vecinos meridionales latino-americanos y a su tierra América latina. Pero ninguno de los dos casos estaría justificado. Los Estados Unidos representan un desarrollo de la civilización anglo-sajona y hablan el idioma inglés, y los países de Sudamérica representan un desarrollo de la civilización española y hablan español y portugués. No hay, por consiguiente, justificación ninguna para el nuevo nombre América latina y sus derivados. Por razones históricas la justicia pide que los nuevos nombres sean relegados. Si España merece la gloria de haber civilizado y desarrollado esas comarcas meridionales, ¿qué diremos de las poderosas naciones que quieren privarla de esta gloria? ¿No sería uno de los crímenes de la Historia llamar en adelante a los países de habla inglesa de Norteamérica, Canadá y los Estados Unidos, América teutónica o germánica? ¿No es, por lo tanto, un crimen histórico llamar a los países de habla española y portuguesa de Sudamérica, América latina? Dad al César lo que es del César.
Inspirado por el excelente artículo del Sr. Cebrián, el distinguido filólogo español D. Ramón Menéndez Pidal, cuyo artículo La lengua española se imprimió en el número de Febrero de Hispania, envió una carta al diario de Madrid El Sol, protestando contra los nuevos e inadmisibles nombres. La carta del Sr. Menéndez Pidal fue publicada en el periódico antes citado en 4 de Enero de este año, y la traducción inglesa apareció en el número de Abril de este año de Inter-America, como ya se ha dicho. La carta del Sr. Menéndez Pidal, que contiene la mayor parte de los argumentos antes citados, convenció a los editores de El Sol. En cuanto a la pretensión de que Portugal y Brasil no pueden incluirse bajo el nombre de español, el Sr. Menéndez Pidal dice: «Si para los naturales y los extranjeros el nombre de España representa, en su amplio sentido, esta antigua unidad cuadripartita (gallegos, portugueses, catalanes, castellanos), que errores de pensamiento y de política no han sabido mantener en la cohesión debida, yo no veo obstáculo para comprender bajo el nombre de América española, al lado de las dieciocho repúblicas nacidas en los territorios colonizados por Castilla, la república que surgió en la tierra de la colonización portuguesa». En cuanto a los argumentos lingüísticos Menéndez Pidal demuestra claramente que latino significa tomado y derivado del Lacio. El francés, el español, el portugués en América no representan al Lacio. Las nuevas naciones americanas no heredaron el latín como Francia, España, Italia, &c.: heredaron las lenguas españolas o hispánicas, esto es, español y portugués. Menéndez Pidal demuestra también que, racialmente, el nombre latino es inadmisible cuando se aplica a los hispano-americanos. Es inadmisible aun aplicado a los españoles. Racialmente los habitantes de España son celtas, iberos, latinos, godos, vascos, &c. El hispano-americano hereda estos elementos raciales y añade el indio, aunque despreciable en algunas comarcas. Es, por consiguiente, un hispano-americano.
La carta del Sr. Menéndez Pidal fue seguida por otra del académico D. Mariano de Cavia, publicada en El Sol de 5 de Enero, en la que el autor conviene completamente con las opiniones expuestas por el Sr. Menéndez Pidal. Desde esta fecha El Sol desterró de sus columnas el nombre de América latina.
Hay en la América española unos cuantos distinguidos señores, algunos de reputación nacional e internacional, que todavía derrochan noble elocuencia contra los españoles y las cosas hispánicas. Estos corazones sensibles pueden compararse a los antibritánicos yanquis, de los cuales tenemos por fortuna muy pocos actualmente en los Estados Unidos. Todo americano (yanqui) culto y todo británico ilustrado considera la separación de las colonias americanas de Inglaterra como una riña de familia. Esta separación no significa que los americanos sean de raza diferente, tengan otra civilización, hablen otro lenguaje, &c. Nosotros pretendemos haber conservado los mejores frutos de la civilización anglosajona, pero nada más. El elemento antibritánico entre nosotros nunca llegó al punto de querer proscribir la palabra inglés y decir que los americanos somos teutones. En as América española la enemiga tradicional contra España vive todavía; algunos han perdido la cabeza hasta el extremo de sostener que, en efecto, el lenguaje de la América española es diferente del de España. Recalcan las pequeñas diferencias; pero diferencias en el lenguaje existen en todas partes; y diferencias menores no constituyen lenguajes diferentes. El lenguaje de toda la América española, excepto el Brasil, es el español, buen español, castellano. Existen dialectos entre los ignorantes, como también existen en España. La cultura de la América española es fundamentalmente española. El idioma español, las leyes españolas, las escuelas españolas, las universidades españolas, la religión española (catolicismo), las costumbres españolas y las instituciones de todos los órdenes viven hoy en la América española. Hay, es cierto, nuevos y más activos desenvolvimientos, pero todo ello es y será civilización española, y no francesa, italiana, inglesa, azteca, araucana, &c. Por grande que sea el deseo de algunos hispano-americanos de ser latino-americanos, no lo son, salvo en un vaguísimo y general sentido, que está completamente fuera de la discusión. Si nos remontáramos suficiente podíamos hasta combinar todas las Américas y llamarnos Ario-americanos!
En la carta de Mariano de Cavia antes citada hallamos un interesante extracto del famoso libro Ariel, por el distinguido escritor uruguayo José Enrique Rodó. Rodó es un hispano-americano que no está dominado por la pasión del prejuicio y ve la verdad. En el pasaje de Rodó hallamos también que cita al famoso escritor portugués Almeida Garrett, quien cree también que los portugueses (y los brasileños, por tanto) pueden llamarse con toda propiedad españoles. Las palabras de Rodó en Ariel son las siguientes:
«No necesitamos los sudamericanos, cuando se trate de abonar esta unidad de raza, hablar de una América latina; no necesitamos llamarnos latino-americanos para levantarnos a un nombre general que nos comprenda a todos, porque podemos llamarnos algo que signifique una unidad mucho más íntima y concreta: podemos llamarnos ibero-americanos, nietos de la heroica y civilizadora raza que sólo políticamante se ha fragmentado en dos naciones europeas; y aun podríamos ir más allá y decir que el mismo nombre de hispano-americanos conviene también a los nativos del Brasil; y yo lo confirmo con la autoridad de Almeida Garret; porque siendo el nombre de España, en su sentido original y propio, un nombre geográfico, un nombre de región, y no un nombre político o de nacionalidad, el Portugal de hoy tiene, en rigor, tan cumplido derecho a participar de ese nombre geográfico de España como las partes de la península que constituyen la actual nacionalidad española; por lo cual Almeida Garret, el poeta por excelencia del sentimiento nacional lusitano, afirmaba que los portugueses podían, sin menoscabo de su ser independiente, llamarse también, y con entera propiedad españoles.»{2}
He presentado este problema a los lectores de Hispania a fin de llamar su atención hacia los nuevos, impropios y anticientíficos nombres de América latina y sus derivados. Los artículos y cartas citados dan los argumentos esenciales en favor de la conservación de los nombres tradicionales y correctos. Se ha demostrado también que literatos hispano-americanos y portugueses de la fama y renombre de los internacionales de Rodó y Almeida Garrett se oponen a los nuevos y falsos términos. ¿No debemos, pues, nosotros, miembros de The American Association of Teachers of Spanish, insistir para que los términos nuevos y falsos, recientemente introducidos, se destierren de nuestro vocabulario? ¿No debemos, por consiguiente, insistir nosotros como maestros y hombres de estudio en las verdades de la historia y enseñar a nuestros estudiantes la fraseología más propia? Yo, por mi parte, insistiré en ello. Como editor de Hispania ruego lo más encarecidamente a todos los colaboradores y anunciantes que usen siempre los antiguos, tradicionales y correctos nombres América española, hispano-americano. ¿Qué objeciones podría hacer nadie contra esta conducta?
Pero hay algunos que, aunque convencidos, sienten la necesidad de diferenciar las repúblicas hispano-americanas que hablan español de la que habla portugués. Comprendo enteramente su punto de vista, pero no veo por qué razón para resolver esta dificultad debamos usar terminologías que son totalmente falsas, y yo propondría que diferenciemos, cuando haga falta, usando el nombre Hispanic American en un sentido general para incluir el Brasil, y el nombre Spanish American bien para el conjunto de todos estos países o para los de habla española exclusivamente.
Los norteamericanos son muy amantes de la verdad y la justicia. El uso de los nombres Hispanic American y Spanish American, con los significados indicados anteriormente, se ha adoptado de hecho en nuestro país en varios casos. Tenemos The Hispanic Society of America que, como dice Menéndez Pidal, se dedica al estudio de las instituciones españolas, portuguesas y catalanas. La casa de Sanborn y Compañía ha comenzado a publicar una serie formidable de libros de texto españoles y portugueses, para uso de nuestras escuelas y colegios, bajo la dirección del profesor Fitz-Gerald, de la Universidad de Illinois, la cual se llama, con mucha propiedad. The Hispanic Series. La Compañía Macmillan ha comenzado también a publicar, bajo la dirección del profesor Luquiens, de la Universidad de Yale, una importante serie de libros de texto, y aunque en gran parte está dedicada a la América española, se llama, propiamente, The Macmillan Spanish Series. Y posteriormente se ha fundado una nueva revista histórica, de la que ya han aparecido dos números en este año, dedicada al estudio de la historia de la América española, incluso el Brasil, y redactada por los principales historiadores norteamericanos del ramo, y con toda propiedad se llama The Hispanic American Historical Review.
{1} Este interesante artículo, original del distinguido hispanista norteamericano Dr. Aurelio M. Espinosa, prolífico escritor, notable folklorista, profesor de la Universidad de Leland Stanford, apareció en el número 3 (Septiembre, 1918) de la revista Hispania, órgano de The American Association of Teachers of Spanish.– N. del T.
{2} No tiene menos valor el testimonio del ilustre polígrafo portugués Oliveira Martins, en su divulgadísimo libro Historia de la civilización ibérica. Oliveira estudia, como es natural, el desarrollo político peninsular en su dualidad histórica; y sin embargo, emplea constantemente en todo el libro, salvo el título, el nombre España y sus derivados siempre que quiere significar no ya la unidad geográfica peninsular, sino la unidad, no menos permanentes a través de las vicisitudes históricas, del genio y la civilización hispánicos. Entre los incontables ejemplos que se pueden sacar de este libro elijo los siguientes, que son bien significativos:
«Los portugueses dieron al mundo el mayor poema moderno escribiendo un libro que es el testamento de España. A Portugal cupo una vez la honra de ser el intérprete de la civilización peninsular ante todas las naciones. Ese libro, conjunto de la historia de toda España y acta imperecedera de la existencia nacional portuguesa, es el poema de Camõens Os Lusiadas.»
«En la vida de Europa, después de los griegos –iniciadores de nuestra civilización– figuramos nosotros, italianos y españoles.»
«El extranjero podrá amarnos u odiarnos: no podemos serle indiferentes. España provocó entusiasmos o rencores, jamás fue mirada con desprecio y burla.»
No sería difícil multiplicar las muestras de esta convicción portuguesa recurriendo a los escritores del periodo clásico. Las dos que siguen ofrecen la particularidad de pertenecer a escritores de dos épocas de gran exaltación del espíritu nacionalista portugués.
Francisco de Holanda, iluminador portugués, protegido durante toda su larga vida por los reyes de Portugal, desde don Juan III hasta nuestro Felipe II, en el primero de sus «Cuatro diálogos de la pintura antigua», terminados en 1548, pone en boca de la famosa Vitoria Colonna estas palabras: «Decidle que yo y Messer Lactancio estamos aquí… Pero no le digáis que está aquí Francisco de Holanda, el español.»
El prolijo comentarista portugués Manuel de Faria y Sonsa publicó en Madrid en 1639, durante la anexión de Portugal a España, nada menos que cuatro volúmenes bajo el siguiente título: «Lusiadas de Luis de Camõens, príncipe de los poetas de España.» Y años más tarde, en 1685 y 89, es decir, después de consumada la separación de ambos reinos, publicó en Lisboa otros cuatro tomos con este epígrafe: «Rimas varias de Luis de Camõens, príncipe de los poetas heroicos y líricos de España».– N. del T.
Apéndice
El artículo que antecede, al impugnar la apelación América latina y sus derivados, aboga por el apelativo genuino HISPANO-AMERICANO. Hay, sin embargo, aficionados al apelativo ibero-americano, que a primera vista parece tan apropiado como el verdadero, pero no lo es.
El nombre ibero es demasiado remoto: es recuerdo del nombre griego de una raza coetánea con los qalos, y aun anterior a ellos. Los iberos, desbordando la península, se extendían también por las Galias y hasta Sicilia. Pero los iberos dejaron de existir como entidad activa unos ocho siglos antes que los galos, y de un modo más completo; la península fue disputada por varias razas, celtas, iberos, fenicios, cartagineses, semitas, griegos, romanos; por fin estos últimos, los grandes civilizadores de Europa, adoptaron el nombre HISPANIA, que ha perdurado por más de veinte siglos, aplicado a la península únicamente. Los iberos, muy diluidos, perdieron su entidad entre aquellas razas que después de romanizarse por espacio de más de cuatro siglos se mezclaron con los bárbaros, principalmente con los godos. Así se constituyó la nueva y definitiva raza de la península HISPANIA, conocida por ese nombre en todo el mundo: y luego, por espacio de diez siglos esa raza hispana estuvo evolucionando, desarrollándose y forjando, dentro de la cultura europea, su propia civilización característica, distribuida en varios reinos o naciones, hispanas todas, que gradualmente fueron reduciéndose a dos, España y Portugal, que comprendían toda la península HISPANIA. Por lo tanto, los descubridores y civilizadores de nuestra América no eran iberos, ni celtas, ni fenicios, ni griegos, ni romanos, ni tampoco godos: eran (y somos nosotros) la suma étnica de esas razas, y el producto de aquellos diez siglos de evolución de dichas naciones hispánicas, reducidas a dos solamente al finalizar el siglo XV; eran (y somos) propiamente HISPANOS, españoles, y no otra cosa, así llamados y conocidos en todo el mundo.
De consiguiente, las naciones fundadas y formadas por aquellos descubridores y civilizadores no son ibero-americanas, sino real y propiamente HISPANO-AMERICANAS. Llamarlas ibero-americanas es como llamáramos colonias galas o gálicas a Madagascar y otras colonias francesas (y sin embargo hay mayor proporción de sangre gala en Francia, que sangre ibera en España); es también como si quisiéramos llamar picto-americanos a los angloamericanos o norteamericanos, porque los ingleses son descendientes de los pictos, coetáneos de aquellos remotísimos iberos. Pero no: los ingleses y el mundo entero han rechazado los apelativos pictos, caledonio, &c., conservando únicamente el anglo, anglosajón o inglés, porque la civilización ÁNGLICA acabó con las anteriores y se enseñoreó para siempre del país; del mismo modo y con igual razón, los franceses rechazaron con todo el mundo el calificativo galo, y han conservado los adjetivos franco, francés, porque la civilización de los FRANCOS apagó la antigua de los galos, y se enseñoreó para siempre de Francia. Por idénticos motivos, y con la misma lógica, los HISPANOS que sustituyeron con la suya la civilización de los iberos, fenicios y demás razas que habían residido en la península, desecharon todos esos calificativos y conservaron únicamente el nombre HISPANO, o español, admitido y adoptado por todo el mundo.
Los calificativos picto, galo e ibero pueden muy bien usarse hoy día, y se emplean en sentido retórico, poético, simbólico, anecdótico e histórico; pero de ningún modo se avienen a las condiciones del progreso moderno; y nunca diremos que las sedas de Lyon son artefactos galos, ni que los paños de Tarrasa son artefactos iberos, ni mucho menos que la vacuna de Jenner es un descubrimiento picto, ni que el suero de Pasteur es una invención gala, ni que los descubrimientos de Cajal son ciencia ibera; pictos, galos e iberos eran incapaces de imaginar las invenciones francesas, españolas e inglesas de nuestros tiempos. Preciso es dejar iberismos más o menos ilusorios en su limitada esfera literaria, y atenerse a la realidad del HISPANISMO en las múltiples actividades del progreso moderno; preciso es recordar que no existen artículos de comercio ibéricos, pero sí los hay procedentes de España que necesitan ser anunciados; para lo cual no hay que olvidar, ni borrar ante el público, el nombre de origen, español, hispano o hispánico.
EJEMPLAR INVENDIBLE DEL FOLLETO EDITADO A COSTA DE J. C. CEBRIÁN DE SAN FRANCISCO DE CALIFORNIA REPARTIDO GRATUITAMENTE POR LA COMISARÍA REGIA DEL TURISMO Y CULTURA ARTÍSTICA 12 OCTUBRE 1919
[ Edición íntegra del texto contenido en un opúsculo de 22 páginas, más cubiertas, impreso sobre papel en Madrid 1919. ]