Filosofía en español 
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Parte tercera Edad moderna

Libro X Guerra de la independencia de España

Capítulo XIII
Badajoz. La retirada de Portugal
La Albuera
1811 (de enero a junio)

Soult recibe orden para ir en auxilio de Massena.– Las tropas españolas de Portugal vuelven a Extremadura.– Muerte del marqués de la Romana.– Pereza y lentitud de Soult y su causa.– Parte a Extremadura.– Toma a Olivenza.– Sitia a Badajoz.– Briosa conducta del gobernador Menacho.– Operaciones de Mendizábal.– Ahuyéntale Soult.– Pérdida grande de los nuestros.– Honrosa y desgraciada muerte de Menacho.– Flojedad de su sucesor.– Rendición de la plaza.– Sensación que este suceso hace en las Cortes.– Ocupan los franceses a Alburquerque, Valencia y Campomayor.– Acontecimientos en Andalucía.– Expedición del general Peña.– Movimientos del mariscal Víctor.– Acción del cerro del Puerco.– Operaciones navales.– Debates en las Cortes sobre el resultado de la expedición y el comportamiento de los jefes ingleses y españoles.– Bombas arrojadas sobre Cádiz.– Expedición de Zayas al condado de Niebla y su resultado.– Célebre retirada del ejército francés de Portugal.– Habilidad que muestra y reputación que gana en ella Massena.– Conducta de Wellington.– Acciones que sostienen los franceses.– El mariscal Ney.– Trabajos y penalidades que pasan.– Huella de sangre y desolación que van dejando en el país.– Disidencias entre los generales: márchanse algunos: disgusto de Massena.– Franquea el ejército francés la frontera de Castilla.– Auxíliale Bessières.– Se repone.– Viene a Extremadura el general inglés Beresford.– Apodérase de Campomayor que abandonan los franceses.– Cruza el Guadiana.– Castaños general en jefe del 5.º ejército español.– Latour-Maubourg toma el mando del 5.º cuerpo francés.– Toma Beresford a Olivenza.– Pretende el embajador inglés que se de a Wellington el mando de varias provincias españolas.– Niégalo la Regencia.– Firmeza y patriotismo de Blake.– Aprueba el consejo su conducta.– Vuelve el ejército francés a entrar en campaña.– Acción de Fuentes de Oñoro entre ingleses y franceses.– Regresan éstos a tierra de Salamanca.– Sale la guarnición francesa de Almeida volando los muros.– Retírase Massena a Francia.– Reemplázale Marmont.– Expedición de Blake con ejército a Extremadura.– Reúnese a Castaños y a Beresford.– Acude también Soult desde Sevilla con ejército en socorro de Badajoz.– Sitúase el ejército anglo-lusitano-español en la Albuera.– Van a buscarle los franceses.– Famosa batalla de la Albuera.– Glorioso triunfo de los aliados.– Premios que decretan las Cortes.– Elogio de Blake y los españoles en el parlamento británico.– Renuévase el sitio de Badajoz.– Reunión de ejércitos ingleses y franceses en Extremadura.– Levántase el sitio.– Retírase Wellington a Portugal.– Vuelve Blake a Cádiz.– Regresa Soult a Sevilla.
 

Volvamos otra vez la vista hacia los movimientos y las operaciones militares, de que no es fácil apartarla mucho tiempo en guerra tan viva y de la cual estaba pendiente la suerte del reino.

Importaba más que todo a Napoleón, siempre y con preferencia atento a arrojar los ingleses de la península española, proteger y auxiliar cuanto pudiese al mariscal Massena, a quien dejamos a fines de 1810 en Portugal frente al ejército anglo-portugués de Wellington, a sus formidables posiciones de Torres-Vedras y a la nueva cadena de fuertes con que había acabado de ceñirlas y hacerlas inexpugnables. No creyendo Napoleón bastantes a sacar a Massena de la comprometida situación en que se hallaba los refuerzos que le llevaron los generales Drouet, Claparède y Gardanne, ni los tres mil hombres con que le acudió el general Foy, el mismo que a costa de mil peligros había ido de Portugal a París a informarle del verdadero estado de aquel ejército expedicionario en que tenía puesta toda su confianza, mandó al mariscal Soult que a toda costa se pusiera en comunicación con Massena y le diera la mano, siquiera tuviese que abandonar la Andalucía; porque para el emperador todo era secundario, todo de poca monta ante la idea de destruir el ejército inglés, objeto predilecto que no se apartaba nunca de su mente.

Wellington esperaba también refuerzos de Inglaterra. De allí había venido el mariscal Beresford a reemplazar al general Hill, que tuvo que retirarse por enfermedad. El plan de Wellington era enviar a Extremadura estas tropas, juntamente con las divisiones españolas que se le habían unido, con objeto de que interponiéndose entre Soult y Massena les impidiesen la comunicación. Mandábanlas don Martín de la Carrera, don Carlos O'Donnell y don Carlos de España, y todas se pusieron en movimiento; pero el marqués de la Romana que las gobernaba como general en jefe, cuando se disponía a partir, falleció repentinamente de una aneurisma en el cuartel general de Cartaxo (23 de enero, 1811), teniendo con tal motivo que guiarlas como jefe en la expedición el general don José Virués. Cualesquiera que fuesen las prendas y condicione; que faltasen al marqués de la Romana para constituir un buen general, como hemos observado en varias ocasiones, adornábanle otras que le hacían recomendable, y al través de algunos desaciertos y errores había prestado servicios de mucha estima a su patria, y las Cortes así lo reconocieron, acordando que se pusiese una inscripción honrosa en su sepulcro.

Pero el duque de Dalmacia (Soult), que tardó algo en recibir las ordenes de Napoleón, porque las primeras fueron interceptadas por las guerrillas españolas, tampoco se apresuró a ejecutarlas después de recibidas. Sentía por una parte dejar las provincias andaluzas, donde ejercía una autoridad ilimitada y las miraba como una especie de patrimonio suyo, y por otra no le era muy agradable ir a ayudar a Massena a la conquista de Portugal, de cuya empresa, caso de salir bien, éste y no él sería quien recogería el fruto y la gloria. Así fue que se movió perezosamente: dio no obstante sus disposiciones, señaló los generales y las fuerzas que habían de quedar en Sevilla y en Córdoba, y reuniéndose al mariscal duque de Treviso (Mortier) que mandaba el 5.º cuerpo, partió a principios de enero camino de Extremadura con unos veinte y tres mil hombres y cincuenta y cuatro piezas, sin contar unos tres mil quinientos del ejército del centro con que el general Lahoussaie se adelantó a Trujillo. Pero huyendo de entrar desde luego en Portugal, y alegando no ser conveniente dejar a la espalda plazas españolas, pidió y obtuvo de Napoleón el permiso de atacar las plazas de Olivenza y Badajoz antes de invadir el Alentejo; sistema y conducta que muchos le censuraron, entre otros el mariscal Jourdan, que lo dejó así escrito en sus Memorias.

Mandaba las tropas españolas de Extremadura don Gabriel de Mendizábal, que con la entrada de Soult se replegó por Mérida hacia la derecha del Guadiana. La división de Ballesteros, que obraba hacia el Condado de Niebla dándose la mano con Copons, fue perseguida por el general Gazan, que la dispersó y tomó parte de su artillería. Soult avanzó sobre Olivenza, plaza española desde el tratado de Badajoz de 1801, descuidada, además de ser de suyo débil. Atacada por el general francés con piezas de grueso calibre, fácil le fue rendirla (22 de enero), quedando prisionera de guerra la guarnición, inclusos 3.000 hombres que Mendizábal tuvo el mal acuerdo de enviar donde iban a servir más de embarazo que de defensa.

Ballesteros, que a este tiempo recibió de la Regencia el nombramiento de comandante general del Condado de Niebla, después de embarcarse Copons con sus tropas para la Isla de León, sostuvo en Villanueva de los Castillejos un porfiado y honroso combate (25 de enero) contra los generales franceses Gazan y Remond, causándoles bastante pérdida, y retirándose después por escalones a Sanlúcar de Guadiana. Como luego observase que Gazan se corría hacia Badajoz, a cuya plaza se encaminó el duque de Dalmacia después de la toma de Olivenza, renovó sus correrías, embistió y sorprendió a Fregenal, donde cogió unos cien prisioneros (16 de febrero), y antes de terminar el mes tornose al Condado, donde había quedado solo Remond, y desde luego le forzó a retirarse del otro lado del río Tinto (2 de marzo), suceso que puso en cuidado a los franceses que guarnecían a Sevilla, en términos de tener que salir el gobernador Darican en auxilio de Remond. Manejose no obstante tan diestramente Ballesteros que en la noche del 9 sorprendió a Remond en Palma, cogiole dos cañones y bastantes prisioneros, y disponíase a marchar arrojadamente hacia Sevilla cuando le detuvieron las malas noticias que de Extremadura iban llegando.

Había en efecto, como indicamos, dirigídose el mariscal Soult desde Olivenza a acometer la plaza de Badajoz, capital de la Extremadura, sita a la orilla izquierda del Guadiana, guarnecida por unos 9.000 hombres y gobernada por el mariscal de campo don Rafael Menacho, hombre de acreditado valor y firmeza. Después de distribuir Soult sus cincuenta y cuatro piezas en diferentes baterías colocadas en varios puntos, comenzaron aquellas el 28 de enero a abrir la trinchera. El 30 hicieron los sitiados una vigorosa salida, a pesar de la cual intimó el francés la rendición a la plaza (1.º de febrero), a que contestó Menacho con briosa respuesta. Mendizábal, que había colocado las divisiones venidas de Portugal a la derecha del Gévora (río que se junta allí con el caudaloso Guadiana), protegidas por el fuerte de San Cristóbal, trató de meterse en Badajoz, a cuyo fin mandó a don Martín de la Carrera que ahuyentase la caballería enemiga, operación que ejecutada con habilidad y denuedo permitió a Mendizábal entrar en la plaza con su infantería (6 de febrero). Con esto se animaron los sitiados a hacer al día siguiente una salida, dirigiendo la empresa don Carlos de España. Destruyeron aquellos algunas baterías e inutilizaron algunas piezas, mas como no hubiesen podido clavarlas todas, rehechos los franceses y repelidos los nuestros, con las que quedaron útiles hicieron sobre los españoles estrago grande, perdiéndose 700 hombres, algunos bravos oficiales entre ellos. A los dos días volvió a salir Mendizábal de Badajoz, desembarazando la plaza de la gente inútil, y dejando la guarnición reducida a los 9.000 hombres de antes, situose a la margen opuesta del Guadiana, apoyándose en el fuerte de San Cristóbal.

Nuestros contratiempos comenzaron verdaderamente el 11 (febrero), apoderándose los franceses del fuerte de Pardaleras, que guarnecían 400 hombres, metiéndose en él por un punto que obligado por la fuerza tuvo la debilidad de señalarles un oficial prisionero: salvose no obstante mucha parte de la guarnición. Al día siguiente, comprendiendo Soult cuánto le importaba para apresurar el sitio de Badajoz arrojar a Mendizábal de las cercanías del fuerte de San Cristóbal, envió una columna que cruzando el Guadiana comenzó a lanzar bombas sobre el campamento español. Mendizábal, cuya fuerza pasaba todavía de 9.000 hombres, no había cuidado de atrincherarse ni fortalecerse, a pesar de habérselo aconsejado el general inglés, fiando en que las crecientes del Guadiana y del Gévora no permitían atacarle en aquella posición. ¡Indiscreta e incomprensible confianza! Las aguas descendieron el 18 (febrero), y vadeando y cruzando los dos ríos la caballería enemiga guiada por Latour-Maubourg, y luego la infantería conducida por Girard, en número una y otra igual a la fuerza que contaba Mendizábal, cogieron a éste en medio casi desapercibido; y cayendo con ímpetu sobre los españoles el mariscal Mortier que dirigía los movimientos (19 de febrero), entró la confusión y el desorden en nuestras filas. Diéronse los primeros a huir los portugueses, a quienes en vano intentó contener el valeroso español don Fernando Butrón a la cabeza de los regimientos de Lusitania y de Sagunto. Un poco se sostuvo Mendizábal con la infantería, formando con ella dos grandes cuadros, pero rotos éstos también, todo fue ya dispersión, pérdida y desastres. Mas de 800 fueron los muertos o heridos; acaso pasaron de 4.000 los prisioneros, entre ellos el general Virués; perdiéronse 17 cañones, 20 cajas de municiones y 5 banderas. Refugiáronse los dispersos en las plazas inmediatas: don Carlos de España se salvó en Campomayor; en Yelves don Fernando Butrón con don Pablo Morillo y unos 800 hombres. Apenas perdieron 400 los franceses. «¡Pelea ignominiosamente perdida, exclama aquí un historiador español, y por la que se levantó contra Mendizábal un clamor universal harto justo! Fue causa de tamaño infortunio singular impericia, que no disculpan ni los bríos personales ni la buena intención de aquel desventurado general.{1}»

De esta victoria se aprovechó Soult, como era natural, para activar los trabajos del sitio, pudiendo construir con cierta tranquilidad puentes de comunicación de la una a la otra orilla del Guadiana. Y sin embargo no decayó el espíritu del gobernador Menacho, tanto que no quiso recibir al parlamentario que Soult le envió con nuevas proposiciones para la rendición de la plaza. Su firmeza alentaba a todos, en términos que a porfía pugnaban por compartir con él los peligros. Por si el cañoneo derribaba los baluartes y los muros, propúsose resistir dentro del casco de la ciudad, a cuyo fin hizo abrir zanjas en las calles, atronerar las casas y emplear otros medios de defensa interior. Por una deplorable desdicha acabó pronto su gloriosa carrera aquel digno y denodado jefe. El 4 de marzo había dispuesto una salida de la guarnición, y cuando él observaba con placer desde lo alto del muro el daño que aquella hacía al enemigo, una bala de cañón le derribó sin vida. Pérdida irreparable fue aquella para los sitiados, llorada con razón por todos. Con razón también las Cortes del reino honraron y pensionaron su familia. Sucediole en el gobierno de la plaza el general don José de Imaz, cuya conducta hizo resaltar doblemente la de su malogrado antecesor; puesto que a los seis días (10 de marzo), al tiempo que desde Yelves se recibía aviso de que el mariscal Massena se retiraba de Portugal, y de que pronto sería la plaza socorrida, cuando aún no estaba bastante aportillada la brecha, y contra el dictamen de varios de los jefes reunidos en consejo, disculpándose con el parecer de otros, accedió a capitular, entregando la plaza con más de 7.000 hombres que aún había útiles, fuera de los 1.000 enfermos de los hospitales, y con 170 piezas de artillería y abundancia de municiones.

Gran sensación y profunda tristeza causó la noticia de esta rendición en las Cortes. La Regencia en su oficio decía que hallaba motivo suficiente para que aquel suceso fuese juzgado según ordenanza; varios diputados manifestaron su indignación por la conducta del gobernador, y hubo quien expresó su dolor exclamando: «Dios nos salve, quia non est alius qui pugnet pro nobis.» Propusiéronse medidas para remedio de tan graves males, y también se pidió que se indagara la conducta militar de Mendizábal en su desgraciada batalla del 19 de febrero{2}.

La consecuencia más inmediata de la rendición de Badajoz fue la ocupación de Alburquerque y Valencia de Alcántara por el general Latour-Maubourg, y la de Campomayor por el mariscal Mortier (15 de marzo), esta última después de algunos días de ataque, y quedando prisioneros unos 600 portugueses entre milicianos y ordenanzas.

Aunque a este tiempo se retiraba, como hemos indicado, el mariscal Massena de Portugal, cúmplenos antes de dar cuenta de este importante suceso, darla de lo que había acontecido en Andalucía durante la ausencia de Soult, y que obligó a éste a retroceder a aquella provincia tan pronto como tomó a Badajoz. El gobierno de Cádiz, de acuerdo con los ingleses, quiso aprovechar la salida del ejército expedicionario de Extremadura para intentar un golpe contra el que quedaba sitiando a Cádiz y la Isla, y obligarle, si podía, a levantar el cerco. Combinose al efecto una expedición al mando del general don Manuel de la Peña, con tropas españolas e inglesas, en número aquellas de cerca de 8.000, de más de 4.000 éstas, contando las que ya en el mes de enero habían pasado con el propio fin de Cádiz a Algeciras, y habían hecho una marcha sobre Medinasidonia a las órdenes de don Antonio Begines de los Ríos. El 26 de febrero se embarcaron las tropas que faltaban, y arribaron con dificultad el 27 a Tarifa, donde se les incorporaron los ingleses; la división de Begines se hallaba en Casas Viejas. Dividió Peña el ejército en tres cuerpos, encomendando la vanguardia a don José de Lardizábal, el centro al príncipe de Anglona, y la reserva al general inglés Graham: mandaba la caballería don Santiago Whittingham, y constaba la artillería de 24 piezas.

El 28 (febrero) se puso en movimiento el ejército expedicionario con dirección al puerto de Facinas, desde el cual podía seguir dos caminos, o el de Medinasidonia por Casas Viejas, o el de Chiclana y Santi-Petri por Vejer. Tomó de pronto el primero, más luego hallándose en los alturas frente a Casas Viejas, varió de pensamiento el general en jefe, y emprendió la marcha por el segundo (3 de marzo): mudanza que se censuró de errada y de inconveniente, y que explican algunos por el carácter meticuloso del general la Peña, que tomando aquel rumbo se ponía más pronto en comunicación con la Isla, y lo creía más seguro para el caso de un contratiempo. El general Zayas, que había quedado mandando en la Isla, tenía el encargo de ejecutar movimientos en toda la línea, en combinación con las fuerzas de mar, y de echar un puente de barcas a la embocadura de Santi-Petri. Ejecutose esta última operación el 2 de marzo, pero descuidados aquella misma noche los españoles que le custodiaban fueron sorprendidos y hechos prisioneros en número de 250 por los tiradores franceses, y gracias que a favor del desorden no pasaron más adelante. De resultas mandó Zayas cortar algunas barcas del puente: con esto, y con ignorar la marcha del ejército expedicionario, al cual se suponía caminando en el primer rumbo que emprendió, y con no recibirse de él las señales convenidas ni aviso alguno, pues un oficial que le traía fue equivocadamente preso por los mismos ingleses, no pudieron los de la Isla auxiliar de pronto las operaciones de fuera.

Había el ejército expedicionario tomado el camino de Conil (4 de marzo), para continuar la vuelta de Santi-Petri. La marcha fue perezosa y pesada, no calculados bien los entorpecimientos con que había de tropezar. Ignoraba este movimiento el mariscal Víctor, que además de los 15.000 hombres con que vigilaba a Cádiz y la Isla, tenía otros 5.000 entre Sanlúcar, Medinasidonia y otros puntos inmediatos. Por lo mismo, y para ocurrir a todo evento, habíase colocado entre Medina y Conil; mas luego que supo la dirección de los aliados, corriose a los pinares de Chiclana, y colocó convenientemente las tres divisiones de Ruffin, Leval y Villatte. Así, cuando Lardizábal con la vanguardia española llegó al sitio en que se había propuesto atacar por la espalda los atrincheramientos franceses que impedían la comunicación de los de fuera con la Isla, encontrose allí con la división de Villatte (5 de marzo). Embistiola el general español bravamente, y tanto que después de recia pelea rechazó al francés al otro lado del caño, y abrió la comunicación con la Isla, si bien se retrasó por la reciente cortadura del puente hecha por Zayas. Queriendo aprovechar aquella ventaja el general Peña, dio orden al inglés Graham para que acercándose al campo de la Bermeja cooperase a las maniobras de la vanguardia, dejando el cerro llamado del Puerco en que se había situado encomendado a la división de don Antonio Begines.

Atento a todas estas evoluciones el mariscal Víctor, destacó la división Leval contra la inglesa de Graham, y poniéndose él al frente de la de Ruffin dirigiose al cerro del Puerco, y trepando por la ladera de la espalda, y arrojando de él a los españoles y apoderándose de la cumbre, interpúsose entre las tropas que le habían ocupado y las que quedaban en Casas Viejas, siendo su intento acorralar a los aliados contra el mar. Apercibido de esto Graham, contramarchó rápidamente, y haciendo que el mayor Duncan rompiese con los diez cañones que llevaba un fuego vivo contra la división Leval, contúvola causando en ella destrozo grande. Mandó luego arremeter el cerro del Puerco, de que se había apoderado Ruffin: recio y sangriento fue el combate, aunque corto, pues solo duró hora y media; perdieron en él los ingleses más de 1.000 soldados con 50 oficiales; la pérdida de los franceses fue de 2.000 muertos o heridos y 400 prisioneros. Entre los muertos lo fue el general Rousseau, y entre los heridos el general Ruffin, tan mortalmente que sucumbió a bordo del buque que le trasportaba a Inglaterra. Dueños los ingleses del cerro, Graham no persiguió al enemigo por el cansancio de sus tropas, pero aquél no se repuso a pesar de los esfuerzos del mariscal Víctor por restablecer el combate. No hizo otro tanto la Peña, que ni siquiera se movió para auxiliar a Graham, disculpándose con haber ignorado la contramarcha de éste y la refriega en que se empeñó. Lardizábal con su vanguardia fue quien siguió batiéndose con la división de Villatte, que también salió herido. Graham se metió en la Isla, resentido de la conducta de la Peña, y protestando que no saldría ya más de las líneas, sino en el caso de tener que favorecer desde ellas alguna operación de los españoles.

También por el mar se habían movido los nuestros, amenazando don Cayetano Valdés con las fuerzas sutiles el Trocadero y varios otros puntos. Hízose un desembarco en la playa del Puerto de Santa María, y se recobró a Rota destruyendo las baterías enemigas. Por su parte el mariscal Víctor, después de enviar a Jerez los bagajes y los heridos del día 5, y de llamar de Medinasidonia la división que mandaba Cassagne, se situó con el grueso de sus tropas en las cercanías de Puerto Real. Por lo que hace a Peña, a cuya irresolución y desconfianza se achacó no haberse sacado más fruto de la batalla del 5, no se atrevió a proseguir solo operación alguna, y entró el 7 con todo su ejército en Santi-Petri.

Por espacio de cerca de quince días fueron estos sucesos objetos de debates en las Cortes, alguno en público, los más de ellos en sesiones secretas. Declamose mucho sobre la impericia o flojedad de la Peña en no haber sabido sacar ventajas de la acción del 5; se pidió que se residenciara su conducta, añadiendo algunos que se hiciese sometiéndole a un consejo de guerra; y el general por su parte presentó en su justificación un escrito, de que se acordó dar lectura en sesión pública; aunque no de los documentos que le acompañaban, por ser alguno de ellos ofensivo a los ingleses. Aunque más adelante el resultado de estos cargos y acusaciones fue declararse en junta de generales no resultar hecho alguno para proceder contra Peña, aunque las Cortes después manifestaron quedar satisfechas de su conducta, y aun con el tiempo se le condecoró con la gran cruz de Carlos III, es lo cierto que por entonces se desató contra él la opinión pública, que se cruzaron agrios escritos, que se hizo incompatible su mando con el del general Graham, y que fue menester reemplazarle con el marqués de Coupigny. También se manifestó en el Congreso una opinión desfavorable al general Zayas por la sorpresa del puente de Santi-Petri. El único con quien la asamblea se mostró generosa fue el general inglés Graham, a quien acordó conferir grandeza de España con el título de duque del Cerro del Puerco. No admitió el general británico esta honra, según unos por no lastimar a lord Wellington, que aún no la había obtenido; según otros, y todo pudo ser, por tener en el idioma inglés el nombre del cerro un sonido y una significación aún más repugnante que en el español. Alcanzaron estos debates y se juntaron con el que produjo la noticia de la pérdida de Badajoz{3}.

Mientras estas cuestiones se debatían en la cámara, dispararon los franceses desde el fuerte de la Cabezuela contra Cádiz, e hicieron llegar al recinto de la población bastantes bombas, de las cuales cayeron algunas en la plaza de San Juan de Dios, y una reventó e hizo bastante daño en la iglesia de la Merced (13 de marzo). Pocos sin embargo de estos proyectiles reventaban, pues para hacerlos alcanzar era menester macizarlos con plomo, dejando solo un pequeño hueco en que cabía muy poca pólvora. Invento antiguo, dicen, de un español, que perfeccionó ahora, añaden, otro oficial español al servicio del enemigo. Al principio parece que los franceses no tenían más que tres malos morteros para lanzar esta clase de proyectiles, pero que después los aumentaron y mejoraron.

Para neutralizar el mal efecto de la expedición de Peña, dispúsose otra al condado de Niebla al mando del general Zayas, de quien declararon las Cortes que aun podía emplearle la Regencia en lo que juzgara útil. La división expedicionaria se componía de 5.000 infantes y 250 jinetes, y había de operar de acuerdo con don Francisco Ballesteros, que, como hemos dicho, guerreaba por allí dándose la mano con Copons. Mal principio tuvo esta empresa, puesto que habiendo desembarcado el 19 (marzo) a la inmediación de Huelva, el 23 tuvo que reembarcarse y acogerse a la isla de la Carcajera, abandonando los caballos; porque antes de poder unirse Zayas con Ballesteros, se interpusieron los franceses reforzados con tropas suyas de Extremadura. Ballesteros tampoco dio trazas de querer incorporarse con Zayas, ni menos de cooperar a sus fines; así que todo lo que éste pudo hacer desde la mencionada isla fue coger a los franceses en Moguer unos 100 prisioneros, y recobrar algunos de sus caballos; con lo que se volvió a Cádiz (31 de marzo), no sin riesgo de perecer los buques en que se trasportaba, a causa de un furioso temporal que le sobrevino en aquella costa, como perecieron chocando o encallando en ella no pocos buques mercantes, con centenares de personas.

Veamos ya cómo fue la retirada famosa del mariscal Massena de Portugal, que dejamos anunciada, y el término de aquella invasión célebre en el reino lusitano, de que Napoleón esperaba la expulsión y destrucción total de los ingleses y la ocupación definitiva y tranquila de toda España.

Imposibilitado ya Massena de subsistir por más tiempo en sus estancias de Santarén, agotados todos los recursos del país, mermadas por las enfermedades sus tropas, y con facilidad de acrecer sus fuerzas y sus medios el ejército británico, resolviose al fin a emprender su retirada, haciéndolo con el sigilo, con las precauciones, con la habilidad estratégica propia de un experimentado y previsor general, enviando silenciosamente delante los heridos y los bagajes, y todo lo pesado y embarazoso (4 de marzo), simulando después encaminarse a cruzar el Tajo para dirigirse al Mondego, dando las ordenes convenientes a generales disgustados y descontentadizos que repugnaban someterse unos a otros, aprovechando luego las ventajas de la movilidad francesa sobre la circunspecta lentitud de los ingleses, y salvando en fin las dificultades del terreno, de las escaseces, de las discordias de los suyos y de la persecución de un enemigo superior, con la audacia y la prudencia de un consumado general en jefe. Dos días hacía que había Massena levantado su campo cuando se apercibió de ello lord Wellington, e incierto al principio acerca de su movimiento, y cauto y circunspecto siempre, no queriendo precipitarse nunca, resolvió seguir paso a paso al francés, estrechándole de cerca, y pronto a sacar partido de la primera falta que éste pudiera cometer en su marcha retrógrada.

No nos incumbe seguir los pasos de ambos ejércitos en cada una de sus jornadas desde el 5 de marzo en que se movió el francés hasta el 5 de abril en que logró asomar otra vez a la frontera de Castilla; ni describir los obstáculos que el ejército imperial tuvo que vencer en cada etapa, del Tajo al Mondego, del Mondego al Deuza y del Deuza al Alba; ni referir el pormenor de los encuentros y acciones que tuvo que sostener en Pombal, en Redinha, en Coudeira y en Casal-Novo. Mas no podemos dejar de notar algunas de las circunstancias y singularidades que dieron celebridad en los anales de la guerra a esta retirada, que ni se pareció a la de Junot saliendo de Lisboa después de una capitulación, ni a la de Soult cuando retrocedió de Oporto sin artillería y en el más lastimoso y deplorable estado, si bien ahora como en aquellas dos ocasiones se vio cuán fatal era el suelo portugués para las armas francesas.

Mucha serenidad, mucha inteligencia y mucha maestría necesitó desplegar, y mucha desplegó en efecto el mariscal Massena en esta célebre retirada, para que el antiguo defensor de Génova, para que el vencedor de Zurich y libertador de la Francia, para que quien contaba en su carrera tantos triunfos que le designaban las gentes con el nombre de hijo mimado de la victoria, no perdiera, antes bien conservara en medio de un gran contratiempo la reputación de capitán insigne, y de los más insignes del siglo. Después de haberse mantenido cerca de seis meses en las posiciones del Tajo, en una de las situaciones más difíciles en que puede verse un general en jefe, sin víveres, sin comunicaciones, sin noticias siquiera de la Francia, hacer una retirada de sesenta leguas, por un país arruinado y estéril; con soldados andrajosos o desnudos; con generales descontentos, a veces insubordinados y desobedientes, como Reynier y Drouet, que sobre faltar a sus órdenes daban mal ejemplo a jefes y a tropa murmurando de su viejo general; acosado días y días por retaguardia y flancos por dobles fuerzas enemigas, bien vestidas y alimentadas, conducidas por un general entendido y prudente, protegido por los naturales del país; teniendo que sustentar recios combates, en que por fortuna suya brilló con el arrojo y la pericia de siempre el mariscal Ney, jefe del cuerpo que cubría la retaguardia; sin perder ni bagajes ni heridos; trepando sierras; cruzando ríos, y franqueando desfiladeros; prontos los soldados a batirse cuando el cañón retumbaba, o resonaba el clarín, y firmes en presencia del enemigo, pero desbandándose como manadas de hambrientos lobos, cuando el peligro pasaba, y derramándose por la tierra en busca de alimento; bien necesitó Massena acreditar sus profundos conocimientos militares y mostrar grandeza de alma para sacar ilesa de una campaña desastrosa su reputación de gran guerrero y de triunfador afortunado.

Cierto que el ejército francés fue dejando en todos aquellos infortunados países horribles huellas de sangre, de incendio, de desolación y de muerte, cuyo relato hace estremecer. Presa de las llamas poblaciones enteras, martirizados y degollados sin piedad los moradores que se descuidaban en abandonarlas, contemplábanse felices los que lograban ganar las crestas de los montes llevando sobre sus hombros los ancianos, los enfermos y los inocentes párvulos. Mansión hubo en que se descubrieron hasta treinta cadáveres de mujeres y de niños. Las chozas de las aldeas, los palacios de las ciudades, los monasterios solitarios, todo era igualmente saqueado y entregado después al fuego; ni los sepulcros eran respetados, ni a las cenizas de los muertos se les dejaba reposar, antes se las esparcía al viento, como sucedió con los cadáveres de los reyes de Portugal sepultados en el monasterio de Alcobaza. «Los lobos se agolpaban en manadas, dice un erudito historiador, donde como apriscados, de montón y sin guarda yacían a centenares cadáveres de racionales y de brutos. Apurados los franceses y caminando de priesa, tenían con frecuencia que destruir sus propias acémilas y equipajes. En una sola ocasión toparon los ingleses con 500 burros desjarretados, en lánguida y dolorosa agonía, crueldad mayor mil veces que la de matarlos.» Que los soldados se desbandaran a pillar cuanto pudieran, tenía alguna disculpa en la miseria y el hambre. Pero habíanse hecho además murmuradores, maldicientes y licenciosos; con irreverente lenguaje y dicharachos groseros desgarraban la fama de su general en jefe, en otro tiempo tan respetado: alentábalos también a ello la manera inconsiderada de producirse los oficiales y generales, y en verdad el mismo Massena dio ocasión y pábulo a una crítica que tanto le desprestigiaba{4}.

Si pudo o no Wellington aprovechar más las ventajas del número y del estado de sus fuerzas y de la protección del país, para hacer más daño al ejército francés en tan penosa y larga retirada y en tan desfavorables condiciones, asunto fue que ocupó a los críticos, a los entendidos en el arte de la guerra, y problema que muchos resolvieron en contra de la excesiva prudencia y cautelosa circunspección del general inglés, que hasta pudo desprenderse del cuerpo de Beresford para enviarle a España, como veremos luego, sin debilitar su fuerza, puesto que vino a reemplazarle otro de cerca de diez mil hombres llegado de Inglaterra de refresco.

Para mayor disgusto y quebranto de Massena, cuando se hallaba ya próximo a la frontera de Castilla, cuando pensaba trasponer la sierra de Gata para caer sobre Extremadura, cuando había señalado a sus tres cuerpos los cantones adecuados para los planes que se proponía ejecutar y de que él se prometía resultados prósperos, traslucidos sus designios causaron desagrado en el cuerpo de Reynier; más todavía en el de Junot, y mucho más en el de Ney, que sirviendo desde el principio de mala gana a las órdenes de Massena, sublevándose a la idea de hacer con él otra campaña, y alentado con su popularidad y con las quejas que del general en jefe en su derredor oía, buscó pretexto para desobedecerle, siquiera rompiese abiertamente con él, como al fin se verificó, separándose del 6.º cuerpo, de aquel excelente cuerpo de veteranos que tan grandes servicios había hecho al ejército en la retirada. Sucediole en el mando el general Loisson. Mucho quebrantó a Massena la separación de un jefe tan distinguido y tan importante como Ney tras las disidencias y la torcida disposición de otros generales.

Y a pesar de esto, todavía cuando el ejército anglo-portugués apareció en Celorico y sus cercanías, y se propuso desalojar a Massena de la ciudad de Guarda y sus contornos (29 de marzo), cuando colocados ingleses y franceses en las opuestas márgenes del Coa quiso Wellington cruzar este río simultáneamente por la parte de Almeida y por la de Sabugal, todavía, decimos, tuvo que sostener aquí un recio combate (3 de abril), en que si bien logró hacer a los franceses abandonar aquellas posiciones, fue a costa de sufrir una pérdida considerable. Después de esto, franqueó al fin Massena la frontera de Portugal, y al cabo de seis meses de padecimientos volvió a pisar la tierra de España, habiendo salvado a fuerza de paciencia, de maña y de talento sobre 45.000 hombres, de los 70 u 80.000 que sin duda, incluyendo los refuerzos, habían entrado en Portugal. Distribuyó ahora sus tropas y estableció sus acantonamientos entre Almeida, Ciudad-Rodrigo, Zamora y Salamanca, a cuya última ciudad se dirigió él personalmente. Mandaba entonces allí el mariscal Bessières, como general en jefe del Norte de España, recién nombrado por Napoleón, comprendiendo bajo su mando las Provincias Vascongadas, Burgos, Valladolid, Salamanca, Zamora y León. Entendiose con él Massena para sus ulteriores planes, sin perjuicio de enviar a París un oficial de su confianza para que informase al emperador de las causas de su retirada, de las que le estorbaron establecerse junto al Mondego, de las que le impedían marchar sobre el Tajo, de las lamentables desavenencias ocurridas entre él y Ney, de las urgentes necesidades del ejército, y de los refuerzos y auxilios de que había menester para emprender nueva campaña.

Volviendo ya a Extremadura, donde dejamos las plazas de Badajoz, Olivenza y Campomayor en poder de los franceses, plazas que Wellington ofreció socorrer, y a cuyo fin indicamos haber enviado al general Beresford, sucesor de Hill, ignorando entonces haber sido ya tomadas, vino en efecto el general inglés, y púsose primeramente delante de Campomayor (25 de marzo). Evacuáronla a su vista los franceses, a quienes, embarazados con el gran convoy que de ella sacaron, persiguió y desconcertó el inglés; mas como el ardor llevara a sus jinetes hasta los muros de Badajoz, sufrieron frente a aquella plaza un gran descalabro. Intentó luego cruzar el Guadiana echando un puente de barcas; pero ejecutada esta operación con una lentitud que acaso él no pudo evitar, e inutilizado el puente después de construido por una avenida que destruyó en una sola noche la obra de muchos días, tuvo que pasar su gente en balsas con la pausa propia de este género de trasporte (del 5 al 8 de abril).

Había reemplazado al marqués de la Romana en el mando militar de Extremadura, como general en jefe del 5.º ejército{5}, don Francisco Javier Castaños, que ocupó a Alburquerque y Valencia de Alcántara, y había dividido sus fuerzas en dos cuerpos, al mando el uno de don Pablo Morillo, el otro de don Carlos España, y puesto la caballería a cargo del conde Penne Villemur: así como sucedió el general Latour-Maubourg en el mando del 5.º cuerpo francés que operaba en Extremadura al mariscal Mortier que por este tiempo regresó a Francia. Natural era que procuraran entenderse y concertar sus movimientos los generales aliados, y así lo hicieron Castaños y Beresford, colocándose donde pudieran cortar las comunicaciones de Latour-Maubourg, que se hallaba en Llerena, con Badajoz. Beresford atacó y recobró la plaza de Olivenza (15 de abril), haciendo prisionera la corta guarnición que en ella había, y revolviendo luego los aliados hacia Llerena, hicieron a Latour-Maubourg retroceder a Guadalcanal. En cuanto a Badajoz, vino el mismo Wellington desde sus cuarteles a hacer sobre ella un reconocimiento (22 de abril), y después de dejar recomendado a Beresford el modo y plan de acometerla, regresó a las posiciones en que antes le dejamos sobre el Coa.

Por este tiempo (y es curioso incidente de este glorioso período de nuestra historia) había solicitado el embajador de Inglaterra marqués de Wellesley de la Regencia española que se diese a su hermano lord Wellington el mando de las provincias limítrofes de Portugal, so pretexto de emplear así mejor los recursos y combinar más acertadamente las operaciones de la guerra. Contestole la Regencia, que siendo esta una lucha popular, y teniendo aversión los españoles a sujetarse a un gobierno extranjero, no podía acceder a su propuesta, porque tal condescendencia se interpretaría como un acto de debilidad: pero que pondría a su lado un general español que obrase de acuerdo con el inglés en el mando de aquellas provincias y ejércitos. Y como hubiese muerto por entonces el duque de Alburquerque, confirió la Regencia el mando de Galicia y Asturias al general Castaños, reteniendo el de Extremadura. No satisfecho de esta respuesta el embajador británico, insistió en su primera pretensión, indicando que de negarse lo que para su hermano pedía, cesarían los auxilios que hasta ahora había estado Inglaterra prestando a España. La Regencia contestó con la misma firmeza; el asunto fue llevado a las Cortes, y se trató muy seriamente en varias sesiones secretas, que duraron desde el 26 de marzo hasta el 4 inclusive de abril. En una de ellas, a petición del Congreso, se presentaron con toda solemnidad los regentes a dar cuenta de las razones de su negativa a la nota del embajador británico.

El presidente Blake manifestó, con una entereza y un patriotismo que honrará perpetuamente su memoria, la necesidad y obligación que la nación tenía de no entregarse ni en todo ni en parte a una dominación extranjera, la sensación que esto produciría en el pueblo español, y el abuso que de ello podrían hacer nuestros enemigos para inspirar desconfianza en el gobierno. Sus compañeros Agar y Ciscar le sostuvieron, añadiendo que valdría más perecer con honra que causar a España semejante afrenta. Y como el presidente de la cámara les preguntase con qué recursos contaba el gobierno para continuar la guerra, en el caso de que aquella contestación retrajera a la Gran Bretaña de seguir prestándonos sus auxilios, respondió con energía Blake: «No temo que llegue este caso, porque tengo por cierto que en auxiliarnos hacen los ingleses su propia causa: mas aun cuando así fuese, no debemos olvidar que la nación en su primer impulso no contó con auxilio ninguno de la tierra, y así proseguiría aun cuando se viese abandonada de su aliado.» Estas palabras causaron viva sensación y hasta entusiasmo en los distinguidos españoles allí reunidos; y aunque todavía fue este asunto objeto de discusión, y algunos manifestaron temores y recelos de causar enojo al gobierno británico, concluyeron las Cortes por aprobar la conducta de la Regencia{6}.

Repuesto y descansado ya algún tanto el ejército francés, y provisto de mantenimientos en la fértil Castilla, determinó Massena moverse para socorrer y avituallar la plaza de Almeida (23 de abril), que el general inglés Spencer tenía estrechamente bloqueada. A falta de los soldados que aún no estaban en aptitud de hacer un servicio activo y de sufrir las fatigas de una nueva campaña, uniósele el mariscal Bessières con algunas de sus tropas de Castilla, entre ellas la lucida y famosa artillería y caballería de la guardia imperial: de modo que volvió a reunir Massena hasta 40.000 hombres útiles y dispuestos para todo. Wellington, que se había situado entre los ríos Doscasas y Turones, contaba sobre 35.000, después de la separación de Beresford, repartidos en tres divisiones{7}. Auxiliábale a cierta distancia el intrépido caudillo español don Julián Sánchez con su cuerpo franco. Noticioso Wellington de los preparativos y movimientos de Massena, tomó sus posiciones y se preparó a la acción. El 2 de mayo cruzaron los franceses el Azava, y el 3 atacaron impetuosamente el pueblo de Fuentes de Oñoro situado en una hondonada a la izquierda del Doscasas, apoderándose de la parte baja del pueblo, de donde sin embargo los arrojaron luego los ingleses, obligándolos a repasar el río. El 4 llegó Massena, acompañado de Bessières con su brillante guardia imperial, y en la mañana del 5 comenzó formalmente la acción atacando el tercer cuerpo francés por la parte de Pozovelho, y embistiendo la caballería de Montbrun en un llano a los jinetes de don Julián Sánchez.

No hay para qué describir todas las maniobras de unos y otros en el combate de este día. Wellington reconcentró sus fuerzas en Fuentes de Oñoro, de cuyo pueblo tomó el nombre la batalla, por haber sido allí donde se sostuvo con más empeño la pelea, pugnando los franceses por apoderarse de la altura que dominaba la población, y que se había hecho en realidad el centro de los ingleses, sin dejar por eso de combatirse en ambas alas. Duró esta reñidísima acción hasta la noche, concluyendo por repasar los franceses el Doscasas, y quedando los ingleses en la altura de Fuentes de Oñoro, sin que ni unos ni otros ocupasen la parte de población situada en lo hondo. El resultado de la batalla, si bien puede decirse que quedó indeciso, fue más favorable a los ingleses, que al fin lograron impedir el socorro de Almeida, uno de sus objetos principales. Mas no por eso se atrevió Wellington a renovar el combate, y lo que hizo fue atrincherarse fuertemente en su posición. Tranquilos los franceses en las suyas el 6 y el 7, retiráronse el 8 por el Agueda sin ser molestados. No correspondieron, a juicio de los entendidos, los dos generales en jefe en la batalla de Fuentes de Oñoro, ni a su reputación de circunspecto el inglés, ni el francés a la suya de vigoroso y atinado. Los de su nación achacan la flojedad y poco acuerdo de algunos de sus generales en aquel día a desánimo y disgusto, por saber ya que iban a ser reemplazados, como lo fueron en efecto muy pronto Junot, Loison, y el mismo Massena{8}.

Este último dio orden al gobernador de Almeida, general Brenier, para que evacuara la plaza al frente de la guarnición, volando sus muros; y en efecto, el 10 de mayo, después de haber practicado las convenientes minas, salió Brenier al frente de 1.200 hombres que tenía, reventaron tras él las minas, derrumbáronse con estrépito las fortificaciones, y él, abriéndose paso con intrepidez por entre los puestos enemigos, logró incorporarse al general Reynier en San Felices. Massena había pasado a Ciudad-Rodrigo, donde recibió la orden imperial que le llamaba a Francia (11 de mayo). Aquel mismo día entregó el mando del ejército al mariscal Marmont, duque de Ragusa, quien volvió a establecer sus acantonamientos en las cercanías de Salamanca. Drouet con el 9.º cuerpo se encaminó a Extremadura y Andalucía. Wellington con su ejército anglo-lusitano se acantonó entre el Coa y el Doscasas, hasta que a pocos días los sucesos le obligaron a moverse hacia Extremadura.

Dejamos en esta provincia la plaza de Badajoz, antes tomada por los franceses, acometida ahora por el general inglés Beresford, auxiliado por el 5.º ejército español que mandaba Castaños, y principalmente por el jefe de la primera división don Carlos de España. Punto era este que había de atraer en apoyo de unos y de otros respetables fuerzas enemigas, y cuya concurrencia había de producir un choque terrible.

Convencido el gobierno de la necesidad y conveniencia de enviar en ayuda de Castaños las tropas que pudieran sacarse de Cádiz, acordó preparar una expedición; y las Cortes, queriendo poner al frente de ella un general de toda confianza y al que los demás jefes se sometiesen de buen grado, eligieron al general Blake, presidente de la Regencia, dispensando en esta ocasión la ley que prohibía a los regentes todo mando militar: distinción tanto más notable, cuanto que hacía muy poco tiempo que las Cortes se habían negado a admitir la renuncia que el mismo Blake con su natural modestia había querido hacer del cargo de regente{9}. Partió pues este honrado y activo militar de Cádiz para el condado de Niebla, donde debían reunírsele las tropas destinadas a la expedición, en número de 12.000 hombres, en tres divisiones, mandadas la una por el teniente general don Francisco Ballesteros, las otras dos por los mariscales de campo don José de Zayas y don José de Lardizábal, capitaneando la caballería don Casimiro Loi. El 10 de mayo se hallaba ya el ejército expedicionario acantonado en Monasterio, Fregenal, Jerez de los Caballeros y Montemolín. El 8 había el general inglés Beresford abierto trinchera en la plaza de Badajoz por delante de San Cristóbal. El 14 se reunieron en Valverde de Leganés Beresford, Castaños y Blake, concertaron el plan de operaciones, para el cual había enviado ciertas bases lord Wellington, y conforme a él partieron el 15 las tropas para la Albuera, donde al amanecer del siguiente día llegaron y se les reunieron una división inglesa mandada por el general Kole, y la primera de nuestro 5.º ejército que regía don Carlos de España, con seis piezas de artillería.

Pero también a los franceses les estaba llegando gran refuerzo. El mariscal Soult, duque de Dalmacia, no bien había regresado a Sevilla después de apoderarse de Badajoz, cuando ya tuvo que pensar en volver a Extremadura en socorro de aquella misma plaza amenazada por los aliados. Así fue que procurando dejar amparadas las líneas de Cádiz y la Isla, y poner la misma ciudad de Sevilla al abrigo de una sorpresa, recogió cuanta gente pudo de los cuerpos 1.º y 4.º que mandaban Víctor y Sebastiani, y con la brigada del general Godinot presentose en Extremadura, donde se le reunió Latour-Maubourg. Tomó el mando del 5.º cuerpo el general Girard. El 15 de mayo se hallaba Soult en Santa Marta, a tres leguas de distancia de los aliados, con 20.000 infantes, 5.000 jinetes y 40 cañones{10}. Los aliados no habían hecho nada delante de Badajoz, a pesar de haber abierto trinchera: los ingenieros ingleses no dieron grandes muestras de pericia, y al acercarse Soult descercó Beresford la plaza después de haber perdido inútilmente 700 hombres. Todo anunciaba que el verdadero choque entre ambos ejércitos iba a ser en la Albuera. Aquí juntaron los aliados sobre 31.000 hombres, de ellos casi la mitad españoles, los demás ingleses y portugueses.

El pequeño lugar de la Albuera, a cuatro leguas de Badajoz, en la carretera de esta ciudad a Sevilla, está situado a la izquierda del riachuelo de aquel mismo nombre, formado de los arroyos Nogales y Chicapierna, en una vega que se eleva por ambos lados insensiblemente, y por la izquierda constituye unas lomas con vertientes a la otra parte, por donde corre el arroyo Valdesevilla. A la espalda de esta pequeña loma y en dirección paralela al riachuelo se situó el ejército aliado al amanecer del 16, en aptitud de esperar la batalla: el cuerpo expedicionario de Blake a la derecha en dos líneas, formando la primera las divisiones de Lardizábal y Ballesteros, la segunda, a 200 pasos, la de Zayas: la caballería expedicionaria y la del 5.º ejército al mando del conde Penne Villemur a la derecha de la infantería, también en dos líneas. El ejército anglo-portugués en una línea a continuación y a la izquierda de la primera española: la caballería inglesa junto al arroyo de Chicapierna; la portuguesa a la izquierda de toda la línea; tropas ligeras inglesas ocupaban el pueblo de la Albuera; la artillería inglesa y portuguesa a su inmediación. Cuando aquella mañana llegó Castaños con las divisiones de Kole y de España, pasaron éstas a la izquierda de toda la posición, excepto un batallón español y la artillería, que se colocaron a la derecha de Zayas. Convínose, y se recibió como feliz acuerdo, en que mandaría en jefe el general que hubiera conducido mayor número de tropas, en cuyo concepto tocó aquel mando al mariscal inglés Beresford, a cuyo cargo iban ingleses y portugueses.

A poco tiempo aquella misma mañana se divisaron los enemigos por el camino de Santa Marta; una columna suya se acercó al riachuelo de la Albuera y rompió un vivo fuego de cañón; la artillería de los aliados se adelantó hacia el puente, y nuestra primera línea de infantería subió de frente a la cresta de la loma para mostrarse al enemigo. Mientras se sostenía el ataque por el frente, y los franceses a favor de los matorrales y quiebras se adelantaban a pasar los dos mencionados arroyos de Chicapierna y Nogales, observó Blake sus maniobras, de que se cercioró mejor por los oficiales de Estado mayor que envió a explorarlas, y visto cuál podría ser su objeto, se dispuso un cambio general de frente sobre la derecha, operación difícil, que se ejecutó con un orden, precisión y serenidad que no se esperaba de tropas españolas, y sorprendió a los extranjeros que lo observaban. Así cuando los franceses cruzaron los arroyos para envolver lo que suponían flanco, se encontraron con unas nuevas líneas de batalla en posiciones, y dispuestas a recibir el ataque.

Resistiole primero la división Zayas, continuó su movimiento la de Lardizábal, y arremetieron luego con tal ímpetu algunos batallones de la de Ballesteros, haciéndose en tanto un fuego mortífero de artillería a cortas distancias, que el enemigo fue rechazado sobre sus primeras reservas; primer presagio del éxito feliz de la jornada. Recobrado no obstante el francés con la ayuda de la caballería de Latour-Manbourg, y protegido por su numerosa artillería, acometió de nuevo y logró colocarse en la cresta de las lomas que ocupaban los españoles. En auxilio de éstos acudió la división inglesa de Stewart, que se puso a la derecha de Zayas, siguiéndole a lo lejos la de Kole. En medio del combate, que era terrible, sobrevino un furioso vendaval, acompañado de copiosos aguaceros, que impedían discernir lo que pasaba. A favor de esta confusión una porción de lanceros polacos se embocaron a escape por entre nuestra primera y segunda línea; embistieron al inglés por la espalda, y le hicieron 800 prisioneros y le cogieron algunos cañones. Creyendo los ingleses de la segunda línea desbaratada la primera, hicieron fuego sobre los polacos hacia el punto en que se hallaba Blake: afortunadamente éste les hizo comprender pronto su error, y mandando luego que algunas compañías de la primera diesen frente a retaguardia y hiciesen fuego a los lanceros del Vístula, pagaron éstos su audacia quedando tendidos en el campo. La pelea andaba brava; hacíanse descargas a medio tiro de fusil: combatíase en el puente; luchábase en el pueblo de la Albuera, que portugueses y españoles defendieron con valor y con brío.

Indeciso todavía el éxito de la batalla después de algunas horas de porfiado y sangriento combate, queriendo los franceses resolverle de una vez, se arrojan sobre el ejército aliado en masas paralelas. Lejos de asustarse los nuestros, se lanzan a encontrarlos de frente, algunos en columna cerrada y arma al brazo como la división Zayas; pasma a los enemigos tal arrojo; titubean un instante, se arremolinan, retroceden cayendo unos sobre otros, se atropellan rodando por la ladera, y buscan amparo en la reserva situada al otro lado del arroyo. Su artillería y su caballería numerosa protege a los desbandados hasta repasar el Nogales, y van a situarse todos en la dehesa de la Natera en la entrada de un bosque, donde pasan la noche, y permanecen todo el día 17. En la mañana del 18 emprenden sigilosamente la retirada; nuestra caballería, inferior en número, se empeña demasiado en su persecución, y Soult consigue al menos marchar con cierta tranquilidad, hasta sentar sus cuarteles en Llerena el 23.

Tal fue la gloriosa batalla de la Albuera{11}. Perdieron en ella los aliados, entre muertos y heridos, más de 5.000 hombres, la mayoría ingleses: la pérdida de los franceses pasó de seguro de 7.000. De una y otra parte sucumbieron generales y jefes de graduación: murieron los generales franceses Pepin y Werlé, y fueron heridos Gazan, Maransin y Bruyer: de los ingleses quedaron muertos los generales Houghton y Myers, heridos Stewart y Kole: de los nuestros fue herido don Carlos de España, y a Blake le tocó en un brazo una bala de fusil, que por fortuna no hizo sino rasparle el cutis.

Grande alegría produjo en toda la nación la noticia de esta victoria. Las Cortes declararon benemérito de la patria a todo el ejército que había combatido en la Albuera; decretaron una acción de gracias a los generales, jefes, oficiales y tropas de las tres naciones que concurrieron a la batalla; se concedió a propuesta de la Regencia la gran cruz de Carlos III al general; se dio por aclamación el empleo de capitán general a don Joaquín Blake; y lo que fue más satisfactorio para el general regente, fue la desusada, y por lo mismo honrosísima declaración del Parlamento británico, que expresó «reconocer altamente el distinguido valor e intrepidez con que se había conducido el ejército español al mando de S. E. el general Blake en la batalla de la Albuera.» Y aún más lisonjero debió serle todavía que el conducto por donde se le comunicó esta honrosa declaración de las Cámaras fuese el mismo lord Wellington, a quien él con tanta entereza había negado como regente el mando de las provincias españolas que el embajador su hermano había pretendido{12}. También acordaron las Cortes que, concluida la guerra, se erigiese en la Albuera un monumento que recordara a la posteridad tan gloriosa jornada, y el nombre de un regimiento de caballería española refresca todavía en la memoria el de aquel pueblo y aquella acción.

Lento y como indeciso se observó al ejército inglés después de la batalla de la Albuera. Ello es que Wellington, habiendo venido el 19 a visitar el campo del combate, ordenó a Beresford que no hiciese sino observar al enemigo y perseguirle con cautela: después envió aquel general a Lisboa a organizar nuevas tropas, volviendo a mandar su división el general Hill, ya restablecida su salud. De modo que no se inquietó a Soult en Llerena, donde se procuró subsistencias y refuerzos. Verdad es que una división inglesa volvió a bloquear a Badajoz, juntamente con la de don Carlos de España, cuyo mando, con motivo de la herida de éste, se dio a don Pedro Agustín Girón. El bloqueo de la plaza se convirtió luego otra vez en sitio. Del 25 al 31 (mayo) se abrieron trincheras. Dos asaltos intentaron los ingleses y en ambos fueron rechazados sin fruto, bien que carecían de zapadores y de útiles para el caso, y el gobernador francés Philippon era más diestro y activo, y sabía más de defensa que ellos de ataque.

Sucedió en esto que habiendo hecho los artilleros portugueses una fogata en el campo, prendió el fuego en los matorrales y en las mieses, y difundiéndose con violencia espantosa por la comarca, y propagándose hasta una distancia remota, a favor de hallarse muchos de los frutos casi secos, devoró, por espacio de quince días que estuvo ardiendo, mieses, dehesas, montes y casas, hasta las cercanías de Mérida, que fue una desolación para el país, más horrible que la guerra misma que le estaba devastando.

En este tiempo, reforzado Soult con tropas de Drouet que tomó el mando del 5.º ejército, moviose de Llerena (12 de junio) con la mira de libertar a Badajoz: bien que se detuvo con noticia de que el mariscal Marmont, sucesor de Massena, con parte de las tropas del ejército de Portugal había entrado en Extremadura, procedente de Salamanca, y cruzado el Tajo, dirigiéndose un trozo a Mérida, otro hacia Medellín. Por su parte Wellington, sabedor de los movimientos de los dos mariscales franceses Soult y Marmont, no creyó prudente aguardarlos, y haciendo levantar el sitio de Badajoz, repasó el Guadiana y se retiró a Yelves (18 de junio): los españoles le vadearon también por Jurumeña. Marmont y Soult se avistaron sin obstáculo en Badajoz, tantas veces y tan sin fruto amenazada por los ingleses. Blake con su ejército expedicionario caminó por dentro de Portugal, y repasó el Guadiana en Mértola (23 de junio): sus tropas sufrieron en esta marcha no pocas escaseces, y a consecuencia de ellas los soldados molestaron bastante a los naturales. Volviendo de allí a Niebla, hizo una tentativa para apoderarse de la villa cabeza del Condado (30 de junio), pero falto de artillería de batir y de escalas, y acudiendo sobre él fuerza enemiga, hubo de desistir de la empresa, y reembarcándose a los pocos días regresó a Cádiz de donde había salido (11 de julio), y donde pronto tuvo que prepararse para otra expedición. Soult había regresado ya también a Sevilla, habiendo salido de Badajoz el 27 de junio, después de hacer volar los muros de Olivenza, abandonada por los ingleses cuando se retiraron detrás del Guadiana.

Al resumir un historiador francés, por cierto nunca benévolo con los españoles, el resultado de las campañas de la primera mitad del año 1811 en el Mediodía de la península, hace, entre otras muchas, estas reflexiones: «La esperanza de enseñorear la Andalucía, mientras Portugal era invadido, y de conquistar así el Mediodía de un solo golpe, fue causa de que se diseminaran desde Granada a Badajoz no menos de 80.000 soldados, los mejores que poseía Francia, y de que privado el ejército de Portugal de los socorros con que había contado, no pudiera llevarse a remate su empresa. Muy pronto, a este desparrame de recursos se juntaron las ilusiones, porque la primera necesidad que se experimenta, después de cometidos los yerros, es la de no confesarlos… Sin duda con su grande experiencia, con su genio penetrante, sabía Napoleón muy bien las mermas espantosas de sus ejércitos por consecuencia de las marchas, de las fatigas, de los combates, de los calores del verano, de los fríos del invierno: sabíalo por haber sido testigo de ello bajo climas no tan devorantes en verdad como el de España, y sin embargo no quería admitir que los 80.000 hombres del mariscal Soult estuvieran ya reducidos a 36.000, ni que Massena contara, en vez de 70.000 soldados, con 45.000 de allí a poco, y con 30.000 a la postre, &c.»




{1} En las Cortes causó gran disgusto la noticia de esta derrota, que llegó con una representación del general de la caballería Butrón contra su jefe Mendizábal: también se recibió otra de la junta superior de Extremadura, acompañando documentos que acreditaban las providencias enérgicas que había tomado para contener la dispersión de las tropas.– Sesiones secretas de 27 y 28 de febrero.

{2} Sesión del 22 de marzo.

{3} Sesiones del 5 al 17 de marzo.

{4} «Viejo ya, dice un historiador francés, y no habiendo gozado de reposo en cuatro lustros, incurrió en la debilidad de buscar alivio a sus prolijos trabajos en placeres poco adecuados a su edad, y de los cuales sobre todo no conviene hacer testigos a los hombres sobre quienes se ejerce el mando. Llevose consigo una mujer que no le abandonó en toda la campaña, y cuyo carruaje hubieron de escoltar a menudo los soldados por medio de caminos difíciles y peligrosos. En la victoria se ríen los soldados de los caprichos de sus jefes, al paso que los miran como crímenes si se les tuerce la fortuna.»

{5} Por decreto de 16 de diciembre de 1810 había distribuido el Consejo de Regencia toda la fuerza militar de España en seis ejércitos, a saber: 1.º de Cataluña; 2.º de Aragón y Valencia; 3.º de Murcia; 4.º de la Isla y Cádiz; 5.º de Extremadura y Castilla; y 6.º de Galicia y Asturias. Después se añadio el 7.º de las Provincias Vascongadas y Navarra. Pero precisamente en estos días se propuso a las Cortes (sesión del 26 de marzo) que todos los ejércitos se redujeran a tres.

{6} Villanueva, Viaje a las Cortes.– El conde de Toreno, que cuenta este suceso muy sucintamente, dice que los tres regentes adolecieron en esta ocasión de humana fragilidad. «Blake (añade), irlandés de origen, y marinos Agar y Ciscar, resintiéronse, el uno de las preocupaciones de familia, los otros dos de las de la profesión.»– Nosotros creemos que los tres obraron como excelentes patriotas y como buenos españoles.

{7} Muy rara vez logra saber el historiador la verdadera fuerza numérica de los ejércitos. En esta ocasión, por ejemplo, las historias francesas dan al ejército de Wellington 50.000 hombres, las inglesas le reducen a 29.000. Los franceses dicen que no llegaban a 35.000 los de Massena, los nuestros los hacen pasar de 45.000. El historiador imparcial, a falta de otros datos, tiene muchas veces que recurrir al cálculo prudencial fundado en el cotejo de unos y otros, contando con la exageración apasionada que por desgracia se observa en los escritores de cada país.

{8} Relación de la batalla por el general Pelet, edecán de Massena.

{9} Hizo Blake la renuncia con la ocasión y del modo siguiente.– En 10 de febrero de este año oficiaron las Cortes a la Regencia, para que les manifestase cuáles eran a su juicio las causas de nuestras lamentables pérdidas, así de hombres como de plazas, y los medios que convendría emplear para remediarlo. La Regencia, y en su nombre Blake como presidente, contestó en 15 del mismo mes, exponiendo con lealtad y sinceridad las causas y los remedios posibles, y confesando que en la designación de unos y de otros no emitía, ni podía emitir, ideas que no estuvieran al alcance de los hombres ilustrados y conocedores de las circunstancias de la nación. Al final de este documento, que tenemos a la vista, exhortando Blake a las Cortes a que procuraran emplear los hombres según su aptitud, «porque ni todos los valientes, decía, son útiles para mandar, ni todos los buenos patricios son apropósito para administrar», concluía rogando le fuese admitida la dimisión de su cargo de regente. «No soy tan modesto, decía, que no me crea con derecho para ser reputado hombre recto y amante de la patria: como tal aseguro a V. M. que no soy apropósito para este elevado destino, y es de la obligación de V. M. colocar en este puesto a otro que le llene más dignamente, como lo ha sido en mí el manifestarlo luego que me ha confirmado la experiencia en una opinión que no dejaba ya de ser la mía cuando fui sorprendido con el aviso honroso de mi nombramiento.»

El 17 contestaron las Cortes no admitiendo su dimisión.

{10} Más gente pensó reunir, puesto que el 4 de mayo escribía desde Sevilla al príncipe de Neufchâtel (Berthier): «Parto dentro de cuatro días con 20.000 hombres, 3.000 caballos y 30 cañones, para arrojar al otro lado del Guadiana los cuerpos enemigos que se han derramado por Extremadura, libertar a Badajoz, y facilitar la llegada del conde de Erlon. Si las tropas de este general se pueden reunir a las que yo llevo, y las que han partido del centro y del norte llegan a tiempo, tendré en Extremadura 35.000 hombres, 5.000 caballos y 40 piezas. Entonces doy la batalla a los enemigos, aunque se junte todo el ejército inglés que hay en el continente, y serán vencidos.» Ni aquellas tropas llegaron, ni se cumplieron sus halagüeñas ofertas.

{11} Entre otras singularidades e incidentes de esta batalla, merece notarse el de haber peleado en ella voluntariamente como soldado raso, y buscando los puestos de más peligro, el general don Gabriel de Mendizábal, con objeto de rehabilitarse, como lo consiguió, en el concepto público, y recuperar la honra militar lastimada con el descalabro del 19 de febrero en Gévora. Rasgo digno de pundonoroso guerrero.

{12} Parte de don Joaquín Blake al Consejo de Regencia; campo de Albuera, 18 de mayo de 1811.– Oficio de los regentes al general Blake; Cádiz, 23 de mayo de 1811.– Propuestas del gobierno a las Cortes; Cádiz 24 de mayo de id.– Decreto de las Cortes; 26 de mayo.– Contestación del general Blake a las Cortes; Nogales, 6 de junio.– Respuesta de Blake al Consejo de Regencia; Nogales, id. de id.– Actas de las cámaras inglesas; Die veneris, 7 de junio de 1811: Resuelto nemine dissentiente por los Lores, &c.– Comunicación de lord Wellington a Blake: Quinta de San Juan, junio 28.