Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Bautista Fernández · Demostraciones católicas y principios en que se funda la verdad · 1593

Libro segundo · Tratado tercero · Capítulo quinto

En el cual por ejemplo y autoridad de los santos doctores se comprueba el provecho que resulta de la lección de los libros de los Filósofos: y se declara de qué manera deben ser leídos


No es pequeño argumento para probar la utilidad y autoridad de la lección de los libros profanos y gentiles que antiguamente los doctores excelentes de la Iglesia, cuales fueron Dídimo, Justino, Orígenes, Gregorio Nacianceno, Basilio, Gregorio Niceno, Agustín, Jerónimo, Ambrosio, Damasceno, con otros muchos; juntamente fueron Filósofos y (como refiere Eusebio) escogidos para presidir en las Iglesias, (Euseb. li. 5. histor. Eccles. c. 10.) después que los conocieron por suficientes y dotados en toda ciencia y erudición. De aquí es que los santos doctores en sus escritos usan de los testimonios y sentencias de los filósofos, como lo vemos en S. Jerónimo disputando contra Joviniano, y sobre Jeremías, (Hiero. lib. 2. Advers. Iovini. & in Hiere. c. 17) y en el glorioso Agustín en los libros de la ciudad de Dios, (Aug. li. 2. de doctri. Christ. c. 40.) y en otros muchos de sus tratados. Por lo cual el mismo Agustín siguiendo a Gregorio Niceno dice, (Greg. Nicen. de vita Moy.) que los que se llaman filósofos, mayormente los Platónicos, si por ventura dijeron algunas cosas verdaderas y convenientes a nuestra Fe, no sólo no han de ser tenidas en poco, más aún aplicadas a nuestro uso, como de injustos poseedores. Porque así como los Egipcios no sólo tenían Ídolos y pesadas cargas que el pueblo de Israel abominaba y huía, pero aún preciosos vasos y ornamentos de oro y plata, que cuando aquel pueblo salió de Egipto se lo llevó consigo acomodándolos a mejor uso, no por autoridad propia, sino por precepto de Dios, prestándose los Egipcios que no usaban bien de ellos: así de esta manera las doctrinas todas de los gentiles no sólo contienen ficciones supersticiosas y simuladas, y graves cargas de trabajo vano, las cuales cada uno de nosotros debe huir y abominar cuando saliendo de la compañía de los gentiles sigue a Cristo capitán nuestro, pero aun también enseñan las liberales disciplinas que aprovechan a la verdad, preceptos y documentos utilísimos para las costumbres.

Hállanse también en ellos algunas cosas verdaderas tocantes al culto divino, que es su oro y plata que sacaron de la divina providencia como metales de sus mineros, y usan mal de ellos convirtiéndolos muy perversa e injuriosamente en servicio de los demonios, los cuales documentos y verdades debe el Cristiano cuando se aparta de la miserable compañía de los convertir en el uso justo de la predicación Evangélica. (Aug. libr. 8. confes.) Con particularidad se acuerda san Agustín de los Platónicos, porque como él refiere de sí mismo en los libros de sus confesiones, cuando a Simpliciano varón santísimo y doctísimo le daba cuenta de los rodeos que tuvo en sus errores antes de su conversión, entre otras cosas le conto haber estudiado y trabajado en la lección de los libros Platónicos, que Victorino rector de la ciudad de Roma y que murió Cristiano, había trasladado en lengua latina, lo cual oyendo Simpliciano se alegró, viendo que había encontrado con ellos, y no con los escritos de otros filósofos que están llenos de falacias y engaños.

Estos buenos enseñamientos de los Filósofos gentiles afirma San Jerónimo (Deut. 5.) ser aquellas ciudades que el pueblo Israelítico sacó de poder de los Cananeos, y tomó para fu vivienda, porque de ellos se sirven los fieles, en cuanto a lo consentaneo, que tienen a nuestra doctrina santa.

Sobre todo lo dicho es maravilloso el ejemplo de aquel doctor de las gentes san Pablo que en sus epístolas santas, celestiales y divinas; en las cuales instituye los fieles, no se desdeñó de citar testimonios de los Poetas y filósofos, y aprovechare de sus razones. (Acto. 17.) Porque predicando a los Atenienses tomó aquello de Arato que dice que somos del linaje de Dios. Y escribiendo a los de Corinto (1. Cor. 15.) se aprovechó de lo que dice Eurípides Poeta, que las conversaciones malas corrompen las buenas costumbres. Y en la epístola que escribió a Tito (ad Titum. 1) usa de aquel dicho de Epimenides, aunque San Jerónimo (Hiero, ad Ephes. & ad Titum, 1.) atribuye a Menandro, los Cretenses siempre son mentirosos, malas bestias, perezosos vientres, cuyo testimonio (dice el Apóstol) es verdadero. Pues si San Pablo confirma su celestial doctrina con los testimonios de los Filósofos, podrán también los que tratan la doctrina sagrada aprovecharse de ellos, y aún será bien que a veces lo hagan. Así como no es indecente al Rey ni ajeno de su majestad servirse de los agricultores, cocineros, artífices y otros hombres que se ejercitan en oficios bajos, de esta manera ni al Filósofo cristiano le es indecoro aprovecharse del servicio de los Gentiles tomando sus documentos y preceptos.

No se me esconde que la doctrina sagrada es suficiente para todas las cosas que propiamente convienen para la salud de la alma, consecución de la vida eterna y buena gobernación de la Iglesia, las cuales prometió Dios por San Juan (Ioan. c. 16 & 1. epist. c. 2.) que repetiría el Espíritu santo cuya unción dice el mismo, es la que nos enseña, pero con todo esto, simple y absolutamente hablando, no es suficiente para todas las cosas que el hombre puede y debe saber, por lo cual le es bien leer los libros de los Filósofos, como lo trata el glorioso Agustín en su Enquiridión. (Augu. in Enchiri.) Esto mismo enseñó el glorioso Cirilo (Cyril. lib. 7. adver. Iulianum.) escribiendo contra Juliano apóstata perseguidor de la verdad Evangélica. Introdúcelo pues Cirilo que pregunta. ¿Por qué vosotros los Cristianos aborrecéis teniendo por abominaciones los sacrificios de los gentiles, pues no os apartáis de la lección de sus libros, antes los buscáis con deseo y los leéis con curiosidad, y parece que corra una misma razón para o repudiar o abrazar así los libros como los sacrificios? Responde el mismo Cirilo. No es una misma la razón de entrambas a dos cosas, porque los sacrificios, conviene a saber, las cosas consagradas a los ídolos, las menosprecian los verdaderos Cristianos, en cuanto consagradas a los Ídolos y demonios, a los cuales deben aborrecer y abominar como capitales enemigos, y también porque no parezcan participantes de la superstición e impiedad de los gentiles como parecieran serlo si no reprobase los sacrificios gentílicos. Pero la lección de los libros de los gentiles no es dañosa pues de ella se toman sentencias morales, y documentos provechosos para la vida humana, y por otras muchas razones, de las cuales ninguna compete ni cuadra a los sacrificios.

No contradice a lo dicho lo que Marulo y Sabélico cuentan de S. Jerónimo, (Marul. li. 2. c. 5. Sabelic. li. 2. c. 7.) el cual no porque desamparó a Roma y la trocó por Jerusalén, dejó la lección de los libros gentiles a quien se dio en su juventud, principalmente la de Cicerón. Por lo cual le pareció, como el mismo San Jerónimo de sí rectifica, que estando durmiendo fue llevado al cielo, y puesto ante el tribunal del juez soberano, y azotado acusándolo que era Ciceroniano y no Cristiano: pero jurando que desde allí adelante no tomaría en las manos otros libros que los divinos fue dejado, y desde entonces leyó con mayor cuidada la escritura divina que antes había leído la humana. Finalmente habiendo gustado más copiosamente la suavidad y dulzura de los misterios encerrados debajo de la escritura del testamento viejo dio voces y exclamó diciendo, ¿qué parte tiene el fiel con el infiel? ¿qué conveniencia tiene Cristo con Belial? ¿Horacio qué tiene que ver con el Salterio? ¿Virgilio con los evangelios? ¿Cicerón con el Apóstol? y concluye, no debemos beber juntamente el cáliz de Cristo y el de los demonios. Aunque parezca que en S. Jerónimo se condene la lección de los libros seglares, pero no absolutamente, sino el excesivo estudio en ellos, y que impide el de las letras sagradas, como decíamos del de las ciencias.

Para conclusión de este capítulo viene bien aquello que el mismo S. Jerónimo (Deut.) dice explicando lo que mandaba Dios, que si alguno del pueblo se enamorase de alguna mujer gentil que fuese su cautiva y pretendiese casarse con ella, que primero que la recibiese por esposa le desnudase las ropas que de la gentilidad traía, tresquilase los cabellos y cortase las uñas de las manos y pies, y entonces sería tenida por limpia y se podía casar con ella. Estas cosas dice Jerónimo si según la letra las entendemos, ¿por ventura no son ridículas? Acostumbramos pues nosotros a hacer cuando leemos los Filósofos y vienen a nuestras manos los libros de la sabiduría seglar, que si alguna cosa hallamos en ellos útil y saludable la convertimos a nuestra doctrina, y si alguna cosa superflua de Dioses vanos e Ídolos, de amores lascivos, del cuidado de las cosas seglares, estas raemos, estas trasquilamos, y como a uñas las cortamos como con cuchillos agudísimos. Con razón se precia el glorioso Jerónimo, de que cercenaba en los libros de los filósofos todo lo que es ajeno de virtud y ocasión de vicio, porque no menos hemos de tapar las orejas a lo obsceno, torpe y desaprovechado que se halla en los libros de los gentiles, que Ulises al canto de las Sirenas. Así como las abejas no igualmente reposan en todas las flores, ni labran de una manera en todas ellas, sino cuanto les parece que es necesario para la obra de su miel, y lo demás dejan: así nosotros con moderación hemos de tomar de los libros gentiles lo que nos pareciere conveniente, y lo demás dejarlo. Y así como el que coge rosas se guarda de las espinas, así en los escritos de los gentiles cogiendo lo provechoso guardémonos de lo dañoso.

[ Logroño 1593, hojas 142v-144r ]