Federico Alberto Lange (1828-1875) | Historia del materialismo, Madrid 1903 |
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Federico Alberto Lange, Historia del materialismo, Madrid 1903, tomo 2, páginas 1-3
Se ha retardado la publicación del segundo volumen de esta obra, principalmente la última mitad, a consecuencia de una enfermedad grave que me ha vedado toda clase de trabajo; la misma causa me ha impedido examinar algunas recientes publicaciones de importancia que se relacionan con el asunto de que trato; lo lamento, sobre todo por el discurso de Tyndall acerca de la religión y la ciencia, y por las tres disertaciones de Stuart Mill sobre la religión.
El discurso de Tyndall ha inaugurado oficialmente, por decirlo así, en Inglaterra, un nuevo período que influirá en la historia del materialismo; la antigua paz entre la ciencia de la naturaleza y la teología, que ya Huxley y recientemente Darwin habían quebrantado, se ha roto definitivamente, y los naturalistas, sin preocuparse de las tradiciones de la Iglesia, reclaman el derecho de desarrollar en todas direcciones las consecuencias de su concepción del universo; la vida de la religión está asegurada apoyándose en la filosofía de Spencer que, en lo porvenir, no ha de ser indiferente a los dogmas y a las exigencias del credo en los cuales se traducen los sentimientos religiosos; así comienza, como ocurrió anteriormente en Alemania, un conflicto que sólo tendrá solución pacífica elevándose la religión a las esferas del ideal.
Me ha sorprendido sobre todo ver a Stuart Mill, en su disertación sobre el deísmo, última grande obra de su vida, acercarse tanto a un punto de vista cuya justificación es también el resultado de mi Historia del materialismo; el despiadado empírico, el representante de la filosofía utilitaria, el hombre que en tantas obras anteriores parecía no reconocer más que la autoridad de la demostración, confiesa aquí que la vida precaria y limitada del hombre tiene gran necesidad de elevarse a la esperanza de más altos destinos, y que sería prudente abandonar a la imaginación el desenvolvimiento de dicha esperanza puesto que ella no toma parte en el conflicto de los hechos evidentes; del mismo modo que la serenidad del alma, tan universalmente apreciada, nace de la tendencia a concentrar nuestros pensamientos en el aspecto más bello del presente y de lo porvenir (lo que idealiza la existencia), así debemos pensar del gobierno del mundo y de nuestro destino después de la muerte tan favorablemente como nos lo permite la posibilidad científica de estas dos concepciones; Mill representa además la imagen ideal de Cristo, no sólo como una muestra de la superioridad del cristianismo, sino también como algo que el incrédulo mismo puede apropiarse.
¡Qué distancia existe aún entre estas ideas y nuestra concepción del ideal! La probabilidad mínima y casi imperceptible de que los productos de nuestra imaginación pudieran tener alguna realidad, no establecen más que un débil lazo entre la religión y la ciencia; esto es en el fondo un defecto del punto de vista de Mill, porque dicha probabilidad tiene enfrente de ella otra probabilidad mucho más fuerte que su contraria, y, en el dominio de la realidad, la moralidad del pensamiento exige entre nosotros que no nos atengamos a vagas posibilidades sino que demos la preferencia a lo mas verosímil; una vez admitido el principio de que debemos crearnos intelectualmente un mundo más bello y perfecto que el mundo de la realidad, hay también que aceptar el mito religioso en tanto que mito: importa mucho más elevarnos a la noción de que es la misma necesidad, la misma raíz trascendente de nuestra esencia humana la que nos da por los sentidos la imagen del mundo real y nos hace capaces también de producir, en el ejercicio más elevado de una síntesis poética y creadora, un mundo ideal donde podemos refugiarnos, salvando el límite de los sentidos, y en el que encontraremos la verdadera patria del espíritu.
A. Lange
Facsímil del original impreso de esta parte en formato pdf
[En la edición francesa de referencia este Avant-Propos –páginas V-VII– va fechado en «Marbourg, fin janvier 1875.». El traductor español no incorpora la nota que el traductor francés añade al final del primer párrafo de Lange, y que dice así: «Se trata del discurso pronunciado por Tyndall, como presidente de la Asociación británica para el avance de las ciencias, en la sesión de Belfast de 1874. Ver la traducción in-extenso de ese discurso en la Revue scientifique de 19 de septiembre de 1874, tomo VII, 2ª serie, página 265.»]