Filosofía en español 
Filosofía en español


Capítulo VIII

Estado social de Hispanoamérica en los primeros años de vida independiente

Estado social de Hispanoamérica en los primeros años de vida independiente.– La Filosofía en Hispanoamérica después de la Independencia.– José Joaquín de Olmedo.– Vicente Rocafuerte.– Fray Camilo Henríquez.– Francisco de Paula Vigil.– Crisóstomo Lafinur.– Dr. Manuel Fernández Agüero.– Diego Alcorta.– Alberdi.– Francisco Bilbao.– Propaganda Protestante en Hispanoamérica con posterioridad a la Independencia.– Pensadores católicos.– Dr. José Ignacio Moreno.– Fray Vicente Solano.– La Escuela Escocesa.– Andrés Bello.– Sarmiento.– Lastarria.– José Joaquín de Mora.– Empirismo sensualista.– José Miguel Varas.– Ventura Marín.– P. José Agustín Caballero.– Félix Valera.– José de la Luz Caballero.– Manuel González del Valle.


Desde los primeros días de la Guerra de la Independencia aparecen, y apenas nacidos se disputan fieramente el poder, dos partidos políticos: el Liberal y el Conservador, inspirados en dos concepciones divergentes de la vida. El primero, acaudillado por brillantes ideólogos, enarbola como bandera Constituciones perfectas, alejadas de toda realidad, hermanas de aquella que un día Tomás Moro imaginara para Utopía, y militan en sus filas jóvenes e ilustrados aristócratas, estudiantes, la naciente burguesía y numerosos clérigos ganados por las nuevas ideas; forman el segundo, la mayoría del clero y de la antigua aristocracia, los pequeños propietarios, las clases pobres, profundamente religiosas, y muchos viejos liberales que al llegar a usufructuar el poder se vuelven autoritarios y asustados por las transformaciones sufridas por la estructura social y temiendo haga la anarquía imposible la vida, se oponen a todo cambio. El ejército es el árbitro. Al inclinarse ya a unos, ya a otros, da el Poder. Por ello todos tratan de halagarle y atraérselo cuando están en la oposición y al llegar al Gobierno se apresuran a depurarlo, a purificarlo, o sea a expulsar todos los elementos de ideología contraria. La lucha es apasionadísima. La política absorbe la vida y el pensamiento todo de la Nación y enciende el fanatismo de las masas. Desaparece en absoluto la tolerancia. Se rechaza el análisis y la crítica. Los liberales, frente a la intolerancia de los conservadores, crean un nuevo dogma. La Democracia se transforma en una especie de diosa laica. Los unos excomulgan y fusilan en nombre de Dios, los otros, en nombre de la Libertad y la Ciencia. El conservador ve al liberal como un ser vitando, peligroso, enemigo de la familia, del orden, de la paz, de la Religión, de Dios; el liberal imagina al conservador un ser taimado, tenebroso, mezquino, ignorante, que por perversidad de alma más que por carencia de inteligencia pretende apagar las luces del siglo. Y no es esto mera retórica de escuela. En tremendas batallas, en campañas que duran decenios, se lucha por el predominio político, por la inserción de un artículo en una Constitución que nunca ha de cumplirse. Durante años y años se guerrea en forma implacable y con épico heroísmo. Al terminar la guerra civil no suele lucir en el Capitolio, ni la roja bandera liberal ni la azul conservadora. Tinta en sangre, la bandera victoriosa se ha trocado en la escarapela de un caudillo, para quien la única y más perfecta de las formas de Gobierno es el Cacicazgo.

Hispanoamérica vive durante su primer siglo de Independencia en constante estado constituyente, en perfecta interinidad. Las Constituciones se suceden unas a otras en ininterrumpidas series. Se olvida, el buen gobierno no depende tanto de la forma jurídica como del contenido que se encierra en ella.

Todo gira al derredor de la Política: la Filosofía, las ciencias, las artes, las industrias, el comercio, la vida entera. Los más ilustres pensadores parecen delirantes. Sarmiento, el gran Sarmiento, no se avergüenza de pedir el destierro de Andrés Bello, por el pecado de saber demasiado. Alberdi se atreve a calificar de ciencia pueril y fastidiosa a toda Filosofía que no sirva para la Política, la Moral o la Historia. Heredia, Mármol, sus innúmeros discípulos, toman actitudes de profetas bíblicos y Montalvo combate sin contemplaciones a sus enemigos en brillantes y calenturientos libros y folletos. Casi todos ellos parecen extraños hierofantes que en períodos rimados llenos de pompa, número, fuego y majestad, o en prosa engolada, vibrante de pasión ardentísima, exaltan a un caudillo o execran a un tirano, cantan el orden o la libertad. El enemigo político en el Poder es siempre un tirano, y éste no aparece a los ojos del poeta como un ser de carne y hueso, animado de pasiones buenas y malas, sino es siempre, como en los melodramas, una abstracción: el Tirano, con mayúscula, ente de razón, personaje tremebundo, anormal, sanguinario, enemigo de la razón y del bien, que lívido pasea, rodeado de las bayonetas de su guardia pretoriana, entre sus conciudadanos aherrojados, imaginando nuevos suplicios. En la realidad, el tirano tan extrañamente deformado por la imaginación febril del calenturiento vate, suele ser un pobre hombre, cuyo mayor pecado es un desmedido amor al Poder, en el cual se mantiene, más que con suplicios, con bajas complacencias para la soldadesca que le sostiene y a cuyos jefes mira empavorecido, seguro como está, en lo íntimo de su pecho, de que aspiran a reemplazarle. No se deduzca de esto, que todos los tiranos que ha sufrido América pertenezcan a esta clase. Entre ellos los ha habido: Francia, Rosas, Gómez, muy auténticos hombres de presa, el golpe de cuya garra fue siempre mortal y que nunca retrocedieron ante arbitrariedad ni ante crimen alguno. Pero aún éstos, no fueron esos seres anormales tantas veces descritos, que hacen el mal por el mal mismo. Todos amaron apasionadamente a su patria y se esforzaron por su progreso y prosperidad, no faltando entre ellos los que dieron muestras de ser eximios gobernantes. La verdadera Historia de Hispanoamérica está aún por escribir. Exceptuando lo muy poco exceptuable, hasta ahora se han escrito sólo historias de partido, fruto casi siempre de la pluma de los mismos protagonistas. Siendo tan corta la vida independiente de estos pueblos, falta indudablemente la necesaria perspectiva. El historiador, cuando no es uno de los actores, es uno de sus inmediatos sucesores en la liza: siempre es un combatiente. Sus opiniones sobre el pensamiento y los actos de los hombres de ayer están determinadas por los intereses de hoy. Ideas e intereses por los que se luchó en otros tiempos, tienen aún actualidad. Los grandes nombres del pasado no entraron todavía definitivamente en la Historia: son banderas que en lo alto tremolan orgullosos los partidos.

Sin embargo, esta lucha enconada y constante, ni detuvo el progreso material, ni logró entrabar el intelectual. Tal como en las repúblicas italianas del Renacimiento, favoreció más bien la formación de personalidades señeras; pero la falta de calma, de estudio disciplinado y metódico, de austera y serena meditación fueron causa de que en el campo de la Filosofía el genio especulativo del hispanoamericano de esos tiempos se manifestase, no en amplias concepciones armónicas sino en vislumbres geniales, en intuiciones, en relampageantes adivinaciones.

El pensamiento americano continuó después de la Independencia, como antes durante la Colonia, sujeto a la influencia del europeo. Todas las escuelas filosóficas del Viejo Mundo tuvieron en el Nuevo expositores y adherentes de lucida talla.

En Venezuela, la Gaceta de Caracas, publicó, de mil ochocientos diez a mil ochocientos doce, una obra de William Burke, titulada Derechos de la América del Sur y México, de la que se utilizó la composición tipográfica para editarla en forma de libro. Parece sólo llegó a ver la luz la primera parte, pues no se conoce ejemplar alguno de la segunda. Contra la obra de Burke se publicaron en Caracas, tres folletos:

Apología de la Intolerancia Religiosa contra las máximas del Irlandés Don Guillermo Burke, en la Gaceta del Martes diez y nueve de Febrero de mil ochocientos once, número veinte, fundada en la Doctrina del Evangelio, y la experiencia de lo perjudicial que es al Estado la Tolerancia de Religión. Dividida en dos partes, Caracas, en la imprenta de Juan Baillio y Ca.” (1811).

Ensayo político contra las reflexiones de S. William Burke, sobre el Tolerantismo, contenidas en la Gaceta del diez de Febrero último. Por el D. D. Antonio Gómez, Caracas. Reimpreso por J. Baillio y Ca., Esquina del Palacio Arzobispal.” 1811.

La Intolerancia Político Religiosa, vinculada; o Refutación del Discurso que en favor de la Tolerancia Religiosa, publicó D. Guillermo Burke, en la Gaceta de Caracas, del Martes diez y nueve de Febrero de mil ochocientos once, número veinte. Por la R. P. Universidad de Caracas, en la imprenta de Juan Baillio, mil ochocientos doce.”

Los folletos valen poco, pero son interesantes, en sumo grado, por la época de su publicación, sobre todo el último, que nos da a conocer las ideas por entonces predominantes en la Universidad de Caracas, la cual, en Claustro Pleno de veinte y tres de Febrero de mil ochocientos once, se mostró contraria a la tolerancia en materia religiosa, pidió se recogiese la antedicha Gaceta y se prohibiere la anunciada publicación del resto de la obra de Burke y dispuso publicar a nombre de la Universidad una refutación. Para redactar ésta, se designó a los doctores don Juan Nepomuceno Quintana y don Felipe Paúl, quienes debían consultarse con el doctor don Gabriel Lindo, con Fray Francisco Xavier Sosa, el doctor don Domingo Viana y don Antonio Gómez. En definitiva, la impugnación fue redactada por el doctor Quintana. El Claustro Universitario aprobó su trabajo el cinco de Junio de mil ochocientos once, resolviendo además pedir al Arzobispo autorizase su publicación.

En mil ochocientos doce, la Imprenta de Baillio, en Caracas, reimprimió la Lógica de Condillac.

En Colombia, durante largos años, reinaron sin seria oposición las doctrinas de Destutt de Tracy.

En los días que siguieron a la Guerra de la Independencia, tres corrientes filosóficas predominaban en el pensamiento hispanoamericano: el enciclopedismo francés, los pensadores católicos y el empirismo de la escuela escocesa.

Don José Joaquín de Olmedo personifica en el Nuevo Mundo un tipo especial entre los discípulos de la Enciclopedia: volteriano, escéptico en religión, culto, tolerante con los hombres y las ideas, enamorado de las letras clásicas. En sus mocedades, siendo alumno del Colegio de San Carlos, en Lima, por poseer libros prohibidos y haber prestado a un amigo L’Henriade de Voltaire, fue denunciado a la Inquisición, la que le incluyó en su Índice de Registros.

En su oda A un Amigo en el Nacimiento de su Primogénito, canta:

“La moral pura
La simple, la veraz filosofía,
Y tus leyes seguir, madre Natura,
Impiedad se dirá. Rasgar el velo
Que la superstición, la hipocresía
Tienden a la maldad; decir que el Cielo
Límites ciertos al poder prescribe
Como a la mar; y que la mar insana
Menos desobediente
Es al alto decreto omnipotente;
Impiedad… sedición.”

Siendo diputado en las Cortes de Cádiz, en el famoso discurso que pronunció defendiendo la abolición de las mitas, alude en forma desfavorable a la infalibilidad Pontificia:

“De aquí provinieron los repartos de los indios para todo… y esto aún después de haberse decidido afirmativamente la ardua y muy agitada cuestión de si eran o no eran hombres, y de haberse decidido por una de aquellas personas que han tenido pretensiones o presunciones de infalibilidad.”

En mil ochocientos veinte y tres publicó en Lima su magnífica traducción de la Primera Epístola del Ensayo sobre el Hombre, de Alejandro Pope. En el Prólogo se lee:

“La moral, que a manera de la física acababa también de sacudirse de su materia sutil y despojarse de los cielos y de sus turbillones, no le es menos deudora de sus progresos; ya por la simplicidad con que desenvuelve sus principios fundamentales —ya por las ideas sublimes que da de Dios como criador del mundo, y del hombre como criatura suya, la más excelente de todas, a la cual están subordinadas las demás, y con quienes concurre al grande fin de la creación— ya finalmente para revelar el misterio filosófico del mal moral bajo la providencia de un Dios santo y bueno, y del mal físico con el orden, hermosura y perfección del universo.”

En su correspondencia privada, en que no faltan rasgos volterianos, se muestra poco favorable al clero y a la religión católica.

El siete de Marzo de mil ochocientos veinte y ocho, escribiendo a Bello, alude con amarga ironía a la reacción religiosa en Francia, durante el gobierno de Carlos X: “Hay un retroceso visible en todo sentido; pero es de esperar que todo se restablezca y prospere con la decidida protección que aquí se concede a nuestra santa religión y a sus ministros. Todos los caminos están erizados de -|--|--|- en lugar de árboles; de capillas, en lugar de granjas y cabañas; de frailes que piden y saquean a los pasajeros y que cantan por plata rosarios y responsos, en lugar de pastores que regalen a sus huéspedes con natas y frutas, y que después los aduerman con alegres canciones al son de su flauta melodiosa. De este modo los pueblos llegarán a la verdadera felicidad, que no consiste en la posesión de los bienes y los placeres temporales, sino en la de los espirituales y eternos.”

En carta de treinta y uno de Enero de mil ochocientos cuarenta y siete, dirigida al mismo Bello, refiriéndose a un mediocre poema de Soumet, decía:

“Si en las copiosas librerías de Chile se encuentra la Divina Epopeya de Soumet, muy mucho agradeceré a Ud. que me la mande. Empezaba a leerla en Lima, cuando me vine, y el dueño de ese único ejemplar me lo quitó al salir. Le aseguro a Ud. que me ha llenado, mejor diré, rebosado el argumento de ese poema. ¿Qué es el incendio de Troya y la ruina de un imperio; qué es la fundación de otro, venciendo pequeñas hordas de salvajes; qué es la conquista de un sepulcro vacío, y la fundación de un reino pequeño y efímero?… ¿Qué es todo esto en comparación de la libertad de los infiernos y la redención de los ángeles precitos?… Hace muchos años que, con mucha frecuencia, me asaltaba el pensamiento de que (aquí entre nosotros) es incompleta, imperfecta la redención del género humano y poco digna de un Dios infinitamente misericordioso. Nos libertó del pecado, pero no de la muerte. Nos redimió del pecado, y nos dejó todos los males que son efecto del pecado.”

En el famoso soneto En la Muerte de mi Hermana, canta con arrogancia blasfema:

¿Y eres tu Dios? ¿A quién podré quejarme?
Inebriado en tu gloria y poderío,
¡Ver el dolor que me devora impío
Y una mirada de piedad negarme!
Manda alzar otra vez por consolarme
La grave losa del sepulcro frío,
Y restituye, oh Dios, al seno mío
La hermana que has querido arrebatarme.
Yo no te la pedí. ¡Que! ¿es por ventura
Crear para destruir, placer divino,
O es de tanta virtud indigno el suelo?
¿O ya del coro absorto en tu luz pura
Te es menos grato el incesante trino?
Díme, ¿faltaba este ángel a tu cielo?

Escribió Olmedo, para la enseñanza, unas Lecciones de Lógica, hoy perdidas.

Olmedo será siempre para el historiador una personalidad simpática, por la mesura horaciana, por su índole suave y bondadosa, el gusto delicado y refinado. A todo anteponía su amor de las letras clásicas. Miraba a Horacio como a un amigo y sin cesar le leía. El arco triunfal que consagró a la gloria de los Libertadores está levantado con mármoles arrancados de las canteras de Roma. Su musa de poeta civil supo cantar con majestuosa grandeza, en versos sonoros, gráficos y valientes, el genio de Bolívar y las glorias de los héroes de la Emancipación hispanoamericana y en versos elegantísimos, de escultural belleza, el triunfo de Flores en Miñarica, poema en verdad demasiado grande para ser consagrado a las tristes hazañas de una guerra civil. Toda su obra puede encerrarse en cien páginas, pero algunas de ellas son de oro purísimo.

Su actuación política ha sido muy discutida. Siempre al servicio de la cultura, grandes fueron su amor a la justicia, su ardiente humanitarismo. Le tocó vivir en una época de ásperas luchas filosóficas y religiosas, políticas y sociales, cuando predominaba la intolerancia. Por ello nada tiene de sorprendente se le tachase de político pusilánime. Quien siempre creyó era base indispensable para un buen régimen democrático las recíprocas concesiones, estimando imposible el gobierno en una República si al producirse divergencias de opinión respecto a la bondad de una medida o la justicia de un principio, las partes en pugna dirimían sus controversias con las armas, no estaba en verdad hecho para el gobierno en tiempos en que los caudillos eran generales a quienes gustaba gobernar desde la silla del caballo de batalla.

Aunque en filosofía Olmedo era deísta, nunca en sus poesías líricas se encuentra la íntima emoción religiosa.

Vicente Rocafuerte nació en Guayaquil, en mil setecientos ochenta y tres. Diputado por su provincia natal a las Cortes de Cádiz, militó en las filas del partido liberal. Disueltas las Cortes viajó por Francia e Italia.

En mil ochocientos veinte estuvo en La Habana, trabajando con gran actividad y eficacia en favor de la Emancipación americana. En servicio de ésta se trasladó a Madrid, con el propósito, como él mismo nos cuenta, de ponerse “en contacto con los liberales de la Península y los de América”{1}. No tardó en volver a Cuba, de ahí pasó a los Estados Unidos de Norte América y más tarde a Méjico, donde incansable siguió luchando por sus ideales. Al establecerse el Imperio de Iturbe, le combate con pasión. Las logias mejicanas del rito escocés le enviaron a los Estados Unidos a negociar no se reconociese al nuevo Emperador, a cuyo derrocamiento contribuyó en mucho con su energía, actividad y talento. Por entonces vieron la luz varios libros suyos, en los que ataca el Imperio y defiende el régimen democrático establecido en Colombia, y la traducción del inglés del Curso de Filosofía Moral de Alien En mil ochocientos veinte y cuatro se trasladó a Inglaterra, con el objeto de negociar el reconocimiento de la Independencia de Méjico y gestionar la concesión de un empréstito por valor de diez y seis millones de pesos. Logró ambos propósitos. En Londres reanuda sus viejas amistades con los liberales españoles, sobre todo con don Joaquín Lorenzo Villanueva, quien influye muchísimo en el pensamiento del estadista guayaquileño. Relatando sus actividades de esta época, Rocafuerte, muchos años más tarde, escribía: “Entablé un periódico muy instructivo, con el título de Ocios de unos Emigrados Españoles en Londres, que redactaron los Srs. José Canga Argüelles, D. J. L. Villanueva y el señor Mendivil.”{2} Su amistad con Canga Argüelles era muy íntima, hasta el extremo de terminar éste una obra que Rocafuerte dejara inconclusa: Cartas a un americano sobre las ventajas de los Gobiernos Republicanos Federativos. A su vuelta, encuentra a Méjico dividido en facciones irreconciliables, despedazado por terribles luchas civiles. Con su ímpetu y entusiasmo habituales, interviene, lo mismo en las pugnas que se dilucidaban a la luz del sol en la arena política y en los campos de batalla, que en las no menos encarnizadas que en secreto mantenían las logias del rito escocés con las del rito de York, estas últimas dirigidas por Poinsett, Embajador de los Estados Unidos. Después de militar durante mucho tiempo en las primeras, Rocafuerte las abandonó pasándose al bando contrario. El triunfo de la Revolución de Bustamante le lanzó a una apasionadísima oposición. En esos días publica su famoso Ensayo sobre la Tolerancia Religiosa. Aunque él era partidario de la libertad de conciencia, no se atreve a defenderla desde el punto de vista dogmático y se limita a propugnar la tolerancia civil. No obstante esta precaución, fue enjuiciado y estuvo preso, si bien el Jurado al fin le absolvió. No tardó en volver a la prisión, al publicar, en colaboración con varios escritores mejicanos, El Fénix de la Libertad. Esto le decide a regresar al Ecuador, no obstante haber recuperado el poder las logias de York, al derribar a Bustamante. En su tierra nativa su poderosa personalidad y el gran prestigio de que legítimamente gozaba, le convirtieron en el caudillo de la Revolución civilista contra el General Juan José Flores, la que terminó exaltándole a la Primera Magistratura de la Nación, donde, dando al olvido muchos de sus principios liberales, realizó una política en extremo enérgica y dura, si bien inteligente y muy favorable al desarrollo y progreso material e intelectual del país.

Durante mucho tiempo fue Rocafuerte uno de los más brillantes defensores de la libertad democrática, estimando al liberalismo como un instrumento indispensable para el progreso de la civilización. Carácter impetuoso y sincero, ardientemente enamorado de su ideal, le persiguió con ímpetu de aventurero y en prosecución de él luchó incansable y con fervoroso entusiasmo, en Europa y en América. Al llegar al poder y enfrentarse con los clamores estridentes y la fuerza amenazadora de una democracia desordenada, se trocó en autoritario y como tantos otros gobernantes americanos, guiados por intenciones excelentes, proclamó la insuficiencia de la Ley, orientando el Estado hacia el gobierno personal, con marcadas tendencias a un paternalismo dadivoso y un tanto parcial. En la política religiosa procedió con suma cautela, temiendo despertar la oposición del catolicismo ecuatoriano, fuerza por entonces incontrastable en la nueva República.

Rocafuerte era deísta. Perteneció a un grupo pequeño, pero brillante, de pensadores y escritores guayaquileños que se separaron del catolicismo y en el que Olmedo y él eran las personalidades más vigorosas. La influencia de este grupo en la revolución de las ideas en el Continente americano está aún por estudiar. Ella se hizo sentir, gracias a Rocafuerte, en Méjico, Cuba y Ecuador, y en éste y en el Perú, con Olmedo.

Rocafuerte durante su estancia en Londres, realizó desde allí una extensa e intensa campaña de propaganda de sus ideas por todo el Continente americano. Logró inducir a la Casa Ackerman a que, con destino al Nuevo Mundo, publicase gran número de folletos y libros en los que se difundían, junto con gran variedad de conocimientos, los principios liberales y aún, en algunos, doctrinas del protestantismo. El mismo Rocafuerte nos cuenta: "Convencido de que la inteligencia y la virtud son los verdaderos elementos de la libertad, y que no pueden ser libres los pueblos que carecen de ciertos conocimientos que se han generalizado ya en las masas populares de Europa, y para suplir, en algún modo, la falta de primitiva educación que hay en América, me ocurrió la idea de hacer imprimir catecismos de moral, geografía, aritmética, de agricultura, &c., &c., &c. y se la comuniqué al Sr. Ackerman, con quien tuve amistad desde que llegué a Londres: él la aprobó y la puso en ejecución con ventaja suya y con mayor provecho para América.”{3}

No fueron sólo catecismos lo que Rocafuerte hizo editar por Ackerman, sino libros muy populares en América y España, entre otros, la Vida Literaria de don Joaquín Lorenzo Villanueva y la Teología Natural de Paley, traducida por el mismo Villanueva.

Rocafuerte hubiera deseado durante su gobierno, establecer en el Ecuador la libertad de cultos, separar totalmente el poder civil del eclesiástico, excluir a este último de toda actividad política y que el poder civil, con mano dura, realizara la reforma del clero; mas convencido de la imposibilidad de llevar a cabo tal programa durante su administración, se esforzó por moralizar el clero y conseguir el apoyo de la Iglesia para establecer sobre bases sólidas la paz pública. Defensor acérrimo del patronato, favorable al episcopalismo, se mostró siempre contrario a la supremacía del Papa. En mil ochocientos cuarenta llegó a escribir en comunicación dirigida al Consejo de Gobierno: “El romanismo existe en Roma, enteramente incompatible con la moral verdadera de los pueblos, con las instituciones republicanas, y con las reformas que exige la libertad que hemos jurado sostener.” “Si desde ahora el Gobierno no adopta una política prudente, firme y vigorosa, para contener las aspiraciones del clero y reducirlo a la órbita que le prescribe el Evangelio, impidiendo toda nociva comunicación con Roma y toda tentativa de parte de los Muy Rvdos. Obispos y discretos previsores para sustraerse de las leyes civiles del país y sujetarse a las de Roma en punto a contribuciones, corremos el eminente riesgo de complicar las cuestiones políticas y financieras con las espirituales y religiosas, de que no se renueven entre nosotros las sangrientas escenas que han afligido a México y Centro América.” Aunque la nota tenía carácter reservado, vio la luz pública, suscitando terrible tempestad. No se amilanó Rocafuerte y en carta dirigida al General Flores, el doce de Febrero del mismo año de mil ochocientos cuarenta, escribía: “Le aseguro que lejos de enfadarme porque me hagan pasar por hereje, me lleno de ufana complacencia y les agradezco la circulación de esa noticia, porque hereje en el vocabulario del siglo 19 significa hombre ilustrado, que no sigue el vulgar sendero de añejas preocupaciones y cuya razón despejada es superior a los errores, que un Clero astuto sabe cubrir del manto del egoísmo religioso, para engañar a los pueblos y sacar de su credulidad el dinero que necesitan. Mientras más repitan que soy un grandísimo herejote tanto más honor me hacen, pues es lo mismo que decir que en medio de tanta ignorancia y de tanta superstición no falta un verdadero ecuatoriano que sostenga con desinterés y firmeza los principios del siglo y que impertérrito campeón de la libertad nacional considerada bajo todos sus aspectos, se ha desdeñado cubrirse con la máscara de la hipocresía que siempre está de moda entre los fanáticos y esclavos de Roma.”

Pocos se esforzaron tanto, ni con tanto éxito, como Rocafuerte, por difundir en América las ideas filosóficas de los enciclopedistas y los principios políticos de la Revolución francesa e inculcar en el espíritu de los hispanoamericanos de su época los ideales democráticos.

Fray Camilo Henríquez, prócer de la independencia de Chile, redactor de la primera Constitución de esa República, fervoroso enciclopedista, político audaz, polemista batallador, prosista mediocre, mal poeta y pésimo dramaturgo, nació en Valdivia, Chile, y fue fraile de la Congregación de los Agonizantes, si bien sus ideas le hicieron dejar el claustro, romper la disciplina eclesiástica y abandonar el catolicismo. Siendo Senador de la República, presentó al Congreso el famoso proyecto de Reforma Eclesiástica de mil ochocientos veinte y tres, calco del formulado por el español D. Juan Antonio Llorente.

Con motivo de inaugurarse las sesiones del Primer Congreso chileno, predicó, el cuatro de Agosto de mil ochocientos once, un notable sermón en la Catedral de Santiago. En mil ochocientos doce fundó el primer periódico chileno: La Censura de Chile. En el Monitor Araucano y en el Seminario Republicano trabajó con fervoroso entusiasmo en propagar sus ideas, las más extremistas hasta entonces conocidas en su patria. Escribió un Catecismo de los Patriotas, con el fin de que se le utilizase en una especie de misiones liberales, por él proyectadas, para divulgar las nuevas doctrinas. Después de la batalla de Rancagua se trasladó a Buenos Aires, consagrándose al estudio de la Medicina v escribiendo en la Gaceta de Buenos Aires y en El Censor Libre. De regreso en su tierra natal fundó El Mercurio de Chile.

De su pluma brotaron multitud de malos versos. De muy escaso gusto literario, no vaciló en calificar de bufonada inmoral nada menos que a El Sí de las Niñas de Moratín. Es autor de dos malas piezas teatrales: La Patriota de Sud América y La Inocencia en el Asilo de las Virtudes, inspiradas por muy estrecho y prosaico ideal dramático. Según él: “La sublime majestad de Melpómene debe llenar la escena, inspirar odio a la tiranía y desplegar toda dignidad republicana.”

Durante largos años trabajó Fray Camilo, con férrea voluntad y decisión, propagando las doctrinas enciclopedistas. En sus ideas no hay originalidad, todas se encuentran en los libros de sus maestros. Discípulo entusiasta de Rousseau, se esforzó incansable por lograr que la estructura política y la vida misma de las nuevas Repúblicas se ajustasen estrictamente a las doctrinas del Contrato Social. Fracasó en el intento, muriendo, el veinte y seis de Mayo de mil ochocientos veinte y cinco, completamente olvidado, debido principalmente a sus ideas religiosas, no obstante los eminentes servicios prestados a su patria y a la causa de la Emancipación americana, pues fue de los primeros en defender la necesidad de proclamar la Independencia de Chile, cuando eran aún muy pocos quienes iban tan lejos en sus concepciones políticas.

El peruano don Francisco de Paula Vigil es autor de una Defensa de la Autoridad de los Gobiernos contra las Pretensiones de la Curia Romana, cuya influencia fue muy grande, tanto en el campo de las ideas como en el de la política religiosa de América del Sur. El libro vio la luz en mil ochocientos cuarenta y ocho. La Sagrada Congregación del Índice lo condenó el dos de mayo de mil ochocientos cincuenta y tres. La erudición de Vigil era muy extensa y sus escritos dignos de Febronio y de Pereira. Escritor fecundo, son obras suyas: Defensa de la Autoridad de los Obispos, Los Jesuitas, Cartas a Pío IX sobre la Inmaculada Concepción, Manual de Derecho Público Eclesiástico, Diálogo sobre la Existencia de Dios y multitud de opúsculos sobre desamortización de bienes eclesiásticos, tolerancia de cultos, matrimonio, divorcio, &c. Es autor también de un tratado sobre la Pena de Muerte y del folleto La Paz Perpetua en América o Federación Americana.

Vigil era sacerdote, pero, muy joven aún, perdió la fe religiosa, convirtiéndose, primero, en un cristiano sin dogmas y no conservando más tarde del cristianismo sino los principios morales.

Fray Pedro Gual, Comisario General de las misiones franciscanas en Ecuador y Perú, autor de una refutación, menos que mediana, de la Vida de Jesús de Renan, se propuso refutar a Vigil, publicando en Barcelona, en mil ochocientos cincuenta y dos, una obra con el título de Equilibrio entre las dos Potestades.

Las ideas enciclopedistas en el Brasil, inspiraron a los escritores y eclesiásticos que, en mil setecientos ochenta y nueve, acaudillados por Tiradentes, formaron el grupo revolucionario denominado Incofidencia Minera, que infructuosamente se propuso establecer la República.

Poco a poco se generalizó en Hispanoamérica una durísima reacción contra las filosofías cristianas hasta entonces predominantes en las escuelas y de gran parte de ellas fueron expulsadas.

En mil ochocientos diez y ocho, Crisóstomo Lafinur, en Buenos Aires, en el Colegio de la Unión del Sur, expuso la filosofía sensualista de Condillac. Como en acto público celebrado el veinte de Setiembre de mil ochocientos diez y nueve, afirmare, entre otras cosas, que: “Es inútil o viciosa la fórmula del silogismo para investigar la verdad. Todas nuestras ideas fueron adquiridas por impresiones ya externas de los objetos, ya internas de la acción y reacción de los órganos interiores los unos sobre los otros, o de los movimientos obrados en el seno mismo del sistema nervioso o centro cerebral. No hay en el alma ideas, principios innatos, ya teóricos, ya prácticos. Las ideas de derechos y deberes no son correlativas y correspondientes a sus semejantes”, se produjo violenta reacción. Intentó dar explicaciones en artículo publicado en El Americano, esforzándose por llegar a conclusiones espiritualistas, partiendo de un sensualismo mitigado. En su segundo curso, acobardado por lo fuerte de la oposición, se sujetó a la ortodoxia, incluyendo en su programa la defensa de la divinidad de la Religión cristiana y una impugnación de Rousseau “que pretende que las ciencias han corrompido las costumbres y empeorado al hombre”.

Lafinur durante su permanencia en Chile se consagró al periodismo, colaborando con Fray Camilo Henríquez y contribuyendo en mucho a divulgar las doctrinas del más extremo materialismo.

El primer Catedrático de Filosofía que tuvo la Universidad de Buenos Aires en la Cátedra que se denominó de Ideología, fue el Presbítero español doctor Manuel Fernández Agüero, quien, en mil ochocientos veinte y cuatro, dio a luz la primera parte de su obra Principios de Ideología Elemental Abstractiva y Oratoria. Para Fernández Agüero: “Ni la religión misma, so cuyo pretexto ha gemido en los calabozos, en los hierros y en las hogueras, debe escapar al severo examen de la razón.” Aunque en el primer curso al tratar de la Lógica adopta las ideas tradicionales e intenta refutar doctrinas de Destutt Tracy, en el segundo curso sigue y expone las doctrinas sensualistas de éste. En moral, aconseja a sus discípulos la “moral universal del barón Holbach”. A Jesús le llama el filósofo de Nazaret. Sostiene “que el ejercicio del culto externo no es un deber religioso, sino civil y político, hasta cierto punto. Toca por lo tanto, a la autoridad pública, al gobierno de cada país, modificarle, dirigirle al bien de los súbditos” y afirma: “El poder papal es contrario al espíritu del evangelio”.

El argentino Diego Alcorta es un discípulo de Condillac y Cabanís. En su curso de filosofía se propuso estudiar el entendimiento humano. Cree que en los órganos de los sentidos radican las condiciones de las actividades psíquicas y que la única fuente del conocimiento son las sensaciones. Sin embargo, con noble, inconsecuencia, acepta y defiende en la esfera ética el mérito y demérito de las acciones humanas y la libertad moral del hombre.

Las concepciones filosóficas de Alberdi son vagas, confusas y bastante contradictorias. Él mismo nos cuenta: “Por Echeverría que se había educado en Francia, tuve las primeras noticias de Lerminier, de Villemain, de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas, de Lamartine, de Byron y de todo lo que entonces se llamó el romanticismo en oposición a la vieja escuela clásica. Yo había estudiado filosofía en la Universidad por Condillac y Locke. Me habían absorbido por años las lecturas libres de Helvecio, de Cabanis, de Holbach, de Bentham, de Rousseau. A Echeverría debí la evolución que se operó en mi espíritu con la lectura de Víctor Cousin, Villemain, Chateaubriand, Jouffroy y todos los eclécticos procedentes de Alemania en favor de lo que se llamó espiritualismo.”

Saint Simón, Leroux y Fourier influyen también en el pensamiento de Alberdi. A él llega, a través de Lerminier, un pálido reflejo de la doctrina hegeliana. Las fluctuaciones de su pensamiento se reflejan en su Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho. El sensualismo ideológico no le satisface: “La inteligencia difiere de los sentidos, lo moral de lo físico, el bien de lo agradable, lo justo de lo útil, como el alma del cuerpo.” Se separa de Bentham, porque “lo útil es un medio no un fin”. Tampoco gusta del eclecticismo. Para Alberdi “La llave del porvenir, en arte, en filosofía, en política, está en la acción poderosa, infatigable, de nuestros esfuerzos a favor de la emancipación de la humanidad por el desarrollo de la libertad, de la igualdad, de la razón de las fuerzas humanas. Sólo a este precio se llega a figurar dignamente en los rangos de la posteridad. Pero apoyar un porvenir de paralogismos, en sueños disparatados, en extravagancias, en visiones monstruosas, en abortos, en llantos, en genios necios maravillosamente vestidos, es hacer menoscabo de las inteligencias venideras.”

En su ensayo Ideas para Presidir a la Confección del Curso de Filosofía Contemporánea, leemos: “La filosofía deberá ser positiva y real, aplicada a las ciencias sociales, políticas religiosas y morales de estos países”, “La abstracción pura, la metafísica en sí, no echará raíces en América”. Aspira se enseñe a la juventud del Nuevo Mundo “una filosofía que por la forma de su enseñanza breve y corta, no la quite un tiempo que pudiera emplear con provecho en estudios de una aplicación productiva y útil, y que por su fondo sirva sólo para iniciarla en el espíritu y tendencia que preside al desarrollo de las instituciones y gobierno del siglo en que vivimos, y, sobre todo del continente que habitamos”.

Su concepción de la Filosofía era extraordinariamente raquítica y estrecha: “Nuestra filosofía ha de salir de nuestras necesidades. De aquí es que la filosofía americana debe ser esencialmente política y social en su objeto, ardiente y profética en sus instintos, sintética y orgánica en sus métodos, positiva y realista en sus procedimientos, republicana en su espíritu y destinos.”

“Hemos nombrado la filosofía americana y es preciso que hagamos ver que ella puede existir. Una filosofía completa es la que resuelve los problemas que interesan a la humanidad. Una filosofía contemporánea es la que resuelve los problemas que interesan por el momento. Americana será la que resuelva el problema de los destinos americanos.”

En sus estudios políticos, Alberdi es un discípulo del utilitarismo inglés.

El chileno Francisco Bilbao publicó en mil ochocientos cuarenta y cuatro su folleto La Sociabilidad chilena, en que sostiene son incompatibles el catolicismo y la libertad. Este opúsculo, causa al tiempo de su publicación de ruidosas polémicas, motivó la expulsión del autor del Instituto Nacional, donde seguía sus estudios. Los Tribunales Civiles condenaron con severidad el ensayo, que por cierto es bastante mediocre e inofensivo. Más tarde Bilbao fue en Europa discípulo de Lamennais, Quinet y Michelet.

La preocupación por los problemas religiosos predomina en su pensamiento. Cree que: “El principio religioso es el alma vital de la humanidad. El principio religioso es la causa, la fuerza, la idea, la virtud de las acciones transcendentales del hombre y de los pueblos, es el motivo sagrado por esencia que impulsa y determina el movimiento de los siglos, es el objeto más inmediato de la conciencia, es el medio más eficaz para consagrar la vida, y el fin más elevado a que puede encaminarse la humana voluntad.”

Las obras completas de Bilbao vieron la luz en Buenos Aires, en mil ochocientos sesenta y seis. Su estilo es obscuro, hinchado y rimbombante. No le faltaba razón a Sarmiento al decir: “Que habiendo adoptado una jerga para expresar sus ideas, se ha habituado a hablar en jeroglíficos, parábolas, metáforas, hipérboles, alegorías, con lo que ha perdido la conciencia del valor real de las palabras.”

Al producirse la Independencia de las Repúblicas americanas, creyeron las iglesias protestantes llegada la hora para una fácil difusión de sus doctrinas en Hispanoamérica. Sus propagandistas, tolerados por las autoridades y aún en ciertos casos favorecidos por ellas con el propósito de quebrantar la Iglesia católica, realizaron un esfuerzo, grande en verdad y en el que gastaron crecidas sumas de dinero, mas totalmente infructuoso. En los pueblos civilizados por España, muchos se separaron de la Iglesia católica, mas no para formar en las filas de otras iglesias, cristianas o no, sino para militar en las de un puro deísmo, en las del ateísmo o en las del indiferentismo religioso.

Es imposible enumerar las ediciones de la Biblia que por entonces se hicieron para el mercado hispanoamericano, pues no existe aún una bibliografía completa. Casi todas las Biblias castellanas de origen protestante suelen reproducir la traducción de Cipriano de Valera y las portuguesas la de Juan Ferreira de Almeida. Entre otras muchas ediciones recordaremos: la de mil ochocientos once (Bungay), El Nuevo Testamento de Cipriano de Valera; la de mil ochocientos diez y nueve (Londres), A Sagrada Biblia, contendo o Velho e o Novo Testamento. Traduzidos em portuguez pelo Padre Joao Ferreira d’Almeida, Ministro Pregador do Santo Evangelho em Batavia; la de mil ochocientos veinte y tres (Londres), El Evangelio según San Lucas y los Hechos de los Apóstoles; la de mil ochocientos veinte y ocho (Londres), A Santa Biblia contendo o Velho e o Novo Testamento. Traduzidos em portuguez segundo a Vulgata, pelo Padre Antonio Pereira de Figueiredo; la de mil ochocientos veinte y nueve (Lodres), A Sagrada Biblia contendo o Velho e o Novo Testamento, traduzida em portuguez pelo padre Joao Ferreira d’Almeida, Ministro Pregador do Sancto Evangelho em Batavia; la de mil ochocientos cuarenta y cinco (Nueva York), El Nuevo Testamento de Cipriano de Valera, revisado en mil ochocientos treinta y uno; la de mil ochocientos cuarenta y nueve (Glasgow), del mismo Nuevo Testamento de Cipriano de Valera, revisado en mil ochocientos treinta y uno; la de mil ochocientos cincuenta (Nueva York), A Sagrada Biblia contendo o Velho e o Novo Testamento, Traduzidos em portuguez pelo padre Joao Ferreira d’Almeida, Ministro Pregador do Santo Evangelio em Batavia, y la de mil ochocientos sesenta y tres (Oxford), La Biblia traducida por Cipriano de Valera.

Merecen recordarse como movimientos religiosos contemporáneos autóctonos, más por su singularidad que por su importancia, la extraña religión, mezcla de ideas católicas e idólatras, de un grupo de chinos de la Isla de Cuba, quienes adoraban a la vez la Virgen de la Caridad, el sol y la serpiente; y, en la misma isla, el culto de los ñáñigos, negros que han atraído la atención de los estudiosos, y de la policía, con sus prácticas religiosas lúbricas y feroces.

En las filas católicas militaron por entonces pensadores de lucida talla:

El guayaquileño doctor don José Ignacio Moreno, Arcediano de Lima, autor de Cartas Peruanas y del Ensayo sobre la Supremacía del Papa, especialmente con respecto a la Institución de los Obispos, es uno de los más notables e influyentes entre los escritores católicos de esa época en el Continente americano. Con sus Cartas, contribuyó a difundir los principios de la moral católica, y en su Ensayo, combatió de frente el fuerte movimiento episcopalista en el que militaba casi todo el clero, el cual, poco a poco, relajando los vínculos que unían las Iglesias hispanoamericanas con Roma y apoyándose en el Estado, al que halagaba con el robustecimiento del patronato, pretendía conseguir una mayor autonomía y fuesen los metropolitanos quienes instituyesen los Obispos.

En las ideas de Moreno se percibe la influencia de Bergier y de Bolgeni.

El batallador polemista y pensador ecuatoriano Fray Vicente Solano, sobre cuyos hombros descansó durante largos años la defensa de los intereses católicos en el Ecuador, verdadero gladiador literario, que en sus polémicas hacía gala de su carácter luchador y de un desgarro procaz, desenfadado y de aspereza increíble, es autor de acres, tremebundos y virulentos folletos de combate. Mantuvo rudas campañas periodísticas desde las columnas de El Eco del Azuay, El Telescopio, La Alforja, El Semanario Eclesiástico, La Razón, La Luz, El Sud Americano, El Cuencano, La Escoba, Orden y Libertad y La República.

Solano es autor del ruidoso tratado: La predestinación y reprobación de los hombres, según el sentido genuino de las Escrituras y la Razón{4}, el cual vio la luz en Cuenca en mil ochocientos veinte y ocho, y suscitó al tiempo de su aparición violentísima controversia. Condenado canónicamente, se lo retiró de la circulación con tal celo, que los escasos ejemplares hoy existentes constituyen una de las mayores rarezas de la bibliografía hispanoamericana. En esta obra Solano defiende la tesis de que Dios no quiso crear a los réprobos. Si lo hizo fue contra su voluntad. Ellos son hijos de la concupiscencia del libre albedrío humano. El pecado de Adán no fue permitido por Dios. Es imposible hacer de un réprobo un predestinado y nunca un teólogo con sus exhortaciones podrá llevar uno al Cielo.

Un tumulto de encontradas opiniones se formó en derredor de la obra. El Promotor Fiscal doctor Chica solicitó del Iltmo. Señor Calixto Miranda, Obispo de Cuenca y Gobernador de la Diócesis de Quito, la orden de recogerla. El Obispo dispuso presentase dictamen sobre ella el doctor don Miguel Joaquín Araujo, quien, desde Ambato, la atacó rudamente, juzgándola con extrema severidad en su Censura Crítico-Teológica{5}. Reconoce “la habilidad y facundia del escritor”, y lamenta que “poseyendo tan bellos talentos, se haya hecho víctima de sus fantasías”. Afirma, “el libro se halla recargado de herejías y errores de los maniqueos, marcionistas, priscilianistas, predestinacianos, husitas, wiclefitas, calvinistas y, especialmente, de Jansenio y Quesnel; que la doctrina contenida en él es injuriosa al gran Doctor de la gracia y la predestinación, San Agustín; que hace el autor el más alto desprecio de los teólogos escolásticos, refluyendo este en los más beneméritos y sabios de la iglesia (pues ellos son también los que usan de las distinciones de que se burla el Autor), particularmente de Santo Tomás y la teología escolástica, que tanto vituperaban Lutero y sus satélites; que el sistema del autor lejos de influir en la sana moral la corrompe, desespera a los hombres, les abre la puerta a que se entreguen despachados a todos los vicios; que los imbéciles entusiastas pueden recurrir a crímenes nefandos; pueden retraer del matrimonio y en uso de éste formar conciencias erróneas; que tiende a la despoblación de las sociedades, y, en una palabra, a un completo fanatismo”.

Al imprimirse en Cuenca el dictamen, el doctor Araujo le antepuso una carta dirigida al Obispo, en la cual califica a Solano de “fraile que, sin tener la tercera parte de los talentos de Voltaire, se lo ha propuesto por modelo en sus dicacidades, aunque le excede en la grosería y rusticidad con que se produce”.

No era hombre Solano para amilanarse ante ataque tan duro, y replicó con extraordinaria violencia en su opúsculo El Baturrillo o Censura Crítico-Teológica por Don Veremundo Farfulla: analizada y reducida a su verdadero punto, por el Frayle V. S.{6}, en el que proclama altamente: “Cuando tengo razón no temo a nadie: envuelto en mi manto filosófico desembucho lo que siento”, y como se le amenazara con la censura del Papa se revuelve altanero: “Que mi sistema sea condenado en Roma es una cosa que jamás lo verán todos los tontos que se han declarado contra mí.” “Si Pío IX condenase mi sistema no sería yo el que escribiese Baturrillos contra Su Santidad: sino que los hombres imparciales verían como una ligereza del Papa el condenar una opinión de escuela, que a vista de tantos Concilios y Sumos Pontífices se ha enseñado y tolerado”{7} y llega hasta afirmar le es indiferente la resolución del Papa, por que “éste es falible extra cáthedra”{8}.

Logró Solano una momentánea victoria. El Obispo don Manuel Plaza, en auto de veinte y dos de Julio de mil ochocientos cincuenta y tres, declara que “el enunciado cuaderno nada tiene de contrario a los dogmas católicos, ni a las buenas costumbres” y levanta la prohibición dictada contra el Tratado de La Predestinación de los Hombres; mas el triunfo es sólo de una hora. El Sumo Pontífice condena el libro, el que es inscrito, en Abril de mil ochocientos cincuenta y siete, en el Índice romano de obras prohibidas. Solano acepta la sentencia; pero aún entonces, si bien se somete, afirma con arrogancia en carta dirigida al Papa, que “ignora cuál sea su error contra la fe o las buenas costumbres”. Sin embargo, en una obra que sólo dejó esbozada: Análisis del Catolicismo, y que se proponía ser una defensa apologética de éste, escribe ya: “Todos los hombres son criados para combatir, luego todos pueden conseguir el premio y no solamente los predestinados, como quieren los jansenistas.”

A pesar del incidente del tratado de La Predestinación y Reprobación de los Hombres y de su absoluta falta de humildad al acatar la resolución de la Sede Apostólica, acto hecho al parecer no sin reservas mentales. Fray Vicente Solano, para quien “La Teología ha sido en todos los siglos la ciencia que ha servido de termómetro para calcular los adelantos del espíritu humano”, es durante largos años, por su saber, clarísimo entendimiento, carácter entero y batallador, el más vigoroso defensor ecuatoriano de la causa católica, haciéndose sentir su influencia en la batalla que entre pensadores católicos y anticatólicos se reñía por entonces en Hispanoamérica. Cuando el doctor don Lorenzo de Vidaurre, ilustre publicista y jurisconsulto peruano, se retracta de las ideas heterodoxas que antes había defendido y propagado y publica, en mil ochocientos cuarenta, su célebre obra Vidaurre contra Vidaurre, en la cual, aunque pretende aclarar y rectificar sus antiguas doctrinas en materia religiosa, mantiene ideas tan poco ortodoxas que la Curia de Lima termina por condenar el libro, Solano le ataca con energía en un folleto: El penitente fingido visto en su verdadero punto{9}, en el cual combate con notable vigor dialéctico al escritor peruano, y defiende con lucimiento las doctrinas de la infalibilidad del Papa, la autoridad de la Iglesia y la bondad de la disciplina eclesiástica. También es escrito de la pluma de Solano la Alocución Pastoral que el Obispo doctor José Manuel Plaza dio a luz, en mil ochocientos cincuenta y dos, contra la famosa obra de Francisco de Paula Vigil, Defensa de la Autoridad de los Gobiernos y de los Obispos contra las Pretensiones de la Curia Romana{10}.

Pero este ardoroso defensor de la Religión tolera difícilmente la disciplina. Cuando el artículo sexto de la Constitución de mil ochocientos cuarenta y tres establece en el Ecuador la tolerancia de cultos, se revuelve contra los prelados que por razones políticas la aceptan. Para él “Una religión llena de condescendencias es lo mismo que no tener religión”. En vano el Delegado Apostólico Monseñor Nicolás Savo trata de imponerse, pues Solano no renuncia a defender sus ideas y no vacila en escribir que el Delegado Apostólico ignora la Teología y carece de lógica, faltándole además “las bases necesarias para desempeñar funciones de alta categoría”.

En las filas del empirismo inglés milita el más brillante grupo de pensadores hispanoamericanos de los primeros años de la Independencia. Entre ellos se cuentan personalidades tan vigorosas como Andrés Bello y el español José Joaquín de Mora.

Andrés Bello es el más grande de los pensadores de que puede enorgullecerse Hispanoamérica en la Edad Contemporánea. Humanista de vasta y profunda cultura clásica, erudito de portentosa lectura, consagró su vida a la meditación y el estudio y ninguna zona del humano saber le fue del todo desconocida. En su obra, en la que alternan los tratados doctrinales, las concepciones jurídicas, las especulaciones filosóficas, con los ensayos críticos y las creaciones líricas, brilla el esfuerzo reflexivo, la moderación de un espíritu bien equilibrado, el severo fervor intelectual. No fue un estéril receptáculo de conocimientos heterogéneos. Su inmenso saber era sólo el instrumento de que se servía el pensador, el crítico, el artista, el maestro y el legislador. Poeta de alta y serena inspiración, supo, desdeñando la despreocupación indolente, expresar en verso pulcro, la emoción de la tierra nativa, la profunda impresión que en su alma dejaba la belleza varia y poderosa de la naturaleza americana. El paisaje que se refleja en sus poesías es sentido y visto con profundidad y exactitud virgiliana. La auténtica cultura americana halló en él su intérprete. Hispanoamérica tenía que recorrer áspero sendero y el porvenir era incierto, gracias a Bello, por cuyos labios hablaba el alma de su raza, se mantuvo incólume la tradición de los escritores españoles del siglo de oro. Sembrador de cultura, supo decir a su pueblo la palabra permanente. Alma rica en viriles virtudes, su vida fue dechado de sencillez, rectitud de carácter, desinterés y dignidad humana. Le tocó vivir en una época de acción intensa e inauditas transformaciones, y sin apartarse de la vida corriente, ni sustraerse a sus luchas, no dejando nunca de cumplir con sus deberes de hombre y ciudadano, halló manera de aislarse dentro de sí para meditar los problemas eternos. Atento a todas las vibraciones del espíritu humano, se esforzó por lograr la cultura esencial en su unidad indivisible. En sus escritos la ciencia tradicional adquirió una resonancia nueva. Observador inteligente, sumaba la ciencia adquirida con la especulación y la experiencia propia. Su vigoroso entendimiento iluminaba con llamaradas de genio los horizontes apenas entrevistos.

La formación intelectual de Andrés Bello se inició en Caracas, donde vio la luz el veinte y nueve de Noviembre de mil setecientos ochenta y uno. Su ciudad natal era por entonces un centro de elevada cultura y de muy intensa actividad literaria. No sólo se conocían allí las literaturas clásicas y la española sino también la francesa y la italiana, encontrándose muy generalizada la lectura de los libros prohibidos por la Iglesia católica en sus Índices, por todo lo cual mereciera grandes elogios de varón tan sabio como Alejandro de Humboldt en su Viaje a las Regiones Equinocciales. Los estudios filosóficos habían cobrado gran importancia gracias a maestros tan doctos como Montenegro, Escalona y Echezuría.

Si bien la imprenta no fue conocida en Venezuela hasta el año de mil ochocientos seis, en que la introdujo el General Miranda, desde los primeros tiempos de la Colonia existieron buenos colegios en los conventos, habiéndose fundado en mil seiscientos ochenta y dos el Colegio Seminario de Santa Rosa, más tarde Seminario Conciliar, y en mil setecientos veinte y uno la Universidad Real y Pontificia. Hizo Bello sus estudios de Humanidades con Fray Cristóbal de Quesada, los de Filosofía en el Seminario de Santa Rosa y los de Física y Matemáticas en la Universidad. Su educación debe mucho a Humboldt, a quien acompañó en algunas de sus expediciones científicas.

En la famosa tertulia que se reunía en Caracas en casa de don Luis y don Javier Istúriz, se dio a conocer Bello como poeta, humanista y admirador de los enciclopedistas, con su Oda a la Vacuna y sus traducciones del quinto libro de La Eneida y de la Zulima de Voltaire.

Bello fue maestro del Libertador Bolívar, si bien más tarde, debido a la agitada vida política de la época, sus relaciones de amistad, siempre corteses, se enfriaron bastante.

Mucho se ha discutido la actuación política de Bello durante los movimientos revolucionarios que en favor de la Independencia americana se realizaron en Caracas en mil ochocientos diez. Vil calumnia fue la acusación de que había denunciado al Capitán General Emparán los nombres y planes de los revolucionarios. En mil ochocientos diez fue nombrado, en unión de Simón Bolívar y López Méndez, comisionado en Londres de la Junta Revolucionaria de Caracas, prolongándose su estadía en dicha ciudad, como agente venezolano, hasta mil ochocientos veinte y nueve. En Inglaterra continuó sus estudios, llegando a conocer profundamente la Filosofía y la Literatura inglesa.

Siempre se sintió atraído por el tipo británico de gobierno, cuyos ideales de absoluta libertad de pensamiento, democracia fundada en el principio de la representación nacional, instituciones sociales sólidas, tolerancia y respeto para las libres y legítimas manifestaciones de la vida colectiva y energía para mantener el orden público, hubiera querido él formaran, adaptados al suelo americano y a las condiciones de la raza, la base de las Constituciones de las nuevas nacionalidades.

En Londres contrajo amistad con Blanco White, Bartolomé J. Gallardo, Lord Holland y James Mill. Por encargo de éste último realizó el penoso trabajo de descifrar los manuscritos de Bentham, pensador que influyó mucho en sus concepciones de filosofía moral.

En unión de García del Río editó en Londres, en mil ochocientos veinte y tres, la Revista Biblioteca Americana o Miscelánea de Literatura, Artes y Ciencias y dos años después, en colaboración con García del Río y los españoles Salvá y Mendivil, el Repertorio americano, revista en la que vieron la luz varias de sus más bellas composiciones líricas y multitud de artículos y ensayos, algunos tan notables como el consagrado al estudio Del uso Antiguo de la Rima asonante en la Poesía Latina de la Edad Media y en la Francesa y las Indicaciones sobre la Conveniencia de Reformar la Ortografía.

Regresó al Nuevo Mundo en mil ochocientos veinte y nueve, renunciando la Secretaría de la Legación de Colombia en Inglaterra y radicándose definitivamente en Santiago de Chile, donde se consagró a la enseñanza. Su influjo en la vida de la República fue extraordinario, no solo por su labor pedagógica y la publicación de sus libros, sino, sobre todo, por la redacción del Código Civil Chileno, grandioso monumento jurídico, uno de los más firmes sillares en que se apoya su gloria, y el cual sirvió de modelo a los demás Códigos del Continente americano. A Bello se debe también la fundación de la Universidad de Chile, la que tiene el honor de contarle como su primer Rector. Nunca conoció América un maestro más generoso y abnegado, más docto ni de mayor rectitud moral. Siempre habló a sus discípulos con leal entereza, siempre tuvo para el trabajo intelectual de la juventud chilena palabras de paternal estímulo. Cargado de años y de gloria murió el gran venezolano el quince de Octubre de mil ochocientos sesenta y cinco.

Lastarria reconoce que en Chile “La influencia del magisterio de Bello fue inmensa en aquella época, fue casi una dominación”{11}; pero ésta no dejó de sufrir muy severos ataques, siendo el más recio el realizado por el gran argentino don Domingo Faustino Sarmiento. Genio, carácter, estudios, ideas eran antitéticos en Bello y Sarmiento. Sus poderosas personalidades simbolizan dos corrientes opuestas que vienen chocando y combatiéndose ininterrumpidamente a través de la Historia hispanoamericana.

Era Sarmiento un genio primitivo y bravío, fuerza telúrica violenta, desenfrenada, de cuya pluma, sin embargo, brotaron libros inmortales: Facundo Quiroga, La Campaña del Ejército Grande, Recuerdos de Provincias. Bello, por el contrario, era todo armonía, disciplina y norma; no ignoraba el pasado glorioso y remoto de la cultura tradicional hispánica y se esforzaba por conservar en su cauce la cultura hispanoamericana. Para él la lengua castellana no era algo personal y doméstico de cada una de las nuevas nacionalidades, sino cosa común y propia de veinte pueblos que heredaron el rico y glorioso patrimonio de la madre Castilla; sabía que la mejor defensa contra la absorción por pueblos extranjeros la tenían las naciones hispanoamericanas en su espléndida lengua común, pues, como dijo profundamente el gran Antonio de Nebrija a Isabel la Católica al ofrecerle el libro en que por primera vez se realizaba la hazaña de escribir la gramática científica de una lengua romance: “Siempre la lengua fue compañera del Imperio e de tal manera lo siguió que juntamente crecieron y florecieron e después junta fue la caída de entrambos.”

Don José Victoriano de Lastarria, en discurso pronunciado en la sesión inaugural de la Sociedad Literaria, por él fundada en mil ochocientos cuarenta y dos, no había vacilado en afirmar qué “Durante la colonia no rayó jamás la luz de la civilización en nuestro suelo”, “Hay una literatura que nos legó la España con su religión divina, con sus pesadas e indigestas leyes, con sus funestas y antisociales preocupaciones”; mas “Esa literatura no debe ser la nuestra, porque al cortar las cadenas enmohecidas que nos ligaron a la Península, comenzó a tomar otro tinte muy diverso nuestra nacionalidad”; debiéndose aspirar a una absoluta originalidad porque “Tenemos dentro de nuestra sociedad todos los elementos necesarios para serlo”.

El ansia de originalidad, los sentimientos contrarios a la tradición que palpitan en el discurso de Lastarria, entusiasmaron a Sarmiento, quien por entonces se encontraba refugiado en Chile, huyendo de la persecución política de Rosas. Deseoso de acaudillar el motín literario, aprovechó la ocasión para atacar las doctrinas y enseñanzas de Bello. Sarmiento, quien no vacilaba en calificarse a sí mismo de ignorante por principios, ignorante por convicción, creía y en prosa incorrecta expresaba, que “países como los americanos, sin literatura, sin ciencias, sin artes, sin cultura, aprendiendo recién los rudimentos del saber, no pueden tener pretensiones de formarse un estilo castigado y correcto”. “Cambiad los estudios, y en lugar de ocuparos de la forma, de la pureza de las palabras, de lo redondeado de las frases, de lo que dijo Cervantes o Fray Luis de León, adquirid ideas de donde quiera que vengan, nutrid nuestros pensamientos de los grandes luminares de la época”. El saber de Bello era, sin embargo, tan grande, que no podía ser negado, pero la pasión de Sarmiento corre desbordada: “Por lo que a nosotros respecta, si la ley del ostracismo estuviese en uso en nuestra democracia, habríamos pedido en tiempo el destierro de un gran literato que vive entre nosotros; sin otro motivo que serlo demasiado y haber profundizado, más allá de lo que nuestra naciente literatura exige, los arcanos del idioma, y haber hecho gustar a nuestra juventud del estudio de las exterioridades del pensamiento y de las formas en que se desenvuelve nuestra lengua, con menoscabo de las ideas y de la verdadera ilustración.”

No faltaron quienes fueran aún mucho más lejos que Sarmiento en sus ataques a Bello: el chileno don Juan Manuel Infante llevó su osadía al extremo inaudito de calificarle de miserable aventurero.

La guerra de la Independencia había provocado un intenso sentimiento, no solamente anti-español sino anti-europeo. Combatiéndole escribía Alberdi, poco amigo de España: “A no ser por Europa hoy América estaría adorando al sol… quemando hombres en sacrificios, y no conocería el matrimonio. La mano de Europa plantó la cruz en América, antes gentil ¡Bendita sea por sólo eso la mano de Europa…! En América, todo lo que no es europeo es bárbaro. No hay más división que ésta: primero el indígena, es decir el salvaje; segundo, el europeo, es decir nosotros, que hemos nacido en América y hablamos español, los que creemos en Jesucristo, y no en Pillán (dios de la Patagonia). La guerra de conquista supone civilizaciones rivales… estados opuestos: el salvaje y el europeo. Este antagonismo no existe. El salvaje está vencido, en América no tiene dominio ni señorío. Nosotros europeos de raza y de civilización somos los dueños de América.”{12}

Bello supo oponer a todos los ataques la muralla de una altiva serenidad. La única réplica digna de él la daban sus obras. Incansable continuó enriqueciendo el Arte y la Ciencia americanos y trabajando tenazmente por el triunfo de la cultura en el Nuevo Mundo.

La variedad de los conocimientos de Bello era asombrosa: Filósofo, poeta, jurisconsulto, crítico, filólogo, aficionado al estudio de las ciencias experimentales, su entendimiento señoreaba todos los campos del saber y en todos dejó monumentos imperecederos por lo elevado de las ideas, lo sereno del juicio y lo extenso y profundo de la erudición. No morirán: Su Alocución a la Poesía ni su Silva a la Agricultura en la Zona Tórrida, poemas auténticamente americanos, en que la Naturaleza del Nuevo Mundo está descrita en versos bellos y pulcros, sabiamente trabajados; su Filosofía del Entendimiento, fruto granado de una poderosa inteligencia; sus Estudios sobre el Poema del Cid, que transformaron la Historia de la poesía castellana de la Edad Media; sus Estudios Críticos y Literarios, modelos de saber, elevación de entendimiento, buen gusto y serena crítica; su Gramática Castellana y sus Opúsculos Gramaticales, que renovaron los estudios gramaticales castellanos, asentándolos sobre nuevas y graníticas bases; su Derecho Internacional, que introdujo en América las nuevas corrientes doctrinales del Derecho de los pueblos, sistematizando, antes que Wheaton, la doctrina jurídica hasta entonces dispersa en compilaciones de leyes y tratados internacionales, y su Código Civil Chileno, en fin, con el que legisló para todo un Continente.

La obra en la que Andrés Bello expone su pensamiento filosófico se titula: Filosofía del Entendimiento. En ella se muestra como uno de los más vigorosos pensadores de la escuela empírica. La escuela escocesa, tomando como base el sentido común y la observación, formuló un estrecho empirismo, que si bien le capacitó para enfrentarse, con mayor o menor fortuna, con el escepticismo sensualista de Hume, en cambio, carente de metafísica, llegó, huyendo de las orgías especulativas de las escuelas germánicas, hasta negar con Hamilton, el más vigoroso de sus pensadores, la filosofía de lo absoluto y de lo incondicionado. Esta filosofía de lo relativo, o como dice el mismo Hamilton de lo condicionado, que reduce su estudio a la observación y análisis de los hechos, tanto del mundo externo como del interno y niega exista o por lo menos estima inaccesible, el mundo ontológico, estaba hecha para quien como Andrés Bello aunó siempre el vigor de la inteligencia con la prudencia del juicio. Reid y sobre todo Hamilton, son sus maestros. En él influyeron también el elegante espiritualismo ecléctico de Víctor Cousin y el idealismo de Berkeley, dejándose notar la huella de Stuart Mill en sus doctrinas sobre la causalidad y el método inductivo. Bello no es sólo en Filosofía un expositor brillante y severo de las doctrinas del empirismo escocés, sino un filósofo original, que con frecuencia se muestra disidente y trae nuevos aportes a la escuela. Su mayor título como pensador consiste en los profundos análisis que hace de la memoria, sobre todo de la sugestión de los recuerdos y de las percepciones renovadas que él denominaba anamnesis. Muy notables son su estudio del método inductivo y su refutación de las doctrinas del doctor Brown, contra quien defiende la unidad esencial de la conciencia y la realidad de la percepción intuitiva. Al exponer la idea de substancia y la noción de causa, su vigoroso entendimiento se esfuerza, aunque en vano, por armonizar sus ideas religiosas con las doctrinas que le seducen en Stuart Mill, Berkeley, y hasta en el escepticismo idealista. El concepto de causa en Bello se deriva directamente de Stuart Mill, pero el pensador venezolano no va tan lejos como el inglés y mientras éste, para quien lo suprasensible es incognoscible, admite apenas como posible la existencia de una causa primera, infinita e incondicionada, aquel proclama su realidad, si bien la noción de causa no es en él un principio general y necesario, identificándola con la ley que rige la sucesión de los fenómenos. No acepta Bello otra percepción substancial que la del yo y admite con Berkeley que los modos de las causas materiales encuentran su origen, como leyes, en la substancia divina, siendo en definitiva acción divina, formas como se manifiesta y actúa la energía de Dios. Hay un momento en que parece está a punto de aceptar la no existencia de la materia y concebir el universo físico como “un gran vacío poblado de apariencias vanas, en nada diferentes de un sueño”.

En el artículo que Bello consagró a refutar las ideas de Jouffroy, se deja notar la influencia del utilitarismo de Bentham.

Entre los contemporáneos de Bello, nadie, después de él, realizó en Hispanoamérica una labor cultural tan extensa y profunda como el español José Joaquín de Mora. Nacido en Cádiz, el diez de Enero de mil setecientos ochenta y tres, había estudiado Leyes en Granada y dictado la Cátedra de Lógica en su Universidad. Soldado durante la Guerra de la Independencia española, cayó prisionero, en Marzo de mil ochocientos diez, y encerrado en el Depósito de Autrín, allí conoció a doña Francisca Delauneaux, con quien contrajo matrimonio. Era esta señora mujer de gran cultura y en América le ayudó muchísimo en sus labores pedagógicas. Ya libre, publica en Cádiz la traducción de una obra de Chateaubriand, Bonaparte y los Borbones; funda en Madrid la Crónica Científica y Literaria; defiende el clasicismo en polémica con los cónyuges Böhl de Faber; traduce la tragedia de Brifaut Nino II, y escribe, con el nombre de La Aparición y el Marido, un arreglo de la comedia de Destouches Le Tambour Nocturne, y otro, de una comedia de Ricard, con el título de Los Huéspedes o el Barco de Vapor. Al triunfar en España la Revolución de mil ochocientos veinte, se entrega con pasión a la política, primero en la misma Crónica Científica y Literaria y más tarde en El Constitucional y en El Eco de Padilla. Obligado a emigrar en mil ochocientos veinte y cuatro, dirígese a Inglaterra, y allí colabora con Blanco White en sus labores en defensa de la Independencia americana. Su creciente reputación motiva el que Rivadavia le llame a la República Argentina. En unión del erudito italiano Pedro de Angelis, que había sido maestro de los hijos de Joaquín Murat, Rey de Nápoles, llega a Buenos Aires, donde escribe en la Crónica Científica y Literaria, mientras su docta y severa esposa dirige el Colegio Argentino. Al caer Rivadavia, emigra a Chile, cuyo Gobierno le invita a trasladarse allí para “emplearse en objetos de utilidad pública”, y, en efecto, funda el Liceo de Chile y un colegio para señoritas cuya dirección confía a su mujer, e incansable labora en la prensa, la enseñanza y la política.

La enseñanza que se daba en el Liceo era muy completa, tanto en Humanidades como en Ciencias, estando la de éstas últimas encomendada a un sabio maestro español, don Andrés Antonio de Gorbea. En Economía Política se seguían las doctrinas de James Mill. Para este Colegio escribió Mora, con facilidad pasmosa, varios tratados didácticos de Derecho Romano, de Derecho Natural y de Derecho de Gentes; una Geografía, una Gramática Latina, &c., &c., obras todas de indudables condiciones pedagógicas, pues su talento para la enseñanza era indiscutible. Por entonces dio a la escena El Marido Ambicioso, arreglo de una obra de Ricard y con actividad infatigable dirige El Mercurio Chileno y llega a ser el alma y el cerebro del partido liberal, redactando la Constitución de mil ochocientos veinte y ocho y la Ley de Imprenta y manteniendo terribles polémicas con los escritores conservadores, quienes censuraban, sobre todo, desatendiese el Gobierno el Instituto Nacional, mientras subvencionaba con diez y ocho mil cuatrocientos pesos al Liceo de Chile. Como los conservadores estimasen perniciosas las enseñanzas de Mora, para combatirle, importaron a un pedagogo francés, don Pedro Chapuis, quien debía fundar un Colegio con profesores paisanos suyos. No llegó a crearse el Colegio, pero los profesores franceses ingresaron en el Colegio de Santiago, fundado por Bello. Chapuis también publicó un periódico: El Verdadero Liberal. Mora no se amilanó por tan poco y enérgico y resuelto mantiene acres polémicas con los nuevos pedagogos, la colonia de sabios, como los llamaba sarcásticamente y no bastándole la prosa, les ataca en verso, campo en el que sus adversarios se encontraban en manifiesta inferioridad:

Me dicen que un franchute…

La lucha terminó en forma desastrosa para Mora. Vencidos los liberales, suprimida la subvención, redobla exasperado sus ataques contra los pedagogos franceses, se enzarza en fiera polémica con don Andrés Bello y ataca sin miramientos al Gobierno. Preso el trece de Febrero de mil ochocientos treinta y uno y expulsado al Perú, se revolvió colérico contra los chilenos, publicando una serie de escritos ricos en feroces injurias.

Radicado en Lima, ejerce la abogacía y funda el Ateneo del Perú. Más tarde en Bolivia escribe varias de sus Leyendas Españolas{13}, su obra maestra. Catedrático de Literatura en la Universidad de La Paz, establece un Colegio Normal, colaborando con el Mariscal Santa Cruz, entonces Presidente de la República, y como su Secretario, en el intento de crear la Confederación Perú-boliviana. El periódico oficial El Eco del Protectorado era redactado por él y de su pluma es la famosa Exposición de los motivos que asisten al Gobierno protectoral para hacer la guerra al de Chile. En mil ochocientos treinta y ocho representó en Londres a la efímera Confederación Perú-boliviana, con el carácter de agente diplomático oficioso, volviendo más tarde a España, donde llega a ser designado miembro de la Academia Española.

Mora publicó en mil ochocientos treinta y dos sus notables Cursos de Lógica y Ética según la Escuela de Edimburgo, que tanta influencia ejercieron en el pensamiento americano, divulgando los principios filosóficos de la escuela escocesa. Este libro, tan popular en el Nuevo Mundo, se reimprimió en La Paz, en mil ochocientos cuarenta y seis.

Tanto perduró la influencia de Mora en Hispanoamérica, que su Curso de Derecho Romano aún era texto oficial en las Universidades bolivianas en mil ochocientos sesenta y cinco, y del Tratado de Gramática Castellana, que viera la luz en mil ochocientos treinta y cinco, se hizo en Bolivia un compendio en mil ochocientos cincuenta. Pocos han laborado tanto como él por difundir el saber en el Nuevo Mundo. A su reputación le ha hecho inmenso daño el no haber nacido en América, ninguno de cuyos países vincula su nombre con el orgullo nacional.

Mora, que como literato se conservó siempre alejado de las exageraciones del romanticismo, fue un pensador ecléctico, a quien era antipática la intransigencia intelectual:

  Si no eres de Voltaire, eres de Ignacio.
Incrédulo has de ser o jesuita:
  Entre los dos extremos no hay espacio.
Hombre sensato que el exceso evita
  Y usa de la razón el puro idioma.
De ambas facciones el enojo exita.

De don José Joaquín de Mora es la traducción del Ensayo sobre las Preocupaciones del Barón de Holbach, aún hoy muy leído en América.

A la renovación de los estudios filosóficos en Chile contribuyeron también dos maestros distinguidos: Don José Miguel Varas y don Ventura Marín. Uno y otro divulgaron con su enseñanza en el Instituto Nacional el empirismo sensualista de Destutt de Tracy y el sensualismo de Laromiguiére. Don Ventura Marín siguió más tarde las doctrinas de la escuela escocesa, modificadas por algunas ideas kantianas tomadas de Víctor Cousin.

El Padre José Agustín Caballero inicia en Cuba la transformación de las ideas filosóficas. Orador de renombre, laboró con entusiasmo por realizar una radical reforma docente. En Filosofía, discípulo de Genovesi y Vernei, combate las disputas y sutilezas de la escolástica decadente, y defiende la libertad de enseñanza. Siempre se mantuvo dentro de los límites de la ortodoxia católica. Su influjo se hizo sentir mediante la enseñanza oral. Logró despertar en sus discípulos vivo interés por los estudios especulativos. Como pensador careció de auténtica originalidad, limitándose a aspirar, sin lograrlo, a la libre investigación filosófica. El Padre Caballero escribió un libro, Filosofía Electiva, para uso de sus alumnos.

El más famoso de los pensadores cubanos es don Félix Varela, a quien sus admiradores han llegado a denominar nada menos que “el Sócrates de la grande Antilla”, calificándole de “el más grande de los cubanos y el primero que los enseña a pensar”. Olvidando tales hipérboles, es Varela un pensador de gran mérito. Presbítero, se conservó siempre católico, y su obra de apologista: Cartas a Elpidio sobre la Impiedad, la Superstición y el Fanatismo en sus Relaciones con la Sociedad{14}, es en extremo notable. En Filosofía combatió tanto la escolástica como el eclecticismo de Víctor Cousin. Su doctrina es un eclecticismo en que intenta armonizar ideas sensualistas y cartesianas.

Las obras filosóficas de don Félix Varela, además de las Cartas a Elpidio, son: Institutiones Philosophiae Eclecticae{15}, obra en cuatro tomos: Los dos primeros escritos en latín y los otros dos en castellano; Influencia de la Teología en la Marcha de la Sociedad, discurso leído, en mil ochocientos diez y siete, en la Sociedad Patriótica de La Habana; Lecciones de Filosofía{16}; Lección Preliminar del curso dictado en mil ochocientos diez y ocho; Apuntes sobre la Dirección del Espíritu Humano, y Misceláneas Filosóficas.

Colaboró en El Observador Habanero, periódico en el que escribían los cubanos más notables de su tiempo: Poey, Gobantes, Escobedo, &c.; contribuyendo mucho al progreso de las ciencias físicas en Cuba al establecer en los Colegios de la Isla, en unión del Obispo señor Espada, natural de la Península ibérica, el estudio experimental de la Física y la Química.

Don Félix Varela en los Estados Unidos de Norte América mantuvo, de palabra y por escrito, ásperas polémicas con los teólogos protestantes, pues aunque algunas doctrinas del ilustre pensador cubano no se adaptasen a los moldes tradicionales del pensamiento católico, en cambio la pureza de su fe no admitió nunca duda alguna. No agotó su celo su labor de pensador y polemista e incansable se multiplicaba su esfuerzo convirtiendo protestantes, fundando asilos y construyendo iglesias.

A don José de la Luz Caballero se debe la formación intelectual de la generación que luchó hasta conquistar la independencia de la Gran Antilla. Realizó su labor desde el Colegio del Salvador, fundado por él. Con don Domingo del Monte y don José Antonio Saco colaboró en la famosa Revista Bimestre de la Isla de Cuba, de la cual, juez tan docto y severo como don Manuel José Quintana, había dicho era “el mejor papel de la Monarquía”; pero su obra escrita es muy reducida. Su vocación era el magisterio y su influjo en el pensamiento cubano se hizo sentir a través de sus discípulos.

Su filosofía es un sincretismo en que se reúnen retazos, no siempre bien ajustados, de diversas doctrinas. No falta quien haya creído encontrarle vínculos con los krausistas, otros le proclaman panteísta y él se creyó siempre católico. El que puedan aducirse textos de sus obras para defender tan opuestos puntos de vista muestra lo poco sistemático de su doctrina. Acaso lo mejor de su obra filosófica sean sus ataques al eclecticismo de Víctor Cousin.

Otro pensador cubano digno de estima es el doctor don Manuel González del Valle, quien adoptó y propagó el sistema ecléctico de Víctor Cousin, ligeramente modificado por algunas ideas tomadas de los psicólogos escoceses y de las doctrinas de Luis Vives, constituyendo esto último una indiscutible originalidad, en tiempos en los que, a pesar de existir algunos aislados admiradores de las doctrinas del genial filósofo español, éstas estaban casi totalmente olvidadas.




{1} Rocafuerte a la Nación.– Edición de 1908.– Pág. 255.

{2} Rocafuerte a la Nación.– Edición de 1908.– Pág. 291.

{3} Rocafuerte a la Nación.– Edición de 1908.– Pág. 299.

{4} La predestinación y reprobación de los hombres, según el sentido genuino de las Escrituras y la Razón.– Por F. V. S.– Cuenca.– Imprenta Joaquín Mayo.– 1828.

{5} Censura Crítico-Teológica hecha por el Dr. Miguel Joaquín Araujo del Folleto intitulado: La Predestinación y Reprobación de los Hombres, que publicó en 1828 el P. F. Vicente Solano, Religioso de San Francisco.– Cuenca, 25 de Julio de 1846.

{6} El Baturrillo o Censura Crítico-Teológica por Don Veremundo Farfulla: Analizada y reducida a su verdadero punto por el Frayle V. S.– Imprenta de Cuenca, 1829.

{7} Contestación al Libelo n.º 1 del Fraile del Gallinazo.– Cuenca.– 1846.

{8} La Verdadera Ilustración de un Pueblo.– Cuenca.– 1847.– Pág. 9.

{9} El penitente fingido visto en su verdadero punto.– Cuenca.– 1841.– Imprenta de Manuel Coronel.

{10} Alocución Pastoral del Obispo de Cuenca.– Cuenca.– 1852.

{11} J. V. Lastarria.– Recuerdos Literarios.– Datos para la Historia Literaria de la América Española y del Progreso Intelectual de Chile.– Santiago de Chile.– 1885.– Segunda Edición.– Pág. 69.

{12} Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.

{13} Leyendas Españolas por don José Joaquín de Mora, París 1840.–  También publicó: Poesías de Don José Joaquín de Mora, individuo de la Real Academia Española, Madrid 1853.– Poesías que dedica a su patria, Cádiz, José Joaquín de Mora, Cádiz 1836.– Poesías de Don José Joaquín de Mora, Madrid 1853.

{14} Cartas a Elpidio sobre la Impiedad, la Superstición y el Fanatismo en sus Relaciones con la Sociedad.– Nueva York.– Dos tomos.– 1835-1836.

{15} Institutiones Philosophiae Eclecticae.– La Habana.– 1812-1814.

{16} Lecciones de Filosofía.– La Habana.– 1818.

(Ramón Insúa Rodríguez, Historia de la Filosofía en Hispanoamérica, Guayaquil 1949, páginas 239-288.)