Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro octavo, capítulo XII

De las afecciones de familia

Toda amistad descansa en una asociación, como ya hemos dicho; pero quizá pueda distinguirse entre las demás afecciones la que nace del parentesco o la que procede de una unión voluntaria entre compañeros. En cuanto al lazo que une los ciudadanos entre sí, o que se establece entre los miembros de una misma tribu o entre los pasajeros durante la navegación, así como respecto de todas las uniones análogas, todas estas son relaciones de mera asociación más bien que otra cosa. Parecen como consecuencia de cierto contrato, y aun se podrían colocar en la misma clase las relaciones que resultan de la hospitalidad.

La amistad, la afección, que nace del parentesco tiene también muchas especies; pero todos los afectos de este género se derivan de la paternal. Los padres aman a sus hijos considerándolos como una parte de sí mismos; y los hijos aman a sus padres, estimando que les son deudores de todo lo que son. Pero los padres saben que los hijos han salido de ellos, mucho mejor de lo que los seres por ellos producidos saben que proceden de sus padres. El ser de quien procede la vida, está más íntimamente ligado al que ha engendrado, que el que ha recibido la vida lo está a aquel a quien debe la existencia. El ser, que sale de otro ser, pertenece a aquel de quien nace, como nos pertenece una parte de nuestro cuerpo, un diente, un cabello, y en general como una cosa cualquiera pertenece al que la posee. Pero el ser que ha dado la existencia no pertenece absolutamente a ninguno de los seres que proceden de él; o por lo menos, les pertenece menos estrechamente. Sólo después de mucho tiempo puede pertenecerles. Por el contrario, los padres aman a sus hilos inmediatamente y desde el acto de nacer, mientras que los hijos no aman a sus padres sino después de muchos adelantos, de mucho tiempo, y cuando han adquirido inteligencia y sensibilidad. Esto explica también por qué las madres aman con más ternura. Así, los padres aman a sus hijos como a sí mismos; los seres que salen de ellos son en cierta manera otros ellos, cuya existencia está como desprendida de la [234] suya; pero los hijos aman a sus padres sólo como nacidos de los mismos.

Los hermanos se aman entre sí, porque la naturaleza ha querido que nacieran de los mismos padres. Su paridad relativamente a los padres de quienes han recibido la existencia, es causa de la paridad de afección que se manifiesta entre ellos. Y así se dice que son de la misma sangre, del mismo tronco, y otras expresiones análogas; y realmente son en cierto modo de la misma e idéntica sustancia, si bien seres separados. Además la comunidad de educación y la conformidad de la edad contribuyen mucho a desenvolver la amistad que les une.

«Se complacen fácilmente los que son de la misma edad»{172}.

Cuando se tienen las mismas inclinaciones, no cuesta trabajo hacerse camaradas. He aquí por qué la amistad fraternal se parece mucho a la de los camaradas. Con respecto a los primos y parientes de los demás grados, el cariño que se tienen no tiene otro origen que el proceder de un tronco común. Unos se hacen más íntimos, otros viven más alejados, según que el jefe de la familia es más próximo o más remoto.

El amor de los hijos para con sus padres y de los hombres para con los dioses es como el cumplimiento de un deber respecto de un ser superior y benéfico. Los padres y los dioses nos han hecho el mayor de los beneficios, porque son los autores de nuestra existencia; nos crían y después de nuestro nacimiento nos aseguran la educación. Si por otra parte esta afección de los miembros de la familia les procura en general más goces y utilidad que las afecciones extrañas, es porque la vida es más común entre ellos. En la afección fraternal hay todo lo que puede haber en la afección de los camaradas; y además es tanto más viva cuanto más sanos son los corazones y se parecen más en general. Tanto más se arraiga el cariño cuanto más íntimamente se vive desde la infancia, pues, procediendo de los mismos padres, se tienen las mismas costumbres, se alimentan y se instruyen de la misma manera, y las pruebas que reciben uno de otro llegan a crear lazos tan múltiples como sólidos.

Los sentimientos de afecto son proporcionados en los demás grados de parentesco. La afección entre marido y mujer es evidentemente un efecto directo de la naturaleza. El hombre por [235] naturaleza se siente más inclinado a unirse de dos en dos, que a hacerlo con sus semejantes mediante la asociación política. La familia es anterior al Estado, y es aún más necesaria que el Estado, porque la procreación es un hecho más común que la asociación entre los animales. En todos los demás animales la aproximación de los sexos no tiene otro objeto ni otro alcance. Por lo contrario, la especie humana cohabita, no sólo para tener hijos, sino también para sostener todas las demás relaciones de la vida. Bien pronto las funciones se dividen, pues que la del hombre y la de la mujer son muy diferentes; y los esposos se completan mutuamente, poniendo en común sus cualidades propias. Esta es precisamente la causa por qué en esta afección se encuentran a la vez lo útil y lo agradable. Esta amistad puede ser la de la virtud, si los esposos son ambos probos, porque cada uno de ellos tiene su virtud especial y por esta razón pueden complacerse mutuamente. Los hijos en general constituyen un lazo más entre los cónyuges, y así se explica por qué estos se separan más fácilmente cuando no los tienen; porque los hijos son un bien común de los dos esposos, y todo lo que es común es prenda de unión.

Pero indagar cómo deben vivir el marido y la mujer y, en general, el amigo con su amigo, es absolutamente lo mismo que indagar cómo deben ser justos el uno para el otro{173}. Por lo demás es claro, que no son las mismas reglas de conducta las que deben observarse con un amigo, con un extraño, con un camarada, o con un simple compañero que por azar y por poco tiempo hemos conocido.

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{172} Véase la misma sentencia casi en los mismos términos en la Moral a Eudemo, lib. VII, cap. II.

{173} Es decir que se deben ordenar según la recta razón las relaciones entre esposos. observación profunda como otras que contiene este capítulo verdaderamente notable.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 233-235