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Moral a Nicómaco · libro sexto, capítulo VII

De la deliberación

No deben confundirse estas dos cosas, examinar y deliberar, por más que deliberar sea en cierta manera examinar. Pero ¿cuáles son los caracteres de una buena y sabia deliberación? ¿Es una ciencia de cierto género, una opinión, un feliz hallazgo o algo distinto de todo esto? He aquí lo que tenemos que estudiar.

Por lo pronto, no es una ciencia, puesto que nada hay que indagar cuando ya se sabe. Una deliberación, por buena y sabia que sea, es siempre una deliberación, y el que delibera indaga y calcula. Tampoco puede decirse, que una sabia deliberación sea una dichosa casualidad, un feliz hallazgo, porque el hallazgo feliz que hace el espíritu, no admite razonamiento, es una cosa instantánea; mientras que cuando se delibera, se gasta muchas veces largo tiempo; y ordinariamente se dice, que si debe ejecutarse rápidamente la resolución que se ha tomado después de la deliberación, es preciso deliberar con calma y madurez. La sagacidad de espíritu también es una cosa distinta de la sabia deliberación; y se aproxima mucho al feliz hallazgo. La sabia deliberación tampoco se confunde con la simple opinión{123}. Pero como el que delibera mal se engaña y se separa del recto camino, mientras que el que delibera bien, delibera conforme a la recta razón, puede decirse que la sabia deliberación es una especie de reparación y de rectitud, que por otra parte no es la rectificación de la ciencia ni la de la opinión. Por lo pronto, la ciencia no tiene necesidad de que se la rectifique a no ser que incurra en error; pero la verdad es la rectitud de la opinión, que se ha fijado en el espíritu respecto al objeto sobre que ha recaído la opinión misma. Sin embargo, como no puede haber sabia deliberación sin razonamiento, resta que sea aquella un acto razonado de inteligencia, porque todavía no es una afirmación. Por otro lado, la opinión tampoco es un examen del espíritu; es ya como una afirmación bastante precisa, mientras que el que [165] delibera, hágalo bien o mal, busca siempre, lo repito, alguna cosa y calcula razonando. En una palabra, la deliberación sabia y buena es en cierta manera la rectitud de la voluntad y de la simple deliberación.

Para comprenderla bien, deberíamos estudiar primeramente lo qué es la deliberación en sí misma y a qué se aplica; pero la palabra rectitud puede tomarse en muchos sentidos, y es claro que todas las acepciones que tiene no pueden venir aquí bien. Así el vicioso y el malo podrán muy bien encontrar por medio del razonamiento la solución que se han propuesto descubrir; y por consiguiente su deliberación podrá aparecer llena de rectitud en desquite del gran trabajo que se habrán tomado. Ahora bien, parece que el resultado de una sabia deliberación debe recaer siempre sobre algo bueno, puesto que la sabia deliberación es esta rectitud de la deliberación que descubre y aspira siempre al bien. Pero también se puede llegar hasta el bien por medio de un falso razonamiento, y encontrar precisamente lo que se buscaba sin haber empleado el medio legítimo. En este caso el término medio es falso; y por consiguiente no es esta la sabia deliberación, puesto que aunque se ha conseguido el objeto que se buscaba, no se tomó el camino que debía tomarse. Además, no obstante que en ambos casos se consiga el objeto, en este último se gasta mucho tiempo en deliberar; mientras que en el anterior, por lo contrario, se toma una decisión instantáneamente. Ni en uno ni en otro, por tanto, hay una sabia deliberación.

Con respecto a nuestros intereses, una sabia deliberación es la rectitud que nos sirve para distinguir el objeto que debemos buscar, el medio que debemos de emplear, y el tiempo en que es preciso que obremos. En fin, puede suceder que se tome una sabia resolución, ya de una manera absoluta y general, ya de una manera especial para un fin particular. La deliberación absolutamente sabia es la que arregla la conducta del hombre en relación con el fin supremo y absoluto de la vida humana; mientras que en el segundo caso sólo recae sobre el objeto particular que busca. Pero si la sabia deliberación es el privilegio de las gentes sensatas y prudentes, se sigue de aquí que ella es la rectitud de juicio aplicada a un fin útil, del cual la prudencia nos ha dado concepto exacto y verdadero.

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{123} Todo lo que sigue es muy sutil y oscuro, como han hecho notar los comentadores.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 164-165