Filosofía en español 
Filosofía en español


Nuevo orden


17 de febrero de 1935a
Heraldo de Aragón (Zaragoza), 19 de febrero de 1935

 
[ 403a ]
 

Las conferencias del Ateneo

El diputado a Cortes don Juan Antonio [sic] Primo de Rivera disertó el domingo sobre «Nuevo orden»

[…]

Al levantarse para hablar, el señor Primo de Rivera fue acogido con calurosos aplausos. Una vez restablecido el silencio comenzó diciendo que asistimos a la liquidación de una época. La historia del mundo se divide en edades clásicas y edades medias.

Las edades clásicas son aquellas que han encontrado una norma que las explique. Cuando una edad clásica ha fenecido y los hombres buscan nuevas normas, entonces se vive una edad media. Por eso la una se caracteriza por su plenitud de contenido, y la otra por su afán inquisitivo, alegre y desordenado. Las edades medias, cuando encuentran su norma, llegan a ser clásicas, y en cambio éstas nunca devienen a medias, pues cuado concluyen su misión lo hacen en forma de una invasión de los bárbaros.

En el siglo trece [sic] comenzó la edad clásica, a cuyo final estamos asistiendo, y ya podemos contemplar las fuerzas que la disuelven. Han operado sobre ella la Reforma y la Revolución francesa.

Como fecha inicial de este suceso, señala el orador la de 1786, en que se publica El Contrato Social de Rousseau. Éste –sigue diciendo– era un romántico y decadente que no podía soportar las grandes cosas de los grandes imperios, que se aburría ante las edificaciones ingentes. Como no era Séneca lanzó la consigna de volver a la Naturaleza, que es el concepto político en el que se recogen los que no soportan las fuertes instituciones. Y quiso edificar un sistema político que se califica por la falta absoluta de toda norma.

Esta actitud de Rousseau, que se puso en moda [sic], fue terriblemente disolvente. La sociedad comenzó a reírse de sí misma, a tomarse en broma, a creerse desprovista de toda razón vital de existencia.

A continuación señala la aparición de la economía materialista y el avance de las ciencias, lo que determina que sólo a esos factores materiales se les concede importancia para la interpretación de la historia. Y el triunfo del industrialismo desencadena la guerra europea, que al terminar deja los problemas más confusos y crea otros como la quiebra de las industrias y la crisis del trabajo. ¿No es éste el final de la edad clásica? Se acerca, pues, una nueva invasión de los bárbaros.

Pero una cosa es que gravite sobre nosotros este signo trágico y otra el que nos resignemos y no procuremos luchar contra él y vencerle. Y no lo podemos evitar si caminamos hacia atrás. Hay que empalmar el final de la edad clásica con el comienzo de la edad media, sin pasar por la invasión de los bárbaros, porque hay que salvar cosas que son la justificación de nuestra historia.

El comunismo es lo que algunos predicen que ha de venir como solución del tránsito de una edad a otra; pero yo digo que no puede ser, porque el comunismo es precisamente la invasión de los bárbaros. La Social Democracia tampoco puede ser la solución, pues en su afán de insertarse en el régimen liberal no significa más que una perturbación.

Hay también los intentos del Estado totalitario; pero no me refiero al fascismo, que es una experiencia que no ha llegado a cuajar.

El señor Primo de Rivera señala las diferencias que existen entre los movimientos de Italia y Alemania.

El movimiento italiano tiende a lo clásico, opera al servicio de un pensamiento, de una estructura mental. El germánico es todo lo contrario. Arranca de una fe romántica, de la capacidad de adivinación de una raza. Alemania, además, no es como cree la gente el país de la disciplina, aunque así parezca exteriormente. Cantan a coro muy bien, andan al mismo paso, pero todos los movimientos de indisciplina del mundo han salido de Alemania.

El Estado totalitario no puede salvarlos [sic] tampoco de la invasión de los bárbaros, además de que no puede existir.

Es necesario afanarse en hallar un orden nuevo. Y éste es el destino de España en nuestros días, pues nos hallamos fuera de los motivos de decadencia que se observan en el mundo, como son el gran capitalismo y el gran industrialismo. Y si nos encontramos ante la enorme tarea que nos aguarda podemos adivinar algo de lo que ha de ser.

El orden nuevo ha de arrancar de la existencia del hombre como portador de valores eternos. No participamos, pues, del panteísmo estatal. La libertad del hombre y la dignidad humana son valores eternos e intangibles. El liberalismo se burló del hombre al concederle la libertad sin una base económica. Ahora bien, para que sea posible esta libertad es necesario abordar la reorganización de la economía, y para esto hace falta un Estado fuerte, pero no como instrumento tiránico, sino como servidor de una gran unidad de destino patrio. No hay pueblos ni unidades libres, sino que hay unidades históricas, y cuando recobren esta noción de nuestro destino podremos tener autoridad.

España podrá rehacer su vida por este camino, en el que se encuentran los valores cristianos y occidentales de nuestra civilización.

Expone a continuación algo de lo que se ha de hacer para reorganizar nuestra agricultura y arraigar hombres a la tierra.

La vida futura de España ha de basarse en los Municipios y en los Sindicatos, pues el corporativismo es una solución tímida y nada revolucionaria. Es necesario volver a cimentar nuestra vida en la religión y en la familia.

Esta tarea le corresponde a España, de la que espero una generación de hombres jóvenes con un sentido enérgico y militar de la vida, sin egoísmos. Pero para realizarla no hace falta congregar masas, sino minorías selectas. No muchos, sino pocos, pero convencidos y ardientes, que así se ha hecho todo en el mundo.

Y si la invasión de los bárbaros alcanza a otros pueblos, que sus habitantes puedan decir al mirar las crestas blancas de nuestros montes y el azul de nuestros mares: «Hasta allí llegó la invasión de los bárbaros, porque a ella se opuso el aliento y la decisión de España».

[…]

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ABC (Madrid), 19 de febrero de 1935

 
[ 403b ]
 

Conferencia de D. José Antonio Primo de Rivera, en Zaragoza

[…]

El Sr. Primo de Rivera comenzó diciendo que asistimos a la liquidación de una época. En la Historia del mundo, las edades se dividen en clásicas y medias, siendo aquéllas las que tienen personalidad propia, y éstas están comprendidas entre caracteres inquisitivos, llenos de desorden y de alegría. Cuando la Edad media da con su norma, entonces se convierte en clásica.

Actualmente Roma puede contemplar todo su ciclo respecto a esta división de las edades. La edad clásica en España se remonta en su iniciación hacia el año 1876b, y forzosamente tiene que desaparecer, encontrándonos ahora en los momentos de transición.

Comenta en una rápida ojeada la situación la situación del mundo consecutiva a la post-guerra, y que ha dado lugar a la crisis del trabajo y a la quiebra de las industrias como hechos salientes. Fallan, además, las creencias religiosas y la libertad es menospreciada. Se acerca para el mundo una nueva invasión de los bárbaros, que no podría evitarse caminando hacia atrás. Debe evitarse tendiendo desde la orilla más próxima al precipicio un puente hacia una nueva edad media, empalmando el final con el comienzo para pasar de largo por la invasión de los bárbaros, que pretenden arrasar la civilización, y es preciso que salvemos así las cosas que justifican nuestra moral y nuestra Historia.

El comunismo, que considera el orador fracasado, es la nueva invasión de los bárbaros. Añade que la social-democracia está también fracasada.

Hace un estudio de los intentos de Estado totalitario, comentando el fascismo de Mussolini y el nacional-socialismo de Hitler, manifestando que son dos cosas diferentes. El fascismo italiano tiende hacia lo clásico y opera al servicio de un pensamiento y una estructura mental. El nacional-socialismo arranca de una fe romántica y de la capacidad de adivinación de una raza. Pero Alemania no es el país de la disciplina, puesto que de ella arrancaron siempre los movimientos de indisciplina, tales como la Refoma, el romanticismo, el naturalismo, la Revolución francesa y otros.

En fin de cuentas, el Estado totalitario no puede salvar por sí solo la invasión de los bárbaros.

Ahora es preciso buscar un orden nuevo, y éste es el destino de España, que se encuentra fuera de los motivos de decadencia mundial, tales como el capitalismo y el industrialismo, y este orden nuevo emanará de la existencia del hombre como portador de valores eternos.

Es necesario reorganizar la producción y los factores económicos, y de esta manera España rehará su vida.

La misión de España es salvar al mundo de la nueva invasión de los bárbaros, y aunque otras naciones se anegasen con esa obra destructora, podrían mirar a nuestra Patria diciendo: Hasta aquí llegó la invasión de los bárbaros, hasta esas crestas montañosas y esos mares, porque a ella se opuso la decisión y el valor de España.

[…]

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Patria (Granada) 2, 28 de febrero de 1935, p. 4

 
[ 403c ]
 

Actos de Falange Española de las JONS

[…]

Zaragoza

[…]

Nuestro ilustre jefe sentó la premisa de que en la actualidad asistimos a la liquidación de una época, época considerada como media, en contraposición a las épocas clásicas, o sea, las que tienen personalidad propia, siendo estos [sic] épocas medias las de transición. Estamos, dice, asistiendo a la desaparición de la Edad Clásica de España iniciada hacia el año 1876, encontrándonos ahora en la época de tra[ns]misión media. Se acerca para el mundo una nueva invasión de los bárbaros, que no podía evitarse caminando hacia atrás. Debe evitarse tendiendo un puente desde la orilla del precipicio hacia una nueva Edad Media.

El destino de España es buscar un orden nuevo aislándose de los motivos de decadencia mundial que son [el] capitalismo y el industrialismo.

Es necesario reorganizar la producción y los factores económicos, y de esta manera España rehará su vida.

[…]

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Textos inéditos y epistolario.
Madrid : Ediciones del Movimiento, 1956, p. 279-283c

 
[ 403d ]
 

Comienza manifestando su profunda gratitud a la Junta directiva del Ateneo, que ante las dificultades de consideración que se le habían presentado, no ha dudado, con una terquedad que es hidalguía, clásica en esta tierra, en celebrar la conferencia, mostrando su caballerosidad para con el orador.

Me encuentro –dice– en una situación especialísima, acogido por una parte a la hospitalidad del Ateneo, para explanar una conferencia de carácter cultural, y con un público, por otra, que espera de mí más bien un discurso político. Querría que mi palabra, sin prescindir del deseo de los asistentes, tuviese aquel primer carácter que señalé.

Creo que asistimos a la liquidación de una época. Si interpretamos la historia del mundo de acuerdo a los ciclos que señalan el esplendor y el ocaso de las civilizaciones, notaremos que esa historia comprende edades clásicas y edades medias.

Las edades clásicas son aquellas que han encontrado una norma que las explique. Cuando una edad clásica ha fenecido y los hombres buscan nuevas normas, entonces se vive una edad media. Por eso la edad clásica se caracteriza por la plenitud y lo definitivo de su contenido, y la otra por su afán inquisitivo, alegre, infantil y desordenado.

Las edades medias, cuando encuentran su norma precisa, llegan a ser clásicas y, en cambio, éstas nunca devienen en edades medias, pues cuando concluyen su misión, lo hacen en forma de una invasión vertical de los bárbaros, devienen siempre en catástrofe. Y tenemos el ejemplo característico de Roma; el único pueblo que podemos contemplar en todo su ciclo, con su edad media hasta Actio, año 31 de J. C.d, y de aquí se pasa a la etapa clásica, que concluye con la invasión de los bárbaros en 476.

El siglo XIII es probablemente el comienzo de la última edad clásica, a cuya liquidación estamos asistiendo, y ya podemos contemplar las fuerzas que la disuelven. Han operado sobre ella la Reforma y la Revolución francesa.

Como fecha inicial de este proceso de ruptura o irrupción, señala el orador la de 1786, en que sale a la luz El Contrato Social, de Rousseau.

Rousseau era un romántico enfermizo y decadente, que no podía soportar las grandes cosas de los grandes imperios, que se aburría ante las edificaciones ingentes. Como no era precisamente nuestro Séneca, pues carecía de su templanza y no participaba de su inquietud, lanzó la consigna de volver a la naturaleza, que es el concepto poético en que se recogen los que no soportan las instituciones. La vuelta a la naturaleza que quiso Rousseau está concebida a semejanza de una égloga o de un cuadro de Watteaue. Y es que el ginebrino crea un sistema que se caracteriza por no creer en nada. Antes todo estribaba en la realización de verdades permanentes; desde Rousseau, no. Es el querer o no querer del albedrío lo que da esencialidad a las cosas. Y así quiso edificar un sistema político que se califica por la falta absoluta de toda norma.

Esta actitud de Rousseau, que se puso de moda, fue terriblemente disolvente. La sociedad comenzó a reírse de sí misma, a tomarse en broma, a creerse desprovista de toda razón vital de su [sic] existencia.

Al tiempo que se incuban los movimientos revolucionarios entre los literatos y elegantes, nace la economía materialista. Con el avance de las ciencias aparece el maquinismo y surge la gran industria, lo que determina que sólo a esos factores materiales se les conceda importancia para la interpretación de la historia. El obrero, desarraigado de donde estaba, pasa a servir en aglomeraciones infectas alrededor de las grandes fábricas. Y el auge del industrialismo en el mundo moderno desencadena la guerra europea de 1914, que lega gran cantidad de mutilados, de enfermos mentales, la intromisión de la feminidad en las actividades reservadas antes al hombre. Vale decir que la catástrofe, al terminar, deja los problemas más confusos y engendra otros, como la quiebra de las industrias y la crisis de trabajo, que certifican el derrumbamiento del capitalismo.

A la crisis de la economía, motivada por la imposibilidad de colocar la proporción incalculable de productos manufacturados que ahora lanzan a los mercados las industrias bélicas de ayer, había que añadir la crisis de creencias religiosas y la crisis de la libertad. ¿No es éste el final de la edad clásica?

Al mundo le falla la libertad tan mantenida, y todo el sistema de la democracia comienza a resquebrajarse, y ante estos fracasos se acerca una nueva invasión de los bárbaros. Ahora bien, ¿se puede evitar ésta empalmando el final de una edad con el comienzo de la otra sin aquel intervalo de desarreglo? Hay que salvar, sea como sea, lo que la edad que se está liquidando tenía de bueno, porque hay que salvar cosas que son la justificación de nuestra historia.

Pero una cosa es que gravite sobre nosotros este signo trágico y otra el que nos resignemos y no procuremos luchar contra él y vencerle. Y no lo podemos evitar si caminamos hacia atrás.

El comunismo es lo que algunos predicen que ha de venir como solución del tránsito de una edad a otra; pero yo digo que no puede ser, porque el comunismo es precisamente la invasión de los bárbaros. La Social Democracia tampoco puede ser la solución, pues en su afán de insertarse en el régimen liberal no significa más que una perturbación.

Hay también los intentos del Estado totalitario; pero no me refiero al fascismo, que es una experiencia que no ha llegado a cuajar.

Es preciso examinar con mucho detenimiento los dos ensayos verificados hasta el presente: el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán, y señalar las diferencias que existan entre ambos movimientos ideológicos. El movimiento italiano es, ante todo, clásico, tiende a lo clásico. Opera al servicio de un pensamiento, de una estructura mental. Trabaja un cerebro y su resultado se proyecta sobre un pueblo.

El germánico es todo lo contrario. Arranca de una fe romántica, de la capacidad de adivinación de una raza. Por eso es lícito aseverar que el hitlerismo es un movimiento místico, muy consustancial con la psicología alemana. Alemania, además, no es, como cree la gente partidaria de las interpretaciones gruesas, el país de la disciplina, aunque así parezca juzgado por los signos exteriores. Alemania es un pueblo muy especial. Cantan a coro muy bien, andan al mismo paso militar, pero todos los movimientos de indisciplina, de rebeldía del mundo, a lo Espartaco, han salido de Alemania.

El Estado totalitario no puede salvarnos tampoco de la invasión de los bárbaros, además de que no puede existir.

El único remedio que se avizora ante tales arbitrios es el «tendido de un puente desde la orilla más próxima al precipicio» hacia una nueva Edad Media, empalmando el final con el comienzzo para pasar de largo por la «invasión de los bárbaros –el comunismo–, que ha de arrasar la civilización».

Es preciso configurar un nuevo orden, y éste es el destino de España en nuestros días. Tenemos que afanarnos por salvar a España y al mundo entero. El orden nuevo tiene que arrancar de la propia existencia del hombre, del reconocimiento de su libertad y dignidad. «La libertad del hombre y la dignidad humana son valores eternos e intangibles. El orden nuevo ha de arrancar de la existencia del hombre como portador de valores eternos. No participamos, pues, del panteísmo estatal.»

El liberalismo se burló del hombre al concederle la libertad sin una base económica, y se burló de la libertad, pues ésta no puede ser plena si al mismo tiempo no se asienta en una base económica de existencia.

Ahora bien, para que sea posible esta libertad es necesario abordar la reorganización de la economía, en bancarrota, y para esto hace falta un Estado fuerte, pero no como instrumento tiránico, sino como servidor de una gran unidad de destino patrio. No hay pueblos ni unidades libres, sino que hay unidades históricas de hombres libres, y cuando el Estado recobre esta noción de nuestro destino podremos tener autoridad, hasta el punto de que la norma como el Poder sean sinónimos de acatamiento.

España podrá rehacer su vida por este camino, en el que se encuentran los valores cristianos y occidentaldes de nuestra civilización.

El problema de España, más que de otra cosa, es de disciplina y de organización, pues mientras unas provincias se encuentran con exhuberancia de trigo, que hace descender su valor, y lo que es peor, determina la imposibilidad de colocación de los excedentes, en otras regiones españolas perecen de hambre sus habitantes.

Hay que redimir a los hombres de la esclavitud del pequeño territorio y hay que asegurar un precio mínimo remunerador de los productos comerciales. Y bajo el aspecto social hay que manifestar que no en todos los rincones de España se vive bien o hay condiciones mínimas de rendimiento para que los españoles subsistan. No. Hay tierras que son de por sí inhabitables, pero en la ubérrima pueden alojarse todos aquellos a quienes su desgracia les hizo habitar aquellos páramos.

La vida de España ha de basarse en los Municipios y en los Sindicatos, pues el Corporativismo es una solución tímida y nada revolucionaria. Es necesario volver a cimentar nuestra vida en la religión y en la familia.

Hay, finalmente, que volver a arraigar a las multitudes, ya que su desarraigo fue el mejor fermento para la revolución de signo marxista, y esto sólo es posible por medio de los Sindicatos, y mediante éstos el Estado será el ejecutor de la unidad de destino en España.

Esta tarea le corresponde a España, de la que espero una generación de hombres jóvenes con un sentido enérgico y militar de la vida, sin egoísmos ni cicaterías. Pero para realizarla no hace falta congregar masas, sino minorías selectas. No muchos, sino pocos, pero convencidos y ardientes, que así se ha hecho todo en el mundo.

Y si la invasión de los bárbaros alcanza a otros pueblos «España salvará al mundo de la nueva invasión de los bárbaros»; que sus habitantes puedan decir al mirar las crestas blancas de nuestros montes y el azul de nuestros mares: «Hasta allí llegó la invasión de los bárbaros; hasta estas crestas montañosas y esos mares azules, porque a ella se opusieron la decisión, el aliento y la energía de España».


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a  Conferencia organizada en el Cine Alhambra por el Ateneo de Zaragoza, bajo la presidencia de Ricardo Royo Villanova. El orador fue presentado ante el auditorio por el secretario del Ateneo, José María Gayarre. Su contenido ha sido recogido en otras ocasiones bajo el epígrafe «Un orden nuevo».

b  En tal año se inicia el periodo de la Restauración, políticamente marcado por la Constitución entonces promulgada.

c  Se trata de una versión elaborada por Agustín del Río Cisneros en la que se entreteje el texto supuestamente publicado en El Noticiero (Zaragoza) con el aparecido en el Heraldo de Aragón (Zaragoza), 19 de febrero de 1935.

d  Se refiere a la Batalla de Accio, que tuvo lugar en el año 31 a. C., con la que Roma puso fin a la civilización egipcio-helénica encarnada en Cleopatra y su hijo Ptolomeo XVI Cesarión.

e  Jean-Antonie Watteau.