Filosofía en español 
Filosofía en español


Capítulo II

La Filosofía escolástica en el Nuevo Mundo

La Filosofía escolástica en el Nuevo Mundo.– Fray Alonso de Veracruz.– Los discípulos de Francisco de Vitoria en América: Fray Pedro de Pravia, Fray Julián Garcés, Fray Domingo de Mendoza.– Discípulos del Colegio de San Esteban de Salamanca que residieron en América.– Fray Vicente Valverde, Fray Juan Solano, Fray Juan Salmerón.– La Escuela escotista en América: Fray Alfonso Briceño.– El suarismo en América: Antonio Rubio.– El erasmismo en América: Fray Juan de Zumárraga.– Un discípulo de Tomás Moro en Méjico: Vasco de Quiroga.– El criticismo de Vives en el Nuevo Mundo: Cervantes de Salazar.– Controversia sobre las ventajas y desventajas de los estudios clásicos.– Sánchez de Muñón.– Tirso de Molina en América.– La Astrología judiciaria: El Capitán Melchor Xufré del Águila.– Escritores místicos: Lorenzo de Cepeda.– La doctrina platónica.– Discurso en loor de la poesía.– El Inca Garcilaso de la Vega.


La Filosofía escolástica a fines del Siglo XV había llegado a la más extrema decadencia y degeneración, perdida en los laberintos de disquisiciones inútiles y sutiles, de vagas y obscuras abstracciones, de constante repetición de las mismas fórmulas, de eternas disputas sobre los universales, la analogía de nombres, lo primero conocido, el principio de individuación, distinción de la cantidad y de la cosa cuanta, lo máximo y lo mínimo, lo infinito, las proporciones y grados, y mil cuestiones más, de las cuales Melchor Cano decía en sus Lugares Teológicos con frase caústica que “Con haber dedicado no poco tiempo y diligencia a entenderlas, jamás he podido formarme idea clara. ¿Pero por qué he de avergonzarme de no entenderlas, si tampoco las entendían los mismos que primero las trataron?”{1}

Era tal la decadencia, que parecía la escuela llamada a desaparecer. Con todo no murió, la salvaron los grandes teólogos y filósofos españoles del Siglo XVI.

La Filosofía del Renacimiento fue preponderantemente española e italiana. Dos españoles se destacan en el primer puesto: Luis Vives y Francisco de Vitoria. El primero inicia la filosofía moderna, el segundo renueva los estudios teológicos y crea dos ciencias nuevas: la Filosofía del Derecho y el Derecho Internacional. Vitoria, Melchor Cano, Domingo de Soto, Francisco Suárez, Molina, Vázquez, vigorizan y transforman la Escolástica, renovando la filosofía y la teología tradicional. A su lado brilla la falange de los espíritus independientes: Vives, Fox Morcillo, Gómez Pereira, Huarte. En pocos años se producen una serie de obras que por el vigor del pensamiento no morirán: Luis Vives escribe sus tratados De Prima Philosophia; Vitoria, sus geniales Relecciones; Domingo de Soto, De natura et gratia libri tres, In Dialecticam Aristotelis Commentarii, Super octo libros Physicorum Aristotelis Commentaria, Super libros Physicorum Aristotelis quaestiones y su tratado De Justitia et Jure; Melchor Cano, quien por primera vez aplicó el criticismo a la Teología, su obra De Locis Theologicis; Fox Morcillo, su tratado De Natura Philosophiae seu de Platonis et Aristotelis Consensione; Suárez, su Metafísica y su tratado De Anima; Gómez Pereira, la Antoniana Margarita; Francisco Sánchez, el Quod Nihil Scitur y Servet, el Chistianismi Restitutio. Si bien dio España por entonces dos vigorosas personalidades al movimiento de la Reforma: Juan de Valdés y Miguel Servet; el genio de la raza y las tradiciones nacionales la hicieron el adalid de la Contrarreforma, cuyos férreos principios concretan los teólogos españoles en el Concilio de Trento.

La filosofía peripatética fue traída al Nuevo Mundo por Fray Alonso de la Veracruz, gloria del hábito de San Agustín, ilustre y famoso, no sólo por su mucho saber y el mérito de sus libros sino también por la firme y noble lealtad que guardó siempre a la persona, ideas y doctrinas de Fray Luis de León, aún en horas en que, encerrado éste por la Inquisición en duras prisiones, estaba a severa prueba sometida la fidelidad de sus mejores amigos. Largos años residió en Méjico, siendo nombrado catedrático de la Universidad. En mil quinientos cincuenta y cuatro publicó un tratado de Dialéctica, seguido a poco, en mil quinientos cincuenta y siete, por uno de Física. Ambos son los primeros que en dichas Ciencias vieron la luz en el Nuevo Mundo. Entre los pensadores de su tiempo, ocupa Fray Alonso de la Veracruz destacado lugar. Pertenece al brillante grupo de filósofos españoles que bajo la influencia del Renacimiento, renovó, en método y estilo, la escolástica tradicional.

Nació Fray Alonso de la Veracruz en Caspueñas, Reino de Toledo, España, en mil quinientos cuatro. Fueron sus padres don Francisco Gutiérrez y doña Leonor Gutiérrez. Hizo sus estudios de Gramática y Retórica en Alcalá de Henares y los de Artes y Teología en Salamanca, donde se ordenó de sacerdote. Su profesión en la Orden de San Agustín realizóse en América, en la ciudad de Veracruz. En el Colegio de Tiripetío, en Michoacán, dictó Cátedras de Filosofía y Teología, siendo designado catedrático de Teología Escolástica en la Universidad de Méjico al tiempo de su fundación. Humildísimo, declinó varios Obispados que se le ofrecieron. Volvió a España, donde desempeña el cargo de Visitador de Castilla la Nueva, excusándose de aceptar el de Visitador General de Nueva España, el Perú y Filipinas. De regreso en Méjico dicta varias cátedras en el Colegio de San Pablo, hasta el año de mil quinientos ochenta y cuatro en que muere, de más de ochenta años de edad. Fue varón recto y bueno, entendimiento poderoso y claro, lector infatigable, espíritu inquieto, en constante tensión. De él escribió el cronista Fray Diego Basalenque{2}: “Unas veces respondiendo a dudas de casos de conciencia, a las cuales respondía muy despacio y como enseñando, haciendo cuestión con sus argumentos en contra, conclusión y responsión. Otras veces escribiendo para imprimir como imprimió tres veces un curso de artes remirándolo siempre más, el Especulum Coniugiorum, una Summa Privilegiorum que no sacó a luz, más anda entre todos escrita de mano. Lo demás lo gastaba en leer libros. En viendo uno nuevo, luego lo pasaba y si hallaba algo disonante lo notaba y avisaba de ello. Cuatro librerías que son la de San Pablo, la del Convento de Méjico, la de Tiripetío y Tacámbaro pueden dar testimonio de su estudio, pues no hay libro que no le pasase y marginase, que no se percibe aún cuando los hojeó, cuando y más marginarlos; mas era de poco dormir y continuo estudio y así clamaba siempre. Habete rationem temporis. Mirad no se os pierda el tiempo. Sucedíale muchas veces y más a los principios que leía, estando comiendo, decir: para la lección, y sacaba una parte de Santo Tomás y leía y declaraba un artículo y lo mismo hacía después de comer, en lugar de la conversación que se suele tener y decía: quien supiere los textos de las partes de Santo Tomás, sabe todo lo que es menester.” No obstante esta declaración, Fray Alonso, peripatético renacentista, aspiraba a estudiar Aristóteles en sus textos originales. Su método de exposición es el tradicional entre los tomistas: Presenta la cuestión con un utrum, después expone las objeciones de los contrarios, viene enseguida la tesis o conclusión, demuestra lo verdadero y, por último, partiendo de esta demostración resuelve todas las dificultades.

Las obras que de Fray Alonso conservamos son: Recognitio Summularum, Dialéctica Resolutio cum Petri Hispani et Aristotelis y Physica Speculatio.

Pedro Hispano había denominado a las nociones y términos de la Lógica, Súmulas. La Recognitio Sumularum, siguiendo el plan trazado por dicho filosofo, trata los temas fundamentales de la Lógica. Expone las nociones de definición, división y consecuencia; el ascenso o inducción y el descenso o análisis deductivo; estudia el silogismo, los lugares dialécticos y da reglas para conocer y resolver los sofismas. La Dialéctica Resolutio se ocupa de los predicables, de la noción y la naturaleza de la dialéctica, de los universales, del principio de individuación, de las categorías aristotélicas, del silogismo demostrativo y de los modos de saber. Este tratado es en su primera parte un comentario del “Libro de las Categorías”. Fray Alonso se muestra original al tratar de la substancia. Merecen también muy detenido estudio sus ideas sobre si es o no ciencia la Dialéctica, si es ciencia especulativa o normativa la Lógica y si es o no ente de razón el ser de la Lógica. La Physica Speculatio comprende una antología peripatética, un estudio sobre el origen del mundo y un tratado del alma. En este último da gallardas muestras Fray Alonso de la Veracruz de su mucho saber y de sus grandes dotes para la especulación filosófica.

Muchos notables discípulos de Francisco de Vitoria que recibieron directamente de sus labios sus doctrinas y gran número de eminentes varones pertenecientes a su escuela, vinieron al Nuevo Mundo.

Fray Pedro de Pravia, de la Orden de Santo Domingo, desempeñó con extraordinario éxito la cátedra de Teología en la Universidad de Méjico. Natural de Pravia, Asturias, profesó en el Convento de Oviedo, continuando sus estudios en San Esteban de Salamanca. Ocupó una cátedra en Santo Tomás de Álava; pero no tardó en trasladarse al Nuevo Mundo, donde, después de enseñar Filosofía en el Convento Dominicano de Méjico, ocupa la cátedra de Teología en la naciente Universidad. Desdeñó siempre los honores y grandezas humanos, negándose a aceptar el Obispado de Panamá. De él dice el Padre Alonso Franco en su Historia de la Provincia Mexicana de Santiago: “Escribió varios tratados, comentó cuatro veces toda la Teología, comentó y dio claridad a todas las obras de Aristóteles, escribió sobre algunos libros de la Sagrada Escritura, declaró muchos breves apostólicos y compuso innumerables sermones”. Todas estas obras se han perdido, quedando sólo el eco de su fama. De Fray Pedro de Pravia, que fue Calificador de la Inquisición mejicana, sólo se conservan unos informes presentados durante las labores preparatorias del Índice de mil quinientos ochenta y cinco.

Fray Julián Garcés, de la Orden de Santo Domingo, primer Obispo de Nueva España y elegante escritor latino, apóstol infatigable, defensor y educador de los indígenas americanos, es autor de una famosa carta dirigida al Papa Paulo III en defensa de los indios. Con elocuentes razones demuestra la capacidad de éstos para recibir la doctrina cristiana y los Sacramentos. Esta carta determinó la decisión Pontificia por la que se declaró eran los indios iguales en todo a los demás cristianos.

Entre los discípulos de Vitoria en Salamanca, que recibieron directamente sus enseñanzas y vinieron al Nuevo Mundo, se encuentran: Fray Domingo de Mendoza, autor de varios tratados teológicos y de quien se asegura sabía de memoria íntegramente la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, y Fray Bartolomé de Ledesma, Profesor de Prima en la Universidad de Méjico, quien, en mil quinientos sesenta, dio a luz Suma de casos de conciencia y en mil quinientos ochenta y cinco, el Summorum de septena Ecclesiae sacramentis.

Discípulos del famoso Colegio de San Esteban de Salamanca, gloria de la Orden dominicana, en el que por entonces tan severa era la formación filosófica y teológica de los estudiantes, fueron varios ilustres escritores que, aunque las obras que publicaron no están consagradas a materias filosóficas, contribuyeron con su saber en tales estudios, a desarrollar en el Nuevo Mundo la afición por la Filosofía y la Teología. Recordaremos entre ellos a Fray Pedro de Córdova, uno de los primeros misioneros de Indias y autor de un Catecismo para instrucción de los indios; Fray Antonio Montesinos, que escribió Informatio jurídica in Indorum defensionem; Fray Andrés Moguer, Provincial de la Orden de Santo Domingo en Méjico, autor de Sermones de tempore et de Sanctis, Historia de Santo Domingo de la Provincia de Méjico y Liber exemplorum; Fray Domingo de Lora, Obispo de Guatemala, a quien se debe un Diccionario del idioma chiapense; Fray Antonio Remesal, quien en el Nuevo Continente escribió su Historia General de las Indias Occidentales y particular de la Gobernación de Chiapa y Guatemala Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala de la Orden de Santo Domingo, La Vida del Padre Fr. Andrés del Valle y Annotationes seu commentari in sermones S. Thoma de Aquino; Fray Tomás de la Torre, Provincial de su Orden en Guatemala y autor de una Historia hoy perdida; Fray Domingo Vico, de quien son numerosas obras: Teología de los Indios; Historias, fábulas y errores de los indios; Vocabularios y artes de la lengua cachiquil y de la verapaz y de otros seis; Himnos en las mismas lenguas sobre la vida y misterios de Jesucristo; De magnis nominibus, y Paraíso terrenal. Fray Bernardo Albuquerque, célebre por su labor en las misiones americanas, es autor de un Tratado de Doctrina Cristiana para utilidad de los misioneros. De Fray Gregorio de Beteta, apostólico misionero que renunció el Obispado de Cartagena de Indias, nos dice el Padre Fernández en su Historia de San Esteban que era: “muy docto en la Sagrada Escritura, que a sus estudios tenía particular inclinación… y que tenía de suyo muy propio y elegante estilo.”

El Padre Vicente Valverde, primer Obispo del Cuzco, tenía el grado de maestro de Teología, que por entonces, dentro de la Orden Dominicana, a la que pertenecía, sólo se daba a varones muy doctos y de muy sólida preparación teológica y filosófica. Meléndez nos cuenta{3}: “Hecho lector de Artes y después de Teología, leyó ambas facultades con aplauso común de sus oyentes y escuelas hasta merecer el grado y la borla de Maestro por la Orden, que es la mayor recomendación de sus letras.”

Fray Juan Solano, discípulo de Francisco de Vitoria en Salamanca, profesó en mil quinientos diez y nueve en el Colegio de San Esteban de Salamanca, y fue electo, en mil quinientos cuarenta y tres, Obispo del Cuzco. En mil quinientos sesenta y uno estuvo en Roma y allí fundó en la Minerva un Colegio cuyo Regente debía ser siempre un dominico perteneciente a la Provincia de Castilla. Solano falleció en mil quinientos ochenta, dejando fama de teólogo y filósofo notable. A su amor por estos estudios se debe uno de los mejores manuscritos en que se ha salvado el pensamiento de su maestro Vitoria. El notable bibliógrafo Nicolas Antonio vio en Roma otro manuscrito, hoy perdido, de letra del Padre Solano, que contenía los comentarios a la Prima secundae de Santo Tomás, obra del maestro Fray Pedro de Sotomayor, sucesor de Domingo de Soto en la Cátedra de Prima de la Universidad de Salamanca.

Entre los más doctos contradictores de Las Casas se cuenta el ilustre franciscano Fray Juan Salmerón. En las públicas conclusiones que se mantuvieron en mil quinientos sesenta y tres, en Madrid, con motivo de la celebración en Atocha de un Capítulo Provincial de la Orden de Santo Domingo, al que asistió Felipe II, no vaciló Salmerón en defender, ante Fray Bartolomé de Las Casas que se hallaba presente, la licitud de la conquista de las Indias Occidentales. El propio Salmerón recuerda este hecho en carta dirigida desde Méjico, a Felipe II, escrita el primero de Enero de mil quinientos ochenta y tres: “Habrá veintidós años que en presencia de V. Majestad en un Capítulo de los dominicos, en unas conclusiones que se tuvieron en el Monasterio de Nuestra Señora de Atocha, en Madrid, defendí haber sido la guerra y conquista justa por razón de los bestiales pecados que estos indios tenían en destrucción de la naturaleza, matando y sacrificando hombres y por la mayor parte, inocentes; de lo cual siendo aconsejados y reprendidos y no queriendo enmendarse pudieron con justo título ser conquistados.”

La escuela escotista, en que militaban los filósofos y teólogos franciscanos, tuvo en Hispanoamérica un notable representante en Fray Alfonso Briceño, uno de los más poderosos entendimientos filosóficos del Nuevo Mundo. Nacido en Santiago de Chile, en mil quinientos noventa, profesó en Lima en la Orden de San Francisco, en la que desempeñó altos cargos en Chile y Charcas. Fue a Roma en mil seiscientos treinta y nueve, con el fin de gestionar la canonización de San Francisco Solano, habiéndosele designado Obispo de Nicaragua en mil seiscientos cuarenta y cuatro, siendo trasladado al Obispado de Caracas en mil seiscientos cincuenta y nueve.

De portentoso saber, se cuenta entre los más ilustres expositores de la filosofía de la escuela escotista y muchas de las páginas de sus libros brillan por su originalidad. Es autor de Celebriorum Controversiarum in primum Sententiorum Scoti... admixtis potissimum dissertationibus Metaphysicis, que vio la luz en mil seiscientos treinta y ocho y de Apología de Vita et Doctrina Joannis Dunsii Scoti, Doctoris Subtilis et Beati Amadoei.

Durante muchos años fue el suarismo la doctrina filosófica exclusivamente seguida y defendida por los jesuitas. Francisco Suárez, una de las mayores glorias de que España puede ufanarse, se aparta del tomismo puro sobre todo por sus doctrinas de congruismo, la ciencia media, el conocimiento intelectual de los singulares, de la no distinción entre la esencia y la existencia, de la predeterminación física y de la idea del ente. En Hispanoamérica vivió, durante largos años, uno de los pensadores más notables y brillante de esta Escuela, Antonio Rubio.

Nació Antonio Rubio en España, en mil quinientos sesenta y ocho, en la población de La Roda, Albacete. Hizo sus estudios en la Universidad de Alcalá, ingresando en la Compañía de Jesús, al cumplir veintiún años. Muy joven trasladóse a Méjico, donde residió veinte y cinco años, desempeñando las Cátedras de Filosofía y Teología. Más tarde volvió a España, y ocupó las Cátedras de Teología y Filosofía en Alcalá de Henares, donde murió en mil seiscientos quince. Publicó: En Méjico, Poeticarum institutionem líber; en Colonia, en mil seiscientos cinco, su célebre Commentaria in Universam Aristotelis Logicam, generalmente conocida en las escuelas con el nombre de Lógica Mexicana, y que fue reeditada muchas veces; en Madrid, en mil seiscientos cinco, Commentarii in octo libros Aristotelis de Physico auditu, del cual hay ediciones también de Valencia, mil seiscientos diez, y de Colonia, mil seiscientos diez y seis; en Valencia, In compendium quasi contracti, en mil seiscientos siete &c.; en Colonia, en mil seiscientos trece, De ortu et interitu seu de generatione et corruptione rerum naturalium; en Colonia, mil seiscientos trece, Commentarii in libros de Anima, habiendo sido reimpreso este tratado en la misma ciudad en mil seiscientos veinte y uno; y en Colonia, mil seiscientos diez y seis, Commentarii in libros Aristotelis de Coelo et Mundo. Con los tratados de Rubio, reunidos en cinco volúmenes, se formó un Curso de Artes, que llegó a ser famoso y muy popular por haberle adoptado como texto una de las Universidades más ilustres de Europa, la de Alcalá de Henares.

Fue Rubio una inteligencia vigorosísima, con gran capacidad de síntesis y extraordinarias dotes para la exposición. Su erudición era inmensa. Militó siempre en las filas de la escuela tomista disidente, dentro de la cual es uno de los pensadores más originales. En Hispanoamérica su influencia fue muy grande. A sus enseñanzas se debe la formación en Méjico de un grupo filosófico del que habían de salir más tarde pensadores americanos tan notables como los jesuitas Alegre, Abad y Castro.

El apostólico Fray Juan de Zumárraga, primer Arzobispo de Nueva España y uno de los fundadores de la Universidad de Méjico, que consagró la vida entera a la defensa y educación de los indios, aunaba en su alma compleja el fervor de un místico y el amplio y tolerante espíritu crítico de un humanista admirador entusiasta de Erasmo. En el Nuevo Mundo publicó dos obras notables por sus ideas y por sus orígenes filosóficos: Doctrina Breve{4} y Doctrina Cristiana.

Es la Doctrina breve un tratado de pura inspiración erasmista. El autor no solo adopta las doctrinas de Erasmo, cuya reputación era inmensa al tiempo de abandonar Fray Juan a España, sino transcribe largos trozos del Enchiridion y de la Paraclesis; aunque oculta el nombre del autor a quien sigue, sin duda porque principiaba a ser sospechoso en su fe. También suprime los ataques contra las órdenes monásticas, el derecho canónico y la Teología escolástica tradicional. Conserva en cambio el espíritu erasmista: anima todo el tratado la esperanza de renovar la fe mediante el cristianismo interior, la aspiración a inspirarse directamente en las fuentes evangélicas, la convicción en la eficacacia de la libre predicación.

La Doctrina Cristiana es en realidad un resumen de la Summa de doctrina Christiana del doctor Constantino Ponce de la Fuente, quien se inspira en las doctrinas del famoso protestante español Juan de Valdés.

Lo curioso es que cuando se prohíbe por la Inquisición la lectura de las obras de Erasmo en lenguas modernas y se expurgan con nimio cuidado los textos latinos y la Summa del doctor Constantino Ponce de la Fuente y las obras de Valdés son condenadas, continúan sin traba alguna circulando las obras de Zumárraga. Cierto que en mil quinientos cincuenta y nueve recoge la Inquisición la Doctrina Breve, pero es solo por una proposición relativa a la sangre de Jesucristo en la Resurrección, que se estima sospechosa. Suprimida, vuelve a correr el tratado. En la tolerancia que se observa debió influir mucho sin duda el deseo de no poner tacha en el justo renombre de santidad de que gozaba el apostólico misionero, quien además era el primer Arzobispo de Nueva España.

La influencia de la Utopía de Santo Tomás Moro se hizo sentir en América. Un discípulo suyo, Vaca de Quiroga, se esfuerza por aplicar sus ideas en Méjico entre los indios Tarascos, aspirando a crear una sociedad ideal, en la que florecerían todas las virtudes.

La filosofía de Luis Vives tuvo también destacados discípulos en Hispanoamérica. En las doctrinas del pensador español se armonizan, con singular acierto, el cristianismo, la filosofía aristotélica y el criticismo que caracteriza al Renacimiento. Su profundo espíritu crítico destruye las caducas construcciones del pasado y contribuye a establecer sobre sólidas bases las del porvenir. Combate Vives la exagerada e inútil especulación, tan frecuente en las doctrinas metafísicas en su tiempo más en boga. Pensador renacentista, se esfuerza por armonizar la tradición especulativa cristiano aristotélica con las nuevas corrientes críticas. Su pensamiento se orienta más hacia la ética que hacia la abstracción metafísica. En él es muy marcada la orientación pedagógica. Con acierto sumo analiza las causas de la decadencia de la filosofía, las ciencias y las letras y les señala nuevos horizontes. Fue un precursor genial del experimentalismo de Bacon y del criticismo kantiano. Su influencia en el campo de la pedagogía se hizo sentir directa o indirectamente en las doctrinas de Locke, Rousseau, &c. Defendió mucho antes que Bacon el procedimiento inductivo y es en los tiempos modernos el verdadero creador de la psicología experimental. Lange, en su Historia del Materialismo, con razón proclama a Vives “el mayor reformador de la filosofía de su época, el precursor de Bacon y Descartes, una de las inteligencias más luminosas del siglo XVI”.

Las doctrinas del criticismo vivista fueron introducidas en América por el ilustre humanista Francisco Cervantes de Solazar. Nacido en Toledo, antes de venir al Nuevo Mundo había dado relevantes muestras de sus vigorosas condiciones de moralista y de elegantísimo escritor castellano con su continuación al Diálogo de la dignidad del hombre de Hernán Pérez de Oliva, su glosa al Apólogo de la ociosidad y el trabajo de Luis Mejía y sus traducciones y adiciones a varios tratados de Vives. A Cervantes de Salazar, el primer doctor en Filosofía graduado en el Nuevo Mundo, correspondió la honra de divulgar en la Universidad de Méjico, por primera vez, las ideas críticas del genial pensador valenciano y de haber establecido en ellas sus métodos pedagógicos para la enseñanza del latín. En mil quinientos cincuenta y cuatro fueron por él impresos en Méjico algunos coloquios de Vives, a los que agregó siete originales suyos, consagrados a ejercicios para estudiantes de lengua latina y Retórica. Tres de ellos contienen su famosa descripción de la Ciudad de Méjico.{5}

En mil quinientos sesenta, Cervantes de Salazar publicó su Túmulo imperial de la gran ciudad de México, a las obsequias del invictísimo César Carlos V, opúsculo de capital importancia para la Historia de las Letras mejicanas y que nos permite formar un concepto exacto del portentoso desarrollo cultural y económico logrado por Méjico en el corto lapso que desde la Conquista había transcurrido.

En mil quinientos setenta y cinco se suscitó en Méjico animada controversia de carácter moral y estético, sobre la conveniencia o no de estudiar los autores clásicos, la que pudo tener perniciosa influencia en la marcha de la cultura americana, si no hubiera predominado la cordura, como por suerte sucedió, imponiéndose los pensadores y literatos de más amplio criterio. Inició esta controversia el primer profesor de Humanidades que tuvo la Compañía de Jesús en Méjico, el jesuita italiano Vicente Lanuchi, hombre de estrechísimo criterio, acerbamente contrario a la lección de los poetas clásicos.

Desde los primeros siglos del cristianismo hubieron fieles que discreparon de la opinión de los grandes Padres y Doctores de la Iglesia que favorecían el estudio de las ciencias y artes de los gentiles. Para limitarnos sólo a España, recordaremos que San Isidoro de Sevilla en su libro de las Sentencias, aconseja a los cristianos no leer los libros de los gentiles ni las ficciones de sus poetas, para evitar que con el atractivo de la fábula no se mueva el ánimo a la liviandad y no se llegue por amor a la elegancia de la forma hasta despreciar la lección de las Sagradas Escrituras y abandonar el estudio de sus divinos misterios.{6} Esta doctrina legada por San Isidoro a varios de sus discípulos, no era original del sabio doctor de la Iglesia española: Se limitaba a exponer el pensamiento de San Gregorio el Magno. El mismo San Isidoro, en otra de sus obras. Cuestiones sobre el Éxodo{7}, con generosa inconsecuencia, inspirándose en San Basilio, aconseja el estudio de las obras de los gentiles y pondera la gran utilidad que de ellas pueden sacar los cristianos.

Por fortuna para la cultura americana, los jesuitas se inclinaban a esta última doctrina y los superiores del Padre Lanuchi eran hombres cultos y de recto juicio, por lo que el General de la Orden dispuso, el ocho de Abril de mil quinientos setenta y siete, “no se dejasen de leer los libros profanos, siendo de buenos autores, como se lee en todas las otras partes de la Compañía, y los inconvenientes que V. R. significa, los maestros los podrán quitar del todo, con el cuidado que tendrán en las ocasiones que se ofrecieren”. A los jesuitas se debió la impresión, en mil quinientos setenta y siete, por primera vez en América, de los Tristes y Ponto de Ovidio. El libro lleva agregados al final himnos de Sedulio y la traducción latina de versos griegos de San Gregorio Nacianceno.

En mil quinientos setenta y nueve se editó en Méjico el libro Doctrina Cristiana del doctor don Sancho Sánchez de Muñón, quien llegó a dicha ciudad en mil quinientos sesenta, y, desde el veinte y seis de Abril de ese año, ejerció los cargos de Maestrescuela de la Catedral de Méjico y Cancelario de su Universidad, la que, el veinte y ocho de julio del mismo año, le otorgó el título de Doctor en Teología. Trasladóse a España en mil quinientos setenta y se ignora la fecha de su regreso al Nuevo Mundo, donde murió, en la ciudad de Méjico, en mil seiscientos uno. Don Marcelino Menéndez y Pelayo{8} le atribuye la paternidad de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia: “para nosotros es la mismísima persona que el ingenioso y desenfadado autor de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, quizá la mejor entre las imitaciones de la Celestina” y agrega en nota: “Don Juan Eugenio Hartzenbusch descifró el enigma contenido en los versos que acompañan a la Tragicomedia de Lisandro, y leyó en ella el nombre del autor, Sancho Munino, natural de Salamanca. Los señores Fuensanta del Valle y Sancho Rayón leyeron después Sancho de Munnón, o Muñón, y, en efecto, lograron noticia de un maestro Sancho de Muñón, teólogo, que por los años 1549 residía en las escuelas de Salamanca, y asistió a varios claustros plenos, sentándose nada menos que al lado de Melchor Cano, y tomando parte en la reforma de los Estatutos de la Universidad”. De confirmarse la identidad, no cabe duda que dado su cargo en la Universidad, el doctor Sánchez de Muñón debió influir grandemente por su talento y doctrina en el desarrollo de las ideas teológicas y filosóficas en Nueva España. Desgraciadamente, sólo se trata de verosímiles conjeturas.

En Santo Domingo residió Fray Gabriel Téllez, el inmortal Tirso de Molina. Aunque no puede precisarse con absoluta exactitud la fecha, es probable estuvo en la isla durante los años de mil seiscientos quince a mil seiscientos diez y siete. El Comendador de La Merced, Fray Pedro de San Cecilio, en su obra Patriarcas, Arzobispos y Obispos Mercenarios{9}, dice: “Conocí al Padre Presentado Téllez en Sevilla, cuando vino de la provincia de Santo Domingo, y caminé con él hasta la villa de Fuentes, donde yo era actual Comendador el año de 1625”; pero esta fecha está equivocada, porque consta se hallaba Tirso en Madrid en Setiembre de mil seiscientos veinte y cuatro. Es indiscutible, en cambio, su estadía en Santo Domingo en mil seiscientos quince, pues en su libro Deleitar aprovechando relata un certamen literario celebrado en la Isla, el ocho de Setiembre de dicho año, en honor de una imagen de la Virgen de La Merced, habiendo participado en él con varias composiciones poéticas. También nos consta, por su propio testimonio, seguía en Santo Domingo en mil seiscientos diez y siete, año en que un terrible terremoto conmovió la Isla y “dio en tierra con lo más fuerte y vistoso de sus fábricas, durando esta desdicha más de cuarenta días con mortales temblores de la tierra a tres y cuatro veces en cada uno”{10}. Tirso nos cuenta estuvo presente cuando la proclamación de la Virgen de La Merced como Patrona de Santo Domingo, hecha por la Real Audiencia, el Cabildo, Justicias y Regidor{11}. Sobre su venida a América y el estado social e intelectual de Santo Domingo, nos da pocas pero preciosas noticias, en su Historia General de La Merced.{12}

El viaje de Tirso al Nuevo Mundo, no dejó huellas en su obra literaria. Sólo parece haberse hecho sentir su influjo en la épica concepción de su trilogía de Los Pizarros, una de sus obras de segundo orden, en la que aprovechó además algunas tradiciones locales de Trujillo, patria de los conquistadores del Perú, y ciudad en la que desempeñó en mil seiscientos diez y nueve el cargo de Comendador del Convento de La Merced.

Tirso mantuvo siempre estrecha amistad con Alarcón, el genial mejicano, con quien colaboró en varias obras. Uno y otro acaudillaban a los enemigos de Lope de Vega, militando en sus filas Guillén de Castro, Mira de Amescua, Luis Vélez de Guevara y Luis de Belmonte, habiendo osado éste último proclamar en la dedicatoria de una comedia escrita por nueve poetas en honor de Don García Hurtado de Mendoza, el vencedor de los araucanos, que eran los que en España tenían el mejor lugar, a despecho de la envidia.

Pero Tirso no fue sólo un admirable y portentoso escritor dramático, un erudito historiador que desempeña el cargo de Cronista General de su Orden y escribe una Historia de ella, un fraile que ejerce con brillo las más altas dignidades, sino también un docto Lector o Maestro de Teología. Su saber filosófico y teológico brilla en la concepción de una de las obras más admirables del genio español: El Condenado por Desconfiado. Con razón escribe Don Marcelino Menéndez y Pelayo{13}: “El nervio teológico que hay en El Condenado no vuelve a encontrarse en drama alguno de nuestro teatro, ni siquiera en la brillante poesía alegórica de los autos de Calderón, cuya teología es de un género mucho más popular y menos escolástico. El autor de esta creación asombrosa (en su línea la primera de nuestra literatura) no pudo ser un mero creyente, sin más doctrina especulativa que la muy sólida, en verdad, que todo el pueblo español tenía en el siglo XVII. Con esa elemental doctrina religiosa se pueden hacer autos al Nacimiento, alegorías al Santísimo, comedias de vidas de Santos, leyendas dramáticas como El Anticristo, de Alarcón; se pueden presentar conflictos admirablemente trágicos como los de La Devoción de la Cruz, El Purgatorio de San Patricio, El Esclavo del Demonio, La Fianza Satisfecha, pero no se puede escribir un drama de controversia dialéctica, rigurosa y precisa, como El Condenado; no se puede llegar a las entrañas y a lo más abstruso de la teología; no se puede revestir de luz poética los conceptos más radicales de la Ética cristiana, dramatizando la batalla entre la predestinación y el libre albedrío… El autor del El Condenado tuvo que ser un hombre avezado a la disputa silogística y al estrépito de las aulas, un ergotista de pulmones de hierro, profundamente versado en la ciencia de Báñez y Molina… Sólo de la rara conjunción de un gran teólogo y de un gran poeta en la misma persona pudo nacer este drama único, en que ni la libertad poética empece a la severa precisión dogmática ni el vigor de la doctrina produce aridez y corta las alas a la inspiración, sino que el concepto dramático y el concepto transcendental parece que se funden en uno solo, de tal modo, que ni queda nada en la doctrina que no se transforme en poesía ni queda nada en la poesía que no esté orgánicamente informado por la doctrina.”

Nada sabemos de los estudios realizados por Tirso en América y si aquí escribió algunas de sus obras geniales. Ignoramos también si tuvo ocasión de difundir su saber teológico. Probablemente absorbieron toda su actividad las labores de Visitador de la Orden y sus infatigables esfuerzos de evangelizador. Sin embargo, antes de venir a América había escrito muchas obras notables. Andrés de Claramonte en su Letanía Moral, publicada en mil seiscientos trece pero que había sido aprobada para la impresión en mil seiscientos diez, comprende en el enquiridión de los ingenios alabados a Fr. Gabriel Téllez Mercenario, poeta cómico, y cuando en mil seiscientos veinte y uno da Tirso a luz su primer libro, Los Cigarrales de Toledo, nos cuenta tenía catorce años de escribir comedias, habiendo para entonces compuesto más de trescientas que habían “divertido melancolías y honestado ociosidades”{14}. ¿Algunas de ellas fueron escritas en América? Lo ignoramos. Muchos eruditos opinan conoció Tirso en Sevilla, a su venida o regreso de América, la leyenda que inspiró El Burlador de Sevilla. Si lo primero fuera exacto, no sería imposible hubiera concebido en América el tipo de Don Juan, del cual dijo con razón el Padre Arteaga, era “el carácter más teatral que en ningún tiempo ha aparecido en la escena”, y cuyas imitaciones en todas las lenguas y por los mejores ingenios del Orbe son infinitas. También es verosímil haya escrito en el Nuevo Mundo, en todo o en parte, el libro de Los Cigarrales, compilación de poesías líricas, comedias y novelas. Entre estas últimas se encuentra su mejor novela: Los tres Maridos Burlados. El volumen contiene también dos de sus comedias más perfectas: El Celoso Prudente y El Vergonzoso en Palacio. A pesar de lo breve de la estadía de Tirso en el Nuevo Mundo, puede conjeturarse, con fundamento, que visitara además de Santo Domingo, otras regiones americanas; mas si ello se realizó, las Crónicas guardan al respecto absoluto silencio.

La astrología judiciaria tuvo en América un cultivador en el Capitán Melchor Xufré del Águila, autor del Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del Reyno de Chile, con otros dos discursos. Uno de avisos prudenciales en las materias de gobierno y guerra. Y otro de lo que católicamente se debe sentir de la astrología judiciaria. Dirigido al Excmo. Sr. Conde de Chinchón, Virrey destos Reinos del Perú, Tierra Firme y Chile, libro publicado en Lima en mil seiscientos treinta y que acredita a su autor como uno de los peores versificadores que han escrito en lengua castellana, aunque su valor es grande como fuente para la Historia de Chile. Si bien el Capitán Xufré del Águila rechaza la acusación de creer en la astrología judiciaria su misma defensa demuestra tenían razón sus acusadores. Así escribe: “Ha habido alguna voz en este reino y fuera de él, de que soy de los que dan demasiada creencia a los pronósticos de la astrología, y por eso hice este tratado, en que se ve muy claro que no soy de esta secta envanecida, si bien tengo por cordura muy grande el no desestimar los avisos que a veces por impensados medios nos envía la divina Providencia.”

Las tradiciones neoplatónicas, aunque en extremo empobrecidas, hicieron sentir su acción, en forma indirecta pero poderosa, en la escolástica, principalmente gracias a San Agustín y al misticismo del falso Areopagita. Esta tendencia rompe la fuerte armadura escolástica y sirve de contrapeso a los excesos del intelectualismo dialéctico. En España la corriente platónica fertiliza las páginas de muchos ilustres autores y en la hora de su apogeo intelectual baña de luz las doctrinas sutiles y etéreas de sus inmortales místicos. En el Renacimiento la doctrina platónica estaba en la atmósfera intelectual de la época. Hasta los poetas profanos solían ser sutiles metafísicos de amor.

Los libros místicos españoles se difundieron muy pronto y con gran éxito en el Nuevo Mundo. La Inquisición vedaba con exquisito cuidado los que adolecían de quietismo místico o contenían proposiciones que tuvieren alguna lejana semejanza con las doctrinas luteranas sobre justificación. En los primeros tiempos, cuando los pensadores españoles mantenían áspera lucha contra la Reforma protestante, los Índices de Valdés y Quiroga extremaron el rigor en estas materias. En general, los teólogos de la época sentían marcada prevención contra los libros de devoción en lengua castellana. Melchor Cano, en su Censura del Catecismo de Carranza llega a decir{15}: “A Fray Luis de Granada le podía la Iglesia reprender gravemente en tres cosas: la una, en que pretendió hacer contemplativos e perfectos a todos, e enseñar al pueblo, lo que a pocos dél conviene, porque muy pocos populares pretenderán ir a la perfección por aquel camino de Fr. Luis, que no se desbaraten en los ejercicios de la vida activa competentes a sus estados e por el provecho de algunos pocos dar por escrito doctrina en que muchos peligrarán, por no tener fuerzas ni capacidad para ello, siempre se tuvo indiscreción perjudicial al bien público, e contraria al seso e prudencia de San Pablo.” Afortunadamente, aunque se llegó a prohibir las primeras ediciones de algunas obras de Fray Luis de Granada, no se pudo detener el ímpetu de este poderoso movimiento, al que debieron la Literatura y la Filosofía Castellana muchas de sus obras más excelsas por el estilo, de mayor profundidad de pensamiento y de más grande originalidad. Los nombres de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Beato Juan de Ávila, Fray Luis de Granada, Fray Luis de León, Fray Juan de los Ángeles, Malón de Chaide, Fray Diego de Estela, &c., &c., entre los ortodoxos; Juan de Valdés, entre los heterodoxos, vivirán mientras en Europa, América y Oceanía haya un hombre que hable el hermoso idioma castellano y aún extinto éste, quedarán sus libros como arquetipos de altos y nobles pensamientos y como modelos de una lengua, la más perfecta, en sus labios, para expresar las ardientes efusiones del alma movida por el amor divino, y disertar sobre los eternos e insondables misterios de la suma belleza.

Lorenzo de Cepeda, hermano de Santa Teresa de Jesús, famoso por las cartas que ésta le escribiera, residió en América durante treinta y cuatro años, domiciliándose en Quito, donde desempeñó los cargos de Regidor del Cabildo en mil quinientos cincuenta, Alcalde primero en mil quinientos cincuenta y uno y, por último, el de Tesorero de las Cajas Reales. Es autor de una glosa en verso al tema “Dios incluye en sí todas sus criaturas, y que ninguna está fuera de Él; y que por consiguiente, el mismo Dios está en ellas, más que ellas mismas, y Él es el centro del alma, si la hubiere tan limpia, que no impida esta admirable unión hallarse há a sí en Dios y a Dios en sí, sin rodeo”. Sobre este tema místico escribieron también en prosa San Juan de la Cruz, Julián de Ávila y Francisco de Salcedo y habiendo don Alonso de Mendoza, Obispo de Ávila, dispuesto sentenciase Santa Teresa sobre el mérito de las obras presentadas al certamen, escribió ésta con tal motivo un gallardísimo vejamen. Sobre el mismo tema compuso la Santa la conocida glosa{16}:

Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en tí.

La glosa de Lorenzo de Cepeda dice así{17}:

TEMA
El sumo Bien en su Alteza,
Dice al alma enamorada.
Que se busque en su grandeza,
I que a su inmensa belleza,
Busque en su pobre morada.

RISPUESTA
De amor la suprema fuente,
Sin bajar de sus Alturas,
Con su amor omnipotente.
Hállase siempre presente
I encierra en Sí sus criaturas.
I el mismo amor que fue de ellas
Su principio, sin tenerle,
Ama tanto estar con ellas
Que está muy más dentro en ellas,
Que ellas mismas sin quererle.
Pues el alma limpia y pura,
Que amare en esto pensar,
Se hallará con gran ternura
En esa suma hermosura
I a sí mismo sin rodear.

La doctrina platónica anima el Discurso en Loor de la Poesía, obra de una inspirada poetisa peruana, discípula del gran lírico español Diego Mejía, en cuyo libro Parnaso Antártico vio la luz esta joya del arte americano. Con justicia dijo de ella el alto ingenio de Pombo: “Rara vez en verso castellano se ha discurrido más alta y poéticamente sobre la poesía”{18}.

La desconocida poetisa no procede tanto discursiva como intuitivamente, no busca la verdad filosófica sino el lauro poético; pero en ella el sentimiento lírico no vela el puro pensamiento especulativo. Con indiscutible gallardía supo sintetizar su doctrina estética en versos hermosos y robustos, de elegante factura:


El don de la poesía abraza y cierra,
Por privilegio dado de la altura,
Las ciencias y artes que hay acá en la tierra.
Esta las comprehende en su clausura,
Las perfecciona, ilustra y enriquece
Con su melosa y grave compostura.
I aquel que en todas ciencias no florece,
I en todas artes no es ejercitado,
El nombre de poeta no merece.
I por no poder ser que esté cifrado
Todo el saber en uno sumamente,
No puede haber poeta consumado...
Pues ya de la Poesía el nacimiento.
I su primer origen ¿fue en el suelo?
¿O tiene aquí en la tierra el fundamento?
Oh Musa mía, para mi consuelo
Dime dónde nació, que estoy dudando
Nació entre los espíritus del cielo...
De esta región empírea, santa y bella,
Se derivó en Adán, primeramente,
Como la hueste Délfica en la estrella.
¿Quién duda que advirtiendo allá en la mente,
Las mercedes que Dios hecho le había
Porque le fuese grato y obediente,
No entonase la voz con melodía,
I cantase a su Dios muchas canciones,
I que Eva alguna vez le ayudaría?
I viéndose después entre terrones,
Comiendo con sudor por el pecado,
I sujeto a la muerte y sus pasiones,
Estando con la reja y el arado,
¿Qué elegías compondría de tristeza,
Por verse de la gloria desterrado?

El inca Garcilaso de la Vega nació en el Cuzco en mil quinientos cuarenta, fruto de la unión de un conquistador de nobilísimo linaje y de una sobrina de Huayna Capac. Aunque su cultura fue esencialmente española, guardó siempre en su alma nostálgico amor por su tierra natal y por las hazañas, glorias y grandezas de sus antepasados maternos. Elegantísimo prosista castellano, a él se debe la traducción a este idioma de una de las obras fundamentales de la filosofía española: Los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo, que aunque primitivamente escritos en castellano, perdido el original, sólo se conservaron en imperfecta versión italiana, de la que fueron devueltos al idioma originario por el Inca, en prosa digna de colocarse al lado de los grandes modelos de la lengua. La traduzión del Indio de los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo, hecha de Italiano en Español por Garcilaso Inga de la Vega, natural de la gran Ciudad del Cuzco, cabeza de los Reyes y Provincias del Pirú, vip la luz en mil quinientos noventa, en Madrid.{19}

De estos diálogos se hicieron al castellano dos versiones más: La una, por un judío anónimo{20} y la otra, por Micer Carlos Montesa{21}. Una y otra muy inferiores a la de Garcilaso. Aunque la traducción del Inca había sido aprobada por varones tan doctos como el jesuita Jerónimo de Prado y el agustino Fray Hernando de Zárate, lo cierto es que por haberse conservado en ella algunos rasgos de teosofía y cabalismo existentes en el original, fue puesta en el Índice por la Inquisición, la que dejó correr las otras traducciones en que ellos fueran suprimidos.

En el gran filósofo español León Hebreo,{22} se confunden varias corrientes ideológicas: La tradición filosófica de los judíos españoles; la especulación de los árabes andaluces, principalmente de Averroes, y el neoplatonismo renacentista, que tiene en él uno de sus pensadores más insignes. Son los diálogos una filosofía del amor, dando a este término una acepción platónica. León Hebreo la denomina Philographia. Su platonismo no tenía nada de exclusivista, que no en vano en los siglos XI y XII entre los judíos españoles se contaron el aristotélico Maimónides y el platónico Ben Gabirol. Mas no todo es helénico en León Hebreo. En su pensamiento hay muchos elementos de la mística alejandrina, otros provenientes de la cábala, no faltando los de origen cristiano.

Los diálogos se hicieron popularísimos, multiplicándose las ediciones, y sus doctrinas neoplatónicas tuvieron inmensa influencia en la filosofía y en la literatura castellana.

Escribió Garcilaso dos obras históricas de gran mérito: La Florida del Inca o Historia del Adelantado Hernando de Soto y la Historia General del Perú, que trata el descubrimiento de él, y cómo lo ganaron los españoles; las guerras civiles que hubo entre Pizarros y Almagros sobre la partija de la tierra; castigo y levantamiento de los tyranos y otros sucessos particulares.

El libro más famoso del Inca, e indiscutiblemente su obra maestra, son los Comentarios Reales que tratan del origen de los Incas, reyes que fueron del Perú; de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y conquistas, y de todo lo que fue aquel imperio, y su República, antes que los españoles pasaran a él. Es un error considerar esta obra como un libro rigurosamente histórico. En realidad es una novela filosófica, en la que el autor describe un estado ideal, gobernado por una teocracia guiada por elevadas ideas éticas. El libro merece colocarse, por el poder de la fantasía, la pureza de los sentimientos y la elevación del pensamiento, en la misma línea que la Utopía de Santo Tomás Moro y la Ciudad del Sol de Campanella.

El espíritu americano anima las páginas de este libro en que el autor evoca las glorias de la raza de su estirpe materna. Él mismo nos cuenta: “Residiendo mi madre en el Cuzco, su patria, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades de Atahualpa escaparon; en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus reyes, de la majestad dellos, de la grandeza de su imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y en favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen acaecido, que no la trajesen a cuenta. De las grandezas y prosperidades pasadas, venían a las cosas presentes; lloraban sus reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su república. Estas y otras semejantes pláticas tenían incas y pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido, siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: “trocósenos el reinar en vasallaje”. En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas”.{23}

Iniciada la Colonización del Nuevo Mundo, ya desde la primera generación criolla o mestiza encontramos modos de ver, ideas y sentimientos americanos, fruto de las influencias del ambiente, los cuales se muestran también vigorosos en los españoles que se radicaron en América. El sentimiento americano de Garcilaso, aunado a la extensa cultura española y clásica del autor, a su poder de fantasía y al orgullo que sentía por su preclaro linaje, da a sus obras un sabor exquisito e inconfundible.

No fue Garcilaso un filósofo original; pero gracias a él, las divinas doctrinas del Fedro y del Simposio florecieron por primera vez en labios americanos, expuestas en prosa de clásica factura y singular elegancia, que parece iluminada por un pálido reflejo de la luz del Ática.




{1} De Locis Teologiam.– Liber IX.– Cap. VII.

{2} Fray Diego Basalenque.– Historia de la Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán.– Ed. La Voz de México.– 1886.

{3} Meléndez.– Tesoros Verdaderos de las Indias.– Tomo I.– Pág. 146.

{4} La Breve y Compendiosa doctrina Cristiana en lengua mexicana y castellana de Zumárraga, editada en Méjico, en 1539, es el primer libro impreso en América.

{5} Véase: México en 1554.– Tres diálogos latinos que Francisco Cervantes de Salazar escribió en México en dicho año. Los reimprime, con traducción castellana y notas, Joaquín García Icazbalceta.– México.– Andrade y Morales.– 1875.

{6} Sententiarum (De libris gentilium) Lib. III.

{7} Cap. XV, n. 2.

{8} Historia de la Poesía Hispano-Americana por el doctor Marcelino Menéndez y Pelayo.– Madrid.– Librería General de Victoriano Suárez.– 1911.– Tomo I.– Pág. 48.

{9} Libro inédito de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

{10} Historia General de La Merced. M. S. Academia de la Historia.– Madrid.– 1635.– Fols. 183 y 187 vto.

{11} Historia General de La Merced. M. S. Academia de la Historia.– Madrid.— Folio 461 vto. y 55.

{12} Historia General de La Merced. M. S. Academia de la Historia.– Madrid.– Tomo 2º.– Folio 240 vto. y ss.

{13} Estudios de Crítica Literaria por el doctor don M. Menéndez y Pelayo.– Segunda Serie.– Segunda Edición.– Madrid.– Tipografía de la Revista de Archivos.– Colección de Escritores Castellanos.– 1912.– Págs. 177-178 y 179.

{14} Cigarrales de Toledo.– Primera parte.– Compuestas por el Maestro Tirso de Molina. Natural de Madrid. En Madrid, por Luys Sánchez. Año de 1624.

{15} Libro Segundo de Audiencias del Proceso de D. Fr. Bartolomé Carranza.– Academia de Historia.– Madrid.

{16} Obras de Santa Teresa de Jesús, Novísima Edición, corregida y aumentada conforme a los originales y a las últimas revisiones, y con notas aclaratorias por D. Vicente de la Fuente.– Tomo III.– Comprende los opúsculos preceptivos, que son: Las Constituciones, Avisos y modo de visitar los Conventos, juntamente con otros escritos breves suyos o atribuidos.– Con licencia de la Autoridad eclesiástica.– Madrid.– Compañía de Impresores y Libreros del Reino, San Bernardo, 92.– 1881.– Págs. 99 y 162.

{17} Obras de Santa Teresa de Jesús, Novísima Edición, Corregida y aumentada conforme a los originales y a las últimas revisiones, y con notas aclaratorias por D. Vicente de la Fuente. Tomo VI.– Comprende los documentos relativos a Santa Teresa y sus obras.– Con licencia de Autoridad eclesiástica.– Madrid: Compañía de Impresores y Libreros del Reino. San Bernardo, 92.– 1881.– Págs. 51 y 52.

{18} Prólogo a las Poesías de Doña Agripina Montes del Valle.– Bogotá.– 1883.– Págs. XLVIII.

{19} La traduzión del Indio de los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo, hecha de Italiano en Español por Garcilaso Inga de la Vega, natural de la gran Ciudad del Cuzco, cabeza de los Reynos y Provincias del Perú. Dirigidos a la Sacra Católica Real Majestad del Rey don Felipe nuestro señor. En Madrid.– En casa de Pedro Madrigal.– MDXC.

{20} Los Diálogos de Amor de Mestre León Abarbanel Médico y Filósofo excelente. De nuevo traduzidos en lengua castellana, y deregidos a la Majestad del Rey Felippo. Con previlegio della Ilustríssima Señoría. En Venetia, con licenza del Superiori.– MDLXVIII.

{21} Philographia Vniversal de todo el mundo, de los Diálogos de León Hebreo, traduzida de Italiano en Español, corregida y añadida, por Micer Carlos Montesa, Ciudadano de la insigne ciudad de Çaragoça. Es obra utilísima y muy provechosa, assi para seculares como religiosos. Visto y examinado por orden de los Señores del Consejo Real. Con licencia y previlegio. En Çaragoça a costa de Angelo Tavanno.– Año MDII.

{22} Su verdadero nombre era Judas Abarbanel.

{23} Comentarios Reales que tratan del origen de los Incas, reyes que fueron del Perú; de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y conquistas, y de todo lo que fue aquel imperio, y su República antes que los españoles pasaran a él.– Madrid.– 16.– Primera parte.– Lib. I.– Cap. XV.

(Ramón Insúa Rodríguez, Historia de la Filosofía en Hispanoamérica, Guayaquil 1949, páginas 59-92.)