Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Sergio Vilar

Manifiesto sobre Arte y Libertad, encuesta entre los intelectuales y artistas españoles

Las Américas Publishing Company. Nueva York 1963, 302 páginas + una cartulina suelta [con las 6 preguntas] · 140×215 mm

Copyright © 1963 by Las Américas Publishing Company, 152 East 23rd St. New York 10. N. Y. Manufactured in the United States of America by Argentina Press.

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LAS AMERICAS PUBLISHING CO.
152 East 23rd St. New York 10. N. Y.
USA

(Solapa derecha de la sobrecubierta.)

 

Sergio Vilar

Sergio Vilar

«Sergio Vilar, el editor de esta encuesta, nació en Valencia el 18 de junio de 1936. Una temprana vocación, a la vez artística e intelectual, muy pronto le hace abandonar sus estudios para dedicarse exclusivamente a sus inquietudes. Sus primeras actividades se orientan hacia diversas experiencias en la realización de teatro de cámara y cine experimental, a la vez que empieza a colaborar en varias revistas como crítico de las mismas materias. Al no encontrar, en el teatro y el cine, el campo suficiente para sus inquietudes culturales, evoluciona y dedica todo su tiempo a la literatura y el periodismo. Realiza diversas encuestas sobre problemas humanísticos en colaboración con algunas personalidades mundiales como Arnold Toynbee y publica numerosos ensayos como “Técnica y Humanismo”, “La cultura como problema”, “Arte y Neurosis”, “¿Lucha de razas? – El motor étnico y el encuentro de civilizaciones”, “Maquinismo y automación”, &c. Libros publicados: Organismos internacionales, un estudio en el que se compilan las funciones políticas, económicas, sociales y jurídicas de estas organizaciones. En curso de publicación Los toros, el sexo y la muerte (análisis antropológico de lo español); Una francesa tumbada al sol (novela) y dos guiones cinematográficos: Fin de semana y La multitud solitaria. Ha sido secretario de redacción del semanario de artes y letras Revista y actualmente lo es de Papeles de Son Armadans. Colabora en los principales diarios y semanarios españoles y en algunas revistas literarias americanas y europeas. Ha pronunciado diversas conferencias y participado en congresos internacionales.» (de las solapas de este libro.)

Índice

Sergio Vilar pregunta, 8
Introducción, 9
Informe sobre la encuesta, 13
Ante el propio cuestionario, 28
Breves apostillas al tema, 32
Los intelectuales en el exilio, 43
Notas, 48
Respuestas de:
Vicente Aguilera Cerni, 50
Vicente Aleixandre, 71
José Luis Aranguren, 73
Max Aub, 75
Francisco Ayala, 77
Enrique Badosa, 80
Jesús Bal y Gay, 85
Corpus Barga, 87
Carlos Barral, 91
José Bergamín, 93
Blai Bonet, 95
Carlos Bousoño, 98
Antonio Buero Vallejo, 100
Francisco Candel, 105
María Aurelia Capmany, 107
José María Castellet, 109
Camilo José Cela, 112
Gabriel Celaya, 115
Miguel Delibes, 117
José M. Espinas, 119
Salvador Espriu, 121
Ricardo Fernández de la Reguera, 122
José Ferrater Mora, 124
Antonio Ferres, 127
J. V. Foix, 129
Ramón de Garciasol, 131
Jaime Gil de Biedma, 137
José Agustín Goytisolo, 140
Juan Goytisolo, 142
Luis Goytisolo, 144
Alfonso Grosso, 146
Ricardo Gullón, 148
Fernando Gutiérrez, 152
Ignacio Iglesias, 153
Manuel Jiménez de Parga, 156
Mario La Cruz, 158
Angel María de Lera, 159
Juan J. López Ibor, 163
Jesús López Pacheco, 165
Armando López Salinas, 168
Leopoldo de Luis, 171
Salvador de Madariaga, 174
Julio Manegat, 179
Manuel Mantero, 182
Susana March, 184
Julián Marías, 186
Juan Marsé, 190
Dolores Medio, 193
Manolo Millares, 196
Ramón Nieto, 199
Alejandro Núñez Alonso, 201
Lauro Olmo, 205
Blas de Otero, 207
Esteban Padrós de Palacios, 208
Manuel de Pedrolo, 210
Juan Perucho, 217
José Pla, 219
Manuel Pla Salaat, 221
José María de Quinto, 222
Fernando Quiñones, 225
Cesáreo Rodríguez Aguilera, 227
J. Rof Carballo, 231
Carlos Rojas, 233
Luis Romero, 235
Ramón Sarró, 238
Alfonso Sastre, 243
Ramón J. Sender, 245
Arturo Serrano Plaja, 249
José María Subirachs, 255
Daniel Sueiro, 258
Joan Teixidor, 260
Juan José Tharrats, 265
Guillermo de Torre, 268
Jorge C. Trulock, 274
Román Vallés, 275
Vila Casas, 278
Luis Felipe Vivanco, 282
María Zambrano, 286
Juan Antonio de Zunzunegui, 290
Capítulo de adhesiones
Américo Castro, 292
Victoriano Crémer, 296
Jorge Guillén, 298
Emilio Prados, 300
Concha Zardoya, 301

Sergio Vilar pregunta:

1.ª El arte, ¿debe basarse únicamente en la libre actitud creadora del artista?

2.ª ¿Cuál de las siguientes posiciones: liberalismo, “dirigismo”, “orientacionismo” o (háblese de alguna otra si se desea) cree usted que debe prevalecer en el Estado respecto a la creación de arte? ¿Y por qué piensa usted eso?

3.ª ¿A quién ha de servir el arte? ¿Su misión es estética o social?

4.ª ¿Cree usted que para el artista es necesaria una libertad personal y política absolutas?

5.ª ¿Se considera usted integrado en –o aislado de– la sociedad en que vive? ¿Por qué razones?

6.ª ¿Merece la sociedad la abnegada y corajuda actitud del artista que muchas veces pone en juego su seguridad personal al levantarse como defensor de los derechos humanos de quienes le circundan?

Introducción

Las seis preguntas que componen el cuestionario de mi encuesta sobre Arte y Libertad entre los intelectuales y artistas españoles, son una síntesis de lo que era mi proyecto inicial sobre estos temas. Pensé, en un principio, escribir, por cada uno de los problemas suscitados, otros tantos extensos ensayos. Pero la amplitud del tema, al darle desarrollo, no se detenía ante esa meta. A continuación surgían inevitables implicaciones en el orden de complejos análisis históricos, sociales y aun económicos. El proyecto se agrandaba por momentos, cada vez más, pues había que considerar independientemente, en muchas de las naciones de Oriente y Occidente, las peculiaridades de cada uno de los factores antes apuntados, que configuran inevitablemente la serie de libertades concretas que me preocupan, en relación con las funciones del arte y la cultura.

La realización, pues, para decirlo en pocas palabras, de mi proyecto inicial hubiese tenido que llevarse a cabo por un equipo de los más destacados intelectuales, artistas, sociólogos, historiadores y economistas del mundo. La tarea hubiese sido ingente y a compilar en diversos tomos. Considero, sin embargo, que este amplísimo estudio, a pesar de lo utópico que parezca, debería realizarse un día u otro.

En la segunda evolución de mi proyecto, decidí descargarme, no sólo de esas ramificaciones temáticas que se me presentaban, sino de buena parte de la responsabilidad para investigar la problemática centrada entre los límites de cada una de mis preguntas, y traspasarla a los intelectuales y artistas de los países más representativos. Quise hacerlo así, además, porque un estudio de la libertad debe hacerse entre todos para que se llegue o se aproxime a la verdad de la cuestión. [10] Hablar uno solo de la libertad puede suponer que hable de “su” libertad, que puede no ser la de todos. Y esto es peligroso. Sin embargo, este segundo plan resultó, en la práctica, de parecida envergadura. Convencer a un millar de personalidades de todo el mundo para que colaborasen en esta encuesta, esto es, que se circunscribiesen a contestar las seis preguntas, se convirtió, a los primeros pasos, en una tarea abrumadora sólo capaz para una oficina de Instituto de la Opinión Pública. Algunos contactos con escritores ingleses, franceses e italianos, resultaron fructíferos y me enviaron respuestas muy interesantes. Bastantes de ellos, con todo, me contestaron más bien a base de brillantes lucubraciones que de interpretación de la problemática de las naciones de origen, a la vez que en las cartas particulares me explicaban que aquellas cuestiones que les planteaba, a pesar de su interés, no tienen excesiva aplicación vigente en el estado social y político en el que viven. Sí, en pocas palabras me descubrieron que la problemática es esencialmente española. En el fondo, pues, las preguntas no me las había proporcionado mi preocupación intelectual sobre el tema, sino la circunstancia en que vivimos. Toda obra humana es consecuencia de una necesidad vital.

Nueva y decisiva orientación: la encuesta la hago sólo entre los intelectuales y artistas españoles. Así hablaremos todos los que no tenemos libertad y que buscamos una libertad para todos. A mis cartas y a mis entrevistas todos me contestan –como lo habían hecho los extranjeros– que el tema es de “problemas capitales, graves, importantísimos” –transcribo adjetivos de cartas particulares– y que colaboran con todo entusiasmo, pero que quieren hacer constar de antemano que las preguntas tienen un radio de acción inabarcable en una simple respuesta, pues las interrogaciones abrían ante ellos una tal constelación de problemas, que sería necesario escribir un libro por cada una de las cuestiones planteadas. (Con ello vinieron a confirmarme la amplitud que, en su origen, quise dar a esta encuesta.) Quiero hacer constar estos detalles como disculpa, ante el lector, [11] de la brevedad a la que cada uno de nosotros ha tenido que ceñirse. Concisión, no obstante, colmada de sugerencias, de síntesis, de intensidad y de símbolos que al lector avisado no le costará traducir. En todo ello podrá verse que, aparte de la indudable importancia de su contenido –y hablo sobre los demás, al lector corresponde juzgar las ideas del promotor de esta encrucijada de pensamientos–, lo valioso de este ideario es la actitud que hemos tomado ante nuestra circunstancia. Cuando se hacen preguntas sobre la existencia de una cosa, es que se duda de ella. La respuesta es que estamos convencidos de que en España hay una libertad harto raquítica. Y por ello se lanza este manifiesto, para tratar de conseguir que la libertad sea mayor.

Las declaraciones de cada uno de nosotros constituyen un análisis objetivo de la situación actual de nuestro país. Al mismo tiempo, al enfrentarnos específicamente con los problemas que nos suscita la circunstancia española, de manera indirecta también sale a relucir, y en cierto modo queda implicada, la sociedad mundial contemporánea; por ello esta compilación de opiniones puede considerarse una serie de trascendentes ensayos en los que lúcidamente se exponen las relaciones en que debe coexistir la literatura con los sistemas políticos y las respectivas sociedades; se discute acerca de las misiones estéticas y sociales del arte; se investiga sobre la libertad psicológica en la que el escritor ha de crear sus obras y, en consecuencia, la necesidad de una libertad política o de una política libremente aceptada; y se exponen las razones por las cuales la sociedad necesita de la orientación de los intelectuales.

Las opiniones de los escritores extranjeros quedan, por hoy, sin publicar. Andando el tiempo acabaremos de perfilar esta encuesta en otros países.

Informe sobre la encuesta

El tema

El intelectual y el artista, en cualquier época, siempre han estado en pugna con el Estado. Esta es una trágica paradoja desde su misma base, ya que tanto el “homo aestheticus” como el “homo politicus” persiguen, al menos teóricamente, parecidos fines: servir a un pueblo. Pero mientras el intelectual y el artista permanecen en todo momento junto a ese pueblo, determinados políticos, cuando saltan a la esfera de su profesionalidad y se acomodan en el poder, pronto suelen olvidarse de los hombres que confiaron en ellos para la dirección de sus destinos, y sólo se preocupan de los intereses propios y de los de sus corifeos. En esta contingencia, el intelectual y el artista, al ponerse del lado del vencido y humillado, ve coartada también su propia libertad. Y el problema, para nosotros, no acaba allí, porque pronto nos vemos entre dos fuegos, ya que la sociedad, por lo general, tampoco suele colaborar demasiado con los designios de sus portadores de cultura, de sus buscadores de justicia.

Esa situación histórica es clara desde siglos. Y continúa vigente en la actualidad, y en dolorosa actualidad en la vida española. El tema, como ya he apuntado en la introducción, lo tenía dado por la misma realidad nuestra. El análisis de los problemas de los escritores con quienes coexisto, que son los míos propios, me ofreció las pautas de la encuesta. La lamentable circunstancia de que un grupo numeroso de los más destacados intelectuales se encuentran en el exilio acabó de centrarme en la problemática. Ello me llevó a un planteamiento en el cual sus tesis fundamentales, [14] como ya se ha visto, se resumían en el hecho de que la situación política, económica, social y cultural de un país dan forma o deforman de algún modo, a su creación artística e intelectual. Según están esos cuatro elementos, así se desarrolla el arte, influenciándolo, condicionándolo. Ante este hecho me rebelé. ¿Qué hace entonces la libertad, la libertad inconformista del intelectual o el artista? ¿Por qué unos hombres de los más relevantes del país andan perdidos por el extranjero? ¿Qué hacen, en concreto, unos escritores que no tienen libertad de expresión, de manifestación, de circulación de las obras impresas, etcétera? ¿Por qué no se rebelan ideológicamente?

Así, el tema, que había tenido un nacimiento intelectual y había pasado por los fundamentos históricos, acabó concretándose en la vida inmediata. De este modo me convencí de que lo que importaba, no era hacer una suma de lucubraciones sobre el tema, ni un alarde de erudición, sino establecer, en síntesis, la escala de valores de los intelectuales y artistas españoles ante la realidad política y social de su país. Y el ideario se transforma a simple vista en un acto de protesta contra todo aquello que niega y pisotea los derechos humanos, en un manifiesto que pide, con toda objetividad, más libertad, que es decir más justicia.

El cuestionario

El cuestionario se envió o se entregó a la mayoría de los intelectuales y artistas españoles. De esa mayoría ha contestado un noventa y cinco por ciento. Los otros han dado la callada por respuesta. Sobre quienes no contestaron a esta encuesta, habrá que decir que también, en cierta forma, su manera de “responder” resulta elocuente. En esta encuesta sobre la libertad, no se podía, como es lógico, ir forzando a la gente para que contestara, sino, simplemente, colocarles ante unas preguntas reflejo de una situación y esperar, sin sugestionarles para nada, a ver cuál era su reacción. Las “respuestas” de quienes no han contestado no dejan de [15] tener su interés especial; han demostrado tener una predisposición a la “libertad absoluta”, esto es, a ser tan “libres” (?) que ni siquiera han querido contestar a un tema sobre la libertad para –supongo– afirmar su “independencia” (?), lo que es tristemente paradójico. Pero allá cada cual con la manera de entender la libertad. El mismo lector puede juzgar esa abstención en pronunciarse ante unas cuestiones sobre la libertad.

Sin embargo, la suerte del lector es que quienes participan en esta encuesta son las personalidades más importantes, que quiere decir, a la vez, las más honestas, de los ámbitos culturales y artísticos de España. La voz sana del país está aquí.

Las preguntas que componen el cuestionario tuvieron escasísimas variantes, mas en honor a la verdad voy a anotarlas.

El cuestionario, después de la labor de síntesis de toda la problemática que se me presentaba, y a la que se ha hecho referencia sucintamente, nació así:

1.ª El arte, ¿debe basarse únicamente en la libérrima actitud creadora del artista?

2.ª ¿Cuál de las siguientes posiciones: liberalismo (inhibicionismo), “dirigismo” (imposicionismo), “orientacionismo” (tutelarismo) o (háblese de cualquier otra que se considere oportuna) cree usted que debe prevalecer en el Estado respecto a la creación de arte? ¿Y por qué piensa usted eso?

3.ª ¿A quién ha de servir el arte? ¿Su misión es estética o social?

4.ª ¿Cree usted que para el artista es necesaria una libertad personal absoluta?

5.ª ¿Se considera usted integrado en (o aislado de) la sociedad en que vive? ¿Por qué razones?

6.ª ¿Merece la sociedad la abnegada y corajuda actitud del artista que muchas veces pone en juego su seguridad personal al levantarse como defensor de los derechos humanos de quienes le circundan? [16]

Poco después pensé que ese superlativo, “libérrima” en la primera pregunta, tenía un tonillo idealista y romántico que podría prestarse, con toda facilidad, a equívocos, y lo dejé, sencillamente, en libre.

La segunda pregunta, con la subinterpretación de las posibles actitudes estatales ante el arte, resultaba un poco confusa y opté por simplificarla, quitándole las palabras entre paréntesis.

La cuarta me pareció ambigua con eso de la “libertad personal” y para acabar de perfilarla decidí añadirle y política.

Y el cuestionario quedó, definitivamente, así:

1.ª El arte, ¿debe basarse únicamente en la libre actitud creadora del artista?

2.ª ¿Cuál de las siguientes posiciones: liberalismo, “dirigismo”, “orientacionismo” o (háblese de alguna otra si se desea) cree usted que debe prevalecer en el Estado respecto a la creación de arte? ¿Y por que piensa usted eso?

3.ª ¿A quién ha de servir el arte? ¿Su misión es estética o social?

4.ª ¿Cree usted que para el artista es necesaria una libertad personal y política absolutas?

5.ª ¿Se considera usted integrado en –o aislado de– la sociedad en que vive? ¿Por qué razones?

6.ª ¿Merece la sociedad la abnegada y corajuda actitud del artista que muchas veces pone en juego su seguridad personal al levantarse como defensor de los derechos humanos de quienes le circundan?

No obstante, en el momento que empecé a enviar cuestionarios a los intelectuales en el destierro, volvió a planteárseme otro problema. ¿Cómo interpretarían la quinta pregunta? ¿Considerarían que su sociedad es la española o bien la del país respectivo en el que se encuentran viviendo? Por todo lo cual quise fijar, al menos, mi posición particular, esto es, la actitud que yo quería que ellos adoptaran. [17] Y al término de la primera parte de dicha pregunta puse una llamada que dice así:

«Me refiero a la sociedad española. La pregunta puede transformarse en que debería vivir. Pero en todo caso la problemática que aquí se suscita es específicamente española. Y seguramente son los “intelectuales en el exilio” quienes más cosas pueden decir en este apartado.»

De esta manera todo quedaba claro.

Es necesario que haga constar todas esas variantes para que el lector no esté desorientado cuando algunos, al contestar, hacen referencias a esa característica de las preguntas que, bien se suprimieron, o bien se añadieron.

Con el tiempo, dos palabras, en particular, me han intranquilizado: absolutas, en la cuarta pregunta, por su sentido aplicación irreal, utópica; y merece, en la sexta, por su latente intención acusatoria, por el pozo de culpabilidad que hay en ella. No obstante, pensé que, si bien es cierto que ni yo mismo estaba de acuerdo, es decir, que me contestaba negativamente ante los supuestos que entrañan esas preguntas, me incliné por dejarlas así. En mi modesta opinión creo que en una encuesta, las preguntas que se hagan, antes de ser asépticas, es preferible que lleven una carga oculta de controversia. La personalidad de quien hace las preguntas ha de estar un tanto al margen, plantear cuestiones en las que ni siquiera él esté conforme e incluso colocar unos anzuelos con cebo falso para los que prefieran picar en él. Hay que ofrecer al “encuestado” el más amplio margen posible para que se pronuncie, para que se elija a sí mismo, para que revele, aun sin quererlo, su submundo ideológico.

Primeros pasos

Aunque en el mes de febrero del pasado año empecé a recibir las primeras respuestas al cuestionario, fue en el mes de abril de 1961 cuando le di comienzo “oficial” al impulsarla con toda la carne en el asador. [18] Ese lapso de dos meses fue debido a las vacilaciones que con toda objetividad me transmitieron buenos amigos, al advertirme del berenjenal en que iba a meterme en el que los sinsabores estarían a la orden del día, el éxito final hipotético y hasta podría promover alguna intervención policíaca. Recuerdo que en aquellas conversaciones privadas, hablábamos en un tonillo de conciliábulo, de palabras susurrantes como si se temiera que alguien pudiera escuchar y delatarnos. Algunos incluso llegaron a comentar que las preguntas que formulaba, ya por sí mismas, podrían ser origen de persecución.

Estas apreciaciones, aunque no carentes de fundamentos más que tangibles, me parecieron, al principio, en mi optimismo, reminiscencias subconscientes de los miedos y las euménides de la trasguerra civil. A fuer de sincero, sin embargo, he de confesar que poco a poco tanta suspicacia hizo mella en mí y las prevenciones y el instinto de autoconservación innato en todos, estuvieron a punto de dar al traste con esta encuesta. Pero uno aún se enconó más ante aquella serie interminable de escollos que, mentes serenas y con muchos años, me hacían ver en el camino, y empecé a escribir cartas, a concertar citas por teléfono y a hacer algún viaje.

El fervor y el desaliento

La intuición es algo que no falla, suele decirse. Y así me guié y di en el clavo. Unos cuantos intelectuales acogieron mi proyecto con entusiasmo, contestaron a las preguntas y me orientaron por pistas en las que era factible que se produjese el apoyo, la decisión positiva ante la encuesta. La onda intuitiva continuaba funcionando, pero pronto me di cuenta de que mi intuición pecaba de excesiva ingenuidad. Por mucho entusiasmo que se tenga, por mucha confianza que se deposite en la bondad del hombre, aun en la de aquéllos cuyas actitudes prácticas demuestran lo contrario; por mucha dialéctica para convencer, por mucho empeño que se ponga, etcétera, cuando se ven algunas [19] personas que están en una actitud remisa incluso para defender lo que no son sino sus propios derechos, cuando ocurre todo eso y más, se observan sonrisas desfallecidas, o hablan de utopías, o de “qué le vamos a hacer”, etcétera, es asaz difícil no claudicar en la empresa.

Pero a pesar de la pasividad de algunos –que hoy todavía estarán soñando y quejándose a la vez, porque hay quien nace para esclavo y ser azotado de vez en cuando–, el “boycott” que me declararon otros (que son los que permiten que se azote –y aquí viene a cuento la frase “tal para cual”–) y las dudas propias a cuestas, pensando si acaso no me metía en el quehacer quijotesco rozando la locura, al empeñarse en transmitir a los demás lo que en su interioridad bulle a la enésima caloría, proseguí la encuesta.

He de volver a reconocer, sin embargo, la grata influencia, el sólido apoyo moral que me brindaron las voces de aliento –de caluroso aliento– que poco a poco me vinieron llegando junto con declaraciones no menos importantes.

Entre Escila y Caribdis

Bien, la encuesta, a pesar de quienes, por lo visto, son partidarios de la injusticia y de los atropellos totalitarios, continuaba con ritmo ascendente. Pero he aquí que, de pronto, alguien hace correr el bulo por entre algunos de quienes había entregado copias del cuestionario, el doble bulo para todos los consumidores de bulos, de que “otros hay entre bastidores”. Unos, sobresaltados por si me patrocinaba la encuesta tal partido político; éstos sobresaltados por si el patrocinador era el partido de aquéllos. Detrás de mi persona empezaron a pulular fantasmas y más fantasmas cargados de cuentos chinos. Nuevo “tratamiento psicoterapéutico”, interminables conversaciones, llamadas telefónicas extemporáneas, cartas y más cartas, hasta conseguir convencer de mi completa independencia; de que ni siquiera había nadie que me pagase los sellos ni, mucho menos, [20] las incontables horas de trabajo que todo este asunto me producía en menoscabo de otras actividades literarias y de mi reducida economía particular. Que, aun en el caso de que yo perteneciese a un determinado partido, esto siempre sería una cuestión totalmente al margen, porque yo quería –quiero– el diálogo con todos, sin excluir ni a éste ni a aquél. Además, con la promesa de no adulterar las respuestas en ninguna circunstancia, la cuestión quedaba totalmente en claro.

Las ansiedades, sin embargo, no acabaron ahí.

—Pero usted, con todo esto, puede crear una “maniobra” política –me decían otros.

—Pues claro que sí, tiene usted toda la razón, en eso está usted más o menos acertado. Porque la intención de esta encuesta es precisamente esa, aunque rechace la palabra “maniobra” porque no atrae mis simpatías, y porque, además, es inconsecuente, carece de aplicación lógica a cuanto estoy haciendo. Sería una “maniobra” (en el sentido peyorativo que este vocablo entraña) si yo le dijese a usted que sus respuestas a la encuesta las voy a encuadernar y guardar después en mi casa para solaz y conspiración hogareña de todos los amigos, e hiciese luego todo lo contrario; pero lo que le digo está todo tan claro como la luz del sol. Usted sabe con exactitud lo que se pretende –aparte de que usted puede afirmarse en la posición que le parezca más oportuna, más de acuerdo con usted mismo, porque aquí cada palo aguanta su vela. La actitud general, para decirlo en pocas palabras, es protestar, de la manera más objetiva posible, contra las cosas que no nos gusten y afirmarnos y abogar por aquéllas que consideremos necesarias para nuestra dignidad como hombres y como intelectuales y artistas, actitud que implica la protesta y la afirmación de todo aquello que perjudique o beneficie a la gente de nuestro país.

Aquí no se oculta ninguna “maniobra” a no ser la que va implícita en las propias respuestas de cada uno; en lo que cada uno de los que intervienen entienda por libertad; [21] en las condiciones en que ha de coexistir el arte y la cultura con la política y la sociedad, según lo que cada uno piense; y en lo que cada uno crea que tienen que ser las funciones que el intelectual y el artista han de prestar a los demás.

—Entonces, ¿usted quiere que nos metan a todos en la cárcel?

—Lo que humildemente pretendo es que, además de que no metan a nadie en la cárcel –a no ser por delitos comunes, que eso allá cada cual– podamos llegar a una situación un día cercano, mediante ésta y otras manifestaciones, a tener todos los españoles una sana y serena actitud política con la que seamos capaces de dialogar de las cosas más dispares, de buscar la luz a través de la controversia, de tratar de comprender antes de juzgar, antes de fallar y, a veces, condenar.

—¡Esta usted soñando!

—Bien, el tiempo dirá.

Ponerse en claro

A la gente nos cuesta arduos esfuerzos ponernos en claro, no sólo ante los demás sino ante nosotros mismos. ¿Qué soy yo? ¿Qué pienso? ¿A favor de qué y contra qué estoy?

Pero, ¿qué hemos de contestar?, parecían preguntarse unos; ¿qué dicen los otros? ¿Hasta qué punto puedo decir lo que pienso? ¿Y qué puede ocurrir, si lo digo? ¿Estaré, acaso, en franca oposición con los demás y, tal vez, con quienes no me interesa estarlo? ¿Brotará, tal vez, de mi cerebro alguna idea que de pronto me situará en otro plano de la escala de valores en la que hasta ahora vivía? Etcétera, etcétera.

La toma de conciencia que el hombre de nuestros días está haciendo de sí mismo, y más en un hecho como el de esta encuesta sobre la libertad, no puede ofrecer otra vía para despejar las incógnitas si no es la de una autodecisión. Esos ejemplos nos demuestran que el hombre todavía tiene que aprender a utilizar su libertad, y no me refiero ahora a la [22] libertad de tónica social, sino a la psíquica. Al hombre de hoy todavía le faltan algunas lecciones para saber manejarse dentro del campo de su libertad psicológica, en la liberación analizada de todos sus deseos.

Hay que afirmar la propia individualidad, y pedir a los demás que afirmen la suya. No son recomendables los hombres-robots. Una humanidad mejor puede ser una sociedad de “individualidades integradas”, en diálogo constante unas con otras. De ahí la importancia de no tener miedo a la hora de pronunciarse, de afirmarse en las esencias íntimas, de ponerse en claro y pedir a los demás que también lo hagan así, para averiguar qué posición es la mejor.

Y luego actuar

A un intelectual no le puede pasar cosa peor que ser tímido. Una vez conozca las posibilidades de su carga cultural debe impelerla con todas sus fuerzas. El éxito de su misión depende tanto del valor intrínseco de su trabajo cuanto de la agresividad posterior con que luego lo difunda en todo momento, a toda hora, en cualquier ocasión. Ser intelectual es un sacerdocio en el que no hay vacaciones. El intelectual tibio se traiciona a sí mismo y a lo que teóricamente representa. El intelectual al bañomaría no cuece en su cerebro más que lucubraciones, sartas de palabras hueras y bellos sofismas. El intelectual verdadero, por el contrario, ha de ser radicalmente concreto, lacónico y, si se tercia, irritante para aquellos que se irritan cuando se pide justicia.

Los intelectuales españoles son, en su mayoría, como mandan los cánones. Hay algunos que están, a lo que se decía antes, un poco “desentrenados”, es cierto, pero ya vendrán tiempos mejores en los que podamos “correr”, “saltar” y hacer nobles torneos para que ganen los mejores, siempre de acuerdo con el reglamento, sin que nadie –ni el “mayor” ni el “pequeño”– se lo salte a la torera. [23]

Resultados óptimos

Es el 1 de abril de 1962 cuando decido dar término a esta encuesta. Miro hacia atrás y casi veo con nostalgia todos los obstáculos, las guerras de nervios, los malentendidos y bastantes esfuerzos derrochados en vano por mi ingenuidad ante los indecisos, ante los que ven fantasmas donde no los hay y ante quienes, explícita o tácitamente, por formar entre sus filas o por no oponerse a ellos, están al servicio de los dictadores fascistas. Ha pasado un año y, a pesar de los pesares, creo que al resultado de la encuesta se le puede aplicar el pomposo adjetivo de óptimo. Cerca de un centenar de personalidades unidas por similares, esencialmente similares ideas, es algo que obliga a tenerlo en cuenta.

Entre las opiniones manifestadas aquí hay algunas, desde luego, que discrepan; e incluso se hacen algunos velados reproches para ésta o la otra ideología. (Eso demuestra la nobleza con que nos hemos reunido, lo limpio y lo claro del diálogo.) Pero a todas las informa una actitud, una misma actitud, ante nuestra actual circunstancia. Y en todas me parece ver excelentes deseos de colaboración mutua para hacer –eso tan tópico, pero, por hoy, tan difícil de alcanzar– una España mejor. No es ningún secreto que no todos los aquí reunidos profesamos la misma ideología. Y digo esto en el más acentuado sentido positivo. Pienso y creo y me afirmo en la teoría de Marañón sobre la integración de los contrarios, en el deseo de “estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo”.

En la carta-circular que envié a los “encuestados”, a todos les pedía sinceridad, espíritu limpio y objetividad para contestar a mis preguntas. La primera cualidad ha sido un poco débil –hay timidez, autocensura, incluso en quien esto escribe– (la circunstancia de estos veinticinco años últimos no es para menos) pero las otras dos se han manifestado en toda su pujanza.

La sociedad española ha de felicitarse: el intelectual español es honesto y consecuente con sus principios. [24]

Realidades íntimas

Si bien como intelectuales y artistas, según las teorías de algunos, no es misión específica nuestra meternos en política directamente, yo, en forma particular, quiero referirme de pasada a los últimos hechos del panorama político-social español. Lo hago así por considerarlo mi obligación, apoyada, además, en mi repetida creencia de que el intelectual tiene una alta responsabilidad ante los destinos de su pueblo.

Por el mes de marzo se celebró un “bonito” Congreso Sindical en el que participaron, a la vez, las más altas esferas del Gobierno español, en el cual se desató una insólita algarabía en la que sonaron, entre signos de exclamación, palabras y frases tales como, “¡Vivimos en un régimen de libertad!”, “Dialogamos unos con otros”, “España es una democracia”, &c., &c. La música me pareció muy melodiosa, muy de faquir encantador de serpientes, pero en seguida pensé a ver a qué letra sonaba. El espectáculo fue vistoso, más a los comparsas se les veía el disfraz de la farsa. No obstante, de pronto abandoné mi escepticismo, y permití que fuera mi buena fe la que se dejara llevar por la corriente. Entonces pensé que, a pesar de todo lo pasado, para todos constituiría motivo de felicitarse si esa fraseología que se ha apuntado resultase de aplicaciones reales. Las teorías están muy bien, pero sirven de muy poco mientras no llega la praxis. “Por sus obras les conoceréis”, ya dijo el Evangelio. E inmediatamente volví al escepticismo. Hay que andar ojo avizor, pues todo eso suele quedarse en agua de cerrajas. Borrón y cuenta nueva, sí. Pero las cuentas claras...

Pero...

Un mes después se producen una serie de huelgas por todo el país ante las cuales, como primera medida, se declara un estado de excepción mediante el cual todo queda a [25] merced del Ejército, la policía y la guardia civil. Se encarcelan a bastantes obreros que pedían una remuneración más justa, y se hace una represión total con la exhibición callejera de las armas. Las noticias que la prensa nacional publica son tendenciosas o falsas de remate. A la prensa extranjera no se le permite la entrada en el país, para que la buena gente española no se entere de la verdad. Condenados al silencio. Un silencio roto de vez en cuando para, a través de discursos, proferir más amenazas, para hacer ver a la gente que hay un ejército que apoya la dictadura fascista, ante cuya realidad no hay más remedio que doblegarse. Y se doblega, incluso, la Iglesia Católica, ¡que ya es decir! Aunque se doblega a regañadientes de los mejores que la componen. ¿De qué clase de libertad, pues, era de la que hablaban y hablan de vez en cuanto tratando de confundir? ¿Qué entienden ellos por justicia? Son tan cínicos que no les importa decir que a continuación de un discurso sobre “la libertad que gozamos en España”, y asegurar en otra perorata que el liberalismo es la puerta por donde entran todos los males. ¿Se ha visto jamás tamaña contradicción? Da grima y risa, a la vez, pensar en los disparates que lanzan para intentar justificar lo injustificable.

Hacia el futuro

Es doloroso, muy doloroso, tener que escribir todo eso. ¡Cuánto más querría no hacerlo! Pero es necesario. Aunque pienso que estas discordias de hoy también puedan provenir de la mismidad hispánica, de las actitudes congénitas del hombre español. De estas cuestiones saben hablarnos muy bien, con toda objetividad, intelectuales tan relevantes como Américo Castro, Julián Marías, Rof Carballo, Ayala, etcétera. Y a ellos, como a todos los demás, me remito. Si a los intelectuales se escuchara otro gallo nos cantara.

Como síntesis de la problemática hispana que tendremos que resolver muy pronto, es muy interesante que pase sucinta revista a un lúcido ensayo sobre el futuro inmediato [26] de nuestro país que el doctor Rof Carballo ha publicado recientemente (* Se recomienda encarecidamente al lector que lea el texto completo de Rof Carballo: “España, 1970”, Papeles de Son Armadans, Núm. LXXIV. Mayo, 1962). Tomando como punto de partida las actitudes juveniles que se enfrentan con las generaciones mayores, el doctor Rof Carballo analiza la agresividad y los impulsos amorosos que existen en los españoles y en seguida llega a verse que “la agresividad es imprescindible para imponerse en la lucha social y para llevar a cabo una labor creadora. Siempre se ha reconocido que esa fuerza, sin la cual los Estados no podrían subsistir, que es la agresividad potente y vigorosa de las edades juveniles, ha de ser ‘encauzada’. Pero lo que a menudo ocurre es que por ‘encauzamiento’ se entiende, no su aprovechamiento articulado en una empresa fecunda sino su represión rencorosa. Obedece esta represión a motivaciones emocionales muy recónditas que, desde luego, las personas ‘mayores’, los hombres de edad que rigen el orden social, están muy lejos de aceptar. La mayoría de las veces es un temor a ser desbordados por esa fuerza, a no ser lo bastante inteligentes para dominarla.”

Centrado en estas cuestiones, Rof Carballo continúa más adelante: “La energía total de una nación está formada por el acoplamiento armónico de la energía individual de sus ciudadanos. En clínica psicosomática solemos utilizar el término psicoanalítico de libido o, sencillamente, de energía amorosa, cuando queremos referirnos a esto que acabo de denominar ajuste armónico, es decir, a las fuerzas de cohesión o de integración. La violencia agresiva individual es, así, potenciada cuando le disciplina la versión amorosa hacia el prójimo. Si esto no ocurre, si predomina el odio o el aislamiento, las agresividades individuales se neutralizan y destruyen mutuamente. La máquina social se agarrota y su rendimiento se vuelve mezquino, ya que sus rodamientos tienen que gastar su energía en las internas fricciones. Esta es, desgraciadamente, la imagen que hoy nos hacemos [27] muchos españoles para explicar cómo, dadas unas admirables facultades y talentos en el individuo hispánico, su rendimiento social es tan escaso. Y para comprender cómo esa ruedecilla que es cada uno de nosotros y que aquí, dentro de España, chirría en medio de rozamientos que consumen por lo menos las tres cuartas partes de su energía, cuando por azar es engarzada en un mecanismo extranjero, en Inglaterra o en Norteamérica, empieza a dar, con pasmo universal, un rendimiento fabuloso. ¿Hemos de pensar que lo que falta es el tenue óleo del amor que lubrifica el mecanismo social?”

Al proseguir con esta problemática, nuestro pensador estudia las formas en que suele agruparse el español, una de las cuales es la de relación sadomasoquista, regida de manera absoluta por el “suave tirano”. “Este tipo de grupo sado-masoquista suele funcionar bastante bien. Lo malo es que no germina en él la fecundidad creadora y que, a la larga, determina un acumulo excesivo de fuerzas agresivas que, al no haber encontrado salida, alientan peligrosamente en los entresijos de la estructura aparentemente estabilizada.”

Y nuestro admirado doctor Rof Carballo, al referirse al inminente relevo de generaciones, cree que se plantearán de nuevo parecidos problemas. “Volverán a enfrentarse los dóciles, los que no han podido liberarse del miedo al desamparo, los que necesitan un abrigo en la transmisión de pautas, aunque sean muertas, con los que quieren buscar la raíz de su mismidad en la entraña más viva, que es la más arcaica, de nuestro ser como nación. Mas la pregunta de la que el futuro depende no es cuál de las dos tendencias va a prevalecer, sino esta otra. ¿Serán las generaciones futuras capaces de inocular amor, esto es, fuerzas de cohesión, de integración, en una palabra, estructura, armonía, en la agresividad hispánica? ¿Osarán pasar el Rubicón que separa las formas sociales infantiles, de tipo sado-masoquista, transitoriamente eficaces, pero llenas de esa agresividad que autodestruye y paraliza, de otras formas sociales más diferenciadas, [28] más plenas de ímpetu amoroso, de eficacia, en las cuales la agresividad, en lugar de destruirse a sí misma, sirve para la construcción, para la creación de cosas, tanto materiales como espirituales? Este es el dilema que va a tener que solventar la actual juventud. Y no podrá hacerlo –tal es la conclusión que resume cuanto he dicho– si, ahondando en este maravilloso enigma de su mismidad, allí donde residen esas fuerzas que lo pueden todo en la Historia, no logra descender, a mayor profundidad de lo que hemos podido hacer nosotros, hasta las raíces esenciales del ser de España.”

Como colofón de las simbólicas y clarividentes ideas expuestas por el doctor Rof Carballo, pongamos nuestros mejores deseos en decir, con una frase de la célebre antropóloga Margaret Mead, que ojalá sea cierto que “el amor siempre encuentra un camino”.

Ante el propio cuestionario

1.ª En otro lugar he anotado la importancia de la libertad psicológica del individuo. Desde este prisma me hago la pregunta.

El arte ha de basarse, en principio, en la libre actitud creadora del artista. Encerrado en el laboratorio de su mesa de escribir, con su papel y sus plumas, el escritor –que es a quien siempre, de manera primordial, me refiero– revestido de todos sus poderes destapará la caja donde están todos los arcanos del hombre, todas las incógnitas de su existencia, y también todos sus dolores, alegrías, dificultades, placeres, injusticias y atropellos palpables por los que pasa aquí y ahora sobre la tierra. Dejará que unos y otros griten, hablen, discutan entre sí, reclamen, pregunten, acusen, disfruten, etcétera, sin censurarlos para nada, en completa libertad. [29] Luego, una vez escuchadas a todas las partes se pronunciará conforme a los intereses comunes a todos. Con ello, si bien contesto a la pregunta de manera afirmativa, rechazo el “únicamente”. Después de basarse en su libertad, el creador de arte se basará asimismo en la libertad de los demás. Deberá realizar un detenido análisis de todos los elementos componentes pero en el caso de que su formación personal esté en un plano superior –más adelantado– al de quienes le rodean, del criterio de cada uno de nosotros depende que se decida: A) “acondicionar” sus ideas para la “edad” de su sociedad; B) aplicarle algo más de la dosis suficiente para su digestión comodona –es decir, obligarle a asimilar más de lo que acostumbra– al objeto de que evolucione inmediatamente; o bien C) prescindir de la sociedad en que nació e incorporarse a otra que esté de acuerdo con él, con el nivel de sus valores.

2.ª El Estado lo que debe hacer es procurar elevar el nivel cultural del país y no inmiscuirse en la creación del artista verbal-conceptual. En la respuesta anterior ya estaba rechazado todo “dirigismo” y “orientacionismo”. Muy bien, continúo de acuerdo conmigo mismo. No obstante, ¡cuidado con el liberalismo! Tan peligroso es un dirigismo esterilizador por cuanto supone toda imposición extrínseca, como un liberalismo adoptado a tontas y a locas. Que conste por delante que el vocablo “liberalismo” lo empleo totalmente limpio de su pasado histórico. El vocablo me es particularmente grato, siempre y cuando sea un liberalismo responsable y actuante en determinaciones específicas. Para concretar: el Estado no debe intervenir para nada en la creación del arte ni en dificultar su propagación, pero el artista ha de utilizar esa libertad de manera consecuente, saber por qué actúa y hacia dónde se dirige.

3.ª El arte ha tenido siempre una intensa función social a través de sus servicios estéticos. Hoy, tal vez en esa frase invertiríamos el orden de las palabras social y estéticos. La esencia del arte ha de ser estética en todas sus manifestaciones [30] por su cualidad congénita, pero su “presencia” tiene que ser social. Esta palabra, que de tanto usarla se ha desgastado, la aplico en su sentido más amplio. Tanta función social puede haber en un libro que denuncia la llaga del barraquismo en las ciudades, como en otro que difunda una serie de valores para el enriquecimiento del espíritu. El problema que hemos de dilucidar en esta hora es averiguar en cuál de los dos campos es más perentoria nuestra labor. Aunque pienso que hay las mentes suficientes para trabajar intensamente –si nos dejan– en ambos sectores.

4.ª El artista, como cualquier otro hombre, necesita la libertad. Sin libertad no puede haber progreso. No hay ningún ser humano infalible. Todos estamos expuestos a cometer torpezas descomunales. Si somos incapaces de reconocer nuestros yerros, entonces privamos a los demás de su libertad. Únicamente mediante la aceptación del diálogo y de la crítica estamos en un régimen de libertad. La libertad social del artista consistirá, pues, en que pueda criticar a la sociedad y al Estado, a la vez que en aceptar las críticas que puedan referirse a él y que provengan del pueblo y de sus representaciones políticas legales.

En cuanto concierne al arte en sí y a su floración o no dentro del campo de la libertad, ya es harina de otro costal.

La historia del arte nos ofrece bastantes ejemplos de obras que desde siglos se consideran maestras, y que nacieron en regímenes tiránicos.

El arte se produce, sin duda alguna, en muchos casos, por la puesta en marcha de mecanismos masoquistas. El artista necesita protestar de algo; y cuando no tiene problemas propios que resolver, se los busca.

Pero el derrotero que he tomado podría llevar al lector a interpretaciones erróneas de las ideas de quien esto escribe. Falta saber si aquellas obras maestras que se produjeron en estados de esclavitud no fueron, precisamente, un grito simbólico de pedir la libertad. Falta saber, por otra parte, hasta qué magnitudes superiores hubiesen podido llegar aquellas obras. Tal vez su crecimiento sólo llegó a [31] ser raquítico en comparación con la natural potencia de su savia.

Es posible que el artista necesite que le espoleen las dificultades para crear grandes obras, pero no es menos cierto que en el terreno de la libertad personal (psicológica) y política (social) se han producido obras tan valiosas (o más) como aquéllas.

Y si tuviese que decidir, llevados a un punto extremo, por uno de los dos aspectos, diría, remedando una célebre frase de un personaje histórico español, que antes prefiero libertad sin arte que arte sin libertad. Elegiría –si de ello se tratara– la supresión del arte antes que la supresión de mis libertades como hombre.

5.ª Uno de los motivos por los que he organizado esta encuesta es el de no estar, en general, integrado. Pero por fortuna, en particular, tampoco estoy aislado –ahora mismo me rodean cerca de un centenar de personas, de las de más valía del país, que piensan como yo, y seguramente en el resto de la nación habrán, idénticas a nosotros, con las mismas ideas, cien mil y diez millones de personas. Con esas sí estoy integrado. No estoy integrado en la sociedad “oficial”, con nuestras estructuras político-ideológicas ni con algunas actitudes congénitas del “homo hispanicus”.

Razones: en otros países, cuando alguien no está de acuerdo con alguna cosa puede decirlo con claridad y, como mínimo, se le escucha con atención. Aquí, en España, cuando uno piensa que hay algunas cosas que no marchan bien y, de manera objetiva, trata de criticarlas para que se superen, entonces se ve adornado con los epíteros de antiespañol, de obstruccionista e incluso de agente subversivo al servicio de “potencias extranjeras”.

Estaré cada vez más integrado en lo “oficial” en la medida en que pueda hablar todo lo claro que el curso de los acontecimientos exija. Porque, por hoy, el Estado político en el que vivimos no permite, que yo sepa, ninguna alternativa de opción a no ser que se opte por él. Empezaría, sin embargo, a serme atractivo si dentro de su estructura [32] entraran nuevos elementos con los cuales pudiera establecerse un verdadero diálogo.

6.ª No es que lo merezca. La sociedad tiene sobre nosotros el derecho de pedirnos eso y más, porque somos los únicos que podemos dárselo, quienes podemos guiarla.

El que se aparte de ese deber no es otra cosa sino un reaccionario.

Breves apostillas al tema

Panorama general. Cara y cruz de un oficio

El intelectual es un individuo que, en contraste con la extraordinaria capacidad de visión de su cabeza, anda un poco a ciegas por el mundo. A veces consigue algún terrón de azúcar, otras –las más– empiezan a lloverle palos, sin saber ni el cómo ni el por qué. A estas alturas del siglo XX, de la época de las reivindicaciones de índole social, espiritual y material; en los días en que se crean y se recrean incontables organismos y asociaciones para proteger a éste o a aquél desvalido; para elevar el nivel de vida de aquélla o la región de más allá; en la hora del tiempo en que cada quisque clama por sus derechos, todavía está ese personaje que, por insólita paradoja, apenas ha dicho “aquí estoy yo y a mí me corresponden tales cosas por estas razones y por este historial”.

Contados son los escritores –los artistas, en general– que gozan de una posición estable, estrictamente sufragada por el ejercicio de su pluma, que admita comparación con la de un médico, un abogado o un arquitecto. Ni aun con la ayuda de “esa otra” actividad, más o menos afín con su profesión –vocación– los hay que, a la vez, tienen que ser [33] contables, o empleados de una compañía de seguros, &c., logran parangonarse con los profesionales antes apuntados.

Junta a esa precariedad de posibilidades materiales se encuentra la casi nula consideración moral que le tiene la sociedad que le circunda. Con los dedos de las manos –y a lo mejor nos sobran siete u ocho dedos– se pueden contar los países en donde se valora al artista en los justos quilates. En la mayoría de las sociedades humanas, al artista se le cataloga como a una “rara avis” que unas veces, al decir de la gente, es un golfante, un loco, un vividor inútil, una persona, para decirlo en pocas palabras, nada de fiar.

Pero lo malo –para quienes andamos metidos por estos andurriales de las letras– es que, en cierto modo, tenemos buena parte de la culpa de lo que nos acontece. En ecuánime, sólo podemos reprochar a los demás que se beneficien instantemente de la labor del intelectual sin que ni siquiera se le agradezca. El escritor –o el artista– ha sido un individuo que, desde que el mundo es mundo, se ha pasado la vida pensando en los demás, en sus necesidades materiales y espirituales, y apenas ha valorado su labor, los servicios prestados. El artista –o el escritor, indistintamente, que tanto monta– jamás de los jamases –altruista que es él– ha reclamado la parte que le toca en la distribución de bienes. Por no pedir ni ha pedido la justa remuneración de su trabajo. Aquel poeta le dedica su libro de versos a tal o cual señor feudal, con el ruego de que los acepte y con la tácita súplica de que le proteja del hambre y de la miseria. Un tal Miguel de Cervantes, que dicen es el autor (sin premios) de “Don Quijote” (el mejor “best-seller” del mundo, y que valga la redundancia), busca refugio bajo el ala del conde de Lemos. Quevedo hace otro tanto con el duque de Osuna. La relación es interminable, hasta tal punto –lo peor de la cuestión– que llega hasta nuestros mismísimos días. Al menos por nuestras latitudes es difícil encontrar a un escritor que viva exclusivamente del honesto –y del extraordinariamente trascendente en todos los órdenes– oficio de parir ideas sobre el papel. La mayoría [34] han de ampararse en un mecenazgo más o menos explícito, en el estar a sueldo de una editorial, o en los trabajos que más atrás se han mencionado.

Pero –como íbamos diciendo– no vayamos a echarles la culpa a éstos o a aquéllos. En realidad la gente actúa con el intelectual tal como éste consiente. Aquel novelista se queja de que no tiene seguridad de los ejemplares que el editor lanza a la venta y de los que le escamotea a la hora de las liquidaciones. Este otro se lamenta del exiguo tanto por ciento. El de más allá, de las abusivas condiciones que le hacen firmar en el momento de ir a publicar su primer libro. Y el colmo de los absurdos es que quien se lleva el mayor beneficio es el librero.

Así se encuentra el intelectual cuando por todas partes los profesionales de cualquier ramo se agrupan para defender sus intereses. Pero no es exactamente que aboguemos por la puesta en marcha de un sindicato de escritores o de cualquier otra organización análoga. Lo importante, en nuestra opinión, es que el escritor debe cambiar de actitud ante cualquier cuestión de la vida. Es preciso que abandone esa situación de dependencia en los demás que le ha caracterizado siempre. Hay que resolver el hecho de que el escritor, que fue, ha sido y es el pionero del progreso cultural y de las reformas sociales, no tiene un puesto definido en la estructura de la sociedad.

A cambio de muy poco o de casi nada, pues, el intelectual tiene la obligación –y sobre todo la devoción– moral de ir siempre con la verdad por delante. Su palabra, sus escritos o su persona acuden allí donde se comete una injusticia o la libertad corre el peligro de ser arrinconada. Su escala de valores es fija y siempre consecuente con sus principios. Advertimos, antes de pasar adelante, que estamos haciendo el retrato de un prototipo ideal de intelectual. Porque también se encuentran a montones los que tiran por el atajo de lo fácil, de los dividendos procedentes de negocios no muy claros, de los que ponen su pluma al servicio de cuestiones extrínsecas a la literatura entendida [35] como un elemento de crítica social servida con los ropajes de la estética. Pero dejaremos aparte esa disidencia por cuanto creemos que un intelectual, cuando deja de ser un individuo independiente que trabaja guiándose por los cánones eternos de lo justo, deja de ser intelectual. Decir que el intelectual únicamente ha de pertenecer al partido de todos los humanos puede parecer algo ambiguo, pero es una verdad como una catedral. El verdadero intelectual incluso ha de llegar a flagelarse la cara con el más cruel de los latigazos si advierte en sí mismo un ápice de falsedad, de partidismo, personal o de grupo, de algo innoble. El artista ha de ser un tenaz defensor de la verdad, aunque le cueste pasar por encima de sus intereses. Pero en estos tiempos la verdad está por los suelos. La autorizada opinión de Karl Jaspers así lo asegura en lo que se refiere a su país: “Intelectuales, profesores, periodistas y poetas se han revelado en máxima parte de servidores y cómplices oportunistas del momento sucesivamente monárquico, democrático, nazi y otra vez democrático”. Quizá esta aciaga circunstancia sea el resultado de los siglos de indiferencia, que es la peor de las persecuciones que ha padecido el intelectual. Posiblemente hoy en día los intelectuales están desilusionados y se saltan a la torera lo que son sus deberes y no vacilan en prestarse al juego de la compra-venta del mejor postor. Tal vez, con ello (por las razones que antes se expusieron), la profesión de intelectual, entendida con rectitud, esté a punto de perderse. Sin embargo, pensamos que no pueden haber razones suficientes que hagan abdicar a uno de sus ideas, de una posición honesta, aunque sólo sea por el egoísmo de tener la conciencia tranquila.

Lo que el intelectual nunca puede hacer –además de trabajar en la pura elaboración estética– es despreocuparse de las realidades que le rodean. Deberá pronunciarse, aunque sea en contra. A veces su misión consistirá en servir de reloj despertador para los letárgicos; otras, su labor se encaminará a conseguir que las masas no sean brutales, intolerantes y vulgares. En ocasiones sus críticas deberán ser, [36] de una manera objetiva totalmente distante de la diatriba que a lo peor hace que la sangre llegue al río, para el equipo político que rige la ciudad, la provincia o la nación. Donde haya una institución que falle, él deberá denunciarla y señalar sus defectos. Y en todos los casos ha de constituirse en faro orientador.

Volviendo a la queja inicial respecto a la situación (económica, social, &c.) en la que se encuentra el intelectual en comparación con otras profesiones, porfiaremos en arrimar –con más razón que un santo– el ascua a nuestra sardina. Cierta es la importancia, la responsabilidad y la utilidad del quehacer del intelectual. Hora es de que se le corresponda como merece. Hora es, también, de que él haga valer su trabajo. Ni siquiera el pretendido fantasma de la “civilización tecnológica” ha de amilanarle. Al intelectual se le presenta la oportunidad de ser una pieza de capital importancia práctica en la estructura de la nueva sociedad que se está fraguando, porque él puede “vender” uno de los “productos” más caros por los difíciles de hallar: las ideas.

Quedan tan sólo apuntadas algunas de las variantes que ofrece este frondoso tema. Hemos empezado a contrastar la misión que ha de llevar a cabo el intelectual y el pago –a veces con rayos y truenos– que recibe por ella. Digamos, en resumen, que del grado de honradez de los intelectuales de un país depende la salud y el progreso cultural de todos sus habitantes.

Sobre el artista y su creación

El artista de hoy ha dejado de ser un solitario. Con ello, la obra artística también ha evolucionado. El regodeo subjetivista del creador de antaño se ha transformado en una acción objetiva, en una pulsación de la humanidad que vive en torno de él para testificarla tal como es. El yo solitario ha saltado a la palestra del nosotros y ha ganado, de este modo, un mundo de investigación mucho más rico. [37] Ya no le preocupa únicamente su problema, sino, más que nunca, nuestro problema. El arte es, así, no tan sólo el resultado de una experiencia individual sino también colectiva.

Toda creación implica la revolución, y el arte, como el acto de crear más genuino que existe, ha de ser lo más revolucionario. Es obvio aclarar que revolución no es lo mismo que subversión. Estancarse en viejas fórmulas lleva al enrarecimiento y a la asfixia. El arte tiene que ser, pues, un balcón abierto a todos los vientos; un constante e inquieto explorador. La mirada del artista tendrá que penetrarlo todo, y aun descubrir nuevos campos de investigación. El arte es un proceso ininterrumpido de avance, renovación y revisión contra lo caduco, lo impuesto y lo regresivo.

La libertad es, por lo cual, la mejor base para operar. Una libertad que lleve en su seno el programa de someter a crítica perenne todas nuestras ideas. El mundo cambia, no se detiene apenas. Lo que ayer servía, hoy ya no nos sirve. Y si somos ecuánimes veremos que mañana tendremos que dar otro paso adelante. La sociedad humana, por imperfecta, está en constante formación. Y el artista es quien ve delante para abrir nuevas perspectivas.

La libertad

La utilización de esta palabra, de tan claras resonancias, asusta por el abuso que se hace de ella. En torno a la libertad es donde se crean los mayores equívocos. Cuando la utilizan como bandera los dictadores fascistas, entonces desorienta, pierde su significado. Tendremos que acudir, como mínimo, al ancla de la propia definición del vocablo, si no queremos naufragar en la barahúnda de sofismas tejida en torno a ella. Entiendo la libertad como una posibilidad de pronunciarse el individuo dentro de la comunidad en la que viva, sin perjudicar a los demás. Podría buscarse una analogía entre libertad y justicia. La libertad que constituye mi preocupación es, no sólo la de contenido filosófico y moral sino principalmente la que se refiere a los derechos [38] del hombre y en especial a los que se le protegen o con los que puede apelar contra los sistemas políticos si estos no son justos. Para compararla a algo, diré que la libertad de más perentoria necesidad es la que los ingleses definen como freedom, distinguiéndola de Liberty. Una vez tengamos freedom (¿libertad social?), la liberty (¿libertad psicológica?) nos vendrá por añadidura. Si bien es cierto que depende de quienes hoy ya tienen libertad psicológica, el que mañana puede haber libertad social.

El campo de la libertad, aun sabiendo a qué punto quiere uno dirigirse, es, sin embargo, asaz complejo y resbaladizo. Hasta quien esto escribe, que íntimamente es partidario de una libertad a la que no se oponga frontera alguna, en el momento que tengo que aplicarla, veo que hay que cortarle las alas y limitarla a la capacidad para ser libres de los demás hombres de mi contorno. Por ello, continuando la idea sugerida en la respuesta número 1 a mi cuestionario, afirmaré que para que la personalidad de uno no se fruste o se impida su crecimiento antinaturalmente, lo mejor que se puede hacer, cuando el país natal, por sistemas impuestos contra la voluntad de todos, no esté al mismo nivel de libertad que uno necesita, es expatriarse.

La censura española

La carencia de libertad de expresión puede acarrear la anulación progresiva de la facultad de pensar. El escritor que, en vez de lanzar con todo su ímpetu el cogollo de las ideas, tiene que estar constantemente limando según el gusto de la censura, corre el peligro de esterilizarse o, al menos, de producir menguados frutos. La literatura –el arte, en general– es la que se responsabiliza de los derechos y el patrimonio cultural del pueblo y tiene que expresarse sin ninguna traba estatal. La censura es una de las redes más temibles de la gente conservadora, que es lo que hace posible que se aguante un régimen feudal. Por ello, cuando se pide la supresión de la censura, lo que en realidad hacemos [39] es clamar por el urgente cambio de una estructura social injusta. De ahí que es tan peligrosa la censura que actúa oficial y directamente, como la que brota solapadamente del cuerpo de ese grupo de la sociedad. A veces, sin embargo, ésta evoluciona, y la censura, al no tener representación ni vínculos naturales con el pueblo, se queda atrás. Por ello la censura debe observar el ritmo de transformación de la sociedad para ir abriendo la mano. (El último párrafo puede interpretarse erróneamente). Aclaro: de ningún modo y en ninguna circunstancia admito la censura. Los “esfuerzos” de los censores podrían aplicarse a proporcionar más cultura a la nación. Pero todavía vivimos en la “pubertad” de los sistemas de organización política. Cuando seamos “adultos” la censura desaparecerá. Para llegar a esa situación sólo falta, aquí en España, que nos permitan ser “adultos” para ayudar a nuestro pueblo a que llegue a su “mayoría de edad”.

Lo social, lo político y lo económico

Tal vez, si no fuese por el miedo que les tengo a algunas expresiones que llevan implícitas actitudes totalitarias, querría definir al escritor como “Inspector General de la Sociedad”. Los inspectores, sin embargo, en cualquier campo, corren el peligro de ser sobornados por el que tiene que ser “inspeccionado”. ¿Qué peligros no correrá este inspector escritor cuando es el más desamparado de la diosa economía? Una cualidad le salva del peligro: su congénita personalidad rebelde, inconformista. ¡Pero son tantas las tentaciones! ¡Y son tan apremiantes las necesidades materiales! ¿De qué manera puede conservar la independencia? ¿En qué forma podrá actuar sobre la sociedad sin que ésta le coarte?

Un escritor, por personal que sea, acabará formando parte, quiéralo o no, y sea por lo que fuere, de una corriente, una manera de ser, un grupo ideológico, estilístico, político o religioso. Y en él se encontrará, de momento, [40] a  sus anchas. Pero, si es un intelectual como los cánones mandan, ¿soportará por mucho tiempo la unilateral visión de los problemas de la Humanidad, inevitablemente desfigurados por la actitud tendenciosa del “prisma” al que haya decidido pertenecer? A cada uno corresponde contestarse a esta pregunta.

El escritor sólo puede ser libre y cumplir a la perfección con sus funciones dentro de la sociedad, si vive bien exclusivamente de su profesión. Porque si a la vez trabaja en otra cosa, ésta le reprimirá y le obligará, por necesidades económicas, a renunciar a muchos de sus deberes. He aquí otro tipo de censura.

En ese sentido puedo asegurar que algunos de quienes no han contestado a la encuesta es porque, según mis averiguaciones, desempeñan algún cargo en algún organismo, o tienen un empleo en una compañía de pesca con red, o son miembros de “esto” o de lo “otro”, &c., &c. con lo que se ganan la vida. La actitud, en estos casos, aunque no la deseable, es muy de respetar.

¿Necesidad de la tiranía?

En la compleja y contradictoria naturaleza del arte se plantea esta cuestión: ¿serán, quizá, “convenientes” para la creación artística e intelectual, esos ciclos por los que se atraviesa en los que los poderes estatales se desorbitan hasta llegar al despotismo? Este puede ser el motor –tristísimo, desde luego– por el que el artista, al sentirse privado de la libertad, siente que su sangre comienza a hervir con mayor frenesí y saca fuerzas espirituales con las que crea un arte lleno de simbolismos en cuyo trasfondo bulle el ansia de derrocar la tiranía; busca y busca formas de combate ideológico con las que pueda minar el Estado.

¿Pueden convenirse en “necesarias” esas aciagas circunstancias para la creación de arte? ¿Es en el momento de la tiranía cuando nace el hombre de genio? ¿Es inmediatamente [41] después de ella? ¿Acaso es él y otros como él quienes provocan la quiebra de las dictaduras?

La historia de los pueblos y sus hombres cultos nos ofrecen hechos que demuestran que el sufrimiento es necesario para que el hombre se esfuerce en alcanzar lo que consideraba fuera de su órbita. Pero sin hacer punto y aparte, al instante rechazo ese proceso de evolución por patológico. El hombre ha de tener una lucidez total sobre sus problemas y resolverlos sin esperar a que, satisfecho su masoquismo, entre en acción su sadismo. Nunca hay que actuar porque la ira nos domine; hay que hacerlo porque somos hombres conscientes y racionales y sabemos –o podemos saber– en todo momento lo que queremos, cuáles son nuestros derechos.

El derecho a la rebelión

Por hoy, sin embargo, no nos cabe otra postura que la de la rebelión. Con toda la objetividad que se viene pidiendo, pero la rebelión. A menos que se nos conceda lo que es nuestro. A menos que no se nos persiga por manifestar nuestras ideas. A menos que se nos permita utilizar la prensa diaria, las revistas y cualquier otro medio de difusión para criticar cuanto haga falta. A menos que las obras literarias circulen sin censura, con amplia libertad. Rebelión que, volvamos a aclararlo en esta palabra, no implica ninguna violencia física. La violencia física es algo que el intelectual tiene desterrado de su manera de proceder. Rechazamos la violencia, venga de donde viniere y con las razones que fueren.

La rebelión tampoco es para la nada. Es una rebelión, por todas las razones que se han venido exponiendo y que se expondrán páginas adelante, para ser más eficaces de lo que hoy se nos autoriza ser aquí en España.

Para convertir en hechos la fraseología y la actitud teórica del Gobierno español, es preciso que, a partir de ahora, no se discrimine ni se postergue a nadie; [41] que pueda denunciarse la corrupción en todos los órdenes y sistemas (en especial los políticos) para conseguir que sean mejores; que no se nos condene al silencio y se nos obligue a acatarlo todo mediante la amenaza de la cárcel o de algo peor. Queremos tener diversidad de partidos políticos para que cada cual pueda inclinarse hacia ellos según sus ideas. Queremos para el trabajador el derecho a la huelga reivindicativa. Queremos unas elecciones generales con sufragio universal. No de otro modo puede tener el pueblo sus propias representaciones legales. Que conste otra vez que no son revueltas, ni algaradas callejeras, ni tumultos, ni deseos de enturbiar las aguas del país lo que se quiere, sino, muy al contrario, es un deseo de aclararlas y alcanzar eso que tienen todos los países: una posibilidad de renovar y cambiar por completo, si es preciso, periódicamente, las estructuras políticas para dar oportunidad al pueblo a que dé su confianza a quienes se la merezcan. No se quiere la división, ni echar a unos con cajas destempladas para que vengan otros, sino pedir a esos “unos” que permitan que también estén los “otros”. Y esta petición alcanza toda su fuerza y nobleza cuando se piensa que esos “unos” detentan el poder ilegalmente desde hace veinticinco años. [43]

Los intelectuales en el exilio

Por último, en esta serie de introducciones a la encuesta, no podíamos dejar de hacer mención especial sobre los escritores que, desde hace veintitantos años están haciendo una España verdaderamente grande y que, paradójica qué es la vida, están –por fuerza– alejados de España. Alejados, pero siempre con la mirada, húmeda de emociones y nostalgias, puesta en España, con el dolor de ser unos españoles sin España, cual flores arrancadas de su tallo que se empeñaran, alimentadas por savias espirituales, en continuar abriéndose al sol. Con el dolor, amontonado durante tantos años y sumado en largas singladuras de un país a otro, con el dolor de no poder volver a España con plenos derechos. Con el entusiasmo, no obstante, a pesar de los desengaños, de hacer una España más bonancible. Con el ideal de conseguir establecer un diálogo entre todos, en el que coexistieran, en respeto y colaboración mutua, ideologías dispares. Dispares en cuanto a formas, porque son pocas las ideologías que se conocen que, bien auscultadas, no tengan entre sí analogías esenciales.

Como reflejo de esa circunstancia y testimonio de una actitud que vale por todas, dejaremos hablar a Francisco Ayala, gran escritor y pensador e inmerso, de manera personal, en la problemática del desterrado:

—La guerra de España fue, como es notorio, un acontecimiento, no sólo peninsular, sino universal por su alcance y consecuencias morales. En el orden de la cultura concreta afectó directamente a todos los pueblos que participan en el idioma, y no con exclusividad a aquellos que están comprendidos en los límites políticos del Estado español. Ahí, su efecto inmediato fue el de interrumpir la producción [44] intelectual del país: ciertas publicaciones que durante la guerra se hicieron con el apoyo oficial en la zona republicana, excelentes y vivaces como eran, tenían en su maravilla un algo de inverosimilitud; las que, también oficiales, vienen apareciendo en España después de terminada la lucha, apenas son más que oquedad, fachada, propaganda. En todo ello no hay de qué sorprenderse: al Estado, cualesquiera sean sus orientaciones, no le interesa la cultura sino como instrumento para sus propios fines, que son por esencia fines políticos; lo más que puede hacer en favor suyo es conservarla; mantener museos, fundar academias, subvencionar teatros, publicar archivos, editar clásicos. En cuanto a los brotes nuevos de la cultura, cuando no los pisotea, los diseca y falsifica –y no se sabe qué sea peor, si el caballo de Atila o los fabricantes de césped artificial–. La guerra, pues, vino a suspender en España la creación intelectual: una gran parte –no he de decir yo si la más calificada; en todo caso, la mayor– de los hombres que la ejercían, salieron exilados, para reemprender como pudiesen su labor en nuevas circunstancias; y nuevas eran también –y no mejores– las que, en España misma, se les habían producido a quienes allí debieron quedarse: sus ulteriores escritos dan buena cuenta de ello. Unos, los más viejos, repiten melancólicamente su pretérito, se sobreviven; otros, que eran promesa, la han desmentido, o desconcertados o hueros; y, entretanto, una nueva generación hace acto de presencia, vuelta sobre sí misma en busca de expresión lírica, o mediante cautelosos tanteos escapistas. Pero todo ello –la calidad refinada, el espíritu que, en sus manifestaciones intimistas, alcanza a veces el grado más alto– aparece en conjunto sofocado y como acoquinado por aquella literatura inerte y ramplona que antes de la guerra alimentaba las páginas del semanario mesocrático, la revista de barbería o el libro anodino, sin pena ni gloria. Desde este limbo, muchas figuras que por aquel entonces lo eran de pública irrisión, han escalado las posiciones más notorias, son acatadas –aun cuando sea, como es de suponer, a regañadientes [45] de los mejores– y abruman a la vida literaria con sus cánones chabacanos. Quien pasee la vista por el panorama de la letra impresa en España durante los últimos tiempos, comprobará –son cartas puestas sobre la mesa– la apoteosis lamentable de los mediocres, que, no reducidos a producir y publicar –siempre lo hicieron en abundancia– dan ahora el tono dominante. Hubiera podido esperarse, y no faltaba quien lo temiera, que los más idóneos voceros ideológicos del régimen, autorizados por los servicios que le hubieron de prestar como heraldos, dieron luego expresión auténtica a la realidad por él constituida. Mas ¿quién osa ahí expresar realidad alguna? ¿Qué escritor hay capaz de hablar a la nación? Orondos, los que nada tienen que decir dan rienda suelta a la pluma majadera, y explayan a sus anchas la nonada; sólo ellos están en su elemento y expresan, aunque sin pretenderlo, la ambiente realidad al exteriorizar su vacío; y quien, entretanto, apremiado por su personal intimidad, tome la pluma para comunicar algún pensamiento o sentimiento original, tendrá que hacerlo, mediante recelosos desvíos, escribiendo con la cara vuelta... No; una situación históricamente oclusa no consiente al espíritu mayores despliegues, y hace sospechosa toda palabra verdadera, por más que se presente como desentendida, inofensiva o aún amistosa, por el mero hecho de invocar al público en nombre propio. Cuando Ortega se tomó la libertad de ensayar el timbre de su voz, que otrora conmovía los ámbitos del país, su cauto pretexto oratorio suscitó un eco miserable de injurias cuyo descaro lo confinaría otra vez en los senos del silencio. Y era previsible. Pues ¡qué!, ¿acaso no había sido afrentado en sus propias barbas el viejo Unamuno, y reducido a callar para siempre?

Quiero mostrar con esto cómo, no sólo los intelectuales exilados sino también los que permanecen en el suelo de España –hablo de quienes significan; la turbamulta de los demás no hace al caso– hemos perdido todos la posibilidad de dirigirnos a esa comunidad activa, hosca y amarga, sí, pero sensible, que era la nación española, ante la cual se [46] desenvolvieron las actividades literarias de sucesivas generaciones hasta el comienzo de la guerra.

* * *

—Por el momento, España es campo yermo para todo lo que no sea o mera erudición o una espiritualidad intimista vertida en cauces líricos... ¿Qué escritor español no padece el deterioro de la España actual: su estrechez, su asfixia? Los ha habido que se expatriaron pasada la guerra, sin que en su arte de poetas líricos ni en sus personales circunstancias de funcionarios docentes les amenazara detrimento directo por parte del régimen...

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—Españoles hay que forzados a vivir fuera de España, proclaman, sin embargo, muy convencidos, la superioridad intrínseca de su triste patria –con mayor lógica tendrían que juzgarla cruel e inicua– en detrimento de los demás países.

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—La emigración pertenece de lleno, lejos de ser un accidente inconsiderable y accesorio, al destino de la literatura española, como le pertenece –lo que no es sino la otra faz de ese mismo destino– el cautiverio de España; pues si hay una llamada España peregrina es, precisamente, porque hay una España cautiva.

* * *

—No olvidemos, por lo pronto –algunos tienden a olvidarlo– que ambas Españas, la peregrina y la cautiva, la fugitiva de sí misma y la aherrojada en sí, se anhelan recíprocamente, víctimas de un mismo destino. [47] Olvidarlo pudiera ser fatal para todos, y quizás antes que para nadie para nosotros, los emigrados, que, desde cierto punto de vista somos los fuertes, los afortunados, los privilegiados, pero desde otro, en nuestra calidad de “especie a extinguir”, sin posible prole independiente, somos horriblemente débiles; y, sobre todo, fatal para el porvenir de las letras hispanas, porque ello supondría la perduración de una beligerancia extendida por insensatez, no contra lo que la merece, que es ajeno, por esencia, opuesto, a la literatura, sino contra España entera y cuanto allí alienta y quiere vivir, y por querer vivir es fraterno a cuanto quiere vivir en nosotros mismos; y porque, abusando de la ventaja de nuestra suerte, dotados de la pura, imbatible e inmarcesible virtud de las causas perdidas, y favorecida además con mucho mejores posibilidades de desenvolvimiento espiritual, acrecentaría resentimientos, dañando así a quienes debieran lastrar con su peso el alma. Piénsese que las perspectivas de actuación sobre la realidad práctica que nuestro oficio de escritores nos proporciona, están ligadas a un tácito entendimiento de los espíritus más finos, acá y allá, de los mejores ingenios; a una solidaridad en compartidos valores; a la postulación de algo que, por encima de lo litigioso, litigue de otra manera, e indirectamente luche contra la sordidez mental en que España (aunque no sólo ella) yace, por haber recaído, no en iletrada condición –lo iletrado tiene, por virginal y bronco, su peculiar grandeza– sino en el corrupto dominio de la pseudo-literatura flatulenta y del pensamiento pensado y requetepensado, desenterrado, apócrifo, cuyas concomitancias oficiales intimidan toda expresión genuina. (Francisco Ayala, El escritor en la sociedad de masas, Editorial Sur, Buenos Aires.)

* * *

Según se ve en Francisco Ayala, y en lo que él representa, es decir, el exilio, las vías del noble y objetivo entendimiento están abiertas. Al menos por una parte. [48] Que pase toda el agua por debajo del puente, restablézcanse los lazos de la vida intelectual en toda su pujanza con los escritores en el destierro, libérese de las mordazas a quienes vivimos aquí, y déjese la puerta abierta para el diálogo, para la libertad de expresión, de asociación y de circulación de todas las obras literarias.

Notas

Ya he dicho que en este ideario, cada palo aguanta su vela. Ni mis ideas implican a los demás, ni las de los otros implican las mías, salvo en la medida de lo evidente. Y esta regla sirve para la recta interpretación de las declaraciones de cada uno de los componentes de este libro-testimonio. Ni unos ni otros nos implicamos, repito, sino en aquello que esté a la vista. La responsabilidad de cada una de las declaraciones es personal e intransferible, si se me permite decirlo con esta fórmula burocrática. Cada palo aguanta su vela, así es, aunque está claro que todos vamos en el mismo barco.

* * *

Insisto en dejar bien claro que esta encuesta no me la ha patrocinado ningún partido político. Este ideario no está al servicio de ningún tipo de asociación de ese orden. Somos un grupo de intelectuales y artistas que hemos querido exponer nuestras ideas sobre la condición “sine qua non” de la libertad para la creación de arte y de cultura y para las funciones que han de realizar dentro de la sociedad, sin interferencias políticas; y sobre las interrelaciones de unas cuestiones con otras. De rechazo sale a la luz una circunstancia que no nos gusta, y se protesta contra ella para que internacionalmente tengan noticia de nuestra actitud. Nuestras declaraciones, al coincidir, casualmente, con los últimos acontecimientos, se vuelve más dramáticas. Para decirlo en pocas palabras, este documento está al servicio de la Verdad [49] (pongámosla en mayúscula), de la verdad de cada uno de nosotros expuesta con honestidad y nobleza.

Aquí están, pues, estas serenas opiniones de los hombres más eminentes y representativos de las Letras, las Artes, la Universidad, etcétera, del país, a las que deberá prestarse detenida atención en cada una de las naciones que piensen que el fascismo es una enfermedad que acabó con la Segunda Guerra Mundial y que por desgracia quedaron –quedan– en España bastantes microbios. Estas opiniones son altamente valiosas porque sin ser diatribas, manifiestan ante el mundo su disconformidad con la imagen de libertad que el régimen español fascista pretende hacer creer, puro engaño que ni logra convencer a los más incautos. Nuestros dictadores, ¿cómo se justificarán ante el mundo de la evidencia de lo que piensan las cabezas más claras del país? ¿Qué extraños argumentos sacarán esta vez?

* * *

Nuestro ideario, sin embargo, está por encima de la “actualidad”. Su vigencia continuará siempre. La actualidad sólo hace más trágicas nuestras opiniones, pero no las reduce a la exclusiva aplicación de hoy. Estamos proyectados desde aquí y ahora hacia el futuro. Esto quedará como un código de honor del intelectual y el artista.

* * *

En las presentaciones bio-bibliográficas me atengo en bastantes casos a la transcripción literal de lo que cada uno de los “encuestados” me dijo de palabra o por carta, porque, con ello, considero que así acaba de darse una visión de su problemática y de su personalidad.

1 de abril de 1961 – 1 de abril de 1962
Barcelona - Madrid - Palma de Mallorca
Sergio Vilar

Los 84 encuestados por orden cronológico

→ Heliodoro Carpintero Capell, “El arte inquieto”, El Noticiero Universal, Barcelona, 2 de junio de 1964.

→ Sergio Vilar, Manifiesto sobre Arte y Libertad, Editorial Fontanella, Barcelona 1964 [octubre 1964]

Las dos versiones de los textos de Arte y Libertad • Nueva York 1963 / Barcelona 1964

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