Capítulo IV
Las doctrinas regalistas en España y su influjo en América
Las doctrinas regalistas en España y su influjo en América.– La expulsión de los jesuitas.– Varones eminentes que se contaban entre los jesuitas expulsados.– El Abate Hermoso.– José Basilio de Gama.– Filósofos jesuitas americanos: Padre Diego José Abad.– Padre Francisco Javier Alegre.– Padre Agustín de Castro.– Padre Rafael Landívar.– Padre Pedro Márquez.– Padre Manuel Menéndez.– Padre Juan Bautista Aguirre.–Padre Lacunza.– Filósofos jesuitas españoles que residieron en Hispanoamérica: Padre Joaquín Millás.– Padre Juan Manuel Peramás.
Las ideas filosóficas en Hispanoamérica durante la Colonia siguieron con algunos años de retraso las vicisitudes todas del pensamiento español peninsular. Por ello, el declinar del sentimiento religioso, los ataques a la hegemonía del catolicismo, el quebranto sufrido en su prestigio por la Filosofía escolástica en España, durante el reinado de Carlos III, no tardaron en repercutir en los Virreinatos de Ultramar. En un principio, lo mismo en América que en Europa, la guerra al catolicismo se oculta bajo las apariencias de una defensa de las Regalías de la Corona y del Patronato Real. Desde los primeros días de la Conquista existió pugna entre el fuero eclesiástico y el real y celos de precedencia y predominio dividieron a Virreyes y Arzobispos, a eclesiásticos y seglares, pero todos eran igualmente creyentes. En el siglo XVIII la situación había esencialmente variado: Más que a defender las regalías y el patronato real, se miraba a combatir la Fe y quebrantar el poder de la Iglesia. Las luchas entre el clero regular y el secular, los celos y rencillas que dividían a las Órdenes Religiosas, facilitaron la labor de sus enemigos y cuando por la Pragmática Sanción de Carlos III los jesuitas fueron expulsados de América, todo espíritu perspicaz comprendió tenían los anticlericales ganada la batalla, con la destrucción del cuerpo más disciplinado, de mayor cultura y cuya influencia y prestigio eran más grandes en el pueblo.
Las regalías podemos definirlas diciendo eran el conjunto de derechos que tenía el Estado para intervenir en materias eclesiásticas. El origen de las regalías se encuentra en el siglo XV. Estaban formadas por privilegios y concesiones de los Pontífices a los Reyes y usos y costumbres tradicionales. Entre las regalías más importantes se contaban: el derecho de presentación de Obispos; los expolios, en virtud de los cuales ingresaban en el fisco real las rentas de las sedes vacantes, y el Placet, Regium Exequatur, Pase regio o retención de Bulas. El Papa Adriano, en mil quinientos veinte y tres, reconoció a los Reyes de España el derecho de presentar Obispos en su carácter de patronos de las iglesias de sus reinos; en mil quinientos veinte y nueve, el Papa Clemente VII confirmó el derecho de presentación y estableció en Madrid el Tribunal de la Nunciatura formado por un auditor y seis protonotarios, todos españoles, concediéndole facultades para resolver casi todas las apelaciones que hasta entonces subían a Roma, y en mil quinientos treinta y cuatro, en tiempos de Paulo III, se creó la Comisaría de Cruzada, encargada de la recaudación de las rentas que en virtud de varias concesiones de los Papas, cuyo origen se remontaba al siglo XV, cobraban los Reyes, y que comprendían: diezmos, maestrazgos, encomiendas, beneficios, vacantes, expolios y medias anatas.
Los llamados recursos de fuerza en materia eclesiástica fueron frecuentísimos. Muchos religiosos buscaban ampararse, mediante ellos, en el poder del Rey, contra los excesos de autoridad, reales o supuestos, de sus superiores.
Muy extensa es la literatura consagrada por los juristas españoles al estudio de las regalías y recursos de fuerza en causas eclesiásticas. Entre los tratados básicos sobre la materia recordaremos el del jesuita P. Enríquez, De Clavibus Romani Pontificis, los de don Pedro González de Salcedo, don Jerónimo de Cevallos y sobre todo los del célebre jurisconsulto don Francisco Salgado de Somoza. Roma condenó los libros de Enríquez, Cevallos y Salgado; en cambio, la Inquisición española no los incluyó nunca en sus Índices y el Consejo de Castilla llegó en represalia hasta recoger los libros del Cardenal Boronio y ordenar se suprimiese en ellos todo lo referente a la Monarquía de Sicilia.
Melchor Cano, cuyas obras filosóficas eran tan admiradas y leídas en Hispanoamérica como en Europa, dio a los regalistas la piedra angular de su defensa, con su famosa Consulta. En ella el genial filósofo y teólogo español, después de afirmar que según la Biblia “está reprobado y maldito el descubrir las vergüenzas de los padres”, que al Papa “debemos más respeto y reverencia que al propio padre que nos engendró” y reconociendo es en extremo difícil “apartar el Vicario de Cristo de la persona en quien está la Vicaría”, llega hasta decir, dejándose arrebatar por la vehemencia y fogosidad de su carácter combativo, “que malos ministros habían convertido la administración eclesiástica en negociación temporal y mercadería y trato prohibido por todas las leyes divinas, humanas y naturales” y que “mal conoce a Roma el que pretende sanarla. Curavimus Babylonem, et non est sanata”.
Melchor Cano afirma en su tan discutido Parecer que en casos extremos y en que el acceso a Roma no es seguro, pueden los Obispos hacer “todo lo necesario para la buena gobernación eclesiástica, aun en aquellos casos que por derecho se entiende están reservados al Sumo Pontífice”; y proclama tienen los Reyes el deber de defender sus reinos contra quien pretenda dañarles por fuerza o hacerles un injusto agravio. En el Papa hay “dos personas: una, la de Prelado de la Iglesia universal; otra, la de príncipe temporal de sus tierras”. Como Paulo IV hace la guerra al Monarca español en carácter de Príncipe aliado del Rey de Francia y no de Vicario de Cristo, es preciso combatirlo y detenerlo; eso sí “con mucho miramento y quitado el bonete”. Propone, mientras dure la guerra, se ocupen las temporalidades de los Obispos que residen in curia sin causa justificada, no se permita a los súbditos del Rey trasladarse a Roma y se impida toda remesa de dinero. Al celebrarse la paz debe exigirse la abolición de las reservas y los mandatos; sean despachados todos los asuntos por los Nuncios, gratis y con asesores españoles; sentencien todas las causas ordinarias en España, y no salgan de ella ni vacantes ni españoles.
La pugna se agudizó durante la Guerra de Sucesión de España, por ser el Papa Clemente XI tan contrario a Felipe V, que llegó hasta reconocer como Rey al Archiduque Carlos. Felipe V no vaciló en romper las relaciones con la Santa Sede, expulsar el Nuncio y clausurar el Tribunal de la Nunciatura.
Las Cortes de mil setecientos trece se quejaron de los abusos de la Curia Romana. Don Francisco de Solís, Obispo de Córdoba y Virrey de Aragón, reunió las quejas y los argumentos de los regalistas en su célebre Dictamen que de orden del Rey comunicada por el marqués de Mejorada del Despacho Universal, con los papeles concernientes que había en su secretaría, dio el Ilmo. Sr. D. Francisco de Solís, Obispo de Córdoba y Virrey de Aragón, en el año de mil setecientos nueve, sobre los abusos de la Curia Romana, por lo tocante a regalías de S. M. C. y jurisdicción que reside en los Obispos.
En América, donde el Patronato daba a los reyes de España extensísima jurisdicción en materias eclesiásticas, Virreyes, Presidentes de Audiencias y Audiencias se esforzaron por establecer su supremacía, en su carácter de representantes de la Corona, sobre Arzobispos, Obispos y Cabildos eclesiásticos. Estos, se resistían, apoyándose en el intenso sentimiento religioso que caracterizó a esta época. Las autoridades civiles recibían con entusiasmo y abrazaban con decisión las doctrinas que mantenían la primacía de la Corona frente a los defensores de los poderes eclesiásticos. Según el mayor o menor talento, saber y energía de seglares y eclesiásticos, se extendían o mermaban las respectivas jurisdicciones. Los límites que las separaban eran muy vagos en el Nuevo Mundo. El patronato reconocido al Rey de España permitía a sus representantes gran intervención en los asuntos eclesiásticos, y a su vez prelados y frailes gustaban en demasía, de intervenir en asuntos de gobierno, aspirando, con frecuencia, a avasallar a los representantes del Rey.
Durante muchos años, la lucha fue entre seglares y eclesiásticos todos católicos, que se disputaban la supremacía, pero acordes en materias de fe. No iba a tardar en variar la situación y transformarse la defensa de las Regalías de la Corona y del patronato real, en mero pretexto para avasallar, y en lo posible destruir, la Iglesia Católica. Sin embargo, dos de los más notables regalistas de la época, acérrimos defensores de los derechos de la Corona, el español don Melchor de Macanaz y el portugués P. Antonio Pereira de Figueiredo, fueron, o por lo menos se proclamaron, católicos.
Don Melchor de Macanaz, por sus extensos conocimientos jurídicos, su energía, actividad y gran influencia en la política de su tiempo, llegó a convertirse en el inspirador de los regalistas españoles. Sus doctrinas y aspiraciones se resumen en su Informe fiscal al Consejo de Castilla, de diez y nueve de Diciembre de mil setecientos trece, generalmente conocido bajo el nombre de Memorial de los cincuenta y cinco puntos. En este Informe Fiscal se solicita la gratitud de las provisiones pontificias; se prohíban con severos castigos las reservas; se anulen las pensiones sobre dignidades y beneficios eclesiásticos; no se permita ir a Roma a solicitar beneficios; no se consientan las coadjutorías con derecho de sucesión, los accesos, regresos e ingresos en beneficios; se castigue solicitar dispensas matrimoniales a Roma, sin previo conocimiento de la autoridad civil; no se tolere vayan expolios y vacantes a poder de la Cámara Apostólica; no se acepten Nuncios con jurisdicción, y se prohíba con severas penas recurrir en apelación a tribunales de fuera del reino, debiendo subir todo pleito y censura eclesiástica de los ordinarios al Metropolitano y de éste al Primado; se exija el estricto cumplimiento en los Tribunales Eclesiásticos del arancel real de derechos; se retire la usurpada jurisdicción mere temporal a los Tribunales Eclesiásticos y se multipliquen y reglamenten los recursos de fuerza y los interdictos posesorios; se restrinja la amortización de bienes inmuebles; se pene a los clérigos defraudadores de las rentas reales; se reduzca la severidad y frecuencia de las censuras eclesiásticas y se limite el derecho de asilo; que la Bula In Coena Domini sólo se pueda alegar en los capítulos tradicionalmente aceptados en España; que las Bulas In Coena Domini, Unum Sanctam y otros semejantes, sólo se cumplan en las partes relativas a la religión y la fe, pero no en casos pertenecientes al gobierno temporal, no pudiendo de la Bula primeramente citada aducirse como autoridad sino los capítulos tradicionalmente aceptados en España; que los Obispados vacantes sean provistos por el Rey de acuerdo con las leyes tradicionales del reino; que el Rey pueda incluir a los eclesiásticos seculares y regulares en los repartimentos y contribuciones para la guerra y hacer uso de los metales preciosos de las Iglesias, no obstante las exenciones; que con respecto a la unión de parroquias y beneficios se cumplan las disposiciones del Concilio de Trento; que se reformen las órdenes religiosas siguiendo el ejemplo del Cardenal Cisneros y el producto de las reformas se emplee en hospitales, hospicios, escuelas, &c.; que no se consienta más de un convento de religiosos y uno de religiosas de la misma Orden en una población, no pudiendo haber sino un convento en los pueblos con menos de mil habitantes. El Memorial de Macanaz fue condenado por el Inquisidor General el treinta de Julio de mil setecientos catorce.
Influyó mucho en el pensamiento hispanoamericano el portugués P. Antonio Pereira de Figueiredo, quien es sin duda el más notable canonista entre los que militaban en las filas del regalismo. De muy extensos y sólidos conocimientos, escribió varias obras, entre las que sobresale la famosísima Tentativa Theologica{1}, donde se defiende la tesis de que impedido el recurso a la Sede Apostólica, vuelve a los Obispos, cuando lo pidiere la urgente necesidad de los súbditos, la facultad de dispensar los impedimentos públicos de matrimonio y la de proveer espiritualmente los demás casos reservados al Papa.
Pereira, aunque católico, llega hasta analizar los principios en que se fundamenta el primado del Papa e intenta rebatir las ideas que, según él, “mal formadas, destruyen todo buen orden en la jerarquía eclesiástica”. No le reconoce al Papa sino sollicitudinem super Ecclessias, limitando el primado a una mera inspección o superintendencia universal sobre la Iglesia. Sostiene poseen los Obispos la facultad de dispensar de los impedimentos matrimoniales; tienen jurisdicción ilimitada en sus diócesis, no sólo reunidos en Concilio sino aun individualmente; que su voto es decisivo en todos los asuntos de fe y disciplina, no vacilando en reconocerles autoridad suficiente para examinar y aun abrogar, en cuanto contradigan las costumbres, derechos y libertades de sus diócesis, hasta los mismos decretos de la Santa Sede romana. En cambio, para él, la sujeción de los Obispos al poder civil es tan grande, que llega al extremo de afirmar que si el Rey veda el acceso a Roma, no les corresponde a ellos investigar la justicia de la disposición, sino obedecer, por no serle lícito al súbdito discutir la justicia o injusticia de los actos del Rey, ni tener éste la obligación de informarle de las razones que le guían.{2}
La gran difusión de ideas cesaristas de esta naturaleza, explica la conducta pasiva observada, cuando Carlos III expulsa a los jesuitas de sus reinos, por muchos eclesiásticos y seglares, fervorosos católicos y muy adictos a las Órdenes Religiosas.
Defendió Pereira las doctrinas de la Tentativa Theológica en varios apéndices, en los cuales sostiene no ser dogma de fe el que esté anexo al Obispo de Roma por derecho divino el Sumo Pontificado y afirma que el texto Pasce oves meas se refiere no sólo al Papa sino también a todos los Obispos, correspondiéndoles a estos la denominación de sucesores y vicarios de San Pedro. Publicó posteriormente Pereira otro libro famoso, Demostración Theológica{3}.
Las doctrinas de Pereira influyeron decisivamente en Portugal, en la política del Marqués de Pombal, y, en España, en la de los Ministros de Carlos III. Su acción en América se hizo sentir lo mismo en la de habla portuguesa que en la de lengua española, no sólo en el campo de las ideas sino también en el de la gobernación, robusteciendo las inclinaciones que de intervenir en asuntos eclesiásticos, aprovechando el Patronato real, habían manifestado desde los primeros días de la Colonización, Virreyes y Audiencias.
Entre las obras de mayor valor de la escuela regalista se cuentan las del ilustre Fiscal del Consejo de Castilla don Pedro Rodríguez Campomanes, sobre todo su Tratado de la Regalía de la Amortización, en el cual se propone demostrar “por la serie de las varias edades desde el nacimiento de la Iglesia, en todos los siglos y países católicos, el uso constante de la autoridad civil, para impedir las ilimitadas enajenaciones de bienes raíces, en Iglesias, Comunidades y otras manos muertas, con una noticia de las Leyes fundamentales de la Monarquía Española sobre este punto, que empieza con los godos y se continúa en los varios Estados sucesivos, con aplicación a la exigencia actual del reino, después de su reunión y el beneficio común de los vasallos”{4}. Se multiplicaron las ediciones de este libro, habiéndose traducido en mil setecientos setenta y siete al italiano.
No fue menor el éxito de otra obra de Rodríguez de Campomanes titulada Juicio Imparcial{5}. El prestigio de Campomanes en América era inmenso. Cuando Eugenio de Santa Cruz y Espejo pensó imprimir su obra maestra, El Nuevo Luciano, resolvió hacerlo poniendo su libro bajo los auspicios del “Ilmo. señor Conde de Campomanes, primer sabio de la Nación y quizá el único juez en punto de universal literatura”.{6}
Entre los canonistas americanos ocupa el primer lugar por su talento y saber el quiteño Fray Gaspar de Villarroel, célebre Arzobispo de Charcas y autor de Gobierno Eclesiástico Pacífico.{7} Campomanes, en su tratado de las Regalías de España, afirma que Fray Gaspar ha dejado “admirables documentos para el uso e inteligencia del derecho de patronato real”{8}.
Realizada la Independencia de Hispanoamérica, las doctrinas de los regalistas españoles continuaron inspirando en los nuevos Estados a muchos gobernantes, siendo aceptadas por extenso sector del clero.
Durante el reinado de Carlos ID las ideas enciclopedistas se difundieron mucho en España entre las altas clases sociales. Los enciclopedistas en Europa aspiraban a reformar desde sus bases la sociedad; pronto comprendieron eran los jesuitas su mayor enemigo desde el campo de la Religión católica, y a su destrucción encaminaron sus esfuerzos, siendo en España eficazmente ayudados por los regalistas, quienes, sin dejar de ser muchos de ellos sinceramente católicos, se alinearon a su lado y les prestaron eficiente colaboración hasta lograr la extinción de la Compañía.
Carlos III, antes de heredar el trono de España por muerte de su hermano Fernando VI, había ocupado el del Reino de las Dos Sicilias. En Nápoles tuvo de ministro al famoso Tanucci, quien al trasladarse a España el Rey, continuó siendo un consejero siempre escuchado. Político de gran talento, astuto y habilísimo, alimentaba un inextinguible odio contra los jesuitas y pocos contribuyeron tanto como él a su ruina. Escribiendo a Azara, el quince de Agosto de mil setecientos sesenta y seis, ofuscado por las pasiones, no vacilaba en afirmar que: “Los jesuitas son siempre los mismos. En todas partes son sediciosos, enemigos de los soberanos y de las naciones, ladrones públicos, llenos de vicios y principalmente ateos. No sé qué se aguarda para destruir el Colegio de Loyola”{9}, y en carta a Losada, el nueve de Diciembre de mil setecientos sesenta y seis, confesaba: “Mi deseo sería que los jesuitas salieran de Madrid antes que entrase el Rey y que cuanto antes fueren expulsados de España”{10}.
Aunque Carlos III nunca se mostró favorable a los jesuitas, con todo, los enemigos de éstos no pudieron inclinar el ánimo del Rey a tomar medidas decisivas contra ellos hasta el formidable motín de Madrid, que duró del veinte y tres al veinte y seis de Marzo de mil setecientos sesenta y seis.
A pesar de los años transcurridos y de la multitud de libros consagrados a su estudio, las causas y la historia íntima de este movimiento revolucionario permanecen en gran parte ignoradas, sumidas en impenetrable obscuridad. Desde Nápoles había traído Carlos III a Madrid dos italianos: El Marqués de Squilace y el Marqués de Grimaldi, a quienes elevó al cargo de Secretarios del Despacho e hizo sus Ministros y consejeros favoritos. Hombres muy activos, de espíritu innovador y de indiscutible talento, reinaba entre ellos antigua enemistad. El pueblo español, por extranjeros, odiaba a los dos, pero en especial a Squilace, quien desempeñaba la Secretaría de Hacienda. A éste se le combatía con toda clase de sátiras y burlas, contribuyendo en mucho a su descrédito la conducta desenvuelta de su esposa doña Pastora, entre cuyos amantes se contaba el Embajador de Francia en Madrid, Marqués D’Ossun, quien tampoco gozaba de las simpatías populares. Tanucci, había dicho de Squilace: “Hasta que el odio penetre en las clases populares estará seguro”. Acertó el astuto ministro italiano. Las reformas de Squilace, bien intencionadas, pero realizadas de modo imprudente, fueron acumulando en su contra el odio del pueblo. La concesión de un monopolio para el suministro a Madrid de varios artículos alimenticios, entre ellos el pan y el aceite, al producir la elevación de sus precios, agrió los ánimos. La causa inmediata de la sublevación popular fue el intento de imponer el cambio del traje nacional, compuesto de capa larga y sombrero redondo, por el denominado entonces traje militar: capa corta y sombrero de tres picos. El diez y seis de Marzo de mil setecientos sesenta y seis se promulgó el bando. El pueblo arrancó los carteles, reemplazándolos con pasquines subversivos. Squilace quiso imponerse; pero el veinte y tres de Marzo el pueblo se sublevó en forma tan imponente que, el veinte y cuatro, el Rey se vio obligado a ceder promulgando un nuevo bando, por el cual, no sólo autorizábase el uso del antiguo traje, sino se rebajaba en dos cuartos el precio del aceite y del pan y se concedía perdón general de las muertes y atropellos cometidos. No se aplacó con estas medidas la insurrección y el Rey tuvo al fin que destituir al Marqués de Squilace.
Carlos III no olvidó nunca aquellas horas terribles en que impotente la autoridad real tuvo que ceder ante el motín. Los enemigos de los jesuitas aprovecharon la ocasión para acusar a éstos de haber atizado ocultamente la insurrección. El diez y ocho de Abril de mil setecientos sesenta y seis se desterró a Medina del Campo al ilustre Marqués de Ensenada, muy amigo de los jesuitas, y quien había logrado grande y merecida reputación por el acierto con que desempeñara el cargo de Ministro durante el reinado de Fernando VI. Al Padre Isidoro López, Procurador de los jesuitas en la Provincia de Castilla, se le redujo a prisión, pero nada pudo probarse ni en contra suya ni de la Compañía. Tanucci, sin embargo, no vacilaba en escribir a don Manuel de Roda, el nueve de Setiembre de mil setecientos sesenta y seis: “eclesiásticos debían ser y habían sido los sublevados, entre quienes ocupaban el primer lugar los jesuitas”.
Obra de Campomanes es la famosa consulta del Consejo Extraordinario de veinte y nueve de Enero de mil setecientos sesenta y siete. En ella se resumen en apretado haz las acusaciones contra los jesuitas: Se recuerdan las persecuciones del Venerable Palafox, los diezmos de Indias y los famosos ritos chinos; se tacha su conducta en las misiones del Paraguay, en las que se asegura ejercían jurisdicción irrestricta; se les responsabiliza del motín del Domingo de Ramos; se les acusa de escribir contra el Rey difamándolo y pronosticando su muerte, de atentar contra la vida del Monarca, de haber tenido en Manila tratos con Draper, de desacreditar al Gobierno con falsas y denigrantes publicaciones en las gacetas holandesas y hasta de aspirar a la monarquía universal. Como remedio se proponía su expulsión, siguiendo el ejemplo de Portugal y Francia, por ser, según se asegura, vano todo intento de reformarlos, “porque todo el cuerpo está corrompido, y ser todos los padres terribles enemigos de la quietud de las monarquías”. Se aconsejaba no aducir motivos de la Real Pragmática, debiendo reservarse ellos en el real ánimo, prohibir toda discusión y obligar a los vasallos a guardar silencio, lo mismo a quienes pretendieron atacarla que a los que desearen defenderla.
El motín contra Squilace fue funesto para la Compañía de Jesús. Carlos III, que con el fin de fortalecer el principio de autoridad había elevado a la Presidencia del Consejo de Castilla a un hombre enérgico, el Conde de Aranda, decretó el veinte y siete de Febrero de mil setecientos sesenta y siete la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la Corona de España. En la Real Pragmática se afirma que la expulsión se hace por motivos reservados en el real ánimo, siguiendo los impulsos de la regia benignidad y usando de la suprema potestad que el Todopoderoso concediera al Rey para la protección de sus vasallos. En Madrid realizose la expulsión el treinta y uno de Marzo de mil setecientos sesenta y siete y un día después simultáneamente en toda la Península. Se había seguido el consejo de Tanucci, quien, el diez y ocho de Noviembre de mil setecientos sesenta y seis, escribiera a Losada: “La limpia del país de jesuitas debe madurarse con mucho detenimiento; pero una vez resuelta, debe llevarse a cabo en un solo momento en todo el reino”{11}. El treinta y uno de Marzo de mil setecientos sesenta y siete participó Carlos III al Papa Clemente XIII lo ocurrido. Este contestó con el Breve Inter acerbissima, de diez y seis de Abril del mismo año, en el que protesta por la conducta del Rey de España, proclama la inocencia de la Compañía y pide se suspenda la ejecución de la Pragmática Sanción.
En carta escrita a Tanucci, el veinte y tres de Junio de mil setecientos sesenta y siete, por orden del Rey, resumía Roda las acusaciones contra los jesuitas, con las que se intentaba justificar la expulsión: Intervención en el motín contra Squilace; imprimir y repartir escritos subversivos, contrarios a la autoridad y soberanía del Rey; propagar en los conventos de monjas doctrinas perjudiciales; despertar sospechas de la religiosidad de Carlos III y sus ministros; su oposición a las provisiones reales siempre que no eran ellos los designados para las dignidades y empleos; su relajada moral práctica, malas costumbres, codicia e intrigas; su enemiga a la Casa de Borbón y al Pacto de Familia; las simpatías que mostraban por Inglaterra al preferir siempre a los príncipes católicos los protestantes. Se les atribuía además la insurrección de las Misiones del Paraguay, oponiéndose a la cesión que el Rey había hecho de ellas a Portugal. Parece, sin embargo, que lo que en realidad decidió a Carlos III a expulsar a los jesuitas fue una supuesta carta del General de la Compañía de Jesús, Padre Ricci, al Provincial de España, en la cual se aseguraba haberse reunido documentos que comprobaban ser Carlos III hijo adulterino, fruto de los amores que se atribuían a la Reina Isabel de Farnesio con el Cardenal Alberoni. De esta falsificación se ha acusado, aunque sin pruebas, al Duque de Choiseul, al Conde de Aranda y al Duque de Alba.
Como lo hecho en España fuese imitado por Fernando IV, Rey de Nápoles, hijo de Carlos III, y el sobrino de éste, Fernando, Gran Duque de Parma, proyectase hacer lo mismo, el Papa Clemente XIII exasperado fulminó el famoso Monitorio contra Parma, Breve de treinta de Enero de mil setecientos sesenta y ocho, en que se condena con excomunión algunos decretos del Duque por los que sujetaba al real exequatur los breves y bulas del Papa, se limitaba las adquisiciones de manos muertas y prescribíase que sólo a los naturales del ducado se podían conceder los beneficios eclesiásticos. El Breve pontificio no pudo impedir la expulsión de los jesuitas de Parma, pues ella se consumó pocos días después de su publicación. Refutando el Monitorio, los famosos e ilustres Fiscales del Consejo de Castilla, Campomanes y Moñino, escribieron el ruidoso Juicio imparcial sobre las letras en forma de Breve que ha publicado la Curia Romana en que se intenta derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante Duque de Parma, y disputarle la Soberanía con este pretexto.{12}
La energía mostrada por Clemente XIII en defensa de los jesuitas alarmó a las Cortes de España y Francia, quienes resolvieron presionar al Sumo Pontífice para obtener no sólo la revocación del Monitorio contra Parma sino la extinción definitiva de la Compañía de Jesús. La muerte de Clemente XIII facilitó sus propósitos, pues su sucesor Fray Lorenzo Ganganelli, que tomó el nombre de Clemente XIV, era hombre enfermizo y de carácter muy débil, incapaz de resistir la presión continua de los Reyes de la Casa de Borbón, a quienes se había adherido también el de Portugal, y la enérgica voluntad del frío y habilidoso Embajador de España, don José Moñino y Redondo, quien, llegado a Roma el cuatro de Julio de mil setecientos setenta y dos, no tardó en sobreponerse al Cardenal de Bernis, Embajador de Francia, y al Embajador de Portugal, y alternando con gran astucia la dulzura y la firmeza, aterrorizó al Papa, arrancándole al fin la Bula de extinción. El dos de Marzo de mil setecientos setenta y tres Carlos III podía ya escribir desde el Pardo a Tanucci: “Te doy la justísima e importante noticia para nuestra santa religión y para toda nuestra familia de haberme, por fin, enviado el Papa la minuta de la Bula in forma brevis de la extinción de los jesuitas, que yo siempre la he esperado según sabes y muy a mi satisfacción, pidiéndome que la comunique al Rey mi muy querido hijo, al de Francia, al de Portugal y Viena con el mayor secreto, lo que voy a ejecutar luego que estén sacadas las copias que se necesitan, como más distintamente la verás, por lo que he mandado a Grimaldi que continúe escribiéndote un resumen de ella para que informes al Rey, ínterin que va por el correo seguido la copia idéntica de ella, y demos muy de veras las debidas gracias a Dios, pues con esto nos da mucha quietud en nuestros reinos y la seguridad de nuestras personas, que no podía haber sin esto”{13}. En efecto, por el Breve Dominus et Redemptor noster, de veinte y uno de Julio de mil setecientos setenta y tres, el Papa Clemente XIV declaró extinguida la Compañía de Jesús.
El veinte y cuatro de Noviembre de mil setecientos setenta y cinco moría en Roma, en la prisión de Sant-Angelo, el ex-General de la extinguida Compañía de Jesús, Padre Lorenzo Ricci. Cinco días antes, al recibir el Viático, hizo la siguiente solemne protesta: “Estando en la presencia de Jesús sacramentado que en breve me ha de juzgar, yo protesto no haber dado motivo alguno para la supresión de la Compañía, y esto debo saberlo por estar bien informado, por las continuas relaciones que tengo como superior de la misma. Pero como sólo Dios es el que todo lo sabe, no puedo ser responsable en un todo. Cerca, pues, de mi última hora, protesto que no tengo en esto la menor causa; pero creo que todo depende de la voluntad de Dios. Perdono a todos de corazón y ruego al Señor toda clase de bienes para todos. Por último, protesto que cuanto he dicho lo he dicho por decoro de la Compañía y de la religión.”{14}
La expulsión de los jesuitas divide en dos épocas la Historia de la Cultura hispanoamericana, a la que prestó la Compañía de Jesús servicios inapreciables. Al tiempo de la expulsión, la enseñanza superior se hallaba, casi totalmente, en sus manos. Sus colegios en nada desmerecían, por la calidad y eficacia de la enseñanza, de los mejores de Europa. Los jesuitas hispanoamericanos no tardaron en rivalizar en saber con los nacidos en el Viejo Mundo. Entre los más insignes maestros de la Compañía se contaron humanistas, pensadores y literatos americanos tan notables como los mejicanos P. Diego José Abad, P. Francisco Javier Alegre y P. Agustín de Castro, el centroamericano P. Rafael Landívar, los ecuatorianos P. Juan Bautista Aguirre, P. Ramón Viescas y P. José Orozco, cantor de La Conquista de Menorca; historiadores y eruditos tan destacados como el mejicano P. Francisco Javier Clavijero, el ecuatoriano P. Juan de Velasco, el argentino P. Francisco Iturri, autor de Carta crítica sobre la Historia de América de Don J. B. Muñoz, P. Juárez, P. Morales y P. Suárez y los chilenos P. Ovalle y P. Molina; escriturarios como el chileno Padre Lacunza, quien poseyó profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras y de las lenguas hebrea y griega; matemáticos, físicos, astrónomos y naturalistas de la talla del P. Gaspar Juárez, autor de unas Cartas Edificantes de la Provincia del Paraguay y de tratados manuscritos sobre materias históricas y de ciencias naturales, del P. Molina y del P. Buenaventura Suárez, de quien ha escrito el ilustre crítico argentino J. M. Gutiérrez{15}: “Buenaventura Suárez, autor del conocido Lunario Perpetuo, cuya primera edición es de Lisboa, adquirió por sí mismo en los claustros de Córdoba y en los bosques silenciosos del Paraguay conocimiento profundo en las ciencias matemáticas aplicadas a la astronomía, dejando pruebas prácticas de su capacidad en los gnómones solares con que decoró los patios del colegio donde pasó (obscuro y desdeñado de los suyos) la mayor parte de su vida, manteniendo comunicación epistolar con afamados astrónomos de su tiempo… Viose en la necesidad de construir los instrumentos de observación con sus propias manos, empleando las maderas tersas y consistentes de los bosques vírgenes en aquellas piezas que requerían bronce o platino para recibir las delicadas graduaciones con que se miden las distancias entre los astros y se señala su paso por el meridiano.”
Entre los jesuitas nacidos fuera del territorio americano los había también de mérito extraordinario. Los austríacos P. Martín Dobritzhoffer, quien escribió en latín y alemán la Historia de los Indios Abipones, y P. Florián Pauke, autor de una relación de sus viajes (1748-1766), impresa en mil ochocientos setenta, en Ratisbona, por el Padre A. Kohler: Pater Florián Pauke, ein Jesuit in Paraguay; el húngaro Padre Ladislao Orosz, a quien se debe: Decades quatuor virorum ilustrium Paraguariae; el inglés P. Tomás Falkner, autor de A Description oí Patagonia and the adjoining parts of South America y de dos tomos inéditos de Anatomía y de Observaciones de Historia Natural americana.
Muy numerosos fueron entre los jesuitas expulsados los varones eminentes en Ciencias y Letras nacidos en España y domiciliados en América. Entre ellos merecen especial recuerdo el Padre Domingo Muriel, autor de la traducción latina de la Historia Paraguajensis del Padre Charlevoix, a la que enriqueció con notas y adicionó con cuatro libros originales; el Padre Sánchez Labrador, a quien se debe la Historia de las Regiones del Río de la Plata, en once volúmenes, y el primer vocabulario del idioma de los indios Mabayás, en el que escribió también un catecismo; el Padre José Guevara, autor de una Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán; el Padre José Cardiel, quien escribió De moribus Guaraniorum y Declaración de la verdad contra un libelo infamatorio impreso en portugués contra los P. P. Jesuitas misioneros del Paraguay y Marañón; el Padre José Solís, autor del Saggio sulla storia naturale della provincia del Gran Ciaco; el Padre José Quiroga, a quien se debe Observaciones astronómicas para determinar el curso del Río Paraguay, un diario de viajes, varios estudios de ciencias físicas y naturales y treinta mapas. El Padre Quiroga fue, además, famoso explorador, miembro de la Comisión de Límites de mil setecientos cincuenta y dos y primer Profesor de Matemáticas en el Colegio San Ignacio de Buenos Aires. Entre los más notables pensadores de la Orden en América se cuentan dos españoles: los Padres Joaquín Millás y Juan Manuel Peramás.
El sentimiento americano vibraba intensamente en el alma de los jesuitas expulsados. Habiendo el holandés Cornelia Paun, expuesto la doctrina de que las especies animales y vegetales degeneraban en América, y aunque el francés Dom Pernetty, benedictino compañero de Bougainville, y el italiano Carli, en sus Lettere Americane, le refutaron, los jesuitas hispanoamericanos se sintieron heridos en su amor a la tierra natal y fruto de este sentimiento fueron dos libros muy notables: el del chileno Juan Ignacio Molina, Storia Naturale e Civile de Chile y el del mejicano Francisco Javier Clavijero, Storia de Messico. También el sentimiento americano se muestra vigoroso en las páginas de la Historia de Quito, obra del ecuatoriano P. Velasco. Y no faltó jesuita, el P. Juan Pablo Viscardo y Guzmán, originario de Arequipa, que llegó a escribir una carta dirigida a los españoles americanos, incitándoles a la rebeldía y a proclamar la Independencia.
A pesar de sus grandes servicios a la causa de la cultura americana, la oposición contra los jesuitas en Hispanoamérica se hacía sentir desde tiempos muy anteriores a su expulsión. Al igual que en la Península Ibérica, muchos codiciaban sus riquezas, temían su poder, soportaban con impaciencia su predominio y combatían de soslayo o de frente sus ideas y sus métodos.
El gran Obispo de Puebla de los Ángeles Venerable Juan de Palafox y Mendoza, autor de notables obras ascéticas, sostuvo en Méjico reñidísimas luchas con los jesuitas por exenciones y diezmos, en las que ambas partes procedieron con absoluta falta de cordura y llegaron a extremos de indecible violencia, multiplicando excomuniones, despiadados ataques, acusaciones y procesos, todo lo cual, después de producir grandes penalidades a Palafox, había de terminar por ser más tarde fatal a la Compañía de Jesús cuando al pretender la extinción de la Orden sus enemigos pudieron apoyarse en la autoridad del Venerable. Los jesuitas lograron prohibir varias de las obras del insigne prelado, por edicto de trece de Mayo de mil setecientos cincuenta y nueve, no siendo retiradas del Índice sino el cinco de Febrero de mil setecientos sesenta y uno, en tiempos de Carlos III, Monarca que, el doce de Agosto de mil setecientos sesenta, solicitó la beatificación del Santo Obispo. Alrededor del proceso de beatificación se lidió encarnizadamente. Lo que menos preocupaba a los contendientes eran las virtudes eminentes de Palafox. Los enemigos de los jesuitas aspiraban a ver en los altares a quien tanto había combatido a la Compañía y en cambio ésta agotaba todos los medios a su alcance para impedirlo.
Toda arma era buena para atacar a los jesuitas: el libro, el chiste, la copla, el libelo. Muy populares se hicieron en América los versos del Padre López, conocido coplero chileno del siglo XVIII, improvisados una tarde al pasar por delante de la Iglesia de la Compañía en Santiago de Chile. Los versos, en verdad, no acreditan ni la pureza ni la elevación del numen de su autor:
Tres cuartos para las tres
ha dado el reloj vecino,
y lo que me admira es
que, siendo reloj teatino
dé cuartos sin interés.
Con motivo del motín contra Squilace se procesó al abate americano don Lorenzo Hermoso. Era éste de sentimientos e ideas muy poco favorables a la Compañía de Jesús, y sorprende se le hubiere envuelto en la causa. Se llegó a pedir para él el tormento tanquam in cadavere. En su declaración afirma fue el movimiento subversivo espontáneo y absolutamente imprevisto, sin que existiera ningún inductor. Nada pudo probarse en contra suya. Con todo se le condenó a la pena de destierro a cincuenta leguas de la Corte. A Hermoso suele atribuírsele la obra titulada Juicio Imparcial, publicado con el seudónimo de Un ilustrado español. El autor demuestra en ella poseer escasas letras; sin embargo, es muy valiosa para la Historia, por las preciosas noticias que nos dá con respecto a móviles y procedimientos de la expulsión de los jesuitas.
El gran poeta épico brasileño José Basilio de Gama había sido discípulo de los jesuitas, pero rompiendo con la Orden llegó a ser Secretario y protegido del Marqués de Pombal, quien, en recompensa de sus buenos servicios, le concedió carta de nobleza. Gama es autor del hermoso poema Uruguay, tan notable por la tersa elegancia de sus versos como por sus magníficas descripciones de la naturaleza del Nuevo Mundo, y en el que canta las proezas de Gómez Freyre de Andrade, quien al frente de españoles y portugueses destruyó la resistencia de los indios que, inspirados por los jesuitas y los colonos españoles del Río de la Plata, se oponían al cumplimiento del Tratado de Límites celebrado entre Portugal y España, en virtud del cual se trocaba la colonia de Sacramento con las siete misiones del Uruguay. En el libro V de su poema ataca a los jesuitas con injustificada dureza.
Durante su permanencia en América perteneció José Basilio de Gama a la Arcadia Ultramarina, fundada en mil setecientos setenta y dos, la cual era una de las sociedades literarias más importantes por entonces existentes en el Brasil. Esta sociedad, junto con la de los Selectos, establecida en mil setecientos cincuenta y dos, la Sociedad Literaria y la de los Académicos Renacidos, realizaron profunda obra de cultura, contribuyendo eficazmente al progreso de las Letras y las Ciencias en la América de habla portuguesa y a la transformación en ella de las ideas filosóficas y políticas hasta entonces predominantes. El movimiento literario del Brasil en aquellos días superaba en valor al del mismo Portugal, pues aparte de la nota lírica original dada en Marilia de Dirceu por Tomás Gonzaga, es notable el espíritu americano que anima a los escritores brasileños de la época, sobre todo a los dos grandes poetas: José Basilio de Gama y Fray José de Santa Rita Durao, tanto en la elección de los asuntos, como en el sentimiento que irrumpe en sus versos a través de la forma convencional del estilo pseudo-clásico.
Cuando los jesuitas fueron expulsados de Portugal y sus dominios, el Arzobispo de Bahía dejó oír su protesta, asegurando ello produciría la ruina y extinción de las misiones; en cambio, los prelados de la América de habla castellana fueron generalmente contrarios a la Compañía de Jesús. Entre los que publicaron pastorales contra ella se cuenta el ilustre Arzobispo de Méjico, y más tarde de Toledo, don Francisco Antonio Lorenzana.
Grandes ruinas ocasionó en las misiones españolas la expulsión de los jesuitas, recibida en un principio con beneplácito casi general. El Gobernador de Buenos Aires don Francisco Bucareli, lleno de entusiasmo y celo escribió al Conde de Aranda: “Voy a emprender la conquista de los pueblos de las misiones, y a sacar a los indios de la esclavitud y de la ignorancia en que viven”{16}; pero los resultados de la injusta medida, no tardaron en hacer cambiar de opinión a muchos de los incautos que con más entusiasmo la habían celebrado. Un ardiente enemigo de los jesuitas, el Obispo de Tucumán, se lamentaba: “No sé qué hemos de hacer con la niñez y juventud de estos países. ¿Quién ha de enseñar las primeras letras? ¿Quién hará misiones? ¿En dónde se han de formar tantos clérigos?”; y en carta al Conde de Aranda, le decía: “No se puede vivir en estas partes: no hay maldad que no se piense, y pensada no se ejecute”.{17}
El número de jesuitas expulsados de América fue de dos mil doscientos catorce, pertenecientes a las siguientes Provincias: Méjico, quinientos sesenta y dos; Santa Fe, doscientos sesenta y uno; Quito, doscientos veinte y seis; Perú, cuatrocientos trece; Chile, trescientos quince, y Paraguay, cuatrocientos treinta y siete. La expulsión significó la clausura de ciento veinte colegios. Parecía iba a extinguirse toda actividad cultural, pero, si bien sufre esta fuerte quebranto, por fortuna, no desaparece del todo. Algunas instituciones, como el Colegio de Méjico, fundado por entonces, conservaron en determinados ramos, un alto nivel de eficiencia pedagógica.
Varios de los jesuitas expulsados se consagraron al estudio de las ciencias filosóficas y escribieron notables tratados. Como es natural, las ideas de los pensadores de ésta escuela guardaron fuerte sabor del terruño castellano. El espíritu de Francisco de Vitoria y de Suárez les guía, y les caracteriza una nota común: el menosprecio de las sutilezas dialécticas y la especulación ociosa, si bien, es preciso reconocer, no siempre logran librarse de ellas. En el pensar de estos hombres hay siempre decoro, templanza, modestia, honestidad moral, y quien realiza un detenido estudio de sus obras, no deja de encontrar en los más insignes, ideas de relevante originalidad.
El Padre Diego José Abad, nacido en Jiquilpan, Méjico, en mil setecientos veinte y siete, ingresó en la Compañía de Jesús, en mil setecientos setenta y nueve. En Zacatecas y Méjico, desempeñó las Cátedras de Retórica, Filosofía y Derecho Civil y Canónico, ocupando el cargo de Rector del Colegio de Querétaro en mil setecientos sesenta y siete, al dictarse la Pragmática de Carlos III que expulsaba a los jesuitas. Murió de cincuenta y dos años de edad, en Bolonia, el treinta de Setiembre de mil setecientos setenta y nueve. Notable humanista y admirable poeta latino, fue varón de extraordinario saber. Sus conocimientos enciclopédicos comprendieron la Teología, la Filosofía, las Matemáticas y la Geografía. Escribió sobre las materias más diversas. Es autor de una Geografía Hidráulica, en la que describe los grandes ríos del Orbe, y de un Compendio de Algebra. Su obra maestra, el poema latino De Deo, se compone de dos partes: la primera, es una verdadera Suma Teológica expuesta en elegantes hexámetros latinos; la segunda, una Vida de Cristo. El vicio principal de que adolece la obra es su carácter híbrido: el rigor inflexible y severo propio de la exposición didáctica nunca se aviene bien con los giros caprichosos y errabundos de la auténtica poesía, con el espíritu libre y desinteresado del arte puro. Abad se esfuerza por superar la enorme y casi invencible dificultad de dar forma poética y nueva a los abstractos conceptos teológicos. Con frecuencia lo logra gracias a su genio poético indiscutible. El latín del Padre Abad es, en verdad, bastante impuro, no por escasez de conocimientos sino por defectos de gusto y sobre todo por la precisión, dado el asunto del poema, de incrustar en el latín clásico el tecnicismo escolástico.
El poema fue recibido con extraordinario entusiasmo por los humanistas de su tiempo y mereció ser calificado de obra “egregia, inmortal y digna del siglo de Augusto”, por varones tan eminentes y de tanto saber como los jesuitas Andrés, Hervás, Serrano y Lampillas.
Cultivó también la poesía castellana, dejando apreciables traducciones de varias églogas de Virgilio.
Como pensador, el Padre Abad, si bien posee elevación de pensamiento y profundidad teológica, carece de originalidad, limitándose a exponer en forma poética, las doctrinas teológicas corrientes entre los más destacados pensadores de la Compañía contemporáneos suyos. Cierto que su propósito era primordialmente literario. En su conjunto, el poema De Deo, por el valor de los robustos trozos líricos con que rompe la monotonía didáctica, el vigor sentencioso del estilo, la elegancia de las descripciones, es una de las obras que más honran a las letras americanas.
El Padre Francisco Javier Alegre nació en Veracruz, Méjico, el doce de Setiembre de mil setecientos veinte y nueve, ingresando en la Compañía de Jesús en mil setecientos cuarenta y siete. Desterrado con sus hermanos en tiempos de Carlos III, fijó su residencia en Bolonia, donde falleció el diez y seis de Agosto de mil setecientos ochenta y ocho. Es el filósofo y el teólogo más notable que ha producido hasta hoy la Compañía de Jesús en tierras americanas y el primer pensador que en América creó un completo organismo filosófico, en el cual se esfuerza por armonizar la Metafísica tradicional con los principios de la ciencia experimental. Con indiscutible acierto, armoniza doctrinas de las más nuevas escuelas filosóficas de su tiempo con lo más selecto de las corrientes en que se divide la escolástica en el largo camino recorrido por ella a través de los siglos. Sus Instituciones Teológicas vieron la luz, en siete volúmenes, en mil setecientos ochenta y nueve, en Venecia, precedidas de una biografía del autor, obra del Padre Manuel Fabri. Su Curso de Teología es obra muy rica en doctrina. Cierto que no es profundamente original. Su talento acaso poco inventivo y audaz suele seguir a los maestros consagrados por la admiración de las gentes cultas. Casi todas sus ideas se encuentran en Suárez, Santo Tomás y Petavio, pero supo exponer en forma elevada y elegante nobles ideas. Dentro de la escolástica milita en las filas de aquel grupo de vigorosos pensadores que, acaudillados por Francisco de Vitoria, desbrozaron de malezas el campo de la escuela. Sigue de preferencia a Suárez, el gran doctor jesuita, cuyas doctrinas durante largo tiempo hizo suyas la Compañía, estimando sus pensadores como punto de honra el defenderlas. Francisco Javier Alegre, verdadero filósofo del Renacimiento, recuerda, sin el vigor y originalidad del pensamiento, ni la brusca arrogancia intelectual, a Melchor Cano, por la elegancia de la exposición y la exquisita pureza del estilo. Supo reunir en una síntesis, elementos dispersos y levantó un monumento que puede hombrearse sin desdoro con las buenas producciones filosóficas europeas de su época. Hay, sin duda, más de una vez, excesiva difusión y alambicamiento; pero casi no se encuentran huellas de las laberínticas exageraciones logísticas ni del verbalismo resabiado que envenenó la escolástica durante largo tiempo y en España sobrevivió en muchas escuelas a la reforma realizada por Vitoria en los estudios teológicos y filosóficos. Quien lea con atención las obras filosóficas del Padre Alegre tiene que reconocer lo mucho que valen como cuerpo de doctrina y admirar el esplendor del estilo, el majestuoso andar de la dicción, pues nadie ha escrito en América prosa latina que pueda competir con la suya.
Con todo, y no obstante sus indiscutibles méritos como prosista, su mejor título a la inmortalidad literaria es, sin duda alguna, su traducción latina de la Ilíada, monumento de clásica belleza, de refinada elegancia de forma y exquisita pureza de lengua, que le acredita de excelente poeta y uno de los más insignes forjadores de versos latinos entre los modernos. Son de pureza tal, que el mismo Angelo Poliziano gustoso los hubiera hecho suyos. Cierto que esta traducción tiene un grave defecto: su estilo excesivamente virgiliano, la carencia de genuino carácter homérico.
El Padre Francisco Javier Alegre es autor, además, de un poema épico: Alexandriados sive de expugnatione Tyri ab Alexandro Macedone, en el que canta la conquista de Tiro por Alejandro, y de una notabilísima Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de la Nueva España. También escribió en latín una égloga: Nysus y una traducción latina de la Batracomiomaquia. Al castellano tradujo, con elegante gallardía, aunque con excesiva libertad, el Arte Poética de Boileau{18} y varias sátiras y epístolas de Horacio.
Las obras del Padre Agustín de Castro demuestran cuán grande era la libertad intelectual existente por entonces en el Nuevo Mundo. Nacido en Córdova, Méjico, el veinte y cuatro de Enero de mil setecientos veinte y ocho, falleció en Bolonia, Italia, el veinte y tres de Noviembre de mil setecientos noventa. Sus estudios los hizo en Puebla y en la Ciudad de Méjico, ingresando en mil setecientos cuarenta y ocho en la Compañía de Jesús. Como orador gozó en su tiempo de extraordinario renombre. Ocupó la Cátedra de Filosofía en Querétaro, y varias otras en los Colegios de la Orden en Antequera, Valladolid, Oaxaca y Guadalajara. En el de Mérida estableció la Cátedra de Derecho Civil y Canónico. Desterrado, trasladose a Italia, fijando su residencia en Ferrara, donde ocupó durante veinte y tres años el cargo de Rector del Colegio de la Compañía en esa ciudad. Durante su permanencia en el Nuevo Mundo divulgó con sus enseñanzas las doctrinas de Bacon, Descartes, Leibnitz y Newton. Erudito de prodigiosa variedad de conocimientos, lo abrazó todo, desde la Poesía hasta la Anatomía. A su muerte quedaron sus obras manuscritas y casi todas se perdieron. Cultivó la poesía épica en La Cortesiada, consagrada a exaltar la gloria de Hernán Cortés; en latín cantó las ruinas de Mitla y en castellano, Antequera de Oaxaca; tradujo todas las fábulas de Fedro y los Troyanos de Séneca, esforzándose en los coros por trasladar al castellano los metros del original. Dejó también numerosas traducciones de Safo, Anacreonte, Virgilio, Horacio, Juvenal, del falso Osian de Macpherson, de Young y Gessner. Es, además, autor de una Prosodia Castellana. Se propuso escribir la historia de la literatura hispanoamericana, trabajo que dejó muy a los principios. Frutos de su numen son también algunas epístolas en verso castellano. Sus méritos como filólogo fueron grandes. Crítico tan descontentadizo y mal humorado como don Bartolomé J. Gallardo escribe del Padre Agustín de Castro: “Fué fino filólogo, e hizo estudio muy especial de nuestra prosodia, sobre la cual poseo un precioso escrito, muestra de un tratado más lato y profundo sobre la materia, que debí a la fineza de mi compatricio y conécsul suyo, el exjesuita Arévalo”{19}. Aficionadísimo a los estudios filosóficos tradujo y comentó la obra de Bacon: De Dignitate et Augmentis Scientiarum. ¡Lástima grande se hayan perdido la traducción y las notas! Aparte del mérito intrínseco que seguramente debieron tener, obra al fin de tan vigoroso entendimiento, serían de valor inapreciable como muestra de la influencia de la filosofía empírica en el Continente americano.
El más alto poeta clásico de América por la elevación constante de su inspiración, la tersa elegancia de la lengua, el sentimiento auténticamente americano que supo reflejar en su poesía, es el Padre Rafael Landívar, autor de Rusticatio Mexicana, cuyas soberbias y espléndidas descripciones de la naturaleza y las costumbres del Nuevo Mundo le colocan entre los mejores poetas de nuestra raza y en el primer lugar entre los discípulos hispanoamericanos de Virgilio. Gracias a él la musa de las Geórgicas se naturaliza americana para cantar los lagos azules de Méjico, la cumbre negruzca del volcán de Xorullo, el hermoso valle de Oaxaca y las ricas minas que en su virgen seno esconde el Anáhuac, con la misma lira que antaño cantara el agro romano.
El Padre Landívar se consagró también a los estudios filosóficos. En el Colegio que la Compañía de Jesús tenía en Guatemala enseñó Retórica y Filosofía. De él se conserva el pliego de conclusiones que sostuvo para obtener el grado de Maestro en Artes.{20}
El Padre Landívar nació en Guatemala, el veinte y nueve de Octubre de mil setecientos treinta y uno; hizo sus estudios en la Universidad de San Carlos, entrando en la Compañía en el Noviciado de Tepotzotlán. Murió el veinte y siete de Setiembre de mil setecientos noventa y tres, en Bolonia. A más de su inmortal poema, se conserva de él, publicada en Puebla de los Ángeles, Méjico, en mil setecientos sesenta y seis: Funebris Declamatio pro Justis a Societate Jesu Exolvendis in Funere Ilmi. Dom. Francisci Figueredo et Victoria, Popayanensis primun Episcopi, deinde Guatemalensis Archipraesulis.
El jesuita mejicano Pedro Márquez escribió un estudio Sobre lo bello en general{21}, impreso en Madrid, en mil ochocientos uno. Este tratado, de concepción en extremo idealista, no es de gran valor filosófico. El autor, enredándose en ideas y palabras, emplea indistintamente los términos belleza, bien y verdad. Según él, verdad y bondad son cualidades esenciales que se encuentran siempre en lo bello. Pero para que una cosa sea bella precisa posea además una incógnita cualidad que es la perfección que se muestra como nueva; “La perfección y novedad del objeto perfecto, y el movimiento del espíritu hacia lo agradable son los dos requisitos necesarios en el asunto de la percepción de la belleza.” No distingue claramente los conceptos de agrado y belleza y define a ésta: “aquello en que el espíritu, se complace”. El espíritu, asegura, percibe la belleza de dos maneras: una externa y otra interna. En ésta última la percepción se origina de principios innatos o cuya influencia se hace sentir “sin que precedan discursos ni raciocinios formados”.
Aparte de esta obra de carácter estético, el Padre Márquez escribió, inspirándose en Vitrubio, varios eruditos ensayos de carácter arqueológico: Delle casi di Cittá degli antichi Romani secondo la dottrina di Vitruvio. Romma presso Il Salomoni, 1795; Delle ville di Plinio il Giovane, con un Appendice su gli Atri della S. Scritura, e gli Scamilli impari di Vitruvio, Roma 1796, consagrados al estudio de la arquitectura romana. Es también suyo el ensayo: Due antichi monumenti di Architectura Messicana ilustrati, Roma 1804.
De grande y merecido renombre como teólogo gozó en su tiempo el ilustre guatemalteco Padre Manuel María de Iturriaga, de quien se conservan numerosos folletos, de desigual mérito.
El jesuita ecuatoriano Padre Juan Bautista Aguirre es autor de notables obras filosóficas. Nacido en Daule, villa próxima a Guayaquil, en mil setecientos veinte y cinco, hizo sus estudios en Quito, en el Seminario de San Luis, ingresando en la Compañía en mil setecientos cuarenta. Desempeñó la Cátedra de Filosofía en la Universidad de San Gregorio el Magno. Durante su destierro en Italia fue Rector del Colegio de Ferrara, Examinador Sinodial, Teólogo del Obispo de Tíboli y Teólogo Consultor y Confesor del Papa Pío VII.
Cultivó la poesía y son suyas unas muy celebradas décimas en loor de Guayaquil y burlándose de Quito.
Fue en sus mocedades pensador audaz, amigo de toda novedad. Espejo, quiteño, recordando de seguro las famosas décimas y enemigo acérrimo de los jesuitas escribe: “Ayudábale una imaginación fogosa, un ingenio pronto y sutil, y el genio guayaquileño siempre reñido con el seso, reposo y solidez de entendimiento”; “influyó muchísimo en el ingenio de este Padre el temperamento guayaquileño, todo calor y todo evaporación” y asegura “siempre se fue detrás de los sistemas más flamantes y detrás de las opiniones acabadas de nacer, sin examen de las más verosímiles”, afirmando solía desde la cátedra proclamar: Novitaten non veritatem amo.
La renovación de los estudios filosóficos en Quito la iniciaron, según Espejo, el cartesiano Padre Magnin y el Padre Tomás Larrain, a quien califica de “jesuita de mucha doctrina”. Sin embargo, tocó al Padre Aguirre desempeñar el principal papel, por el arrojo y el vigor de su pensamiento especulativo. Espejo, no contento con negarle todo mérito, de calificarle “ergotista pujante y sofístico al mismo tiempo”, asegurando que "Sutilizó más que ninguna había sutilizado”, le acusa hasta de plagiario: “En sus tratados de Justicia y Contratos, que nos dictó y yo oí tomó por objeto impugnar con acres invectivas al P. Concina. Bien que en esto que escribió no hizo sino, como plagiario, trasladar lo que el P. Zacarías y mucho más lo que el P. Zeche escribió acerca del mismo asunto que tomó Aguirre” y, sin embargo, el mismo se ve obligado a admitir que “trató con dignidad la Metafísica” y reconocer el éxito logrado por el jesuita renovador al afirmar que “le tuvieron los lectores de Filosofía de las demás escuelas, como a injusto desposeedor del pacífico imperio aristotélico. Y alguno desertó la escuela, y aún la ciudad, por no oír blasfemias contra Aristóteles”{22}. El pensador jesuita no se limitó a exponer nuevas doctrinas metafísicas sino transformó la enseñanza de las ciencias físicas, implantando en Quito los métodos experimentales. Enseñó las doctrinas y divulgó los descubrimientos de Descartes, Gassendi, Newton, Copérnico y Tycho-Brahe. Con todas sus deficiencias y defectos, el Padre Aguirre, maestro renovador de métodos y sistemas, inteligencia grande, libre, innovadora y curiosa, es una de las mayores luminarias de la Compañía de Jesús en América y el filósofo más notable de que puede enorgullecerse el Ecuador.
Del Padre Aguirre se conservan los siguientes tratados filosóficos: Cursus Philosophicus. Pars I in Logicam. Pars II in Phisicam. Pars III in Metaphysicam{23}; Physica ad Aristotelis mentem{24} y Tractatus Theologicus-Canonicus de Contratibus{25}. Se han perdido: De Theologicis rebus Tractatus complures, Contra puros Deistas Tractatus Theologicus-Philosophicus y Tratado Polémico Dogmático.
Sucedió en la Cátedra al Padre Aguirre, el jesuita español Padre Juan Hospital, quien, según Espejo, fue “mejor sin comparación… y su juicio le hizo tratar razonablemente las materias que tocó” y “pesó más bien los asuntos y examinó mejor de las opiniones cuáles fuesen más verosímiles entre tantos átomos y corpúsculos de Cartesianos, Gasendistas, Newtonianos, Maignanistas, &c.” No se conserva ningún escrito del P. Hospital, si es que alguno compuso. Su sucesor, el jesuita ecuatoriano Padre Pedro Muñoz, acaudilló la reacción aristotélica.
El Padre Manuel Lacunza, jesuita chileno, desterrado en tiempos de Carlos III, es autor de uno de los libros más ruidosos, extraños y originales escritos en América: La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, publicado con el seudónimo de Josafat Ben-Ezra. Escrito en castellano y más tarde traducido al latín por otro jesuita americano, es notabilísimo, y en él da pruebas de su gran inteligencia, mucho saber escriturario y arrojo extraordinario en la exégesis. El Padre Lacunza nació en Santiago de Chile, el diez y nueve de Julio de mil setecientos treinta y uno y fue de vida austerísima y relevantes virtudes, hasta el punto de que el Padre Bestard, autor de una refutación de su obra, reconoce que “todos los días perseveraba inmoble en oración por cinco largas horas, caído su rostro con la tierra”. Murió el diez y siete de Junio de mil ochocientos uno, ahogado en uno de los bellos lagos del Norte de Italia. Roma condenó su libro, incluyéndole en el Índice en mil ochocientos veinte y cuatro.
Mucho se ha discutido sobre la ortodoxia del Padre Lacunza, antes y después de la inclusión de su libro en el Índice romano. Su doctrina emana de las más lejanas fuentes de la primitiva Iglesia. Muchos Padres creían que el Génesis, al hablamos de los seis días de la creación del Mundo, no sólo nos hace conocer los primeros tiempos del Universo y como éste fue hecho, sino profetiza el porvenir, correspondiendo a los seis días de la Creación, una existencia de seis mil años para el mundo tal como le conocemos, debiendo en el séptimo milenio venir el reino de los chiliastas o milenaristas, en el cual la paz, la justicia y el bien se enseñorearán del Universo, durante el reinado temporal de Jesucristo. Los milenarios se dividieron en dos grupos: los milenarios carnales, gentes de espíritu vulgar y groseros apetitos, que imaginan el séptimo milenio como un período de placeres sensuales, y los milenarios espirituales o puros, varones de vida austera y delicada sensibilidad, quienes piensan será una época de purísimos goces místicos. El Padre Lacunza pertenece a este último grupo. La Iglesia, aunque ha terminado por condenar el milenarismo sensual, estima opinable el espiritual, siguiendo en esto la opinión de San Jerónimo, quien, ni aprueba ni condena una doctrina que defendieron con su sangre tantos mártires y, prudentemente, piensa “debe reservársele todo al juicio de Dios”.
El Padre Lacunza cree firmemente en el reinado de Jesucristo sobre los hombres durante mil años, y defiende su tesis con gran aparato de erudición. El mundo, Jerusalem terrestre, será por entonces digno traslado de la Jerusalem celestial. Según el jesuita chileno, el Anticristo será una persona moral y no un individuo, como generalmente suele opinarse. En su obra acusa a los expositores del Apocalipsis de haber violentado la interpretación de las Profecías para aplicarlas a la primera venida del Mesías, “sin dejar nada o casi nada para la segunda, como si sólo se tratase de dar materia para discursos predicables, o de ordenar algún oficio para el tiempo de Adviento”.
Fray Juan Buenaventura Bestard, escritor balear, Comisario General de Indias de la Orden de San Francisco, escribió una refutación de la obra del Padre Lacunza.{26} Las ideas de éste, no sólo hicieron sentir su influjo en varios escritores de su tiempo sino también en algunos de los de nuestros días, especialmente en varios expositores y comentadores españoles del Apocalipsis, si bien, precisa reconocerlo, sus discípulos son todos de escaso o ningún mérito.
El sacerdote ecuatoriano doctor Joaquín Miguel de Araujo escribió, con el fin de refutar al jesuita chileno, un tratado, el Anti-Lacunza.
El jesuita español Padre Joaquín Millas, nacido en Zaragoza, en mil setecientos cuarenta y seis, laboró apostólico e incansable como misionero en el Paraguay y en Tucumán, Argentina. Desterrado con sus hermanos de hábito, se radicó en Italia, en la ciudad de Placencia, desempeñando con gran lucimiento en el Colegio Real de San Pedro, la Cátedra de Metafísica. Entre sus obras más notables se cuentan: Introductio ad Metaphysicas Disciplinas; Dell’único principio svegliatore del la regione del gusto e della virtú nella educaziones leterata; Saggio sopra i tre generi di Poesia, in cui Virgilio si acquistó il títlo di Principe, con un confronto dei Greci e degl’Itali poeti. Esta última obra, además de lo que ofrece su título, contiene un tratado de Armonía General de las Bellas Artes.
Estético notable, el Padre Millas cultivó también con gran provecho la Pedagogía, ciencia en la cual aplicaba el método que denominaba observación activa o sea el principio de la educación objetiva.
Como filósofo Millas era un ecléctico. Su sistema, un sincronismo en que se esfuerza infructuosamente, pero con indiscutible talento, por armonizar las ideas sensualistas de Condillac con las doctrinas empíricas de la escuela escocesa. Es el suyo un psicologismo que propugna el método analítico y adopta la duda cartesiana. Considera como base de toda filosofía la observación, la hominis contemplatio.
El español Padre Juan Manuel Peramás, natural de Cataluña, eminente humanista y elegante escritor latino, vivió largos años en América, la que hubo de abandonar desterrado por Carlos III. Autor de varias biografías de jesuitas misioneros en el Paraguay, del poema La Religión en el Nuevo Mundo y de dos elegías latinas, escribió De administratione guaranica comparate ad Republicam Platonis, utopía en la que con pluma digna de Tomás More, compara el gobierno de las Misiones del Paraguay, verdadera República patriarcal y teocrática, con la República soñada por Platón.
Las obras de estos jesuitas hispanoamericanos tienen cierto carácter de aristocracia intelectual, y no porque sus autores se desviaran del pueblo o lo desdeñasen, pues la acción social de todos ellos fue profunda y eficaz; sino porque mientras trabajaban infatigables en educar la masa enorme, varia y confusa de la población hispanoamericana de su tiempo, escribían sus obras filosóficas y literarias para ser juzgadas por pocos y selectos lectores, consumando su divorcio de la multitud mediante el empleo de una lengua muerta.
El latín era por entonces en España e Hispanoamérica la lengua de los doctos. En los Estatutos de la Universidad de Salamanca del año de mil quinientos treinta y ocho se dispone que: “los lectores (profesores) sean obligados a leer en latín y no hablen en las cátedras en romance, excepto refiriendo alguna ley del reino o poniendo en exemplo, mas esto no se entienda en los lectores de gramática de menores, y astrología y música”. En los Estatutos de mil quinientos sesenta y uno se confirma esa disposición; prescribiéndose además en el título LXIII: “Ítem que todos los regentes de la segunda clase y de adelante y primarios hagan hablar en latín a sus discípulos y no los consientan hablar en romance, ni ellos les hablen palabras que no sean latín”. “Ítem ordenamos que el Rector con un Maestro de la Facultad visite de dos en dos meses los dichos colegios de Gramática… y en el primer claustro después de San Lucas la Universidad nombre dos visitadores ordinarios en los dichos colegios, que sean Doctores y Maestros y Catedráticos de propiedad con que el uno por lo menos sea Catedrático de Prima de Gramática o de Retórica, en la cual visita han de ver cómo se guarda esta instrucción e informándose de los primarios y de otras personas, y multarán y proveerán lo que conforme a ella vieren que conviene”, “Cada regente de medianos con sus discípulos haga y represente una comedia o tragedia, las cuales se representen desde Navidad hasta San Juan, en las escuelas mayores en días de fiesta y para el gasto de cada comedia dé a cada regente seis ducados, y al que mejor lo hiciese de premio y ventaja doce ducados”. La Universidad de Salamanca servía de modelo y guía a las Universidades y Colegios hispanoamericanos.
Sometidos a tan rigurosa disciplina lingüística, los estudiantes lograban un dominio completo del latín, el que para ellos dejaba de ser lengua muerta, convirtiéndose en cuotidiana y familiar.
Cierto que ya de tiempo atrás eran innúmeros los amantes de la lengua romance; pero quienes la preferían a las clásicas recataban su sentimiento en lo más recóndito de su corazón por un falso concepto de jerarquía intelectual, aunque muchos compartían las esperanzas del maestro Francisco de Medina, quien en el famoso, magnífico y gallardo Discurso que precede al comento de Herrera: Anotaciones a las Obras de Garcilaso de la Vega, confía en que: “se comenzará a descubrir más clara la gran belleza y esplendor de nuestra lengua, y todos, encendidos en sus amores, la sacaremos, como hicieron los príncipes griegos a Helena, del poder de los bárbaros.”
En Hispanoamérica los jesuitas se caracterizaron como filólogos egregios, grandes cultivadores de las lenguas clásicas. La poesía de estos humanistas, cristiana por el sentimiento, suele ser pagana por la forma. Su tela está hecha con hilos tejidos por la Musa del Lacio. En filosofía muchos de ellos, con amplitud de pensamiento, se esforzaron por incorporar a la tradicional dialéctica escolástica los progresos debidos al genio de pensadores más modernos. No obstante su admiración por Grecia y Roma, no fue su obra una mera vuelta al pasado sino, con espíritu renovador, recorrieron nuevas sendas. Y con todo, sus obras, ayer resplandecientes de gloria y renombre, yacen hoy sumidas en sueño rara vez interrumpido, entre el polvo de las bibliotecas.
Estos hombres, entre los que militaron muchos de los espíritus mejores y de las inteligencias más poderosas de su tiempo en Hispanoamérica, fueron víctimas de una de las más injustas explosiones de pasión colectiva que conoce la Historia. Sobre ellos descargó con fuerza irresistible el alud de odio, envidia y codicia que su fuerza, su talento y su riqueza habían provocado y que acumulándose a través de los años, estalló con el ímpetu de las catástrofes apocalípticas.
En Hispanoamérica el daño cultural ocasionado con su expulsión fue inmenso. En sus manos casi toda la enseñanza superior, al desaparecer dejaron un vacío que la sociedad de entonces no podía llenar. Los jesuitas en América aspiraron al logro para todos de una cultura más alta y más amplia. Amaron el saber con amor ardentísimo. Crearon en el Nuevo Mundo una zona intelectual, amplia y armoniosa, formada por gentes cultas, entre las cuales predominaba en los últimos años el elemento americano.
{1} Tentativa Theologica, em que se pretende mostrar, que impedido o recurso a Sé Apostólica, se devolve aos senhores Bispos a facultade de dispensar nos impedimentos públicos do Matrimonio, e de prover spiritualmente em todos os mais casos reservados ao Papa, todas as vezes que assim o pedir a publica e urgente necessidade dos subditos. Seu autor Antonio Pereira de Figueiredo, Presbytero e Theologo de Lisboa. Deputado Ordinario da Real Meza Censoria e Official de Linguas da Secretaria de Estado dos Negocios Extranqeiros. Terceira impressao, revista e enmedada pelo mismo autor. Lisboa, na officina de Antonio Rodríguez Galharde, impresor de Real Meza Censoria. MDCCLXIX.
{2} Pág. 199.
{3} Demonstração teológica, canónica e histórica do direito, dos Metropolitanos de Portugal para confirmarem e mandarem sagrar os Bispos Suffraganeos nomeados por sua Magestade: e do direito dos Bispos de cada Provincia para confirmarem, e sagrarem os seus respectivos Metropolitanos, tambem nomeados por sua Magestade. Ainda fóra do caso de rotura com a Corte de Roma. Seu Author Antonio Pereira de Figueiredo, deputado ordinario da Real Meza Censoria, e official de linguas da Secretaria de Estado dos Negocios Estrangeiros.– Lisboa, na regia officina typographica.– MDCCLXIX.
{4} Tratado de la Regalía de la Amortización, en el cual se demuestra por la serie de las varias edades desde el nacimiento de la Iglesia, en todos los siglos y países católicos, el uso constante de la autoridad civil, para impedir las ilimitadas enajenaciones de bienes raíces en Iglesias, Comunidades y otras manos muertas, con una noticia de las Leyes fundamentales de la Monarquía Española sobre este punto, que empieza con los godos y se continúa en los varios Estados sucesivos, con aplicación a la exigencia actual del reino, después de su reunión y al beneficio común de los vasallos.– Madrid.– Imprenta Real.– 1765.
{5} Juicio Imparcial sobre las Letras en forma de Breve que ha publicado la Curia Romana, en que se intentan derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante Duque de Parma, y disputarle la Soberanía temporal con este pretexto.– Madrid.– En la oficina de don Joaquín de Ibarra, impresor de Cámara de S. M.– 1768.
{6} Escritos del doctor Francisco Javier Eugenio Santa Cruz y Espejo.– Quito.– Imprenta Municipal.– 1912.– Tomo I.– Pág. 209.
{7} Gobierno Eclesiástico-Pacífico y Unión de los Dos Cuchillos Pontificio, y Regio, compuesto por el Ilmo. y Rdmo. Señor Don Fr. Gaspar de Villarroel, del Orden de Nuestro Padre San Agustín, del Consejo de su Majestad, Obispo de las Iglesias de Santiago de Chile, y Arequipa, y Arzobispo de la de Charcas, en el Reino del Perú. Dedicado al Excmo. y Rmo. Señor D. D. D. Fray Gaspar de Molina y Oviedo, Ex-General de la Orden de N. P. S. Agustín, del Consejo de su Majestad, Obispo de Cuba, de Barcelona y Málaga, Comisario General Apostólico de la Cruzada, Presidente del Consejo Real de Castilla, y Cardenal de la Santa Romana Iglesia.– Madrid.– Oficina de Antonio Marín.– 1656.
{8} Entre las obras escritas por Villarroel se contaba una, por desgracia hoy perdida, de carácter filosófico: Cuestiones quodlibéticas, escolásticas y positivas.
{9} Archivo de Simancas.– Estado.– Leg. 5.997.
{10} Archivo de Simancas.– Estado.– Leg. 5.999.
{11} Archivo de Simancas.– Estado.– Leg. 5.996.
{12} Juicio Imparcial sobre las letras en forma de Breve que ha publicado la Curia Romana, en que se intentan derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante Duque de Parma y disputarle la Soberanía temporal con este pretexto.– Madrid.– En la Oficina de D. Joaquín de Ibarra. 1768.
{13} Archivo de Simancas.– Estado. Leg. 5.042.
{14} Archivo de Simancas.– Estado. Leg. 6.067.
{15} Revista del Río de la Plata.– Tomo X.– 2.312.
{16} Colección de documentos relativos a la expulsión de los Jesuitas de la República Argentina y del Paraguay, en el reinado de Carlos III, por don Francisco Javier Bravo.– Madrid.– Imp. de J. M. Pérez.– 1872.– Pág. 30.
{17} Colección de documentos relativos a la expulsión de los Jesuitas de la República Argentina y del Paraguay, en el reinado de Carlos III, por don Francisco Javier Bravo.– Madrid.– Imp. de J. M. Pérez.– 1872.– Pág. 153.
{18} Ha sido Impresa por don Joaquín García Icazbalceta en “Opúsculos Inéditos Latinos y Castellanos del P. Francisco Javier Alegre”.– Méjico.– 1889.
{19} Don Bartolomé Gallardo.– Ensayos.– II.– Col. 339.
{20} Véase José Toribio Medina.– La Imprenta en Guatemala.– Santiago de Chile.– 1904.– Págs. 105-107.
{21} Sobre lo bello general.– Discurso de D. Pedro Márquez, presbítero, socio de las Academias de las Bellas Artes de Madrid, de Florencia y de Bolonia… En la oficina del Diario… 1801.
{22} Escritos de Espejo.– Quito.– Imprenta Municipal.– 1912.– Tomo I.– Págs. 345, 346, 347, 350.
{23} Cursus Philosophicus. Pars I in Logicam. Pars II in Phisicam. Pars III in Metaphysicam Actore R. P. Joanne Baptista De Aguirre S. J. meritissimo in hac Gregoriana Quitensi Universítate Philosophiae Professore… Inchoavit Quiti, die Oct. ann. Dni 1756.– Die 19 Oct. ann. 1757.– Die 19 Oct. ann 1758.– Madrid. Manuscrito, Biblioteca de la Academia de Historia.
{24} Physica ad Arístotelis mentem Autore P. Joanne Baptista de Aguirre Societatis Jesu Audiente Philippo Matia Raimer ejusdem Societatis.– Quiti.– MDCCVII.– Manuscrito del Archivo del Colegio de la Compañía de Jesús de Quito.
{25} Tractatus Theologicus—Canonicus de Contractibus, Autore R. J. Joanne Baptista de Aguirre.– 1761.– Quito. Manuscrito de la Biblioteca Nacional.
{26} Observaciones que Fray Juan Buenaventura Bestard… presenta al público, para precaverle de la seducción que pudiere ocasionarle la obra intitulada “La Venida del Mesías en Gloria y Majestad", de Juan Josaphat Ben Erra.– Madrid.– El primer tomo, imp. de don Fermín Villalpando, es de 1824; el segundo, imp. de don Miguel de Burgos, de 1825.
(Ramón Insúa Rodríguez, Historia de la Filosofía en Hispanoamérica, Guayaquil 1949, páginas 107-150.)