Capítulo IX
El eclecticismo en Hispanoamérica
El eclecticismo en Hispanoamérica.– P. Francisco Mont’Alverne.– Domingo Gonçalves de Magalhães.– Esteban Echeverría.– Influencia de la escuela krausista en Hispanoamérica.– Carlos Encina.– Alejandro Tapia.– Tristán Medina.– Mariano Cubí.– Carlos Darwin en América.– Filosofía Católica.– José Joaquín de Pesado.– José Bernardo Couto.– Clemente Mungía.– Ignacio Ramírez.– Influjo en la Literatura hispanoamericana de las ideas materialistas.– Ramón Zambrano.– Fray Jacinto Martínez.– Rafael María Baralt.– José Eusebio Caro.– José Joaquín Ortiz.– Manuel María Madiedo.– José Manuel Groot.– José V. Elizaguirre.– Juan Montalvo.– Gabriel García Moreno.– Eugenio María de Hostos.– El positivismo en América.– Gabino Barrera.– Agustín Aragón.– Justo Sierra.– Andrés Poey.– José Ingenieros.– Benjamín Constant Botelho de Magalhães.– Miguel Lemos.– Luis Pereira Barreto.– Tobías Barreto.– Sylvio Romero.– Farías Brito.– Jackson de Figueiredo.– José Enrique Rodó.– González Prada.– Enrique José Varona.– Alejandro Korn.
Al decaer la influencia de Condillac, Destutt de Tracy y Bentham, se difunde rápidamente por Hispanoamérica, aunque por corto tiempo, el sensualismo mitigado de Laromiguiére; mas no tarda en sobreponerse a las demás escuelas, alzándose con el cetro filosófico, el eclecticismo de Royer Collard y Víctor Cousin.
Debió Cousin a circunstancias del momento el éxito que le convirtió durante un lapso bastante largo en el pensador favorito de las clases más cultas de la sociedad hispanoamericana. La Filosofía enciclopedista del siglo XVIII era demasiado débil para satisfacer las mínimas necesidades y exigencias especulativas del espíritu humano y el sensualismo de Condillac y de sus ideólogos, carecía en absoluto de substancia metafísica. Cousin, inteligencia esencialmente ágil y de notable riqueza verbal, crea en los cursos universitarios que en la Soborna dicta de mil ochocientos quince a mil ochocientos treinta, un nuevo sistema, al que bautiza con el nombre de eclecticismo y en el cual pretende reunir todas las verdades consagradas por la experiencia de los siglos, recogidas en todos los sistemas espiritualistas que se han sucedido de Platón a Descartes y Leibnitz y de éstos a Royer Collard y Maine de Biran, armonizándolas, con más o menos arte, con doctrinas tomadas de Schelling y de Hegel. El sistema variaba de curso a curso y cristaliza en el elegante espiritualismo ecléctico del libro famoso De la Verdad, el Bien y la Belleza, que debía ser el evangelio de la nueva escuela.
El eclecticismo francés de Cousin y sus discípulos, con su metafísica clara y sin nubes, su psicología sencilla, su fácil moral y su arte de presentar con elegancia los lugares comunes de la filosofía, rehuyendo toda idea y concepción metafísica compleja y trascendental, obscura por su misma profundidad, se impuso triunfante en Hispanoamérica, pero sin lograr nunca grande arraigo. En el mismo Brasil, donde fue mayor su auge, no tardó en sucumbir ante los ataques de Tobías Barreto y Sylvio Romero. En general, puede decirse, militaron en las filas de la escuela, más bien eminentes literatos, doctos polemistas, severos doctrinarios políticos y graves moralistas, que verdaderos filósofos.
El más notable de los discípulos del eclecticismo de Cousin en el Brasil fue el Padre Francisco Mont’Alverne. Nacido, el siete de Agosto de mil setecientos ochenta y cuatro, en Río de Janeiro, murió en el año de mil ochocientos cincuenta y ocho. De origen humilde, su verdadero nombre era Francisco José de Carvalho, tomando el que había de ilustrar, a su ingreso en el Convento de Sao Antonio de Río de Janeiro. En el Colegio de San José de la misma ciudad desempeñó con gran lucimiento la Cátedra de Filosofía. El quedar ciego, a los cincuenta y dos años de edad, le obligó a interrumpir sus triunfos oratorios. Sus discursos, publicados en los dos tomos de sus Obras Oratorias, a pesar de la benevolencia con que le juzga la crítica brasileña, han perdido hoy la mayor parte de su antiguo renombre; pero en su tiempo lograron extraordinario éxito. Gonçalves de Magalhães, en la biografía que le consagró, nos cuenta: “Asistí a sus más espléndidos triunfos oratorios; sentí la conmoción eléctrica que se propagaba por todo el auditorio extasiado ante esa voz portentosa… La voz tempestuosa de Mont’Alverne resuena aún en mis oídos, porque ella hacia vibrar todas las cuerdas del corazón.”
A sus laureles de orador aspiró sumar otros logrados en el campo de la especulación filosófica. Con su ingenua y habitual soberbia él mismo escribe: “Llevado de la energía de mi carácter y aspirando a ceñir todas las coronas, me entregué con igual ardor a la elocuencia y a la filosofía.”
De Filosofía sólo nos ha dejado un libro: Compendio de Filosofía. Conciso, escrito en claro estilo, no es obra de gran envergadura filosófica. Su ídolo fue Cousin, de quien llega a decir que es “uno de esos genios nacidos para revelar las maravillas de la razón humana”. Para Mont’Alverne el eclecticismo cousiniano era la filosofía esencial que disipaba el caos filosófico imperante en el siglo XVIII y primeros años del siglo XIX. Según él, los más arduos problemas planteados al pensamiento humano por la psicología al abandonar las ideas de Locke, eran solucionados por Cousin al aceptar la doctrina de la razón pura de Kant y armonizar las ideas de la escuela escocesa con el sensualismo de Condillac.
Mont’Alverne no acepta la doctrina de las ideas innatas. Afirma: “No poseemos ninguna idea de las operaciones del alma separadas del cuerpo.” No vacila en decir: “Como se ve mi sistema es sensualista”; pero niega la afirmación del sensualismo de ser los movimientos de la conciencia creados por las actividades de los sentidos. Para el filósofo brasileño, no son sino la ocasión que permite desarrollar su actividad al alma. Esta para él es un ente con actividad propia. No cree sea la sensación un resultado físico de la vibración de los nervios, sino estima esta vibración como un signo material de la sensación instituido por Dios.
Más que filósofo, fue Mont’Alverne un divulgador de doctrinas filosóficas. Según nos cuenta Gonçalves de Magalhães, tenía admirables dotes pedagógicas.
Domingo Gonçalves de Magalhães fue discípulo de Mont’Alverne en sus primeros años. Habiéndose trasladado a París a estudiar Medicina, asistió allí a los cursos de Filosofía dictados por Jouffroy. En mil ochocientos cincuenta y ocho publicó un libro filosófico, Hechos del Espíritu Humano. Más tarde salieron a luz Alma y Cerebro y Comentarios y Pensamientos.
Siguiendo a Berkeley, cree Gonçalves de Magalhães que el universo no tiene existencia propia, sino es un pensamiento de Dios, sin realidad fuera de él, radicando nuestra certeza de la existencia del universo en que Dios nos comunica su pensamiento. Si Dios dejara de pensarlo, el universo desaparecería, pues la ley que rige su existencia es la permanencia del pensamiento de Dios. El espíritu humano, sin embargo, tiene existencia independiente, separada del pensamiento divino, porque Dios precisa de él para que no sea la inteligencia divina el único y solitario espectador de sus sublimes pensamientos.
Esteban Echeverría, el poeta argentino precursor del romanticismo en América, intervino activamente en la evolución de las ideas filosóficas en su patria. Alberdi, en Mi Vida Privada cuenta: “A Echeverría debo la evolución que se operó en mi espíritu con las lecturas de Víctor Cousin, Villemain, Chateaubriand, Jouffroy y todos los eclécticos procedentes de Alemania, en favor de lo que se llamó el espiritualismo.”
Echeverría se había educado en el sensualismo utilitarista propagado en Buenos Aires por el profesor español don Juan Manuel Fernández de Agüero y Echave. De estas doctrinas escribe en nota de su poema Avellaneda: “Fácil es calcular qué dirección darían a las inteligencias jóvenes doctrinas que entrañan el materialismo y el ateísmo y desconocen la noticia imperativa del deber” y en el mismo poema canta:
Allá en la capital de Buenos Aires
A dudar me enseñaron los doctores
De Dios, de la virtud, del heroísmo,
Del bien, de la justicia y de mi mismo;
Me enseñaron como hábiles conquistas
Del espíritu humano en las edades
Esos dogmas falaces y egoístas
Que como hedionda lepra se pegaron
En el cuerpo social, y de la patria
La servidumbre y muerte prepararon.
En mil ochocientos veinte y cinco hizo un viaje a París, donde permaneció cinco años. Allí no sólo perfeccionó y amplió sus conocimientos literarios sino consagrose con gran entusiasmo al estudio de las doctrinas del eclecticismo, entonces tan de moda en Francia. No dejaron de influir en él poderosamente, el socialista Pierre Leroux, el Lamenais posterior a la publicación de Palabras de un Creyente y Lerminier, pensador éste último de segundo orden.
Juan María Gutiérrez, en el estudio que antepuso a la edición de las Obras Completas de Echeverría, nos cuenta la historia de los estudios de éste en París: “Entre los maestros de filosofía le merecieron particular atención los siguientes: Tenneman (Filosofía), Leroux (De l’éclecticisme), Cousin (Histoire de la Philosophie), De Gérande (De l’humanité), Damiron (Cours de Philosophie)” y nos hace conocer que en un manuscrito del poeta argentino contó doce autores, cuyos nombres son los siguientes, colocados en el orden en que aparecen en él: Montesquieu, Sismondi, Wattal, Lerminier, Lamennais, Guizot (Hist. de la Civilización Europea), Lando, Vico, Saint Marc Girardin, Vinet (Liberté des Cultes), Chateaubriand, Pascal (Pensamientos).
Echeverría había comunicado a sus amigos su intención de escribir su Estética y exponer su credo literario en un Estudio de lo Bello en las Artes y en la Literatura, ensayo que debía ver la luz como prefacio de su libro Rimas; mas cuando, en mil ochocientos treinta y siete, apareció éste, no incluía el anunciado tratado.
La Filosofía de Echeverría, que en forma difusa anima toda su obra poética, cristaliza en varios escritos en prosa, de los cuales es el más notable y sistemático El Dogma Socialista. No es un pensador original. Su filosofía es un sincretismo, en el cual el eclecticismo de Cousin se mezcla con el socialismo de Leroux y las doctrinas metafísicas de Lamennais, resultando un todo bastante abigarrado.
Las grandes escuelas filosóficas alemanas contemporáneas se conocieron casi siempre en Hispanoamérica durante el siglo XIX, no directamente por el estudio de los libros de sus grandes pensadores, aunque algunas traducciones hechas al español y al francés lograron gran difusión, sino a través de las obras de oradores y escritores españoles y franceses: Pi y Margall divulgó el hegelianismo, por primera vez conocido gracias a Víctor Cousin, cuyos cursos de la Soborna, sobre todo los de mil ochocientos veinte a mil ochocientos treinta, están fuertemente influidos por el pensamiento de Hegel; don Emilio Castelar, tan voluble e inseguro en sus principios filosóficos, sembró a granel, revestidas de la pompa, magnificencia y brillantez de su palabra incomparable, confusas ideas hegelianas, mezcladas extrañamente con doctrinas católicas; y el renombre y los discursos de don Nicolás Salmerón despertaron la curiosidad de los estudiosos por las doctrinas de Krause.
Los expositores de la escuela krausista predominaron durante algunos años en las cátedras de Universidades y Colegios. Las juventudes hispanoamericanas fueron educadas en las obras del introductor del krausismo en España, don Julián Sanz del Río: La Analítica{1}, El Ideal de la Humanidad{2}, el Análisis del Pensamiento Racional, la traducción del Compendio de Historia Universal de Weber, no obstante lo hórrido del estilo. Los libros de Giner de los Ríos, Femando de Castro y don Francisco de Paula Canalejas fueron también muy populares y leídos. Los krausistas españoles, expositores y traductores de escasa envergadura filosófica y casi todos de obscurísimo y desapacible estilo, ejercieron en Hispanoamérica durante algún tiempo, ayudados por la moda, una verdadera dictadura intelectual.
El cubano don José del Perojo tomó parte muy activa en la evolución de las ideas filosóficas en España durante la segunda mitad del siglo XIX. Discípulo de Kuno Fisher en la Universidad de Heidelberg, escribió un Ensayo sobre el movimiento intelectual de Alemania, dando a conocer en la Península ibérica las ideas del neo-kantismo. Fundador y Director de la Revista Contemporánea, acaudilló una reacción anti-krausista y en su revista divulgó por primera vez en español las ideas positivistas. Perojo tradujo al castellano la Crítica de la razón pura de Kant y Los Conflictos entre la ciencia y la religión de J. W. Draper.
El argentino don Carlos Encina, matemático distinguido y mediocre poeta, fue un filósofo evolucionista, en quien son visibles las huellas de Spencer y Hegel. Por desdicha no gustó de filosofar en prosa y lo hizo en sus poemas: La lucha por la Idea, Canto Lírico a Colón y Canto al Arte. Para que se pueda formar un concepto de lo que es esta poesía filosófica, reproducimos un fragmento de La Lucha por la Idea:
El Dios irrevelado,
El eterno misterio,
De su increado ser la vida crea,
Por este acto supremo
Que no cabe en las formas de la idea.
Es germen invisible
Que en su misterio el átomo cincela;
Bosquejo que las formas de la vida
Como inmortal aspiración desplega.
Rudimiento de luz, dudoso ensayo,
De la conciencia vacilante rayo,
¡Hombre por fin! Y mente iluminada
En que el Creador refleja su mirada,
Y que de Dios resuelve
El eterno problema
Última faz del inmortal poema.
¡Ley de unidad que en la unidad absorbe
El átomo y el orbe!
Transformación sublime
En que el divino Autor su sello imprime.
Así nace la idea,
Germen imperceptible de la mente
En cuyo seno el porvenir se encierra.
Alejandro Tapia, literato portorriqueño, es autor de un libro de tendencias hegelianas: Conferencias sobre Estética y Literatura{3}. Tapia fue escritor de muy varia y extensa cultura y grandes ambiciones literarias. Cultivó, con poca fortuna, el teatro, la novela y la poesía lírica, y aspirando emular a Goethe y obscurecer el Fausto arrojose a escribir una epopeya en treinta cantos, La Sataniada{4}, no vacilando en calificarla él mismo, muy satisfecho de su obra, de “Grandiosa epopeya dedicada al Príncipe de las Tinieblas” y en la cual se proponía sintetizar “el modo de ser espiritual de nuestro tiempo”. Tapia, por medio del poeta Crisófilo, quien pretende simbolizar la humanidad, “no nos lleva al infierno sino que percibe el infierno en el mundo, y funde ambas cosas dentro y fuera de lo infinito, prescindiendo de lugares y cronologías, y fundiendo lo temporal y lo eterno”. La acción “pasa en las regiones ideales e infinitas, no por eso se sale del mundo, porque éste no deja de ser parte y contenido de la eternidad y de lo infinito como tiempo y como espacio, meras relaciones que el espíritu concibe con este carácter. De suerte, que el mundo de que se trata es el nuestro en idea, o la idea-mundo, por lo que el lector podrá creerse en éste, hallándose en el infierno sin haber salido del mundo”. Nos cuenta también que “la luz y la cruz, la ciencia y la religión, se funden para producir la transfusión del cielo en el mundo, en la humanidad, para que de este modo la humanidad, terminada su ley de evoluciones de perfección relativa, se torne al seno de lo absoluto, de donde nació como idea palingenésica, y a donde debe volver cumplidamente realizada”. A pesar de estos delirios, no era el de Tapia un entendimiento vulgar, y tiene en su obra muchas octavas gallardamente escritas. Como pensador, el libro antes citado: Conferencias sobre Estética y Literatura, aunque de segundo orden, acredita su clara inteligencia y es la primera y mejor obra de la escuela hegeliana, sobre Estética, escrita en Hispanoamérica.
Tristán Medina, cuyo nombre, hoy tan olvidado, estuvo durante algún tiempo rodeado de la aureola de ruidosa fama, nació en Bayamo, Cuba. En España residió muchos años. En un principio gozó reputación de ultramontano, pero sus ideas se fueron transformando gradualmente. Orador en su época de gran renombre, de estilo en exceso florido, debió su popularidad más a la magnificencia enfermiza de la forma que al vigor del pensamiento y el rigor de la doctrina.
Su pugna con las autoridades eclesiásticas se inicia con un sermón predicado en Alcalá de Henares, en el cual negó la eternidad de las penas del infierno, por lo que le suspendieron las licencias de predicar y confesar. Muy amigo de Emilio Castelar, colaboró en los periódicos La Discusión y La Democracia, órganos de los ideólogos más avanzados existentes por entonces en España. En mil ochocientos sesenta y ocho volvió al seno de la Iglesia Católica, publicando una retractación y una protesta de fe, que fueron en su tiempo muy comentadas y discutidas. No tardaron en suspenderle otra vez las licencias de predicar, debido al escándalo provocado por un sermón en que describió con detalles demasiado vivos la belleza física de la Virgen. Disgustado con las autoridades eclesiásticas, se hizo protestante, si bien no tardó en volver una vez más al gremio de la Iglesia católica. Durante algún tiempo adoptó las doctrinas del famoso Padre Jacinto{5}.
En tierra americana vivió muchos años, realizando, y no sin fruto, una intensa labor de propaganda de sus ideas, el durante algún tiempo famoso frenólogo español don Mariano Cubí y Soler, quien difundió en España y América las doctrinas de Gall, Brousais y Spurzheim, adoptadas por él con modificaciones substanciales, las cuales acoplaba, con más o menos lógica, con doctrinas sobre el magnetismo animal.
Cubí siempre se creyó, o por lo menos se dijo, católico, aunque no fuere fácil compaginar sus doctrinas con el dogma. Sin embargo, debemos consignar, que Fray Manuel García Gil, docto dominico, quien años más tarde había de ser Arzobispo de Zaragoza, no vaciló en escribir de Cubí en un dictamen: “Creo, y no temo decirlo, que acaso es el hombre a quien espera la gloria de purgar la frenología y magnetismo de cuanto tiene de peligroso y falso, y armonizar, por lo tanto, esos sistemas con la religión.” Este curioso personaje, no carente en verdad de grandes cualidades intelectuales y literarias, nació en mil ochocientos uno, en Malgrat, Cataluña. Poco sabemos de su juventud. Lo cierto es que en mil ochocientos veinte y uno se encontraba en los Estados Unidos de Norte América, en Baltimore, como Profesor de Castellano, publicando por entonces en inglés una gramática castellana destinada a la enseñanza, que obtuvo numerosas ediciones. Más tarde pasó a residir en Hispanoamérica, y en mil ochocientos veinte y nueve, época en que parece principiaron sus estudios sobre Frenología se encontraba en La Habana, como Director de un colegio y una revista. De allí se trasladó a Méjico, donde se hallaba en mil ochocientos treinta y tres, año en que organiza un colegio en Tampico, al cual denominó nada menos que Fuente de la Libertad. Dicha fuente no debió ser un Pactolo, pues cuatro años después se le encuentra otra vez en los Estados Unidos de Norteamérica, en Nueva Orleans, de profesor de idiomas modernos. Ya por entonces había publicado algunos libros de texto para la enseñanza y varios folletos sobre Frenología e iniciado a través de la Unión norteamericana su extraño peregrinaje de estudioso y propagandista de ésta ciencia, pronunciando discursos, visitando escuelas y cárceles y midiendo y examinando cuanto cráneo se ponía a su alcance. A su vuelta a España estableció en Barcelona una Cátedra de Frenología, emprendiendo poco después una ruidosa misión a través de la Península, convertido en una especie de agente viajero de la Frenología. En mil ochocientos cuarenta y uno fue enjuiciado en Santiago de Compostela, en el Tribunal Eclesiástico. Hizo entonces declaraciones de ortodoxia y sumisión a la Iglesia y gracias en gran parte al dictamen de Fray Manuel García Gil, antes mencionado, se sobreseyó el proceso, pudiendo continuar su propaganda. En España publicó un curioso Bosquejo histórico de la ortografía castellana y varios libros consagrados a sus estudios favoritos, entre ellos, la traducción de un Manual práctico de magnetismo animal{6} y las siguientes obras originales: Manual de Frenología; Sistema Completo de Frenología{7}, y Polémica Religiosa-Frenológico-Magnética{8}.
Si en España logró Cubí formar algunos discípulos, quienes conservaron por algún tiempo su recuerdo, en América, en cambio, pronto se borraron las huellas de su paso.
El darwinismo fue durante muchos años filosofía popular en el Nuevo Mundo. Carlos Darwin había estado en América, formando parte de la expedición científica que realizó un viaje de exploración en el Beagle, al mando del Capitán Fitz Roy. En tierra americana se esbozaron en el espíritu del filósofo inglés las ideas que habían de cristalizar en su doctrina de la evolución orgánica, de tan decisiva influencia en la Filosofía y en las Ciencias Naturales del siglo XIX. Ella nació del estudio de las especies existentes en las islas ecuatorianas de Galápagos y del de los gigantescos desdentados extinguidos que halló en el depósito de fósiles pampeanos de Monte Hermoso, cerca de Bahía Blanca. Estos desdentados vivieron en anteriores épocas geológicas en tierras argentinas, revestidos de análogo caparazón al de los actuales mulitas y peludos, con la diferencia trascendental de que en los últimos facilita los movimientos el caparazón que es más flexible y tiene anchas articulaciones. En su Autobiografía nos cuenta Darwin: “Durante el viaje del Beagle me había llamado primeramente mucho la atención el descubrir en las capas pampeanas grandes animales fósiles recubiertos de una armadura semejante a la de los armadillos actuales; luego me sorprendió el orden según el cual los animales de especies casi semejantes se reemplazan los unos a los otros a medida que se avanza hacia el sur del continente; y, en fin, el carácter sud-americano de la mayor parte de las especies de las islas Galápagos, y más especialmente, la manera en que difieren ligeramente entre ellas en cada una de las islas del grupo. Ninguna de estas islas parece muy antigua desde el punto de vista geológico.
Es evidente que estos hechos, y muchos otros análogos, sólo puedan explicarse por la suposición que las especies se modifican gradualmente.”
Y en el relato de su viaje en el Beagle, Darwin escribe: “Las especies extinguidas son, por otra parte, mucho más numerosas que las actuales. Este extraño parentesco, en el mismo continente, entre los muertos y los vivos, no dudo que ha de dar muy pronto mucho más luz que otra clase alguna de fenómenos al problema de la aparición y desaparición de los seres organizados en la superficie de la tierra.”
Junto a las nuevas escuelas filosóficas se mantiene, durante todo el siglo XIX, vigorosa, en Hispanoamérica, la Filosofía católica. Sus mantenedores reconocen dos maestros: Balmes y Donoso Cortés. Ellos inspiran dos sectores claramente definidos: Donoso arrastra los espíritus impetuosos, brillantes, combativos y verbosos; siguen a Balmes los más moderados y de cultura más metódica y firme. Pocas obras han sido tan leídas e influido en forma tan decisiva en el pensamiento católico contemporáneo de Hispanoamérica como las del pensador catalán.
Aparte de Balmes y Donoso Cortés, la educación de los polemistas católicos hispanoamericanos del siglo XIX se hizo en las obras de Maistre, Bonald y Montalembert; en las Conferencias de los Padres Félix y Ventura; en la Exposición del Dogma Católico de Genaude; en los Elementos de Filosofía de Prisco y el Derecho Natural de Taparelli, traducidos por Gabino Tejada y Ortí Lora; en la Philosophiae Christianae cum antigua et nova comparatae de Sanseverino y en los Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás y la Historia de la Filosofía del Cardenal Fray Ceferino González.
Entre los defensores mejicanos del catolicismo se cuenta el gran poeta José Joaquín de Pesado, de quien dijo, y no sin razón, Roa Bárcena, que había dejado “un verdadero cuerpo de filosofía cristiana en sus artículos”. Controvertista poderoso desde las páginas del periódico La Cruz y al lado de Munguía, disputó tremendas batallas en defensa de sus ideas y de la unidad religiosa. Nació Pesado, el nueve de Febrero de mil ochocientos uno, en San Agustín de Palmar, Méjico, siendo en mil ochocientos treinta y ocho nombrado Ministro del Interior y en mil ochocientos cuarenta y seis Ministro de Relaciones Exteriores. En mil ochocientos cincuenta y cuatro fue designado Catedrático de Literatura en la Universidad de Méjico. Liberal en su juventud, abrazó en la edad madura las ideas más conservadoras. Sus campañas políticas e ideológicas le suscitaron innúmeros enemigos y encendieron odios que no se apagan todavía, no obstante los muchos años transcurridos, contribuyendo a ello, sobre todo, el que la lucha de ideas y partidos políticos en que tomó parte, perdura y desgarra aún el Méjico contemporáneo. Como poeta, el valor de su obra es indiscutible y sus versos, Poesías originales y traducidas, es acaso lo único que ha de sobrevivirle. No es ni pretendió ser un filósofo, pero si fue un hombre de bien, un fuerte luchador, un entendimiento recto, claro y cultivado, un corazón bondadoso todo generosidad y amor por su pueblo.
En las mismas filas ideológicas que Pesado luchó José Bernardo Couto, erudito canonista, autor de un Discurso sobre la Constitución de la Iglesia.
Entre los defensores de las ideas católicas en Méjico, ocupa el primer lugar por la riqueza de la doctrina, el erudito y batallador Obispo de Michoacán, Clemente Munguía.
Contribuyó a difundir el materialismo y el ateísmo en Méjico, Ignacio Ramírez, filósofo superficial, distinguido literato, notable jurisconsulto, polemista de acerado estilo. Nacido el veinte y tres de Junio de mil ochocientos diez y ocho, en San Miguel el Grande, Estado de Guanajuato, tuvo destacada actuación en la política mejicana, sobre todo, en la promulgación y ejecución de las Leyes de Reforma, que decretaron la venta de los bienes de la Iglesia Católica. Desempeñó altos cargos públicos, entre otros el Ministerio de Justicia y el de Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia. Murió el quince de Julio de mil ochocientos treinta y nueve.
Las ideas materialistas hacían por entonces sentir su acción en el campo literario hasta en la misma poesía lírica. Muy populares son aún hoy en Hispanoamérica, si bien como poesía valen poco, aquellos versos de Manuel Acuña que principian:
¡Mentira el más allá! Mentira el alma
Que el retroceso impuro
Hace nacer, llenando lo futuro
Del triste cementerio con la calma!
Como Acuña era verdadero poeta, aún en los áridos campos del materialismo lírico, alcanzó a cosechar alguna vez frutos de auténtica poesía:
Tú sin aliento ya, dentro de poco,
Volverás a la tierra y a su seno,
Que es de la vida universal el foco,
Y allí a la vida en apariencia ajeno,
El poder de la lluvia y del verano
Fecundará de gérmenes tu cieno.
Y al ascender de la raíz al grano,
Irás del vegetal a ser testigo
En el laboratorio soberano.
Tal vez para volver cambiado en trigo
Al triste hogar donde la triste esposa
Sin encontrar un pan sueña contigo.
También Ignacio Ramírez cultivó esta áspera y desolada poesía en sus composiciones Por los muertos y Por los desgraciados:
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso
Cuyo precio es el precio del deseo
Que en él guardan natura y el Acaso?
Cuando agobiado por la edad le veo,
Solo en las manos de la sabia tierra,
Recibirá otra forma y otro empleo…
Paralela a la corriente materialista y atea, corre por la lírica mejicana otra de profundo sentimiento religioso, que en poetas como Arango y Martínez y Guzmán, llega más de una vez a las más altas cumbres de la poesía mística.
En Cuba, entre los espiritualistas cristianos militó Ramón Zambrano, escritor tan fecundo como superficial. Parte de su extensa producción está reunida en Obras Literarias, Filosóficas y Científicas del Dr. D. Ramón Zambrano, editadas en La Habana, en mil ochocientos cincuenta y ocho. El Obispo de La Habana Fray Jacinto Martínez publicó, en dicha ciudad, en mil ochocientos sesenta y nueve, una obra titulada El Concilio Ecuménico y la Iglesia Oficial.
En Venezuela, Rafael María Baralt, docto historiador y gramático, cuyo nombre vivirá respetado en la Historia de las Letras americanas por su Historia de Venezuela, el Diccionario Matriz de la lengua Castellana y el conocido Diccionario de Galicismos, si bien nunca hizo profesión de filósofo, sin embargo, en su discurso de incorporación a la Real Academia Española, mostró, no sólo dotes de prosista elegante y acrisolado sino, por única vez en su vida, condiciones de vigoroso pensador, al juzgar la filosofía de Donoso Cortés, rechazar el tradicionalismo filosófico, proclamar y defender los derechos de la razón humana, condenar el escepticismo místico, y combatir muchas de las doctrinas predilectas de los neocatólicos franceses.
José Eusebio Caro nació el cinco de Marzo de mil ochocientos diez y siete, en Ocaña, Colombia. En la Universidad de San Bartolomé, en la cual por entonces predominaban las doctrinas utilitarias y materialista, hizo sus estudios filosóficos y jurídicos. Escritor acerado y poeta de inspiración ardiente y viril, intervino con gran ardor en la política de su tiempo. Desde la prensa se mostró fuerte adalid en la lucha entablaba en Colombia entre las diversas doctrinas que se disputaban el predominio intelectual. Combatió el utilitarismo de Bentham, en un ensayo impreso en mil ochocientos cuarenta, lo mejor que sobre materias filosóficas se ha escrito en Colombia: Sobre el principio utilitario enseñado como teoría usual en nuestros colegios, y sobre la relación que hay entre las doctrinas y las costumbres.
El ilustre poeta colombiano José Joaquín Ortiz, defendió el catolicismo más rígido en infatigable labor periodística. Escribió en numerosos periódicos: La Estrella Nacional, El Día, El Conservador, &c., y fundó varios: El Porvenir (1885); El Catolicismo (1860); La Caridad (1864-1878), y El Correo de las Aldeas. En este último vieron la luz innumerables artículos de polémica religiosa, entre los que se destacan un estudio contra el utilitarismo de Bentham y las Cartas de un Sacerdote Católico al Redactor de “El Neo-Granadino”.
Manuel María Madiedo, nacido en Cartagena de Indias, fue varón culto, de clara inteligencia y escritor en sumo grado incorrecto. De su pluma brotaron varios mediocres estudios sobre temas filosóficos y sociales: La Ciencia Social y el Socialismo Filosófico: Derivaciones de las grandes armonías morales del Cristianismo: Tratado de Crítica General o Arte de Dirigir el Entendimiento en las Investigaciones de la Verdad; Una gran revolución o la razón del hombre juzgada por sí misma, &c.
José Manuel Groot, a quien se debe una Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada, publicada en Bogotá, en mil ochocientos sesenta y nueve, es autor de una Refutación Analítica de la Vida de Jesús de Renan.
En Chile, algunos distinguidos sacerdotes escribieron obras de mérito, con orientación filosófica. Entre ellos se cuenta José V. Elizaguirre, autor de El Catolicismo en Presencia de sus Disidentes{9} y Los Intereses Católicos en América y Rafael Fernández Concha que escribió Teología Mística y Filosofía del Derecho.
Juan Montalvo es indiscutiblemente el más grande de los escritores americanos de su tiempo y uno de los mayores ingenios de que puede enorgullecerse el Nuevo Mundo. Su vida y sus obras son notables por el impulso viril, heroica fortaleza, rudo estoicismo, culto de la dignidad humana. Vivió en una atmósfera de tempestad y de lucha. Tenaz en sus opiniones, carecía de flexibilidad. Su carácter férreo es de aquellos que pueden ser vencidos por la fuerza de los acontecimientos, pero que no ceden jamás. Soberbio y fuerte, entendimiento desenfado y de leonina arrogancia, espíritu extremoso y de fuego, hecho para blandir el hierro de la pelea, se pone por entero en sus libros, vibrantes de frenesí y de pasión iracunda.
No se detenía a poner vallas a su imaginación torrencial y solía amontonar incidentes hasta ahogar la trama principal en largos períodos, propensos a la declamación y al énfasis pero notables por la extraordinaria opulencia de la frase, por la fuerza del estilo vigoroso, carnal, sanguíneo.
No había en él nada del traficante ni del especulador político o intelectual. Verdadero gladiador literario, gastó gran parte de su robusto entendimiento en ásperas y despiadadas polémicas, esterilizándolo con frecuencia al emplearlo en asuntos pequeños y en destrozar las reputaciones y honras de sus enemigos, a quienes hizo blanco de sarcasmos e injurias, perdurables por la perfección de la forma.
Terrible en la polémica, sus obras de combate son riquísimo venero de frases felices, epigramáticas y venenosas, buidas y crueles como puñales. Cierto que siempre prefirió combatir con los fuertes. Su alma señera hubiera podido decir con versos de Bartolomé Leonardo de Argensola:
“No el bizarro neblí tras los gorriones,
Vulgo volátil, cala ni desciende,
Terror de fugitivos escuadrones:
Que allá, vecino al sol, sus alas tiende,
Y a la vista de las más soberbias aves,
Feliz pirata, altivas garzas prende.”
Sorprende en Montalvo la antítesis entre lo revolucionario de sus ideas políticas y su amor por el tradicionalismo literario, que más de una vez le arrastró a hacer gala de un forzado y un tanto abigarrado arcaísmo.
Aunque por el vigor de su entendimiento se eleva sobre todos los escritores americanos sus contemporáneos y es de todos ellos el que ha removido mayor número de ideas, gusta poco de respirar la atmósfera enrarecida de las ideas puras.
Carecía de verdadero sistema filosófico. Como pensador, sus ideas son las comunes a las gentes cultas de su tiempo. Ellas no eran fruto ni de un esfuerzo reflexivo y rigurosamente científico, ni del genio filosófico, ni de la intuición adivinatoria, sino tomadas del ambiente intelectual de la época.
El pensamiento francés ejerció en él influencia decisiva. Más débil, y con frecuencia refleja, le llegó la de los otros pueblos de Europa. Admiraba a los ensayistas ingleses, sobre todo el Spectator de Addison. Si bien combatió de frente muchas de las ideas más caras a los grandes clásicos españoles, a quienes tanto estudió e imitó buscando la perfección de la forma, ellos contribuyeron en mucho a su formación intelectual.
La base de su pensamiento fueron las doctrinas de los enciclopedistas franceses, mezcladas y armonizadas en forma, más o menos feliz, con diversos elementos de muy vario tiempo, origen y mérito. Él gustaba imaginarse como un antiguo filósofo estoico. En el fondo de su espíritu fue siempre cristiano, mejor dicho, católico, por el sentimiento y la imaginación, aunque su catolicismo no siempre se ajustara estrictamente al dogma. Su vocación era de moralista. En toda su obra se revela una constante preocupación ética, orientada hacia el humanitarismo y la filantropía, con vislumbres de utopía social. Escritor a todas luces grande, hecho para altas empresas y nobles audacias, maravilloso estilista, no necesita Montalvo de ningún otro título para su gloria.
Frente a Juan Montalvo se yergue García Moreno, quien, personificación de la más rígida doctrina católica, ataca de frente lo que estima extravíos de la filosofía de su tiempo. Es imposible en la historia del pensamiento hispanoamericano prescindir de su austera figura. Con su esencial originalidad, su puritanismo moral y teológico, es una de las personalidades que más hacen sentir su acción en el pensamiento político del Continente.
Carácter severo, hombre reflexivo, de noble y fuerte sentido ético, su espíritu era a la vez concreto, lúcido, práctico, realista, amante de los hechos y profundamente idealista y religioso. En los últimos años se transformó en un místico que, sin olvidar la cuotidiana labor de gobernar a su pueblo, aspiraba a vivir absorto en la íntima y constante contemplación de la divinidad.
Sufrió la suerte de todo aquel que osa oponer el rígido dictamen de su conciencia a las ideas y pasiones de la multitud. Nunca conoció el temor. Rechazaba la evasiva hipócrita, la conspiración del silencio, las máscaras de mentira tras las que suele ocultarse el político habilidoso. Quería se arrostrase de frente la realidad y se planteasen los problemas directa y francamente ante la conciencia popular. No estuvo inmune a los asaltos de la duda y más de una vez la congoja atormentadora fue prenda de su sinceridad; pero tomada una resolución no retrocedió jamás. En él la acción siguió siempre al pensamiento, como la sombra al cuerpo. Con ánimo resuelto avanzaba hacia la meta llevando tras sí con mano firme a su pueblo.
Un alto ideal le mueve en su actuación política: Dominar el militarismo que amenazaba devorar el Continente; poner la fuerza de las armas al servicio del Estado y la justicia; acelerar el progreso material; incrementar la instrucción pública, y sobre todo crear un Estado utópico modelo, ajustado a su ideal, que sirviera de patrón para estructurar a las nuevas nacionalidades americanas. No lo logró, y más de una vez desgarró lo áureo del propósito el áspero y rudo contacto con la realidad. Enemigos poderosos del hombre y de sus ideas atacaron con encarnizamiento sus dichos y sus hechos, pero la lucha y su éxito eran para él demasiado trascendentales para ajustarse a los prudentes moldes de los espíritus timoratos.
En el campo de las ideas se mostró siempre irreconciliable enemigo de los grandes profetas y apóstoles del enciclopedismo francés, de los innovadores y revolucionarios, en cuyas aras quemaban incienso la casi totalidad de sus contemporáneos. Estaba convencido de que el poderoso torrente emanado de la especulación filosófica y política de los siglos XVII y XVIII arrasaría los cimientos mismos de la organización social si no se le oponía un dique poderoso, que él buscaba en las doctrinas de la más estricta ortodoxia católica.
En pleno siglo XIX, cuando la palabra República era para las multitudes europeas sinónimo de revolución y democracia anticristiana y en que muchos intelectuales creían que República y Catolicismo eran incompatibles, García Moreno crea un nuevo tipo de hombre político: El republicano católico, e intenta fundar un Estado moderno, cristiano, republicano, democrático y con sufragio universal. Cierto que los fundadores de las Repúblicas sudamericanas habían sido en su mayor parte católicos y aún sacerdotes muchos de ellos; pero lo fueron más por sentimiento que por razón. El saber teológico de los Bolívares y los San Martín no pasaba, como era natural, del nivel común en laicos que perteneciendo a familias católicas aprendieron el catecismo en la cima de labios de la madre y más tarde lo olvidaron en gran parte, ahogado por las lecturas del enciclopedismo francés, si bien, siempre, en el fondo, constituyera la base de su estructura moral. Tampoco era grande el saber que en Teología y Filosofía poseían clérigos ilustres como Hidalgo y Morelos que acaudillaron las multitudes hispanoamericanas en los campos de batalla. En cambio García Moreno poseía extensos y profundos conocimientos filosóficos y teológicos y sus ideas, que formaban un armónico cuerpo de doctrina, fueron adoptadas por discípulos entusiastas y su influjo aún vivaz se hace sentir poderosamente en nuestros días. Luchó por doctrinas en su tiempo impopulares, defendiendo ideas, sistemas y causas que ningún estadista de entonces hubiera osado defender. Demócrata, quiso sustituir los cimientos sobre los que las democracias hispanoamericanas habían hasta entonces descansado y poner en lugar de las doctrinas del enciclopedismo francés del Siglo XVIII otras que eran una original concepción de democracia católica.
Eugenio María de Hostos, una de las figuras más grandes y señeras del pensamiento americano, consagró su vigoroso y penetrante entendimiento, su extensa cultura, al estudio y dilucidación de los problemas básicos de Hispanoamérica, a la que amó con pasión clarividente e indomable y de cuyo progreso, firme e ininterrumpido, no dudó jamás. De pueblo en pueblo, de nación en nación, va en peregrinación inacabable sembrando a voleo nuevas ideas, esforzándose por convencer a las gentes de la necesidad de implantar los modernos métodos de enseñanza. Predicando con el ejemplo, crea escuelas modelo y se afana y desvela por formar nuevos maestros. El racionalismo de Hostos iba a su paso encendiendo acres polémicas; pero su rectitud moral, el desinterés de su conducta, la nobleza de los móviles que le animan, nunca fueron discutidos legítimamente por nadie. En su vida realizó el alto ideal que un día en su juventud concibiera:
“Quiero gloria, y por ella abandono hoy mi patria, mañana mi felicidad, un día la vida. Quiero que digan: En esta isla{10} nació un hombre, que amó la verdad, que anhelaba la justicia, que buscaba la ventura de los hombres.
Y no me arredra lo que veo en el fondo de mi alma, y no me espantan las nubes que envuelven a mi corazón y seguiré adelante.”{11}
Extensa y varia es su obra: La Peregrinación de Bayoán, Juicio Crítico de Hamlet, Diario, Los Frutos de la Normal, Comedias, Manejo de Globos y Mapas, Comentarios de Derecho Constitucional, Moral Social, Prolegómenos de Sociología, Tratado de Moral, Tratado de Lógica, Ciencia de la Pedagogía, Historia de la Pedagogía, Geografía Política e Histórica, Lecciones de Astronomía, Descentralización Administrativa, La Reforma de la Enseñanza del Derecho, Programas de Historia, Programas de Geografía, Geografía Evolutiva, Cartas Públicas acerca de Cuba, La Crisis Constitucional de Chile, Poder Municipal y Poder Electoral, Cartas Comentadas, La Beligerancia de Cuba, Derecho Constitucional, Tratado de Sociología, &c., &c. El mérito de estas obras es muy desigual; pero todas tienen importancia para el estudio de sus ideas.
Hostos se educó en España, donde fue su maestro en Filosofía, Sanz del Río; sin embargo, no militó en las filas del krausismo.
En Ética le inspira Kant; en Sociología, Comte. Sus doctrinas pedagógicas se derivan de Frobel, Pestalozzi y Rousseau. Con su enseñanza se propuso “formar hombres para la humanidad concreta, que es la patria, y para la patria abstracta que es la humanidad; en cuanto humano, para formar razones y conciencias sanas”. Según él: “Toda ley de la Naturaleza física es ley de la naturaleza moral” y establece así los fundamentos de la ética en las relaciones de armonía entre el orden físico y el moral. Con Comte estima que el principio y fin del conocimiento es la humanidad.
Siempre predicó la religión del deber. Creía que ni el deber es un imperativo ni el bien una entidad metafísica; uno y otro constituyen un orden natural. Es en la ley moral que la geometría del Universo se revela en la conciencia del hombre. Su fe en la ciencia no conocía límites: La cree fuente de toda virtud. Siguiendo a Spencer afirma es la ciencia la mejor educadora de la razón.
El criterio estético de Hostos era estrechísimo: Estimaba la literatura y el arte como fuerzas corruptoras del juicio y la sensibilidad. No acepta la libertad artística, pretende se subordine el arte a la moral y que lejos de proponerse la creación de belleza pura se encamine a la consecución de fines sociales. En sus programas pedagógicos solía posponer siempre las enseñanzas artísticas a las científicas.
Hostos no sistematizó nunca su pensamiento filosófico, reduciéndolo a un cuerpo de doctrina fijo y armónico. De austera y vigorosa inteligencia, no es un discípulo miope de la filosofía europea. Posee personalidad propia y sus numerosos libros, ensayos, artículos y conferencias son dignos de alta estima y detenido estudio, porque en todos brilla una poderosa inteligencia, hay una elevada preocupación intelectual, una seria orientación filosófica y son ricos en intuiciones adivinatorias, en relámpagos geniales.
La aparición del positivismo en Hispanoamérica significa la extinción de todas las escuelas filosóficas que le precedieron. Sólo subsiste la escolástica, pero encerrada en Seminarios y Conventos. El desprecio por toda metafísica se ostenta en forma crudísima. El positivismo en el Nuevo Mundo tomó un aspecto singular. Es algo más que una escuela filosófica. Sus miembros, estrechamente unidos, logran por algún tiempo, en varias Repúblicas, monopolizar la Instrucción Pública. La Metafísica y las Humanidades son barridas de la enseñanza. En el campo de la política, la nueva escuela hace sentir su poderoso influjo en revoluciones de tanta trascendencia como la Reforma en Méjico y la República en el Brasil. El positivismo dejó de ser una escuela filosófica para transformarse en una especie de culto con su Sanedrín de padres graves y de pontífices. Se creen librepensadores porque no juran ya por la autoridad de Suárez o de Santo Tomás sino por la de Comte y Spencer y por que han trocado el Símbolo de los Apóstoles con la Religión de la Humanidad del primero y el agnosticismo del segundo.
En los dos partidos políticos tradicionales influye la doctrina positivista: el partido liberal acepta las ideas políticas y económicas de la nueva era industrial y el principio del progreso indefinido; en el partido conservador se desgaja una rama vigorosa del viejo tronco histórico y bajo los nombres de partido progresista, cientificista, &c., ataca, basándose en principios positivistas, al individualismo liberal y se lanza resuelto a propugnar la dictadura como el sistema de gobierno más apropiado para gobernar nacionalidades incipientes y con tendencias anárquicas.
En Méjico la escuela positivista, que tan decisiva influencia tuvo en la vida política y social, no produjo ningún filósofo importante. Introducida por Gabino Barreda, la divulgó y defendió Agustín Aragón desde las columnas de la Revista Positiva. Sobre todos se destaca la figura vigorosa y señera del ilustre literato Justo Sierra, discípulo, no siempre fiel, de Comte y Spencer.
Entre los positivistas hispanoamericanos se distinguió el cubano Andrés Poey, quien en París publicó una Biblioteca positivista{12} que contribuyó mucho a divulgar en el Nuevo Mundo las doctrinas de Comte. Con vigor atacó a Littré, por estimar se apartaba éste de la pura doctrina del maestro común.
Nadie en la Argentina contribuyó tanto como José Ingenieros a divulgar las ideas positivistas. Nacido en mil ochocientos ochenta y siete, hizo sus estudios en su tierra natal, graduándose de doctor en Medicina en mil novecientos y obteniendo en mil novecientos cuatro la cátedra de Psicología Experimental en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. En mil novecientos siete fundó el Instituto de Criminología de Buenos Aires y en mil novecientos quince el primer Seminario de Filosofía.
Escritor de vasta, aunque algo superficial, cultura; de claro y poderoso entendimiento, más apto, en verdad, para resumir y exponer ajenas doctrinas que para investigar y especular por cuenta propia; de actividad incansable, es autor de muchos libros de mérito, sobre diversas materias: La psicopatología en el Arte (1902), La simulación en la lucha por la vida (1903), La simulación de la locura (1903), Historia y sugestión (1904), Patología del lenguaje musical (1906), Crónicas de viaje (1906), Criminología (1907), Sociología Argentina (1908), Principios de psicología (1911), El hombre mediocre (1913), Hacia una moral sin dogmas (1917), Ciencia y filosofía (1917), Evolución de las ideas Argentinas (1918), Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía (1918), Las doctrinas de Ameghino (1919), La locura en la Argentina (1920), Los tiempos nuevos (1921), Emilio Boutroux y la filosofía Francesa (1922).
Ingenieros dirigió dos importantes revistas, de indiscutible influencia en el pensamiento hispanoamericano: Archivos de Psiquiatría y Criminología y Revista de Filosofía.
Desde el punto de vista filosófico sus obras más importantes son Principios de Psicología y Proposiciones relativas al porvenir de la Filosofía.
En Proposiciones relativas al porvenir de la Filosofía se separa Ingenieros un tanto del positivismo y reconoce la necesidad de la Metafísica: “Donde las ciencias no llegan con sus hipótesis experimentales empiezan las hipótesis metafísicas”{13}, si bien “siendo lo inexperiencial el objeto de sus hipótesis, permanece fuera de la ciencia”{14}. Lo experiencial es el objeto de las ciencias; el de la metafísica se limita a lo inexperiencial, y éste va reduciéndose a medida que progresa el conocimiento científico. “La posición exclusivamente experiencial y el conjunto de métodos que constituyen el llamado positivismo, son la única lógica posible de investigación científica, aunque estén exentos de toda validez propiamente metafísica.”{15} El ideal sería, según él, terminar con la metafísica mediante el triunfo de la ciencia, mas hay que admitir la perennidad de lo inexperiencial. Los problemas metacósmicos, metabiológicos y metapsíquicos integran la metafísica. Cree que la metafísica del porvenir se esforzará por sistematizar las últimas aproximaciones hipotéticas{16}. Pero estará sujeta a un proceso de ininterrumpida revisión, porque “Las hipótesis inexperimentales evolucionan constantemente en función del medio experiencial”.
El positivismo hizo su aparición en el Brasil, en mil ochocientos setenta y tres, en donde nadie hubiera podido esperar se iniciara una corriente filosófica: en la Escuela Militar. Allí contó con muchos adeptos, o que por lo menos se proclamaban tales, gracias al activo proselitismo y relevante personalidad de uno de los maestros, Benjamín Constant Botelho de Magalhães, el que tanto había de contribuir más tarde al establecimiento de la República y quien, en mil ochocientos setenta y seis, fundó, en unión de Miguel Lemos y Teixeira Mendes, la primera sociedad positivista.
Los positivistas brasileños lo aceptaron todo de Comte: la doctrina filosófica y la nueva e ingenua religión de la humanidad. En Río de Janeiro se levanta uno de los templos de la nueva creencia.
Miguel Lemos sirvió de voz al comtismo puro. En un principio, por curiosa paradoja, defendió el punto de vista de Littré, atacando a los positivistas que abrazaban en su totalidad las ideas del fundador de la escuela, a quienes, en un folleto: Pequeños Ensayos Positivistas, publicado en mil ochocientos setenta y siete, acusaba de haber adoptado una teología. Mas, en mil ochocientos setenta y nueve, conoce personalmente a Littré y la figura moral forjada por su imaginación no pudo resistir su confrontación con la realidad. Él mismo nos cuenta que esperaba encontrar un jefe de escuela, un luchador valeroso e incansable, en constante y tenaz esfuerzo por lograr la regeneración universal y su decepción fue indescriptible al encontrar un simple erudito, seco, aislado entre sus libros, carente de toda acción social. Desengañado abandona entonces al ídolo de ayer y se refugia en el comtismo ortodoxo. En mil ochocientos ochenta y uno, a su vuelta a Río de Janeiro, funda en esta ciudad la Iglesia Positivista Brasileña que le designa su Jefe. Lemos niega entonces sea la Sociedad Positivista una academia científica o una sociedad literaria y arrogante proclama: “Somos una Iglesia.”
El pensador más notable del positivismo brasileño es Luis Pereira Barreto. Médico ilustre, nacido en mil ochocientos cuarenta en Río de Janeiro, realizó sus estudios médicos y filosóficos en Bélgica y en mil ochocientos setenta y cuatro publicó en el Brasil su libro La Filosofía Teológica, primera parte de su obra Las Tres Filosofías. La Filosofía Teológica está consagrada al estudio de la primera de las tres etapas a que según su maestro estaba sujeto el desenvolvimiento del espíritu humano. Quince años más tarde dio a luz La Filosofía Metafísica, en que estudia la segunda etapa. Según Pereira Barreto, la metafísica no es en su esencia sino una especie de teología, que debilitada por constantes simplificaciones, va poco a poco perdiendo el poder de impedir la expansión de las concepciones positivistas. Es una forzosa etapa intermedia de transición que tiene que ser superada para llegar al positivismo. El régimen metafísico se encuentra siempre sujeto a la ineludible alternativa de tender a una impotente restauración del estado teológico para realizar así sus aspiraciones de orden y de llegar a una situación absolutamente negativa huyendo del dominio tiránico de la teología.
La obra Las Tres Filosofías quedó inconclusa. Pereira Barreta es autor también de un folleto polémico: Filosofía y Teología.
Pereira Barreto adoptó las ideas de Comte en el campo filosófico, mas no en el religioso. En sus libros se ajusta estrictamente a la doctrina del maestro indiscutido.
La influencia política del positivismo en el Brasil fue muy grande, sobre todo después del derrocamiento del Imperio, a cuya caída contribuyó mucho. Establecida la República en mil ochocientos ochenta y nueve, los positivistas se esforzaron por orientar el régimen naciente. Su ideal era un gobierno fuertemente autoritario. No lograron imponer en su totalidad su programa; pero gracias a su organización y al prestigio de que gozaban sus doctrinas, se hizo sentir su acción, durante largo tiempo, en la administración y la política en forma con frecuencia decisiva.
Tobías Barreto, nacido en Sergipe, en mil ochocientos treinta y nueve, orador y poeta, iniciador del movimiento denominado condoreiro en el Brasil, es el más vigoroso pensador brasileño. En su juventud estudió en el Seminario de Bahía, contándose entre sus profesores, el Padre Itaparica, quien en su enseñanza seguía las doctrinas eclécticas de Víctor Cousin. En Pernambuco estudió la carrera de abogado, consagrándose desde mil ochocientos ochenta y dos a la enseñanza en la Facultad de Derecho de Recife{17}.
En las diversas etapas recorridas por el pensamiento de Tobías Barreto, influyeron en forma decisiva Cousin, Comte, Kant, Schopenhauer, Hartmann, Haeckel, Darwin y sobre todo, en la época de su mayor vigor filosófico, Ludwig Noiré, combinando él más o menos hábilmente las doctrinas de unos y otros.
Discípulo de Cousin en sus primeros tiempos, abandonó pronto la escuela, ingresando en mil ochocientos sesenta y ocho en el movimiento positivista, y desde entonces condenó, con injusticia notoria, los maestros que acababa de abandonar. En la edición de sus obras completas no incluyó ninguno de los estudios que diera a luz mientras militaba en las filas del eclecticismo. Al dejar esta escuela, la atacó con dureza, tachándola de superficial. Su adhesión al positivismo, entusiasta en un principio, no tardó en debilitarse, abandonándolo más tarde para seguir, con fervoroso entusiasmo el monismo de Ludwig Noiré. Desde entonces, se esfuerza por arrojar lejos de sí cuanto tiene de latino y se transforma en idólatra admirador del pensamiento germánico. Entre sus obras más notables se cuentan: Estudios Alemanes, Estudios de Derecho y Cuestiones Vigentes.
Tobías Barreto, quien en su etapa positivista calificara a la metafísica de “poesía malhumorada que sabe revestir las más frívolas bagatelas con un aire de sombría y majestuosa seriedad”, bajo la influencia de los pensadores alemanes, formula una explicación trascendental del Universo. Según él, radica el mérito de la doctrina kantiana en la indagación del órgano del conocimiento, en el estudio de la razón humana. De este estudio queda demostrado sólo le es posible a la razón humana, mediante la intuición empírica, alcanzar a conocer del Universo los fenómenos, pero no la realidad en sí de éste, o sea el noúmeno, para ella en absoluto inalcanzable. Sin embargo, el desarrollo asombroso logrado por las ciencias en la época contemporánea nos permite conocer algo de la realidad íntima del Universo. A éste, Tobías Barreto lo concibe a la vez como fuerza y voluntad: “Como fuerza aparece, como voluntad es.” Es decir, como fuerza es fenómeno y noúmeno como voluntad. Rechaza toda explicación mecanicista del mundo, pues hay en él una realidad esencial. No es el Universo una cadena de porqués, sino de para qués, de fines, de metas que se complementan entre sí. Lo rigen dos clases de causas: las causas eficientes, que regulan sus fuerzas y actividades mecánicas, y las causas finales que surgen de su voluntad básica. En lo íntimo de las cosas existe un impulso oscuro, irracional y fuerte, un principio espiritual, que es la voluntad. Precisa distinguir entre el hombre, ser biológico, sujeto a las causas eficientes, al rigor de las leyes de la Naturaleza y el hombre como persona que goza de libertad y cuya actividad es determinada por causas finales. La vida se desenvuelve en forma mecánica, regida por las leyes ciegas de la lucha por la vida, de la selección, de la adaptación al medio y de la herencia. Los seres animales están fatalmente sujetos a estas leyes; mas no el hombre, cuya actividad se rige por causas finales y el cual es capaz de sobreponerse a la obediencia pasiva y obrar de acuerdo con la razón.
Las sociedades humanas no se sujetan a un estricto determinismo. En ellas rigen en verdad las leyes naturales, sobre todo la de la lucha por la existencia, pero al lado de éstas y aún en oposición con ellas y contrarrestándolas, coexisten otras leyes puramente humanas. El hombre de la naturaleza se transforma en la sociedad en la dirección de la cultura. Esta, mediante la religión, la moral, el derecho, el arte, la ciencia, lucha contra la Naturaleza.
Entre los discípulos de Tobías Barreto se destaca el célebre crítico literario brasileño Sylvio Romero, autor de dos libros de carácter filosófico: La Filosofía en el Brasil, publicado en mil ochocientos setenta y seis, en el que estudia le evolución hasta su época, en dicho país, de las ideas filosóficas, y Doctrina contra Doctrina. Sylvio Romero combatió de frente al positivismo. Su originalidad es escasa. Aunque él negaba su carácter de discípulo de Tobías Barreto, a quien le unía muy estrecha amistad, lo cierto es que, aparte diferencias secundarias, debidas a la influencia de Spencer en el pensamiento de Sylvio Romero, adoptó este en su integridad lo esencial de la doctrina de su amigo, quien le superaba en vigor de pensamiento filosófico.
La reacción en el Brasil contra el positivismo se debió principalmente a Farías Brito. Nacido en mil ochocientos sesenta y dos, murió en mil novecientos diez y siete. Hizo sus estudios de Derecho en Pernambuco. Intervino sin éxito en política. Obtuvo en un Colegio de Pará la Cátedra de Lógica y una de Profesor suplente en la Facultad de Derecho. Más tarde se trasladó a Río de Janeiro, desempeñando en el Colegio Pedro II la Cátedra de Lógica.
Farías Brito cultivó en su juventud, con poca fortuna, la poesía lírica, como lo demuestra el volumen de versos que en mil ochocientos cuarenta y nueve dio a luz con el título de Cantos Modernos.
Sus obras filosóficas son: La Finalidad del Mundo, en tres tomos, que aparecieron en mil ochocientos noventa y cuatro, mil ochocientos noventa y nueve y mil novecientos cinco; La Base Física del Espíritu, publicada en mil novecientos doce, y El Mundo Interior, editada en mil novecientos catorce.
Los libros de Farías Brito poseen unidad doctrinal, lo que es poco frecuente en los pensadores brasileños. Sin embargo, en los primeros tiempos prima en sus concepciones una acentuada inclinación al evolucionismo naturalista; en los últimos, a un misticismo sui-géneris. Bajo la influencia de Schopenhauer y Hartmann el pesimismo destila sus venenos a través de la obra entera. El problema de la muerte le obsesiona. La sentencia socrática: “Filosofar es aprender a morir”, aparece ya en el principio de La Finalidad del Mundo. No obstante su pesimismo y creer que el problema de la vida sólo tiene una solución: la muerte, no se abandona a la desesperación. Más que una aspiración hacia el conocimiento puro, caracteriza su filosofía la preocupación moral. Es un esfuerzo por liberarse, por desentrañar los misterios de la existencia. Para ahogar la angustia se esfuerza por crear una fe. No lo logra y en su obra vale más la parte crítica, en la que ataca las doctrinas filosóficas materialistas predominantes por entonces en el Brasil, que la parte puramente especulativa.
Para Farías Brito es la filosofía la base de todo conocimiento. El hombre colocado ante la naturaleza tiene forzosamente que interpretarla, por ello es el filosofar la primera y más esencial actividad del espíritu humano. Ella se va manifestando en la creación de ciencias y religiones, igualmente trascendentales unas y otras. Las primeras son sistemas de conocimientos, las segundas, creadas para el pueblo con fines éticos, transforman en vida las concepciones generales. Una religión era para él un gobierno y no un sistema de conocimiento. Aunque proclamaba inmortal la religión, suponía en crisis todas las de su tiempo, pero pronosticaba un renacimiento religioso mediante la aparición de una nueva que, basada en los conocimientos filosóficos, sintetizara las concepciones espirituales y éticas de Oriente y Occidente.
Cree Farías Brito que nunca la filosofía, fruto de una exigencia vital del hombre, podrá ser reemplazada por las ciencias particulares, nacidas de ella y que sólo poseen de la realidad un conocimiento parcial. En el momento actual, las ciencias suministran los conocimientos positivos sobre los que se edifica toda concepción filosófica digna de tal nombre. En el futuro ocurrirá lo mismo. Existe una filosofía precientífica y una postcientífica; pero no puede existir, porque serían términos contradictorios, una filosofía científica. La investigación científica orientada hacia el conocimiento de los fenómenos y cosas de la realidad externa, es realizada por el hombre mediante los sentidos y la razón; en cambio, es mediante el alma que se realiza la investigación filosófica encaminada a conocer el espíritu, a explicar el Universo y a darnos el sentido de la existencia del hombre en él. Kant, con su crítica de la razón pura, colocó a la Filosofía ante un problema cuyo planteamiento no puede eludir: el de la cosa en sí. Su conocimiento no puede conseguirse por la observación de la realidad externa. Mediante ella sólo logramos el conocimiento del mundo de las apariencias. Es la introspección la que nos permite conocer la esencia de la realidad. El hecho primordial es el espíritu mediante el cual y por analogía todo se explica y en cambio ninguna otra cosa lo explica a él. Pensamiento y espíritu se identifican: La realidad última, esencial del hombre, no es como pretende Schopenhauer, la voluntad, ni como afirma Hartmann, él inconsciente, sino el pensamiento. Igual que Con el hombre ocurre con las cosas y con el Universo, pues envolviendo la totalidad de las cosas hay un pensamiento. Mónadas, con espíritu propio, forman las cosas. La materia en su esencia es sólo fuerza y la fuerza se identifica con el pensamiento fuera de nosotros. Hay un pensamiento en todos los seres y en todas las cosas que no son más que la objetivación de una idea. Toda idea proviene de Dios. El Universo es Dios pensando. El pensamiento de Dios lo crea todo, almas, cuerpos, fuerzas, movimientos, hechos. El hombre es una idea divina, pero que tiene voluntad, la cual lo individualiza y es de ella que provienen la miseria y el dolor. Dios, realidad inmóvil, crea movido no por necesidad sino por amor.
En el pensamiento de Jackson de Figueiredo hay dos etapas: En la primera se muestra como el más brillante y apasionado de los discípulos de Farías Brito; en la segunda, tras su conversión al catolicismo, se lanza a la acción política bajo la égida intelectual de Maurrás. Nacido en mil ochocientos noventa y uno, en Sergipe, murió joven en Río de Janeiro, en mil novecientos treinta. En Bahía cursó Derecho hasta recibirse de abogado en mil novecientos trece. Habiéndose domiciliado en Río de Janeiro, conoció a Farías Brito, cuyas doctrinas le sedujeron. En mil novecientos catorce publicó: Algunas Reflexiones sobre la Filosofía de Farías Brito, libro que no es una mera exposición de las ideas del maestro sino que en él muestra con frecuencia el autor sus puntos de vista originales.
Jackson de Figueiredo veía en Farías Brito un místico racionalista, a quien su intelectualismo vedaba llegar a penetrar realidades que el hombre intuye, pero que su razón es incapaz de comprender. Para Jackson de Figueiredo la razón sólo puede darnos de la realidad un conocimiento pragmático. No es mediante el esfuerzo especulativo como se logra el conocimiento, éste nos viene de ser lo que somos. La realidad se divide en noúmeno y fenómenos, pero él aplicaba a estos términos kantianos un sentido que aproximaba más su filosofía al panteísmo emanantistas de algunos discípulos de Plotino que a las doctrinas de Kant. Los fenómenos, lo mismo el Universo físico que la conciencia del hombre, son emanaciones del noúmeno y éste, Dios en sí mismo, presentido pero inconocible. Admite Jackson de Figueiredo un evolucionismo peculiar, mediante el cual los fenómenos se inclinan a regresar y absorberse en el noúmeno. La cosa en sí, el espíritu divino, tiende a absorber la materia y el espíritu imperfecto. Este proceso mantiene los fenómenos en estado de perpetua inestabilidad, causa del universal dolor, siendo éste la manifestación de lo divino en el hombre, de donde nace la fe. Creemos porque existimos. Todo conocimiento se alcanza por la fe y es sobre ésta que edifica la razón.
Aunque el libro Algunas Reflexiones sobre la Filosofía de Farías Brito, sea uno de los más brillantes entre los de filosofía escritos en el Brasil, no significa sino una etapa transitoria en el pensamiento de Jackson de Figueiredo, quien en mil novecientos diez y ocho se convierte al catolicismo y desde entonces interviene activamente en las luchas políticas y religiosas de su tiempo, fundando el Centro Dom Vital. Este nombre constituía ya un desafío, pues era el del Obispo que en mil ochocientos setenta y tres había defendido con mayor decisión en el Brasil la causa de la Iglesia católica. Jackson de Figueiredo cree son el agnosticismo y el desenfrenado individualismo los responsables de todos los males que aquejan a la sociedad contemporánea, estima es la fe exigencia ineludible del espíritu humano y proclama no puede sobrevivir una sociedad sin una jerarquía de valores. Sus doctrinas de esta época pertenecen más al campo de la historia de las ideas políticas, que al de las filosóficas.
José Enrique Rodó, intelectual puro, a quien nunca mancharon ni la vulgaridad ni las sórdidas ambiciones, fue un espíritu generoso, amplio y tolerante, animado por ardiente curiosidad por todo lo nuevo y que gustaba de excursionar por el campo de las ideas. Siempre atento a la evolución de las doctrinas filosóficas, en él influyeron decisivamente Renan, Taine, Emerson, Guyau. Si bien su cultura era primordialmente francesa, su ingenio tenía castizo sabor castellano. Fue un hijo cabal de su raza. Optimista, confiaba en que un día la cultura en Hispanoamérica cosecharía sus frutos más sabrosos y delicados. Ariel, Motivos de Proteo, El Mirador de Próspero, nos dan lo mejor de su espíritu.
Gustaba Rodó de expresar su pensamiento a través de hermosa parábolas. Su elegante pulcritud le alejaba del vulgo. Noble y singular ingenio, sus aspiraciones eran altas y elevadas. Cuando Nietzsche lanzó, con desafiante estruendo, a los vientos, el evangelio del superhombre, él predicaba la moral del hombre de bien y recordaba a pensadores y artistas, era su deber ser ante todo y sobre todo hombres.
Sus obras cumbres son fruto de serena y desinteresada objetividad, de íntima, fuerte y elevada meditación. Escritor cultísimo y atildado, su prosa es ágil y flexible, límpida, transparente y fresca como el agua de los torrentes que brotan en las cumbres andinas. Su alma, castamente enamorada del ideal, gustaba respirar la atmósfera de un alto, sereno y reflexivo idealismo. Él pudo hacer suyas las palabras de Schiller en el Prólogo de Wellenstein: “La vida es seria, el arte es sereno.”
Discípulo de los mismos maestros fue González Prada, varón integérrimo y polemista de poderoso estilo, personalidad grande, pero de contornos indecisos. No quiso limitar su acción al campo de las letras e intentó actuar en el de la política, soñando con acaudillar un partido. Carente de voluntad vigorosa y energía persistente, lleno de contradicciones, vacilaciones y debilidades, estaba González Prada destinado a ahogarse en el charquito de la política peruana de su tiempo. Su ingenuidad era a prueba de toda experiencia. Su corazón bondadoso le arrastró a lanzarse, con noble imprudencia, a la defensa de débiles y perseguidos. Sentía la vergüenza de la miseria ajena. Todo el mundo en torno suyo claudica y se entrega. Él sigue su camino en busca de una paz interior y de un éxito que nunca habían de llegar. Los cucos de la política no tardaron en abandonarle. Con gesto de cansancio y desdén huyó de toda intervención política, convencido era imposible encerrar su personalidad en un marco tan pequeño. Vibra en su obra la pasión del progreso, el amor a la cultura, la ambición y el tedio, un tedio íntimo, anterior al goce del logro, al desengaño del triunfo. Es la suya una obra incompleta, de pensamiento reflejo y versátil, a la que salva su estilo, poderoso, con frecuencia admirable.
Enrique José Varona es el más notable pensador que ha producido hasta hoy la Isla de Cuba. Fundó y dirigió la famosa Revista Cubana. Filósofo positivista e ilustre escritor, su vigoroso ingenio dejó huellas en las más diversas actividades intelectuales. Poeta de musa serena y sencilla en sus Odas Anacreónticas, Poesía y Paisajes Cubanos; escritor elegante en Desde mi Belvedere, Violetas y Ortigas, Por Cuba, Mirando en torno, De la Colonia a la República, Con el Eslabón, Notas Críticas y Discursos, es filósofo que se esfuerza por hallar la explicación de los procesos éticos a la luz de la evolución y las condiciones de lo psíquico en la biología, en Conferencias Filosóficas (1880–1888), Estudios Literarios y Filosóficos (1883), La Evolución de la Psicología, La Metafísica en la Universidad de La Habana, Lógica, Psicología y Moral.
En el pensamiento de Varona influyeron Comte, Spencer, Taine, Guyau y Fouillée.
Alejandro Korn nació en Argentina en mil ochocientos sesenta, falleciendo en mil novecientos treinta y seis. Doctor en Medicina, ejerció la profesión durante la mayor parte de su vida, desempeñando la Dirección de un hospital de alienados y la Cátedra de Anatomía en el Colegio Nacional de La Plata. Aunó los estudios filosóficos con los médicos, dictando en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires las Cátedras de Historia de la Filosofía, de Gnoseología y Metafísica y en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata, la de Historia de la Filosofía. Se cumplía en él una ley propia del trabajo intelectual en Hispanoamérica: la de no ser casi nunca especializado. El pensador, el literato, rara vez se consagra exclusivamente a una sola actividad, sino desempeña simultánea o sucesivamente múltiples oficios. Es una resultante de la organización social. Ello, si en verdad ofrece la inmensa desventaja de impedir la proficua labor continua y de orientación única, en cambio vincula al filósofo y al literato con la realidad, le impide encerrarse en frígidas torres de marfil e incrementa su influencia en la sociedad. Casi todos los intelectuales hispanoamericanos son hombres de acción. El tipo europeo del intelectual puro, desvinculado de la vida, es casi desconocido.
En la Argentina, Alejandro Korn inicia la crítica del positivismo, aunque proclama que: “El Positivismo no es la creación artificial de sus grandes expositores, es auténtico, en el siglo pasado, una actitud espiritual común a todo el occidente, nacida y defendida bajo el imperio de una misma situación histórica.”{18}
Dos problemas filosóficos: el del conocimiento y el de los valores, le merecieron a Korn detenido estudio. Para él, el positivismo se desenvuelve en tres etapas: En la primera, produce la teoría del medio, fruto de un examen limitado a la investigación del mundo objetivo; en la segunda, predomina la psicología experimental, y en la tercera, se produce el derrumbamiento de la doctrina corroída por la crítica. Para el determinismo naturalista, el mundo y el hombre, que es una de sus partes, se encuentran regidos por ciegas fuerzas mecánicas. Korn por el contrario cree, tomando como base la teoría del conocimiento, que el hombre crea al mundo cognoscitivamente y permanece por ello distinto de él.
El conocimiento comprende dos campos: Ciencia y Filosofía. La primera es la interpretación matemática de la realidad externa objetiva. Labora sobre conceptos que se abstraen de grupos de casos análogos. Limita su atención a uno solo de los aspectos de la realidad: el de las constancias mensurables. La Ciencia no nos da el conocimiento desinteresado y puro sino el saber pragmático o utilitario. Erróneamente pretendió el positivismo lograr la unidad de la ciencia utilizando el método inductivo, mediante los conceptos de ley y causa y eludiendo la oposición irreductible del objeto y del sujeto.
No hay ciencia sino de lo extenso y su acción se encierra dentro de los límites que comprenden las faces mensurables de la realidad exterior. Por lo tanto, la ciencia sólo nos da un aspecto de la realidad y es que su fin no es darnos una imagen exacta de ella sino ofrecernos medios de acción eficientes.
En la realidad externa hay extensos sectores cuyo conocimiento, por no haber logrado aún fórmula matemática, no pueden comprenderse en el campo de la ciencia. A esos conocimientos precisa darles un nombre propio: el de Teorías, sugiere Korn. Todo saber es relativo. Es imposible para el hombre lograr el conocimiento absoluto. La metafísica no es una sección de la filosofía. Ni siquiera ésta la encierra dentro de sus límites. Pensar es relacionar{19}. Si al pensar relacionamos, esto casi siempre lo hacemos contraponiendo un concepto a otro. Por eso los problemas esenciales se reducen en dualismos: ser y nada, espíritu y materia, noúmeno y fenómeno, objeto y sujeto, bien y mal, necesario y contingente, absoluto y relativo, universal y concreto, &c. &c. El estudio de estos dualismos es algo anterior a la filosofía.
La filosofía se reduce a la axioloqía, a la teoría de los valores, limitándose a estudiar la esfera de lo subjetivo, que en este sistema se confunde con el de las valoraciones del sujeto. El valor es “el objeto –real o ideal– de una valoración afirmativa”{20} y ésta, reacción del sujeto ante el hecho es la síntesis de un largo proceso vivo y no meramente mecánico, en que hacen sentir su acción innúmeros elementos y fuerzas: impulsos, hábitos, sugestiones, necesidades, atavismos, &c. Los valores, que siempre son relativos, son de tres clases: valoraciones biológicas, sociales y culturales. Las primeras comprenden las instintivas, las eróticas y las económicas; las segundas, las vitales y las propiamente sociales, y las terceras, las religiosas, éticas, lógicas y estéticas. “La angustia de la vida es un hecho real, pero plantea ante todo problemas empíricos y no metafísicos. Obliga a la acción.”{21}
Es la obra de Korn, por sus aspiraciones y su crítica, una de las más auténticas manifestaciones en Hispanoamérica de la fuerte corriente intelectual que en el primer tercio del siglo XX reaccionó contra la validez de las doctrinas positivistas.
En los actuales momentos progresa en forma constante e indiscutible la cultura filosófica hispanoamericana. La divulgación de doctrinas extranjeras es constante y rápida. Los nuevos sistemas encuentran siempre adherentes en vastos sectores ávidos de novedad. Los escritores más notables suelen consagrar gran parte de sus actividades al modesto, si bien muy útil, empeño de exponer, analizar y difundir las últimas vibraciones del pensamiento europeo. Aunque la producción indígena es poco abundante, existe hoy un núcleo importante de pensadores de grandes alientos, de severa y firme formación filosófica, que permiten concebir la esperanza de que en día no lejano Hispanoamérica contribuirá con sistemas nuevos, con geniales aportes filosóficos, al progreso del espíritu humano.
— FIN —
{1} F. Krause.– Sistema de la Filosofía.– Metafísica.– Primera Parte.– Análisis expuesto por D. Julián Sanz del Rio.– Madrid.– Imp. de Manuel Galiano.– 1860.
{2} Krause.– Ideal de la Humanidad para la Vida, con Introducción y Comentario.– Por don Julián Sanz del Río.– Madrid.– Imp. Galiano.– 1860.
{3} Conferencias sobre Estética y Literatura.– Puerto Rico.– Imprenta de González.– 1881.
{4} La Sataniada, grandiosa epopeya dedicada al Príncipe de las Tinieblas, por Crisófilo Sardanápalo.– Madrid.– Imprenta de Aurelio S. Alaria.– 1878.
{5} P. Carlos Loyson.
{6} Manual práctico del magnetismo animal por Alfonso Teste, traducido y reformado por Mariano Cubí y Soler, y Magín Pers y Ramona.– Barcelona.– Imp. Verdaguer.– 1845.
{7} Sistema Completo de Frenología con sus aplicaciones al adelanto y mejoramiento del hombre, individual y socialmente considerado.– Por Mariano Cubí y Soler.– Barcelona.– 1844.
{8} Polémica Religioso-Frenológico-Magnética, sostenida ante el Tribunal Eclesiástico de Santiago, en el expediente que ha seguido con motivo de la denuncia suscitada contra los libros y lecciones de Frenología y Magnetismo de don Mariano Cubí y Soler, cuya causa ha terminado últimamente por sobreseimiento, dejando a salvo la persona y sentimientos del señor Cubí. Redactada y publicada según ofrecimiento que hizo el autor y admitió aquel Tribunal, por don Mariano Cubí y Soler, fundador de varias sociedades científicas, &c.– Barcelona.– Impreta de José Tauló.– 1848.
{9} El Catolicismo en Presencia de sus Disidentes por don José Elizaquirre.– Barcelona.– Librería Religiosa.– 1856.
{10} Puerto Rico.
{11} Peregrinación de Bayoán.
{12} Bibliothèque Positiviste. Vulqarisation du Positivisme.– París.– Germer Baillière.– 1879.
{13} José Ingenieros.– Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía.– Buenos Aires, 1918.– Página 77.
{14} Pág. 93.
{15} Pág. 75.
{16} Pág. 72.
{17} Véase el Prólogo que antepuso a la obra póstuma de Tobías Barreto, Estudios de Derecho.
{18} Influencias Filosóficas en la Evolución Nacional.– Claridad.– Buenos Aires.– Pág. 174.
{19} Alejandro Korn.– Obras.– Universidad Nacional de La Plata.– Publicaciones Oficiales.– La Plata (Rep. Argentina).– 1938.– Tomo I.– Pág. 97.
{20} Alejandro Korn.– Obras.– Universidad Nacional de La Plata.– Publicaciones Oficiales.– La Plata (Rep. Argentina).– 1938.– Tomo I.– Pág. 224.
{21} Alejandro Korn.– Obras.– Universidad Nacional de La Plata.– Publicaciones Oficiales.– La Plata (Rep. Argentina).– 1938.– Tomo I.– Pág. 230.
(Ramón Insúa Rodríguez, Historia de la Filosofía en Hispanoamérica, Guayaquil 1949, páginas 289-336.)