Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta XXII

A cierto amigo que le reprehendió porque no daba a luz las muchas Cartas laudatorias, que suponía haber recibido

1. Muy señor mío: La reconvención, que Vmd. me hace en la suya, que acabo de recibir, me ha sido hecha por otros muchos en diferentes tiempos, ya de palabra, ya por escrito. Supone Vmd. que desde que empecé a mostrarme al Público en cualidad de Escritor, habré recibido sucesivamente tantas Cartas gratulatorias, o laudatorias de mis obras, que podría formarse de ellas un justo volumen, igual, por lo menos, en el cuerpo a cualquiera de los que produje hasta ahora; y sobre esta suposición, extraña que no haya dado a luz estas Cartas, o incorporadas en un Tomo, o disgregadas en algunos de los impresos, como hicieron otros muchos Autores.

2. Es así, señor mío, que las Cartas, que he recibido sobre el asunto expresado, fueron tantas, que podrían llenar, no sólo un justo volumen, mas aun tres, o cuatro. Pero dígame Vmd. por vida suya, ¿qué utilidad [309] resultaría al Público de la lectura de tales Cartas? ¿Qué interés tiene éste, en que éstos, o aquéllos aprueben mis tareas? Dirá Vmd. como apasionado mío, que soy interesado yo mismo, o es interesada mi gloria en que se vea que son muchos los que me aplauden, mayormente si éstos están bastantemente autorizados, para hacer juicio sobre los asuntos de mis Escritos. Pero esto, en buen romance, sería pretender una gloria verdadera por medio de una vanagloria; porque bien mirado, ¿qué más tiene de jactancia reprehensible el alabarme yo a mí mismo, que ostentar por medio de la Imprenta las alabanzas que me dan otros?

3. No ignoro, que otros Autores de sobresaliente mérito, y conocida modestia lo hicieron. Pero debo discurrir, que los movieron algunas particulares razones, que en mí no militan. ¿Qué sé yo si a ello fueron impelidos por algún irresistible precepto? ¿Qué sé si por docilidad de genio se dejaron vencer de importunos ruegos de algunos amigos suyos?

4. El célebre Marqués de Santa Cruz, que sacrificó su vida a su celo en la infeliz batalla de Orán, entre muchas ilustres virtudes, de que era adornado este nobilísimo Caballero, poseía en grado superior la de la modestia; de modo, que no sólo no se le oyó jamás una palabra en que exprimiese algún concepto de su mérito, mas ni oyó con agrado alabanza alguna que le tributasen en su presencia; antes discretamente repelía el elogio, procurando persuadir eficazmente que era muy propasado. Este Caballero dio a luz no pocas Cartas Gratulatorias, en que algunos distinguidos personajes recomendaban como utilísimas sus nunca bastantemente alabadas Reflexiones Militares. ¿Quién sin temeridad podrá juzgar de un hombre tan modesto, que esto fue efecto del amor propio, u de alguna especie de vanagloria? Lo que yo creo, y debe creer todo el mundo es, que, o fue obligado a ello de sus amigos, no pudiendo su afectuoso corazón negarles esta complacencia; o impelido de la persuasión de [310] sujetos, por su altura tan respetables, que le pareció deber mirar la persuasión como mandato; u del celoso amor de su patria, a quien quería inclinar al estudio útil de sus Escritos, mostrándole la estimación que de ellos hacían los Extranjeros; o lo que es más cierto, intervinieron todos tres motivos juntos. Yo sólo tuve el de la sugestión de los amigos; pero no me pareció deber hacerme éste mucha fuerza, no interesándose en la publicación de dichas Cartas la utilidad pública, que yo no podía esperar de la lectura de unos Escritos, que sólo contenían mis aplausos; los cuales, por otra parte, cuando yo había ya empezado a experimentar las iras de la envidia, temía encendiese más la de algunos émulos, que tuviesen los elogios por verdaderos, que por falsos.

5. Esto segundo es lo más común. Por lo menos, los que saben señalar el precio justo a las cosas, comprehenden muy bien, que los aplausos que se rinden a un Escritor en Cartas dirigidas al mismo, valen mucho menos de lo que suenan. ¡Cuántas de estas dicta la adulación a pesar del dictamen opuesto! Sin que obste a ello el que no se descubra interés que lo fomente ¿Porque quién puede asegurar, que no interviene algún recóndito? Ni es menester que haya interés sensible. Hay quienes son aduladores por genio, y no tienen en adular otro fin, que satisfacer la propia inclinación. Lo peor es, que si yo imprimiese las Cartas, los más mirarían los elogios en sus Autores no más que como lisonja; y en mí el imprimirlas condenarían como jactancia. Y esto es cuanto sobre este asunto tengo que responder a Vmd. cuya vida guarde Dios, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 308-326.}