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Moral a Nicómaco · libro séptimo, capítulo XIII

De los placeres del cuerpo

Con respecto a los placeres del cuerpo es preciso examinar lo que son, para responder a los que pretenden que ciertos placeres son muy apetecibles; por ejemplo, los placeres honestos, pero que no lo son nunca los placeres del cuerpo, ni en general los que busca el incontinente. En este caso, ¿cómo podría sostenerse que los dolores, que son contrarios a estos placeres, son malos? ¿No es el bien lo contrario del mal? ¿O es preciso limitarse a decir, que los placeres necesarios son buenos sólo en el sentido de que lo que no es malo es bueno? ¿O habremos de creer que sólo son buenos hasta cierto punto? En efecto, en todas las disposiciones morales, en todos los movimientos, en que no puede haber exceso de bien, el exceso de placer es igualmente posible. Luego el exceso es posible en los bienes corporales; y el vicio bajo esta relación consiste precisamente en briscar el exceso, y no en buscar sólo los placeres absolutamente necesarios. Todos los hombres, sin excepción, encuentran cierto goce en tomar alimento, en beber vino y en los placeres del amor; pero no todos gozan de estos placeres con medida, como es debido. Con el dolor sucede todo lo contrario; no se evita sólo el exceso; se le evita en absoluto, porque el dolor no es lo contrario del exceso de placer, a menos que alguno busque el exceso de dolor, como otros buscan el exceso del placer.

Pero no basta encontrar la verdad; es preciso además explicar la causa del error. Es este un medio de afirmarse en la convicción que se tiene; y cuando se ve claramente por qué una cosa ha podido parecernos verdadera, sin serlo en realidad, se siente uno tanto más identificado con la verdad que se ha descubierto. Por esto estamos en el caso de indagar en qué consiste que los placeres del cuerpo excitan más nuestros deseos que todos los demás.

El primer motivo es que lo propio del placer es desterrar el dolor, y que muchas veces en el dolor excesivo se busca, como medio de curación, un placer no menos excesivo, que no es en general otro que el del cuerpo. Pero estos son remedios [208] violentos, y lo que hace que se los tome con tanto ardor, es que por naturaleza son a propósito para borrar las emociones contrarias. No es por esto por lo que el placer corporal nos parece más aún que es un bien; existen siempre dos motivos para condenarle, como ya hemos dicho. El primero es, que los actos del placer, comprendido de esta manera, sólo son propios de una naturaleza degradada, ya procedan de la organización y del nacimiento, como los placeres brutales, ya resulten del hábito, como los placeres de los hombres corrompidos. El segundo motivo es, que los remedios anuncian siempre una necesidad de que se adolece, y que vale siempre más ser que devenir{156}. Estos placeres sólo tienen lugar cuando los que los gustan intentan recobrar su estado natural; y así sólo son buenos indirectamente. Además, a causa de su misma vivacidad, sólo se buscan por los que no pueden apreciar otros; y equivale, si puede decirse así, a prepararse de antemano a sentir una sed insaciable. Cuando estos placeres no tienen malas consecuencias, no es reprensible aprovecharlos; pero si se hacen dañosos, es un error llevarlos más adelante; y lo que explica que se haga, es que los que se abandonan a ellos no tienen otros goces de que disfrutar. En cuanto a este estado neutro, que no es ni de placer ni de dolor, se convierte naturalmente para la mayor parte de los hombres en un verdadero estado de sufrimiento; porque el ser animado se fatiga sin cesar, como lo prueba sobradamente el estudio de la naturaleza, donde se demuestra que hasta la simple sensación de ver y de oír es una fatiga, que sólo mediante el hábito, como se ha dicho, podemos soportar. El desenvolvimiento y crecimiento del cuerpo durante la juventud nos ponen en un estado muy parecido al de los hombres embriagados; y así la juventud rebosa en felicidad y en placer. Pero los hombres que son de naturaleza melancólica, tienen siempre, por su misma organización, necesidad de remedios que los cure. Su cuerpo se ve continuamente roído por la acritud de su constitución; están siempre violentamente excitados; y para ellos el placer mata el dolor, ya sea directamente contrario, o ya sea un placer cualquiera con tal que sea violento. Esto motiva el que los hombres de este temperamento se hagan muchas veces incontinentes y viciosos. [209]

Por lo contrario, los placeres que no van acompañados de algún dolor, jamás son excesivos. Son placeres que son verdaderamente agradables por su naturaleza misma y no accidentalmente. Entiendo por placeres accidentales los que se toman como remedios a ciertos males; y únicamente porque nos curan, dando una cierta actividad a la parte sana de nuestra organización, nos parecen agradables. Pero las cosas realmente y de suyo agradables son las que producen en nosotros la actividad propia de una naturaleza que permanece completamente sana.

Por otra parte, si no hay nada en el mundo que pueda agradarnos igualmente siempre, es porque nuestra naturaleza no es simple, y que hay además en ella algún otro elemento, que nos hace sin cesar perecibles. Así, cuando una de las dos partes de nuestro ser hace un acto cualquiera, podía decirse que respecto a la otra naturaleza que está en nosotros, este acto es contra naturaleza; y cuando hay igualdad entre los dos, el acto realizado no nos parece penoso ni agradable. Si hubiese un ser{157}, cuya naturaleza fuese perfectamente simple, el mismo acto sería siempre para el origen del placer más perfecto. He aquí cómo Dios goza eternamente de un placer único y absoluto, porque el acto no está sólo en el movimiento; sino que está también en la inmovilidad y en la inercia; y el placer se encuentra más en el reposo que en el movimiento. Si la mudanza, como dice el poeta{158}, tiene para el hombre encantos incomparables, sólo es efecto de una imperfección nuestra. Lo mismo que el hombre, el malo gusta mudar sin cesar; y nuestra naturaleza tiene necesidad de cambio, porque no es simple ni pura.

Aquí concluye lo que teníamos que decir de la templanza y de la intemperancia, del placer y del dolor. después de haber explicado la naturaleza de cada una de estas afecciones y hecho ver cómo las unas son bienes y las otras males, sólo nos resta hablar de la amistad.

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{156} Por ejemplo: vale más estar sano que llegar a estarlo mediante los remedios.

{157} Véase la Metafísica, lib. XII, cap. VII.

{158} Eurípides, v. 234, edición de Didot.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 207-209