Parte tercera ❦ Edad moderna
Libro XI ❦ Reinado de Fernando VII
Advertencia
Mucho hemos vacilado antes de resolvernos a dar a la estampa en nuestros días la historia de este reinado; mucho también, más todavía, antes de decidirnos a entregar a la censura pública el humilde juicio crítico que acostumbramos a hacer sobre cada uno de los períodos que, modificando las condiciones de la vida social del pueblo, forman época en los fastos históricos de nuestra patria.
Confesamos que nuestro primer impulso, nuestro primer pensamiento, la tendencia primera y a que propendía más nuestro ánimo era que el manuscrito quedara guardado, no como tesoro ni como alhaja de precio, que fuera imperdonable presunción tenerla por tal, sino como aquello que por desconfianza o por timidez se esconde, y dejar que el molde trasmitiera lo hecho con la pluma allá para cuando el hielo de la tumba que cubre a los que actuaron en un drama y a los que pintaron las escenas y describieron su ejecución, entibia las pasiones y deja solo el temple suave de la imparcialidad a los que han de juzgar a unos a otros. Y decimos a los que han de juzgar a unos y a otros, porque es común error pensar que la dificultad de escribir la historia contemporánea esté solamente en no poder confiar en la imparcialidad y desapasionamiento del que haya de escribirla; comprendiendo en la denominación de contemporánea, no solamente aquella en que se ha tomado o podido ser parte activa o pasiva, sino también aquella que solo se ha alcanzado en años juveniles, como nos acontece a nosotros con la que da materia a estas observaciones, pero de la cual existen muchos que fueron en ella actores, y muchos más que son inmediatos deudos y allegados de ellos.
No; la dificultad puede no estar, de cierto no está muchas veces en el historiador, a quien la santidad de su magisterio, la importancia y elevación de su alto sacerdocio imponen el deber de ser justo; en quien aventura y compromete en no serlo su reputación y buen nombre; y que, habiendo alcanzado fama de imparcial en una larga serie de producciones o probado la severidad de sus juicios en una obra de grande aliento y de dimensiones colosales, su interés, su amor propio le aconsejan, empeñan y obligan a no perder en el remate de ella, que por un orden natural es también el de su vida, y sin sacar de ello provecho, la parte de gloria que pueda a fuerza de vigilias haber ganado, que es el patrimonio del que cultiva las letras, y la herencia de más precio que puede legar a sus hijos. El historiador es uno, y la imparcialidad en uno, que cifra todo su pasado, su presente y su porvenir en ella, si no es segura, es por lo menos asequible, y puede abonarle para lo presente y para lo porvenir el concepto de lo pasado. No; la dificultad no suele estar en el historiador, sino en los lectores mismos, que son muchos, y que sin aquellos deberes, sin aquellos compromisos de interés y de honra, sin aquel estudio, sin aquel trabajo de investigación, sin aquel cotejo de datos, sin aquella frialdad que solo se siente en las alturas desde las cuales hay que abarcarlo y dominarlo todo, propenden a atribuir al historiador la pasión de que ellos mismos sin apercibirse de ello estén poseídos. El que desea y espera elogios propios o de sus mayores y no los encuentra, culpa al historiador de injusto. El que lee alabanzas de quien fue su rival en los campos de batalla, en el parlamento, o en la dirección de la política, moteja de parcial al historiador. El que ve juzgado un acontecimiento por otro prisma que el de una opinión de que hizo siempre alarde, siquiera sea de las que han caído en general descrédito, no vacila en atribuir al historiador el error que es suyo, o que por lo menos puede serlo. El que hizo un servicio local a un municipio, laudable pero pequeño, y no le halla consignado en la historia, censura como un vacío indisculpable la omisión de los grandes servicios hechos a la patria. ¡Y cuánto así! De forma que sin negar la contingencia de que al historiador contemporáneo puedan preocuparle pasiones de que no tiene privilegio de exención, es mil veces mayor el peligro de que haya lectores que al verse retratados en el espejo de la historia sucédales lo que a aquellos que achacan a defectos del azogado cristal los que son del original fielmente reproducidos.
Agregábase a esta consideración, la de que el reinado es odioso hasta la repugnancia. Sufre de continuo el espíritu del escritor, que por inclinación propia, y por amor a su patria, querría encontrar mucho que aplaudir, y halla por el contrario mucho que vituperar. Confesamos no ser de los que gozan con espectáculos de dramas lúgubres, de cuadros sombríos y galerías de sombras ensangrentadas. Padecemos leyendo los Misterios de la Inquisición, las Prisiones de Europa y las Causas criminales célebres. Apartamos la vista de los cadalsos, y no asistimos jamás a las ejecuciones, por justas que sean y provechosas a la sociedad. Con gusto fabricaríamos letras de oro y las colocaríamos en los lienzos del santuario de las leyes para perpetuar la memoria de los mártires de la independencia y de la libertad de nuestra patria, pero aflígenos haber de describir sus martirios. Nos deleitaría poner coronas de laurel en las sienes de los sabios y de los héroes pero nos mortifica y atormenta referir los padecimientos de los insignes patricios, y las negras ingratitudes y abominaciones de los tiranos. Hemos sentido verdadero placer en bosquejar las épocas de engrandecimiento y de gloria de nuestra patria; con violencia y con disgusto hemos trazado el cuadro de la decadencia, de los infortunios, de las ruindades y miserias, y hasta de las iniquidades de este reinado.
Por otra parte, hombres eminentes, varones insignes en política y en letras, ilustres repúblicos, distinguidos oradores, algunos de ellos de los que ejercieron influencia grande en los acontecimientos de aquella época, y les dieron impulso, y dirección a veces, y a quienes Dios ha otorgado, con un entendimiento clarísimo, memoria prodigiosa y erudición vasta, una longevidad que sale algo de lo común, han descrito con elegante pluma, riqueza de dicción y elocuente frase varios episodios de este reinado. Tenemos entendido, y creemos saber que alguno de ellos ha escrito, y tiene ya, si acaso no terminada del todo, en vías por lo menos de conclusión, una historia lata y completa de este mismo reinado, obra de largos años, y suponemos que de maduro estudio y detenida meditación, lo cual, unido a las dotes de ingenio y de crítica que le reconocemos, hace esperar que será un trabajo acabado y digno del siglo y del nombre y reputación del autor. Aunque la índole y las condiciones de una y otra obra tienen que ser muy diferentes, porque la suya, como especial y monográfica, puede tener, y tendrá sin duda toda la latitud que consienten y aun exigen las de este género, y la forma y dimensiones de la nuestra han de acomodarse a las proporciones que corresponden a una historia general, y a las que desde el principio hemos cuidado de dar a cada época o periodo, sentimos no obstante que aquella no haya salido antes a luz, porque nos vemos privados de lo mucho que en ella habríamos podido aprender.
Por estas consideraciones, y otras más que exponer podríamos, si hubiéramos consultado solamente nuestro interés propio, y obrado a impulsos de un disimulado egoísmo, habríamos suspendido la publicación por más tiempo de esta parte de nuestro trabajo. De aquí aquella propensión primera a que nos referíamos en el principio de esta Advertencia, y de aquí la suspensión indefinida y el descanso y respiro que nos propusimos darnos, e indicamos al final del libro postrero de lo ya publicado.
¿Qué es, pues, lo que ha podido movernos a cambiar la inclinación primera por una resolución contraria? Debemos gratitud inmensa a nuestros lectores, que nos han honrado y favorecido muy sobre nuestros escasos merecimientos. Las manifestaciones o indicaciones que muchos se han servido hacernos, en forma de ruego unas, de cortés impaciencia otras, todas en son de deseo de que completáramos con esta parte nuestra obra, han sido para nosotros poderosos y agradables estímulos, capaces de hacernos vencer los más razonables temores y perplejidades. Nada conocemos que deba obligar tanto como la gratitud. Al público que nos ha sido tan benévolo, al público a quien somos deudores de todo, debemos sacrificarlo todo.
¿Qué valen al lado de tan sagrados deberes cualesquiera consideraciones y recelos de amor propio? Si en el transcurso de una obra, la más voluminosa y larga que en la clase de las originales creemos se haya escrito en España en el presente siglo, hemos entregado al juicio público, sin velo, sin hipocresía, con resolución, con energía, con valor, con la energía y el valor que dan las convicciones y la buena fe, nuestros humildes juicios, y con ellos le entregábamos nuestra reputación literaria y nuestra honra, el patrimonio del hombre probo, ¿qué puede detenernos para hacer lo propio en lo que resta de nuestros trabajos? Debemos nuestros juicios a nuestra patria. Si fuesen errados, ¿y quién tan insensato que abrigara la temeraria y soberbia presunción de que no pudieran serlo? la sinceridad da derecho a la indulgencia; y aun así podrían no ser inútiles y prestar servicio, como las opiniones que con ingenuidad se arrojan a la arena de la discusión, y que si no son prenda ni llevan patente de verdad, dan ocasión a que ésta se descubra y depure. Sin los ensayos no podrían perfeccionarse los más útiles inventos. Si no se diera el metal, en vano sería el horno para acrisolarle y sacarle fulgente y limpio de las sustancias que le empañan o le hacen deforme.
Reconocidos a las bondades de nuestros numerosos suscriptores, hemos hecho además en beneficio suyo un trabajo, que irá al final de la historia y juicio crítico del reinado de Fernando VII; trabajo lento, pesado, minucioso, y bien podemos decir impertinente y molesto sobremanera, pero que creemos nos habrán de agradecer nuestros lectores, a saber; un Índice o Repertorio alfabético de materias, de nombres, de lugares, de guerras, de batallas, de sucesos notables de toda especie, de administración, de legislación, de artes, &c., &c. De modo que con suma facilidad podrá el lector hallar el volumen y páginas de nuestra historia que contengan lo que en ella se dice acerca del asunto que se proponga buscar, examinar o recordar. En este Índice se harán las referencias exactas al libro o libros, y página o páginas en que del asunto se hable, así en esta edición, como en la económica y estereotípica que también hemos hecho y publicado, a fin de que puedan servirse de él los que posean una u otra, o las dos: él solo formará un volumen, que será el trigésimo de la obra.
Concluiremos esta Advertencia repitiendo aquellas palabras que en el último capítulo estampamos. «Confesamos que miraríamos como una desgracia, si tuviéramos la fatalidad de terminar nuestra historia con la de un reinado infeliz, que no podría dejar al autor y al lector sino impresiones amargas y repugnantes sensaciones. Y pedimos a Dios, ya que cerca del término natural de la empresa que hemos acometido se interpone un período tan funesto… nos conceda al menos los días y la tranquilidad de ánimo que hemos menester para trasmitir también a la posteridad, en alivio y compensación de aquellas ingratas impresiones, siquiera los hechos principales y los rasgos característicos de este reinado en que vivimos, tan grandioso como mísero fue aquél, tan brillante como aquél fue tenebroso y sombrío.»
Cuándo este trabajo podrá ver la luz y hasta dónde podremos llevarle, no nos es posible afirmarlo, ni contraer sobre ello compromiso. Ni nuestra vida, ni nuestra salud, ni siquiera la ocasión y la oportunidad están en nuestra mano. Llevaremos nuestra empresa con perseverancia y con fe hasta donde, con la ayuda de Dios, podamos.