Parte tercera ❦ Edad moderna
Libro X ❦ Guerra de la independencia de España
Capítulo XV
Valencia
1811 (de agosto de 1811 a enero de 1812)
Encomienda Napoleón a Suchet la conquista de Valencia.– El gobierno español confía su defensa a don Joaquín Blake.– Parte de Cádiz.– Tropas que lleva.– Descalabro de nuestro 3.er ejército en Zújar.– Prudentes disposiciones de Blake en Valencia.– Preséntase el ejército de Suchet.– Sitio y defensa del castillo de Sagunto.– El gobernador Andriani.– Ataques y asaltos de franceses rechazados.– Es batido en brecha.– Trabajos y fatigas de la guarnición.– Combate heroico sostenido en la brecha.– Batalla y derrota del ejército español entre Valencia y Murviedro.– Retirada de Blake a Valencia.– Rendición del fuerte de Sagunto.– Capitulación honrosa.– Situación de la capital.– Empeño de Suchet en su conquista y de Blake en su defensa.– Estado de sus fortificaciones.– Espíritu de los valencianos.– Distribución de las tropas españolas.– Colocación de los franceses.– Línea atrincherada.– Recibe Suchet refuerzos de Navarra y de Aragón.– Pasan de noche los franceses el Guadalaviar.– Acometen nuestra izquierda.– Floja defensa y retirada de Mahy.– Sorprende este suceso a Blake.– Defiende Zayas denodadamente su posición.– Avanzan los franceses.– Vacilación de Blake.– Recógese a la ciudad.– Acordónanla los franceses.– Consejo de generales.– Cuestiones que propuso Blake.– Acuérdase la salida de las tropas.– Empréndese de noche.– Embarazos que se encuentran.– Tienen que retirarse a los atrincheramientos.– Inquietud en la población.– Comisión popular que se presenta a Blake.– Cómo la recibe.– Proposición del pueblo desechada.– Estrechan los franceses el cerco.– Abandonan los nuestros la línea, y se retiran a la ciudad.– Bombardeo y destrucción.– Propuesta de capitulación.– Consejo de generales españoles.– Divídense por mitad los pareceres.– Decide el voto de Blake.– Se acepta la capitulación.– Sus condiciones.– Parte oficial de Blake a la Regencia.– Entran los franceses en la ciudad.– Su guarnición prisionera de guerra.– Es llevado Blake al castillo de Vincennes en Francia.– Entrada de Suchet en Valencia.– Recibimiento y arenga con que le saluda una comisión del pueblo.– Conducta del arzobispo y del clero secular.– Prisión y fusilamiento de frailes.– Recibe Suchet el título de duque de la Albufera.– Cómo recompensó Napoleón a los generales, oficiales y soldados del ejército conquistador.
Había entrado en los planes y miras de Napoleón, según indicamos ya, la conquista de la ciudad de Valencia, y había encomendado esta empresa al nuevo mariscal del imperio Suchet, el conquistador de Lérida, de Mequinenza, de Tortosa y de Tarragona, distinguido guerrero, a cuyos triunfos ayudaban a la par el valor, el talento y la fortuna. Noticia tenían de este proyecto las Cortes y el gobierno de Cádiz. Necesitábase un general de capacidad y de prestigio que oponer a Suchet. Las desavenencias entre las autoridades militares y políticas del reino y de la ciudad de Valencia hacían también necesaria la presencia de un jefe autorizado y prudente que pudiera cortar discordias tan lamentables, e imponer y hacerse obedecer de todos. El capitán general, marqués del Palacio, más dado a minuciosas prácticas de devoción que a ejercicios militares, a procesiones que a organización de regimientos, más amigo de armar cuerpos informes de paisanos para halagar las masas del pueblo que de crear tropas regulares y disciplinadas, no ofrecía seguridad alguna de resistencia a una acometida del francés. Esto hacía también precisa la elección de un general capaz de poner remedio a tantos males.
Por todas estas razones fijáronse las Cortes en don Joaquín Blake, que a sus condiciones de acreditado patriota, de entendido guerrero, y de organizador activo, unía la autoridad y el respeto jerárquico que le daban el grado superior de la milicia que acababa de obtener, y la alta dignidad de presidente de la Regencia del reino. Con gusto dispensaron las Cortes por segunda vez la ley que impedía conferir a los regentes el mando activo de las armas; y no desagradó este nombramiento al embajador inglés, que en la patriótica entereza de Blake encontraba siempre un obstáculo inflexible a sus pretensiones, y alegrábase de verle apartado de la Regencia. Por su parte el honrado y modesto general, siempre pronto a ocupar el puesto en que se creyeran más útiles sus servicios, no titubeó en cambiar, también por segunda vez, la silla presidencial del supremo gobierno por las privaciones, las fatigas y los riesgos de una campaña comprometida y difícil, y esto en ocasión que acababa de regresar del condado de Niebla, casi sin descansar de su gloriosa expedición a Extremadura,
Diose a Blake el mando del 2.º y 3.º ejércitos, con las columnas que formaban las partidas agregadas a ellos, aunque a veces solían obrar con independencia; y además dos divisiones expedicionarias, mandadas por los mariscales de campo Zayas y Lardizábal: conservaba el marqués del Palacio la capitanía general de Aragón y Valencia, pero a las órdenes de Blake. Partió éste de Cádiz con las divisiones expedicionarias (31 de julio); la artillería y parte de los bagajes desembarcó en Alicante; hízolo él en Almería; las tropas se incorporaron provisionalmente al 3.er ejército que mandaba Freire, y él se encaminó a Valencia, donde llegó el 14 de agosto, a fin de preparar los medios de defensa, y lo demás conducente al mejor éxito de la empresa que se le había encomendado.
Entretanto asistió mala fortuna al 3.er ejército, no obstante la incorporación de las dos divisiones. El mariscal Soult, que desde la provincia de Granada observaba sus movimientos, propúsose envolverle, ordenando cierta maniobra a los generales Godinot y Leval, a que luego había de cooperar él en persona. Dirigíase esta operación contra las divisiones españolas que guiaban don Ambrosio de la Cuadra y don José de Zayas, por ausencia momentánea de éste mandada la suya por don José O'Donnell. En las alturas de Zújar, a una legua de Baza, se hallaban los nuestros cuando fueron acometidos por el general Godinot (9 de agosto), sin que don Manuel Freire que ocupaba la Venta del Baúl, y sospechaba los intentos del enemigo, creyera oportuno abandonar aquella posición. Recio, y desgraciado por demás fue el combate que allí sufrió don José O'Donnell, teniendo que retirarse a Cúllar con pérdida de 433 muertos y heridos, y más de 1.000 prisioneros o extraviados. Por fortuna Godinot no siguió a su alcance, temeroso de que Cuadra le atacase por la espalda. Moviose entonces Freire de la Venta del Baúl, y tuvo a suerte el poder pasar a Cúllar, donde resolvió retirarse a Murcia con todo el ejército, no sin que fueran acosando de cerca a nuestros jinetes los del general Soult, hermano del mariscal.
A marchas forzadas y por caminos diferentes, sin darse reposo, y con escasísimo rancho, haciendo solo algún alto para repeler al enemigo, franquearon las divisiones en su retirada una distancia de treinta y siete leguas. El mismo Freire tuvo que cruzar por ásperos senderos, pasando no pocos trabajos y apuros hasta llegar a Alcantarilla, una legua de Murcia (13 de agosto), donde sentó sus reales con las tres divisiones de su 3.er ejército; porque las dos expedicionarias tomaron la vía de Valencia. Gracias que los franceses no prosiguieron hasta Murcia, acercándose solo Leval a Lorca, porque otras fuerzas españolas llamaron la atención de Soult hacia otra parte. La desgracia de Zújar vino a recaer sobre el general Freire, pues a poco tiempo tuvo que entregar el mando del 3.er ejército a don Nicolás Mahy; bien que su reputación no tardó en repararse de los juicios que pudieron lastimarla, porque de la información que a instancia de las Cortes se hizo acerca de las causas del contratiempo de aquella jornada, salió a salvo la conducta de Freire, acaso más que la de los otros generales que se hallaron en el combate.
Viniendo ya a Valencia, fueron los primeros cuidados de Blake mejorar las fortificaciones de la ciudad y las del castillo de Sagunto, fortificar el de Oropesa, reconocer la posición y revistar las tropas de Segorbe, establecer una fábrica de armas en Gandía y otra de vestuarios en Alcoy, apresurar las operaciones del sorteo y organizar e instruir cuerpos regulares sobre la base de los cuadros que habían venido de Cataluña, en lugar de las informes partidas patrióticas de paisanos, que tan dado era a crear el marqués del Palacio; nombró a don Juan Caro gobernador de Valencia, y él estableció su cuartel general en Murviedro (1.º de setiembre), bien que tuvo que volver pronto a la capital, con motivo de haberse manifestado síntomas de sedición, logrando con su prudencia calmar los ánimos, imponer respeto a los díscolos y reducir al orden a los revoltosos.
Con arreglo al plan y a las instrucciones de Napoleón, comunicadas por el príncipe de Neufchatel, presentose Suchet el 15 de setiembre a las inmediaciones de Valencia, dejando una división de 7.000 hombres al mando de Frére en la baja Cataluña, otra de igual fuerza en Aragón al de Meusnier, y haciendo venir la de Reille de Navarra, después de establecer en Tortosa, Mequinenza y Morella grandes almacenes de víveres, y en la primera de aquellas ciudades el parque de artillería de sitio y el material de ingenieros. La fuerza que llevaba Suchet era de unos 22.000 hombres, repartida en tres divisiones al mando de los generales Habert, Harispe y Palombini. Blake por su parte llamó las tropas que estaban hacia Teruel, e hizo venir a marchas forzadas las dos divisiones expedicionarias, que, como dijimos, acababan de llegar a Murcia. Aunque numeroso el 2.º ejército, no era mucha la fuerza útil de él con que podía contarse{1}.
De modo que de tropas regladas eran poco más de 16.000 hombres los que reunía Blake fuera de las guarniciones de las plazas, y no le inspiraba gran confianza el paisanaje armado. So pretexto de poner a salvo de una contingencia las autoridades populares, dispuso que la junta se trasladase de Valencia a Alcira, y que la acompañase el marqués del Palacio como capitán general del distrito, puesto que las riberas del Júcar habían de servir de segunda línea de defensa. Puede creerse con fundamento que entraba también en la política de Blake alejar al del Palacio de la capital.
Lo primero de que trató Suchet fue de apoderarse del castillo o fuerte de Sagunto, sito en un cerro, o sea en un grupo aislado de pequeñas alturas, que forma una de las más risueñas y agradables atalayas, junto a la villa de Murviedro; lugar de gloriosos recuerdos históricos, que si pudieran borrarse de la memoria de los españoles, se le renovaría uno de aquellos sitios que lleva todavía el nombre de altura de Aníbal. Esta fortaleza, no castillo, sino campo atrincherado, como lo denominó con razón el ingeniero director de las obras, que no existía en 1810 cuando Suchet estuvo la primera vez a la inmediación de Valencia, comenzó a construirse en enero de 1811 por consejo del general inglés Doile sobre ruinas y restos de antiguos muros. Hiciéronse los primeros trabajos siendo comandante general de Valencia Bassecourt, los continuó su sucesor don Carlos O'Donnell, nada hizo en ellos el marqués del Palacio, que todo lo fiaba a los muros de la capital y a los esfuerzos de sus habitantes; mandó Blake renovar y proseguir con actividad las obras de fortificación tan pronto como llegó a Valencia; mas ni el escaso tiempo que para ello tuvo permitió concluirlas, ni había los útiles y medios necesarios para ello. Así, aunque bastante espacioso el recinto atrincherado, observábanse fácilmente las partes flacas y vulnerables que tenía, faltábanle edificios a prueba, fosos, caminos cubiertos, artillería apropósito, y otras muchas cosas necesarias para una defensa seria. Era no obstante preciso a los españoles conservar y defender el fuerte para entretener y molestar al enemigo, en tanto que se organizaba el ejército y se daba lugar a que viniesen tropas de otras partes; así como interesaba a los franceses hacerle suyo para cubrir los sitios de Oropesa y Peñíscola, y para emprender desde él sus operaciones sobre Valencia. Gobernábale el coronel don Luis María Andriani: tenía el fuerte 17 piezas, 3 de a 12, las demás de a 4 y 8, y 3 obuses: Blake le dio para su defensa 3.000 hombres escasos, reclutas muchos de ellos.
Tal era su estado cuando se presentó Suchet con su ejército delante del fuerte de Sagunto (23 de setiembre). Pronto y con facilidad se apoderó de Murviedro y pueblos inmediatos, y quedó incomunicada la guarnición con el ejército, de tal manera que solo por medio de señales en las alturas de la fortificación, en las torres de Valencia y en los buques podía entenderse imperfectamente el gobernador con el general en jefe. De tan poca importancia pareció la fortaleza a Suchet, acostumbrado a rendir plazas de guerra las más respetables, que sin necesidad de formalizar sitio intentó y pensó tomarla por un golpe de mano. Al efecto dispuso y se ejecutó en la noche del 28 de setiembre una escalada por cinco puntos, trepando con arrojo y a porfía granaderos y cazadores a lo alto del muro; pero acudiendo nuestros soldados y arengándolos Andriani, arrojan a la bayoneta a los franceses, hieren en la cabeza al coronel Gudin, lanzan de lo alto de los parapetos a otros oficiales, rompen las escalas, arrollan a los atrevidos asaltadores, que antes del amanecer se retiran dejando 300 muertos, entre ellos muchos oficiales. Regocíjase y se alienta la guarnición con esta victoria; Suchet reconoce que necesita otros preparativos para una empresa que había creído tan fácil, y Andriani recibe de Blake en justa recompensa el grado de brigadier, para que había sido ya propuesto por otros generales.
Con este escarmiento hizo Suchet trasportar la artillería de sitio que tenía en Tortosa para batir en toda regla el fuerte de Sagunto. Entretanto érale también forzoso rechazar las columnas de Obispo y de O'Donnell que no cesaban de incomodarle, mientras nuestras partidas de Soria y Guadalajara, maniobrando por la parte de Aragón para llamar la atención del francés, rendían la guarnición de Calatayud. Queriendo por su parte Suchet quedar desembarazado para la empresa de Sagunto, hizo batir en brecha el castillo de Oropesa sobre el camino real de Cataluña, logrando al cabo de diez días apoderarse de él y de los 150 españoles que le guarnecían: con lo cual no pudiendo sostenerse los pocos que defendían el pequeño y vecino fuerte llamado la Torre del Rey construido sobre la costa, le abandonaron recogiéndose a los buques. Libre así la carretera, pudieron los franceses conducir sin obstáculo la artillería de Tortosa. Comprendiendo Blake la necesidad de reforzar su ejército, tanto más, cuanto que el general francés D'Armagnac que se hallaba en la Mancha amenazaba por las Cabrillas la derecha del Guadalaviar, pidió con urgencia a Freire las tropas que pudiese enviarle del 3.er ejército, en cuya virtud se puso en marcha el general Mahy con 6.000 hombres, y realizado este movimiento oportunamente llegó al paraje designado para impedir a D'Armagnac ejecutar su intento de adelantarse hacia Valencia. Pero imperturbable el mariscal Suchet, establecidas sus baterías frente a Sagunto, sin que pudieran los nuestros impedirlo por el corto calibre de sus piezas, acallando fácilmente sus fuegos los muy superiores del enemigo, abiertas pronto practicables brechas en su recinto, por varias partes débil, por otras cubiertos con solos maderos sus boquetes, ordenó el asalto la tarde del 18 de octubre.
A resistirle se prepararon los nuestros, así acordado en junta de jefes que reunió Andriani, y en que los exhortó a defender las brechas a todo trance: 2.000 franceses suben con ímpetu de sus trincheras, y se arrojan intrépidamente a la muralla, de donde son rechazados a bayonetazos: 800 granaderos del Vístula, sostenidos por otros 2.000 hombres, repiten el ataque, y trepan con ardimiento por la brecha; pero en la cresta de ella los esperan firmemente los defensores; trábase mortífero combate, lúchase cuerpo a cuerpo, y además los nuestros arrojan sobre el enemigo piedras, granadas, y hasta las bombas caídas en el fuerte; los terribles granaderos se ven forzados a cejar dejando cerca de 500 entre muertos y heridos{2}. Ante aquellos venerables restos confundíanse, como dice un moderno escritor, antiguos y nuevos trofeos. Mas a pesar de estas gloriosas victorias, a pesar de los ardides empleados por Andriani para seguir enardeciendo el espíritu de su tropa, a pesar del ejemplo que le daba presentándose al borde de una brecha con el sombrero levantado sobre el bastón para que le viera el enemigo, la guarnición abrumada por tanta fatiga, durmiéndose de cansancio los mismos centinelas, faltando brazos para las faenas y cuerpos para el diario servicio, apurados los sacos, faginas y pertrechos. para reparar las brechas, expuesta siempre a los efectos de los proyectiles enemigos, y principiando a escasear algunos artículos de primera necesidad, era imposible que pudiera sostenerse muchos días.
Harto lo conocía Blake; y por eso, y porque los sitiados lo reclamaban, y lo pedían los moradores de la capital, que desde las azoteas y terrados veían la tenaz resistencia de aquellos, y porque comprendía que el fuerte de Sagunto era el único antemural de Valencia, decidiose a socorrerlos, siquiera tuviese que tentar la suerte de una batalla. Al efecto expidió sus órdenes e instrucciones, y señaló sus respectivos puestos a todos los jefes de las divisiones, secciones y cuerpos de su mando, dio una enérgica y patriótica proclama, tan digna que el mariscal Suchet la copió después íntegra en sus Memorias{3}, dejó confiada la ciudad a los quintos y a la milicia de vecinos honrados, y la noche del 24 Blake se hallaba ocupando las alturas del Puig, y todas las tropas en las posiciones que les tenía designadas, excepto la división de Obispo que aún no había llegado, y cuyo hueco había de cubrir con parte de la suya don Carlos O'Donnell, que formaba la izquierda de la línea de batalla, extendiéndose por el camino llamado de la Calderona, y que era el encargado de arrojar a los enemigos de las alturas de Vall de Jesús, en que se hallaba situado prologándose hasta el mar. No describiremos la posición especial de cada uno de los demás cuerpos, porque no nos proponemos, ni es de nuestro propósito hacer una descripción minuciosa de la batalla. Reunía Blake cerca de 25.000 hombres. Esperó Suchet el combate, sin dejar sus baterías de seguir haciendo fuego contra la fortaleza de Sagunto, para ocultar a los sitiados las fuerzas que se habían separado y contener la guarnición.
A las ocho de la mañana del 25 principiaron su movimiento nuestras tropas de 1.ª línea, viniendo a ocupar la 2.ª las posiciones que aquella dejaba. El ataque se emprendió por nuestras columnas con vigor y con visos de buen éxito. La división de Lardizábal se apoderó de un altozano, donde cogió al enemigo varias piezas, lo cual, observado por los sitiados de Sagunto, los llenó de regocijo creyendo próxima su libertad. No tardaron sin embargo en recobrar los franceses la altura; y si bien en el llano maniobró diestramente Zayas, y se sostuvo en él brava pelea, al fin rescataron aquellos las piezas perdidas, y si el mismo mariscal Suchet recibió una ligera herida de bala, también fueron heridos los jefes de nuestra caballería don Juan Caro y don Casimiro Loy, quedando además prisioneros, con lo que desmayó nuestra gente, siendo por fin arrollada. Sin embargo Zayas no se retiró sino cuando vio retroceder atropelladamente y en confusión la izquierda, que mandaba O'Donnell, y que protegían Miranda, Villacampa y Obispo, que ya había llegado y ocupaba su puesto. También por aquí había comenzado bien el ataque, pero de repente, y por causas que ni se aclararon entonces ni hemos hallado todavía bien explicadas, volvió grupas nuestra caballería: con tan inesperada ocurrencia la infantería cejó también, y una y otra se retiraron precipitadamente a las colinas de Germanells al abrigo de las tropas de Mahy, que a su vez, y antes que llegase un ayudante de campo del general en jefe con orden de que se mantuviera firme, retrocedió batido por los franceses hasta Ribarroja, pasando sucesivamente todas las divisiones el Guadalaviar.
Perdimos en esta desgraciada batalla sobre 1.000 hombres entre muertos y heridos, unos 4.000 entre prisioneros y extraviados, y 12 cañones. Los franceses en sus partes decían haber perdido poco más de 700 hombres. Fue ciertamente la batalla del 25 de octubre uno de aquellos acontecimientos infaustos que suceden contra todos los cálculos de la razón y contra todas las combinaciones de la ciencia militar. Los partes originales de todos los generales se remitieron al gobierno, el cual prudentemente no mandó proceder al examen de las causas de aquel contratiempo para evitar las desavenencias que traen consigo tales indagaciones, cuando tanto importaba aunar las voluntades para rehacerse y resistir con tesón al enemigo. En aquella misma noche, y cuando el ánimo de Blake se hallaba apenado con la desgracia del día, llegó a su noticia la resolución del gobierno, conforme a la voluntad de las Cortes, movida por los diputados valencianos, ordenándole se defendiese en Valencia hasta el último extremo; deseo tal vez mas patriótico que sensato.
Quiso todavía Blake que se sostuviera el fuerte de Sagunto, a cuyo fin hizo enarbolar en la torre del Miquelet de Valencia la bandera que indicaba pronto socorro, y despachó prácticos con cartas para Andriani: medios infructuosos uno y otro, porque los prácticos no encontraron manera de llegar al fuerte, y la señal de la torre no pudo verse por la cerrazón que se levantó. Y como Suchet por su parte no se descuidó en aprovechar el triunfo de aquel día para intimar la rendición del castillo, inmediatamente escribió al gobernador invitándole a que enviara oficiales de su confianza para que le informaran de la derrota del ejército español y de la imposibilidad de recibir socorro. Envió en efecto Andriani al bizarro capitán de artillería don Joaquín de Miguel, que habló con los generales prisioneros Caro y Loy, vio las banderas y cañones cogidos por el enemigo, y a su regreso informó de todo a su jefe, a quien Suchet propuso condiciones honrosas para la rendición, dándole una hora de tiempo para resolver. Congregó Andriani en su habitación los jefes y oficiales; propúsoles si había alguno que se sintiera animado a prolongar la defensa, en cuyo caso él le obedecería gustoso como simple subalterno; nadie aceptó la propuesta; entonces contestó admitiendo la capitulación, en cuya virtud salió la guarnición del fuerte (26 de octubre), en batallones formados, armas al hombro, bayoneta armada y desplegadas las banderas, por la misma brecha que tan gloriosamente había defendido el día 18. Depuestas las armas, el jefe de estado mayor Saint-Cyr hizo a Andriani el obsequio del caballo de batalla del mariscal Suchet para trasladarse a Patres donde aquél estaba, y el cual le prodigó distinciones a presencia de sus generales y de los jefes del fuerte{4}.
Indudablemente la pérdida del castillo de Sagunto era un contratiempo fatal para la defensa de Valencia. Tenía Napoleón decidido y manifiesto empeño en apoderarse de aquella capital, era una de las empresas que con más gusto había acometido Suchet, y estimulaban a uno y a otro causas poderosas de distinta índole. Era Valencia la única ciudad populosa y rica, fuera de Cádiz, que no hubiera caído en poder de franceses, y su conquista, además de la influencia moral, había de proporcionarles grandes recursos para la manutención de sus ejércitos. Vivian en su memoria los horribles asesinatos de franceses en ella cometidos en 1808. Acordábanse de la mortificación que el mismo año sufrió el mariscal Moncey viendo frustrarse su tentativa ante la imponente resistencia de los valencianos; ¿y cómo había de olvidar el mismo Suchet que en 1810 solo había podido contemplar las torres de la ciudad? Aguijábanlos pues el interés y la conveniencia, la satisfacción de una venganza, y el deseo de reparar el honor humillado de las armas imperiales.
Razones opuestas comprometían a Blake a defender a todo trance la ciudad. Era así la voluntad explícita de las Cortes y de sus compañeros de Regencia; lo cual habría bastado para un general que tenía por sistema no desviarse de la senda que le indicase el poder supremo. Pero requeríalo además el exaltado espíritu de los valencianos, que orgullosos con haber rechazado anteriores agresiones, cuando no resguardaban el recinto de la ciudad sino unos simples muros, después de haber hecho sacrificios grandes para aumentar los medios de resistencia y mejorar y robustecer las fortificaciones, se consideraban como inconquistables, y en esta confianza no solo no habían cuidado de poner en salvo cuantiosas riquezas, sino que muchos de fuera habían llevado allí las suyas como a lugar seguro. Y aunque Blake tenía la convicción de que las fortificaciones adolecían de defectos notables, de que no correspondían a la idea que de ellas tenían los valencianos, y de que estaban lejos de constituir de Valencia una plaza de guerra conforme a los principios de la ciencia militar, no podía ni defraudar las esperanzas públicas ni dejar la ciudad expuesta al furor de las tropas enemigas, se decidió por la defensa, nombró gobernador de la plaza a don Carlos O'Donnell, excitó a salir de ella a los que no podían tomar una parte activa, hizo atrincherar el paso del río y mejorar en general las fortificaciones, y se situó con su ejército sobre la derecha del Guadalaviar, en cuya izquierda se había colocado Suchet con el suyo{5}. Pero uno y otro general pedían refuerzos a sus respectivos gobiernos, el uno para poder atacar, el otro para poder defenderse.
He aquí cómo distribuyó Blake sus tropas. El teniente general Mahy con la división del 3.er ejército, la 2.ª y 4.ª del 2.º y la mayor parte de la caballería, en Manises, Cuarte y Mislata, donde se hicieron algunas obras para defender el paso del río, y se aspilleraron las casas inmediatas a él. De las tropas que debían quedar en Valencia, la 1.ª división del 2.º ejército se colocó en el monte Olivet; parte de la 3.ª división del mismo, con la vanguardia expedicionaria y alguna caballería en Rusafa; la 4.ª división expedicionaria en el arrabal de Cuarte, con orden de auxiliar a Mahy en el caso de ser atacado; la reserva del 2.º ejército dentro de la ciudad. El cuartel general se estableció en el convento extramuros del Remedio. De las milicias honradas del país que fueron convocadas, solo acudió el batallón de San Felipe de Játiva, y algunos trozos de las de otros pueblos; pero compuestos de hombres de todas edades y estados, y armados solo con chuzos y muchas escopetas, calculó Blake que no podían servirle, y ordenó que se restituyeran a sus hogares. Toda la fuerza española disponible llegaría apenas a 22.000 hombres. La posición del ejército español era no obstante superior a la del francés, en tanto que aquél permaneciese atrincherado, pero esta ventaja la perdía en el momento que saliese de sus líneas para tomar la ofensiva. Así era que ni el general español trataba de salir de ellas mientras no variasen las circunstancias, ni el francés acometía a este mismo ejército que había vencido el 25 de octubre, conociendo el esfuerzo de que era capaz al abrigo de los atrincheramientos. Ambos obraban con la prudencia de expertos generales.
A fines de noviembre moviose en auxilio de los suyos el general D'Armagnac, adelantándose por Utiel y Requena con todas las guarniciones que había recogido de la Mancha. Noticioso Blake de este movimiento, ordenó a Freire que desde Murcia se dirigiese al río Cabrial, y a Zayas que desde Valencia le saliera al encuentro. Esta combinación trastornó el plan de D'Armagnac, en términos que permitió a Zayas volverse a Valencia, quedando Freire a mitad del camino, porque era otra vez necesaria su cooperación. Tuvo además Blake que desprenderse de 1.200 hombres que dio al conde del Montijo para que pasase a Aragón a fin de conciliar los jefes militares que andaban por allí desavenidos, retirándose Mina a Navarra, obrando separadamente Durán y el Empecinado, y para que viese de sacar quintos de aquel reino, y concertar en fin cómo llamar por aquella parte la atención del enemigo. Entretanto solo se le reunían a Blake algunos dispersos, pero refuerzos formales de los que con instancia había reclamado al gobierno no llegaba ninguno.
Más afortunado el mariscal Suchet, como que importaba tanto a Napoleón ganar a Valencia y progresar en España para imponer respeto al norte de Europa que le estaba amenazando, supo con júbilo que venían a engrosarle la división de Severoli, procedente de Aragón, y la de Reille, de Navarra, con fuerza entre ambas de 14.000 hombres. La de D'Armagnac amagaba también por Cuenca, aunque contenida por Freire; pero al mismo tiempo del ejército francés de Portugal destacaba Marmont una fuerte columna que atravesando la Mancha cayese sobre Murcia. El 24 de diciembre llegaron a Segorbe las divisiones de Severoli y Reille, y el 25 comenzaron a incorporarse al ejército de Suchet, quien de este modo juntaba 35.000 combatientes de tropas las más excelentes y aguerridas. Blake se preparó para combatir o retirarse según las circunstancias lo exigiesen, aunque harto preparado estaba quien pasaba todas las noches con los caballos ensillados, y al amanecer visitaba la batería del mar, donde le llevaban los partes de todo lo ocurrido durante la noche.
Pero ni en aquella noche del 25 advirtieron los nuestros movimiento alguno del enemigo que les indicara intención de ataque, ni en la mañana del 26 imaginaba Blake lo que estaba ocurriendo, cuando le sorprendió una comunicación de Mahy haciéndole presente la poca fuerza de que disponía y el mal estado en que decía hallarse, indicando la conveniencia de abandonar los atrincheramientos de Manises, San Onofre y Cuarte. En efecto, aquella mañana por tres puentes que los enemigos habían echado durante la noche pasaron el río por la parte superior a fin de evitar el laberinto de las acequias, acometiendo el extremo de nuestra izquierda el general Harispe, que aunque rechazado al principio por los jinetes de don Martín de la Carrera, y tendido en el suelo su general Roussard por el brioso soldado del regimiento de Fernando VII Antonio Frondoso, rehecho después y recobrado Roussard, obligó a don Martín de la Carrera a retirarse en dirección de Alcira. Pero fue lo peor, que acometido Mahy por el general Musnier en Manises y San Onofre, abandonó después de corta resistencia aquellas posiciones que se tenían por las más fuertes, y se retiró también hacia el Júcar por Chirivella, de modo que cuando lo supo Blake advirtió que los franceses ocupaban a Cuarte, y comenzaban ya a salir de dicho pueblo.
De otro modo se condujo Zayas en Mislata, escarmentando la división de Palombini, arrojando una brigada enemiga contra el Guadalaviar, y haciéndola perder hasta 40 oficiales, con la circunstancia de haber despedido por innecesaria la gente que Mahy le envió para sostenerse. Mas si bien aparecíamos victoriosos por aquel lado, no sucedía así por otras partes. Adelantado Harispe sobre Catarroja, dueño Musnier de Manises y San Onofre, y arrojados los nuestros de Cuarte, la división de Reille marchaba en dirección de Chirivella, teniendo que proseguir Mahy a las riberas del Júcar, con Carrera, Creagh, Villacampa y Obispo. El mariscal Suchet, que con sus ayudantes y una pequeña escolta se había metido en Chirivella y subídose al campanario para observar desde allí las dos orillas del Turia, corrió gran peligro de ser cortado por un batallón español que se acercaba en ademán de penetrar en el pueblo. Por fortuna del mariscal francés la escasa gente que le escoltaba se apercibió de ello, y dejándose ver de modo que aparecía estar ocupada por los franceses la población, engañó a los nuestros, que con aquella idea se alejaron.
Tan inesperados sucesos hicieron vacilar a Blake, que viendo no ser ya posible intentar una acción general, faltándole las tropas del 3.er ejército y la caballería, y no pudiendo concurrir oportunamente las que quedaron en Valencia, después de algunas dudas creyó que lo más prudente y menos arriesgado era recogerse con las fuerzas de Mislata a Valencia, para deliberar allí lo que podría ser más conveniente al ejército y a la ciudad misma, y así lo verificó con las divisiones de Zayas, Lardizábal y Miranda, encerrándose en los atrincheramientos exteriores desde enfrente de Santa Catalina hasta Monte Olivet. Con lo cual, y con haber logrado el general francés Habert, aunque a costa de afanes y riesgos, y de sufrir el fuego de nuestra escuadrilla, ocupar la derecha del Guadalaviar casi a la boca del descargadero, y poniendo el mayor ahínco en darse la mano con los de su nación que habían forzado nuestra izquierda, alcanzaron el objeto que se proponían, que era el de acordonar la ciudad, mucho más hallándose en ella el general Blake, y siendo el afán y el empeño de Suchet ver cómo se apoderaba de su persona.
Al mismo Suchet le había sorprendido la rapidez de los sucesos, pues nunca creyó encontrar tan poca resistencia en los atrincheramientos españoles de la izquierda. En cuanto a Blake, que obró como quien ignoraba la reunión de las divisiones Reille y Severoli al ejército francés, como quien no tenía noticias de los tres puentes echados por el enemigo durante la noche sobre el Guadalaviar, y como quien esperaba que en todo evento Mahy sostendría mejor las posiciones de Manises, San Onofre y Cuarte, tan pronto como se retiró a Valencia congregó a todos los jefes y oficiales superiores para deliberar lo que convendría hacer en tan críticas circunstancias. Trazoles el cuadro que a sus ojos ofrecía la nueva situación, atendida la calidad de los cuerpos que componían el ejército, y la de las tropas que guarnecían la ciudad, la naturaleza de las fortificaciones, los víveres con que se contaba, la ignorancia en que se hallaba del paradero de Mahy, y expuestas estas y otras consideraciones propuso a la junta las cuestiones siguientes: 1.ª Si Valencia podía o no defenderse: 2.ª Si convenía que el ejército permaneciese en las líneas, o se abriese paso al través de los enemigos: 3.ª En este último caso, ¿cuándo convendría verificar la salida?– Respecto a la primera, convinieron todos en que las fortificaciones de Valencia no podían considerarse sino como un campo atrincherado de grande extensión, incapaz de resistir un sitio en regla sin esperanza de pronto socorro. En cuanto a la segunda y tercera, opinaron todos, a excepción del general Miranda, que era preciso salir de las líneas, y salir lo más pronto posible, dejando en la ciudad algunas tropas, para resistir a un golpe de mano. Pero suspendiose la salida por aquella noche, ya por tener tiempo para racionar las tropas, ya por no conocerse bien las posiciones de los enemigos, y no exponerse a malograr la empresa.
Con esto, y con haber querido Blake retirar la artillería a lo interior de la ciudad sin alarmar a los enemigos, y tomar otras semejantes precauciones, fuese difiriendo la salida hasta la noche del 28, pero se dio lugar con esto a que los franceses situaran sus principales campamentos en el camino real de Madrid, y en los de la Albufera y Mislata, y a que hicieran cortaduras, no solo en las avenidas, sino hasta en las calles mismas de algunos arrabales, dificultando cada vez más la salida. Era sin embargo preciso acometerla. Pareció lo menos arriesgado o más practicable verificarlo por la puerta y puente inmediato de San José, camino de Burjasot, en dirección a Cuenca, donde se hallaban los generales Freire y Bassecourt. Empleó Blake el día 28 en introducir disimuladamente la artillería de línea en la ciudad, en racionar y municionar la tropa expedicionaria, en señalar a cada división el orden en que había de marchar y el punto de reunión en todo evento, habiendo de llevar cada una su compañía de zapadores para los pasos difíciles, dando instrucciones a don Carlos O'Donnell, que con la reserva había de quedarse en la ciudad, sobre el modo como había de defenderla y de obtener una capitulación honrosa en el caso de tener que evacuarla, y previniéndole también que convocara una junta general del ayuntamiento, prelados y prohombres de los gremios. Llegó en esto la noche: la hora señalada para romper la marcha eran las diez, más por aquellos incidentes irremediables en casos de tal naturaleza se difirió hasta las doce. Moviose pues la división de vanguardia mandaba por Lardizábal, y a la cabeza de ella el brigadier Michelena.
Resueltamente traspuso Michelena el puente sin que pareciera apercibirse el enemigo. Siguiole Lardizábal; pero más adelante tropezaron con el agua derramada de la acequia de Mestalla que les entorpecía el paso. Michelena sin embargo arrostra por todo y avanza: encuentra un piquete enemigo, le habla en francés y prosigue: en Beniferri se halla con una patrulla francesa, la lleva consigo, y cuando apercibidos los soldados de la población comienzan a hacer fuego, ya no le alcanzan los tiros y logra llegar salvo a Liria. Pero Lardizábal en esta ocasión se muestra menos resuelto y titubea: parte de sus tropas se detiene, y embaraza la cabeza de la 4.ª división, que llegando al puente se encuentra como obstruida en él; el fuego de los enemigos se aumenta; se oye tocar generala; la columna retrocede a repasar el puente, donde todos se agolpan. Blake, que con su estado mayor presenciaba el desfile situado cerca del baluarte de Santa Catalina, comprende haberse malogrado su plan, calcula todas sus consecuencias, y da orden para que las tropas ocupen de nuevo sus atrincheramientos, y hace salir otra vez la artillería de la ciudad, resuelto a defenderse sin renunciar a la esperanza ¡vana esperanza en verdad! de tentar la salida otro día y en momento acaso más feliz. Solo el intrépido Michelena había salvado todos los obstáculos con unos 400 hombres. Frustrada esta tentativa, Valencia y el ejército iban a verse en gravísimo compromiso.
Desde la mañana del 29 comenzaron a advertirse en la población síntomas de inquietud; disgusto por la salida intentada, y oposición a que se pensara en otra nueva: resolución de los habitantes a defenderse, y al propio tiempo desconfianza del ejército, y principalmente del general en jefe: consecuencias todas muy comunes, y casi naturales en los pueblos, cuando ven crecer para ellos el peligro por resultado de una batalla perdida o de una operación malograda; aparte de la buena ocasión que se les presenta a los aficionados a sembrar cizaña y a los interesados en promover disturbios. Con el doble objeto de aquietarlos y de mostrar serenidad y confianza recorrió Blake la ciudad solo y a pie, pasando después a situarse en el arrabal de Ruzafa, centro de la línea. Mas aquella noche se reunió la junta popular que él había mandado crear al partir, aunque innecesaria ya después de su regreso. Reinó en ella gran fermentación, quiso asumir en sí el mando, y acordó enviar cuatro comisionados a reconocer la artillería, examinar el estado de la línea, e inspeccionar el servicio que hacían las tropas en los atrincheramientos. A la una de la noche se presentaron estos comisionados al general en jefe: eran frailes dos de ellos, y acompañábanlos doce o quince menestrales. Blake detuvo a tres de los comisionados, dejando al cuarto en libertad para que fuese a anunciar a la junta lo distante que se hallaba de consentir en sus imprudentes pretensiones, y envió los acompañantes al general Zayas, encargándole los pusiese en los parapetos y los hiciese alternar en el servicio con los soldados para que vieran prácticamente cómo éste se hacía y desfogaran así los ímpetus de su patriotismo.
Todavía, después de disuelta la junta y sosegados los primeros síntomas tumultuarios, se propuso en la mañana del 30 otro pensamiento, que aunque extraño e irrealizable, se comprende en un pueblo exaltado, y que tenía una razón especial para temblar a la idea de una invasión francesa y al peligro de ser sacrificado en venganza de los asesinatos horribles ejecutados en 1808 en los de aquella nación. El pensamiento que se propuso fue el de salir todo el pueblo en masa unido a la guarnición a atacar al enemigo en sus campamentos. No le fue difícil a Blake desvanecer tan extravagante proyecto; pero al mismo tiempo esta disposición de los ánimos le hacía imposible pensar en abandonar la ciudad ni en intentar nueva salida con la tropa. Naturalmente aquellas disidencias influían desfavorablemente en el espíritu del soldado, y más siendo valencianos muchos de ellos, y por lo mismo participando más del trato y de las inquietudes del paisanaje.
Lo peor fue que de aquellos disturbios se aprovechó Suchet para estrechar el cerco y preparar el ataque, y en la mañana del 2 de enero (1812) aparecieron tres paralelas, contra la semiestrella del Monte Olivet, contra el hornabeque del arrabal de San Vicente, y contra el frente de Cuarte. Este último era un ataque simulado; los otros dos los verdaderos. El 3 sentaron y comenzaron a jugar sus baterías: con fuego de fusilería y de metralla contestaban los nuestros: entre otras pérdidas tuvieron los franceses la del distinguido coronel de ingenieros Henri, guerrero de gran prestigio por su talento y actividad, que había sido jefe de ataque en siete sitios consecutivos: lloráronle, y con razón, los suyos. Pero no considerándose bastante nuestra gente para defender una línea de más de 22.000 pies de extensión desde Santa Catalina a Monte Olivet, determinó Blake, de acuerdo con los jefes, retirarse la noche del 4 al recinto de la ciudad, clavando antes la artillería de hierro y llevándose la de bronce, operación que se ejecutó con tal destreza que los enemigos no se apercibieron de ella hasta la mañana del 5. Apoderáronse entonces de los puestos abandonados, y comenzó el bombardeo contra la ciudad de tal manera que en veinte y cuatro horas cayeron dentro de su recinto mil bombas y granadas, causando estrago grande en los edificios, e infundiendo espanto y terror en los moradores, siendo mayor la confusión por la mucha gente que de la Huerta se había allí recogido y apiñado. Continuando los días siguientes el bombardeo, que entre otras preciosidades destruyó las ricas bibliotecas arzobispal y de la universidad: reducida la defensa al antiguo muro; sin casi cortaduras en las calles, que no era Blake aficionado a las luchas de este género, y consternados los habitantes con las escenas de dolor que presenciaban y con el temor de un próximo y horrible saqueo, comisiones de vecinos se presentaron a Blake exhortándole a que tratase de capitular; pero en cambio un grupo tumultuario, conducido por un fraile franciscano, penetró en su habitación pidiendo que llevara la defensa hasta el último extremo. Blake hizo prender a este religioso, y tomó bajo su responsabilidad la suerte del pueblo valenciano.
Sin embargo de haber rechazado con firmeza la primera propuesta de rendición que el día 6 le hizo Suchet, convencido de la facilidad con que los enemigos podían aportillar el muro, de no ser posible ni una resistencia militar ni una resistencia popular de calles y casas, por no consentir la primera el escaso número de tropas y la naturaleza de las fortificaciones, y no estar preparada la ciudad para la segunda, despachó el 8 al campo enemigo oficiales que prometiesen de su parte capitular bajo la condición de evacuar la ciudad con todo su ejército, armas y bagajes, y de que se le permitiera pasar a Alicante y Cartagena. Desechó la propuesta Suchet, y en su lugar le envió la proposición de una capitulación pura y sencilla. Entonces reunió Blake una junta de generales y jefes, en número de doce: tratose en ella detenidamente el punto de admitir la capitulación o prolongar la resistencia: cada vocal emitió libremente su dictamen, exponiendo sus razones en pro o en contra; dividiéronse por mitad los pareceres{6}; decisivo era el voto del presidente, y de él pendía la resolución de cuestión tan delicada. Pesados en su ánimo los males de una y otra solución, prevaleció en él el deseo de salvar una ciudad populosa de los horrores de una plaza entrada por asalto, y prefiriendo a la responsabilidad de esta catástrofe el sacrificio de su amor propio y de su reputación militar, optó por la capitulación. Elegido el general Zayas para pasar con esta respuesta al campo enemigo, regresó en la mañana del 9 (enero, 1812) con la capitulación firmada por ambas partes{7}.
Blake, luego que la suscribió, dio cuenta de lo sucedido a la Regencia en términos precisos y mesurados. El parte comenzaba diciendo: «Aunque la pérdida de Valencia ha sido prevista y anunciada hace mucho tiempo, me es imposible tomar la pluma para dar parte de ella a V. A. sin experimentar el más profundo dolor. Se debió esperar, y se esperaba en efecto este funesto acontecimiento luego que cayó en manos de los enemigos la plaza de Tarragona.» Contaba el sitio de Sagunto, y todo lo acontecido hasta la rendición de la ciudad, y concluía: «Yo espero que V. A. tendrá a bien ratificar el canje convenido de los prisioneros, y enviar en consecuencia las órdenes a Mallorca. Por lo que a mí toca, considero el canje de los oficiales de mi grado sumamente lejano: me creo condenado a la cautividad por el resto de mi vida, y miro el momento de mi expatriación como el de mi muerte; pero si mis servicios han sido agradables a la patria, y si hasta este momento no he dejado de contraer méritos por ella, suplico encarecidamente a V. A. se digne tomar bajo su protección mi numerosa familia.»– «Palabras muy sentidas (dice un historiador español poco apasionado de Blake), que aun entonces produjeron favorable efecto, viniendo de un varón que en medio de sus errores e infortunios había constantemente seguido la buena causa, que dejaba pobre y como en desamparo a su tierna y numerosa prole, y que resplandecía en muchas y privadas virtudes.{8}»
A las cuatro y media de la tarde de aquel mismo día (9 de enero), conforme a lo estipulado, ocuparon los franceses el barrio del Remedio y la ciudadela, y aquella noche patrullaron en unión con la tropa española para evitar desórdenes. A las 6 de la mañana siguiente salieron para Alcira los 1.640 hombres que habían de ser canjeados por otros tantos franceses, y a las 8 desfiló el resto del ejército por la puerta y puente de San José, en cuya cabeza depuso las armas. Constaba la totalidad del ejército de 16.141 plazas, inclusos los enfermos y quintos no instruidos, y no rebajados los desertores{9}. Blake salió aquella tarde con sus ayudantes camino de Murviedro: él y los demás generales prisioneros fueron aquella noche convidados por el mariscal Suchet, quien en una conversación franca y militar los habló de la buena defensa del castillo de Sagunto, y de la batalla del 25 de octubre, y les manifestó además que con las divisiones de Reille y de Severoli había reunido 35.000 hombres. Al día siguiente prosiguieron los prisioneros camino de Francia. Blake fue destinado al castillo de Vincennes, a las inmediaciones de París, como se había hecho antes con Palafox y con otros españoles distinguidos, y donde permaneció dos años con gran sufrimiento, completamente incomunicado, sin saber ni de España ni de su familia, de quien ni una carta se le permitió recibir.
Hasta el 14 de enero no hizo Suchet su entrada pública en Valencia. Doloroso es decirlo, y dura para el historiador la obligación de contarlo. Una comisión numerosa salió a recibirle, y al presentársele le dirigió una alocución, a cuyos humildes términos cuesta trabajo hallar alguna disculpa en las circunstancias{10}. No siguió más noble conducta el clero secular; y el arzobispo Company, franciscano, que durante el sitio había estado escondido en Gandía, volvió a Valencia después de conquistada la ciudad, y dio el funestísimo ejemplo de esmerarse en adular y obsequiar a los conquistadores. Opuesto comportamiento había observado el clero regular: hemos visto que algunos frailes había siempre al frente de los alborotadores del pueblo: en ellos se vengó el general francés, prendiendo cuantos pudieron haberse de todas las órdenes, y que ascendieron 1.500: a todos se los llevó entre bayonetas a Murviedro; encerróselos en el convento de San Francisco; de ellos se sacaron cinco, que fueron bárbaramente arcabuceados al pie de las paredes del convento (18 de enero), a saber: Fray Pedro Pascual Rubert, provincial de la Merced; Fr. José de Jérica, guardián de Capuchinos: y los lectores Fr. Gabriel Pichó, Fr. Faustino Igual, y Fr. Vicente Bonet, dominicanos. Los demás fueron trasportados a Francia, en unión con otros prisioneros de guerra{11}.
Valió la conquista de Valencia a Suchet el título de duque de la Albufera, con la propiedad de la laguna de aquel nombre y sus cuantiosos productos de caza y pesca. Queriendo además Napoleón recompensar a los generales, oficiales y soldados de su ejército de Aragón, mandó que se agregasen a su dominio extraordinario de España (eran sus expresiones) bienes de la provincia de Valencia por valor de 200.000.000 de francos. «De este modo, observa un historiador, se despojaba también a José sin consideración alguna de los derechos que le competían como a soberano, y se privaba a los interesados en la deuda pública, que aquél había reconocido o contratado, de una de las más pingües hipotecas.{12}»
{1} Constaba el 2.º ejército de 26.200 hombres, pero de la calidad y distribuidos en la forma siguiente.
La 1.ª división, que había regresado de Cataluña y ocupaba a Segorbe, se componía de… | 4.600 | hombres |
La 2.ª que maniobraba sobre Peñíscola y guarnecía esta plaza era de… | 3.800 | |
La 3.ª formaba dos secciones: de ellas la 1.ª compuesta de quintos sin instrucción ni armamento, contaba… | 4.400 | |
La 2.ª, que estaba en Atalayuelas, tenía… | 2.200 | |
La 4.ª, dividida también en dos secciones, de las cuales la primera y mayor era de quintos, constaba de… | 7.000 | |
La reserva, de gente que se estaba organizando, era de… | 4.100 | |
La caballería, mandada por don José Sanjuan, aunque en los estados figuraban 1.900 caballos, solo contaba disponibles… | 1.120 |
Respecto a las columnas volantes agregadas al 2.º ejército, que eran principalmente las de Durán, el Empecinado, Villacampa y Obispo, ya hemos dicho que solían obrar con independencia, y a veces hasta ignoraban los generales su número y organización.
{2} Todo esto se ve confirmado en los partes de Suchet y del general Rogniat, que se insertaron en el Diario del Imperio, 24 y 26 de noviembre de 1811.
{3} No le hagamos nosotros menos honra que el general y escritor extranjero.– Decía la proclama: «Don Joaquín Blake, &c. a los señores generales, jefes, oficiales y soldados que tiene el honor de mandar.
»Marchamos a atacar, y con la ayuda de Dios a batir el ejército de Suchet. Si hablase con tropas mercenarias, venales o conducidas por fuerza como las del enemigo, insistiría en manifestaros las recompensas que deben acompañar a la victoria. Un motivo más noble de emulación para los que no pueden ser insensibles a la gloria militar sería llamar su atención hacia las almenas de Sagunto, hacia las murallas y terrados de Valencia, desde los cuales nos seguirán las miradas de los que esperan de nosotros su salvación. La menor flaqueza, un instante de duda al marchar al enemigo, sería en esta ocasión más que en ninguna otra una vergüenza indisculpable.– Pero hablo con españoles que pelean por la libertad de su patria, por su religión y por su rey, y sería ofender los nobles sentimientos que los animan el decirles otra cosa sino que nuestro deber es vencer al enemigo o morir en el combate. Cuartel general de Valencia, 24 de octubre de 1811.»
{4} Capitulación de Sagunto. Art. 1. «La guarnición saldrá por la brecha, prisionera de guerra, con los honores de la guerra, desfilando con armas y bagajes, y depositará las armas fuera del Castillo.
Art. 2. Los oficiales conservarán sus armas, equipajes y caballos, y los soldados sus mochilas.
Art. 3. Los que no sean de armas tomar, serán libres, y podrán al instante volver a sus casas.
Seguían otros, hasta siete, sobre el modo de tomar posesión los franceses del fuerte y asistir a los enfermos y heridos españoles.»
Con motivo de haber estampado el conde de Toreno en el lib. XVI de su Historia de la guerra de España ciertas expresiones poco favorables al gobernador de la fortaleza, tales como la de haberle atolondrado la pérdida de la batalla, y de haberse reprendido en él cierta precipitación en venir a partido, publicó el general Andriani, que era el gobernador, en 1835 una Memoria en refutación del juicio de Toreno, y en justificación de su conducta, haciendo ver con documentos fehacientes y con el testimonio de los mismos generales franceses, cuyos partes, escritos y comunicaciones cita, que la defensa fue sostenida con un valor y un heroísmo y hasta un punto que nadie había podido esperar, atendidos los escasos elementos con que contaba. Cumplida es la justificación que hace el general Andriani. Posteriormente en 1840, en la Gaceta del 24 de abril, se publicó una real orden, en que S. M., oído el Supremo Tribunal de Guerra y Marina, se dignó declarar gloriosa la defensa de Sagunto en 1811, conceder al general Andriani la Gran Cruz de San Fernando, y aprobar otra de distinción propuesta por él mismo en favor de los valientes que se hallaban en ella, mandando que esta resolución se publicara en la orden general de los ejércitos.
Tampoco estuvo justo Toreno con el general Blake, a quien tilda de afecto a batallar, de tibio de condición, de indeciso, y de no haber tomado providencia alguna. Precisamente de no ser afecto a batallar había dado Blake muchas pruebas, y esta misma de que se trata la dio impulsado por el clamor de los valencianos y de los sitiados de Sagunto. Fama de activo tenía, y reputación de ser de los más inteligentes generales españoles, aunque la fortuna le fuera algunas veces adversa. Muy diferente concepto que al conde de Toreno parecía merecer Blake al gobierno y las Cortes españolas, que le elegían siempre para las más arduas empresas, al gobierno y al parlamento británico, y a los generales y mariscales del imperio francés.
{5} En la Memoria manuscrita de Román se dan minuciosas noticias de las obras de fortificación que se habían hecho en Valencia, así en derredor y sobre los muros, como en los puentes del Turia, atrincheramientos que se habían construido, edificios exteriores que se habían arruinado para que no sirvieran de albergue a los enemigos, &c.
{6} En las Noticias históricas manuscritas de Román se refiere minuciosamente todo lo que pasó en aquel consejo de guerra, lo que opinó cada uno, y las razones con que cada cual lo apoyaba.
{7} Capitulación de Valencia.
Art. 1.º La ciudad de Valencia será entregada al ejército imperial. La religión será respetada, los habitantes y sus propiedades protegidos.
Art. 2.º No se hará pesquisa alguna en cuanto a lo pasado contra aquellos que hayan tomado una parte activa en la guerra o revolución. Se concederá el término de tres meses al que quiera salir de la ciudad, con la autorización del comandante militar, para que pueda trasladarse a cualquier otro punto con su familia y bienes.
Art. 3.º El ejército saldrá con los honores de la guerra por la puerta de Serranos, y depondrá las armas a la parte opuesta del puente sobre la orilla izquierda del Guadalaviar. Los oficiales conservarán sus espadas, como asimismo sus caballos y equipajes, y los soldados sus mochilas.
Art. 4.º Habiendo ofrecido el Excelentísimo señor general en jefe Blake devolver los prisioneros franceses o aliados de éstos que se hallen en Mallorca, Alicante o Cartagena, hasta que el canje pueda concluirse, hombre por hombre y grado por grado, se hará extensiva esta disposición a los comisarios y otros empleados militares prisioneros por ambas partes…
Art. 5.º Hoy 9 de enero, luego que la capitulación esté firmada, algunas compañías de granaderos del ejército imperial mandadas por coroneles ocuparán las puertas del Mar y de la Ciudadela.– Mañana a las ocho de ella saldrá la guarnición de la plaza por la puerta de Serranos, al paso que 2.000 hombres lo verificarán por la de San Vicente para dirigirse a Alcira.
Art. 6.º Los oficiales retirados que actualmente se hallan en Valencia quedan autorizados a permanecer en la ciudad si gustan, y se procederá a los medios de asegurar su subsistencia.
Art. 7.º Los comandantes de artillería y de ingenieros, y el comisario general del ejército, entregarán a los generales y comisarios, cada uno en la parte que le concierne, el inventario de todo lo que depende de su ramo respectivo.
Valencia 9 de enero de 1812.– El general de división José de Zayas, encargado por el Excelentísimo señor general Blake.– El general jefe de estado mayor del ejército imperial de Aragón, Saint-Cyr-Nugues, encargado por el señor mariscal conde de Suchet.– Convengo en la anterior capitulación.– Joaquín Blake.– Apruebo la presente capitulación.– El mariscal del Imperio conde de Suchet.
{8} Toreno, Historia de la Revolución de España, libro XVII.
{9} Fuerza de que constaba el ejército de Valencia.
Generales | Divisiones | Inf. | Cab. |
Teniente general don José Miranda… | 1.ª del 2.ª ejército… | 3.590 | |
Brigadier Morterín… | 2.ª Sección de la 3.ª… | 1.645 | |
Brigadier Loiri… | Reserva de ídem… | 4.347 | |
Mariscal de campo, don José de Lardizábal… | Vanguardia del 4.º… | 1.775 | |
Ídem don José de Zayas… | 4.ª del 4.º… | 2.027 | |
Brigadier Zea… | Caballería del 2.º… | 742 | |
Ordenanzas del 2.º y 4.º… | 116 | ||
Brigadier Zapatero… | Zapadores del 2.º y 3.º… | 383 | |
Brigadier Arce… | Artillería del 2.º y 4.º… | 1.137 | 315 |
Empleados… | 64 | ||
Total…… 16.141 |
De ellos los 10.572 eran valencianos. El número de jefes era de 93, el de capitanes 198, y el de subalternos 568.– Es por consecuencia exagerada la cifra de prisioneros que suponen los historiadores franceses.– Además en el estado que se dio al tiempo de la entrega no se rebajaron los desertores, que había habido muchos en aquellos días.– Hombres útiles para la defensa apenas llegarían a 14.000.
{10} En la Historia de la ciudad y reino de Valencia, de Boix, lib. XVII, se inserta esta alocución, con los nombres de los que componían la comisión, que eran personas muy principales. La arenga principiaba: «General conquistador, bien venido: la ciudad más rica y opulenta de España, dolorida, quebrantada y moribunda estaba esperando este feliz y afortunado día. Entrad en ella, excelso conde, y darle vida… &c.»
{11} En la mencionada Historia de Boix se copia también una relación del horrible fusilamiento de los frailes.
{12} Al referir el sitio de Sagunto y la batalla de 25 de octubre advertimos ya la poca benevolencia con que el conde de Toreno en su Historia de la Revolución de España trataba, así al gobernador Andriani como al general en jefe Blake, y expusimos los fundamentos en que apoyábamos nuestro juicio. En la relación de los acontecimientos de Valencia hasta la entrada de los franceses, aquel historiador se muestra, no ya poco benévolo con el general Blake, no ya duro y severo en la calificación de su conducta y de sus actos, sino injusto además, a lo que nosotros creemos. Sobre atribuirle todas las desgracias que sobrevinieron, apura casi todos los calificativos desfavorables a un general en jefe, censurándole de tibio, lento, irresoluto, desacertado en unas disposiciones, desatentado en otras, de imprevisor, de aferrado en su opinión, y de casi enemigo del pueblo; fáltale poco para acusarle de impericia, y solo parece reconocerle rectitud de intención y virtudes privadas, puesto que le niega hasta las prendas militares que constituyen un verdadero general en jefe.
Nuestros lectores han tenido muchas ocasiones de observar que no solo adornaban a don Joaquín Blake virtudes privadas, sino también virtudes cívicas no comunes, aun en aquella época de civismo, y de que pocos dieron tantos y tan sublimes ejemplos: ellas le levantaron al más elevado puesto de la nación, al de presidente de la Regencia. En cuanto a prendas militares y a condiciones de general, franceses, ingleses y españoles las reconocían unánimemente, y es menester suponer mucho error y mucha obcecación en las Cortes y en la Regencia para elegirle de común acuerdo en las ocasiones en que se necesitaba un general de inteligencia y de prestigio para la dirección de un ejército en las circunstancias y en las empresas más difíciles, teniendo que dispensar hasta por dos veces la ley que hacía incompatible con el cargo de regente el mando activo de los ejércitos y la dirección de las operaciones de campaña.
Extraños nosotros a la ciencia militar, nos libraremos bien de asegurar que la conducta de Blake como general en jefe en la campaña y defensa de Valencia fuera del todo acertada, ni de responder que no cometiese tal o cual error en sus disposiciones. Pero lo que sabemos, por documentos oficiales, es que siempre desconfió, y así lo anunciaba al gobierno supremo, de poder defender la ciudad de una acometida seria, por la naturaleza y la imperfección de las fortificaciones: que muchas veces pidió refuerzos de tropas que no le fueran enviados, sin duda porque otras atenciones no lo permitían; que el mariscal Suchet era uno de los más afamados generales del imperio, acostumbrado a victorias y a conquistar plazas fuertes y bien defendidas, como acababa de ejecutar en Cataluña; que con los refuerzos que recibió de Navarra y de Aragón reunió, por confesión suya, 35.000 hombres de excelentes tropas, mientras muchas de las de Blake eran quintos y gente aun poco instruida; Blake vaciló mucho entre la idea de salvar su ejército abandonando una ciudad populosa y rica que se le había mandado defender, y la de tomar sobre sí la responsabilidad de exponer aquella misma ciudad a los horrores de un saqueo y a las venganzas de los asesinatos de franceses en ella cometidos en 1808, prolongando una resistencia que calculaba habría de ser inútil; que luchó mucho entre el noble deseo de evitar grandes males a la población y el temor de ser censurado en sus actos como general por los que no estaban al cabo de la flaqueza de sus medios. Una cualidad confesaremos en Blake, y es que como hombre de ciencia y educación militar, no era muy dado al armamento de las masas y fiaba poco en las resistencias populares, y así no vemos que pensara en hacer de Valencia otra Zaragoza. ¿Pero podía confiar en los movimientos de la gente tumultuaria de la población, en aquellos movimientos que Toreno aplaude y justifica? No sabemos que pensar, vista la manera como después recibió a Suchet una gran parte de aquella misma población.
De todos modos, y suponiendo que en la desgracia tuviese también parte el error, creemos que el honrado e ilustre general ha sido duramente tratado por el historiador a que nos referimos. En las Memorias inéditas de Román se apuntan en justificación, o por lo menos en descargo de Blake, muchas otras razones de que nosotros no podemos hacernos cargo.