Filosofía en español 
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Parte tercera Edad moderna

Libro I Reinado de Carlos I de España

Capítulo XXIV
Tratos con Barbarroja
Desastrosa jornada de Carlos V a Argel
1541

Silencio de los historiadores sobre este punto.– Documentos que nos informan de él.– Carta del capitán Alarcón a Barbarroja.– Entrevista de Alarcón y Barbarroja en Constantinopla.– Tratos para atraer a Barbarroja al servicio de Carlos V y condiciones que faltaban para venir a concierto.– Capítulos a que Barbarroja accedía.– Sentida carta del rey de Túnez al secretario de Carlos V, exponiéndole su situación y pidiendo auxilio.– Ida y estancia oculta del capitán Vergara en Constantinopla.– Proposiciones de Barbarroja.– Cómo se desconcertaron los tratos.– El capitán Rincón.– Proyectos del sultán contra Túnez.– Determina Carlos V la conquista de Argel.– Razones que alegaba para justificar la expedición.– Las de sus generales en contra de la empresa.– Resuélvese Carlos contra el dictamen de estos.– Grande ejército y armada.– Peligrosa navegación.– Arrogancia del gobernador argelino.– Huracanes y borrascas.– Triste y calamitosa situación de los imperiales a la vista de Argel.– Estragos grandes en la flota y en el campamento.– Valor y serenidad de Carlos V.– Desastrosa retirada.– Magnanimidad del emperador.– Reembárcase el ejército.– Nuevos infortunios.– Dispersión de la flota.– Regreso de Carlos a España.
 

Antes de referir la desventurada expedición del emperador Carlos V a Argel, vamos a dar cuenta de un suceso, de que no hemos hallado noticia en historiador alguno, español ni extranjero, y cuyo conocimiento debemos a documentos inéditos y originales que han venido a nuestras manos, y que extrañamos hayan sido desconocidos hasta ahora.

Hablamos de los tratos que mediaron en este tiempo entre el emperador Carlos V y el famoso Barbarroja, para que éste, apartándose del servicio del sultán de Turquía, se viniese al del rey de España, trayendo consigo la mayor parte de la armada turca, bajo las condiciones que luego habremos de ver. En estos tratos, en que sin duda se proponía el emperador dejar quebrantado el poder del turco, una vez que lograra la defección de su almirante, intervenía el capitán Alonso de Alarcón, obrando de acuerdo con el almirante del imperio el príncipe Doria, y con el virrey de Sicilia Fernando de Gonzaga. La siguiente carta de Alarcón a Barbarroja, fecha en Parga (ciudad de Turquía), a 21 de setiembre de 1538, nos informa ya bastante de la naturaleza de estas negociaciones y de las bases sobre que se fundaban. Decíale así:

«Muy poderoso señor.– Yo escribí a V. A. desde el Cabo de Santa María con Dragut Arraez, dándole aviso de mi llegada allí, y de cómo el príncipe Doria era venido con gruesa armada del emperador a Corfú…, y por procurar lo que al servicio de V. A. conviene, según me lo tiene mandado, acordé de suspender mi viaje para España, y con un correo escribí al emperador mi llegada a Pulla, y como me quedaba por volver a esta armada a ver el estado en que estaba, y por hablar al dicho príncipe Doria y al viso-rey de Cicilia que aquí viene, y ver si con ellos se podría concluir o tomar algún buen apuntamiento en los negocios de V. A., pues ambos juntos y cada uno por sí tienen comisión y poder del emperador para entender en ellos como su propia persona, y llegué aquí a la Parga anoche, donde los he hallado, y holgaron con mi venida; y habiendo platicado largamente sobre cada cosa en particular, entiendo que estos dos señores serían muy contentos, y tienen deseo de ver el efecto de estas nuestras pláticas, porque tal persona como la de V. A. la querrían ver prosperada estando en devoción y buena amistad con el emperador, y particularmente cada uno le procuraría de hacer todos los placeres y servicios que fuese posible; pero estos señores me dicen que la principal cosa que les conviene hacer es procurar que la palabra y promisión del emperador en manera ninguna se quebrante con amigos ni enemigos, por mal ni bien que pueda seguirse, porque S. M. ha tenido y tiene siempre por cosa muy principal el mantener su palabra, y no consentirá que direte ni indirete se quebrante, y que hablar en dar a V. A. el reino de Túnez por la orden que se ha platicado no se podría hacer, si primero V. A. no mostrase razones bastantes y suficientes para que todo el mundo vea y sepa como el rey de Túnez le ha faltado a lo que le tiene capitulado y prometido; y que si el dicho rey hubiese faltado a su promesa, el emperador, en tal caso, no sería obligado a guardarlo ni a defenderlo en el dicho su reino, ni a darle ningún favor ni ayuda, y podrían libremente capitular con V. A. Pero paréceles a estos señores, que si V. A. se contentase de ir en Berbería y estar allí a la devoción del emperador, le podría dar luego a Bona, que la tiene en su mano, y le podría dar a Bujía, que es suya; pero porque aquel puerto es el mejor y más importante de aquellas partes, dicen que V. A. había de prometer de tenerlo limpio de corsarios y malhechores, y que para conquistar el reino de Bujía y todo lo que hay desde Bona hasta el reino de Tremecén, el emperador le daría a V. A. todo el favor que le demandare; y las cosas de bastimentos y mercaderías, y contratación de sus reinos y vasallos serán comunes con los vuestros, y se tratarán como buenos amigos y aliados con toda seguridad, y S. M. holgará y tendrá por bueno todo el acrecentamiento de estado y de honra que V. A. tenga; y dicen que la plática de lo de Túnez podrá quedar para adelante, si no se halla manera y causa justa como el emperador, sin quebrantar su fe y palabra, pueda desamparar agora al rey de Túnez. Y en lo que toca a lo de Trípoli, dicen que aquella ciudad está en poder de la orden de los caballeros de San Juan de Rodas, a los cuales el emperador se la dio que la defendiesen y hiciesen allí su frontera, pero que muy bien podría V. A. tornarla a pedir al Gran Maestre, y creen estos señores que luego se la restituya, y desta manera el emperador la podrá dar a V. A.; y cualquier otra cosa que esté en manos del emperador o que se pueda hacer buenamente en beneficio vuestro, estos señores holgarán que se platique en ello, y lo otorgarán y concederán con buena voluntad, contando que V. A. con brevedad se aparte de la gobernación de esa armada, y se vaya con sus servidores y amigos a Argel, o otra parte de Berbería, donde pacíficamente pueda estar, y les deje a ellos que se avernán con el resto de la armada del gran señor, que cierto, según están poderosos estos príncipes de galeras y naves y gente, con razón parece que pueden emprender cualquier gran cosa, e yo les he dicho cuanto V. A. me mandó, y lo que yo sabía de cómo se pudieran haber hecho grandes daños en las tierras del emperador, y que V. A. lo ha suspendido esperando de venir a la conclusión de su amistad por no enojar a S. M., y que no haciéndose agora lo que pide podrá hacer V. A. tal tratamiento en sus tierras de los reinos de Nápoles y Cicilia, y aun de España, que todo el mundo conocerá que V. A. no tenía gana hasta aquí de enojar a S. M. ni de deservirle, y estos señores príncipe Doria y viso-rey de Cicilia me dicen que bien creen que V. A. pudiera haber hecho más daño en tierras del emperador, porque por muchas partes estaban sus capitanes y ejércitos ocupados en las guerras contra el rey de Francia. Pero agora ya tienen hecha tregua por diez años, en los cuales no podrá haber guerra entre ellos, ni el uno podrá ser contra el otro; antes, después de concertada la tregua, el emperador y el rey se han visto y hablado en Aguas Muertas. De manera, que el poder del emperador, que es tan grande como a todos es notorio, no se empleará sino en fortificar y defender bien sus reinos y tierras, y aun según sus altos pensamientos, no dejará que sus enemigos le vayan a buscar, antes saldrá o mandará tener siempre fuera su gruesa armada para ofender sus contrarios: y sobre cada cosa destas habemos dicho y platicado muy larga y particularmente todo lo que se podía y debía decir… Y en caso que V. A. no sea contento con esto, yo me partiré luego en viendo su respuesta para el señor emperador, &c. De la Parga, sábado XXI días de setiembre 1538{1}

Conócese que Barbarroja quiso tratar personal y verbalmente todas estas cosas con el intermediario del monarca español, puesto que el mismo Alarcón, en carta al emperador Carlos V, fecha 25 de setiembre, le da cuenta de la entrevista que tuvo con Barbarroja en la misma ciudad de Constantinopla, y de las propuestas, contestaciones y réplicas que entre los dos mediaron acerca de las condiciones de la negociación. En esta entrevista supo Alarcón originalmente de boca de Barbarroja todo lo que había mediado entre el sultán y el rey de Francia, los auxilios que éste había pedido, y los que aquél le había dado{2}.

Estaba la principal dificultad para llegar a un concierto definitivo, en que, por una parte, Barbarroja quería ser repuesto por el emperador en posesión del reino de Túnez, y Carlos V y sus generales exigían de Barbarroja, que además de las galeras con que él hubiera de venir quemara la mayor parte de las del turco. Esto último parecía esquivarlo el infiel, pues no lo comprendía en los capítulos del convenio, lo cual hacía concebir sospechas y recelos de que no obrara de buena fe en estos tratos el antiguo corsario argelino{3}. Por su parte, el emperador y el regente de España vacilaban mucho en lo de volver a despojar a Muley Hacen del reino de Túnez en que Carlos le había puesto, para dársele otra vez a Barbarroja, cuando parece que aquél no había dado motivo fundado de queja para tan violento despojo: bien que por otro lado, calculaban que tal vez sería más útil y aun decoroso darle el reino de Túnez que Orán, Bujía y Trípoli, plazas ganadas por los abuelos del emperador; mucho más, cuando lo que ahora no le cediesen por voluntad lo podría él tomar por la fuerza.

Los capítulos a que accedía Barbarroja para confederarse con el emperador y venir a su servicio eran los siguientes:

«Que será amigo de amigo y enemigo de enemigo.

»Que se vendrá a servicio de S. M, con 55 o 60 galeras.

»Que enviará su hijo a España para que esté con Su Majestad.

»Que desarmará las galeras todas, y hará los arraíces alcaides y limpiará la mar de corsarios.

»Que si S. M. hiciere la guerra al turco, que le ayudará con todas sus fuerzas, y a donde quiera que fuesen nuestras galeras irán las suyas si S. M. quisiere.

»Que será la contratación libre entre los vasallos de S. M. y la Berbería, sin diferencia alguna, como si todos fuesen de una ley…

»Que si S. M., por algunos respectos hiciere la guerra a venecianos, que le ayudará con todas sus fuerzas a tomar a Venecia, y a todo lo demás que S. M. quisiere.

»Que si el rey de Francia hiciere la guerra a S. M., que le ayudará a tomar a Marsella, y a tomar todo el reino si S. M. quisiere{4}

Estas negociaciones se continuaron los años 1539 y 40, no obstante la invasión de las costas de Italia por el turco, y el ataque y toma desastrosa de Castelnovo de que hemos dado cuenta en otro capítulo. Y entretanto, ignorante de todo lo que pasaba el rey de Túnez, seguía cifrando toda su esperanza en el emperador, y en carta a su secretario Francisco de los Cobos, se lamentaba de su situación de la manera siguiente:

«Alabanza a Dios solo.– Del siervo de Dios en cuya confianza pone todas sus cosas públicas y privadas, el rey de los moros Mohamad Al Hacen, rey de Túnez, a quien Dios haga victorioso; al secretario grande entre los de su generación, y honrado y nombrado entre los de su ley, Cobos, el comendador mayor, a quien Dios Altísimo honre: Hacemos saber, que estamos con el amor y amistad que sabéis os tenemos: siempre procuramos saber nuevas de vos; muchas veces habemos escrito al emperador y a vos, haciéndoos saber la aventura en que estamos y lo que padecemos, por habernos tomado todas nuestras ciudades, que no nos queda sino solamente la ciudad de Túnez, y que los turcos han tomado y poseen todas las ciudades de la costa, de las cuales salen los corsarios y van a vuestras ciudades, y nos han ocupado a nosotros y a vosotros, de lo cual seréis avisados por el capitán Francisco; y pues tenéis allá armada que gana sueldo sin trabajar (y Dios os encamine a ello), enviádnosla para que nos libre de estos turcos, y será utilidad vuestra, porque en esa corte del emperador otro de quien nos ayudar sino de vos no tenemos. Una carta os darán con esta para el emperador, por la cual le avisamos de la estrechura en que estamos. Queremos de vos tengáis de ello cuidado, y que aconsejéis como seamos librados, &c. … Fecha a 20 días de la luna de Moharram, año de 946 (1539). Dios nos haga partícipes de sus bienes.– Al secretario grande entre los de su generación… &c.»{5}

A esta sentida reclamación del soberano tunecino favoreció, como veremos luego, el rumbo que fueron tomando los tratos entre el emperador y Barbarroja. A principios de 1540 llegó de incógnito a Constantinopla el capitán Juan de Vergara, enviado por el virrey de Sicilia, a proseguir la negociación con el príncipe mahometano. Tuvo éste escondido al capitán español dentro de una cámara por espacio de tres semanas. Barbarroja se mostró muy dispuesto y hasta deseoso de concluir y efectuar el concierto, y se alegró mucho de que el emperador y la corte de España manifestasen la misma buena voluntad. Se quejó de haberse dado a este asunto más publicidad de la que convenía, lo cual había suscitado ya sospechas en el sultán, y obligádole a él a justificarse mañosamente con el Gran Señor. El plan que proponía para poder verificar disimuladamente y sin riesgo su defección era, que el emperador enviara su armada a Levante, y combatiera a Lepanto, cuya plaza podía ser fácilmente entrada, decía, por cierta parte débil del muro que él señalaba; que aunque pudiese socorrerla no saldría hasta saber que había sido tomada; que el mismo sultán le mandaría salir al encuentro de la armada española, y entonces era la ocasión de incorporarse a ella. Prometía Barbarroja hacer que personas particulares de su confianza compraran los capitanes españoles cautivos en Castelnovo para devolverles su libertad, y por último, para que el capitán Vergara saliera seguro de Constantinopla, le incorporó entre unos cautivos cristianos que acababan de obtener su rescate, como si fuese uno de ellos{6}.

Parece, pues, que los tratos se iban arreglando, accediendo ya Carlos V a ceder los reinos de Túnez y de Argel, y que Barbarroja estaba en cumplir la parte a que él se comprometía. Pero hubo la fatalidad de que se informase de todo un capitán de Castilla llamado Antonio Rincón, hombre de mala especie, que andaba siempre en negocios con el turco y solía residir en Constantinopla. Este, sin duda, avisó de todo lo que pasaba al sultán, y debió ser la causa de que se frustraran las negociaciones, según se deduce de su carácter, de los antecedentes de su vida, de las sospechas o temores que ya se tenían de ello en la corte de España{7} y del trágico fin que más adelante tuvo, pues murió, como después veremos, asesinado por los imperiales en el Tesino, en ocasión de llevar una embajada del rey de Francia al gran turco Solimán{8}. Es lo cierto, que los tratos se desconcertaron, y que el sultán, sabedor sin duda de lo que se proyectaba acerca de Túnez, formó la determinación de ir sobre aquel reino que quería destinar para su hijo segundo{9}. Esto, y el haber casado entonces Barbarroja su hijo en Constantinopla, prueba que los tratos se deshicieron de todo punto, lo cual vino bien al rey de Túnez, según antes indicamos, porque ya el emperador, el cardenal regente de España, el príncipe Doria y todos los que más influían en los negocios públicos, no pensaron sino en proteger y defender a Túnez y en enviar naves con cuerpos de infantería a las plazas y puertos de la costa de África{10}.

Tal fue el término que resulta haber tenido las gestiones del emperador Carlos V para apartar al terrible y poderoso Barbarroja del servicio de la Puerta Otomana y atraerle al suyo, y que ciertamente, si hubieran alcanzado el éxito que Carlos se proponía, hubieran quebrantado el poder del Gran Turco, quedando el emperador desembarazado para guerrear y abatir al francés, y para atender a las cosas de Hungría y del imperio, para todo lo cual era siempre un estorbo la intervención poderosa de un enemigo tan fuerte como el sultán. Que obraba el emperador como hábil político en esta negociación, es innegable, como lo es la conveniencia que le hubiera resultado de poderla llevar a feliz término. ¿Podrá hacérsele un cargo de haber intentado ganar a su servicio a un terrible enemigo de la religión cristiana para combatir después con su auxilio a estados y señoríos cristianos como Francia y como Venecia? Cuando el francés y venecianos habían escandalizado antes a la cristiandad, aliándose con el sultán y Barbarroja y pidiendo la ayuda y atrayendo el poder de las armas mahometanas contra los estados del monarca católico, por lo menos aquellos príncipes no tenían derecho a inculpar al emperador de que empleara los medios que la política del tiempo sugería para desmembrar y dividir cuanto pudiera el poder bastardo que ellos mismos habían invocado y de que se habían valido para intentar su destrucción, y de que en defensa propia trabajara por volver contra ellos sus mismas armas.

Menos político se mostró Carlos V en el empeño que, frustrados aquellos tratos y pujante como quedaba el turco, formó de llevar adelante su antiguo proyecto de conquistar a Argel.

Contra el parecer y consejo de sus mejores generales había hecho Carlos V en 1536 su campaña de Francia, y tuvo tan desgraciado éxito como hemos visto. Contra el parecer y consejo de sus mejores generales determinó Carlos V y ejecutó en 1544 su expedición a Argel, y el éxito fue tan desastroso como veremos.

Las razones que en favor de esta resolución alegaba el César nos parecen harto débiles al lado de las que en contra de ella le exponían el marqués del Vasto y Andrea Doria. Que tenía ya, decía el emperador, equipada una flota en España y en Italia que podía reunir para esta empresa; que la mayor parte de los gastos estaban hechos, y un solo esfuerzo bastaría para acabarla antes que el monarca francés tuviera tiempo para invadir sus estados; que para atacar al turco en Hungría necesitaría invertir grandes sumas, que no permitía su tesoro, para la traslación de tropas, artillería y municiones de España e Italia, y por último que urgía asegurar las costas italianas y españolas continuamente alarmadas y molestadas por las invasiones y acometidas de los piratas argelinos. En contra de estas razones hacíanle presente los que desaprobaban la expedición, que la Lombardía quedaba expuesta a una invasión del rey de Francia que se miraba como inminente; que desde Italia estaba en aptitud de acudir al francés o al turco, a donde más conviniere; que abandonar la Italia por ir a Argel equivalía a dejar el reino de su hermano y aun los estados mismos del imperio en manos del sultán, e ir a buscar lejanos enemigos cuando le amenazaban otros tan de cerca; a lo cual añadía el entendido marino Andrés Doria la grandísima consideración de los riesgos a que iba a exponer la armada en las peligrosas costas de África en la estación más borrascosa del año.

A nada de esto atendió el emperador, y firme en su antiguo capricho de no dejar de dominar en Argel, ya que había enseñoreado a Túnez, despidiose del papa en Luca, «cargado de bendiciones y no de dineros,» como dice un respetable prelado e historiador español, e hízose a la vela en las galeras de Andrés Doria con rumbo a las Baleares. Los pronósticos del marino genovés comenzaron a cumplirse antes de lo que él mismo había pensado. Levantáronse contrarios vientos y tan fuertes que con mucho peligro y no pocos esfuerzos lograron abordar a Córcega, y de allí a Cerdeña. A fuerza también de brazos y a costa del sudor de los remeros consiguieron arribar a Mahón, de donde pasaron a Mallorca, punto de reunión de la armada. Esperábalos aquí el virrey de Sicilia Fernando de Gonzaga con seis mil españoles, soldados viejos de Italia, y cuatrocientos caballos ligeros, con ciento cincuenta naves. Unidos a estos sobre seis mil alemanes y cinco mil italianos con su correspondiente caballería y artillería, componíase la expedición de cerca de veinte mil infantes, dos mil caballos y más de doscientas naves, de ellas cincuenta galeras, pequeñas las demás, y por general de la armada iba, como de costumbre, el ilustre genovés Andrés Doria. También en España se armó otra flota, principalmente de naves de Vizcaya y urcas de Flandes, con abundancia de bastimentos y buena artillería, la cual llevaba poca, pero muy lucida gente, la mayor parte voluntarios sin sueldo. En ella se había alistado la principal nobleza de Castilla, el duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo, que la había de mandar en jefe, el duque de Sessa, don Gonzalo Fernández de Córdoba, el conde de Feria, el marqués de Cuellar, el conde de Luna, el de Alcaudete, el de Chinchón, el de Oñate, y otros muchos grandes, títulos, nobles y caballeros. Por fortuna suya, como hemos de ver, esta flota no llegó a incorporarse en Mallorca con la grande armada imperial, ni pudo acompañar al emperador.

La navegación a la costa de África no fue pesada, aunque sí peligrosa, mas la arribada a la playa de Argel fue tan contrariada de los vientos que hubo necesidad de pasar algunas noches en las galeras a dos o tres leguas de la ciudad. Amansados los vientos y las olas, mandó el emperador desembarcar los arcabuceros españoles con vianda para dos o tres días. Iban todas las galeras llevadas a remo con vistosas banderas, y el emperador de pie en la popa de la suya, con estandartes llenos de cruces, y en el mayor y principal bordado un crucifijo (13 de octubre). Poca resistencia hallaron los españoles de parte de los moros africanos que andaban por la costa, hasta acercarse a Argel. El emperador, que iba delante, hizo intimar luego y en términos fuertes y amenazadores la rendición de la ciudad a Hacen Aga, que la gobernaba desde que Barbarroja había obtenido el empleo de almirante del Gran Turco. Era este Hacen Aga un eunuco renegado, que de corsario se había elevado a la alta posición de virrey, y que en sus piraterías y depredaciones había excedido en actividad y fiereza al mismo Barbarroja. Hombre de corazón el soberbio renegado, aunque no contaba para su defensa sino con ochocientos turcos y unos cinco mil moros africanos y granadinos, contestó con altivez al emperador, que si llevaba muchas naves y muchos soldados, él los tenía también muy buenos y en lugar fuerte, y contaba con una mar brava; y que en todo caso moriría a manos de tan excelente emperador, pero que no olvidara cómo les había ido en aquellos sitios a otros capitanes españoles tan famosos como Diego de Vera y Hugo de Moncada.

Oída tan arrogante respuesta, procedió el emperador a cercar la ciudad, colocando convenientemente sus tropas y baterías, bien persuadido de que por muchos defensores que dentro hubiese, no era posible que resistiesen mucho tiempo a las combinadas operaciones y ataques de las naves y de la gente de tierra. Carlos no esperaba tener más adversarios que los moros; no pensaba que había de tener por enemigos a los elementos, que lo fueron muy terribles y muy en breve. Apenas el ejército había tomado posiciones, cuando un recio y furioso vendaval, acompañado de lluvia y de granizo, y de una oscuridad espantosa, deshizo las pocas tiendas de los imperiales, que desprovistos de abrigo y colocados en terreno bajo y fangoso, ni podían moverse sin hundirse, ni recostarse en un suelo ya inundado, ni casi tenerse de pie sino apoyados en sus lanzas clavadas en la tierra. Así pasaron toda una tarde y una noche. No desaprovechó Hacen Aga tan favorables momentos, y saliendo con su gente descansada y bien mantenida, arremetió y deshizo unas compañías de italianos que estaban más cerca de la ciudad, ateridos y casi yertos de frío. Acudió a detener a los moros el mismo general Fernando de Gonzaga, y empeñáronse serios combates, en que todas las ventajas estaban de parte de los argelinos, que se hallaban al abrigo y holgados, todas las desventajas del lado de los imperiales, cansados y hambrientos, y hasta inutilizados sus mosquetes con la lluvia. Andaba el emperador a caballo con la espada desnuda, animando a unos, afrentando a otros y arengando a todos, empapado en agua y aún corriéndole por todas las partes de su cuerpo, hasta que al fin logró ahuyentar la morisma, no sin haber perdido algunos centenares de los suyos, entre ellos buen número de caballeros de Malta.

Y sin embargo, esta no fue sino el preludio de otra mayor y más lastimosa catástrofe. Mensajera de ello fue una terrible agitación que se observó en el mar; desatose luego un furiosísimo nordeste que quebraba los cables y arrancaba las áncoras de las naves, y las hacia chocar reciamente unas con otras, y abrirse algunas de ellas, y destrozarse otras contra los peñascos, y volcarse algunas, sumiéndose en las olas hombres y viandas, y cayendo los que lograban ganar la orilla en poder de los alárabes. El emperador, que era el menos aturdido de todos, dicen que preguntó a los marineros qué hora era, y como le respondiesen que las once y media, les dijo: «Pues no desmayéis, que en España se levantan a las doce los frailes y monjas a rogar a Dios por nosotros{11}.» La fe del César era muy laudable; pero las preces de los frailes y monjas de España no alcanzaron a evitar que se perdieran quince navíos mayores, y hasta ciento cincuenta menores, con una buena parte de la tripulación y casi todos los bastimentos. El pronóstico de Andrés Doria se había cumplido con demasiada y harto dolorosa exactitud: el célebre marino aseguraba no haber atravesado tan horrorosa tormenta en cincuenta años de andar por los mares, y gracias que él pudo con algunos medio destrozados buques ganar el cabo de Metafuz, aunque harto distante del campamento, y desde allí envió una galera a dar aviso al emperador, aconsejándole que marchase allá con el ejército lo más presto que pudiese para reembarcarle si no había de acabarse de perder.

La situación no dejaba tampoco otro partido que tomar. Parecía amenazar otra tormenta, y la gente que había quedado se hallaba sin fuerzas ni vigor para sufrir ni más borrascas ni más fatigas. El emperador, paseando en medio de algunos de sus desalentados y desfallecidos caballeros, no contestó al aviso sino con las palabras: Fiat voluntas tua; con que manifestaba conformarse a un tiempo con la voluntad de Dios y con el consejo del almirante Doria. Dio luego orden de alzar aquel funesto campo y marchar. Con alegre y feroz sonrisa vieron los argelinos el movimiento de retirada, y no dejaron de salir a picar la retaguardia de los cristianos, a quienes molestaban también los moros montañeses desde los cerros en toda aquella marcha penosa, que penosísima fue, puesto que muchos de los enfermos y heridos caían sin aliento en los barrancos; otros que apenas podían sostener el peso de las armas y quedaban rezagados, eran alanceados por los alárabes, y todos sin otro alimento que las yerbas que encontraban, y los caballos que el emperador mandaba matar, y algunos galápagos y caracoles, solo los más robustos podían soportarlo; y para que no faltase nada a tanta penalidad, aun tuvieron que atravesar un río con el agua hasta el pecho. Lo único que infundía aliento a todos era la serenidad, la presencia de ánimo, la magnanimidad con que el emperador sufría todos los trabajos e infortunios como el último de sus soldados, comiendo lo mismo que ellos, acudiendo a todos los peligros, ayudando y consolando a los más débiles, y no dando una sola señal de flaqueza. Con tan heroico comportamiento consiguió que los mismos generales que se habían opuesto a la expedición le perdonaran las desgracias que su obstinación había acarreado.

Al fin, después de imponderables trabajos llegaron con bonancible tiempo al cabo de Metafuz, donde para su consuelo y fortuna hallaron abundancia de víveres, que se conservaban en las naves que Doria había podido salvar, y repusieron sus gastadas fuerzas y recobraron su perdida alegría. Este cambio hizo ya dudar si convendría reembarcarse para Europa, o sería mejor volver sobre Argel: a esto último, que parecía tan temerario, se inclinaban no obstante muchos, especialmente los españoles, los más fáciles en olvidar los trabajos, así por parecerles cosa vergonzosa retirarse sin poder contar más que desastres, como porque creían que aun podía conquistarse Argel tomando precauciones que antes no se habían tenido: De este dictamen era el ilustre Hernán Cortés, famoso ya por sus hazañas en el Nuevo Mundo, y el cual se halló en esta jornada, sin que de su persona, por miserables envidias, se hiciese caso, y menos se le diese parte en los consejos; y tanto que como después de pasada la tormenta propusiese que se le dejara con la gente que allí había, y que se obligaba a ganar con ella a Argel, los unos no quisieron escucharle, y los otros hasta se le burlaron: ¡se burlaban del atrevido conquistador de Méjico!{12}. Decidiose pues el emperador por el reembarque, y como las naves eran pocas y la gente mucha, hubo necesidad de arrojar al mar los caballos para hacer lugar a los hombres, cosa que dio a todos gran lástima, y especialmente a los dueños de aquellos, con quienes tuvo el emperador que usar de toda su autoridad. Embarcáronse pues primero los italianos, los alemanes luego, y los últimos los españoles, siendo el emperador de los postreros a dejar la playa.

No habían acabado los trabajos de esta expedición desastrosa. Apenas la tierra había quedado limpia de hombres, cuando se cubrió otra vez la atmósfera y se levantó otra borrasca, que aunque no tan horrorosa como la primera, bastó para dispersar toda la flota, llevando a Bujía o a Italia los buques que debían venir a España, arrojando a otros a Orán, algunos a Argel, naufragando otros en los torbellinos antes de poder salir a alta mar, habiendo nave en que iban cuatrocientos tudescos, que anduvo perdida cincuenta días, pereciendo al fin de hambre y de frío cuando tomaron puerto los que en ella navegaban. El emperador mismo, después de correr graves riesgos, fue a abordar a Bujía, y allí permaneció hasta que serenado el tiempo, y habiéndose levantado un viento sudoeste, despachó a Sicilia y España a Fernando de Gonzaga y al conde de Oñate con las pocas naves que allí había de cada país, y él tomó rumbo a Mallorca, y de allí a Cartagena (diciembre 1541), donde fue recibido por los españoles con la alegría de quien recelaba ya que no volviese, según las funestas y alarmantes nuevas que habían corrido.

Tal fue la desgraciada y calamitosa jornada de Argel, emprendida por Carlos V contra el consejo de sus generales: suceso que, como dice un antiguo historiador, «dio que contar para los siglos venideros, y causó grandes y muchas romerías, devociones y votos.» Bien expió su temerario antojo, y bien debió aprender a no confiar en la fortuna, que así le había sonreído en Túnez como se le mostró ceñuda en Argel: gran lección para los príncipes que, fiados en su poder o en su suerte, dan entrada en su pecho a la presunción y a la arrogancia. Grandes y muchas fueron las pérdidas, muchas y grandes también las calamidades e infortunios que causó esta malhadada expedición; y sin embargo, aun se habían temido mayores en España y en los dominios del imperio, donde la distancia los hacía llegar abultados, como de ordinario acontece con las malas nuevas. Todavía miró España como un consuelo el regreso del hombre que sacrificaba sus hijos, ya en prósperas, ya en desafortunadas empresas, así para ganar triunfos como para sufrir reveses{13}.




{1} Archivo general de Simancas, Estado, Legajo 1459.– El único historiador de los que hemos visto que parece columbró debía haber algunas inteligencias secretas con Barbarroja, es el italiano Gregorio Leti, que al observar que publicada la liga contra el turco se habían separado el príncipe Doria y Barbarroja casi sin ofenderse, dice sospecharon los más suspicaces si entre Doria y Barbarroja habría alguna inteligencia secreta lo que a su entender penetraron los venecianos, y fue la causa de apartarse de la liga y confederarse con el turco. «Onde molti si diedero a formar forti argomenti, credendo i più speculativi per fermo che tra il Doria e Barbarossa vi passase qualche intelligenza segreta, per meglio conservarsi seuza perdita l'uno nella gratia di Solimano, l'altro di Cesare, cosa que penetrata poi da'Venetiani si retirarono dalla Lega e si accomodarono col turco.»– Pero estuvo muy lejos el historiador italiano de penetrar los verdaderos tratos que mediaban.

{2} Copia de carta autógrafa de Alonso de Alarcón a la S. C. C. M. de Carlos V, dándole cuenta de su entrevista con Barbarroja. Archivo de Simancas, Estado, Legajo 1459.

{3} «En lo que Alarcón y los otros (decía el gobernador de España, arzobispo de Toledo, en carta al emperador) habían ofrescido de parte de Barbarroja, siempre se decía, que cuando él se hubiese de apartar del servicio del turco y venir al de V. M., había de quemar y echar a fondo las más galeras y navíos que pudiese de las del armada del turco, y él venirse con la otra parte, que había de ser la mayor, para que se viese que él traía verdad en este negocio: agora en estos capítulos no hace ninguna mención desto, sino solamente de venir con cincuenta y cinco o sesenta galeras, y segund este tracto ha andado y anda público no se puede dejar de sospechar que viniendo desta manera no fuese con sabiduría y concierto del turco, cuanto más, que aunque él salga, &c.»– Archivo de Simancas, Estado, Leg. núm. 49.

«En lo de Barbarroja (decía él mismo en carta a Fernando de Gonzaga, virrey de Sicilia) paréscenos, que teniendo seguridad que él no anda doblado en este negocio, y que cumpliría lo que ofresce, que sería una cosa muy a propósito a los negocios de S. M., pero todos estamos muy dubdosos y con pensamiento que el tracto es doble, por haber sido y ser una cosa pública, y haber hablado Barbarroja con Alarcón y con otros en presencia de turcos, que hace creer que lo que trata es con sabiduría de su amo, &c.»

{4} Archivo de Simancas, Estado, Leg., núm. 49.– Este documento está firmado por don Fernando de Gonzaga, y debajo tiene un sello sobre cera encarnada.

{5} Archivo de Simancas, Negociado de mar y tierra, Legajo número 14.

{6} Relación de lo que el capitán Juan de Vergara pasó con Barbarroja en Constantinopla desde el 13 de febrero hasta 7 de marzo que salió de ella.– Archivo de Simancas. Estado, Leg. 468.

{7} «Hame parecido mal (decía el comendador Cobos en carta al emperador de 8 de julio de 1540) saber Rincón tan particularmente de lo del trato de Barbarroja y de la ida del capitán Vergara, porque él basta para dar al turco el aviso que ha menester. V. M. verá lo que más cumple a su servicio.»

{8} Era este Rincón natural de Medina del Campo, tal vez pariente del licenciado Rincón, uno de los ajusticiados por la causa de las comunidades. ¿Podrá explicarse la conducta de este hombre por resentimiento que guardara al emperador, y por deseo de vengar los rigores de Carlos V con sus amigos y parientes? Discurrimos así, porque nada hablan de esto los historiadores.

{9} Con fecha 18 de setiembre decía desde Túnez Francisco de Tobar al comendador Cobos: «Agora ha llegado el capitán Vergara de Constantinopla sobre los tratos que Vuestra Señoría sabe están ya desconcertados. Dice este capitán Vergara que oyó en casa de Barbarroja que estaban determinados de venir sobre Túnez, y querían este reino para el hijo segundo del Turco.»– Archivo de Simancas, Estado, Leg. 468.– Acaso Vergara había ido segunda vez a Constantinopla.

{10} Carta descifrada del cardenal de Toledo al emperador, de Madrid a 11 de octubre de 1540.– Archivo de Simancas, Estado, Legajo número 50.

En el tomo I de la Colección de Documentos inéditos se hallan además los siguientes sobre estos tratos: Carta de creencia dada por Carlos V al príncipe Doria y a Gonzaga para que pudieran tratar con Barbarroja en nombre de S. M. De Gante, a 3 de marzo de 1540.– Carta del emperador a don Francisco de Tobar, alcaide de la Goleta, para que haga en todo lo que aquellos le mandaren. De igual fecha.– Carta del mismo a Barbarroja dándole aviso de esto. Ídem.– Salvoconducto de Doria y Gonzaga a las personas que cerca de ellos enviase Barbarroja. De Génova, 10 de abril.– Instrucción de Doria y Gonzaga a Juan Gallego, sobre lo que había de tratar con Barbarroja, fecha id. Por este documento se ve que Carlos V accedía ya a dar a Barbarroja el reino de Túnez y la confirmación del de Argel, pero a condición de que él hubiera de desbaratar el resto de la armada del turco.

{11} Sandoval, Historia de Carlos V, lib. XXV, núm. 41.

{12} Dice Sandoval, hablando de esto, que quien más perdió en la expedición, después del emperador, fue Hernán Cortés, marqués del Valle, «porque se le cayeron en un cenagal tres esmeraldas riquísimas, que se apreciaban en 100.000 ducados, y nunca se pudieron hallar.»

{13} Nicol. Vilagn. Caroli V., expeditio ad Argyriam.– Sandoval, Historia del emperador, libro XXV.– Paolo Giov., Hist., lib. XL.– Vera y Zúñiga, Vida de Carlos V.– Carta del comendador Vañuelos sobre lo ocurrido en la expedición de Argel: MS. de la Biblioteca del Escorial, estante ii-V-4.– Carta del emperador al cardenal Tavera: MS. de la Biblioteca del Escorial, ii-V-3 y en la Colección de documentos inéditos, tom. I.