Filosofía en español 
Filosofía en español

Fernando de CeballosLa Falsa Filosofía, o el Ateísmo, Deísmo, Materialismo… crimen de Estado 1  2  3  4  5  6 7

Tomo 3Parte segunda del libro primeroDisertación terceraArtículo II

La Religión cristiana por su único sacrificio ha redimido de la matanza, no solo a la naturaleza racional sino a la de todas las bestias


§. I

Si los Filósofos en medio de su disipación dejasen algún lugar para una detenida y saludable reflexión, yo los traería al pie de nuestros altares. Les rogaría considerasen la víctima que sobre ellos se ofrece; y al fin les preguntaría ¿en qué precio podrán estimarse las utilidades, aun temporales, que de aquel sacrificio ha percibido el mundo, y perciben en el día las naciones bárbaras que se reducen?

XXII. Se consideran aquí las utilidades temporales de la Santísima Eucaristía. Descripción de los sacrificios inhumanos del Paganismo.

Para que pudiesen estimar estas ventajas por su mérito, era necesario que dejasen ir primero sus vistas hacia una parte, y hacia otra del mundo; y que penetrasen por todos los siglos pasados. Quiero decir, es preciso que fijen su consideración en el rito sangriento de todas las supersticiones inhumanas o Religiones humanas. Acuérdense por lo menos de aquellos males que Jesucristo les ha excusado ver, y aun padecer en sí mismos. Entren por los templos de los Griegos, de los Cartagineses, de los Romanos, de los Gaulas, de los Españoles, y pocos siglos ha, de los Mexicanos, y de las otras naciones conquistadas: miren (si tienen para ello entrañas) la carnicería que se hace en los hombres sus hermanos, y en todos los vivientes. Por donde quiera verán correr la sangre humana. Verán a los Sacerdotes armados con el fuego y el hierro, para sacar a los hombres el corazón caliente, y la sangre humeando, y ofrecerla en sacrificio a unas divinidades implacables. Si se pudieran numerar las vidas de hombres y de animales, que ha quitado la idolatría en todos los siglos y en todos los pueblos, seríamos transportados de admiración y de compasión, al ver la ruina del género humano. Aquí veríamos a la muerte erigida en divinidad sobre las aras, sin poder saciar su ferocidad con el sacrificio de cuanto respira y tiene vida en la naturaleza. Allí veríamos a Saturno y a Moloc hartarse de los más tiernos hijos, sin decir jamás, basta. Allá y sobre cada sepulcro juzgaríamos levantados los Manes de cada muerto, pidiendo ser aplacados con la sangre de todos los enemigos del mismo difunto. Las divinidades de la guerra dando voces, y no prometiendo la victoria de las naciones enemigas sin que antes matasen en su honor a las mismas naciones amigas que protegían. De modo que la crueldad de aquellos espíritus infernales hacía presa en una parte y en otra{1}: A los pueblos de quienes se decían tutelares, prometían la satisfacción de arruinar a sus rivales; con tal que ellos prometiesen primero a estos Dioses la de arruinarse y matarse a sí mismos. Con que primero los vencedores, y después los vencidos costeaban el culto inhumano, de que se daban por servidos.

§. II

XXIII. La bondad de Dios perdonó la vida de los hombres a que tenía muchos derechos.

Esta fue una de las rastras más pesadas que siguieron luego al pecado, que se puede llamar del género humano. Al punto se comenzó a sentir la pena de muerte, en que consintieron todos los hombres con nuestros primeros padres. Estos vieron en su misma casa el fratricidio de Abel, el mejor de sus hijos. Pudiera Dios no darse por aplacado de otra manera, que con la muerte de los hombres; pues nos habíamos hecho reos de ella. Así, no es obscuro el derecho de que pudo usar Dios, (fuera del de Criador y Señor) para que Abrahán le sacrificase a su hijo único.

Del mismo modo{2} podía exigir al pueblo de Israel, cuando salió de Egipto, no solamente todos los primogénitos de sus mujeres, sino también de sus bestias y rebaños. Pero aquel buen Dios, que cuando más airado se acuerda de su misericordia, mostró siempre que no era una divinidad cruel que se deleitaba en la perdición de los vivos, o se desenojaba con la muerte de los hombres. Abominó este culto inhumano: dispuso un testamento o concordia con nuestros padres, ofreciéndose éstos a sacrificar, en lugar de sus primogénitos, un corderillo, o dos pollos{3} de tórtolas o de palomas. Por este medio era redimida la vida de un hombre con la sangre de un animal manso. Así redimió primero Abrahán la vida de Isaac con la sangre de un cordero, que se le ofreció a la{4} mano, y como por sí mismo: símbolo bien expreso del Cordero divino, que en el mismo monte se ofreció después por todos los hombres, porque él proprio quiso{5}. Todos los hijos, que después nacieron, en Israel, fueron redimidos por un rito semejante al de Isaac.

XXIV. Pero se perdonó el sacrificio de los animales.

Conque, no obstante que en aquella ley y testamento era perdonada la sangre humana, los sacrificios no dejaban por eso de ser sangrientos. Todas las cosas eran dedicadas con la sangre{6}. Así se lo acuerda San Pablo a los Hebreos: “porque leído todo el mandato de la ley por Moises al pueblo, tomando la sangre de los becerros y cabríos con agua y lana limpia e hisopo roció primeramente al mismo libro de la ley y a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del testamento que os mandó Dios. Después (prosigue) roció con sangre el Tabernáculo y todos los vasos del ministerio; y casi todas las cosas (concluye el mismo Apóstol) son en la ley lavadas con sangre, porque sin la efusión de ésta no hay remisión.”

XXV. Multitud de reses que se ofrecían.

Para costear esta sangrienta ceremonia, son innumerables las manadas y rebaños que eran conducidos a los Sacerdotes, para que los sacrificasen. Solamente en la dedicación del Templo, dice el suplemento a los{7} libros de los Reyes, que mató Salomón veinte y dos mil toros; y ciento y veinte mil carneros. Con este diluvio de sangre que corría de los altares, fue dedicado aquel magnífico Altar.

XXVI. Fue contra la ley el sacrificio de Jefté, pero no merecía que algún Ángel le quitase el cuchillo.

Otro cualquiera sacrificio inhumano se había prohibido expresamente en la Ley del Señor{8}. Por esto fue tenido por imprudente y temerario el voto que hizo Jefté de ofrecer en holocausto lo primero que le ocurriese al entrar por su casa victorioso de los Ammonítas. Y si el Señor le dejó{9} cumplir su voto con su hija única, que fue quien le salió primero al encuentro, fue para hacerle sentir el error y la imprudencia de su promesa.{10} No debía Dios quitarle de la mano el cuchillo, ni impedirle el golpe (como hizo con Abrahán) para librarlo del trance en que no lo había empeñado alguna obediencia, sino su precipitación{11}: por escarmentar así a los hombres de que no se metan en votos extraordinarios y necios. Dura fue la promesa, y más acervo el cumplimiento, que tuvo necesidad de llorar toda su vida el mismo que lo hizo{12}. Con ésto queda respondido Voltaire{13}, aun sin negar que Jefté inmolase a su hija virgen.

§. III

XXVII. No perdonaba así el demonio la vida de los hombres que nada le debían. Raras atrocidades que creían sagradas.

De las mismas prohibiciones de la Ley santa se infiere que los falsos Dioses de las naciones no perdonaban este bárbaro rito. Sin que estos demonios hubiesen criado al hombre, ni tuviesen título alguno de dominio sobre él, y sin que el hombre se hubiese hecho reo de algún crimen contra ellos, no dejaban por eso en todas partes de pedir su sangre. El libro de la Sabiduría acusa la inclemencia de los padres que mataban a sus hijos sin misericordia, y comían sus entrañas{14}. Esta inhumanidad cometió el Rey de Moab{15}, sacrificando a su hijo primogénito. Entre los Cananeos{16} eran comunes estas abominaciones, y ofrecían a sus hijos e hijas a los demonios, echándoselos al fuego. Los falsos Profetas de Baal{17} herían su cuerpo con lancetas, para mostrarse bañados en su propria sangre.

XXVIII. La castración e infibulación; notable burla y detrimento de la humanidad.

A este modo se mutilaban a sí mismos los Sacerdotes de Cibeles para hacerse Eunucos; y porque la crueldad no estuviese sin superstición, lo debían hacer con un casco de barro, traído de la Isla de Samos{18}.

De esta diabólica inhumanidad y de otras peores trataremos cuando consideremos las utilidades que trajo la Religión Cristiana a la sociedad, por parte de la población. Pero sin detenernos aquí en las malas consecuencias que de la castración o infibulación se seguían contra el bien de la especie, podemos sentir ahora la sangrienta crueldad que se ejercitaba en las personas innumerables de los pueblos que la usaban, y aún usan. Estos pueblos eran los más, y hasta los más cultos: los Romanos, los Egipcios, los Asiáticos, los Africanos. Unos por pena de adulterio como los Romanos: Los Persas por pena de cualquiera violación: y todos los de Asia por calmar sus bárbaros celos, sacrificaron la sangre y la fecundidad de estos hombres a la segura guarda de sus serrallos.

XXIX. Está hoy día en uso en muchas naciones, y son innumerables que se castran.

Tabernie, que se halló en el Reino de Golconda el año de 1657, supo que en aquel País se habían hecho en solo el dicho año veinte y dos mil Eunucos. ¿Cuántos serán los que se castraron en cada año y en todos juntos en los otros pueblos de Etiopía, Georgia, y Circasia? ¿En los Reinos de Asan y Aracán? ¿En Malabar, Pegu, Bengala? ¿En el Imperio de la China, y los demás Países Orientales? Pero reservamos este argumento para otro lugar. Ahora baste apuntar lo que el Paganismo y sus diabólicas divinidades se han encarnizado en nuestra naturaleza derribada, por si nuestros Filósofos infernales se dejan mover de alguna compasión por ésta inhumanidad; ya que se hacen incapaces de algún agradecimiento para con Jesucristo, que nos redimió de ésta mutilación y de la muerte. Volvamos a los sacrificios de víctimas humanas para compararlos con el sacrificio de nuestros santos altares.

XXX. No eran comúnmente simulacros de víctimas humanas.

Aunque algunas veces se hayan dispensado de esta bárbara carnicería con la representación de víctimas hechas de otra materia; pero los lugares auténticos de la Santa Escritura, y otros tomados de buenas historias, no dejan a ningún crítico fundar alguna idea singular contra la universal que se ha tenido y tiene de estos verdaderos y sangrientos sacrificios. Además, que los mismos casos particulares que se pueden alegar de Hecatombes, o de otros votos cumplidos con anatemas o víctimas{19} representativas, prueban la costumbre general en contrario, de que estudiaron dispensarse con este artificio. Lo más cierto es (y que aún no deja olvidar la presente barbarie de algunas naciones que se conservan paganas, como lo fueron todas) que las aras de los Dioses, que los pueblos llamaban protectores, no se enjugaban, y nadaba sobre ellas todos los días la sangre humana.

XXXI. ¡Cuán suave es nuestro eterno sacrificio que quisieran quitarnos nuestros crueles Filósofos!

Sus Dioses voracísimos no se aplacaban con la muerte de los rebaños, ni de las aves, ni de todos los otros animales, si estos manjares crudos no se sazonaban con mucha salsa hecha de la sangre de los hombres. ¿Quién podrá templar las lágrimas al ver que cada instante se ofrece en los infinitos altares de la Iglesia Católica, difundida por todo el orbe de la tierra, una hostia pacífica que es el mismo Hijo de Dios, para que su Eterno Padre no pida otras víctimas a los hombres, ni aun de sus becerros, y demás animales útiles para la carga, o para la agricultura? Huyan delante de esta verdad todas esas aves lúgubres y carniceras (este nombre se dan a sí mismos los Filósofos), que graznan invocando a la noche de la incredulidad, por si pueden, al inclinarse ya el sol de la fe, caer sobre esta{20} víctima, y hacer que cese en nuestro Templo la hostia{21} y el sacrificio. Entonces verán los crueles amadores de la humanidad, o más bien estos genios hambrientos y codiciosos de nuestro cuerpo y alma, renovarse las antiguas atrocidades, de que nos redimió la infinita caridad de Jesucristo. Pero no omitamos referir algunas de estas abominaciones que sucedieron en lo pasado, porque su horror nos aleje de merecerlas ver sobre nuestras cabezas en lo venidero.

§. IV

En la estatua de Moloc había siete casas o lugares consagrados a los siete Planetas. En uno se sacrificaban los frutos; en otro las tórtolas; en otro las ovejas; en otro los bueyes; en otro los cabríos; y en otro los niños{22}. Diodoro habla de otra estatua de Saturno, semejante{23}.

XXXII. Se compara esta ofrenda con las víctimas que ofrecíamos de nosotros mismos.

Es cuasi necesario negar la evidencia para dudar el sangriento culto que con víctimas humanas se conservaba a Júpiter Lacial hasta los tiempos de Lactancio, según lo dice el mismo al Emperador Constantino{24}. Y añade, que poco antes, imperando Adriano, habían sido abolidos los sacrificios humanos que había establecido Teucro a honor de Júpiter en Salamina de Chipre; siendo Teucro el que mato allí al primer hombre para dedicarle este rito. La cual atrocidad, tiene por constante, que era muy antigua aun en la Italia; porque Saturno había recibido siempre estas ofrendas en toda la tierra del Lacio.{25}

Los de Cartago no apaciguaban de otro modo a sus Dioses. cuando se vieron sitiados y vencidos por Agatocles, inmolaron de una vez doscientos jóvenes de los más nobles, y fueron sacados por suerte.{26} Amilcar durante la batalla que daba en Sicilia, hacía mantener una hoguera con toda especie de víctimas para tener propicio a Saturno. Así quemaba a sus conciudadanos por matar a sus enemigos.

XXXIII. Crueldad de los Cartagineses, y su pertinacia en conservarla.

¿A cuál Dios bienhechor consultaban estos fanáticos? Con el sacrificio de menos gente aplacarían la furia del vencedor, que ganaban la gracia de sus divinidades tutelares. Con efecto, Gelón, Rey de Sicilia, condolido de tan bárbaro estrago, entre las condiciones que impuso a los Cartagineses vencidos, una fue que habían de renunciar{27} a ésta fiera costumbre. Darío también les envió legados para que perdonasen a sus hijos y conciudadanos, detestando tales sacrificios. Pero duró con todo eso el antiguo uso hasta el Proconsulado de Tiberio. Este, según Tertuliano en su Apologético, ahorcó a muchos Sacerdotes por ésta sangrienta superstición, colgándolos de los árboles que estaban delante del mismo Templo de Saturno. Tan profundas raíces había echado en Cartago un rito que habían traído con su colonia los Fenicios; habiéndose conservado mucho antes entre éstos con las reliquias de los Cananeos.

Si valiera conjeturar aquí sobre, las causas de la total ruina de la célebre Cartago, dijéramos que había sido especialmente por la ventaja que hacían en estos sacrificios inhumanos a los otros pueblos. Nos consta que la misma crueldad fue causa de asolar Dios a los Cananeos{28}, de quienes los Cartagineses traían su origen.

XXXIV. Es más estupenda esta inhumanidad en los Romanos.

Eusebio y Lactancio no se admiraban tanto de que ésta fiera superstición hubiese prevalecido entre las naciones bárbaras, en viendo que no se dejaba de usar entre las que presumían de sabias y humanas{29}. De los bárbaros, dice, no me admiro mucho; porque su Religión debe ser semejante a sus costumbres: ¿Pero los nuestros, que se adquirieron la gloria de la humanidad y de la mansedumbre, no son aún más inhumanos en estas sacrílegas solemnidades? No se celebraba ningún triunfo sin sacrificar a Júpiter Capitolino los más de los prisioneros de guerra. Sobre las entrañas rotas de un Infante se juró la conspiracion de Catilína{30}; y después comieron de ellas Antonio y los otros Príncipes conjurados. En sus grandes conflictos solían ofrecer a sus divinidades una primavera sagrada, que era lo mismo que cuanto nacía en los meses de Marzo y Abril. A Júpiter y Apolo le pagaba Italia para lo mismo la décima de cuantos hombres nacían, así como de los otros animales y frutos.{31}

XXXV. La misma brutalidad en Atenas y entre los Griegos. Las demás naciones.

Lo propio se puede afirmar de la misma Atenas, y demás pueblos, por sabios que pareciesen. ¿Por qué los Filósofos con toda la Filosofía no libertaron a los Griegos de esta bárbara ceguedad? Fuera de los casos de Hifigenia, de Poligénes, y otros que pueden parecer fabulosos, era para ellos solemne regar las cenizas de sus difuntos con la sangre de sus enemigos. Así dice Homero que hicieron quemar a doce Troyanos con el cuerpo de Patroclo. Plinio añade, que en su tiempo se vieron enterrar vivos a un Griego y a una Griega con otros prisioneros de guerra.{32} Los de Salamina mataban un hombre a Agraula hija de Cecrope. Los Lacedemonios los sacrificaban a Marte, los de Rodas a Saturno, los de Creta a Júpiter, los de Lesbos a Baco, los Focenses a Diana, los de Chio a Dionisio; y en suma (añade Eusebio) Todos los Griegos antes de salir a la guerra sacrificaban este género de víctimas.

De cada uno de los pueblos se pudieran referir muchos casos autorizados en prueba de esta sangrienta y general costumbre; pero ya otros se tomaron el trabajo de recogerlos.{33} Allí conviene verlos para admirar la carnicería a que estaban{34} sujetas todas las gentes Idolatras, Latinos y Griegos, así del Continente como de las Islas: Los Egipcios, Árabes, Españoles, Escitas Alemanes, Franceses, Ingleses; sin que se hubiese extinguido ésta sed infernal aun debajo del Polo. Solamente una nación, que conocía al verdadero Dios, estaba libre del cuchillo, aunque redimiéndose con la vida de sus rebaños.

§. V

XXXVI. La virtud de Jesucristo sanó este furor con el sacramento del Altar.

Para Jesucristo estaba reservada esta obra que el mundo no considera, ni sabrá agradecer dignamente. Este fue uno de los primeros efetos, que comenzó a sentir la naturaleza por su venida. Desde el año 657 de la Ciudad habían ya intentado los Romanos proscribir los sacrificios humanos por un decreto del Senado.{35} Lo mismo habían querido prohibir algunos a los Cartagineses; pero hasta el Nacimiento de Jesucristo no empezaron a tener buen efecto estos deseos. Primero Tiberio, y después Adriano comenzaron a desterrar este culto sangriento. Hasta el Imperio de Constantino duraba aún; pero estableciéndose con la Religión Cristiana el culto y conocimiento de este sacrificio inefable, huyeron de los pueblos los demonios que los devoraban. Cesó con esta infinita y única hostia el gusto de todas las víctimas: y ha visto el universo que estaba guardado para Jesucristo en esta cena augusta el triunfo y la gloria de salvar no solamente a los hombres, sino también a los jumentos. Nada nos prohíbe que entendamos así ésta profecía, dicha, para el Salvador, pues vemos y experimentamos que con su carne y sangre hizo cesar, no solo el desperdicio de la sangre humana, sino juntamente la efusión de la de tantos rebaños de bestias que se degollaban. En esto se muestra también padre universal de toda la naturaleza, y se prueba que él había hecho todas las cosas, pues que así las amaba. “Ahora (exclamaba Eusebio) confirmados ya con la gracia y patrocinio de nuestro Salvador, y libres de la servidumbre del demonio, no seremos sacrificados jamás, ni serviremos a los dioses de los Gentiles, que (¡o miseria!) nos tenían oprimidos. Ahora somos absueltos por la doctrina evangélica, y traídos a nuestro Salvador y Señor, a nuestro Criador y Rey del universo. A éste adoramos píamente como nos enseña la doctrina del Evangelio, con la que nutridos, confundimos a los demonios.”

§. VI

XXXVII. Ninguna cuesta menos a las familias, ni las arruina, como dicen los Filósofos.

Si no temiera dilatar este artículo entraría aquí a liquidar otra cuenta con Voltaire y los Impíos Filósofos, que tiran a derribar nuestro culto, diciendo: que son unas ofrendas, con que se arruinan las familias. No se puede pensar cosa tan necia. No hubo jamás un culto y una Religión menos costosa que la Cristiana. Ninguna pidió menos de estas cosas terrenas que celan los avaros. Dejo aquellas exacciones de dinero que se hacían al pueblo antiguo por precio o redención de sus pecados.{36} Dejo también los aromas e inciensos de sumo precio que debían ofrecer para que ardiese el timiama sempiterno{37} delante del Señor. Solo quiero que se pase por la memoria la infinidad de corderos, becerros y toros; de aves, y demás animales que se llamaban limpios, y se ofrecían todos los días, unos en holocausto, otros por los pecados, y otros para redimir a sus primogénitos: unos para los sacrificios de por la mañana, otros para los de a la tarde. Admiraría como criaban los montes de Palestina tantas reses para costear las ofrendas, si no les diera Dios las bendiciones del Cielo, o del rocío; las bendiciones del abismo, o del agua oportuna; con las bendiciones{38} del vientre y de los pechos.

XXXVIII. ¿Cuánto costaban los ritos antiguos, sagrados y profanos?

Solo para costear el rito de la dedicación del Templo que edificó Salomón, seria hoy necesario apurar los ganados de una fértil Provincia. Las montañas y dehesas de nuestro Reino llorarían su soledad, si les quitaran ciento veinte mil carneros, y veinte mil bueyes, que se ofrecieron y sacrificaron en aquella única solemnidad. No se contentaban con menos en las otras naciones las falsas divinidades, que emulaban la gloria del verdadero Dios, así en Templos que tenían por toda la tierra, como en las ofrendas de lo más precioso que se cogía de ella.

Juliano hizo ver otra vez cuan caras salían las antiguas supersticiones a un estado, cuando él se empeñó en renovarlas. Solamente para examinar las entrañas de las víctimas, y aplacar los Dioses de la guerra, en que desperdiciaba con otros Filósofos buena parte del tiempo, había menester muchas reses y aves. Pero además de esto, dice un Panegirista de aquel Apóstata, que señaló honores, salarios, y privilegios a todos los Sacrificadores, Hierofantas, Doctores de los misterios, guardas de los Templos, y a todos los Ministros de la profana Religión{39}: Sin dejar por esto de restituirles las exenciones; privilegios, y réditos, que les habían solido conceder los antiguos Reyes Idólatras.

Mas dejaremos por ahora seguir este avance a unos Filósofos, que solo saben y estiman las cosas terrenas. Yo añadiría que todo podrían darlo las naciones paganas, y les saldría barato, si al fin perdonaran los demonios a sus vidas y almas. Piel por piel, o una por una dará el hombre sus ovejas, jumentos, y vacas, con todas las cosas que posee,{40} porque al menos le dejen su vida. Pero nada era suficiente para costear aquellas crueles y falsas Religiones.

XXXIX. No se pueden sumar los ahorros que deja este Sacramento; y sobre todo ¡cuántas vidas!

¡Quién podrá numerar los vivientes, así racionales como irracionales, que por medio del Evangelio y su único sacrificio ha librado Jesucristo del fuego y del cuchillo! No decía mal en este sentido aquel mal Pontífice, cuando sugiriendo el consejo de perder al Salvador, hacía este vaticinio: Es conveniente que uno muera por el pueblo, para que no perezca toda la gente{41}. En efecto, nosotros no estuviéramos libres de esta fatal servidumbre, si la fe de este divino sacrificio no hubiera alejado de entre nosotros la inclinación a tal crueldad, y la tiranía de los demonios. Eusebio Cesariense ha notado bien en su Preparación{42} que la lumbre del Evangelio, y la virtud de nuestros divinos misterios es quién ha desterrado de los Reinos esta bárbara efusión de sangre.

§. VII

XL. Desterró de Dinamarca las víctimas humanas el siglo 10. Ejemplos de los siglos medios, y últimos.

En Dinamarca y las otras naciones del Norte duró esta horrible costumbre{43} hasta el siglo 10 en que les amaneció el día y la suavidad del Cristianismo. Hasta entonces tenían el rito de ofrecer por el mes de Enero a sus ídolos cien hombres, menos uno, con otros tantos caballos, y otros tantos gallos, y el mismo número de perros. En las naciones, que se han ido descubriendo en África, América, y en la India ha ido huyendo la muerte y la crueldad del diablo delante de este incruento sacrificio; que han ido adorando con la lumbre de la Religión.

De África.

En África una Reina de Angola, llamada Ana Xinga, no hacía ninguna guerra sin que primero degollase en honor de su Ídolo{44} una multitud de hombres. Tenía aquel monstruo, más horrible que las Górgonas, el gusto de cortar la cabeza de una de estas víctimas con un solo golpe de hacha, y después se bebía un vaso rebosando de aquella sangre caliente.

XLI. De América. En México se sacrificaban cada año 50.000 hombres.

Entre los Americanos hallaron los Españoles tan en su fervor ésta cruel devoción, que pasma leer los rebaños de miserables mujeres y hombres destinados a estos sacrificios. Gerónimo de Aguilar estaba reservado para el mismo fin, si no{45} se hubiera escapado y encontrado a Hernán Cortés, cuyas expediciones siguió. A este incomparable Héroe Cristiano dijeron una vez los Embajadores de Muteczuma, que necesitaba aquel Emperador{46} de cincuenta mil hombres en cada año para costear los sacrificios ordenados a sus Dioses. Admira ver la mezcla de superstición y crueldad con que amasaban las pastas de que figuraban sus endiablados Ídolos. Son hechos (dice el mismo Cortés en estas cartas que deben la luz pública, y la más segura ilustración al celo, sabiduría, y magnanimidad del Excelentísimo Señor Don Francisco Lorenzana, dignísimo Arzobispo de Toledo, por cuyo precioso don, entre otras bondades, le soy obligado). “Son hechos de masa de todas las semillas y legumbres que ellos comen… y amasanlas con sangre de corazones de cuerpos humanos; los cuales abren por los pechos, vivos, y les sacan el corazón, &c.” Véase allí, pág. 107 y 108.

Aunque la codicia de algunos Europeos haya hecho morir a muchos de los Americanos, jamás podrán aquellas naciones compensar con ningún trabajo la muerte de tantos millares de hombres, que cada año sacrificaba uno de sus Emperadores y Reyes. Además de las víctimas que ofrecía el Emperador de México, eran innumerables las que inmolaban todos los otros pueblos, aun del mismo Imperio, en sus fiestas particulares. ¿Pues que sería en las otras Repúblicas, que no estaban sujetas a los Mexicanos, y en los otros Imperios y Reinos del nuevo mundo? Porque en todas partes se alimentaban los Ídolos{47}, como dice Montagne, de sangre humana. Indicio bien cierto de que era el demonio, quien por boca de todos los falsos oráculos, como dice Eusebio{48}, pedía que se hiciese esta carnicería en los hombres.

XLII. Más crueles son nuestros Filósofos que desprecian estos beneficios hechos a la humanidad.

Juntad a estas pocas memorias otras que vosotros sabréis, Filósofos ingratos, y si es que os preciáis de humanos, calculad, si es posible, la utilidad que ha traído al mundo la revelación de Jesucristo, solo por esta parte. ¡Mirad, si pudo haber en nosotros y en nuestras casas mayor necesidad de ser ungidas sus puertas con la sangre del Salvador, y si es poco el beneficio, que hemos recibido de su infinita caridad!

Con alguna sangre se había de dedicar cualquiera ley, y después del pecado no había de hacerse sin sangre la remisión. ¡Pero admirad el consejo de su sabiduría, y el extremo de su amor, que por ahorrar nuestra propia sangre, y aun la de los animales inocentes, ofreció la suya y la ofrece todos los días! Así cumple mejor por un sacrificio perfecto, que por la multitud de las víctimas antiguas; y la hostia de una sangre divina satisface rigorosamente por todos los delitos. Porque si la sangre de los machos y de los toros, y las cenizas de una novilla roja, rociada sobre los manchados, bastaba antes para santificarlos en cuanto a la limpieza de la carne{49}, ¿cuánto más valdrá la sangre de Jesucristo, que se ofrece en este sacrificio sin mancha, para limpiar nuestras conciencias de las obras muertas, y para servir a un Dios que vive?

XLIII. No es duro este Misterio, sino los Incrédulos.

Esto bastará para quebrar la dureza de los Incrédulos, que repiten todavía contra éstos misterios de la cena, lo que dijeron primero los carnales Judíos: Dura es esta palabra. Los que engullían camellos vivos, fingían escrúpulo y dureza en tragar una palabra abreviada, que se había hecho carne. Entonces se acordaban de lo que les prohibía la ley; conviene a saber: de no comer carne con sangre{50}. Pero en realidad de verdad, no era dura la institución de Jesucristo, sino ellos (como dice San Agustín) eran solamente los duros{51}; porque no consideraban la gravísima causa que urgía a la carida del Señor para dar su sangre y carne en este sacrificio. Mas finalmente, para mi propósito, no importa que parezca duro este misterio para el que lo instituyó a tanta costa suya, que no pudo ser mayor. Para él solamente podía parecer cruel esta inmolación, ¿mas para nosotros, qué nos pedía? ¿Qué nos ha costado? Todo ha sido hecho con inmensos gastos de Jesucristo, y para infinitas utilidades espirituales y temporales de todo el mundo.

¡O profundo e insondable amor de Dios para con los hombres! Y ¡o torpeza de nosotros ingratísimos para con Dios! ¿Qué utilidad hay en mi sangre{52} que continuamente se corrompe? ¿Qué provecho hay en la vana sabiduría, ni en todas las cosas humanas para saciar nuestras necesidades y aquietarlas? ¿Qué fuera de nosotros si Jesucristo no hubiera venido, muerto, y hechonos herederos de un Testamento eterno? Aquí están escondidos infinitos tesoros, aquí la sabiduría, aquí todos los bienes, aquí finalmente una sangre que no se corrompe, sino que cada instante se ofrece, cumple por nuestros pecados, y, cuanto es más durable, hace mayor el beneficio.

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{1} Lact. Instit. lib. I. de fas. Religion, cap. 21. O dementiam insanabilem! quid illis isti Dii amplius facere possent, si essent iratissimi, quam faciunt propitii? Cum suos cultores parricidiis inquinant, orbitatibus mactant, humanis sensibus spoliant?

{2} Exod. 13. ℣. 2. Sanctifica mihi omne primogenitum… tam de hominibus, quam de jumentis: mea sunt enim omnia.

{3} Ibid. ℣. 13. & Levit. cap. 12.

{4} Gen. cap. 22. ℣. 13.

{5} Isi. cap. 53. ℣. 7. Oblatus, quia ipse voluit… sicut ovis… & quasi agnus… &c.

{6} Ad Haebr. cap. 9.

{7} Paralip. I. cap. 7. Mactavit igitur Rex Salomon boum viginti duo miliia, arietum centum viginti millia.

{8} Deurer. cap. 12. ℣. 31. Num. 21. ℣. 1. 2. 3.

{9} Judic. 11. ℣. 39. Et fecit ei (filiae) sicut voverat.

{10} D. Hieron. lib. I. contra Jovinian. Ut qui improspecte voverat, erroren votorum in filiae morte sentiret.

{11} D. Aug. q. 49. in Judic. Fecit quod lege vetabatur, & nullo speciali jubeb tur imperio. Et D. Chrysosth. Homil. 14. ad populum.

{12} D. Ambros. offic. lib 3. cap. 12. Dura promisio, acerbior solutio, quam necesse habuit legere etiam ipse qui fecit.

{13} Voltair. Diction. Philosophiq. articl. Jephté. ¿Quién no sea tan infeliz Lógico como Voltaire, probará de un hecho reprehendido y punido por temerario, que entre los judíos eran legítimos los sacrificios de víctimas humanas?

{14} Sapient. cap. 12. ℣. 5. Filiorum suorum necatotes sine misericordia, & comestores viscerum hominum.

{15} 4. Reg. cap. 3. ℣. 27.

{16} Deuter. cap 12. ℣. 31. Omnes enim abominationes, quas aversatur Dominus, fecerunt Diis suis offerentes filios & filias, & comburentes igni.

{17} 3. Reg. cap. 18. ℣. 28. Et incidebant se, juxta ritum suum cultris, & lanceolis, donec penfunderentur sanguini.

{18} Lucian, de Dea Syria.

{19} Ovid. in Fastis:

Donec in haec venit Tyrinthyus arba: quotannis.
Tristia Leucadio sacra peracta modo.
Illum stramineos in aquam misisse Quirites.
Herculis exemplo corpora falsa jace.
Haec sacra vestales virgines faciunt: ut ait idem:
Tum quoque priscorum virgo simulacra virorum
Mittere roboreo scirpea ponte solet.

{20} Genes. 15. ℣. 11. Descenderuntqne volucres super cadavera, & abigebat eas Abraham. Cumque sol occumberet, sopor irruit super Abraham, & horror magnus & tenebrosus invasit eum.

{21} Dan. cap. 9. ℣. 27.

{22} Kuircher. in oedipo.

{23} Diodor. ap. Euseb. Praepar. Evang. lib. 4. cap. 7.

{24} Lactant. Instit. lib. I. de falsa Relig. cap. 21. Siquidem Latialis Jupiter etiam nunc sanguine colitur humano. Y un poco antes deja dicho: Apud Cypri Salaminem, humanam hostiam Jovi Teucras immolavit, idque sacrificium posteris tradidit: quod est nuper Adriano imperante sublatum.

{25} Lactant. ibid. Apparet tamen antiquum esse hunc immolandorum hominum ritum, siquidem Saturnus in Latio eodem genere sacrificii cultus est.

{26} Lact. ibid. Pescenius Festus in libris historiarum per Satyram refert, Cartaginenses Saturno humanas hostias solitos immolare: Et cum victi essent ab Agathocle Rege Siculorum iratum sibi Deum putavisse, itaque ut diligentius piaculum solverent, ducentos nobilium filios immolasse.

{27} Plutarc. Apophtegm.

{28} Deuter. cap. 18. ℣. 10 & 12. Nec inveniatur in te qui lustret filium suum aut filiam, ducens per ignem… Omnia enim haec abominatur Dominus, & propter istius modi scelera delebit eos in introitu tuo.

{29} Lact. ubi. suo. Hi enim potius scelerati sunt habendi, qui cum sint liberalium disciplinarum studiis spoliti, ab humanitate desciscunt, quam qui rudes & imperiti ad mala facinora, bonorum ignoratione labuntur. Euseb. Praeparat. ubi supra. Ita genus hominum, quod humanum esse natura cognoscitur, ad furiosam immanemque crudelitatem a demonibus impellebatur… Non modo apud Barbaros verum etiam apud Graecos.

{30} Dio. lib. 37. pag. mihi 84. Hos ut se nefando jure jurando adstringerent adegit: puerum enim quendam mactavit, juramentoque inito super ejus visceribus, ea deinde ipse cum aliis comedit.

{31} Plin. lib. 28. cap. 2.

{32} Dionis. Halicarn. apud Euseb. ubi supra.

{33} Lactant. ibi. Sanchoniaton ocupaba con muchos de estos casos algunas páginas de su obra que cita Porfirio lib. 1. de Abstinent. pág. 202. Eusebio ubi supra & cap. 8.

{34} Euseb. ibi. cap. 9. Universum istis scelestibus orbem spiritibus subjectum fuisse invenies: Graetiam, Africam, Thraciam, Scythiam, prudentissimorum Ateniensium gentem, ipsam quoque magnam Urbem, siquidem etiam ibi dialibus homines jugulabantur. Rhodum, Salaminam, Insulas omnes, &c.

{35} Plin. lib. 30. cap. I. 657 demam anno Urbis Senatus Consultum factum esy ne homo immolatetur.

{36} Exod. cap. 30, ℣. 12, &c.

{37} Ibid. ℣. 8.

{38} Gen. cap. 49. ℣. 25.

{39} Liban, panegyr. pag. 246. Ipse Imperator victimas, & libationes offerre conspiciebatur: omnibus profanaa Religionis Ministris, Sacrificulis, Hierophantibus, Mysteriorum Doctoribus, Idolbrum, Templorumque Custodibus omnem honorem habebat; redditus assignavit, honores, privilegia, exemptiones ab antiquis Regibus concesas restituit.

{40} Job. cap. 2. ℣. 4.

{41} Joan. cap. 11. ℣. 50.

{42} Euseb. praeparat. Evang. lib. 4. cap. 10.

{43} Ditmar. lib. 1.

{44} Dictionar. de Thomas Cornel. art. Angole.

{45} Solís. Hist. lib. 1. cap. 16.

{46} El Caballero Lorenzo Boturini, Idea de la historia general de América, pág. 28, dice que hubo sacrificio extraordinario que costó la sangre de 50.000 prisioneros de guerra.

{47} Montag. lib. 1. cap. 29.

{48} Euseb. praeparat. Evangelic. lib. 4. cap. 8.

{49} Ad Haebr. cap. 9. ℣. 13. 14. Si enim sanguis hircorum, & taurorum, & cinis vitulae aspersus, inquinatus sanctificat, ad emundationem carnis; quanto magis sanguis Christi, qui per Spiritum Sanctum semetipsum obtulit immaculatum Deo, emundabit conscientiam nostram ab operibus mortuis, ad serviendum Deo viventi?

{50} Genes. cap. 9. ℣. 4. Excepto, quod carnem cum sanguine non comedetis. Et Lev. cap. 17. ℣. 14.

{51} Aug. in Joan. cap. 6. Ipsi erant duri, non Sermo; & enim si duri non essent sed mites, dicerent sibi: non sine causa dicit hoc, nisi quia est ibi aliquod Sacramentum latens.

{52} Psalm. 29. ℣. 10.

{Transcripción íntegra, renumerando las notas, del texto de este artículo, tomo tercero, páginas 118 a 139, Madrid 1774.}