Parte tercera ❦ Edad moderna
Libro II ❦ España en el siglo XVI
XII
Las artes liberales.– Inventos útiles.– Sobre el descubrimiento del vapor que se ha atribuido a Blasco de Garay.
La razón que había para comunicarse y trasmitirse a los españoles la afición, el gusto, la cultura y el espíritu de la literatura italiana, habíala respecto a las artes liberales, en que no era aquel país menos aventajado y excelente. «Las guerras de Carlos V, dijimos en otro lugar, han puesto a los ingenios españoles en relaciones íntimas y frecuente trato con los que ya brillaban en la culta Italia. Aquellos palacios que decoraban las obras maestras de Leonardo de Vinci, de Miguel Ángel, de Rafael, de Ticiano y de Correggio, los estudios y talleres de aquellos insignes artistas, son otros tantos tesoros de que se aprovechan los pintores, arquitectos y escultores de España, para formar su gusto, enriquecerse de conocimientos, traerlos después a su patria, y fundar más adelante escuelas propias, que comienzan por serlo de imitación y acaban por producir una vigorosa originalidad.»
Gustaba Carlos V de fomentar las nobles artes, y respetaba y protegía los artistas. Uno de los rasgos que honran más la biografía del emperador es la consideración con que trató al Ticiano; y a nuestros ojos Carlos V apresurándose a recoger y levantar con su mano imperial el pincel que se le había caído al grande artista y a ponerle en su mano, se nos representa una figura más grande, más noble, más digna que cuando ganaba con su espada una victoria sangrienta, o sujetaba a su cetro un reino arrancándole su independencia y libertad.
Del estado en que se encontraban entonces la arquitectura y la escultura y del gusto que dominaba en los profesores de estas artes, dan testimonio todavía los elegantes pórticos y columnas, los delicados relieves y maravillosos adornos del magnífico palacio que Carlos V mandó edificar en el recinto de la Alhambra de Granada: obra comenzada y no concluida por el emperador, desatendida y descuidada por sus sucesores, ultrajada por la mano lenta del tiempo, y por la mano, más activa y pronta para destruir, de los hombres. Al modo que en el comenzado palacio de Carlos V, embutido y como incrustado en el de Ben-Alamar, contrasta el estilo, el genio y el gusto de la arquitectura española de la edad moderna con el gusto, el genio y el estilo de la arquitectura arábiga de la edad media, así aquellos dos palacios unidos en extraño consorcio, el uno apenas comenzado, el otro ostentando todavía el lujo del acabamiento en los más menudos remates y toques de una obra de arte, representan, con harto desconsuelo nuestro, el contraste de la laboriosidad arábiga con la incuria y negligencia de que no sin razón se tilda a los naturales de nuestro suelo.
Con obras, no ya solo de ostentación y de lujo, sino de pública utilidad, procuró también Carlos V ilustrar su reinado y dejar de él honrosa memoria a los hombres y a los tiempos venideros. El Canal Imperial de Aragón, como una de las obras más beneficiosas que pueden hacerse a un pueblo agricultor, es también una de aquellas en que mejor puede emplearse la munificencia de un soberano, y de las que dejan más gratos y puros recuerdos de un monarca. Y sin embargo han trascurrido siglos sin que la agricultura, el comercio y la fabricación de los fértiles países y provincias limítrofes hayan recogido todo el fruto que la prolongación de aquella utilísima acequia hasta ponerla en comunicación con las aguas del Océano hubiera podido proporcionarles. Procúrase en nuestros días subsanar la incuria de centenares de años, y se trabaja, al parecer con ahínco, por llevar a cabo una obra cuya conveniencia no ha podido dejar de reconocerse en ningún tiempo, pero que la indolencia por una parte, las reprensibles distracciones de anteriores reinados por otra, tenían en dañosa y punible paralización.
Bien se alcanzaba ya en aquel tiempo la utilidad de estas obras de canalización, riego y navegación interior, vida del comercio, alma de la agricultura, y verdaderas fuentes de riqueza y de prosperidad. Uno de los escritores que antes hemos citado con más elogio, Fernán Pérez de Oliva, persuadía ya y excitaba en uno de sus discursos a Córdoba, su patria, a que habilitara la navegación del Guadalquivir, y obtuviera por este medio participación en el comercio de las Indias, cuyo monopolio tenía en aquel tiempo la ciudad de Sevilla. Muchas veces y en diferentes reinados de entonces acá hemos visto reproducirse y agitarse este pensamiento, presentarse el proyecto bajo diversas formas, renovarse con calor y caer en la frialdad y en el olvido. Hoy este mismo proyecto, tantas veces promovido y nunca ejecutado, entra en el movimiento general de la época que preocupa los ánimos en el ansia de acometer empresas materiales de pública y privada utilidad.
Y no faltaban ingenios españoles que se ocuparan en discurrir e inventar medios y trazas con que simplificar, enriquecer o perfeccionar las artes conocidas y las profesiones que estaban más en boga. Entre los perfeccionadores del arte de la navegación se cita uno, cuya fama se extiende hoy por todo el orbe, y cuyo nombre constituye una de las glorias de nuestra patria, porque la fama pública le supone autor de uno de los inventos más útiles y que han hecho una verdadera revolución en la marina, en la guerra, en el comercio y en las relaciones de los pueblos, a saber, los barcos de vapor. El lector habrá comprendido ya que hablamos del español Blasco de Garay.
Desde que comenzamos a escribir esta historia, hemos estado temblando de llegar a la época en que tuviéramos necesidad de pronunciar o estampar este nombre. No cediendo a nadie en amor a las glorias patrias, hemos tenido fuertes luchas dentro de nosotros mismos, entre este amor santo a las glorias nacionales, y el amor no menos santo, y más sagrado todavía para nosotros, a la verdad histórica; entre la pena de alzar el velo a una ilusión lisonjera, casi sancionada por la persuasión general, y la precisión severa y dolorosa de decir la verdad de lo que sabemos, o por lo menos de no ocultar el fruto de nuestras investigaciones. Tentados hemos estado muchas veces a callar. Al fin nos hemos hecho cargo de que este país de glorias no necesita, para contarlas en abundancia, de una más que equivocadamente se le haya atribuido, y nos hemos resuelto a decir: «Creemos que Blasco Garay no inventó el vapor.»
La creencia, hoy difundida por el mundo, y acaso ya por nadie, o casi por nadie combatida, de que el español Blasco de Garay inventó y ensayó el vapor con aplicación a los buques aun no mediado el siglo XVI, tuvo su origen en un artículo que el ilustrado y erudito académico de la Historia don Martín Fernández de Navarrete publicó como ilustración a su famosa obra titulada: Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XVI{1}. «Entre las varias invenciones útiles que se deben a los españoles, dice este escritor, citaremos algunas por vía de ejemplo. Sea la primera la de los barcos de vapor, tan en moda en nuestros días; sobre la cual nos ha comunicado desde Simancas el señor don Tomás González la noticia siguiente.– Blasco de Garay, capitán de mar, propuso en el año 1543 al emperador y rey Carlos V un ingenio para hacer andar las naves y embarcaciones mayores, aun en tiempo de calma, sin necesidad de remos ni velamen. A pesar de los obstáculos y contradicciones que experimentó este proyecto, el Emperador convino en que se ensayara, como en efecto se verificó en el puerto de Barcelona el día 17 de junio del expresado año 1543. Nunca quiso Garay manifestar el ingenio descubiertamente, pero se vio al tiempo del ensayo que consistía en una gran caldera de agua hirviendo, y en unas ruedas de movimiento complicadas a una y otra banda de la embarcación. La experiencia se hizo en una nao de 200 toneles, &c.» Y prosigue dando algunas noticias, aunque sucintas y breves, de los ensayos.
En nuestras visitas a aquel archivo, de donde partió la noticia, comunicada por el archivero que era entonces don Tomás González al señor Navarrete, llevados del noble afán de adquirir pormenores acerca de un descubrimiento que mirábamos como tan glorioso a nuestra patria, procuramos investigar y examinar todo lo que sobre el mencionado invento arrojaran los documentos existentes en aquel archivo. Confesamos que después de la más esmerada diligencia y del más escrupuloso y exquisito examen, se cayó de nuestros ojos la venda de la ilusión que en este trabajo nos guiaba. Porque no solamente no hemos hallado en los documentos que se refieren al invento de Blasco Garay nada que tenga relación con el vapor, ni se habla en ellos nunca de caldera ni de agua hirviendo, sino que creemos haber averiguado con toda certeza que el aparato, o ingenio que entonces se decía, de Blasco de Garay, y la fuerza motriz que él ensayó con aplicación a los barcos no tuvo analogía alguna con el vapor. Celebraríamos mucho que otro más afortunado que nosotros encontrara datos que nos convencieran de que somos nosotros los que hemos padecido error. Entretanto, para que nuestros lectores puedan formar juicio sobre este importante asunto, vamos a informarles en compendio del fruto y resultado de nuestras investigaciones sobre el particular{2}.
Hallándose el emperador Carlos V en Toledo en principios de 1539, le dirigió Blasco de Garay un memorial, en que exponía ser un pobre hidalgo, que habiéndose dedicado al estudio de las ciencias entonces conocidas, y deseando servirle como lo habían hecho otros, y particularmente un hermano suyo muerto en Italia, le ofrecía:
1.° Construir un ingenio para mover los barcos en tiempo de calma sin el auxilio de remos.
2.° Otro para sacar efectos y barcos idos a pique con ayuda de solo dos hombres.
3.° Otro para permanecer dentro del agua como encima.
4.° Otro para mantener luz dentro del agua.
5.° Otro para ver los objetos a poca profundidad, cuando el agua estuviera turbia.
6.° Otro para hacer potable el agua del mar.
7.° Otro para hacer agua sin agua.
8.° Otro para hacer un molino a bordo, con otros muchos de esta especie servidos por un solo hombre{3}.
Este memorial pasó al Consejo, y oído su parecer, el emperador, en cédula de 22 de marzo del mismo año 1539, le prometió un premio proporcionado a su servicio si realizaba lo ofrecido en el memorial, y al propio tiempo dio orden a Francisco Verdugo y Diego de Cazalla, proveedor el uno y pagador el otro de las armadas de España en Málaga, para que le facilitasen oficiales de carpintero y herrero, con los materiales correspondientes para que ensayara el proyecto número 1.°{4} En su virtud pasó Garay a Málaga con el escaso socorro de 40 ducados, y desde allí escribió a los secretarios Juan Vázquez de Molina y Francisco Eraso, participándoles tener adelantado el ingenio, y haber tenido que empeñar su espada y su capa para poder subsistir, por lo cual suplicaba le enviasen socorros y le diesen un barco donde colocar su ingenio{5}. A consecuencia de esto se expidió nueva cédula (10 de agosto) mandando se le facilitase un galeón de 200 toneles y dos cubiertas, y se le diese otros 40 ducados para su entretenimiento{6}.
O esto no se facilitó, o no debió servirle, puesto que en 1.° de enero de 1540 escribió quejándose de la paralización en que estaba, y sin duda de resultas de esta queja se hizo la primera prueba en julio de aquel año en un barco grande con el auxilio de seis ruedas, las cuales se tropezaron y estorbaron, al extremo de verse obligado Garay a reducirlas a dos; y por consejo de Verdugo se colocó el ingenio en otro barco de 100 toneles, donde se hizo el segundo ensayo, que produjo el efecto que el autor deseaba, andando cerca de legua por hora, y haciendo ciaboga con facilidad y prontitud. De estas dos pruebas dio cuenta Garay al emperador en Madrid (10 de setiembre), y en su vista le mando S. M. volver a Málaga para que lo ensayase en otro buque de 300 a 350 toneles, abonándole 100 ducados, y por una cédula imperial (16 de noviembre) se prohibía copiar ni sacar modelos de la máquina bajo la pena de sesenta mil maravedís{7}. Pero en todo esto se conoce que se procedía con lentitud, no por parte de Blasco, que mientras le facilitaban recursos se ocupaba en Málaga en construir un molino de mano, hasta que se expidieron órdenes mandando darle el barco, alojamiento y operarios, con más 200 ducados, haciéndose cargo de guardar la máquina el mayordomo de la artillería{8}. Y sin embargo todavía en 25 de setiembre (1541) escribía Garay al emperador y al secretario Francisco de Ledesma manifestando estar parado y no tener buque, y pues había marchado la expedición de Argel y los operarios de la maestranza se hallaban desocupados, parecíale ser la ocasión a propósito para ejecutar la obra{9}.
Poca fortuna debió correr por entonces la empresa, cuando en 7 de marzo de 1542 volvió Blasco de Garay a instar para que se le diese otro buque en que colocar su máquina, por no parecerle a propósito el que le había propuesto Diego de Cazalla, y apuraba por auxilios para subsistir; y de estas y otras gestiones que hizo con el marqués de Mondéjar, capitán general de Granada, resultó mandar el emperador se librasen 500 ducados para la experiencia y 50 para Garay. La experiencia (que era ya la tercera) se hizo delante de don Bernardino de Mendoza, (junio, 1542), y según las cartas del marqués de Mondéjar, de Mendoza, y del mismo Garay, ofreció el inconveniente de ser las palas de las ruedas muy largas y muchas en número, y tener demasiado plomo, de suerte que el barco había hecho muy buena salida, pero después los operarios no podían con el trabajo. Por tanto el 11 de julio se hizo otra prueba (y es la cuarta), acortando las palas media vara y reduciéndolas a seis, andando hora y media de ida y vuelta con dos bateles y un esquife a proa, infiriéndose que las ruedas eran seis, y no dos como en la segunda prueba, pues dice que los hombres que las manejaban eran treinta y seis, y seis en cada una sin relevo por medio de cigüeñas. El barco anduvo a razón de tres cuartos de legua por hora, y se comparó con la galera Renegada, de cuatro bancos por banda, y veinte y cuatro remeros, habiendo hecho ciaboga dos veces mientras la galera una. Dice por último que había notado defectos que enmendaría, y que pasaría a Granada a dar más explicaciones.
En 18 de julio (1542) escribió el proveedor de Málaga Francisco Verdugo al secretario Vázquez y al emperador, informando poco favorablemente de las pruebas, y en 25 trasladó el marqués de Mondéjar el informe de Gracián de Aguirre, perito en las cosas de mar, a quien había comisionado para ver la experiencia. Aguirre decía en su informe, que para surgir el navío y zarpar las anclas impedían mucho las ruedas de delante o de proa; que para amarrar y cazar las del medio, y todas para el uso de artillería entre cubiertas y para subir a bordo la lancha; que en una refriega el artificio peligraría por ser fácil romper las palas; que la nao había andado un cuarto de legua por hora, y que el trabajo de la gente le parecía insoportable; que si se salvasen estos inconvenientes el ingenio podría servir para tomar un puerto y salir de él, para doblar una punta, para juntarse las naves desviadas unas de otras, para bornearse y otras cosas: que no le parecía útil para llevar buques a remolque, y que no se debía gastar en ello más dinero, quedando en escribir luego que hablase con Garay, a quien esperaba.
Así lo hizo en efecto; y en 7 de agosto manifestó que Garay le había ofrecido el remedio de todos los inconvenientes, y que la nao andaría más, de lo cual no osaba salir fiador; pero no embargante esto, le consideraba hombre ingenioso y del que convendría aprovecharse en otras cosas, acabando por proponer se le diese entretenimiento en el artillería. Contestando el emperador a estas cartas en 26 de agosto, y ateniéndose a lo informado por Gracián de Aguirre, previno no se gastase más en ello, y que proveería en lo demás. Blasco de Garay se manifestó quejoso de los informantes{10}, y pidió que la prueba se hiciese con medios adecuados, comprándose un buque de 300 toneles y haciéndose la prueba a presencia de S. M. para que fuese juez, pues de lo contrario habría tantos pareceres como cabezas; que él prometía enmendar las faltas notadas, deseando salir con la empresa, no por interés propio, sino por servicio de S. M.
Nótase en los libros de registro del Consejo del precitado archivo un vacío de seis años, en que no se hallan copias de documentos. Infiérese no obstante que a consecuencia de esta reclamación de Garay se expidieron órdenes para que se hiciesen nuevos ensayos, puesto que de cartas de Blasco de Garay al emperador y al secretario Vázquez de Molina desde Barcelona aparece el resultado de la quinta prueba hecha en aquellos mares en 17 de junio de 1543, a presencia de varias personas y autoridades, valiéndose del auxilio de solas dos ruedas, una por cada banda del buque, y de la fuerza de cincuenta hombres, con cuyos medios anduvo el barco, según dice Garay, a razón de legua por hora, a pesar de no estar espalmado. Llamábase dicho barco La Trinidad, de porte de 200 toneles: su capitán Pedro Scarza{11}. Acerca de esta prueba escribió al comendador mayor de León don Enrique de Toledo (27 de junio), manifestándole que el ingenio había salido tan bueno que todos estaban maravillados, porque el andar, hacer ciaboga, &c. no lo haría mejor una galera.
También el tesorero Rábago, que estuvo en el casco, informó podía andar en dos horas tres leguas, aunque con trabajo, pues se necesitaban cincuenta hombres, casi con la misma fatiga que si remasen; pero que era muy conveniente para una batalla, pues daba dos vueltas mientras la galera una, y que los defectos que tenía se enmendarían con el tiempo{12}.
Tal es el extracto de los documentos hasta ahora examinados y buscados con la más prolija solicitud. En ellos, como observará el lector, no se habla una sola palabra de calderas, ni se menciona el vapor, ni con este nombre, ni con otro que pudiera significar este admirable motor, sino simplemente de ruedas movidas por hombres y dispuestas con cierto artificio. Sentimos no haber hallado un plano o traza de este aparato, que de una de las cartas de Blasco Garay se deduce haber enviado al emperador{13}.
En 1552 un hijo de Blasco de Garay, del mismo nombre que su padre, escribía al emperador, muerto aquél, diciendo estar perfectamente enterado de sus ingenios, y pidiendo cien ducados para la construcción de otro como el de Barcelona{14}. Mas no hemos hallado el resultado que esta solicitud tuviese. La experiencia de los molinos salió más felizmente a Blasco de Garay, pues dice en sus cartas que se difundió al instante, y pidió privilegio de invención. Acerca de los demás proyectos contenidos en su primer memorial no tenemos noticia de que se pasase adelante, incluso el que tenía por objeto hacer potable el agua del mar. Porque si bien los españoles sitiados en 1560 en el fuerte de la isla de los Gelbes parece que lograron suplir en parte la falta de agua potable con la del mar desalada por medio de alambique, esta invención de alambicar el agua marítima para desalarla se atribuyó a un siciliano perteneciente a la armada española: y de este método habló ya el doctor Andrés de Laguna en una obra impresa hacia el mismo año{15}.
Repetimos, pues, que desearíamos ser los equivocados en cuanto al descubrimiento atribuido a Blasco de Garay. Nosotros hemos expuesto los fundamentos de nuestra opinión. Celebraríamos hubiese quien con otros de más peso y autoridad trajera a nuestro ánimo y al de todos los hombres el convencimiento de que Blasco de Garay había en efecto descubierto el vapor y su aplicación a la navegación.
{1} Es la ilustración VI del tomo I, cap. 33, pág. LIII.
{2} Mucho nos facilitó este trabajo nuestro amigo el ilustrado brigadier del real cuerpo de Ingenieros don José Aparici y Biedma, que ha estado muchos años en aquel del archivo comisionado por el cuerpo para hacer trabajos históricos relativos a la parte militar correspondiente a su arma, la cual ha ilustrado con eruditas memorias, fruto de sus tareas en aquel establecimiento; y que impulsado del mismo deseo que nosotros, había examinado ya muchos legajos, recogido datos interesantes sobre esta materia, y dádoles hasta cierto orden que nos ha servido mucho para el extracto que aquí hacemos.
{3} Archivo de Simancas, Negociado de mar y tierra, legajo n. 14.– 1539.
{4} Ibid., Registro del Consejo, núm. 17.
{5} Ibid., Est. Leg. 45.
{6} Registro del Consejo, libro 16.
{7} Estado, Leg. 46 y 47.– Reg. del Consejo, lib. 16.
{8} Arch. de Simancas, Mar y Tierra, Leg. 21.– Reg. del Consejo, lib. 15 y 17.
{9} Est. Leg. 55.
{10} Carta de Garay al secretario Juan Vázquez en 7 de setiembre de 1542.– Arch. de Simancas, Est., Leg. 59.
{11} Arch. de Simancas, Est., Leg. 289.
{12} Ibid., Est., Leg. 288.
{13} El señor Aparici discurre si acaso se hallara en los legajos que fueron llevados a Francia, pues se nota, dice, que los papeles se reunieron allá en el legajo n. 58.
{14} Negociado de mar y tierra, leg. n. 48.
{15} Relación MS. de la jornada de los Gelbes, sacada de la biblioteca del Escorial, y citada por Navarrete en su Colección de viajes.