Filosofía en español 
Filosofía en español


Capítulo V

Polígrafos hispanoamericanos

Polígrafos hispanoamericanos.– Carlos de Sigüenza y Góngora.– Sor Juana Inés de la Cruz.– Dr. Juan de Espinosa Medrano.– Dr. Pedro Peralta Barnuevo.– José Eusebio de Llano Zapata.


No fueron raros en Hispanoamérica durante la Monarquía castellana los hombres de enciclopédico saber. Algunos dejaron fama casi legendaria por la variedad, extensión y profundidad de sus conocimientos y no faltaron entre los más notables quienes se apartaron de las trilladas sendas de la escolástica decadente, que divorciada cada día más y más del mundo real se perdía en estéril verbalismo. Ninguno de ellos fue un verdadero filósofo; pero su insaciable curiosidad científica, su aspiración incesante de saber, les llevó al estudio de diversos sistemas filosóficos europeos, y si bien, su erudición en tales materias solía ser un tanto refleja y de segunda mano, difundieron nuevas doctrinas en el campo de la Filosofía y de las Ciencias Naturales. Involuntariamente acaso, contribuyeron a realizar una profunda transformación en las ideas. Sigüenza y Góngora dio a conocer a Descartes y Copérnico; Sor Juana Inés de la Cruz, por primera vez en América encarna el tipo de la mujer aficionada a los estudios especulativos; Espinosa Medrano dejó honda huella en la historia de la Estética y Llano Zapata combatió de frente a la Escolástica.

Don Carlos de Sigüenza y Góngora es uno de los más eminentes pensadores hispanoamericanos del siglo XVII. Natural de la ciudad de Méjico, nació en mil seiscientos cuarenta y cinco e hizo sus estudios de humanidades en el Colegio de Tepotzotlán, regentado por los jesuitas. En la Universidad de Méjico desempeñó las Cátedras de Astrología y Matemáticas, siendo además nombrado Cosmógrafo Real. Vivió consagrado al estudio de las más diversas disciplinas científicas, y fue gran divulgador de conocimientos de todo orden. Cultivó con asiduidad la Filosofía, las Matemáticas y las Ciencias Naturales. Sus estudios históricos, tan celebrados por sus contemporáneos, se perdieron inéditos; pero le corresponde la gloria de haber sido el primero en restablecer el calendario de los aztecas y descubrir algunas de sus correspondencias con el nuestro. Es benemérito de la ciencia americana por su Manifiesto filosófico contra los cometas, publicado en mil seiscientos ochenta y uno, con motivo de la aparición del gran cometa de mil seiscientos ochenta, en el que ataca victoriosamente las supersticiones de la Astrología. Esta encontró un defensor, que publica en Campeche un Manifiesto cristiano en favor de los cometas. Sigüenza y Góngora contesta con su obra fundamental, que denominó con el extraño y gongórico nombre de El Belerofonte matemático contra la Quimera astrológica. En vano el jesuita P. Eusebio Francisco Kino, en un opúsculo titulado Exposición Astronómica, intenta refutar al sabio mejicano, pues éste replica victoriosamente, en mil seiscientos noventa, con su Libra astronómica y filosófica. Sigüenza y Góngora en estos tratados adopta y expone, siguiendo a Descartes y Copérnico, los más avanzados conocimientos astronómicos y matemáticos de su época, divulgando en América las teorías de los movimientos de los cometas de acuerdo con la doctrina de Copérnico, y la hipótesis cartesiana de los vórtices, y estudiando la materia de paralajes y refracciones. Por serlo todo, fue también poeta en su Triunfo Parthénico y en las setenta y nueve octavas reales de su canto Primavera Indiana, selvas tenebrosas donde campea a sus anchas el mal gusto literario y se acredita como uno de los más furibundos, difíciles y obscuros discípulos americanos del autor de las Soledades y el Polifemo.

A don Carlos de Sigüenza y Góngora se debe la redacción de las memorias del famoso aventurero portorriqueño Alonso Ramírez, publicadas con el título de Infortunios que Alonso Ramírez natural de la ciudad de San Juan de Puerto Rico padeció, así en poder de Ingleses Piratas que lo apresaron en las Islas Philipinas, como navegando por sí solo y sin derrota, hasta varar en la Costa de Yucatán: Consiguiendo por este medio dar vuelta al Mundo.{1}

Si no fuera porque Sigüenza y Góngora afirma ser el autor de esta obra, en la dedicatoria dirigida al Conde de Galve, y que el aprobante don Francisco de Ayerra y Santa María lo confirma al decir: “Puede el sujeto de esta narración quedar muy desvanecido de que sus infortunios son hoy dos veces dichosos: una por ya gloriosamente padecidos… otra porque le cupo en suerte la pluma de esté Homero”, nadie imaginaría fuera esta narración de estilo tan natural y sencillo obra de escritor generalmente tan obscuro, afectado, artificioso y enmarañado.

Durante largos años Sigüenza y Góngora enseñó Filosofía. Sus doctrinas eran una compilación de ideas tomadas de la escolástica y de los sistemas modernos, no siempre con éxito armonizadas; pero le cabe la gloria de haber sido el primero en Nueva España en seguir y enseñar a Descartes y Copérnico.

La educación filosófica en Hispanoamérica se extendía también a la mujer, como lo demuestra el caso de la ilustre monja mejicana Sor Juana Inés de la Cruz{2}, quien, si en verdad no escribió ningún tratado de filosofía, en sus obras se encuentran lúcidas muestras de su versación en este ramo del saber. En el famoso examen por ella rendido a la edad de diez y siete años, en el Palacio del Virrey, dejó pasmados con sus extraordinarios conocimientos a los cuarenta profesores de la Universidad, sus examinadores, entre quienes se contaban varios doctos teólogos y filósofos. Cierto que en el asombro de examinadores y espectadores debió influir de seguro no poco la juventud y extremada belleza de la examinada y el favor de que gozaba cerca de la Virreina, en cuyo Palacio fue “desgraciada por discreta y, con desgracia no menor, perseguida por hermosa”, según ella nos cuenta. Sin embargo, aún admitiendo haya algo y acaso mucho de hiperbólico en tales ponderaciones, es preciso reconocer fue Juana Inés un prodigio de ingenio y precocidad: a los tres años sabía leer, y el latín lo aprendió por sí misma, pues de su maestro el bachiller Martín de Olivas no recibió sino veinte lecciones. Según ella misma relata con elegante e ingenua sencillez: “No había cumplido los tres años de mi edad, cuando, enviando mi madre a una hermana mía mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me llevó a mi tras ella el cariño y la travesura, y viendo que le daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer, a la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó, porque no era creíble, pero por complacer al donaire, me la dió. Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la desengañó la experiencia, y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi madre, a quien la maestra lo ocultó, por darle el gusto por entero y recibir el galardón por junto; y yo lo callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden. Aún vive la que me enseñó. Dios la guarde, y puede testificarlo.”

“Acuérdome que, en estos tiempos, siendo mi golosina la que es ordinaria en aquella edad, me abstenía de comer queso, porque oí decir que hacía rudos; y podía conmigo más el deseo de saber que el de comer, siendo éste tan poderoso en los niños. Teniendo yo después como seis o siete años, y sabiendo ya leer y escribir, con todas las otras habilidades de labores y costuras que deprehenden las mujeres, oí decir que había Universidad y escuelas en que se estudiaban las ciencias, en México; y apenas lo oí cuando empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos, sobre que, mudándome de traje, me enviase a México en casa de unos deudos que tenía, para estudiar y cursar la Universidad. Ella no lo quiso hacer (y hizo muy bien); pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos y reprehensiones a estorbarlo; de manera que, cuando vine a México, se admiraban, no tanto del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenía, en edad que parecía que apenas había tenido tiempo de aprehender a hablar. Empecé a deprehender gramática, en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres (y más en tan florida juventud) es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro o seis dedos, midiendo hasta donde llegaba antes, e imponiéndome ley de que, si cuando volviese a crecer hasta allí no sabía tal o cual cosa que me había propuesto deprehender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena de la rudeza. Sucedía así que él crecía aprisa y yo aprendía despacio, y con efecto le cortaba en pena de la rudeza; que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno.”

Sor Juana Inés de la Cruz nació en San Miguel de Nepanthla, el doce de Noviembre de mil seiscientos cincuenta y uno, falleciendo en la ciudad de Méjico el diez y siete de Abril de mil seiscientos noventa y uno. Fue hija de don Pedro Manuel de Asbaje y de doña Isabel Ramírez de Cantillana, siendo Juana de Asbaje su nombre en el mundo, antes de adoptar, al tiempo de su profesión religiosa, aquel con que es conocida en la historia.

Aunque Sor Juana desde los primeros años de su vida gozó de gran renombre y recibió toda clase de halagos por su talento, saber, gracia y gran belleza, ocupando antes y después de su profesión religiosa preeminente lugar en la corte virreinal, como amiga favorita de las Virreinas Marquesa de Mancera y Condesa de Paredes, con todo no fue ajena al dolor: Un desengaño amoroso parece determinó su profesión religiosa, y en verdad, entre sus versos profanos los hay que, por lo sincero y robusto de la pasión, no dejan lugar a engaño, respecto a que conoció casto pero profano amor. Se ignora si el noble y puro sentimiento de sus diez y siete años fue o no correspondido, si se trató de un amor imposible, si era el amante personaje demasiado elevado para casarse con ella, mujer pobre aunque hidalga, o si la muerte del amado, como se asegura, la decidió a consagrar su vida al amor divino. Lo cierto es que encerrose en el claustro en plena juventud y en el apogeo de su belleza, despojándose de las galas con que tanto luciera en la suntuosa corte de los virreyes, entre aquellas nobles mejicanas que el Obispo Balbuena en su Grandeza Mexicana describía: “hermosísimas y gallardas damas, discretas y corteses entre todas las del mundo”. También allí le persiguió el sufrimiento, atormentándole con toda clase de escrúpulos, respecto a si era incompatible su ardentísima pasión por el estudio, su afán insaciable de saber, con los deberes de su estado. Hubieron prelados que así lo estimaron y no faltó, como ella nos cuenta, una superiora, “muy santa y muy cándida, que creyó que el estudio era cosa de inquisición y me mandó que no estudiase. Yo la obedecí (en tres meses que duró el poder ella mandar) en cuanto a no tomar libro, que en cuanto a no estudiar absolutamente, como no cae bajo mi potestad, no lo pude hacer; porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal”. El Obispo de Puebla, don Manuel Fernández de Santa Cruz, no obstante contarse entre sus admiradores, llegó a dirigirle, bajo el seudónimo de Sor Philotea de la Cruz, severa amonestación: “Mucho tiempo ha gastado v. md. en el estudio de los filósofos y poetas; ya será razón que se perfeccionen los empleos y se mejoren los libros”. Mas nada podía contrarrestar en esta humilde monjita la sed de ciencia, su avasalladora necesidad de escribir, aquella su “vehemente inclinación a las letras”, como ella misma la califica. Nadie como Sor Juana ha contado las ansias, dolores y escrúpulos de esta su crisis espiritual: “Su Majestad… sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento, dejando sólo lo que baste para guardar su ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer, y aun hay quien diga que daña. Sabe también Su Majestad que, no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi nombre mi entendimiento, y sacrificarle sólo a quien me lo dio, y que no otro motivo me entró en la religión, no obstante que al desembarazo y quietud que pedía mi estudiosa intención eran repugnantes los ejercicios y compañía de una comunidad.”

El prodigioso entendimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, se ejercitó en las Ciencias más diversas. Teología, Filosofía, Derecho Canónico, Matemáticas, Música, Medicina, Fisiología, Física, Astronomía, todo por ella fue estudiado. Dominaba muchas lenguas y versificaba en español, latín y azteca. Escribió un tratado de Música muy celebrado en su tiempo y hoy perdido. Consagrose también a la pintura. Cultivó el teatro y se conservan de ella dos comedias: Los empeños de una casa y Amor es más laberinto, y los muy notables autos sacramentales: Divino Narciso, El Mártir del Sacramento San Hermenegildo y El Cetro de Joseph. Con todo, es sólo en la poesía lírica donde Sor Juana conquistó la inmortalidad. Su genio poético, vencedor de las lobregueces gongorinas que le ocultan casi siempre, se muestra en unas pocas composiciones que de seguro no han de morir. Bellos y apasionados versos de profano amor, los unos; otros, de alta y pura inspiración mística en que su alma se eleva con vuelo de águila a las altas regiones del amor divino.

Sor Juana Inés es autora de una fantasía en verso: Sueño: “Siendo noche me dormí; soñé que de una vez quería comprehender todas las cosas de que el Universo se compone; no pude, ni aún divisar por sus categorías, ni aun solo un individuo. Desengañada, amaneció y desperté.” La obra es rica en sutiles alusiones y recónditas alegorías y demuestra que su autora sabía escribir con tanta obscuridad como el más aprovechado de los imitadores de las Soledades y el Polifemo.

En crítica religiosa es gallarda muestra de su vigoroso entendimiento y sutil ingenio, su ensayo: Vieyra impugnado por la Madre Sor Juana Inés de la Cruz{3}. Había el erudito portugués Padre Antonio Vieyra compuesto un tratado en el cual afirmaba no eran las mayores finezas de Cristo las manifestadas por San Agustín, San Juan Crisóstomo y Santo Tomás sino las que él exponía, llegando a escribir: “El estilo que he de guardar en este discurso será éste: referiré primero las opiniones de los Santos, y después diré también la mía; mas con esta diferencia: que ninguna fineza de amor de Cristo dirán los Santos, a que yo no dé otra mayor que ella, y a la fineza del amor de Cristo que yo dijere, ninguno me ha de dar otra que la iguale”, “proposición en que (comenta Sor Juana Inés de la Cruz) habló más su nación, Portugal, que su profesión ni su entendimiento”. Tenía Sor Juana en alto concepto al Padre Vieyra, “sutilísimo talento, que es tal su suavidad, su viveza, su energía, que al mismo que disiente enamora con la belleza de la oración, suspende con la dulzura, hechiza con la gracia y eleva, admira y encanta con el todo”; pero la arrogancia del portugués la decidió a enfrentársele y escribir una refutación, que si peca de exceso de ingeniosidad, como acaso lo exigía la materia, revela los indiscutibles talentos que para la especulación poseía la monja mejicana. La obrita en el fondo no pasa de ser un juego de ingenio, cuyos razonamientos se quiebran de puro sutiles. El Obispo de Puebla don Manuel Fernández de Santa Cruz, imprimió por primera vez este ensayo. En la carta que con el seudónimo de Sor Philotea de la Cruz le dirige, escribe: “Para que vuestra merced se vea en este papel de mejor letra, le he impreso”; pero después de elogiar la impugnación, le aconseja en tono agridulce abandone el estudio de la Filosofía y las letras para consagrarse exclusivamente a Dios: “No pretendo que v. md. mude el genio, renunciando los libros, sino que le mejore leyendo alguna vez el de Jesucristo… No repruebo la elección de estos autores; pero digo a v. md. lo que aconsejaba Jerson: préstese v. m., no se venda, ni se deje robar de estos estudios: esclavos son las letras humanas, y suelen aprovechar a las divinas; pero deben reprobarse cuando roban la posesión del entendimiento humano a la Sabiduría divina, haciendo señoras las que se destinaron a la servidumbre.”

Los reproches del prelado amargaron el sensible corazón de Sor Juana, la cual después de responderle con una carta admirable, en que vibra su alma ardiente y apasionada y es una de sus obras más perfectas{4}, se sujetó a penitencias terribles, entre otras, a una que debió, de seguro, ser para ella la más penosa: Regaló a los pobres sus instrumentos de física y de música y su rica biblioteca de más de cuatro mil volúmenes. Al morir, sólo se hallaron en su celda “tres libricos de devoción y muchos cilicios y disciplinas”.{5}

El doctor Juan de Espinosa Medrano, notable humanista y elegante escritor, es uno de los más esclarecidos ingenios entre los que brillaron en el Virreinato del Perú. Hizo sus estudios en el Cuzco, su ciudad natal, en el Colegio de San Antonio. Según se asegura, fue de muy precoz inteligencia y a los doce años de edad era ya músico consumado. Lo cierto es que a los catorce compuso varios autos y comedias y a los diez y seis dictaba una Cátedra de Artes. Más tarde ocupó las dignidades de Magistral, Tesorero y Arcediano en la Catedral del Cuzco.

La obra maestra de Espinosa Medrano es el Apologético en favor de D. Luis de Góngora{6}. Este libro, notable por la originalidad de sus concepciones estéticas, mereció grandes elogios de don Marcelino Menéndez y Pelayo: “La prueba de que no faltaban (en el Perú) estudios ni ingenio, sino acertada dirección en los unos y recta aplicación en el otro, nos la dá el hecho de haber salido, precisamente del Perú la mejor y más ingeniosa poética culterana, tan docta y tan aguda que, a no ser la causa pésima y detestable, pudiéramos decir de su defensor con palabras de Virgilio:

“Si Pergama dextra
Defendi possent: etiam hac defense fuissent.”{7}

Escribió su Apologética Espinosa Medrano con el propósito de defender a Góngora de los ataques del portugués Faria Sousa. Era éste un erudito de varia y extensa lectura, pero dotado del más perverso gusto literario que se puede imaginar. Escritor fecundísimo, vivió enamorado de Camoens, a quien comentó en varios tomos en folio{8}. Lo curioso es que en Camoens, a quien consideraba el más genial de los poetas conocidos, “hombre inspirado por el espíritu divino”, admiraba, no las esplendidas bellezas literarias de Os Lusiadas sino las alegorías que su calenturienta imaginación creía descubrir en la epopeya. Sostenía, el poema “ha de salir de la alegoría y ha de ser engendrado en ella”. En aras del poeta predilecto estaba dispuesto a sacrificar todos los de renombre. La fama de Góngora le sacaba de quicio, y por ello, en su comentario arremete contra sus admiradores, exigiéndoles descubran en sus poemas “el misterio, el juicio o alma poética, el misterio científico ejecutado en obras artificiosas y profundas, con principio, medio y fin”, afirmando que comparar a Góngora con Camoens “es como contender Arachne con Palas, Marsias con Apolo, y la mosca con el águila”.

Ante semejante arremetida contra Góngora, saltó Espinosa Medrano impetuoso a la arena dispuesto a defender su ídolo. No vaciló en decir, replicando a la acusación de carecer éste de alma poética: “Si alma llamó las centellas del ardor intelectivo, mil almas tiene cada verso suyo.” En el Apologético reina un fervoroso entusiasmo por la lengua y la literatura española y por la esplendidez, brío, sonoridad, ingenio y arrogancia del estilo de Góngora, cuyos antecedentes creía él encontrar en los escritores españoles del Imperio romano: “Luego que las musas latinas conocieron a los españoles se dejaron la femenina delicadeza de los italianos, y se pasaron a remedar la braveza hispana”, y arrogante proclama: “es muy del genio español nadar sobre las ondas de la poesía latina con la superioridad del óleo sobre las aguas.” Con gallardía ataca la doctrina de Faria y Sousa de que la auténtica poesía encierra sentido esotérico y donosamente le acusa de querer “que una Octava Rima tenga los sentidos de la Escritura”.

Gasta Espinosa estérilmente el vigor de su agudo ingenio y de su seguro instinto estético defendiendo en Góngora hasta lo indefendible, lo más obscuro, hueco, monstruoso, perverso, altisonante y desaforado que encontraba en las obras del gran poeta.

El doctor Espinosa Medrano fue autor de un curso de Philosophia Thomistica, hoy por desgracia perdido. Debió ser obra notable dado lo vigoroso del entendimiento del autor. Escribió también un poema: El Aprendiz de Rico.

El doctor don Pedro de Peralta Barnuevo, escritor de perverso estilo y pésimo gusto, poseyó excepcionales conocimientos. Su curiosidad científica se extendía por todos los campos del saber. Escribió sobre las ciencias más diversas, si rara vez con originalidad, siempre con prodigiosa y enciclopédica erudición. Versificaba en español, latín, italiano y francés y dominaba además profundamente el griego, el inglés y el quechua. En las cuarenta y ocho obras de él conservadas, escritas en prosa crespa y lóbrega, nos da muestras de sus extensos conocimientos históricos, literarios, matemáticos, astronómicos, médicos, químicos, botánicos y metalúrgicos.

Gran parte de su obra, fruto de un espíritu errático, extravagante y vagabundo, está formada por compilaciones, refundiciones y compendios: erudición de segunda y tercera mano; sombra de sombras. En sus escritos, con ser tantos, no hay ninguna concepción grande. Su influencia histórica es innegable y sus libros tienen para nosotros valor indiscutible, porque nos dan mucha luz sobre las ideas y gustos de su época en el Virreinato del Perú y por el gran caudal de noticias que en algunos nos ha trasmitido.

Aficionado a escribir en verso, era poeta de plenísima decadencia, en cuyo estilo se ostentan las mayores depravaciones, los más perversos resabios del más extremado mal gusto.

El Virrey Marqués de Castell-dos-Rius, le designó en mil setecientos nueve para dictar en la Universidad de San Marcos de Lima la Cátedra de Prima de Matemáticas, desempeñando más tarde en ella el cargo de Rector. Fue Cosmógrafo Mayor e Ingeniero del Virreinato. Anualmente daba a luz un calendario oficial con gran número de pronósticos astronómicos y astrológicos. Escribió varios estudios de arquitectura militar relativos a las fortificaciones de Lima y Buenos Aires y bajo su dirección se construyó en el Callao una empalizada para proteger los muros del puerto que derruía el mar.

Astrónomo notable, en la noche del veinte y seis de Febrero de mil setecientos dos reconoció un cometa visible en Lima y el viajero francés Frazier le es deudor de gran número de noticias cosmográficas. La Academia de Ciencias de París le nombró su socio correspondiente. Entre sus numerosos tratados se encuentran obras de Matemáticas, Metalúrgica, Arte Militar, Ingeniería Civil, &c.: Aritmética Especulativa, Observaciones Astronómicas, Observaciones Náuticas, Sistema Astrológico Demostrativo, Regulación del tiempo en treinta y cinco efemérides, Lima inexpugnable discurso hereotectórico, Del origen de los monstruos, Nuevo beneficio de los metales. Es autor también de un Arte de Ortografía. De sus obras históricas es la más notable su Relación del Gobierno del Virrey Marqués de Castell-Fuerte, y la más conocida y erudita, aunque hoy carece en absoluto de utilidad, su Historia de España Vindicada{9}. Poeta áulico, escribió multitud de versos de circunstancias, de ningún valor poético, consagrados a cantar coronaciones y muertes de reyes, nacimientos y juras de príncipes, canonizaciones de santos, entradas de virreyes, &c.: Lima Triunfante; Glorias de la América, juegos pythios y júbilos de la Minerva peruana; Panegírico y poesías con que se celebró la fausta feliz acción del recibimiento en las Escuelas del Virrey príncipe de Santo Buono; El Templo de la Fama Vindicado; Júbilos de Lima y fiestas reales en los casamientos del Príncipe D. Luis y de la Princesa de Orleans; Fúnebre pompa en las exequias del Duque de Parma; El Cielo en el Parnaso; La Galería de la Omnipotencia; Relación de la Sacra festiva pompa en acción de gracias por la exaltación a la cardenalicia dignidad de D. Gaspar de Molina; Parabién Panegírico, &c. No gustó Peralta Barnuevo de encerrarse en los estrechos límites de la poesía cortesana y pretendió tocar la trompa épica en su poema Lima Fundada o Conquista del Perú{10}. Este poema que, por inverosímil ello parezca, fue una de las lecturas favoritas del genial pensador quiteño Don Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, es un monumento de mal gusto donde se aúnan de singular manera el más vulgar prosaísmo con el más obscuro e intrincado gongorismo, curiosa muestra de hasta qué extremo de insensatez puede llegar una escuela literaria en su extrema decadencia.

Como si todos estos trabajos fueran poco, hizo varias traducciones del latín y del italiano y escribió en francés dos poemas.

Peralta Barnuevo cultivó también el teatro: Rodoguna, Triunfos de Amor y Poder y Afectos vencen finezas, &c., y aunque estas obras son harto mediocres, tienen el valor circunstancial de encontrarse entre ellas las más antiguas imitaciones del teatro francés hechas en castellano; imitaciones que Peralta mezclaba con otras del genial teatro español de los grandes días del Siglo de Oro.

La reputación de Peralta Barnuevo en su tiempo fue inmensa, llegando a Europa, donde mereció de tan alto ingenio como el Padre Benito Feijoo el más ardiente y entusiasta panegírico: “En Lima reside D. Pedro de Peralta y Barnuevo, catedrático de prima de Matemáticas, ingeniero y cosmógrafo mayor de aquel reino: sujeto de quien no se puede hablar sin admiración, pues que apenas (ni aun apenas) se hallará en toda Europa hombre alguno de superiores talentos y erudición. Sabe con perfección ocho lenguas, y en todas ocho versifica con notable elegancia. Tengo un librito que poco ha compuso, describiendo las honras del señor Duque de Parma, que se hicieron en Lima. Está bellamente escrito y hay en él varios versos suyos harto buenos, en latín, italiano y español. Es profundo matemático en cuya facultad o facultades logra altos créditos entre los eruditos de otras naciones, pues ha merecido que la Academia Real de las Ciencias de París estampase en su historia algunas observaciones de eclipses, que ha remitido. Es historiador consumado, tanto en lo antiguo como en lo moderno, de modo que sin recurrir a más libros de los que tiene impresos en la biblioteca de su memoria, satisface prontamente a cuantas preguntas se le hacen en materia de historia; sabe con perfección (aquella de que el presente estado de estas Facultades es capaz) la Filosofía, la Química, la Botánica, la Anatomía y la Medicina. Tiene hoy{11} sesenta y ocho años o algo más. En esta edad ejerce con sumo acierto no sólo los empleos que hemos dicho arriba, mas también el de contador de Cuentas y Particiones de la Real Audiencia y demás tribunales de la ciudad, a que añade la presidencia de una Academia de Matemáticas y Elocuencia que formó a sus expensas. Una erudición tan vasta es acompañada de una crítica exquisita, de un juicio exactísimo, de una agilidad y claridad en concebir y explicarse admirables.”{12}

Las ideas de este asombroso polígrafo eran un eco de las expuestas con aplauso en cátedras europeas durante las décadas anteriores. Su pensamiento aparece siempre ahogado bajo la balumba de una erudición estéril e indigesta, grande sí, pero farragosa, carente de todo método, recargada, enfadosa, con frecuencia pueril, expuesta en estilo duro y tenebroso.

Hoy las obras de Peralta Barnuevo no tienen sino valor histórico. Sólo queda el eco de la inmensa y casi legendaria reputación de su saber universal. Es uno de esos autores a quienes todos recuerdan con elogio y nadie lee. Verdad que hacer esto último, en lo que a la mayor parte de sus obras se refiere, es algo muy propio para poner a ruda prueba las fuerzas del más entusiasta lector. Su obra literaria no le ha sobrevivido; su labor en el campo de las Ciencias Físicas y Naturales no ha sido aun debidamente estudiada por los entendidos en ellas. Como erudito, su saber fue asombroso, acumulando inverosímil suma de conocimientos; como pensador, no ha escrito una sola página en que se encuentre una concepción, una idea filosófica original.

Don José Eusebio de Llano Zapata, natural de Lima, fue también polígrafo de extraordinario saber. A la vez, pensador original, historiador, humanista, poeta, astrónomo, matemático y naturalista. Discípulo por corto tiempo de los jesuitas; no hizo estudios superiores y sólo gracias a sus asombrosos esfuerzos de autodidacta logró acumular su notable erudición.

Gran viajero, recorrió el Nuevo y el Viejo Continente, coleccionando antigüedades, investigando la cronología azteca, estudiando la hidrografía del Golfo de Méjico. Concibió el audaz intento, cuya realización propuso al Rey Carlos III, de una descripción geográfica, mineralógica, arqueológica, botánica y zoológica de la América del Sur, obra en verdad imposible de efectuar por entonces y apenas iniciada en nuestros días. La intención del autor era estudiar en cinco volúmenes los reinos mineral, vegetal y animal, los ríos Marañón, Amazonas, Uriaparí y Magdalena. De esta obra, Memorias Físicas Apologéticas de la América Meridional, solo se conserva el primer tomo, consagrado al reino mineral y en el que además de los estudios mineralógicos se encuentra gran caudal de noticias arqueológicas e históricas.

En mil seiscientos cincuenta y seis se radicó en España, en la ciudad de Cádiz, donde permaneció hasta su muerte acaecida en mil setecientos sesenta y nueve. La mayor parte de sus obras se han perdido; pero las que se conservan demuestran su mucho saber y entendimiento. Como poeta, carece de valor; pero lo tienen y mucho sus trabajos científicos. En mil setecientos cuarenta y cuatro vio la luz en Lima su Resolución físico-matemática sobre los cometas y diversos estudios realizados con motivo de los terremotos de mil setecientos cuarenta y seis y mil setecientos cuarenta y ocho. Algunas de sus cartas científicas se reunieron en dos volúmenes, otras se publicaron sueltas y varias se conservan manuscritas.

José Eusebio de Llano Zapata fue un pensador vigoroso, que combatió de frente a la Filosofía escolástica, llegando hasta sostener que en ella todo son “abstracciones y disputas bien inútiles; no se da un paso que no sea en esta parte con pérdida de tiempo, malogro de la juventud y ruina de los ingenios; tropiezos casi inevitables y que siempre han de salir de encuentro a todos los que se mezclan en cuestiones que ni en lo físico ni en lo moral traen algún provecho al espíritu de los hombres”.

Varones hercúleos, estos polígrafos hispanoamericanos gustaban emprender múltiples empresas, de tal magnitud que su cumplida realización era inalcanzable a la fuerza de un solo hombre siendo asequible apenas a las de una generación entera. Aunque sabían mucho y de muchas cosas, ninguno logró en Filosofía descubrir algo nuevo. Realizaron, sin embargo, una labor fecunda, que nunca será bastante alabada ni agradecida, al difundir conocimientos de toda clase de ciencias, despertar el amor por el saber y extender el horizonte intelectual de los hispanoamericanos de su tiempo.




{1} Infortunios que Alonso Ramírez natural de la ciudad de San Juan de Puerto Rico padeció, assi en poder de Ingleses Piratas que lo apresaron en las islas Philipinas, como navegando por sí solo y sin derrota, hasta varar en Costa de Yucatán: consiguiendo por este medio dar la vuelta al Mundo. Descríbolos D. Carlos Sigüenza y Góngora Cosmógrafo y Catedrático de Matemáticas del Rey N. Señor en la Academia Mexicana. Con licencia. En México por los Herederos de la viuda de Bernardo Calderón en la calle de San Agustín.– Año de 1690.

{2} El primer tomo de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz vio la luz con el extraño título de Inundación Castálida de la única poetisa, musa decima, sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Jerónimo de la imperial ciudad de México; que en varios metros, idiomas y estilos fertiliza varios assumptos, con elegantes, sutiles, claros, ingeniosos, útiles versos para enseñanza, recreo y admiración. En Madrid, por Juan García Infanzón.– 1689.

El segundo tomo es de Sevilla, 1691.

El tomo tercero se publicó con el título Fama y obras póstumas del Fénix de México, décima musa, poetisa americana, sor Juana Inés de la Cruz. En Madrid, en la imprenta de Manuel Ruiz de Murga.– 1700.

{3} El estudio de Sor Juana Inés de la Cruz fue a su vez refutado por una docta monja portuguesa, Sor Margarita Ignacia: Vieyra impugnado por la Madre Sor Juana Inés de la Cruz… y defendido por la Madre Sor Margarita Ignacia, religiosa de San Agustín, en su convento de Santa Mónica de la ciudad da Lisboa. Pónese al principio el sermón de Mandato del Padre Antonio Vieyra, que impugnó la Madre Sor Juana.– Madrid.– l731.

{4} Carta athenagorica de la Madre Juana Inés de la Cruz religiosa profesa de velo y Choro en el Muy Religioso Convento de San Gerónimo de la Ciudad de México cabeza de la Nueva España. Que imprime y dedica a la misma Sor Phylotea de la Cruz su estudiosa aficionada en el Convento de la Santísima Trinidad de la Puebla de los Ángeles. En la Imprenta de Diego Fernández de León.– Año de 1690.

{5} Vida de la Madre Juana Inés de la Cruz, Religiosa Profesa en el Convento de San Jerónimo de la ciudad Imperial de México.– Madrid. Manuscrito de la Real Biblioteca.

{6} Apologético en favor de D. Luis de Góngora Príncipe de los Poetas Líricos de España: contra Manuel Faria y Sousa, Cavallero portugués. Que dedica al Excmo. Sr. D. Luis Méndez de Haro, &c. Su autor el doctor Juan de Espinosa Medrano, Colegial Real en el insigne Seminario de San Antonio el Magno, Catedrático de Artes, y Sagrada Teología en él: Cura Rector de la Santa Iglesia Catedral de la ciudad del Cuzco, cabeza de los Reinos del Perú en el nuevo Mundo.– Con licencia.– En Lima, en la Imprenta de Juan de Quevedo y Zárate.– Año de 1694.

{7} Historia de la Poesía Hispano-Americana por el doctor D. Marcelino Menéndez y Pelayo, Director de la Real Academia de Historia.– Tomo II.– Madrid.– Librería General de Victoriano Suárez. 1913. Pág. 188.

{8} Lvsiadas de Lvis de Camoens, Príncipe de los Poetas de España… Comentadas por Manuel de Faria i Sousa… Año de 1639. En Madrid, por Juan Sánchez.– A costa de Pedro Coello, mercader de libros.– (Son cuatro tomos en folio.)

Rimas varias de Luis de Camoens… Comentadas por Manuel de Faria y Sousa… Tomo I y II. Que contiene la primera, segunda y tercera Centuria de los sonetos. Lisboa.– Na imprenta de Theolino Damaso de Mello, Impresor de la Casa Real. Año 1685.

Rimas varias… Tomos III, IV y V.– Segunda parte… Lisboa… En la Imprenta Craesbeckiana.– Año MDCLXXXIX.

{9} Historia de España Vindicada, en que se hace su más exacta descripción, la de sus excelencias y antiguas riquezas: se prueba su población, lengua y reyes verdaderos primitivos, su conquista y gobierno por los cartagineses y romanos: se describe la verdadera Cantabria: se fijan las más ciertas épocas o raíces del Nacimiento y Muerte de Nuestro Salvador: se defiende irrefrenablemente la venida del Apóstol Santiago, la aparición de Nuestra Señora al Santo en el Pilar de Zaragoza, y las translaciones de su sagrado cuerpo: se vindica su historia primitiva eclesiástica, la de San Saturnino, San Fermín, Osio y otros sucesos: se refieren las persecuciones, los mártires y demás santos, los Concilios y Progresos de su Religión hasta el siglo sexto: la historia de los emperadores y de los grandes varones: el origen e imperio de los Godos.– Lima.– 1730.

{10} Lima Fundada o Conquista del Perú: Poema heroico en que se decanta toda la historia del descubrimiento y sujeción de sus provincias por D. Francisco Pizarro, y se contiene la serie de los Reyes, la historia de los Virreyes y Arzobispos que ha tenido, y la memoria de los Santos y Varones ilustres que la Ciudad y Reino han producido.– Lima.– 1732.

{11} En 1730.

{12} Teatro Crítico.– Madrid.– Compañía de Impresores y Libreros.– 1760.– Tomo IV. Discurso sexto.

(Ramón Insúa Rodríguez, Historia de la Filosofía en Hispanoamérica, Guayaquil 1949, páginas 151-172.)