Filosofía en español 
Filosofía en español

Tomás Corral Oña 1807-1882

Tomás Corral
Excmo. Sr. D. Tomás de Corral y Oña,
marqués de San Gregorio, primer médico de Cámara, que fue, de SS. MM. D.ª Isabel II y D. Alfonso XII. Nació en Leiva (Logroño), en 1807; † en Madrid, el 14 del mes de la fecha. (La Ilustración Española y Americana, Madrid, 30 diciembre 1882.)

Médico filósofo español, “ilustre partero”, «nació en Leiva (Logroño), el 18 de Octubre de 1807, y falleció en Madrid el 14 de Diciembre de 1882, habiendo llegado al pináculo de la profesión, a la cúspide de las grandezas médicas, paso a paso y empujado por sus condiciones de amabilidad y de cultura. Hizo sus estudios, en el Colegio de San Carlos, hasta el doctorado, con brillantes calificaciones en toda la carrera: ganó, por oposición, una plaza de ayudante profesor, y por el mismo procedimiento una cátedra en 1836, después de infructuosas tentativas. Con entusiasmo y constancia cuidó de la biblioteca de la facultad, que se enriqueció considerablemente gracias a sus desvelos. Durante los diez y ocho años de maestro de obstetricia tuvo numeroso auditorio, que admiraba su palabra fácil, brillante y, en ocasiones, epigramática. Abandonó el magisterio para brillar en otros destinos, como el de médico de cámara de Isabel II, y atender a su numerosa y encopetada clientela. También fue médico de Alfonso XII.» (Luis Comenge Ferrer, 1914.)

«Teniendo en consideración los méritos y buenos servicios, así como la notoria adhesión a la causa de la libertad del Doctor Don Tomás de Corral y Oña, Catedrático supernumerario del Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos; como Regente del Reino, en nombre y durante la menor edad de Su Majestad la Reina Doña Isabel Segunda, vengo en concederle Cruz de Comendador de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, libre de todo gasto. Tendréislo entendido y dispondréis su cumplimiento. Duque de la Victoria.= Palacio a 7 de Marzo de 1842.= A Don Antonio González.» (Transcripción de manuscrito en AHN, Estado, 6327, Exp. 1, imagen 6.)

A principios de julio de 1842 se constituye en Madrid el Instituto Médico de Emulación (1842-1847), por refundición de la Academia de Emulación de Ciencias Médicas de Madrid (1840-1842) y del Instituto médico español (dirigido por Tomás Corral y Oña). En mayo de 1844 figura en la “Lista general de socios del Instituto Médico de Emulación”.

1845 «Vemos con mucho gusto que la Academia de Esculapio, compuesta en su mayor parte de alumnos de la Facultad de medicina, pero en la cual se cuentan también distinguidos profesores, va elevándose a mayor altura de la que han solido otras corporaciones de esta naturaleza. No contentos los estudiosos jóvenes con celebrar sesiones públicas literarias, en que se discuten los puntos más arduos y difíciles de las ciencias médicas, han establecido varias cátedras que seguramente serán de grande utilidad, contribuyendo a satisfacer en alguna manera esa ansia de saber que caracteriza a la época actual, y resalta particularmente en los que se dedican al cultivo de la medicina. Los martes de siete a nueve de la noche celebra dicha Academia sus sesiones literarias. Los jueves de siete a ocho explica el señor doctor don Pedro Mata la Mnemotecnia, o arte de ayudar a la memoria. El mismo día, de ocho a nueve tiene su lección de fisiología trascendental el doctor don Ildefonso Martínez. Por fin los sábados de siete a ocho dará sus explicaciones el doctor don Tomás Corral, uno de los más distinguidos catedráticos de la Facultad, sobre el examen de los sistemas médicos. Pronto se establecerán nuevas cátedras, resultando de esta manera una especie de ateneo médico. No será la última vez que hablemos de esta sociedad naciente que tantas esperanzas ofrece, a pesar de los escasos medios y de la falta de protección que en España se dispensa a esta clase de sociedades.» (El Castellano, periódico de política, administración y comercio, Madrid, 3 de mayo de 1845, año décimo, nº 2672, pág. 3.)

Tomás Corral Oña es reconocido como catedrático de universidad en la pidaliana holización de ese gremio, la que se plasma en el “proyecto de escalafón” de 1846 –“Los 222 catedráticos de la universidad española en 1846”–, donde se le reconoce antigüedad de 24 de diciembre de 1836, procedente del Colegio de medicina y cirugía de Madrid. En el escalafón de 1 enero 1849 es el catedrático 128 de 290 (de ascenso, Facultad de Medicina, Madrid: “Obstetricia, enfermedades de niños y mujeres, y clínica de id.”).

En mayo de 1847, en el proceso de establecer la Confederación médica española, se le convoca a la asamblea constituyente, representando a la Facultad de Medicina (“Asociación médica”, Gaceta Médica, Madrid, 10 de mayo de 1847).

1847 «Corporaciones científicas. Academia de Esculapio. Reunida la Junta censora para la adjudicación de los premios propuestos por la Academia, compuesta del Excmo. Sr. D. Juan Francisco Sánchez, señores doctores D. Dionisio Solís, D. Bartolomé Obrador, D. José María López, D. Vicente Asuero, D. Tomás Corral, D. Mariano Ortega y D. Ildefonso Martínez, en el local de ésta, y precedida la lectura pública de todas las memorias presentadas para optar a ellos, y una detenida discusión de las mismas, han resultado dignas de obtenerle, una sobre la siguiente cuestión: ¿En los procederes operatorios tiene más desventajas que utilidades la acción del éter sulfúrico? y otra sobre la siguiente: ¿Hasta qué punto es compatible la moral médica con los sistemas? Y habiéndose procedido en sesión secreta a abrir los pliegos que contenían los nombres de sus autores, han resultado ser el de la primera, D. Basilio San Martín, y el de la segunda, don Francisco de Paula Monedero, ambos socios de número de esta academia. Lo cual se publica en los periódicos, en cumplimiento de lo dispuesto en el programa de premios. Madrid 13 de setiembre de 1847. El secretario general interino, Bonifacio Montejo.» (Gaceta Médica, Madrid, 20 de septiembre de 1847, nº 98, pág. 207.)

1850 «Sobre el valor del sistema hidropático se ha traducido libremente al idioma español la obra titulada: La hidropatía o curación por el agua fría escrito por Mr. Claridge. Pero el sistema médico más dominante si se exceptúa el alopático, ha sido el homeopático y por lo mismo se han escrito y traducido acerca de él algunos varios tratados tanto en pro como en contra. A los primeros pertenecen, como principales: el Examen crítico filosófico de las doctrinas médicas homeopáticas y alopáticas comparados entre sí, original del homeópata Sebastián Coll. La traducción que Manuel Ciriaco Rollan, médico en Madrid, hizo del tratado escrito en francés por el Dr. Duringe con este título: Homeopatía, sus ventajas y peligros. Nuestro paisano y malogrado joven Ramón López conocido con el seudo-nombre de Dr. Pinciano, tradujo el Manual de las propiedades características de los medicamentos homeopáticos, escrito en alemán por Jahr. Otro homeópata e ilustrado escritor y literato Rafael de Cáceres tiene traducido del francés la Guía del homeópata, escrita en alemán por el Dr. Ruoff. Fernández del Río lo ha verificado la obra titulada: Medicina doméstica homeopática, o guía de las familias, original del Dr. Heringe. El homeópata Robustiano de Torres Villanueva ha vertido al castellano del idioma francés, la Doctrina y tratamiento de las enfermedades crónicas dada a luz por Samuel Hahnemann. Pío Hernández Espeso, otro sectario de la doctrina de los infinitesimales, nos ha dado al castellano el Tratado práctico de terapéutica homeopática de las enfermedades agudas y crónicas escrito por el Dr. Hartmann, y por último se halla también libremente traducido al español, el Hahnemann, exposición de la doctrina médica homeopática, u Organon del arte de curar. Son los segundos: el titulado Juicio crítico sobre el sistema homeopático publicado por Tomás Santero, agregado de la facultad de Madrid; una Memoria físico-crítica de la medicina homeopática, escrita por nuestro compañero el Dr. Tomás Araujo. Las lecciones dadas en la escuela de Madrid por Ramon Frau y publicadas después con el título de La homeopatía juzgada en el terreno de los hechos, y sobre todas por sus razones concluyentes, La homeopatía o farmacología análogo-infinitesimal ante el criterio y el sentido común, escrita por Tomas Corral y Oña (55. Hemos leído y examinado con la mayor atención la obra del doctor Corral y en nuestro juicio es la primera; recomendamos su lectura a los profesores que deseasen de buena fe apreciar el valor de la doctrina homeopática).» (Mariano González de Sámano, Apéndice al Compendio histórico de la Medicina española, Imprenta de D. Agustín Gaspar, Barcelona 1850, pág. 100 y nota 55 en página 210.)

En 1851, como “Catedrático de la Facultad de Medicina”, trata “Sobre la filosofía práctica del siglo XIX” en su Discurso pronunciado en la solemne apertura del año académico de 1851 a 1852 en la Universidad Central, texto que reviste notable interés. Ese mismo año, el 20 de diciembre, de parto Isabel II por tercera vez, el que trajo a la Corte a Isabel de Borbón y Borbón (nacida princesa de Asturias, pues los dos partos anteriores dieron varones mortichuelos), fue llamado a consulta ante las dudas que atribulaban a los médicos habituales de su majestad, Juan Drument y Dionisio Solís, aunque parece que Corral no tuvo necesidad de meter mano:

«Todos los señores concurrentes permanecieron en el Real Palacio durante la noche y hasta el momento que se dirá, asegurando los señores médicos, Drument y Solís que reconocían en S. M. los signos de un próximo parto. Reconocida más tarde por los mismos la posición del feto, aseguraron a SS. MM. que la criatura se presentaba de cabeza, y que todo anunciaba un parto, aunque lento, feliz. Observando después más quebrantada a S. M. a las nueve de la mañana del día de hoy, y ofreciéndoseles alguna duda acerca de la mayor o menor proximidad del parto, creyeron que su deber como profesores, y su lealtad como españoles, exigían manifestar a S. M. el Rey y demás personas de la Familia Real y al Gobierno de S. M., el deseo de consultar con otros profesores. En este caso, consultada S. M. y habiendo prestado su Real beneplácito, se acordó que fueran llamados el señor D. Rafael Saura, doctor en medicina y cirugía, catedrático de partos de la facultad de Madrid, y el Sr. D. Tomás Corral y Oña, doctor en la misma facultad y catedrático de igual asignatura; pero afortunadamente después de llegar al Real Palacio dichos señores, y al principiar la consulta, S. M. tuvo un largo dolor, con el cual se rompieron las membranas, y en seguida se verificó el parto inmediata y felizmente, asistida S. M. por sus propios profesores, dando a luz a las once y diez minutos de la mañana una robusta Princesa. […] De todo lo cual, yo el citado Notario mayor de estos reinos certifico y doy fe, en Madrid, dicho día, mes y año. En testimonio de verdad, Ventura González Romero.» (Gaceta de Madrid, domingo 21 de diciembre de 1851.)

«Queriendo dar un público testimonio del aprecio que me merecen los especiales conocimientos y distinguidos méritos que ha contraído en la carrera del profesorado Don Tomás Corral y Oña, Doctor en Medicina y Catedrático de la Universidad central de esta Corte; Vengo en nombrarle Caballero Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica. Dado en Palacio a nueve de Marzo de mil ochocientos cincuenta y dos. El Ministro de Estado. Marqués de Miraflores.» (Transcripción mss. AHN, Estado, 6327, Exp. 1, imagen 2.)

«Ministerio de Gracia y Justicia. Instruc. pública.– Excmo. Señor: La Reina (q. D. g.) queriendo recompensar los distinguidos servicios que, como Catedrático, ha prestado D. Tomás Corral y Oña, en la Universidad central, y dar una muestra del aprecio que le merecen la asiduidad, constancia e inteligencia con que ha correspondido a diferentes encargos y comisiones que le ha confiado el Gobierno, se ha servido disponer que, por este Ministerio, se proponga al del digno cargo de V. E., para Caballero Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica. De Real orden lo digo a V. E. para los efectos consiguientes. Dios guarde a V. E. muchos años. Madrid 27 de Febrero de 1852. Ventura González Romero.= Sr. Ministro de Estado.» (Transcripción mss. AHN, Estado, 6327, Exp. 1, imagenes 4-5.)

Fue Rector de la Universidad Central desde 1854 hasta 1862, por lo que dejó de ser catedrático (artículo 157 del Plan de 1850).

1865 «Pero mientras el Sr. Hysern se dirigía ufano a exhibir su exposición en el Senado con su cohorte y acompañamiento de firmas de legos, recogidas muchas de ellas en las oficinas públicas, el antiguo canónigo de la catedral de Astorga y médico por gracia del Gobierno, según él mismo afirma en el artículo comunicado inserto en el número 13.249 de La Iberia, trabajaba con más astucia y favor para obtener, por la vía reservada, el restablecimiento de una orden del año de 1850; por la cual, el Ministro de entonces, separándose del parecer del Real Consejo de Instrucción pública y aceptando el voto particular de los homeópatas Sr. Hysern y Sr. Janer (padre este último del oficial del negociado que tiene hoy a su cargo los asuntos de medicina en el Ministerio de Fomento) se decidió a establecer una enseñanza y una clínica en la Facultad, como de ensayo. En virtud de cuya orden fueron nombrados, para el desempeño de la enseñanza el Sr. Núñez y de la clínica el Sr. Fernández del Río, bajo la inspección de una Comisión de que formaban parte el Ilmo. Señor D. Bonifacio Gutiérrez, catedrático de clínica médica, y el Excmo. Sr. D. Tomás de Corral y Oña, catedrático de clínica de obstetricia. Estos señores, de conformidad con los demás catedráticos, pensaron en fijar las condiciones bajo las cuales debería hacerse tal ensayo para que el éxito no fuera engañoso; pero los homeópatas no se presentaron, y la orden no tuvo efecto, quedando caducada de hecho desde entonces para exhumarse a los quince años.» (Apreciaciones de los últimos esfuerzos hechos por los homeópatas de Madrid y de los resultados que han obtenido, Madrid 1865.)

En 1868 acompañó a Isabel II al exilio parisino. Allí preparó el primer tomo, “Introducción”, de su Historia de la Filosofía médica (Imprenta de Ducazcal, Madrid 1869, CXCVII páginas), que ofrece siete capítulos: I. Consideraciones generales, I; II. Principio vital. Vida, XX; III. Salud. Enfermedad, XXXV; IV. Causas morbíficas, LXXIII; V. Sintomatología. Semeiología, CVIII; VI. Nosografía. Nosología, CXLVII; y VII. Terapéutica, CLXVI.

El 8 de junio de 1879 se transforma en individuo de la Real Academia de la Lengua, siendo el décimo en hollar la silla M.

Necrología
El Dr. D. Tomás Corral y Oña,
marqués de San Gregorio

¡Otro más! La Parca ha vuelto a pasear su mirada fúnebre por entre las celebridades médicas españolas, y se ha llevado la más afamada de todas, la que más gloriosos destinos había ocupado, la que había podido sentir su amor propio satisfecho como ninguna otra figura médica, por grande que su importancia fuese, gracias al incalculable número de mercedes, honores y dignidades otorgadas a su valer. ¿Quién alcanzará tanto? ¿Quién es capaz de alborotar su imaginación con delirios de grandeza superiores a la realidad con que se vio favorecido el Dr. Corral? Cuanto es fruto de la profesión, cuantas legítimas ambiciones puede alimentar el humilde sacerdote de la Medicina como tal profesor, de todo y de todas gozó el ilustre partero, cuyo nombre tanto veneramos. Bibliotecario del Colegio de San Carlos, catedrático, médico primero y luego presidente de los médicos de Real Cámara, rector de la Universidad Central, marqués de San Gregorio, miembro de varios reales Consejos, presidente de la Real Academia de Medicina, presidente de honor de la Ginecológica Española, académico de la lengua, tres veces caballero gran cruz… fue cuanto quiso; pudo contemplar en sus manos los destinos de nuestra clase como un monarca los de su pueblo: ni los celos ni la mala fe le molestaron con sus envenenados tiros… ¡envidiemos tan buena estrella y tan soberbios merecimientos!

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Se murió el marqués de San Gregorio cuando menos lo esperaba nuestra clase; durante varios meses pudo su enfermedad tener en alarma a los que se interesaban por su salud; hubo días en que se nos anunció su muerte como suceso irremediable; los periódicos se ocuparon de su agonía; cualquier otro mortal se hubiera muerto; parece que un médico distinguido no puede ni debe proceder con sujeción a estas reglas; como el Dr. Velasco y como el doctor Calleja, debía chasquear el juicio de los compañeros y restablecerse, para abandonarnos cuando más confiados nos tenía acerca de su bienestar físico; había personas que aseguraban que se le enterró sin que en el real palacio se conociera tan triste noticia de su fallecimiento. ¡Lo que valen estos caracteres independientes que se escapan de las estrechas vías por donde caminamos los demás mortales! ¡Hasta para morirse han de ser originales!

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Nació en Leiva (Rioja) el 18 de Octubre en 1807; vivió, según buenas cuentas, 75 años; no se fue, por consiguiente, al otro mundo ni muy viejo ni muy despojado de aptitudes científicas; en los espíritus bien templados para el trabajo, la edad suya puede ser aún productora de grandes frutos; ahí está el Dr. Méndez Álvaro que atestigua mi aserto, y ahí está, en lo que al finado se refiere, su bellísimo discurso escrito para la velada con que la Real Academia de Medicina celebró en el año pasado el tercer centenario de la muerte de Calderón; trabajo donde se refleja el poder de inteligencia, la frescura de imaginación y el discreto juicio con que llegó al ocaso de su vida el ilustre miembro de la de Academia de la Lengua.

Su tío D. José Oña, abogado del Colegio de esta Corte, le conservó a su lado y atendió durante los primeros estudios; en 1824 empezó los de Medicina en el Colegio de San Carlos, y ocho años después tomó el grado de doctor, habiendo seguido una carrera gloriosa por la brillantez de sus notas, las cuales comenzaron su reputación. Apenas terminó la enseñanza oficial, ganó en oposición una plaza de ayudante profesor; hizo luego más oposiciones a varias cátedras, logrando al fin en 1836 ser nombrado catedrático, poniéndose al frente de la Biblioteca con tal motivo, por ser entonces costumbre que los catedráticos sustitutos desempeñaran las plazas de bibliotecario y secretario, que abandonaban cuando después ascendían a catedráticos numerarios.

Merece reproducirse lo que acerca del modo cómo desempeñó su cometido el Sr. Corral dice persona autorizadísima en un bien escrito folleto, del que tomamos muchos de los datos biográficos que nos sirven para este artículo. El Sr. D. Joaquín Malo y Calvo, en la reseña histórica de la Biblioteca de la Facultad de Medicina de Madrid, publicada ahora hace ocho años, asegura que si no hubiera del Sr. Corral más trabajos que la clasificación del establecimiento citado, que hizo para ordenar el desbarajuste y corregir el abandono que en él reinaba, bastaría para calificarle, porque no es posible sustituir su obra con otra mejor ni más científica. Durante seis meses se consagró, ayudado de sus hermanos políticos D. Victoriano y D. Juan Usera, y su primo D. Pedro Oña, a distribuir todas las obras en secciones por el mismo orden de materias o asignaturas que se seguía en la enseñanza, y a bosquejar un índice que pudiera servir para el encuentro fácil de cualquier libro que se pidiera, permitiendo tan útiles reformas abrir la Biblioteca al servicio público el 13 de Octubre de 1839.

En este importantísimo departamento, que puede considerarse como creado por él, imprimió tal vida y movimiento, de tal modo comunicó su celo a sus jefes y subordinados, que gracias al aprecio de los unos y al desprendimiento de los otros pudo enriquecer el tesoro literario con nuevas adquisiciones y reformas, logrando se consignasen subvenciones, promoviendo así un crecimiento tan rápido, que hubo necesidad de habilitar otro local distinto del que tenía, escogiendo para ello la galería superior en hemiciclo que rodea el anfiteatro grande, desde donde más tarde, y ya bajo la jefatura del Sr. Ataide, había de trasladarse al sitio definitivo que hoy ocupa en 1847, tres años después de haber dejado este cargo el señor Oña.

En la asignatura de Obstetricia y su clínica dejó luego oír su voz elocuente, y pudo mostrar sus privilegiadas facultades de tocólogo y de maestro. Explicó la cátedra diez y ocho años, siempre ante un auditorio numeroso, que le tributó la prueba más expresiva de aprecio y veneración que los discípulos pueden tributar al catedrático; la de escucharle siempre con religiosísima atención y la de identificarse con todos sus sentimientos. Dice el ya mencionado Sr. Calvo, discípulo suyo, que era de brillante y fácil palabra, y que gustaba en ocasiones hacerla algún tanto epigramática y burlesca, para poner en tortura el entendimiento de sus alumnos.

La fama de su extraordinaria pericia y conocimientos en el difícil arte de los partos, trazaron nuevos derroteros a la vida del Dr. Corral; la reina doña Isabel II le nombró médico de Cámara, después ascendió a rector de la Universidad Central, y abandonó entonces el magisterio para brillar en más altos y opulentos destinos, que no procede reseñar, y en los cuales le conocimos ya los que hemos llegado a la vida de la ciencia bastantes años después de su paso por el magisterio.

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Ciertamente que la figura del marqués de San Gregorio aparece tanto más radiante y majestuosa cuanto más de cerca y al detalle se le examina, por haber brillado en ella esas dotes sublimes de la inteligencia privilegiada, de la ilustración extensa y profunda, de la belleza para el discurso doctrinal, del acierto para el juicio clínico y de la habilidad para el procedimiento práctico; méritos envidiables que asociándose en magnífica armonía con las escogidas formas del hombre de elevada sociedad, con la dulzura de un espíritu respetuoso y transigente en la lucha, noble y generoso en el triunfo, en la sociedad de un carácter ceñido siempre al leal desempeño de sus deberes, dotado de un amor a la ciencia que llevaba hasta el punto de abdicar de sus comodidades para entregarse a las faenas del escritor, y de una gratitud para con la profesión que a nadie rehusaba sus utilísimos servicios, aquellos servicios que brotaban de sus privilegiados conocimientos, a los que como tribunal de apelación, para los casos difíciles y desesperados, acudían los más célebres comprofesores, según expresión de uno de sus más ilustres discípulos; hacían de él un modelo de esas prodigiosas figuras médicas, una encarnación real de esas creaciones típicas que vemos descritas en los grandes tratados de moral médica, como el ideal más perfecto del augusto sacerdote consagrado a la ciencia del dolor.

Escritor castizo y de escrupulosidad académica, ha dejado escritos: Una Memoria acerca de la obliteración del orificio uterino en el acto del parto, y de la histerotomía vaginal (1845). Un Año clínico de obstetricia y enfermedades de mujeres y niños; colección de las observaciones más importantes recogidas en la clínica de partos, de enfermedades de mujeres y de niños en la Facultad de Ciencias médicas de Madrid (1846). Un discurso pronunciado en la solemne apertura del curso universitario de 1851 a 1852, sobre la Filosofía práctica del siglo XIX. Otro leído en 1851, en la Academia de Medicina y Cirugía, sobre la semeiología humoral. Un trabajo inédito, escrito en latín, que existe en la biblioteca de la Facultad desde Abril del año 1832, aspirando al grado de doctor, y que encierra un comentario del aforismo 6.º de Hipócrates, sección segunda, que dice: Quicumque dolentes digna corporis parte, dolore omnino non sentiunt his mens aegrotat. Un extenso folleto destinado a servir de prólogo o de introducción a una historia de filosofía médica, que al fin no publicó; su bellísimo discurso de recepción en la Academia de la Lengua; y por último, el ya citado en honor a Calderón de la Barca, donde hace un análisis minucioso de las pasiones expresadas por el inmortal dramaturgo del siglo XVI.

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Mejor y con más autoridad que cuantas frases encomiásticas pudiéramos escribir para revelar sus méritos como profesor clínico, hablan el alto y delicadísimo puesto a que fue elevado, y la fama sin igual, el crédito portentoso que durante largos años disfrutó. Sus juicios eran inapelables. Golpes de acierto chocante, frutos de esa inspiración que casi siempre brotan más bien como destello ardiente de un alma superior o de un genio de artista, que como deducción severa del cálculo razonador, pausado y frío del hombre de ciencia, habían aumentado prodigiosamente su fama hasta el grado de hacer imposible toda rivalidad; ejercía la dominación de los grandes profetas, subyugaba todos los juicios con el incontrastable poder de sus doctrinas, y daba garantías de excelencia a todas sus determinaciones y consejos por la suprema razón de su distinguida procedencia.

Ni las grandezas debidas a sus inmarcesibles glorias, ni el cansancio de su avanzada edad, ni el enervamiento de sus tremendas agitaciones morales, fueron bastantes a despojarle nunca de su carácter médico. Quiso ser profesor antes que marqués; al lado del amigo o del compañero enfermo todavía aparecía solícita y eficaz la persona del Dr. Corral, como en los mejores tiempos de su práctica. No olvidaré que durante la horrorosa enfermedad del inteligente señor Ruiz Giménez, secretario del Real Consejo Sanidad, fue el señor marqués de San Gregorio uno de sus más asiduos y cariñosos médicos de consulta; por la mañana, por la tarde, siempre que su presencia y sus consejos se estimaban necesarios, se le veía exponiendo sus juicios y ayudando a la ilustración de aquel misterioso caso, que tanto pudo preocuparnos a varios profesores durante multitud de días.

Tenía el hábito del trabajo y la noción más delicada de sus deberes; todavía en el año pasado de 1881 se le veía en la Real Academia de Medicina presidiendo con encantadora bondad sesiones que hubieran podido resultar desagradablemente borrascosas si no las hubiera calmado con su exquisita prudencia.

Profesaba leal afecto a la juventud. ¡Decididamente éste es un atributo de los seres superiores! No pisaba joven que él conociera el salón de sesiones de la Real Academia, a quien no advirtiese después con insistencia que pasase a tomar asiento en los escaños de los señores académicos. Creía él saludar así, otorgando cierta honra, a las reputaciones del porvenir, contenidas aún en jóvenes tan oscuros que, si por algo se distinguían, era sólo por su inclinación al trabajo.

Dr. A. Pulido.

Ángel Pulido [1852-1932], “Necrología. El Dr. D. Tomás Corral y Oña, marqués de San Gregorio”,
El Siglo Médico, Madrid, 24 de diciembre de 1882, año XXIX, número 1513, páginas 833-835.)

1901 «Las manifestaciones en Madrid [octubre 1859] fueron muchas y solemnes; pero la de los estudiantes fue curiosísima. Era Rector de la Universidad D. Tomás Corral y Oña, y a él se dirigió una Comisión de estudiantes –entonces los escolares estaban tan atrasados, que antes de salir en manifestación contaban con el Rector– para rogarle que les permitiera sacar el pendón de Cisneros, que todavía creo debe custodiarse en la Universidad.» (Juan Valero de Tornos, “La guerra de África y algunas cosas más.– 1859 a 1862”, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, página 33.)

1913 «Corral y Oña (Tomás de). Biog. Médico español, nacido en Leiva (Logroño) en 1807 y muerto en 1882. Estudió en Madrid y casi al terminar obtuvo por oposición una plaza de ayudante profesor, alcanzando en 1836, también por oposición, una de catedrático. Encargado de la biblioteca de la Facultad de Medicina organizó aquel servicio y adquirió numerosas obras nuevas. Al ser nombrado médico de cámara de Isabel II, dimitió la cátedra que había desempeñado durante diez y ocho años con general aceptación. Fue también médico de Alfonso XII, quien, para recompensar sus servicios, le concedió el título de marqués de San Gregorio. Perteneció a la Academia de Medicina, de la que fué también presidente, a la de la Lengua y a otras muchas. El doctor Pulido hace de grandes elogios de Corra, no sólo como médico, sino también como escritor. Se le debe: Comentario del aforismo sexto de Hipócrates, en latín; Memoria acerca de la obliteración del orificio uterino en el acto del parto y de la histerotomía vaginal (1845); Año clínico de Obstetricia y enfermedades de mujeres y niños (1846), Sobre la semeiologia humoral, discurso (1851); Sobre la filosofía práctica del siglo XIX, discurso (1851); Discurso de recepción en la Academia de la Lengua, y otro sobre Calderón de la Barca.» (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Hijos de J. Espasa, Barcelona 1913, tomo 15, página 858.)

Tomás Corral y Oña

Nació en Leiva (Logroño), el 18 de Octubre de 1807, y falleció en Madrid el 14 de Diciembre de 1882, habiendo llegado al pináculo de la profesión, a la cúspide de las grandezas médicas, paso a paso y empujado por sus condiciones de amabilidad y de cultura.

Hizo sus estudios, en el Colegio de San Carlos, hasta el doctorado, con brillantes calificaciones en toda la carrera: ganó, por oposición, una plaza de ayudante profesor, y por el mismo procedimiento una cátedra en 1836, después de infructuosas tentativas. Con entusiasmo y constancia cuidó de la biblioteca de la facultad, que se enriqueció considerablemente gracias a sus desvelos. Durante los diez y ocho años de maestro de obstetricia tuvo numeroso auditorio, que admiraba su palabra fácil, brillante y, en ocasiones, epigramática. Abandonó el magisterio para brillar en otros destinos, como el de médico de cámara de Isabel II, y atender a su numerosa y encopetada clientela. También fue médico de Alfonso XII.{1}

Del doctor Corral y Oña, dijo el periódico médico-crítico El Crisol, en 1855:

«El doctor Corral es hombre de muy buen ver, de maneras elegantes, de frente plena, ancha y cuadrada, pero despejada; de ojos hundidos, de pobladas cejas, de mirada alegre, de sonrisa sarcástica, de andar majestuoso, de vestir decente, pero sin exageración, y de una conversación gustosa y entretenida. El señor Corral, como catedrático, es persona simpática, y toda su influencia en los escolares es debida a cierta autocracia, a una dignidad tan lejana de la pedantería como de la austeridad, a su imaginación florida, a su entendimiento claro, a su juicio recto, a sus sales epigramáticas para corregir y una oportunidad grandísima para llamar la atención de los discípulos cuando quiere interesarlos...»

A Corral, rector a la sazón de la universidad de Madrid, el mentado periódico le consideró «profesor dignísimo, sabio, moral y simpático».

Tenía Corral grande y hermosa cabeza, andaba con paso menudo y vivo, y llevaba frecuentemente las manos atrás, mirando al suelo.

Su instrucción literaria estaba a igual altura que la médica, y su afán a los clásicos griegos, y latinos, sobre todo, le daban frecuente oportunidad de citar textos, aforismos en prosa o verso, que hacían fijar más la atención al que lo escuchaba, y confirmando la razón de lo que decía con la autoridad y las palabras del autor citado.

Por su afición a tratar todo filosóficamente, enseñaba en la cátedra a los discípulos el mejor camino para encontrar la verdad en medicina; sus lecciones siempre eran de alto vuelo, aun nacidas del más trivial caso o asunto.

Corral y Asuero parecían como médicos filósofos vaciados en el mismo molde; ambos, por esto, en los tiempos en que la homeopatía tuvo en Madrid su estruendoso apogeo, fueron los primeros en combatirla con lecciones preciosas en la cátedra, en sesiones especiales que a ello se consagraron y en folletos que la hirieron de muerte al nacer, para que siga viviendo, como todo ser herido valetudinariamente.

Como cirujano, Corral era sobrio en intervenciones armadas: operaba lo necesario y conocidamente provechoso, y veía con dolor que lo fatalmente mortal debía sólo paliarse; por esto apenas tocaba los cánceres de la mama si no los hallaba muy en su infancia, edad en la que rara vez vienen a la clínica, y edad también en que en la práctica no es frecuente hallarlos, ya por lo silencioso de su primer período, pasando ignorada su importancia para las pacientes, ya porque el pudor es muchas veces responsable de su inoperabilidad.

Cuando tenía que intervenir, era rápido y feliz en la maniobra, y llevaba en su ventaja para practicarla con acierto, en las pocas veces que ocurría hacerlo en la clínica, la gran experiencia de la práctica privada, siempre necesaria para todo catedrático de clínica; pues cuanto más observe y haga fuera, tanto más puede valerle para formarle gran maestro y que sus consejos y conducta puedan ser aprovechados por sus discípulos.

El saber médico de Corral era general, y, por tanto, su práctica privada, sobre todo antes de ser llamado al servicio de S. M., era policlínica, y así figuraba como médico célebre de consulta en la corte y fuera de ella, por su merecida fama entre el público y por el respeto que todos sus compañeros y discípulos le profesaban.

Durante los últimos años de su emigración con la reina doña Isabel II se dedicó, en los ratos que sus ocupaciones de servicio y los de la colonia española, también emigrada, le dejaban libres, a escribir un tratado de Filosofía médica, que quedó sin concluir porque, a poco de publicado el primer tomo, la restauración de la monarquía se hizo, y sus ocupaciones palatinas y oficiales, como individuo de los Reales Consejos de Sanidad y de Instrucción pública, sus viajes con la corte y sus ocupaciones médicas se lo impidieron{2}. Condecorado con grandes cruces nacionales y extranjeras, y ostentando, desde el nacimiento del rey don Alfonso XII, el título de marqués de San Gregorio, por ser en el día de este santo en el que vino al mundo aquel príncipe de Asturias, mereció siempre el aprecio y el respeto de todo el mundo, y muy singularmente el de sus compañeros habiendo sido presidente de la Real Academia de Medicina y senador del Reino, por acuerdo de la misma sabia corporación.

Una vida tan larga como alcanzó, consagrada siempre al estudio y al ejercicio de una profesión que tanto gasta, no se vio casi nunca contrariada por achaques de salud. Caballero ejemplar, y reconocido a la confianza que la reina y la Real familia tenían en él depositada, estuvo a su lado en los días felices, y cuando dio vuelta la rueda de la fortuna no la abandonó en los aciagos.

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{1} Fue uno de los médicos que vio recompensados sus servicios con un título de nobleza, marqués de San Gregorio, así como Castelló y Roca fue marqués de la Salud. Los doctores Núñez, Busto y Toca tomaron su apellido para título del marquesado. Más tarde, el doctor Nieto y Serrano fue marqués de Guadalerzas; don J. Bonet, barón de su apellido, y Calleja; Gutiérrez, hoy marqués de San Diego. Estas distinciones dan idea del prestigio creciente de la clase, sancionado con los altos cargos políticos conferidos a los médicos.

{2} A sus escasas producciones dedicamos breve espacio en adecuado capítulo.

Luis Comenge Ferrer [1854-1916], La medicina en el siglo XIX, apuntes para la historia de la cultura médica en España,
Hijos de J. Espasa, Barcelona 1914, tomo I, páginas 653-655.


Textos de Tomás Corral y Oña en Filosofía en español

1851 “Sobre la filosofía práctica del siglo XIX”, Discurso pronunciado en la solemne apertura del año académico de 1851 a 1852 en la Universidad Central, Imprenta de Don Mariano Delgrás, Madrid 1851, 38 páginas.

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