Filosofía en español 
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Parte tercera Edad Moderna

Libro XI Reinado de Fernando VII

Apéndice I
Ceremonial de la jura de la princesa Isabel
[ 20 junio 1833 ]

La iglesia donde debía celebrarse la augusta ceremonia (el monasterio de San Gerónimo del Prado) se hallaba magnífica y vistosamente colgada de raso de varios colores con increíble profusión de adornos de oro, y ocupaba el crucero un tablado de riquísima alfombra. En el mismo crucero y al lado del Evangelio, se había destinado una tribuna para las serenísimas señoras infantas, y en el cuerpo de la iglesia, seis tribunas bajas y cuatro altas para los personajes convidados a presenciar el acto solemne, entre los cuales se distinguían en las primeras del primer piso al lado de la Epístola el señor presidente del Consejo y secretario del Despacho: y en la de enfrente los excelentísimos señores embajadores y ministros extranjeros. A las diez y media las músicas y marchas marciales, cuyo alegre estruendo se confundía en el aire con innumerables vivas a Sus Majestades, intérpretes del júbilo universal, anunciaron la proximidad de los augustos soberanos: poco después se vio entrar efectivamente la comitiva por la puerta del presbiterio, en la forma siguiente: abrían la marcha cuatro porteros de cámara, con el aposentador de palacio y dos alcaldes de casa y corte. Seguían los gentiles-hombres de boca y casa, que fueron a colocarse en pie detrás del sitio destinado para los grandes de España: los procuradores de las ciudades y villas, que tomaron puesto en unos bancos situados en ambos lados a lo largo del cuerpo de la iglesia, dejando desocupadas las cabeceras de dichos bancos; la del lado de la Epístola para los grandes de España y títulos, y la del Evangelio para los prelados, excepto los procuradores de la ciudad de Toledo, que tomaron asiento en un banco travesero al fin de todos: siguieron los títulos nombrados por S. M. para el acto de la jura, los que se colocaron en el sitio que dejamos indicado: cuatro maceros de las reales caballerizas, que se situaron al pie de las gradas del tablado: los grandes de España, quienes ocuparon la indicada cabecera del banco de la derecha: los cuatro reyes de armas, que permanecieron en pie en el tablado a los lados de las gradas: el Excmo. señor duque de Frías, conde de Oropesa, con el estoque real desnudo y levantado, colocándose después S. E. a la derecha del suntuoso trono, erigido en el lado de la Epístola: los serenísimos señores infantes, que ocuparon cuatro sillones dispuestos a la izquierda del trono, en el orden siguiente: el más inmediato a SS. MM., para el serenísimo señor don Francisco de Paula Antonio: el segundo y el tercero, para los hijos mayores de S. A. R., el serenísimo señor don Francisco de Asís María, y el serenísimo señor don Enrique María Fernando; y el cuarto para el serenísimo señor don Sebastián Gabriel, que ya había regresado de su viaje. Llevaban SS. AA. el uniforme de gran gala de capitán general de los reales ejércitos, siendo de notar que ésta fue la primera ocasión en que lo vistieron los augustos hijos del serenísimo señor infante don Francisco de Paula. En el orden de la marcha precedían inmediatamente los serenísimos señores infantes a los reyes nuestros señores, y a la serenísima señora princesa doña María Isabel Luisa, a quien llevaba de la mano su excelsa madre y acompañaba el ama de cámara que ha lactado a S. A.: tomaron asiento Sus Majestades y Altezas en tres regios sillones debajo del dosel. Vestía el rey nuestro señor el uniforme de gran gala de capitán general de los reales ejércitos; constituía el traje de la reina nuestra señora un rico vestido blanco bordado y listado de hojuelas y brocado de oro, y un manto de corte de raso verde manzana profusamente guarnecido de perlas. Difícilmente pudiéramos dar una idea de la magnificencia, del brillo deslumbrador del regio aderezo que completaba el adorno de S. M.: la augusta princesa llevaba un vestido de raso blanco sumamente sencillo y apropiado a su inocente edad, con la banda de María Luisa: tenía el pelo levantado y recogido con suma gracia, por medio de una elegante y rica peineta de brillantes. Contrastaba singularmente con tan magníficas galas la gentil saya montañesa de la ama de S. A. Seguían a Sus Majestades el capitán de guardias, el mayordomo mayor de la reina nuestra señora, la camarera mayor de palacio y damas, entre las cuales iba la excelentísima señora marquesa de Santa Cruz, aya de la serenísima señora princesa; los eminentísimos señores cardenales, que tomaron asiento delante de los bancos de los muy reverendos arzobispos y reverendos obispos, situados en el tablado del lado del Evangelio; los embajadores, que se dirigieron a la tribuna que les estaba destinada; los gentiles-hombres de cámara, que pasaron a tomar asiento entre los grandes, y finalmente los caballeros guardias de la real persona.

Más arriba de los bancos de los prelados estaban los asientos de los señores ministros del Consejo y Cámara, y secretario de ella: detrás estaban en pie los escribanos mayores del reino, y entre los prelados y Consejo los señores mayordomos de semana, también en pie. Al lado de la Epístola y a la derecha del trono, hallábase revestido el muy reverendo patriarca celebrante, asistido por los capellanes de honor que debieron servir de pontifical, y detrás en bancos rasos los demás capellanes.

A la derecha del señor conde de Oropesa estaba el excelentísimo señor mayordomo mayor, marqués de San Martín, y en los lugares inmediatos a las sillas de las personas reales, el capitán de guardias, camarera mayor de palacio y damas de la reina nuestra señora; el aposentador de palacio ocupaba el lugar que le correspondía, inmediato al trono.

A la llegada de los reyes nuestros señores, rompió un hermoso conjunto de voces e instrumentos, dándose principio a la misa pontifical, y asistió a SS. MM. el muy reverendo arzobispo de Granada a la confesión evangélica y paz. Concluida la misa, y haciendo genuflexión al altar y reverencia a SS. MM., se retiró el prelado celebrante con báculo y mitra al lado de la Epístola a desnudarse y ponerse de pluvial: en seguida entonó el muy reverendo patriarca el himno Veni creator, que se cantó con suma perfección por la música de la real capilla.

Concluido éste, se retiraron SS. MM. y AA. por un cuarto de hora, durante el cual dispusieron los ayudas de oratorio delante del altar de frente a la iglesia, una silla para el muy reverendo patriarca, nombrado por S. M. para recibir el juramento: una mesa cubierta con un misal abierto y un crucifijo encima, y una almohada, en fin, al pie, para arrodillarse los que habían de jurar. También bajaron entonces los muy reverendos arzobispos y reverendos obispos del banco del tablado en que habían permanecido durante la misa, y pasaron a ocupar la cabecera del banco de los procuradores a Cortes, de que hemos hecho mención.

Dispuesto todo de este modo, y habiendo regresado Sus Majestades y Alteza, un rey de armas leyó en alta voz la fórmula de práctica, llamando la atención de los asistentes para oír la fórmula de juramento.

A continuación el camarista de Castilla más antiguo, teniendo a su izquierda al secretario de Cámara y a la de éste los escribanos mayores de Cortes, y colocados todos cerca de la barandilla frente a SS. MM. en la parte del Evangelio, leyó la citada escritura, después de lo cual se retiró a su sitio. Luego el serenísimo señor infante don Francisco de Paula Antonio, llamado por el rey de armas, después de hacer reverencia al altar y a SS. MM., pasó acompañado del maestro de ceremonias a arrodillarse delante de la mesa del muy reverendo patriarca, y poniendo la mano derecha encima del Crucifijo y los Evangelios, prestó el juramento. Seguidamente se arrodilló S. A. delante del rey nuestro señor, y puestas las manos dentro de las de S. M., hizo el pleito-homenaje, dando palabra de cumplir lo contenido en la escritura. Besó luego la real mano, y S. M. le echó los brazos al cuello, y besando después la mano a la reina nuestra señora y a la serenísima señora princesa, volvió S. A. R. a su silla. Este mismo orden observaron los serenísimos señores infantes don Francisco de Asís María, don Enrique María Fernando y don Sebastián Gabriel, tanto en el acto del juramento como en el del pleito-homenaje. Mientras juraron Sus Altezas Reales, estuvieron en pie los embajadores, prelados, grandes, títulos, procuradores a Cortes y ministros del Consejo y Cámara.

Hecho el juramento y pleito-homenaje por SS. AA., se retiró el muy reverendo arzobispo de Granada a su puesto, y el maestro de ceremonias puso entonces sobre la mesa otro libro de Evangelio y otros Crucifijos, retirando los que habían servido a los serenísimos señores infantes.

El rey de armas llamó después al duque de Medinaceli, nombrado por S. M. para recibir de todos el pleito-homenaje, quien se colocó en seguida a la izquierda del celebrante.

Llamó luego el rey de armas al excelentísimo cardenal arzobispo de Sevilla, el cual, hechas las debidas reverencias, se arrodilló delante de la mesa, hizo el juramento, y pasó a prestar de pie el homenaje en manos del referido duque de Medinaceli, restituyéndose a su lugar después de haber besado la mano a SS. MM. y a la serenísima señora princesa.

Todos los demás prelados ejecutaron uno a uno lo mismo que el anterior: fueron llamados los grandes por el rey de armas, y subieron de dos en dos, y guardando todo el orden referido.

Siguieron los títulos, y después los procuradores de Cortes; pero subiendo primero a competencia los de Burgos y Toledo, dijo S. M.: «jure Burgos, pues Toledo jurará cuando se lo mande.» Pidieron reverentemente unos y otros al rey nuestro señor que se les diese por testimonio, y S. M. lo acordó.

Fueron llamados los mayordomos de SS. MM., y principiando los mayordomos mayores, cada uno separadamente, siguieron los de semana de dos en dos, observando el ceremonial anterior. Después de todos, mandó el rey que juraran y prestaran homenaje los diputados de Toledo.

En seguida juró y prestó el pleito-homenaje el conde de Oropesa, duque de Frías, quien dejó en manos del primer caballerizo de S. M., marqués de Sotomayor, el estoque real, y le volvió a tomar concluido aquel acto.

Después juró el duque de Medinaceli, y prestó homenaje en manos de SS. MM. y A., y se restituyó a su sitio.

El rey de armas llamó en seguida al excelentísimo señor cardenal arzobispo de Sevilla para tomar juramento al muy reverendo patriarca. Vistiendo su eminentísima la capa pluvial, ocupó el puesto del muy reverendo patriarca; y éste, habiéndose desnudado de ella, prestó en sus manos el juramento, e hizo pleito-homenaje en las del duque de Medinaceli, y besó las manos de SS. MM. y A., tomando después asiento en una silla que se colocó delante del banco donde estuvieron los prelados en el presbiterio.

Terminado el acto, el secretario de la cámara, acompañado de los escribanos mayores de Cortes, y puesto entre ellos, haciendo las reverencias acostumbradas, preguntó en alta voz a S. M. si aceptaba el juramento y pleito-homenaje hecho en favor de S. A. Serenísima: si pedía que los escribanos de Cortes lo diesen por testimonio, y si mandaba que a los prelados, grandes y títulos que estaban ausentes se les recibiese el mismo juramento y pleito-homenaje, a que se sirvió responder S. M. que sí lo aceptaba, pedía y mandaba.

Retirados los tres, se presentaron en el mismo lugar los procuradores de Burgos; y haciendo las reverencias debidas, felicitó el más antiguo a S. M. en nombre del reino por la jura de S. A. R. la serenísima señora princesa doña María Isabel Luisa, como heredera de la corona, suplicando se mandase dar a las ciudades y villas un testimonio autorizado de tan solemne acto, a lo que S. M. se dignó acceder.

Finalizado todo, entonó el Te-Deum el eminentísimo cardenal arzobispo de Sevilla, y lo siguió hasta concluir la música de la capilla real. Después dijo su eminentísima las oraciones, y habiendo dado la bendición solemne, se retiró al lado de la Epístola para desnudarse, sentándose entretanto SS. MM. y A. como los demás concurrentes. En seguida se restituyeron a su cámara los reyes, acompañados de la misma comitiva por el orden en que entraron en la iglesia, y en medio de los vivas y aclamaciones con que saludaron a sus amados soberanos, y a su primogénita, los fieles habitantes que en torno de la iglesia habían esperado tan fausto momento.