Ya en los primeros años del siglo XVII, y mientras Bacon colocaba a la Filosofía en la corriente empírico-sensualista que, andando el tiempo, debía producir a Locke y Hume, vio la luz pública (1624) una obra en que se llamaba la atención sobre la necesidad de observar y clasificar los fenómenos y actos del alma, sobre la existencia de nociones debidas a la acción espontánea e instintiva de la razón, y sobre la realidad e importancia científica de ciertas verdades primeras y naturales, que constituyen la base y fondo de lo [384] que se llama, no sin razón, Filosofía del sentido común. Herbert (1584-1648) es el nombre de este filósofo, cuya obra se intitula: De veritate prout distinguitur a revelatione, a verisimili, a possibili, et a falso. La doctrina del filósofo inglés, muy análoga en el fondo a la de la escuela -escocesa, permaneció sin eco hasta que Hutcheson, primero (1694-1747), y más tarde, Reid (1710-1796) la reprodujeron, completándola y sistematizándola en lo que se llama escuela escocesa. Pero si Herbert representa, por decirlo así, el origen cronológico de esta escuela, Locke y Hume representan su origen filosófico y como su razón suficiente, porque la escuela escocesa representa un movimiento de reacción contra el escepticismo de Hume, procedente a su vez del sensualismo de Locke, y también un movimiento de derivación de la doctrina del mismo Hume, en la parte que se refiere al asentimiento que da el hombre a ciertas verdades, en fuerza del instinto natural que a ello le impulsa.
En efecto: Tomás Reid, representante principal y el más completo de la escuela escocesa, al examinar el escepticismo desesperante de su compatriota Hume, reconoció fácilmente que lo que constituía la base real y la premisa lógica del sistema era la teoría sensualista de Locke. Una vez convencido de esto, Reid emprendió una crítica exacta y concienzuda de la teoría ideo- «lógica de Locke, poniendo de manifiesto los puntos flacos de la misma, y demostrando a la vez que los fundamentos en que estribaba el escepticismo de Hume carecían de solidez y de valor real. He aquí las conclusiones principales a que llegó Reid en su crítica y en sus investigaciones, [385] conclusiones que representan y constituyen la doctrina de la escuela escocesa.
La sensación, a la cual Locke atribuye el origen de todas nuestras ideas, no es un fenómeno simple, como supone el autor del Ensayo sobre el entendimiento humano., sino un fenómeno complejo. Cuando experimento o siento el olor A, por ejemplo, deben distinguirse tres cosas: 1.ª, la sensación como sensación, o sea como afección determinada y distinta de la sensación del sabor, del olor B, etc.; 2.ª, el acto por medio del cualjuzgo y afirmo que esta sensación está en mí, en un ser-sujeto; 3.ª el acto mediante el cual juzgo y afirmo que esta sensación es producida por alguna causa. Siento el olor A, juzgo que este olor existe en mí o lo experimento yo, y juzgo que es producido por alguna causa. Luego hay aquí tres actos, y, lo que hace más a nuestro propósito, tres nociones o ideas: la idea de sensación, la idea de ser o sujeto, y la idea de causa. La observación o experiencia es el origen de la idea de sensación, como lo es de la misma sensación; pero no lo es de las ideas de ser-sujeto y de causa, como tampoco lo es de los dos juicios que acompañan a la sensación. Luego ni todas las ideas deben su origen a las sensaciones, aunque éstas sean sus ocasiones, ni todos los juicios son comparación de ideas recibidas de los sentidos, como pretende Locke.
Reflexionando sobre estos juicios particulares e instintivos que acompañan a las sensaciones, se descubre que son aplicaciones de ciertas verdades universales que existen en nuestro espíritu a priori, o sea con independencia y anterioridad a toda experiencia y observación. Cuando juzgamos que el olor A que [386] sentimos está en un ser, y que es producido por alguna causa externa, estos dos juicios no son más que aplicaciones y conclusiones de juicios o principios generales en que afirmamos que toda modificación supone un sujeto, y todo efecto supone una causa. Y como quiera que estos juicios o verdades universales sirven de norma a los juicios particulares que acompañan a nuestras primeras sensaciones, será preciso reconocer y afirmar que estas verdades son leyes fundamentales y primitivas de nuestra razón, son como partes integrantes de nuestra constitución intelectual.
Entre los representantes y partidarios de la escuela escocesa, unos apellidan a estas verdades creencias primitivas; otros les dan el nombre deprincipios de la creencia humana; quién las llama leyes fundamentales de la inteligencia, y quién las denomina verdades de sentido común. Obsérvase también entro los mismos autores variedad de nombres para significar la facultad del espíritu humano, en virtud de la cual conocemos y afirmamos de una manera necesaria estas verdades generales y los juicios instintivos que acompañan a las sensaciones; pues mientras Reid la apellida facultad de inspiración y de sugestión, Beattie le da el nombre general de sentido común, y Dugald-Stewart la denomina facultad de intuición.
Base y a la vez resultado y aplicación de la precedente teoría, que constituye el carácter distintivo y el nervio de la escuela escocesa, es la enumeración más o menos completa, el análisis, la clasificación más o menos exacta de las facultades y funciones del espíritu humano. Para llevar a cabo esta empresa echó mano la escuela escocesa, no solamente del análisis [387] concienzudo y directo de aquellas facultades y funciones, sino del estudio del lenguaje, como expresión connatural de las ideas, tomando en consideración también, por una parte, los datos suministrados por la historia de la Filosofía, y, por otra, las opiniones y creencias generales del género humano en el orden especulativo y en el orden moral.
De aquí sus afirmaciones acerca de la legitimidad de todas nuestras facultades en orden a la verdad y acerca de la evidencia que acompaña a sus funciones. De aquí su doctrina acerca del sentido común, el cual es aquel género o grado de juicio que es común a todos los hombres (ce degré de jugement qui est commun à tous les hommes), o sea el juicio que se refiere a los primeros principios o verdades de evidencia racional inmediata, y que representa la función primitiva y fundamental de la razón humana, sirviendo de base y de punto de partida a ésta en cuanto facultad de raciocinio o discurso;{1} de manera que lo que la escuela escocesa llama sentido común, es ni más ni menos que lo que Santo Tomás llamaba inteligencia y también entendimiento (intelligentia, intellectus), en cuanto superior a la razón; en cuanto significa la función primitiva de la facultad intelectual del hombre y la posesión de los primeros principios (habitus primorum principiorum, synderesis), cuyo conocimiento es común a todos los hombres, y que sirven de base y punto de partida [388] para raciocinar o discurrir, que es la función propia de la razón como razón.
Sabido es que esta escuela apellida sentido moral a la facultad por medio de la cual adquirimos las nociones de bien y mal y reconocemos la moralidad (non seulement nous acquerons la notion du bien et de mal en général, mais encore nous reconnaissons que certains actes sont bons et certains mauveais) de los actos humanos. Sabido es también que esta escuela, so pretexto de no salir del estrecho círculo de la observación de los fenómenos y leyes del espíritu humano, o pone en duda, o guarda silencio acerca de las grandes verdades que se refieren al origen, naturaleza y atributos del alma del hombre.
Además de los ya citados Hutcheson y Reid, los representantes más notables de la escuela escocesa son Fergusson (1724-1816), profesor de Edimburgo; Beattie (1735-1803), que enseñó en la universidad de Aberdeen; Dugald-Stewart (1753-1828), autor de muchas obras y profesor de matemáticas y de Filosofía moral en la universidad de Edimburgo.
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{1} «Nous attribuons à la raison deux offices ou deux degrés: l'un consiste à juger des choses evidentes par elles-mêmes; l'autre à tirer de ces jugements des conséquences qui ne sont pas évidentes par elles mêmes. Le premier est la fonction propre et la seule fonction du sens commun.» OEuvres complèt. de Th. Reid, t. V, cap. III.