Filosofía en español 
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Parte tercera Edad moderna

Libro II España en el siglo XVI

XXI

Error de Felipe en haber distraído las fuerzas de Flandes.– Guerra justa, pero inconveniente, con Inglaterra.– Causas del desastre de la armada Invencible.
 

Aun cuando no se pueda asegurar, se puede fundadamente presumir que Alejandro Farnesio habría llegado a dominar la envejecida rebelión de los Países Bajos, si Felipe II no le hubiera distraído, cuando estaba en buen camino para ello, ocupando su atención y sus fuerzas en guerras y expediciones contra otros reinos, sacándole del centro de sus atinadas operaciones. Cuando el de Parma había logrado enseñorear las provincias de Brabante, Flandes y Güeldres, y el valeroso caudillo español Francisco Verdugo tenía casi sometida la Frisia, y los rebeldes sentían aquel desaliento que infunde una serie de reveses y una causa que va en decadencia, entonces fue cuando Felipe II determinó invadir y subyugar la Inglaterra, enviando contra ella la armada Invencible, y nombrando al duque de Parma general en jefe del ejército expedicionario y que había de hacer la ocupación de aquel reino, es decir, del ejército con que Alejandro había hecho sus conquistas y ganado sus triunfos en Flandes.

¿Érale posible al Farnesio atender a un tiempo a Inglaterra y a los Países Bajos? Y si la conservación de las provincias flamencas y la sujeción de los rebeldes se tenía por tan interesante a España, como lo mostraba el empeño de mantener una guerra costosísima que llevaba ya más de veinte años de duración, ¿era prudente dejar desmanteladas de tropas las provincias, precisamente cuando la revolución parecía ir de vencida? Si España podía, como pudo, poner en pie tan formidable armada y tan gigantescos recursos y medios de guerra, ¿no habría sido más conveniente emplearlos en acabar de sujetar las provincias disidentes de Flandes, para dirigirlos después con más desembarazo contra Inglaterra? Esto era lo que aconsejaba al rey con mucha cordura a nuestro juicio el secretario Idiáquez. Pero Felipe desestimó todo consejo que contrariara su propósito, y obrando de su propia cuenta empeoró la situación de Flandes interrumpiendo los triunfos de Farnesio, y perdió la más poderosa armada.

No puede negarse que Felipe II tenía sobrados motivos de queja y sobrados agravios que vengar de la reina Isabel de Inglaterra. Sus diferencias religiosas, el favor que más o menos desembozadamente había estado dando Isabel a los rebeldes de Portugal y a los protestantes de los Países Bajos, sus tratos con el duque de Alenzón, el despojo violento que había hecho del dinero de algunas naves españolas, las depredaciones del Drake y otros corsarios ingleses, hechas con su conocimiento, si no con su explícita aprobación, la cruel persecución y el abominable suplicio de la desventurada María Stuard, todos eran justos motivos de enojo para Felipe, y razonables causas para llevar la guerra a los propios estados de su astuta enemiga. Y en verdad los recursos que para ello desplegó parecían suficientes hasta para apoderarse del reino de la Gran Bretaña. ¿Pero acertó en la manera y en la oportunidad de ponerlo por obra? ¿Fue debido solo a la contrariedad de los elementos el desastre y la pérdida de la Invencible armada? El célebre dicho de Felipe II: «Yo envié mis naves a luchar con los hombres, no contra los elementos,» fue una bella frase para consolarse el monarca a sí mismo, o por lo menos disimular su pena, y la nación la adoptó, porque propendemos siempre a hacernos creer a nosotros mismos lo que puede hacernos resignar con el infortunio.

Pero en aquella calamidad no tuvieron menos parte la precipitación y las imprevisiones del monarca que la conjuración fatal de los elementos. Ya que Felipe no siguiera el sano consejo de Idiáquez, habría ganado mucho con seguir el del duque de Parma y el marqués de Santa Cruz, asegurando un puerto en Holanda o Zelanda antes de enviar la escuadra a la costa de Inglaterra. Desde que murió don Álvaro de Bazán, debió suspender la expedición primero que confiarla a manos tan inexpertas como las del duque de Medinasidonia. Y fue una gran falta mandar o permitir que se acercaran los navíos al puerto de Plymouth antes que Alejandro Farnesio hubiera podido preparar el embarque de los tercios de Flandes; como lo fue, una vez puesta la armada española frente de Plymouth, no embestir las naves enemigas mientras tuvieron el viento contrario. Los elementos vinieron después a acabar la obra de los errores de los hombres (1588).

Después de la catástrofe de la Invencible vuelve el duque de Parma su atención a Flandes, emprende de nuevo sus operaciones y reduce algunas plazas, bien que con el disgusto de tener que aplicar todo el rigor de las leyes de la disciplina militar a algunos de los viejos tercios que en su ausencia se habían insurreccionado y amotinado, y teniendo que habérselas con el joven príncipe Mauricio de Nassau, hijo del de Orange, que desplegaba toda la decisión de su padre por la independencia de las Provincias Unidas, y más talento que él para la guerra. Una sorpresa ingeniosa pone la importante plaza de Breda en poder de Mauricio, y Nimega se ve amenazada por el de Nassau mientras una enfermedad adquirida por los trabajos retiene en Bruselas a Alejandro Farnesio (1589).