Filosofía en español 
Filosofía en español


Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español

Primera parte ❦ Génesis de la nacionalidad española

§ II
El medio psíquico

Influjo psicoexógeno.– Nuestro ambiente saturado de odio.– Abatimiento del espíritu público.– La incapacidad de las clases directoras.– Complejidad de los sentimientos colectivos.– La mediocridad psíquica.– Interpretación de la ley.– La era del impresionismo.– Jaime Brossa.– Los pseudocríticos.– La reputación general de la Prensa.– El descrédito del periodismo en España.– El imperio de la moda.– El dilettantismo intelectual.–Factores psicosociales negativos.– La climatología moral.– La autointrospección y la observación del medio.– La forma literaria ahogando el espíritu autóctono.– El menosprecio de las cualidades virtuales.– La disolución de la personalidad por el medio.– Las ansias de la opinión sin encauzamiento.– Persistencia del psiquismo primitivo.– Nuevas corrientes.– La pusilanimidad.– El malestar que causa el medio, germen de infuturación.
 

INFLUJO PSICOEXÓGENO.– Hasta que Spencer emprendió sus notables indagaciones, fue considerada la Humanidad por la mayoría de los autores, como una simple acumulación de individuos, cual si fuese una masa gregaria: era incomprensible la estructura social en conjunto y sólo se concebía la acción del individuo, como elemento integrante de la sociedad, independientemente de la influencia y del modo de ser de los demás.

Hoy se estudia el contagio de las enfermedades mentales de la misma manera que la transmisión de las infecciones microbianas. Gabriel Tarde, ha descrito el papel que la imitación juega en la evolución de los pueblos. Si alguien intentara ponerlo en duda, bastaría citar el ejemplo de la extensión de las modas, el influjo de la tradición y las costumbres, hasta tal punto, que con exactitud pudiéramos afirmar que el hombre es hijo del medio.

La educación no es más que un medio psíquico que favorece al individuo. El vicio en sus diversas formas: alcoholismo, prostitución, &c., nace más del contagio, que por aberración en la naturaleza. Finalmente, podríamos citar los modernos estudios de los psiquiatras y criminólogos, los cuales nos confirman las simpatías que engendran anomalías semejantes, hasta el extremo de determinar la génesis de familias neurópatas y de matrimonios criminales.

La sugestión, origen del imitacionismo, puede encauzar la vida de un país en uno u otro sentido, conduciéndolo a la salvación o llevándolo al abismo, según la mentalidad de las clases directoras.

Tales son los aspectos del medio psíquico hispano que vamos a estudiar.

 
NUESTRO AMBIENTE SATURADO DE ODIO.– Cuantos acontecimientos tienen lugar en un país, responden a su estructura y a su funcionalismo. Las distintas manifestaciones de su actividad guardan estrecha relación entre sí y obedecen, por lo general, a un móvil interno. De ahí que la educación cívica sea fiel reflejo del desenvolvimiento mental del individuo y de la nación entera. Los espíritus que en su juventud se desarrollaron en un medio plácido, tranquilo, cuya personalidad se formó en un ambiente de mutua efusión y, por ende, de tolerancia, difícilmente pueden adecuarse a una atmósfera caldeada por el odio, irrespirable de puro enrarecida por alientos de combate cruento y despiadado. Por esto, fuera de España no se concibe que entre nosotros adquieran las luchas civiles fratricidas los caracteres de persistencia que revisten, y han de achacarse a los instintos de ferocidad que anidan en la entraña misma de una gran parte del pueblo, el cual por la circunstancia de vivir sometido a la ignorancia, muestra en todos sus actos una implacabilidad que sintetiza nuestra manera de ser, esquinada y dura, peculiarísima y sin ejemplo en la Historia contemporánea.

 
ABATIMIENTO DEL ESPÍRITU PÚBLICO.– Para hallar una explicación de cómo han sido de todo punto imposibles los injertos de savia nueva en la vida política, es preciso tener en cuenta la laxitud moral del país. A poco que se explore, descúbrese que la conciencia social es, de ordinario, tan rudimentaria, que nos da la medida de lo desvaída e inexpresiva que ha sido y es la labor jurídica de los gobernantes.

 
LA INCAPACIDAD DE LAS CLASES DIRECTORAS.– La falta de civismo de las clases directoras la patentiza el refranero, condensación del saber colectivo y revelación del alma popular. Cuando en un país el Estado ofrece garantías a los derechos imprescriptibles e inalienables inherentes a la personalidad del ciudadano, como en Inglaterra, Suiza, Holanda, Escandinavia, &c., el proceso de integración mental se realiza sin originar las grandes crisis que en algunas ocasiones han puesto en peligro la existencia de los mismos organismos nacionales.

 
COMPLEJIDAD DE LOS SENTIMIENTOS COLECTIVOS.– Como demostró Ribot y más tarde Lebon, Sighele, Pascual Rossi y otros tratadistas, la psicología de los sentimientos colectivos se hace cada instante más compleja y, por lo tanto, precisa puntualizar los conceptos, depurándolos de los errores y de las apreciaciones precipitadas, que la preocupación dicta. Antes de formular un juicio, es indispensable contrastar, por medio de la observación, los datos que nos sugirió el análisis detenido de cada uno de los factores que intervienen en el dinamismo de la colectividad.

 
LA MEDIOCRIDAD PSÍQUICA.– Son tantas las incógnitas a despejar en los fenómenos sociales por los hombres que han convertido en hábito el estudio y que pretenden desentrañar los secretos existentes en la dinámica social, que precisa una preparación muy vasta para no limitar el estudio a las manifestaciones externas de los acontecimientos, restringidos el pensamiento y la acción por el efecto deletéreo y agostador que produce en todos los órdenes esa plaga que se llama el saber a medias. Es incontrovertible que el peor de los azotes, la más grave de las fermentaciones, la hallamos en la tiranía de la gente mediocre, ante la cual, y para no someterse a ella, el individuo que teme los peligros que le acechan, apela a la hipocresía para defenderse del poder atrofiante que el medio, cuando no es elevado, ejerce en él y en los suyos. Esta clase mediocre, cuando se erige en portavoz, arrastra hacia un abismo de errores a la multitud, que es víctima de la sugestión de un falso ideal.

 
INTERPRETACIÓN DE LA LEY.– En España los Códigos vienen a ser la estratificación de la vulgaridad y del saber a medias. Entre nosotros todo el que se precie de culto, ha de abogar, pues, por el arbitrio judicial, porque de la misma suerte que se tiende a estudiar al delincuente con preferencia a la transgresión de las leyes, quienes las aplican han de tener una cierta franquía para dictar sus resoluciones acomodándose, según convenga, a cada caso, en vez de partir de supuestos generales.

 
LA ERA DEL IMPRESIONISMO.– Es lastimoso lo que viene ocurriendo en nuestro país desde hace dos o tres lustros. Con cualquier motivo y en distintas ocasiones, ofrécense al observador muestras evidentes de cuán menguada es la cultura de la mayoría de los oradores y de los publicistas. De otra suerte, no se comprendería que se emitieran los juicios acerca de problemas de entidad con tanta ligereza y falta de conocimiento de la serie de concausas que originaron la situación nacional, terrible y angustiosa, en que nos hallamos.

 
JAIME BROSSA.– Recientemente, un escritor reputado y estimable en cierto respecto –si no estuviese poseído del prurito de epatar– disertó en Bilbao acerca de las cuestiones candentes del regionalismo y la autonomía y de las aspiraciones del catalanismo en oposición con el castellanismo. Jaime Brossa, que es el escritor a quien me refiero, dijo ante un auditorio distinguido y docto –habló en la Academia de Derecho– varias cosas importantes, que revelan perspicacia y espíritu cultivado; pero incurrió en flagrantes contradicciones y sentó principios erróneos y falsos. A propósito de la materia que era objeto de su conferencia, hizo un esbozo de la psicología étnica y, pretendiendo lucir sus dotes de causeur ameno e intencionado, puso al descubierto, por la imprecisión de la terminología usada, su falta de estudio de las principales disciplinas históricas y psicológicas, y el total desconocimiento de las más elementales nociones de la geografía y la economía de los pueblos latinos.

 
LOS PSEUDOCRÍTICOS.– Asombra la inmodestia de esos escritores catalanes que, como Ribera y Rovira, Eugenio D'Ors, Santiago Rusiñol y sobre todo y más que todos Jaime Brossa, siempre se figuran que escriben para un público ignorante y estúpido. Es muy significativo que no pocos de estos escritores, en vez de circunscribirse al cultivo de la crónica y a la glosa impresionista de las comidillas diarias, pretendan oficiar de grandes críticos. Y esta tarea tan difícil y compleja, no se aviene con sus aptitudes ni con la indisciplina mental característica de cuantos se consagran, dentro del periodismo, a los géneros más literarios. La tendencia dilettantista, que lleva a los escritores superficiales a entrometerse en los asuntos palpitantes y que revisten singular transcendencia social, no es privativa de un país, sino que puede considerarse como genérica. En Francia, en Italia y en Bélgica, sucede lo propio. Los temas de Psicología colectiva, de Psiquiatría, de Antropología criminal, &c., atraen la atención de los periodistas encargados de escribir los artículos de fondo y las apostillas acerca de los acontecimientos más salientes que han tenido lugar durante la semana. Pero lo incontrovertible, lo que salta a la vista, donde quiera que dirijamos la mirada escrutadora, es que en las naciones citadas los escritores poseen una preparación básica que están muy lejos de tener los nuestros.

 
LA REPUTACIÓN GENERAL DE LA PRENSA.– Por esto observamos que, mientras en aquellos países los periódicos gozan de la consideración del público, en España apenas contamos con media docena de firmas prestigiosas que interesen verdaderamente a la opinión. Y la escasa influencia que aquí ejerce el llamado cuarto poder, débese, en gran parte, a que el periodismo no ha sido ni será, probablemente, un oficio que exige aprendizaje y estudio.

La conferencia de Brossa adoleció de los defectos tan comunes en los escritores que redactan los fondos de los grandes rotativos madrileños y aun en los modestos periodistas provincianos. Ha de reputarse como achaque general, entre los que ejercen la tarea de comentar los sucesos en la Prensa, la grandísima falta de acomodación a la realidad y la casi absoluta ausencia de penetración psicológica.

 
EL DESCRÉDITO DEL PERIODISMO EN ESPAÑA.– El descrédito de la Prensa española, obedece a que la opinión se ha convencido de que aquélla no puede interpretar las aspiraciones de la colectividad, porque jamás supo recoger sus latidos, ni siquiera en las horas terribles de los grandes desastres nacionales. Sin duda por eso, ahora nadie toma en serio las más acerbas censuras contra un político o un personaje influyente en el mundo financiero. La circunstancia de que las firmas se hagan de prisa y como de improviso y se creen las reputaciones periodísticas con tanta facilidad, ha contribuido poderosamente al fracaso, tal vez definitivo, de los periódicos de mayor circulación.

De todos los organismos sociales de España, el que sufre con mayor intensidad los efectos de los propios yerros, es la Prensa. Todas las instituciones –políticas, económicas, pedagógicas, &c.– atraviesan una profunda crisis; pero ninguna reviste el alcance y las proporciones de la que en estos momentos amenaza la existencia de los periódicos populares. El desvío y la hostilidad del gran público se manifiestan por todas partes, y si no cambian de rumbo nuestros más importantes diarios, antes de un decenio habrán desaparecido del palenque, porque la fuerza de la opinión creará nuevos órganos capaces de comprender y secundar sus anhelos. La bancarrota de la Prensa española es la demostración más palmaria de que el medio saber no puede dictar normas de conducta para todo un pueblo y que cuando se pretende desempeñar la función tutelar y rectora es indispensable poseer dotes de capacidad, y hondo conocimiento de las necesidades de la época, ciñéndose, como es consiguiente, a ser fiel reflejo del alma de las muchedumbres. A sintetizar los deseos de todas las clases sociales y dar forma a sus vagas intuiciones es a lo que debería dedicarse la Prensa para recuperar la confianza que ha perdido; pues la misión propulsora que le compete sólo podrá llevarla a cabo cuando se inspire en los dictados de la conciencia social.

Hay que declararlo sin eufemismos: la Prensa es cien veces inferior al país. No hay, ni en Turquía, periódicos tan esclavos de la rutina como los que pretenden ser árbitros de nuestros destinos, y que con su monoideísmo se van apartando cada día más de las corrientes progresivas que predominan actualmente en el mundo culto.

 
EL IMPERIO DE LA MODA.– Entre nosotros la moda transciende más allá de lo que se supone; alcanza a todos los órdenes de la actividad e invade la esfera misma del pensamiento, dando lugar a diversas manifestaciones y aun originando determinadas corrientes estéticas, que llegan a modificar el gusto del público. En los pueblos de raza latina, y en el nuestro especialmente, la impresionabilidad es uno de los elementos predominantes de la acción, y por esto nos entregamos a las primeras de cambio, convirtiéndonos en serviles plagiarios de cualquier intento que nos imponga el reclamo de la industria artística de París. Somos en tal alto grado tributarios de los engendros que importa el snobismo en sus más variadas formas, que no hay exageración ni extravagancia que no hallen entre nosotros fácil acogida y resueltos partidarios. Nuestra superficialidad es terreno fértil y abonado para toda clase de simiente, venga de donde viniere, con tal de que sea compatible con nuestra ingénita pereza mental. Abrimos los brazos a las más disparatadas innovaciones, mientras podamos hermanarlas con la ranciedad, harto arraigada en lo profundo de la conciencia social.

Esos cambios aparentes que los caprichos de la moda brindan a la vanidad y la presunción, se avienen perfectamente con la manera de ser de los individuos y de la colectividad entera, porque colman su menguada dosis de inquietud y satisfacen por completo los pujos de innovación que siente la mayoría de las gentes.

Si en España tuviéramos un verdadero y hondo afán por adueñarnos las conquistas de la civilización, y el cultivo del espíritu cautivase la atención general, promoviese un vivo interés y fuera motivo de intensas agitaciones en los organismos de la sociedad, no serían tan sensibles y revestirían menos gravedad los estragos que ocasiona el predominio de la moda en sus distintas fases. La ausencia casi absoluta de inquietudes íntimas y la inercia interior, hacen más patente el empuje que adquieren los vaivenes de la opinión. Influida ésta predominantemente por la exterioridad, sólo de ella se paga y a ella únicamente le rinde pleitesía.

En tanto no asomen a la superficie los primeros impulsos de una gran cordialidad y la efusión no transcienda a nuestros actos, no surgirá la protesta airada que requiere el constante ejercicio de las facultades psíquicas todas, en el individuo y en la raza, como dice Baldwin.

El gran psicofisiólogo alemán W. Preyer, que ha buceado con gran asiduidad en lo hondo de la subconsciencia del niño, pone de relieve los grandes inconvenientes y peligros que llevan aparejados los sistemas educativos que parten de la presunción. En España, por desgracia, apenas comienzan a ponerse en práctica las nociones que preconiza la Pedagogía contemporánea, basada en el método experimental y comparativo. De ahí que todo sea entre nosotros cortical y que tengan escasa vitalidad las distintas modalidades de la ideación. Y este fenómeno tan sólo cabe explicárselo examinando cuidadosamente las costumbres, los hábitos, las instituciones, las leyes, &c., y, sobre todo, fijándose en el desprecio que el país siente por cuanto signifique esfuerzo conjugado, obra hecha en común y en interés de la colectividad.

 
EL DILETTANTISMO INTELECTUAL.– El espíritu de asociación, sobre ser débiles sus manifestacionantes, carece aquí del entusiasmo indispensable para trazar a las clases directoras y a los Gobiernos la trayectoria que indispensablemente han de seguir si pretenden afianzar las más elementales normas de la conducta cívica. Los intelectuales convierten su oficio en un mero deporte, quizás porque no se dan cuenta de la alta misión rectora que les incumbe realizar, o porque desconfían de sí mismos para llevar a cabo la función social que les compete en este momento histórico. De todas suertes, es evidente que, al inhibirse de la tarea que les está encomendada, contribuyen a la atonía general y por omisión se convierten en reos de leso patriotismo.

El mariposeo es siempre negativo y en cierto modo perjudicial; pero donde causa mayores daños es en el orden de la cultura. Mientras los escritores y los artistas permanezcan apartados e indiferentes ante las contiendas que se libran en el seno de la sociedad española, estarán muy lejos de lograr la eficiencia para sus producciones y no conseguirán influir directamente en el desenvolvimiento social del pueblo.

Hay que desechar el dilettantismo frío y burgués para buscar en el alma de las muchedumbres los temas de inspiración. Sólo entonces se hallarán los intelectuales en situación adecuada para influir y determinar las corrientes de opinión en el país, y al mismo tiempo que educarán al público, asegurarán la hegemonía del intelectualismo y darán al traste con las oligarquías corruptoras dominantes, creando la conciencia y la intencionalidad en el pueblo y preparándole para que acierte a distinguir el trigo de la cizaña.

 
FACTORES PSICOSOCIALES NEGATIVOS.– La vida del pueblo español, por no haberse desarrollado de una manera gradual, ofrece tales incongruencias que bien puede decirse que la inconexión del pensamiento se debe en gran parte a los cortes de que toda personalidad es objeto, debidos a la herencia y a las anomalías del medio social (hipocresía, intolerancia, &c.), y por esto es difícil hallar los tipos completos, que sólo pueden formarse cuando el medio, si no es propicio, por lo menos no es contrario en absoluto a la libre manifestación de las iniciativas individuales.

Se observa, como tónica general, que en España el factor determinante de los movimientos colectivos obedece casi constantemente más que a un ideal positivo a una explosión de odios concentrados, efecto de la defensa del organismo social contra un medio impropio; pero, desgraciadamente, esta repulsión no está orientada a causa de la incultura general. Muy pocas veces el móvil de las agitaciones sociales aquí registradas durante largos períodos de tiempo, ha sido un anhelo de efusión sincera. Son contados los acontecimientos que, al exteriorizarse, hayan revelado un hondo y fuerte impulso de íntima y fraternal solidaridad moral. Jamás los hombres representativos de España han llevado a la tribuna pública un programa político pletórico de idealidad, que pudiera calificarse de condensación de las ansias renovadoras que inspiran en todos los países adelantados la gestión de los partidos reformadores, radicales, o como quiera llamárseles.

 
LA CLIMATOLOGÍA MORAL.– La eficacia terápica del sufrimiento es incontrovertible, mientras no embote la sensibilidad. Evidentemente, por la reacción operada en el organismo, el poder curativo del dolor se convierte en un elemento activísimo y eficaz para reconstituir nuestras energías todas; templa los caracteres más pusilánimes y los hace aptos para las luchas del vivir. Los actos menos complejos –hecha excepción de los instintivos– requieren una dilatada serie de ensayos experimentales y un aprendizaje que, necesariamente, ha de ser largo también. La selección de movimientos en el desenvolvimiento orgánico en el niño, y la inclinación del hombre a realizar determinados actos se operan por el propio procedimiento. Las decepciones inherentes a los tanteos en que se ha de concretar toda tarea, por sencilla y fácil que parezca, y las dificultades con que se tropieza, estimulan y aguijonean la curiosidad. El dolor físico y con él la perturbación de la integridad del organismo, sirven como de anticipación, que diría Wells, de un peligro máximo, y se han de considerar, a la vez, como muestras de vitalidad y capacidad prolífica en el individuo y las variedades étnicas. Todas las contrariedades que subsiguen a una crisis aguda –somática y psicológica– y el remordimiento mismo, como todo lo que es producto de la acción, constituyen, en rigor, una enseñanza aprovechable y son consecuencia natural de los casos que a diario ofrece la práctica corriente y normal a cuantos les place estudiar los fenómenos psíquicos.

En párrafos anteriores se ha evidenciado el profundo malestar que los espíritus sanos sienten en España, en un medio inadaptable, por la miseria, por la hegemonía de la mediocridad, por la falta de contenido en los programas políticos, y por la desidia de las clases directoras. No hay ninguna duda que de este dolor social, nacido de la oposición del medio al libre desenvolvimiento de la personalidad, surge el espíritu de protesta, que se rebela contra lo estatuido y que es el destinado a derribar el orden actual de cosas.

 
LA AUTOINTROSPECCIÓN Y LA OBSERVACIÓN DEL MEDIO.– No hay mejor manera de conocerse a sí mismo que observando con alguna continuidad los propios actos. El estudio de su proceso genético y su desarrollo nos permitirá inducir los móviles originarios de los mismos y su correlación con nuestra personalidad y el medio circundante, único modo de conseguir el equilibrio y la ponderación en el expansionamiento integral de la efusión, de la cordialidad y, en una palabra, de la atracción sexual y el amor. De ahí que para que podamos mantener en correlación todos los aparatos, sistemas, miembros y energías de nuestro organismo, sea preciso el autodominio, factor indispensable para enfrenar las pasiones y lograr la realización de los más bellos y sublimes ensueños que acercan al individuo a la esfera de lo puro e inefable. Para realizar esta función, es indispensable que nos percatemos de las influencias del medio que obran sobre nosotros y que operemos una selección sobre ellas. Soñar en nuestra impasibilidad es un absurdo. Cada instante se comprende más que los espíritus que han sondeado con ahínco la propia personalidad, tengan exigencias de índole diversa, muy superiores a las de las gentes sencillas y que, por lo tanto, la conducta de aquéllos no pueda menos de atemperarse a lo que mejor cuadra con su idiosincrasia.

 
LA FORMA LITERARIA AHOGANDO EL ESPÍRITU AUTÓCTONO.– La miopía intelectual ha engendrado el parasitismo en la literatura, y la poquedad de espíritu, producto de la herencia psicológica del catolicismo, se oculta, como diría el insigne Clarín, entre las cenizas de la benevolencia afectada y falsa.

Aun cuando uno de los más notables escritores pertenecientes a la nueva generación, como Ortega Gasset, haya proclamado recientemente «que la sinceridad es una de las formas de la barbarie», precisa convenir que semejante afirmación no puede aplicarse en cuanto atañe a la modalidad de nuestro país, ya que a fuerza de dar más valor del que intrínsecamente tienen a las ficciones, los formulismos y lo alegórico, se ha sofocado lo que de peculiar y privativo anidaba en el alma popular.

Ante todo, y por encima de todo, hemos de indagar en el seno de las colectividades, en la ciudad y en la aldea, en el llano y en las cimas de los montes, y así nos pondremos en condiciones de conocer la manera de ser, la contextura intima del pueblo.

 
EL MENOSPRECIO DE LAS CUALIDADES VIRTUALES.– Acaso el mayor peligro de cuantos nos acechan a los moradores del viejo solar hispano, estribe en la falta de bravura para explorar en esa eterna cantera del alma nacional. El fariseísmo escéptico y burlón ha hecho estragos entre nosotros. Todas las clases sociales, casi sin excepción, son víctimas propiciatorias, torpemente inmoladas a una falsa consideración ajena, a la preocupación del concepto que de nuestras acciones formen los demás, para desvanecer la cual no vacilamos en hipotecar lo más sagrado, aquello que nos es propio, los fueros de la individualidad misma.

El sedimento de la herencia ancestral pesa todavía sobre la generación presente, de tal modo, que nuestra existencia entera la informa el horror a lo nuevo, el misoneísmo, que tan admirablemente estudió el famoso psiquiatra César Lombroso, el denodado fundador de la Antropología criminal.

A pesar de que a las gentes superficiales puede parecerles empeño vano el insistir en la tarea, objetiva por esencia, de la indagación, los hechos demuestran en cuán craso error incurren los que hablan con menosprecio de esta función social tan útil y benéfica en sus efectos inmediatos y remotos.

Después de todo, es incontestable que lo primordial, en la vida, es la adecuación del individuo al ambiente que la casualidad le deparó. Ahora bien; hay quienes procuran atemperar su conducta a lo que las circunstancias de lugar, tiempo, posición social, elementos económicos, &c., reclaman de ellos, y como por otra parte se esfuerzan en conservar y acentuar los peculiares rasgos para desenvolver cumplidamente las aficiones que constituyen, por así decirlo, el carácter, a veces no tienen más remedio que entregarse en brazos de la astucia y la hipocresía para no perder aquellas cualidades más suyas, para salvaguardar lo que de originales tuviesen.

 
LA DISOLUCIÓN DE LA PERSONALIDAD POR EL MEDIO.– Es indudable que un sinnúmero de desviaciones de la personalidad, estudiadas por Ribot, Tissié, P. Janet y Mosso, son debidas a la presión que las preocupaciones sociales ejercen aún en aquellos tipos que Sergi denomina eugénicos. En los países atrasados, verbigracia, España, las mentiras convencionales, que con tanta sagacidad exploró Max Nordau, cohíben y coartan las iniciativas individuales e impiden la renovación del ambiente estético y ético en que se desarrolla la colectividad, víctima de sí misma y de la enemiga sistemática con que son acogidos todos los rasgos del ingenio individual que tengan una significación renovadora o tan sólo ampliativa. La reconstitución espiritual de España habrá de ser obra de muchos años, lenta y costosísima, porque las resistencias pasivas se vencen con grandes dificultades. En pocos países hállase tan arraigada la parte formal de la tradición como aquí, y por esto al pasado le rendimos un culto externo, más por hábito ancestral que por convicción. Nuestra vida interna responde sencillamente al más envilecedor de los imitacionismos; carece de toda idealidad y queda reducida a un puro mecanicismo. Acaso seamos el ejemplo único en la historia contemporánea de un pueblo que, vistiendo a la última moda, piensa casi como en la Edad Media.

 
LAS ANSIAS DE LA OPINIÓN SIN ENCAUZAMIENTO.– Las clases directoras, los intelectuales inclusive, no se dan cuenta del triste papel que desempeñan sumidos en la inacción, pudiendo realizar una misión brillante, que les serviría de provecho y ungiría de gloria y de respeto sus nombres para que llegasen a las generaciones venideras. Los movimientos colectivos no surgen de improviso; su elaboración es la obra conjugada de múltiples energías combinadas y dirigidas a una finalidad objetiva. El ideal, cuando transciende y encarna en lo íntimo de la colectividad, es porque poseyó virtualidad y porque su psique estaba en disposición de recibir los efluvios fecundantes de la emoción. La climatología moral, como la física, es la resultante del concurso de agentes múltiples y distintos.

 
PERSISTENCIA DEL PSIQUISMO PRIMITIVO.– La constitución social de la nación española, fiel reflejo de un dinamismo monótono y parcial, demuestra la escasa capacidad que posee el pueblo para sentir la emulación y el deseo de prosperar. La ruindad de las pasiones ha connaturalizado a las gentes con toda suerte de errores que, aun puestos de relieve por la experiencia, perduran, sin embargo, en la conciencia popular y siguen siendo la base de nutrición de su intelecto rectilíneo y rudimentario. La superstición alcanza hoy en aldeas y urbes el mismo poderío que hace un siglo. Las leyendas, las consejas, la milagrería y todos cuantos fenómenos sociales signifiquen estratificación mental, han obtenido carta de naturaleza y subsisten incólumes. ¿Qué cabe esperar, pues, de un país tan poco dispuesto para reobrar? Por ahora, muy poco, casi nada.

 
NUEVAS CORRIENTES.– Ha de ser una tarea ímproba, por el continuado y nervudo esfuerzo que requiere, la transformación sucesiva, gradual, para infundir a todas las clases: sociales el entusiasmo y aun la devoción por los postulados de la Ciencia, el Arte, la Literatura, la Filosofía y, en general, el cultivo de la mente; para ir aplicando sus inducciones en la esfera práctica y gozar de las ventajas que la socialización de la cultura supone. Actualmente, la producción dramática nos da la medida exacta de la ininquietud espiritual y de la mediocridad que priva en todas las capas sociales.

Examinando el dinamismo de la sociedad en varios de sus aspectos principales, se advierte la fuerza avasalladora que ejercen los intereses creados entre los habitantes del campo y de la ciudad, del centro y de la periferia; entre los doctos y los ignorantes, los pobres y los ricos, el proletariado y la burguesía, los profesionales y los artistas, &c.

 
LA PUSILANIMIDAD.– Es evidente que los intelectuales más audaces carecen de valor personal para exteriorizar sus doctrinas, y así se comprende que insignes escritores teman los juicios de la pseudo opinión pública y se preocupen de ser gratos y de conseguir la consideración ajena, con lo que cometen la torpeza de someter indirectamente sus obras a la sanción de los filisteos a quienes dicen despreciar. Y esto es realmente asombroso, porque supone una capitis diminutio en el productor de ideas, que ha de aspirar, sobre todo y sobre todos, al glorioso título de hacedor. La timidez, en sus distintos matices, distingue y caracteriza a nuestro pueblo, que ha perdido su genio peculiar y en la hora actual es un autómata semoviente, un cadáver galvanizado.

Los políticos que blasonan de más atrevidos y acometedores, resultan, bien estudiados, unos pusilánimes. Esta es la tierra clásica de los proyectistas, pues todo queda reducido a habladurías de comadres. Por poco que se ahonde en el análisis, se adquiere la convicción firmísima y dolorosa de que la tendencia a la acción es débil e intercurrente. Mientras no nos venzamos a nosotros mismos, cabe asegurar que no modificaremos la climatología moral del país. Esto habría de ser una empresa colectiva, como dijo Joaquín Costa, llevada a cabo con cariño y decisión. No es posible improvisarla, porque exige la reeducación de los adultos y una nueva orientación en la puericultura española, que, por desdicha nuestra, no puede ser más anticientífica e impropia de la época contemporánea y de una nación civilizada.

 
EL MALESTAR QUE CAUSA EL MEDIO, GERMEN DE INFUTURACIÓN.– Mientras la gran masa del país permanezca insensible a los sufrimientos, no se iniciará siquiera el movimiento de regeneración. Todo intento de mejora supone la existencia de la noción consciente de un hondo malestar, y, por consiguiente, el propósito de enmienda es siempre un epifenómeno de la sensibilidad agudizada por el dolor, que nos hace suspirar por la salud, en cuanto ésta significa bienestar y dicha. Esto es lo que falta en España: la aspiración colectiva de ser de veras dichosos.