Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

[ Aristóteles· Moral a Nicómaco· libro cuarto· I· II· III· IV· V· VI· VII· VIII· IX ]

Moral a Nicómaco · libro cuarto, capítulo VIII

Del donaire en el decir

Como hay momentos de reposo en la vida, y hasta entonces necesitarnos de distracciones que nos entretengan, es natural que en tales circunstancias sea posible un trato delicado y de buen gusto{88}, que consista en decir lo que se debe y como se debe, y en oír a los demás en las mismas condiciones. también se podrá dar por algunos tal importancia a este agradable pasatiempo, que le prefieran a todo lo demás y sólo quieran tratar con gentes de humor alegre. En esto puede evidentemente pecarse, como en todas las cosas, por exceso o por defecto, separándose del justo medio. Hay personas que, llevando al exceso la manía de hacer reír, pasan por bufones insípidos y molestos, diciendo a todo trance chistes, y proponiéndose, más excitar la risa, que decir cosas aceptables y decentes que no ofendan a los [115] que sean objeto de su crítica. Por lo contrario, hay otros, que nunca se les ocurre nada gracioso que decir, y que tienen gusto en oír a los que tienen más inteligencia que ellos; estos son hombres rústicos y groseros. Pero los que tienen gusto para decir donaires son hombres de un trato agradable, y puede casi decirse ligero y flexible; porque en cierta manera todo esto revela una serie de movimientos de carácter; y así como se juzga de los cuerpos por los movimientos que hacen, así pueden juzgarse los caracteres mediante signos análogos.

Sin embargo, como nada hay tan común como esta gracia en el decir y de ordinario gusta todo el mundo de llevar el gracejo más allá aún de los justos límites, sucede muchas veces, que los bufones pasan por agradables y por hombres de buen gusto; pero están muy distantes de serlo, como se puede juzgar por lo que acabamos de decir. La maña o tacto es también una ventaja que corresponde a ese justo medio que alabamos en este género. El hombre de tacto sólo dice y escucha lo que un hombre en regla, un hombre libre, debe escuchar y decir. Hay ciertas cosas, en efecto, que un hombre de bien puede decir y puede escuchar por vía de diversión; pero la gracia del hombre libre en nada se parece a la del esclavo, lo mismo que la del hombre bien educado no se parece a la del hombre sin educación. Una diferencia análoga se observa entre las comedias antiguas y las nuevas{89}. La crítica en aquellas aparecía en términos obscenos; mientras que estas últimas se limitan a hacer alusiones; lo cual no es de poca importancia bajo el punto de vista de la decencia{90}.

¿Es posible, por tanto, trazar límites a la gracia de buen género, diciendo que no debe permitirse nada que no corresponda a la dignidad de un hombre libre, que jamás se debe chocar con el que escucha, y que al contrario se le debe proporcionar un rato de placer? ¿O es que las cosas de este género no admiten definición, porque las antipatías y los gustos varían infinitamente según las personas? Cada cual sufrirá y escuchará lo que convenga a su carácter escuchar, porque en cierta manera hace suyo [116] lo que consiente que se diga en su presencia. No es de creer, sin embargo, que sería uno capaz de hacer absolutamente todo lo que escucha; porque podrá ser la gracia una especie de insulto; y ciertos insultos están prohibidos por los legisladores, los cuales habrían hecho muy bien en prohibir donaires de cierto género. El hombre de bien y de buen gusto, el hombre verdaderamente libre, será en sus relaciones como una ley perpetua para sí mismo.

Tal es el hombre que en el género de que hablamos ocupa este delicado medio; llámesele hombre de buen tacto, hombre de buen tono, o como se quiera.

En cuanto al gracioso maligno, no puede renunciar al placer de burlarse; no se perdona a sí mismo y menos ha de perdonar a los demás; y para provocar la risa, se permite cosas que un hombre de bien nunca diría, y algunas que ni aun escucharía. El hombre grosero y huraño es de todo punto extraño a estas relaciones sociales que no frecuenta; nada pone por su parte y todo le ofende. De todas maneras es una cosa imprescindible{91} en la vida tener momentos de descanso y de placer. En las relaciones sociales pueden distinguirse los tres medios de que hemos sucesivamente hablado; todos tres se refieren al cambio de palabras y de hechos entre los hombres. La diferencia que los separa es que el uno se aplica más especialmente a la verdad; y que los otros dos se aplican al placer. Y de los dos relativos al placer, el uno se refiere al pasatiempo propiamente dicho, mientras que el otro a las demás relaciones de la vida social.

———

{88} Los diálogos de Platón son un ejemplo de esto casi inimitable.

{89} Es bien conocida la importancia de esta reforma en la comedia. Aristófanes nos ofrece el ejemplo de estos dos géneros; y en este concepto el Plutus, en el cual sólo se hacen alusiones, difiere esencialmente de las Nubes en que se entrega a Sócrates mismo a las risas de la multitud.

{90} Esto obligó a los magistrados a imponer reglas severas a los poetas y a moderar su charlatanismo satírico. Véase en el Viaje del joven Anacarsis los capítulos LXIX, LXX y LXXI.

{91} El mismo pensamiento se encuentra en la Política, lib. IV, capítulo XIII, y lib. V, cap. III.

<< >>

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2005 www.filosofia.org
  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 114-116