Capítulo VII
Nuevas doctrinas filosóficas en Hispanoamérica
Nuevas doctrinas filosóficas en Hispanoamérica.– Antonio de Alzate.– Benito Díaz de Gamarra.– Felix de Azara.– José Celestino Mutis.– Francisco José de Caldas.– Alejandro Humboldt.– La actividad intelectual en los años que precedieron a la Independencia.– Dr. Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo.– Las ideas fisiócratas en Hispanoamérica.– Hipólito Vieytes.– Dr. Gregorio Funes.– Las Cortes de Cádiz.– José Mejía.– Influencia de los periódicos españoles en Hispanoamérica.– Escritores españoles que influyeron en América durante la Guerra de la Independencia y la Constitución de las nuevas nacionalidades: Juan Antonio Llorente, Antonio Puigblanch, Joaquín Lorenzo de Villanueva, el Arzobispo Amat, Canga Argüelles, Pedro Inguanzo.– José Antonio Ortiz Urruela.– La Revolución portuguesa de veinte y cuatro de Agosto de mil ochocientos veinte.– Las ideas filosóficas de José Blanco White y su influencia en el Nuevo Mundo.– Bentham.– De Pradt.– Bolívar.
Las doctrinas filosóficas europeas más en boga eran muy pronto conocidas en el Nuevo Mundo. El mejicano don Benito Díaz de Gamarra publicó en Méjico, en mil setecientos setenta y cuatro, un tratado, Elementa Recentioris Philosophiae, en que demuestra conocer las últimas novedades filosóficas de la época; en Lima, catedráticos y alumnos de la Universidad de San Marcos estudian las nuevas doctrinas, y en el Río de La Plata, en mil setecientos cuarenta y nueve, las más recientes escuelas filosóficas europeas eran expuestas por don Domingo Muriel. En Charcas, Mariano Moreno leía en la Biblioteca del canónigo Terrazas a Bacon, Montesquieu, Raynal y D'Aguesseau. El deán Funes habla de “los sectarios de Newton y Descartes, que cruzando el Océano introducían la discordia en las aulas donde Aristóteles, desterrado de Europa, creía dominar tranquilamente”.
El gran naturalista mejicano Antonio de Alzate, benemérito de la ciencia americana, trató incidentalmente de cuestiones filosóficas en la famosa Gaceta de Literatura, de Méjico. Su propósito al editarla era publicar síntesis de los libros más notables que vieran la luz, tratar de las mejoras necesarias en la agricultura, el comercio y la minería del reino y estudiar la Geografía y la Historia Natural de América. En el Diario publicó una sátira contra la escolástica, bajo la forma de un supuesto memorial escrito en defensa de Aristóteles por teólogos y profesores de Filosofía, y en la cual se burla de los maestros de artes a quienes se les ordena sarcásticamente proseguir “enseñando como hasta aquí, no sólo lo que verdaderamente enseña Aristóteles, sino también lo que jamás pensó ni enseñó”. En el mismo periódico escribió don José Mociño: “Yo en mis primeros años estudié filosofía escolástica y sin embargo de que mi maestro me calificó por uno de los más aprovechados de sus discípulos, concluido el curso de artes me encontré tan ignorante de la verdadera filosofía como al principio. Me dediqué al estudio de la mecánica y hallé que más aprovechaba con una hora de estudio de Nollet que con tres años en Goudin, Palanco, Posada y otros semejantes. Posteriormente vine a conocer que aun el citado físico francés era muy inferior a los newtonianos que supieron fundar su filosofía, sobre los incontestables principios de las matemáticas.”
El ilustre pensador mejicano doctor don Benito Díaz de Gamarra y Dávalos nació, en mil setecientos cuarenta y cinco, en Michoacán, en la Villa de Zamora. Hizo sus estudios, hasta graduarse de Bachiller, en el Colegio de San Ildefonso, de la Ciudad de Méjico. De vuelta en su villa natal, ingresa, en mil setecientos sesenta y cuatro, en la Congregación de San Felipe Neri, y en Zamora reside, consagrado al estudio, hasta mil setecientos sesenta y seis, año en que la Congregación le nombra su Procurador en Madrid y Roma. En Europa amplía y perfecciona sus conocimientos, obtiene en la Universidad de Pisa el grado de doctor en Cánones y forma parte de la Academia de Bolonia.
A su regreso a Méjico, desempeña los cargos de Rector y Catedrático de Filosofía en la Congregación de San Felipe Neri, en Michoacán. Al tiempo de su muerte, acaecida en mil setecientos ochenta y tres, ocupaba una Cátedra en el Colegio de San Francisco de Sales, de San Miguel de Allende. Dejó las siguientes obras: Elementa Recientioris Philosophiae, Méjico, 1774; Errores del Entendimiento Humano, Puebla de los Ángeles, 1781; Academias Filosóficas, Méjico, 1774; El Sacerdote Fiel según el Corazón de Dios, Méjico, 1776; Camino del Cielo, Méjico 1779; Reflexiones Críticas o Cristianas sobré las Historias Escogidas del Antiguo Testamento, Méjico, 1781; Instrucción de la Lengua Latina, Máximas de Educación y La Vida de Sor Josefina Lino de Santa Trinidad, Coloquios de Jesús desde el Huerto hasta el Sepulcro, Ms. y Santos Deseos de una Buena Muerte, Ms.
Durante su permanencia en Europa estudió Física experimental y los más modernos sistemas filosóficos de su época. Ello le permite al volver al Nuevo Mundo, incorporar a su enseñanza las doctrinas y descubrimientos de Bacon, Kepler, Galileo y Newton.
Como pensador es un ecléctico. En sus concepciones filosóficas influyeron decisivamente Descartes, Leibnitz y Wolf. Proclama: “Felices los filósofos eclécticos que imitando a las abejas buscan de flor en flor el suave néctar de la ciencia y se niegan a aceptar ciegamente la autoridad de los maestros. Define la Filosofía: Philosophia est cognitio veri, boni atque honesti solo naturae lumine et ratiocinio ducto comparata.” (La Filosofía es el conocimiento de lo verdadero, lo bueno y lo honesto, logrado mediante sólo la luz de la razón y el raciocinio.)
Su obra maestra es Elementa Recientioris Philosophiae (Elementos de Filosofía Moderna). El libro se inicia con un Resumen de Historia de la Filosofía. Estudia las escuelas filosóficas griegas y modernas y a los que llama novatores in philosophia, entre quienes comprende a Galileo, Gassendi y Paracelso, al que denomina chimicorum pater. Ocúpase de Descartes y Leibnitz, de Malebranche, de los lógicos de Port Royal y de Wolf. Conoce también a Espinosa, a quien califica impudentissime atque imperitissime. Trata a continuación de la Lógica, la que considera como el instrumento para adquirir la verdad. Adopta la división cartesiana de las ideas en claras y distintas y sigue la tradición escolástica en todo lo que se refiere a los juicios y al silogismo y solo muy superficialmente y en muy pocas líneas se ocupa de la inducción. Reproduce las Reglas de Descartes para la dirección del espíritu. El pensador mejicano acepta la doctrina de las ideas innatas. La materia es para él substancia extensa y que admite división. El alma, principio pensador del hombre, es también substancia, pero espiritual. En cuanto a las relaciones entre el alma y el cuerpo adopta las ideas escolásticas, analizando al estudiar el problema diversas doctrinas: Rechaza la del influjo físico, por estimarla contraria a la inmortalidad del alma; la de las causas ocasionales, por aproximarse al panteísmo y la de la armonía preestablecida por oponerse al libre albedrío.
Díaz de Gamarra divide la Metafísica en tres partes: Ontología o Ciencia del Ente; Psicología o Pneumatología y Teología Natural.
De su cátedra se propuso desterrar las eternas y estériles disputas que hacían las delicias de los decadentes escolásticos y dio importancia suma en sus programas de enseñanza a la Física, que define: “La ciencia de los cuerpos, esto es, de todas las sustancias sensibles que componen el universo, de sus fenómenos, de sus causas, de sus efectos, de sus diversos movimientos, propiedades y operaciones.”{1}
No es Díaz de Gamarra, a pesar de sus alardes de libertad, un pensador original. Sigue siempre de cerca los modelos europeos. Pero sembró a voleo ideas nuevas y pocos contribuyeron tanto como él a quebrantar en América el prestigio de la Escolástica.
La obra del naturalista español Félix de Azara, quien residió en América más de veinte años, está toda ella consagrada al estudio de la naturaleza del Nuevo Mundo. Fue un auténtico precursor de Cuvier y Darwin, en cuyas concepciones dejó honda huella su pensamiento. Las ideas de Azara son originalísimas y constituyen con frecuencia un vislumbre adivinatorio de los sistemas más modernos. Buffon creía que los cambios, alteraciones y degeneraciones de los animales eran motivadas por el clima, la clase de alimentación y la esclavitud. Azara rechazó esta última causa por cuanto “El hombre, según sus deseos, puede elegir los Caballos y Yeguas de cualquiera raza, y lo mismo en las de otros cuadrúpedos y pájaros, y hacer que sólo estos individuos escogidos la continúen: puede también mezclar algunas razas, lo que es un modo de injertar; por ambos medios está a su arbitrio mejorarlas sobre lo que serían naturalmente”{2}. Esta selección artificial la hace el hombre “a veces por estudio y a veces por casualidad”. Nota también que mientras es grande la variedad existente entre caballos y vacas domésticas, en cambio reina la uniformidad entre los cimarrones, por haber éstos revertido al tipo primitivo.
En ciertas páginas va Azara aún más lejos que Darwin, siendo un verdadero antecesor de la escuela neodarwinista. Mientras Darwin cree que las variaciones en las especies son el resultado de un largo proceso evolutivo, Azara las atribuye a una violenta mutación, de causa desconocida. En sus Apuntamientos para la historia natural de los cuadrúpedos leemos: “De todos estos antecedentes parece deducirse: 1.º Que existe una facultad o causa a que denomino albina; la cual a veces cambia repentinamente, o sin más intermedio que el de padres a hijos, lo negro en blanco de papel, en roxo, en trigueño, en amarillazo y aún en pío; según hemos visto en los hombres, en la cabeza y pies del Ñendai, en los Micos y en los Caballos.
2.º Que puede también trocar lo verde en amarillo y en blanco, según dije del Loro, y lo roxo en negro, como sucede con la cresta y barba de las Gallinas.
3.º Que le cuesta más trabajo trocar lo roxo en otros colores, y éstos en negro, pues lo hace rara vez.
4.º Que la tal causa, sea la que fuese, opera en el hombre, cuadrúpedos y pájaros, más o menos en unos que en otros, y con más facilidad y frecuencia en los domésticos que en los silvestres.
5.º Que es accidental y reside en las madres.
6.º Que no altera sensiblemente las formas y proporciones, ni destruye la fecundidad.
7.º Que sus efectos, una vez producidos, se perpetúan.
8.º Que sus individuos mezclados con los comunes producen mestizos.
9.º Que debilita la vista en términos que los hombres albinos con dificultad pueden ganar el sustento, y a muchos animales y pájaros les sucederá lo mismo, y aún peor.
y 10.º Que lo negro de los Negros penetra hasta la carne y los huesos.”{3}
Estas variaciones no pueden ser originadas por el clima, porque hay pájaros de igual forma, magnitud y color en todo el mundo. Observa que “una misma cosa se repite en diversos climas y que en el mismo se advierten opuestas”.{4} En los Essais sur l’Histoire Naturelle des Quadrupédes de la Province du Paraguay{5} expone la misma doctrina: Las causas que obran en el hombre y los animales no dependen del clima. Él cuenta tres: la Albina, la Crespa y la Pelada. Si el clima es la causa más débil de las mutaciones, influye en cambio decisivamente en su conservación. Al aparecer repentinamente en una especie zoológica características nuevas, el animal se perpetúa con ellas si no se opone el clima.
En la misma obra{6} hace notar que la fauna en América tiene con frecuencia caracteres más arcaicos que en Europa. Como en una especie de caos, se encuentran en la fauna americana muchos cuadrúpedos de formas extrañas y aún monstruosas, que no cuentan con medios para defenderse y llevan una vida que podía denominarse vegetativa, por lo cual están destinados a desaparecer tan pronto el hombre pueble el Continente.
La presencia humana determina cambios en la flora. En el Paraguay, anota, doquiera el hombre construye una barraca, este hecho determina la aparición en el contorno de plantas que antes sólo existían a muchas leguas, con la particularidad de que algunas se multiplican en tal forma que impiden crecer a las demás. Los animales tienen también esta propiedad de modificar la vegetación. Por ejemplo, en estancias recientemente pobladas de ganados, suele aparecer un cardo que se extiende en tal forma que ahoga la hierba, y en sus Viajes por la América Meridional escribe: “Parece, pues, que la presencia del hombre y de los cuadrúpedos ocasiona un cambio en el reino vegetal, destruye las plantas que crecen naturalmente y hace nacer otras nuevas.”{7}
Su espíritu de observación siempre despierto le hace notar existen multitud de especies animales que necesitan condiciones especiales para subsistir, cuya fisiología o régimen de vida las hace inaptas para largas emigraciones, y que residen, sin embargo, en múltiples lugares, sin comunicación posible entre ellos. Si la creación es única ¿cómo pasaron de unos a otros, a través de regiones inhospitalarias, de clima mortífero, carentes de alimentos apropiados? Estas observaciones le llevan a concebir su doctrina de la multiplicidad de los actos creadores.
Contribuyó poderosamente a la transformación de las ideas en el Nuevo Reino de Granada, la enseñanza de Mutis, que despertó la curiosidad científica y destruyó concepciones tradicionales, al enseñar y divulgar los más avanzados sistemas que en las ciencias físicas y astronómicas habían hasta entonces aparecido en Europa.
José Celestino Mutis, a quien con justicia calificó Guillermo de Humboldt de “ilustre patriarca de los botánicos del Nuevo Mundo”, nació en Cádiz, el seis de abril de mil setecientos treinta y dos, habiendo, por su mucho saber, merecido que de él dijera Lineo: Nomen immortale quod nulla aetas unquam delebit. Graduose de médico, en mil setecientos cincuenta y siete, en la Universidad de Sevilla. Más tarde en Madrid se consagró al cultivo de las Matemáticas y de las Ciencias Naturales. En mil setecientos sesenta vino a América, en el séquito de don Pedro Mesías de La-Cerda, Marqués de La-Vega, Virrey del Nuevo Reino de Granada. Catedrático de Matemáticas y Física en el Colegio del Rosario de Bogotá, desde mil setecientos sesenta y dos, fue de los primeros en enseñar en el Nuevo Mundo las doctrinas de Newton, en combatir el sistema astronómico de Tolomeo y exponer y defender el de Copérnico. El nuevo sistema astronómico encontró muy fuerte oposición. Los Padres Dominicos que enseñaban en la Universidad Tomística de Bogotá, lo estimaron peligroso y contrario a la fe y se dispusieron a defender la causa de Tolomeo, no vacilando en mantener, en unas conclusiones filosóficas dedicadas al Comisario de la Inquisición, que era heterodoxo el sistema copernicano, por enseñar giraba la tierra al derredor del sol, contradiciendo textos expresos de la Biblia y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. No llegaron a realizarse las conclusiones, porque Mutis acudió a su protector el Virrey, quien amonestó severamente a Fray Domingo de Acuña, Provincial de los Dominicos. Fundaba Mutis su defensa en una Real Cédula que prescribía se enseñara en Universidades y Colegios las doctrinas newtonianas, estrechamente enlazadas con el sistema copernicano. La gestión del representante del Rey no terminó sin embargo la controversia, pues intervino el Tribunal de la Inquisición de Cartagena y como los calificadores designados no llegaren a un acuerdo, ya que mientras uno de ellos, el Padre Fray José de Escalante, Guardián del Convento de Franciscanos de Cartagena, rehuyó pronunciarse, el otro, Fray Domingo Salazar, Prior de los Agustinos de dicha ciudad dictaminó, que si bien podía defenderse como hipótesis el sistema copernicano, como tesis era contrario a las doctrinas católicas. El Tribunal de Cartagena, adhiriéndose a la opinión del Fiscal, resolvió enviar el proceso a la Suprema Inquisición de Castilla.
Mutis es benemérito de las Ciencias Naturales americanas, por sus labores como jefe de la famosa Expedición botánica de mil setecientos ochenta y tres, por sus notables estudios botánicos y sobre todo por su monumental obra Flora de Bogotá o de Nueva Granada, por desgracia incompleta. En el Jardín Botánico de Madrid se conservan los materiales científicos que para darle cima había acumulado, entre ellos: seis mil ochocientas cuarenta magníficas láminas destinadas a la Flora; una colección de pinturas de aves, peces y mamíferos; varios manuscritos, cuyos folios suman más de cuatro mil, y un riquísimo herbario que comprende más de veinte mil plantas. En mil ochocientos cinco fundó en Bogotá un Observatorio Astronómico. Tuvo la fortuna de formar un discípulo genial: Don Francisco José Caldas, la más alta y pura gloria de que puede hasta hoy enorgullecerse Hispanoamérica en el campo de las ciencias físicas.
El genio de Caldas era universal: la Astronomía, la Geodesia, la Botánica y la Física fueron por él con notable éxito cultivadas, dejando en todos estos ramos del conocimiento humano, hondas huellas de su labor infatigable. Dirigió el Observatorio Astronómico de Bogotá desde el año de su fundación por Mutis hasta mil ochocientos diez; descubrió un nuevo método para medir las alturas e hizo progresar grandemente la geografía botánica americana. A la muerte de Mutis se le designó Director de la Expedición Botánica. Caldas, que escribía una prosa científica notable por su vigor y elegancia, dirigió durante los años de mil ochocientos ocho a mil ochocientos diez el Seminario de Nueva Granada, donde publicó la mayor parte de sus trabajos científicos.
No fue Caldas el único discípulo que formó Mutis, aunque sí el único genial. Entre los más notables merecen recordarse: Don Francisco Ulloa, autor de un Ensayo sobre el influjo del clima en la educación física y moral del hombre en el Nuevo Reino de Granada; don José Manuel Restrepo, que escribió un Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la Provincia de Antioquia; don Francisco Antonio Zea, quien llegó a desempeñar el cargo de Director del Jardín Botánico de Madrid; don José Domingo Duquesne, autor de un estudio consagrado al Calendario de los Muiscas; don Eloy Valenzuela, don Joaquín Camocho y don Jorge Tadeo Lozano.
Alejandro Humboldt, viajero incansable, recorrió casi toda la América española. El diez y seis de Julio de mil setecientos noventa y nueve desembarcó en Cumaná, explorando casi toda Venezuela; el año siguiente estuvo en Cuba, y en los de mil ochocientos uno y mil ochocientos dos visitó lo que hoy son Colombia y Ecuador, realizando su famosa ascensión al Chimborazo. Más tarde se trasladó a Méjico, de donde pasó después a los Estados Unidos de Norte América, regresando de allí a Europa. Fruto de estos viajes fueron: su Viaje a las Regiones Equinoxiales del Nuevo Continente, realizado de 1799 a 1804, que constituyó para Europa una verdadera revelación científica, y el genial Cosmos, quizá su obra maestra, magnífica descripción física del Universo, libro único y sin rival en su género. Supo Humboldt, genio poderoso y de pasmosa universalidad de conocimientos, llevar de frente todas las ciencias de la naturaleza, y su imaginación vigorosa encontró siempre la palabra y la imagen adecuadas para describir con brillantez lo que veían sus ojos penetrantes de pensador y artista viajero y revelar, en forma gráfica los descubrimientos que su poderosa inteligencia de naturalista realizaba. Inició la Geografía climatológica, la Física marítima y la Fitogeografía; enriqueció con innumerables descubrimientos la Geología, la Botánica, la Zoología, la Mineralogía, y creó la Física Estética, antes de él sólo vislumbrada por Bernardino de Saint-Pierre.
Mucho debió Humboldt a su viaje por América, pues sin él, aunque siempre hubiera ocupado alto lugar en la Historia científica y literaria, no hubiera sido el genio iniciador de nuevas rutas, revelador de ciencias nuevas; pero si mucho debió al Nuevo Mundo, supo pagarle con magnificencia. El viaje de Humboldt será inolvidable en la Historia de la Ciencia hispanoamericana, no sólo por haber difundido multitud de conocimientos científicos sino porque, espíritu generoso, en contacto fraternal con los hombres más eminentes del Continente americano, despertó en muchos de ellos la conciencia del propio valer.
Los precursores y caudillos de la Guerra de la Independencia hispanoamericana fueron educados en la clásica disciplina católica. A pesar de las modificaciones que más tarde sufren sus ideas bajo el influjo de otras doctrinas, ninguno de ellos, ni aún los ideólogos más audaces, llegaron a dudar sinceramente de la existencia de Dios, de la inmortalidad del alma o del libre albedrío. Y no porque no existiesen por entonces ateos y materialistas en América, sino porque éstos militaban, casi todos, en las filas del absolutismo español. Su mismo escepticismo, roedor de todos los entusiasmos, les hacía rechazar la vaga y generosa ideología que, en vibrantes y encendidos libros, folletos, periódicos y discursos, difundían los creadores de las nuevas nacionalidades.
Las ideas castizamente españolas de los Libertadores se modificaron al ponerse en contacto con el enciclopedismo francés. Sin embargo, los partidarios de la Independencia, más que en la declaración norteamericana de los trece Estados Confederados, fruto de las ideas filosóficas de los ingleses y holandeses del siglo XVII, de los juristas ginebrinos y de los enciclopedistas franceses, y que en la declaración de los derechos del hombre, hecha, en mil setecientos ochenta y nueve, por los revolucionarios franceses, solían, realizando obra original, inspirarse para la organización de los nuevos Estados, en las ideas de justicia, igualdad y libertad de los pensadores de la escuela salmantina de Francisco de Vitoria. La Independencia hispanoamericana fue el fruto natural del trasplante al Nuevo Mundo de la democrática institución del municipio castellano. En los Cabildos, los americanos aprendieron a gobernarse por sí mismos y a defender su libertad. Ellos fueron el germen de las nuevas nacionalidades. Al proclamar en Hispanoamérica su Independencia un pueblo, siempre lo hace mediante su Cabildo, dejando constancia de ello en sus libros de actas.
Don Antonio Nariño tradujo La Declaración de los Derechos del hombre y Diego Espinoza imprimió clandestinamente esta traducción en mil setecientos noventa y cuatro. Ya en mil setecientos noventa y tres conspiraba Nariño en favor de la Independencia, como lo demuestra su intento de organizar una sociedad literaria consagrada a la Libertad, la Razón y la Filosofía, al divino Platón y a Franklin. La persecución de que fue objeto por haber traducido La Declaración de los Derechos del hombre, impidió desarrollarse a esta sociedad. En el Ecuador, Rocafuerte propagó la Enciclopedia. Morelos en Méjico, Gual y España en Venezuela, Zela en el Perú, Martínez de Rosas y Camilo Enríquez en Chile, Tiradantes en el Brasil, difundieron las nuevas doctrinas. Sobre los precursores se destaca un indio genial, el ecuatoriano Espejo, por la visión adivinatoria, la intuición genial, la originalidad de sus ideas, la variedad de los temas por él tratados.
Por entonces en Hispanoamérica dos revoluciones se realizan paralelas: la una sangrienta y ruidosa, entre el estruendo de los pronunciamientos y los cruentos campos de batalla; la otra íntima, callada, en ideas y costumbres.
En España y en América todos alardean de filósofos: aristócratas, burgueses, militares, magistrados, funcionarios, los sacerdotes mismos, aspiran, pública o recatadamente, a reformar la Sociedad. El clero y la nobleza americana desdeñaban el pasado, se burlaban de sus costumbres y de sus supersticiones, infringían sus principios morales y encontraban insoportables e infantiles sus hábitos y sus doctrinas. A la embriaguez sentimental rusoniana se aunaba el sutil y mordaz espíritu volteriano. Nadie respetaba ya la severa etiqueta de otros tiempos y todo el mundo encontraba injustos los seculares privilegios en que reposaba la vieja estructura social.
Gran parte de la nobleza y del clero criollo, sobre todo en Méjico y Lima, soñaba con la creación de un poder independiente sí, pero oligárquico y se mostraron siempre contrarios a la aceptación de toda reforma que les privara de una parte de sus prerrogativas. Olvidaron no eran las ideas democráticas y enciclopedistas cultura propia para ser adoptada sólo por un estrecho círculo de aristócratas y religiosos, aptos para epigramatizar en versos artificiosos y burlarse de vulgares supersticiones. Aquellas ideas poseían un poder genésico inmenso que, tras de derribar la secular Monarquía francesa, había de destruir a la larga la recia estructura de la vieja nación española y dar a luz nuevos Estados y nuevas estructuras sociales.
Aunque iniciada en todas partes por la nobleza colonial, sería un grave error considerar la Independencia como labor de una sola clase social. Ella fue obra conjunta de la aristocracia y el clero criollos y de las aspiraciones y entusiasmos populares.
La Revolución de la Independencia es el fruto de un cambio en la concepción de la vida, que reemplazó una religiosa y autoritaria, con otra, nacionalista, democrática y optimista. La transformación espiritual produjo necesariamente la social y política. La antigua cultura concebía la vida como una corriente encauzada por diques erigidos por la religión, la ley, las costumbres y la tradición; la nueva, como un esfuerzo que debe constantemente desarrollarse y que a medida que el dominio del hombre sobre la naturaleza va incrementándose, aleja cada vez más toda idea de límite.
El doctor don Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo nació en Quito, en mil setecientos cuarenta y siete. Es uno de los pensadores más notables de América. Hijo de un indio y una mulata{8} entre cuyos abuelos se contaban algunos blancos nativos de Navarra, de solar conocido y que tenían escudo de armas, personifica la nueva raza forjada por la unión de la sangre aborigen con la de Castilla y África. Poseyó extraordinaria multiplicidad de talentos, aptitudes y conocimientos. Fue una inteligencia enamorada de toda novedad; médico notabilísimo y genial; licenciado en Derecho Civil y Canónico; pensador de filosofía sincrética, un tanto superficial y errabunda; escritor poderoso, temible y mordaz en la sátira, aunque de estilo algo difuso y de gusto no muy depurado. En su pensamiento influyeron decididamente: el Padre Bouhours, autor de las Conversaciones de Ariste y Eugenio; Muratori, de las Reflexiones sobre el gusto, el Padre Sala y sobre todo Verney. Escribió Espejo varias obras: El Nuevo Luciano o Despertador de los Ingenios de Quito, El Marco Porcio Catón, La Ciencia Blancardina, Discurso dirigido a los socios de la Escuela de la Concordia, Cartas Riobambenses, Reflexiones sobre un método para preservar de la viruela a las poblaciones, Memoria sobre el corte de Quinas, Voto de un ministro togado sobre el estanco de cascarillas y Carta del Padre Lagraña sobre indulgencias.
En mil setecientos sesenta y siete se graduó de doctor en Medicina. Sus Reflexiones acerca de las viruelas son la obra maestra de la Medicina americana de su tiempo. En ella es un verdadero precursor de los descubrimientos de Pasteur: “El aire –dice– no es más que un vehículo apto para trasmitir en vago. Luego el aire mismo no es la causa inmediata de las enfermedades; y esas partículas, que hacen el contagio, son otros tantos cuerpecillos distintos del fluido elemental elástico que llamamos aire.”{9}
Espejo laboró incansable por difundir la idea de independizar Hispanoamérica. Escribió contra el Virrey Marqués de Sonora una sátira, El Retrato del Golilla, calificada de “atroz, sangrienta y sediciosa” por el entonces Presidente de la Real Audiencia de Quito, don Juan José Villalenga. Preso, apeló al Rey, quien ordenó conociese de la causa el Virrey de Santa Fe. En Bogotá conoció a Nariño y a Zea y desde allí escribió una elocuente carta al Cabildo de Quito, en la que decía: “Vivimos en la más grosera ignorancia y en la miseria más deplorable.” Con razón, refiriéndose a estas palabras, don Marcelino Menéndez y Pelayo exclamaba: “¡Como si sus propios escritos, nacidos bajo el régimen colonial y bajo la educación española, no fuesen la prueba más brillante de lo contrario!”{10}. A su regreso de Bogotá fue nombrado Bibliotecario de la Biblioteca que había pertenecido al Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, convertida, después de la expulsión de los jesuitas, en Biblioteca Pública.
La Sociedad de Amigos del País, en que tanta intervención tuvo Espejo, quien fue su Secretario, se creó en Quito, siendo Presidente de la Real Audiencia don Luis Muñoz de Guzmán, imitando las que por entonces se formaron en España, con el propósito de incrementar la riqueza y difundir las ideas de la Economía fisiocrática. Esta Sociedad publicó, con el nombre de Primicias de la Cultura de Quito y redactado por Espejo, el primer periódico que se conoció en la Audiencia. Vio la luz el primer número, impreso por Raimundo de Salazar, el cinco de Enero de mil setecientos noventa y dos. Tuvo vida efímera. Murió con su séptimo número, el veinte y nueve de Marzo del mismo año.
Espejo después de su vuelta a Quito continuó trabajando en favor de la Independencia. Logró la adhesión de numerosos e influyentes personajes de Quito y Bogotá. Quería establecer un gobierno democrático, que gobernasen en América sólo los nacidos en ella, y que los prelados de la Iglesia fuesen americanos. Acusaba a las riquezas de las comunidades eclesiásticas de haberlas corrompido y proclamaba debía el Papa reducirlas a la pobreza evangélica. Descubierta, en enero de mil setecientos noventa y cinco, la conjuración, encarcelaron a Espejo, quien, poco después de ser puesto en libertad, murió en diciembre de mil setecientos noventa y seis.
En Filosofía, Espejo es. Sobre todo, discípulo de Verney, el famoso Arcediano de Évora, conocido por el seudónimo de El Barbadinho. Había leído a Feijoo, Pascal, Grocio, Hobbes, Locke, Pufendorf y los escritores enciclopedistas. En El Nuevo Luciano hace decir al doctor Mera: “Poseamos la verdadera Teología, porque en Quito, ciudad exenta de toda novedad peligrosa, en una palabra, ciudad piísima por misericordia divina, hay cierto lenguaje libertino sobre ciertos asuntos… Hay ciertos libritos de Voltaire y otros impíos, que genios indiscretos o poco religiosos, los han traído de España.”{11}
La obra maestra del pensador quiteño es El Nuevo Luciano o Despertador de Ingenios, libro escrito en forma de diálogos, constituido por nueve conversaciones que se suponen mantenidas entre un vulgar poeta, don Miguel Murillo, y el doctor Luis Mera, en quien se personifica el buen juicio. Pretende Espejo imitar los Diálogos de Luciano de Samosata, pero carece de la gracia exquisita y de la ática elegancia del modelo. En la obra es también visible la huella dejada por la lectura de Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla, pero no posee tampoco la gracia abundante, aunque vulgar y grosera, del jesuita español. El Nuevo Luciano ataca con rudeza a los expulsados jesuitas, sus doctrinas y métodos de enseñanza. Les acusa hasta de que “no sabían en su perfección el latín”, acusación en verdad infundada, pues en sus filas militaban los más insignes humanistas que por entonces existían en América. De su enseñanza filosófica dice por boca de Mera: “La Lógica verdaderamente era una intrincada Metafísica; y de una exacta indagación de la verdad, se había vuelto una eterna disputadora de sutilezas despreciables e incomprensibles. De allí tantas cuestiones inútiles, en que se evaporaba la delicadeza de los ingenios… los mismos preceptores apenas mostraban tener una idea de la verdadera Lógica; y más los ocupaba la famosa cuestión de las distinciones entre los predicados metafísicos, y ésta hacía el campo de batalla entre virtualistas criollos y formalistas chapetones… se reputaba lógico más aprovechado e ingenioso el que discurría sofismas más embozados.”{12} Se debaten en los diálogos problemas de Teología, Filosofía, Retórica, Poética, &c. Para el pensador quiteño el alma de la Poesía y la Oratoria, “consiste en la naturalidad, moderación y hermosura de imágenes vivas y afectos bien expresados”, siendo esencia de toda poesía la imitación de las acciones humanas. Espejo pensó imprimir El Nuevo Luciano, dedicándolo al “Ilmo. Sr. Conde de Campomanes, primer sabio de la Nación, y quizá el único juez en punto de universal literatura”.{13}
El gusto literario de Espejo no era muy puro ni delicado. Por extraño ello parezca, estimaba como las obras maestras de la épica castellana, la tenebrosa y culterana traducción de la Farsalia hecha por Jáuregui y la Lima Fundada del doctor don Jerónimo de Peralta Barnuevo, mera prosa rimada. Verdad que por entonces en la Presidencia de Quito, aunque el nivel cultural era muy alto, el gusto literario estaba bastante estragado, pues, según noticias que nos da el mismo Espejo, en las ricas bibliotecas de Quito no se encontraban las obras de Quintiliano ni de Longino, siendo el favorito entre los poetas latinos, Lucano, y entre los castellanos, el vulgar versificador Verdejo, obscuro discípulo de Góngora y autor de un tenebroso poema: Sacrificio de Ifigenia; Villamediana; Bances Candamo, y el portugués Fray Antonio das Chagas.
El Nuevo Luciano se divulgó rápidamente, motivando las enconadas polémicas que era de esperar provocara en un medio tan tradicionalista como el de Quito colonial, donde eran desconocidos ataques tan recios contra instituciones e ideas generalmente respetadas.
Las ideas liberales fueron infiltrándose poco a poco en el pensamiento económico americano y no tardaron en trascender de ahí a otros campos: la famosa Representación de los labradores, elevada ante el Rey por los vecinos de Buenos Aires, está inspirada en ideas fisiócratas. En ella se lee: “Es notorio a todos que los frutos que produce el cultivo de la tierra son las verdaderas riquezas de un país y que en ésta consiste la substancia, el aumento y el poder de los pueblos y del soberano. Mas al fin no se crea que deliramos, reflexiónese sobre lo que ya se ha dicho que el deseo de la ganancia es el estímulo más vivo para animar los hombres al trabajo, para fomentar la industria y para conseguir las empresas más arduas. Este deseo, que es el que suministra los abastos y procura la abundancia, no debe amortiguarse con restricciones, sino aliviarse con libertades, que sean compatibles con la justicia y con la pública utilidad. Halle el negociante su utilidad en el comercio de los granos, no se obligue por fuerza a nadie a comprar y vender, no se repare en que se venda dentro o fuera de la provincia, no se prohíba la entrada ni la salida, déjese que suba o baje el precio a proporción de las causas que producen esta variación, destiérrense gabelas e impuestos, haya libertad de amasijo, en una palabra, que sea el comercio del trigo tan libre como el de cualquier otro género.”
Difundió el liberalismo económico en Buenos Aires, el Seminario de Agricultura, Industria y Comercio que Hipólito Vieytes editó de mil ochocientos dos a mil ochocientos siete. En él se proclama la necesidad de que las gentes estudien “al sublime Adam Smith, para que destierren de una vez una porción de preocupaciones funestísimas a la felicidad del país, más pingüe, más abundante del universo”.
El reflejo de las nuevas ideas filosóficas se percibe en el Informe presentado por el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires al Virrey, sobre el proyecto de establecer en la ciudad un Instituto de estudios superiores. El patrón del Colegio “puede ser el angélico doctor Santo Tomás, porque siendo la doctrina de este maestro de las escuelas la que quiere nuestro soberano que se enseñe y siga en sus dominios, se cultivará en los jóvenes por este medio de devoción y lograrán las luces necesarias para su perfecta inteligencia”. En Teología eclesiástica y dogmática “se seguirá exactamente la doctrina de San Agustín y Santo Tomás según la inteligencia de los discípulos, procurando huir en cuanto sea posible, de aquellas cuestiones puramente abstractas y especulativas, que poco o nada sirven para establecer los dogmas de nuestra fe y verdades de nuestra religión”{14}. Al referirse a la enseñanza de Filosofía, se defiende la más absoluta libertad de cátedra: “Los profesores no tendrán obligación de seguir sistema alguno determinado especialmente en la física, en que se podrán aportar de Aristóteles y enseñar por los principios de Cartesio o de Gasendo o de Newton o alguno de los otros sistemáticos, o arrojando todo sistema para la especulación de los efectos naturales, según sólo a la luz de la experiencia, por las observaciones y experimentos que tan útilmente trabajan las academias modernas.”
El ilustre argentino Dean Gregorio Funes, elocuente orador y varón de gran saber, poseyó extensos conocimientos filosóficos y fue docto teólogo de jansenista severidad. En el Plan de Estudios para la Universidad Mayor de Córdoba{15}, escrito en mil ochocientos trece, propugna la enseñanza de la Física porque “los microscopios, los barómetros y los termómetros son instrumentos más a propósito que los silogismos para descubrir la verdad”. Sin embargo, según él, la Metafísica debe poco a las ciencias experimentales y aconseja seguir a Santo Tomás “porque las escuelas de los escolásticos son un campo cerrado donde se puede caminar con pie seguro”, y eso que “la adhesión al peripato indujo al mismo Tomás de Aquino a tratar muchas cuestiones inútiles en estilo falto de fuerza y de elegancia, pero la teología dogmática ha sido en todos los tiempos la verdadera ciencia, y frente a la incredulidad creciente debemos de evitar que se apague la antorcha de la revelación que guía al hombre mortal por los caminos que Dios ha dispuesto conducirlo”. “Es de aclarar –agrega– que, afianzada nuestra independencia y libertad, veamos venir sobre nosotros un torrente de esas falsas doctrinas que inundan a la Europa y hagan mudarle de faz nuestras provincias si no nos apresuramos a ponerles un dique”.
Con amplio espíritu creía: “Conviene aprovecharse de lo bueno que nos dejaron los antiguos escolásticos y de las luces de la moderna edad, para presentar nuestra tesis, sin esa sujeción tiránica a las máximas rancias, misteriosas e inútiles del peripato, pero tampoco sin adhesión a partido alguno y en aquel ergotismo mitigado, que sabe conciliar la forma silogística con el estilo didáctico y aun oratorio.”
Mucho contribuyeron a desprestigiar el Gobierno español en América, las proclamas de la Junta Central, encargada del Gobierno durante la guerra contra Napoleón, debido a la prisión de Fernando VII, y la que llegó a escribir, refiriéndose a los americanos, en proclama redactada por su Secretario, el ilustre poeta don Manuel José Quintana: “No sois ya los mismos de antes, encorvados bajo el yugo, mirados con indiferencia, vejados por la codicia, destruidos por la ignorancia.”
Reunidas las Cortes de Cádiz, el veinte y cuatro de Setiembre de mil ochocientos diez, no tardó en adquirir en ellas gran poder el grupo formado por los diputados americanos. Lo acaudilló el ecuatoriano don José Mejía, pensador volteriano, orador genial, brillante, poderoso y audaz, cuya intervención fue preponderante en muchas de las más trascendentales resoluciones de esa famosa Asamblea. Mejía se destacó desde el primer momento, logrando, en unión de don Agustín Arguelles, que las Cortes aprobaran el decreto, redactado por don Diego Muñoz Torrero, por el cual se constituían soberanas. Por moción suya, las Cortes adoptaron el título de Majestad, concediendo el de Alteza a la Regencia y los Tribunales Supremos. Cuando don Agustín Arguelles, con el apoyo de don Evaristo Pérez de Castro, propuso se concediese libertad de imprenta, al ver peligraba la aprobación del proyecto, ante la afirmación de los contrarios de ser incompatible con los Cánones y disciplina de la Iglesia, el diputado quiteño soslayó hábilmente la dificultad afirmando, la libertad que iba a concederse era para las cuestiones políticas y no para las eclesiásticas, logrando al fin, tras discursos favorables pronunciados por don Juan Nicasio Gallegos y don Diego Muñoz Torrero, se aprobase el proyecto de ley.
No pudieron los innovadores impedir, sin embargo, se estatuyera en la Constitución de mil ochocientos doce, en el capítulo segundo, del título segundo: “La religión de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.”
No limitó Mejía su actividad al recinto de las Cortes sino se lanzó con ímpetu a la arena periodística. Entre la multitud de diarios que por entonces se publicaban en Cádiz, uno de los más importantes era La Abeja Española, inspirado por el orador ecuatoriano.
Las ideas antirreligiosas de Mejía le impulsaron a mantener ruda batalla en las Cortes, con motivo de la acusación presentada contra su íntimo amigo, el americano don Manuel Alzáibar, quien escribiera en un periódico que dirigía: La Triple Alianza, que el dogma de la inmortalidad del alma no era sino “fruto amargo de las falsas ideas de la niñez y del triunfo de la religión”, calificando a los sufragios por los difuntos de “aparatos lúgubres inventados por la ignorancia para aumentar las desdichas del género humano”. Mejía lo defendió con calor afirmando que “las Cortes no habían jurado ni la hipocresía ni la superstición, y que el autor del papel tenía mucha más religión en el alma que otros en los labios”, llegando hasta decir que esas doctrinas “se atrevería a defenderlas ante un Concilio”. Los liberales más prudentes, temerosos produjese la violencia de Mejía una reacción católica que les arrebatase sus conquistas y el poder, usaron del hábil subterfugio de nombrar una Comisión encargada de estudiar el asunto, compuesta del Obispo de Mayorca, de don Diego Muñoz Torrero, de Gutiérrez de la Huerta, de Pérez de la Puebla y de don José María Valiente, logrando así, por este medio dilatorio, salvar a don Manuel Alzáibar.
Intervino Mejía, con su ardor y energía acostumbrados, en las acaloradas discusiones sostenidas en las Cortes con motivo de la abolición de la Inquisición llegando hasta calificar al Padre Mariana de “precursor de las decisiones del Congreso” y no vacilando en intentar demostrar fueron los jesuitas siempre contrarios al Tribunal de la Fe. Los contemporáneos del orador quiteño, consideraron este discurso como su obra maestra, por la habilidad y audacia polémica, el vigor del pensamiento, la elocuencia, amenidad y elegancia de la forma.
Entre los diputados que intervinieron en esta lucha, en la cual tan fieramente se enfrentaron reformistas y antirreformistas, recordaremos al americano don Antonio Joaquín Pérez, miembro de la Comisión que presentó el famoso dictamen sobre la conveniencia de abolir la Inquisición, en el cual se declaraba no era ella compatible con el régimen constitucional y se le acusaba de haber cometido terribles abusos. Pérez, quien en Nueva España ejerciera durante mucho tiempo el cargo de Inquisidor, afirmó que en América, mientras desempeñara tales funciones, no se había cometido ninguna arbitrariedad. Sostenía, además, carecían de autoridad las Cortes para hacer reformas en el Tribunal de la Fe, si bien no dejaba de reconocer que algunas eran necesarias.
En favor de la abolición del Santo Oficio pronunció un discurso el diputado americano Larrazábal.
La repercusión de las Cortes de Cádiz en América fue inmensa. Muchos de los diputados americanos figuraron más tarde entre los más destacados caudillos de la Independencia; las nuevas Constituciones se inspiraron en la de Cádiz de mil ochocientos doce, y en el campo de las ideas, las de gran parte de los forjadores de las nuevas nacionalidades eran las mismas de los reformistas españoles. Los ejemplares que a América llegaban de los periódicos liberales de Cádiz: La Abeja Española, El Telégrafo Americano, La Triple Alianza, El Robespierre Español, El Diario Mercantil, El Duende de los Cafés, El Tribuno Español, El Redactor General, El Revisor Político, El Diario de la Tarde, El Amigo de las Leyes, y sobre todo, El Conciso y El Concisín, tenían extraordinaria difusión, corrían de mano en mano y labraban profundamente en los espíritus. Libros de combate como el Diccionario Crítico-Burlesco, del ilustre bibliógrafo don Bartolomé José Gallardo, obtenían éxito asombroso, siendo sus gracias, bastante burdas por cierto, generalmente aplaudidas, y sus ideas adoptadas por extensos sectores de las clases más cultas de la sociedad, tanto en el partido español como en el de los favorables a la Independencia, pues en los dos campos habían claramente demarcados dos sectores: el partido tradicional y el liberal: Que si de las filas de los guerreros defensores de la Independencia hispanoamericana salieron los adalides de los futuros partidos conservador y liberal americanos, que habían de disputar fieramente en el campo de las ideas y en los campos de batalla el predominio en las nuevas Repúblicas, también entre los guerreros que luchaban por mantener la unidad de la vieja Monarquía se encontraban, lo mismo Maroto, destinado a dirigir más tarde en la Península a los ultra-católicos del partido carlista, que Espartero, Rodil y Valdés, quienes, asegurando el triunfo de Isabel II, darían el poder, por muchos años, en España, al partido liberal.
La influencia de los escritores españoles en Hispanoamérica no sufrió eclipse en los días de la Independencia ni en los que siguieron a ésta. Entre los liberales americanos fueron muy populares las obras del famoso español don Juan Antonio Llorente, el canonista en muchos casos inspirador de los anticlericales americanos. Su Colección diplomática de varios papeles antiguos y modernos sobre dispensas matrimoniales y otros puntos de disciplina eclesiástica{16}; su Disertación sobre el poder que los reyes españoles ejercieron hasta el siglo duodécimo en la división de obispados y otros puntos de disciplina eclesiástica{17}; su Memoria Histórica sobre cuál ha sido la opinión nacional de España acerca del Tribunal de la Inquisición{18}, y sobre todo su Historia de la Inquisición{19}, a pesar de la falta de método, lo farragoso de la erudición y lo vulgar del estilo, gozaron de gran predicamento por la riqueza de su documentación y las ideas y las pasiones que en ellas hervían y eran y aún hoy son, las mismas de un extenso sector de la opinión hispanoamericana.
Al invadir Napoleón a España, Llorente se afrancesó, viéndose obligado al caer el régimen napoleónico, a huir a Francia, donde imprimió en francés su Historia Crítica de la Inquisición, que antes pensara publicar en castellano. Desde Francia trabajó incansable para difundir en Hispanoamérica sus ideas. A él se debe una edición de las obras de Fray Bartolomé de las Casas, precedida de una Memoria Apologética escrita por Gregoire y de dos estudios fruto de la pluma de los escritores americanos: Mier, de Méjico y el deán Funes, de la Argentina{20}.
Grande, muy grande, fue la repercusión en América del ruidoso Proyecto de Constitución Religiosa de Llorente, escrito para servir de modelo a las Constituciones americanas y mucho más audaz que la Constitución Civil del Clero de Francia. En este proyecto se proclama que “El poder legislativo de la Iglesia pertenece a la general congregación de todos los cristianos, al cuerpo moral de la Iglesia”; se reducen los principios de la fe al Símbolo de los Apóstoles; se reconoce a la autoridad civil el derecho de declarar disuelto el matrimonio, limitando la intervención eclesiástica a la bendición nupcial, sin la cual también es válido el contrato; se quebranta la jerarquía eclesiástica; se desconoce los Concilios ecuménicos; se prohíbe compeler, ni aun en la Pascua, a la confesión y comunión; no se reconoce como precepto eclesiástico que obligue con pena de pecado grave la asistencia a la Misa en los domingos o en otros días del año; el ayunar no es obligatorio; no se consideran impedimentos para el matrimonio la disparidad de cultos, el parentesco espiritual, el de pública honestidad, ni varios de consanguinidad y afinidad; el gobierno de la Iglesia queda en manos del Estado, de quien son delegados los Arzobispos, totalmente independientes del Papa; se anulan las comunidades de regulares y los votos perpetuos; se autoriza a los Presbíteros y a los Obispos para contraer matrimonio, &c., &c.
La Inquisición sin Máscara{21} de don Antonio Puigblanch, por sus superiores condiciones de estilo, logró en Hispanoamérica mayor número de lectores que la Historia de Llorente. Puigblanch, según él mismo nos cuenta en sus Opúsculos Gramático-Satíricos{22}, escribió al mejicano don Pablo Lallave, animándole a trabajar por la libertad de cultos, porque “Es cosa accidental la Religión de Estado… y la católica presenta obstáculos que no presentan otras”.
Mucho se difundieron en el Nuevo Mundo las obras de don Joaquín Lorenzo Villanueva: El Jansenismo, diálogo dedicado al Filósofo Rancio, publicada bajo el seudónimo de Ireneo Nistáctes; Las Angélicas Fuentes o El Tomista en las Cortes y sobre todo su Vida Literaria{23}.
Grande fue la boga en un extenso sector del alto Clero americano, de los libros del Arzobispo de Palmira don Félix Amat, la repercusión de cuyas doctrinas acaso no haya aún del todo desaparecido. De gran prestigio gozaron entre los letrados su Historia de la Iglesia{24}, en trece volúmenes, y las Observaciones Pacíficas sobre la Potestad Eclesiástica{25}, que publicó con el seudónimo de don Macario Padua Melato, obra en la cual se defiende la libertad de imprenta; se sostiene reside en el Episcopado la potestad soberana de la Iglesia; niégase la trasmisión inmediata de toda la jurisdicción eclesiástica al Papa, así como su infalibilidad personal, reconociéndole sólo como ejecutor y defensor de los Cánones de la Iglesia Universal, y se admite tiene el Estado derecho a disponer de los bienes eclesiásticos. Muy leídas fueron también sus Seis cartas a Irénico{26}, refutación del libro De los Derechos del hombre de Spedalieri, escritor de la escuela de Rousseau, y la impugnación a la obra de Volney, Ruinas de Palmira{27}.
Examinadas las Observaciones por la Sagrada Congregación del Índice Romano, fueron, el veinte y seis de Marzo de mil ochocientos veinte y cinco, condenadas por el Papa León XII. Más tarde fue también prohibido el Diseño de la Iglesia Militante{28}, libro póstumo del Arzobispo de Palmira.
Por sus doctrinas poco ortodoxas fue procesado en América, donde vivió largos años, Fray José Joaquín de Olavarrieta. Poco se sabe de sus andanzas por el Nuevo Mundo. Vuelto a España, publicó varios folletos: Viaje al Mundo Subterráneo, La Concordata en Triunfo, &c. En mil ochocientos veinte y uno, año en que el Gobierno Central casi desapareció en España, este extraño personaje llegó a asumir de hecho, por varios meses, el poder en Cádiz y Sevilla. Murió en la primera de estas ciudades en mil ochocientos veinte y dos, estando preso por sus ataques por la prensa contra las autoridades. Alcalá Galiano dice era “hombre de estragadas costumbres, pocas letras y no común atrevimiento, que en pésimo estilo y sin conocimientos políticos abogaba la causa de las ideas más extremas”{29}.
Popularísima fue en Hispanoamérica la obra de Canga Arguelles: Ensayo sobre las Libertades de la Iglesia Española en Ambos Mundos. A su divulgación contribuyó eficazmente el ilustre ecuatoriano Vicente Rocafuerte, íntimo amigo del autor. El propósito del Ensayo era conseguir volvieran las Iglesias americanas a la antigua disciplina y fueran los Obispos elegidos por el pueblo. Al Papa se le reconocía sólo el carácter de primado entre los demás Obispos de la cristiandad. Canga Arguelles, para quien Roma es siempre enemiga de los Gobiernos democráticos, mantiene la tesis de que precisa defender las pretendidas libertades de las Iglesias americanas, porque “es tal el enlace de las libertades canónicas en la Iglesia y de las políticas de las naciones, que el menor detrimento de las canónicas es un asalto contra las políticas o un portillo cuando menos que prepara la sujeción ilegal de los pueblos al despotismo civil”.
Groot en su Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada{30}, refiriéndose a los escritores liberales españoles y a la Sociedad Bíblica de Londres dice: “Estos tomaron por su cuenta el ilustrarnos mandándonos multitud de catecismos y libretos, todos, con pocas excepciones, sazonadas con la sal y pimienta del protestantismo, el utilitarismo y algunos con el jansenismo. El establecimiento de Ackerman era la principal fragua de tales armas… Marchena se atareaba en traducir, aunque pésimamente, los libros más detestables del ateísmo y del materialismo… Villanueva y Llorente, el primero en su Juicio de Depradt sobre el Concordato de México; en su Incompatibilidad de la Monarquía Universal del Papa; en su Vida Literaria. El Canónigo Llorente, cuyos escritos respiraban por todas partes los errores de la herejía y de la incredulidad, principalmente en La Apología de la Constitución Religiosa y en El Retrato Político de los Papas… tendían a una colaboración con los del español Blanco, apóstata del catolicismo, a persuadirnos que debiéramos independizarnos de la silla romana.” Y don José Zapiola nos cuenta en sus Recuerdos de Treinta Años{31}: “Los libros impíos e inmorales no empezaron a circular en Chile hasta el año veinte, a muy alto precio. Las Ruinas de Palmira, un tomo en 4º, se vendía al principio a treinta pesos. Vivo está un condiscípulo nuestro que lo vendía en su tienda más tarde, con una gran rebaja, a onza de oro. El Contrato Social, diminuto volumen en 8º, lo compramos y vendimos, después de leerlo, en cuatro pesos. Con un oficial de ese tiempo, que ahora es general, nos arreglamos a comprar El Origen de los Cultos (compendio) en doce pesos, dando cada uno la mitad. Las obras inmundas de Rigault-Lebrun, Parny, &c., no eran más baratas.”
“Rousseau dice: “Plutarco es mi hombre.” Nosotros podíamos decir entonces: “Rousseau es el nuestro.” La Profesión de Fe del Vicario de Saboya, tan extensa como es, la sabíamos de memoria.”
Entre los escritores que militaban en los partidos católicos americanos, fueron muy leídos los periódicos anti-liberales de Cádiz: El Centinela de la Patria, El Observador, La Gaceta del Comercio, El Procurador General de la Nación y del Rey, El Censor General, &c.; pero el arsenal donde encontraron con más frecuencia sus armas fueron las Cartas Críticas de Fray Francisco Alvarado, publicadas bajo el popular seudónimo de El Filósofo Rancio{32}. Para combatir la secularización de los bienes de la Iglesia, buscaron sus argumentos más buidos y eficaces en la conocida obra del Cardenal español don Pedro de Inguanzo: El Dominio Sagrado de la Iglesia en sus Bienes Temporales{33}, escrita cuando era Obispo de Zamora, y en el libro de Balmes: Observaciones Sociales, Políticas y Económicas, sobre los bienes del Clero{34}.
El guatemalteco don José Antonio Ortiz Urruela es autor de una refutación de la Carta a los Presbíteros Españoles{35}, publicada por el sacerdote español don Antonio Aguayo, el primero de Agosto de mil ochocientos sesenta y cinco, carta que, aunque carente en absoluto de valor filosófico y literario, produjo gran revuelo en España, durante el reinado de Isabel II, debido exclusivamente a accidentales motivos políticos.
La Revolución portuguesa de veinte y cuatro de Agosto de mil ochocientos veinte, convocó Cortes, con el objeto de dictar una Constitución. Fray Francisco de San Luis, benedictino, quien más tarde llegó a ser Cardenal y Patriarca de Lisboa, autor de una Apología de Camõens{36}, en que refuta las célebres censuras de José Agustín de Macedo{37}, redactó las bases de la nueva Ley fundamental de la Monarquía portuguesa. En materia religiosa, la Constitución portuguesa de mil ochocientos veinte y uno es más avanzada que la española de las Cortes de Cádiz, pues establece en su artículo tercero, la tolerancia religiosa. Esta Constitución, en que se proclama la democracia como base esencial y derecho indeclinable y la antigua concepción de la Monarquía se transforma en un acuerdo consensual entre el pueblo y el Rey, concediéndose a éste solo veto suspensivo, fue flor de un día. Murió a manos del Ejército sublevado en Villafranca; pero su influencia se hizo sentir en posteriores Constituciones americanas.
El más original y vigoroso de los pensadores españoles de su tiempo fue Blanco White, escritor bilingüe en español e inglés, idioma éste último en que publicó su obra maestra, el famoso soneto que principia: “Mysterious Night! when our first parent knew…”, el cual consideraba Coleridge “como el soneto más delicado y de más grandiosa concepción que hay en nuestra lengua”{38} y del que don Marcelino Menéndez y Pelayo pudo decir que, cuando se hubiere borrado el recuerdo de los escritos filosóficos y de controversia de Blanco White “La Musa del canto conservará su memoria vinculada en catorce versos de melancólica armonía, que desde Liverpool a Boston y desde Boston a Australia, viven en la memoria de la poderosa raza anglosajona, que los ha trasmitido a todas las lenguas vivas, y aún ha querido darles la perennidad que comunica una lengua muerta”.{39}
Blanco White es el único pensador español que ha influido poderosamente en el campo de las ideas filosóficas y religiosas de la Europa contemporánea. W. E. Gladstone, el gran estadista inglés, en el Ensayo que le consagró, dijo de él: “El espíritu de Blanco White fue semejante a un campo de batalla en el que, con varia fortuna, pero gran intensidad, los poderes de la fe y el escepticismo mantuvieron del principio al fin guerra incesante.”{40}
Sacerdote católico, llegó a ocupar la dignidad eclesiástica de magistral de la Capilla Real de San Fernando de Sevilla. Habiendo fijado su residencia en Madrid, Godoy le nombró Maestro de Doctrina Cristiana en la Escuela Pestalozziana dirigida por el Abate Alea. Al perder la fe, su aversión a las ideas religiosas de su juventud era tal que, según él mismo nos cuenta en su Despedida de los Americanos: “Me avergonzaba de ser clérigo y por no entrar en ninguna Iglesia, no vi las excelentes pinturas que hay en las de aquella Corte. ¡Tan enconado me había puesto la tiranía!” Deseando profesar libremente sus ideas, se trasladó a Inglaterra y allí, aunque no volvió jamás al seno del catolicismo, recobró la fe cristiana, que más tarde había de volver a perder. Protegido, amigo y colaborador, en diversas épocas de su vida, de Lord Holland, Lord John Russell, el Arzobispo Whately, Newman y el doctor Channing, intervino en todas las luchas filosóficas y religiosas que por entonces agitaron el pensamiento inglés. Pensador profundo, de rica erudición, escritor elegantísimo y poeta inspirado en español e inglés, se mostró siempre versátil, corriendo de doctrina en doctrina, en infatigable esfuerzo intelectual, en dramática y nunca satisfecha aspiración de conquistar la verdad. Fue tory y se opuso tenazmente a la emancipación de los católicos ingleses; fue whig y luchó, con armas aceradas, por la más absoluta libertad religiosa; defendió y atacó alternativamente al alto Clero anglicano; simpatizó con los puseistas, y colaboró con Channing en la organización y difusión del unitarismo.
Sus libros ingleses tuvieron gran éxito, lo mismo los de carácter literario como sus Letters from Spain{41}, que los de controversia religiosa: Preparatory Observations on the Study of Religión{42}; The Poor Man’s Preservative Against Popery{43}; Practical and Internal Evidence Against Catholicism{44}; Second Travels of an Irish Gentleman in Search of a Religion{45}; The Law of Anti-Religious Libel{46}; Observation on Heresy and Orthodoxy{47}.
Blanco, al abandonar la Iglesia católica, se adhirió a la Iglesia anglicana; pero por muy corto tiempo se sintió satisfecho en su seno. En él permaneció, sin embargo, durante muchos años; hasta que en mil ochocientos treinta y cinco rompe violentamente con el anglicanismo y, renunciando la Cátedra de Oxford, hace en Liverpool, ante el doctor Jorge Amstrong, profesión de fe unitaria.
Ya unitario, combate acerbamente a la Iglesia oficial anglicana. Sus ataques contra ella fueron tan vigorosos que según confesión del gran Newman, contribuyeron en mucho a separarle de la Iglesia de Inglaterra y a su ruidosa conversión a la Religión católica.
En los últimos años, el pensamiento de Blanco White había roto con el unitarismo: “La única objeción que tengo para el nombre de Unitarismo, es el ser dogmático. Qué la doctrina de la Trinidad y todas las conexas con ellas… son injuriosas para la causa del Cristianismo es una profunda convicción de mi mente. La verdadera fuente de esas corrupciones se encuentra en la falsa filosofía la cual logró insinuarse en el corazón mismo del Evangelio, desde el tiempo de San Pablo”; las confesiones de fe que dividen principalmente el mundo cristiano son pura escuela filosófica aplicada a la religión de Cristo, y estima que "Cristianos anti-escolásticos sería una apropiada denominación para quienes son ahora llamados unitarios y racionalistas”{48}. Su pensamiento por entonces puede estudiarse en la notable y curiosísima correspondencia que sostuvo con Neander, Stuart Mill, Channing, &c., parte de la cual podemos leer en la biografía de Blanco White escrita por John Hamilton Thom.
En sus últimos años Blanco White se consagra con ardor al estudio de las obras de exégesis de Strauss y de la escuela de Tubinga. Enamorado de los grandes filósofos alemanes, desdeña a los metafísicos ingleses. Por entonces escribe: “Estoy perfectamente convencido de la profunda ignorancia que sobre estas materias reina en Inglaterra.” Blanco ya no es cristiano. No vacila en proclamar que “Los escritos del Viejo y el Nuevo Testamento son documentos históricos a los que trato exactamente como las otras reliquias de la antigüedad… Apruebo en ellos cuanto hallo digno de ser aprobado y rechazo lo que carece de razón para creer o seguir”.{49} Aunque seducido por el pensamiento germánico, nunca abrazó el panteísmo y creyó siempre en la personalidad separada de Dios. Opina que sólo mediante la razón es que el hombre puede llegar a conocerle, que el mundo interno es su fuente perenne, encontrándose la de toda revelación en la íntima presencia de Él en el alma. Proclama como norma de vida moral el conformar toda determinación con la voluntad divina, según el espíritu de las Sagradas Escrituras. Con estoicismo kantiano afirma que la virtud no es sólo independiente de la esperanza y el temor sino aún de la creencia en la inmortalidad del alma. No acepta la autenticidad absoluta de los Evangelios en la parte histórica y en cuanto a la moral estima necesario se la restaure, tal como “un artista genial restaura una estatua antigua mediante sus fragmentos incompletos”.
Ningún pensador español contemporáneo influyó tanto como Blanco White en el pensamiento y la literatura americana. No sólo por sus libros sino también por su amistad con grandes americanos y su acción personal cerca de ellos, sobre todo con Bello, Olmedo y Rocafuerte. Se le cita poco por su heterodoxia, ninguno osó ir con tanta franqueza ni tan lejos como él; pero sus ideas y su ejemplo suelen estar presentes en la mente de sus amigos de Londres, que nunca olvidaron su poderosa personalidad, ni borraron del todo la honda huella que dejó en ellos su pensamiento.
Las campañas políticas de Blanco White en favor de la Independencia de Hispanoamérica tuvieron incalculable trascendencia. Al radicarse en Londres fundó, apoyado por Ricardo Wellesley, Lord Holland y John J. Children, un periódico: El Español, en el cual no solo se ocupó activamente de la política de la Península sino defendió con ardor la Independencia del Nuevo Mundo: “El pueblo de América ha estado trescientos años en completa esclavitud”, afirmaba, “la razón, la filosofía, claman por la independencia de América”. La Regencia de Cádiz, por Decreto de quince de Noviembre de mil ochocientos diez, prohibió, bajo graves penas, la circulación de El Español y en Londres, don Juan Bautista Arriaza intentó combatirle, aunque sin éxito, publicando El Antiespañol. En la acre polémica que se produjo llevó Arriaza, no obstante su ingenio, la peor parte.
Blanco en El Español sostuvo debía España conceder amplia autonomía económica y política a las provincias americanas. Estimaba las concesiones hasta entonces realizadas, tales como la de designar representantes a las Cortes de Cádiz, absolutamente insuficientes. En el número del treinta de Abril de mil ochocientos once, se lee: “En vano se discute en las Cortes; mientras que allí se arguye, los españoles y americanos se degüellan. Si las Cortes quieren no profanar el nombre de Padres de la Patria que con tanto ardor dieron los pueblos a sus representantes, no dejen que se asesinen sus hijos, mientras ellos arguyen tranquilamente cuál es el que tiene la razón… traten de un arreglo inmediato con armisticio garantizado por Inglaterra y no pongan más condición que ésta: las provincias españolas de uno y otro hemisferio tendrán siempre un mismo rey y un mismo congreso soberano.”{50} También defendió la Revolución americana en dos artículos publicados en The Quartely Review.
De mil ochocientos veinte y dos a mil ochocientos veinte y cinco se editó en Londres, bajo el nombre de Variedades o Mensajero de Londres,{51} una revista trimestral consagrada a Hispanoamérica. Casi todos los artículos son de Blanco. Sólo en los últimos números colabora don Pablo Mendibil. En ella publicó Blanco el retrato y una elogiosa biografía de Bolívar. La Revista fue muy leída en Hispanoamérica, no sólo por sus ideas políticas sino por su alto valor literario. De ella dijo don José Joaquín de Mora: “Uno de los periódicos más perfectos que se han publicado jamás en idioma castellano, es sin duda el Mensajero de Londres, escrito por aquel eminente literato que antes que Mr. De Pradt y ningún otro europeo defendió la causa de América en el mundo antiguo, el ilustrado Blanco White.”{52}
Blanco en esta Revista desaprobó la intolerancia religiosa de la Constitución chilena de mil ochocientos veinte y tres, llegando con tal motivo hasta decir: “Que los hispanoamericanos tienen aun mucho que sufrir, es bien claro; no porque España tenga fuerzas para impedir sus progresos, sino porque se hallan en el caso de niños mal criados que alcanzan su libertad antes de conocer el mundo.”{53}
La influencia de Jeremías Bentham fue grande en el pensamiento hispanoamericano. Sus ideas se difundieron principalmente gracias al Catedrático de la Universidad de Salamanca don Ramón de Salas, quien las propagó con sus obras: Principios de legislación civil y penal y Lecciones de Derecho Público Constitucional, inspiradas en las doctrinas del pensador inglés. Estos libros fueron la piedra angular sobre la que descansó durante largos años en Hispanoamérica la enseñanza en las Facultades de Derecho, entre cuyos estudiantes y profesores gozaron de gran predicamento las traducciones que en gran número se hicieron en España de las obras del ilustre utilitarista inglés. A millares se vendieron en el Nuevo Mundo los ejemplares de los Principios de Legislación y Codificación, extractados de las obras del filósofo inglés Jeremías Bentham{54} traducidos por don Francisco Ferrer y Valls; de Cárceles y Presidios, aplicación de la Panóptica de Bentham{55}, traducción de don Jacobo Villanueva y Jordán; del Tratado de los Sofismas{56}, de traductor anónimo; de los Tratados de las Pruebas Judiciales{57}, traducidos por don José Gómez de Castro, y de la Teoría de las Penas y de las Recompensas {58}, cuyo traductor se ocultó tras las iniciales D. L. B.
Las doctrinas de Bentham ejercieron indiscutible influencia en el pensamiento y en la conducta de muchos estadistas hispanoamericanos. Cuando el General Santander, Vicepresidente de Colombia, se oponía a la dictadura de Bolívar, en carta dirigida, el ocho de Febrero de mil ochocientos veinte y siete, a don José Gabriel Pérez, aducía el nombre del pensador inglés, entre los de las autoridades con que aspiraba a legitimar su conducta: “Hablo en conocimiento de las opiniones de escritores ilustres como Bentham, de Tracy, de Pradt, para quienes el general Bolívar dimitiendo la dictadura, protegiendo la libertad del pueblo y predicando republicanismo, es un hombre digno de la veneración del mundo filosófico. He aquí otros motivos, porque me he opuesto a una dictadura innecesaria, deshonrosa para Colombia y para el Libertador y vergonzosa para el Gobierno Colombiano.”{59}
Muy grande fue, también, la influencia del abate Domingo de Pradt, en el pensamiento y en la política religiosa de las nuevas nacionalidades hispanoamericanas. Obispo de Poitiers y Arzobispo de Malinas, fue un pensador y un político versátil. El haber sido ultrarrealista no le impidió aceptar de Napoleón el cargo de capellán del Emperador, un Obispado, un Arzobispado y una Embajada, ni esto el trocarse después en ardiente partidario de la Restauración y más tarde de la Casa de Orleans. En Hispanoamérica se sentía por él extraordinaria admiración. Entusiasta partidario de la Emancipación americana, era muy enemigo de España y de la supremacía del Papa sobre los Obispos. Bolívar llegó a calificarle de “el más digno de los Prelados del siglo XIX”, y la Constituyente de Cúcuta le expresó su gratitud en Decreto de catorce de Octubre de mil ochocientos veinte y uno: “El muy ilustre abate de Pradt, antiguo Arzobispo de Malinas, ha defendido con sus eminentes talentos a la faz de Europa, la causa del pueblo colombiano, e ilustrado a nuestros propios enemigos con sus sabios escritos, manifestándoles muy de antemano la senda de la razón y de la Justicia, que debieron seguir en un siglo de luces, y combatiendo victoriosamente las preocupaciones políticas y religiosas, en que por largos siglos habían fincado su dominio.” Cuando en mil ochocientos veinte y cinco, de Pradt publicó su obra Concordato de América con Roma, ésta se difundió en seguida por el Nuevo Mundo. Sus ideas episcopalistas y febronianas recibieron calurosa acogida. En las obras de Pradt se inspiró el General Santander al formular las instrucciones que el Gobierno de la Gran Colombia dio, el nueve de Marzo de mil ochocientos veinte y seis, a su Ministro ante la Santa Sede don Ignacio Sánchez de Tejada, de conformidad con las cuales, éste debía pedir la erección en silla Patriarcal de la Metropolitana de Bogotá, con la facultad de crear nuevas diócesis, conceder palio a los Arzobispos, confirmar a los Obispos, secularizar religiosos, &c. Igual origen tienen también las instrucciones que el cuatro de Setiembre de mil ochocientos veinte y siete, se dieron al Plenipotenciario mejicano don Francisco Pablo Vásquez, a quien se le ordenaba: “Negociará también que para lo sucesivo el metropolitano y en su defecto el Obispo más antiguo de la República, ratifique las nuevas erecciones, agregaciones, desmembraciones o supresiones de arzobispados u obispados que decrete el congreso general… Negociará, por último, que el mismo metropolitano confirme con consentimiento de su comprovincial o comprovinciales, a los que se le presenten según las disposiciones del congreso general para las sillas arzobispales o episcopales que fueren vacando o que se decretaren.”
Las ideas de la escuela doctrinaria principiaron a vulgarizarse en Hispanoamérica con las obras de Benjamín Constant, en especial con su Curso de Política Constitucional,{60} traducido por don Marcial Antonio López.
Bolívar es el más grande y original de los pensadores políticos del Continente americano. Educado por Simón Rodríguez en las doctrinas del enciclopedismo francés, lector asiduo de Voltaire y Rousseau, hizo en su juventud de éste último su mentor favorito. Con entusiasmo y ardor de neófito adoptó sus doctrinas políticas y sociales, llevándolas hasta sus últimas y lógicas consecuencias. Pero si Rousseau, cuyo estilo deja en el suyo huellas indelebles, es el ídolo indiscutido, no por eso dejan de influir decisivamente en su pensamiento Voltaire, Diderot, Montesquieu y Raynal. A su regreso de Europa las ideas del Libertador eran las de un destacado y entusiasta discípulo de la Enciclopedia.
Como todos los hombres de su época, admira los héroes de la antigüedad clásica, si bien su Atenas, Esparta y Roma no son las auténticas sino las convencionales y retóricas de los hombres de la Revolución francesa. Las Vidas Paralelas de Plutarco, que Madame Roland proclamara la Biblia de los fuertes, es uno de sus libros predilectos y el que más contribuye a desarrollar en él el culto por las antiguas repúblicas.
Bolívar más de una vez alardeó de incrédulo. En realidad no disintió nunca en lo íntimo de su espíritu de los principios esenciales del cristianismo. Acaso durante algún tiempo llegó a imaginar que no creía, pero, aunque desde su adolescencia abandonó las prácticas religiosas, conservó siempre, en forma más o menos reflexiva, las ideas cristianas, a pesar de la influencia de los enciclopedistas en su pensamiento, influencia mucho más superficial de lo que generalmente suele creerse. A lo más que llegó Bolívar en el campo religioso durante gran parte de su vida fue al indiferentismo; pero en lo esencial su pensamiento se conservó siempre cristiano, aún en los momentos en que más hacía ostentación de espíritu fuerte, de deísmo, y hasta del más crudo materialismo. A medida que fueron llegando los años de la madurez, fue acercándose más y más a las doctrinas católicas y sabido es se reconcilió con la Iglesia poco antes de morir, confesando y comulgando con el Obispo de Santa Marta, doctor Esteves.
En la esfera de las doctrinas políticas, Bolívar en su juventud intenta aplicar en parte las enciclopedistas al constituir las nuevas nacionalidades. Más tarde, al aquilatarlas en la realidad, van, poco a poco, modificándose y depurándose sus ideas. Las responsabilidades del Poder; la necesidad de gobernar Estados constituidos por una población urbana de elevada cultura contrapuesta a una rural casi primitiva, diseminada en territorios inmensos; el empuje arrollador del sentimiento localista que amenazaba atomizar el Continente y convertir la más insignificante parcela en Estado libre o por lo menos autónomo; los tumultos y sublevaciones de un ejército formado de heroicos guerreros, mal avenidos con la paz y la disciplina y a quienes repugnaba volver a las labores del campo; la constante inquietud de sus tenientes, soldados ricos en gloria, ansiosos de ocupar el primer puesto y emular las hazañas de César, obligan a Bolívar, sin desechar lo que de aprovechable había en los ensueños que enardecieron su juventud, a transformarse en un político realista, que intenta robustecer el Poder Público y lucha y se afana por aunar la Libertad con el Orden indispensable para el crecimiento y desarrollo de las nuevas Naciones. Concibe con tal fin un nuevo tipo irrealizable de República, con Poder electoral libre y Presidencia vitalicia e intenta, rechazando el federalismo que multiplica los Poderes, crear un Estado centralizado, fuerte y autoritario, con multitudes anarquizadas y soldados inclinados al cuartelazo y a la montonera. Enemigo de la Monarquía que consideraba, con razón, imposible de implantar en el Nuevo Continente dadas las corrientes ideológicas predominantes, sostiene la forma republicana de gobierno frente a San Martín y a los estadistas del Sur y logra, gracias a su poderosa, genial y avasalladora personalidad, imponer la República como única forma definitiva de gobierno en América.
{1} Errores del Entendimiento Humano.– Puebla.– 1781.– Parle Segunda.
{2} Apuntamientos para la Historia Natural de los Cuadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata.– Madrid.– 1802.
{3} Tomo II.– Págs. 231-233.– Tomo II.– Pág. 331.
{4} Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y Río de la Plata.– Madrid.– 1602.– Tomo II.– Pág. 237.
{5} Essais sur 1’Histoire Naturelle des Quadrupédes de la Province du Paraguay.– Traducción de M. L. Moureau Saint-Méry.– París.– 1801.
{6} Tomo II.– Pág. 331.
{7} Viajes por la América Meridional.– Edición Espasa y Calpe.– Madrid.– 1923.
{8} El padre del sabio quiteño usaba el nombre de Luis de Santa Cruz y Espejo, pero el suyo propio era Chuzhig, que en quichua significa lechuza: la madre se llamaba Catalina Aldaz y Larrainzar.
{9} Reflexiones sobre la virtud, importancia y conveniencias que propone D. Francisco Gil, Cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo y su sitio, e individuo de la Real Academia Médica de Madrid, en su disertación Físico-Médica, acerca de un método seguro para preservar a los pueblos de las viruelas.– Escritos de Espejo.– Imprenta Municipal.– Quito.– 1912.– Tomo II.– Pág. 394.
{10} Historia de las Ideas estéticas en España.– Por el doctor don Marcelino Menéndez y Pelayo.– Madrid.– Imp. Sucesores de Rivadeneyra.– 1904.– Tomo 6.– Pág. 250.
{11} Escritos de Espejo.– Imprenta Municipal.– Quito.– 1912.– Tomo I.– Pág. 428.
{12} Escritos del doctor Francisco Eugenio Santa Cruz y Espejo.– Quito.– Imprenta Municipal.– Tomo I.– Págs. 343, 344, y 345.
{13} Escritos del doctor Francisco Eugenio Santa Cruz y Espejo.– Quito.– Imprenta Municipal.– Tomo I.– Pág. 209.
{14} Biblioteca “Centenario”, de la Universidad de La Plata.– Tomo II. Buenos Aires.– 1911.
{15} Plan de Estudios para la Universidad Mayor de Córdoba, que ha trabajado el doctor Gregorio Funes por comisión del Ilustre Claustro.– Córdoba, 1832.
{16} Colección diplomática de varios papeles antiguos y modernos sobre dispensas matrimoniales y otros puntos de disciplina eclesiástica.– Su autor, Dn. Juan Antonio Llorente, doctor en Cánones y abogado de los Tribunales Nacionales.– Madrid.– 1809.
{17} Disertación sobre el poder que los reyes españoles ejercieron hasta el siglo duodécimo en la división de obispados y otros puntos de disciplina eclesiástica, con un apéndice de Escrituras en que constan los hechos citados en la Disertación: Su autor, Dn. Juan Antonio Llorente, doctor en Cánones y abogado de los Tribunales Nacionales.– Madrid.– 1810.
{18} Memoria Histórica sobre cuál ha sido la opinión nacional de España acerca del Tribunal de la Inquisición, leída en la Real Academia de la Historia en las juntas ordinarias de los días 25 de Octubre, 1, 8 y 15 de Noviembre de 1811, por su autor, el Consejero de Estado D. Juan Antonio Llorente, presbítero, dignidad de maestrescuela y canónigo de Toledo, Caballero Comendador de la Real Orden de España, comisario general apostólico de la Cruzada, para pasar a la clase de Académico numerario de la Real Academia de la Historia.– Madrid.– 1812.
{19} Histoire Critique de l’Inquisition d’Espagne, despuis l'époque de son établissement par Ferdinand V jusgu’ au régne de Ferdinand VII, tirée des piéces originales des archives du Conseil de la Supréme et de celles des Tribunaux subalternes du Saint Office. Par D. Jean–Antoine Llorente.– 1817.
{20} Oeuvres de Don Barthélemi de las Casas, éveque de Chiapa defenseur de la liberté des naturels de l'Amerique: precedées de sa vie, et accompagnées de notes historiques, additions, développements, &c., &c., avec portrait.– Par J. A. Llorente… París.– 1822.
{21} La Inquisición sin máscara o disertación en que se prueban hasta la evidencia los vicios de este Tribunal y la necesidad de que se suprima.– Por Natanael Jomtob.– Cádiz.– Imp. de D. Josef Niel.– 1811.
{22} Opúsculos gramático-satíricos del Dr. D. Antonio Puigblanch contra el Dr. D. Joaquín Villanueva, escritos en defensa propia, en los que también se tratan materias de interés común.– Londres.– Imp. de Guillermo Guthrie.– Pág. 139.
{23} Vida Literaria de don Joaquín Lorenzo Villanueva, o Memoria de sus escritos y de sus opiniones eclesiásticas y políticas y de algunos sucesos notables de su tiempo, con un apéndice de documentos relativos al Concilio de Trento.– Londres.– J. Masintosh.– 1825.
{24} Historia Eclesiástica.– Tratado de la Iglesia de Jesucristo.– Editada parte en Madrid y parte en Barcelona.– Se principió en Madrid, Imp. Benito Cano, en 1792, terminándose en Barcelona, en la Imp. de Bernardo Plá, en 1803.
{25} Observaciones Pacíficas sobre la Potestad Eclesiástica, dadas a luz por D. Macario Padua Melato.– Parte Primera.– Barcelona.– 1817.– Imp. de Tecla Plá.– Parte Segunda.– Barcelona.– 1819.– Imp. de Plá.– Parte Tercera.– Barcelona.– 1822.– Imp. de Plá.
{26} Seis cartas a Irénico, en que se dan claras y distintas ideas de los derechos del hombre y de la sociedad civil, y se desvanecen las del contrato que se finge como origen o fundamento necesario de toda soberanía, para hacerla dependiente do la reunión de los súbditos.– Por D. Macario Padua Melato.– Barcelona.– 1817.– Imp. de la viuda de Plá.
{27} Felicis Amat, Archiepiscopi Palmyreni, ad civilium et religiosarum omnium societatum procuratores, intra Palmyrae ruinas congregatos “Meditationes”: quibus impium Volnei super illis ruinis commentum fundítus evertitur, atque ad cristianae religionis veritatem aditus aperitur. Opus posthumum latine redditum… et ex testamento ipsius evulgatum a Felice Torres Amat.– Barcinone.– 1833.
{28} Eclesias Jesuchristi Iconographia, sive militantis Eclesiae a Filio Dei homine facto intitulae adumbratio: qua Ecclesiae super Divi Petri confessionem constructa, aedificium esse divinum, superncturale, semper visible, et unquam tempore destruendum ostenditur.– Auctore Ilmo. D. Felice Amat, Archyepiscopi palmyrensi.– Barcinone, typis Joachim Verdaguer.– 1830.
{29} Recuerdos de un anciano.– Madrid.– Luis Navarro, editor.– 1878.– Pág. 385.
{30} José Manuel Groot.– Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada.– Bogotá.– 1869.– Tomo III.– Págs. 342 y 343.
{31} Don José Zapiola.– Recuerdos de Treinta Años.– (1810-1840).– Quinta Edición.– Santiago de Chile.– 1902.– Págs. 35-36.
{32} Cartas Críticas que escribió el Rmo. Padre Maestro Fr. Francisco Alvarado, del Orden de Predicadores, o sea el Filósofo Rancio, en las que con la mayor solidez, erudición y gracia se impugnan las doctrinas y máximas perniciosas de los nuevos reformadores, y se descubren sus perversos designios contra la Religión y el Estado.– Obra utilísima para desengañar a los incautamente seducidos, proporcionar instrucciones a los amantes del orden, y desvanecer todos los sofismas de los pretendidos sabios.– Madrid.– Imp. de E. Aguado.– 1824.
{33} El dominio sagrado de la Iglesia en sus bienes temporales.– Cartas contra los impugnadores de esta propiedad, especialmente en ciertos libelos de estos tiempos. Y contra otros críticos modernos, los cuales aunque la reconocen, impugnaron la libre adquisición a pretexto de daños de amortización y economía política.– Escribiolas D. Pedro de Inguanzo y Rivero, diputado en las Cortes Extraordinarias de Cádiz.– Año de 1813; hoy Obispo de Zamora.– Salamanca: En la Imp. de D. Vicente Blanco.– Año de 1820 y 1823.
{34} Observaciones sociales, políticas y económicas, sobre los bienes del Clero.– Vich.– Imp. de I. Valls.
{35} Respuesta de un sacerdote católico, apostólico, romano, a la carta dirigida a los Presbíteros españoles por Dn. Antonio Aguayo, Presbítero.– Sevilla.– Imp. de J. Álvarez.
{36} Fray Francisco de San Luis.– Apología de Camõens contra las Reflexões criticas do Padre José Agostinho de Macedo, sobre o episodio de Adamastor no Canto V dos “Lusiadas”.– Santiago.– 1815.
{37} Censura dos Lusiadas, por José Agostinho de Macedo.– Lisboa, na Impressão Regia, anno 1820.
{38} The finest and most grandly conceived Sonnet in our language (at least it is only in Milton's and in Wordsworth's Sonnets that I recollect any rival).– The Life… T. I.– Pág. 439.
{39} Historia de los Heterodoxos Españoles por el doctor don Marcelino Menéndez y Pelayo.– Segunda Edición Refundida.– Madrid.– Librería General de Victoriano Suárez.– 1932.– Págs. 213 y 214.
{40} Este Ensayo fue coleccionado en el libro de Gladstone, Gleanings of past years.– London.– Imp. John Murray.– 1879.– Vol. II.– Pág. 164.
{41} Letters from Spain.– By Don Leucadio Doblado.– London.– Printed for Henry Colburn and Co.– 1822.
{42} Preparatory Observations on the Study of Religión.– By a Clergyman.– 1817.
{43} The Poor Man's Preservative Against Popery.– 1834.
{44} Practical and Internal Evidence Against Catholicism, with occasional strictures on Mr. Butler's Book of the Roman Catholic Church, in six letters, addressed to the impartial omong the Roman Catholics of Great Britain and Ireland.– By the Rev. Joseph Blanco White, M.A. B.D. In the University of Seville, Licenciate of Divinity in the University of Osuna, formerly Chaplain Magistral (Preacher) to the King of Spain, in the Royal Chapel at Seville; Fellow, and once Rector, of the College of St. Maria a Jesu of the same town; Synodal Examiner of the Dioceses of Cordoba and Cádiz; Member of the Royal Academy of Belles Lettres, of Seville, &c., &c.; now a Clergyman of the Church of England; Author of Doblado's Letters from Spain, and The Poor Man's Preservative against Popery.– London.– John Murray.– 1826.
{45} Second Travels of and Irish Gentleman in Search of a Religión.– With Notes and Ilustrations, not by the Editor of “Captain Rock's Memoirs”.– In two volumes.– Dublin.– Richard Milliken and Son.– 1833.
{46} The Law of Anti-Religious Libel reconsidered, in a Letter to the editor of the Cristian Examiner, in answer to an article of that periodical against a pamphlet, entitled “Considerations, &c.” by John Search.– By the Rev. Joseph Blanco White, M. A. of Oriel College, Oxford.– Dublin.– Richard Milliken and Son.– 1834.
{47} Observations on Heresy and Orthodoxy.– By the Rev. Joseph Blanco White.– M. A.– Second Edition.– London.– John Mardon Farrington Street and Charles Fox.– 1839.
{48} The Life of the Rev. Joseph Blanco White, written by himself; with portions of his correspondence.– Edited by John Hamilton Thom.– In three volumes.– London.– John Chapman.– 1845.– Vol. III.– Pág. 83.
{49} The Life of the Rev. Joseph Blanco White, written by himself; with portions of his correspondence.– Edited by John Hamilton Thom.– In three volumes.– London.– John Chapman.– 1845.– Vol. 1.– Cap. X.
{50} El Español.– Londres.– Imp. de C. Wood.– Tomo III.– Pág. 10-72.
{51} Variedades o Mensajero de Londres: Periódico trimestral por el Rvdo. Joseph Blanco White.– Londres: Lo publica R. Ackermann.– 101 Strand.
{52} José Joaquín de Mora.– Crónica Política y Literaria de Buenos Aires.– n.º 90.– Agosto 31 de 1827.
{53} Tomo II.– Número VI.– Pág. 2.
{54} Principios de la Legislación y Codificación, extractados de las obras del filósofo inglés Jeremías Bentham.– Madrid.– Jordán.– 1834.
{55} Cárceles y Presidios, aplicación de la Panóptica de Bentham.– Madrid.– Jordán.– 1834.
{56} Tratado de los Sofismas.– Madrid.– Amarita.– 1834.
{57} Tratado de las Pruebas Judiciales.– Madrid.– Jordán.– 1835.
{58} Teoría de las Penas y de las Recompensas.– Barcelona.– Saurí.– 1838.
{59} Archivo del General Santander.– Tomo XVI.– Pág. 213.
{60} Curso de Política Constitucional.– Por Benjamín Constant.– Madrid.– 1820.
(Ramón Insúa Rodríguez, Historia de la Filosofía en Hispanoamérica, Guayaquil 1949, páginas 189-238.)