φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo tercero:3031323334353637383940Imprima esta página

Tercera época de la Filosofía

La Filosofía moderna

§ 39. Origen y caracteres de la Filosofía moderna

Durante el primer tercio del siglo XIV escribía y obraba bajo la influencia del libre pensamiento Guillermo de Occam. El movimiento insurreccional en política, en religión y en filosofía que con su palabra, con su pluma y con su ejemplo había provocado y sostenido este libre pensador, perseveró después de su muerte en la escuela nominalista, heredera legítima del pensamiento libre y de las tendencias heterodoxas de su fundador.

La acción lenta, pero eficaz y perseverante, de esta escuela, encarnación del nominalismo occámico, que en la práctica y para la mayor parte de sus partidarios se tradujo en alardes escépticos, en menosprecio de las cosas y personas eclesiásticas y en resistencias más o menos veladas contra la autoridad pontificia, preparó el advenimiento del reinado racionalista y de la secularización completa que caracteriza a la Europa de [166] hoy, y que hace de ella la antítesis más absoluta de la antigua Europa cristiana.

Juntóse a la influencia perniciosa del pensamiento racionalista incubado por la escuela escéptico-nominalista, la influencia no menos perniciosa y funesta del Renacimiento, a causa de sus exageraciones y exclusivismos, a causa de sus sarcasmos contra la escolástica y sus representantes, a causa del entusiasmo excesivo y exagerado hacia los libros y sistemas de la antigüedad, a causa de la preferencia y supremacía exclusivistas que sus adeptos concedieron al elemento pagano sobre el elemento cristiano. Efectos inmediatos y directos de estas dos corrientes amalgamadas y unidas fueron: en el orden religioso, el protestantismo; en el orden político, el absolutismo absorbente y avasallador de la libertad eclesiástica y de las libertades populares, y en el orden filosófico, el racionalismo, tímido, incompleto y como vergonzante al principio, franco y completo después. Porque es cosa sabida que el racionalismo que hoy se presenta negando paladinamente la existencia y hasta la posibilidad de lo sobrenatural, durante el Renacimiento y en los primeros pasos del cartesianismo, sólo hablaba de cosas verdaderas en Filosofía y falsas en Teología, como decían los renacientes italianos, o de separación entre la ciencia y la fe divina, y de no admitir como verdadero sino lo que es evidente para el libre pensamiento, según decía Descartes.

Andando el tiempo, y por una serie de evoluciones tan lógicas como funestas y amenazadoras para el porvenir de la Europa y del mundo, la manifestación religiosa de aquellas dos corrientes se ha transformado [167] en indiferentismo y deísmo; el absolutismo absorbente, en cesarismo tiránico que nivela y aplasta todo lo que ofrece alguna resistencia al Dios-Estado; el racionalismo, en ateísmo y positivismo materialista.

Por lo demás, todas estas manifestaciones del error y del mal, lo mismo las contemporáneas que las que nacieron inmediatamente de aquellas dos corrientes, deben apellidarse y son meras derivaciones y aplicaciones del racionalismo, porque todas son derivaciones y aplicaciones más o menos inmediatas y directas del racionalismo considerado en su sentido más amplio y doctrinal. En el fondo del protestantismo, y en el fondo del absolutismo absorbente, y en el fondo del separatismo filosófico-teológico del siglo XVI, lo mismo que en el fondo del deísmo y del Dios-Estado, y del positivismo materialista de nuestra época, palpita la idea racionalista, palpita la concepción del racionalismo que diviniza y proclama autónoma a la razón humana, como si no existiera sobre ella y antes que ella una razón divina; que da por supuesto, sin cuidarse de probarlo, que Dios no puede revelar al hombre alguna verdad superior a las que éste puede alcanzar con sus propias fuerzas; que convierte a la razón del hombre en principio y norma, en medida absoluta de la verdad.

El racionalismo, pues, tomado en su sentido más amplio y en sus derivaciones lógicas, condensa y sintetiza el movimiento filosófico de los últimos siglos; es la nota más característica de la Filosofía moderna, como manifestación especial del espíritu humano en el orden filosófico y con relación a la Filosofía escolástica y patrística, o sea a la Filosofía cristiana en general. ¿Quiere decir esto que el movimiento separatista y [168] anti-cristiano era indispensable para la restauración y progreso de la Filosofía? De ninguna manera; y los nombres de Campanella, de Pascal, de Malebranche, de Rosmini, de Gioberti, y hasta relativamente los de Descartes y Reid, no menos que el nombre inmortal de Leibnitz, que escribió sobre la conformidad entre la fe y la razón, demuestran que se puede ser gran filósofo, hacer progresar la Filosofía y abrir nuevos caminos y ensanchar los horizontes de esta gran ciencia, marchando de acuerdo y hasta recibiendo lecciones y dirección de la palabra divina.

¿Quiere decir esto que la Filosofía debió permanecer estacionaria, sin salir de los moldes de la ciencia patrística y de la Filosofía escolástica? Tampoco. Que los siglos no pasan en vano sobre los hombres y los pueblos, y el movimiento continuo de la historia entraña en su seno y arroja sin cesar al mundo nuevas ideas y nuevos problemas para la Filosofía, como entraña y arroja nuevos problemas para las ciencias físicas y naturales, para las ciencias sociales y políticas. Sin salir de la esfera cristiana, y sobre la anchurosa base filosófica, representada por los trabajos de San Agustín y Santo Tomás, pudiera haberse levantado muy bien lo que hay de sólido y verdadero en las construcciones y desenvolvimientos filosóficos de la era moderna. Compatibles son con esa base anchurosa y con esa atmósfera cristiana, el empirismo baconiano dentro de ciertos límites, y algunas de las direcciones e ideas cartesianas, y el psicologismo analítico de la escuela escocesa, y hasta el criticismo kantiano, todo ello contenido dentro de convenientes límites y de reservas racionales. [169]

Para cualquiera que haya reflexionado sobre el racionalismo como carácter fundamental y sintético de la Filosofía moderna, es a todas luces evidente que las manifestaciones principales de este racionalismo pueden reducirse a tres, que son: el positivismo empírico, el criticismo y el panteísmo.

Bacon representa la dirección empírico-positivista, Jordano Bruno representa la dirección panteísta, Campanella inicia el movimiento crítico, y Descartes contiene y representa el germen de todos estos movimientos en lo que tienen de separatistas con respecto a la revelación y la fe, o sea desde el punto de vista propiamente racionalista, que es como la levadura general de todos ellos.